lunes, 22 de septiembre de 2014

La siniestra sonrisa del payaso

El escritor y periodista, Segio Ocampo Madrid dice que el tono paródico de su libro nace del modo en que viven los colombianos

Sergio Ocampo Madrid ha publicado también A Larissa no le gustaban los escargots  y  El hombre que murió la víspera. /elespectador.com
Sergio Ocampo Madrid, periodista con una trayectoria en diferentes medios impresos, acaba de publicar su tercer volumen de ficción. Limpieza de oficio, como bien lo señala Juan Gossaín, emplea diversos registros estéticos: a veces parece un reportaje, en otras ocasiones una parodia. En todo caso, Ocampo Madrid aprovecha con acierto anécdotas y hechos esperpénticos, tan comunes en nuestro día a día.
En toda su novela hay escenas de parodia. ¿Dicha conciencia le viene del oficio literario?
Esa extraña conciencia de vivir entre la risa y el miedo no proviene del periodismo ni de la literatura, sino de ser, vivir y sentir como colombiano. La realidad de este país se mueve entre los extremos de la comedia y la tragedia. Así nos organizamos como sociedad, con la informalidad como pretexto y razón, con la violencia como dispositivo central para resolver los conflictos, con la desilusión como un signo de la cultura y de la política. Aunque paródicas, varias de las escenas e imágenes del libro son recreación de realidades colombianas, y menciono sólo una: el impresionante operativo que monta la Policía para detener al titiritero Facundo, recluido en un ancianato de algún pueblo pequeño, inmovilizado en su cama por la artritis y por la vejez, es una evocación de los allanamientos de que fue víctima Luis Vidales, también postrado en una cama y acosado por la autoridad en los tiempos de Julio César Turbay.
La figura de Paco, el cronista de judiciales, recuerda de inmediato a Ximénez. ¿De dónde le vino la idea de construir ese personaje como Paco?
En realidad, Paco está basado en personajes del periodismo colombiano. Uno es Ximénez y los demás son una amalgama de cronistas que sucumben, en mayor o menor escala, a la tentación de añadir detalles y a veces, más que detalles, imaginación a sus historias (con gloriosas excepciones, claro está). Ximénez me parece un personaje fascinante, un mentiroso genial, que vivió en un momento en el cual el periodismo no tenía unos estatutos ni unas cortapisas tan severos como los que existen hoy, al menos en el papel. Mentir en el periodismo actual no es sólo un sinsentido ético sino un suicidio para la reputación y la credibilidad. Ahora bien, Paco tiene algo que lo rescata, a pesar de su ego enorme (condición para ser periodista exitoso) y es que no se detiene en falsear los hechos en la escena de un crimen con el objetivo supremo de construir grandes historias para los próximos días.
¿Qué opina sobre el periodismo escrito en Colombia?
El periodismo nuestro tiene muchas cosas para ser criticadas, en especial la ligereza, la escasa formación de los periodistas en general y la actitud epiléptica y meramente enunciativa de estar saltando detrás de los personajes y los hechos sin concluir, sin profundizar ni hacer un esfuerzo por acercarse a la verdad, más allá de las declaraciones opuestas de las fuentes. No obstante, es un periodismo valiente; oficialista pero no militante (como en Ecuador, Venezuela, Bolivia), que guarda respeto por conservar las formas (contrastar información, apelar a varias fuentes) y que se mantiene en una tradición sana de no meterse en la vida privada de la gente. Llena además algunos de los vacíos que dejan las autoridades, en especial la justicia y los políticos. Sin la prensa no habría habido Proceso 8.000; tampoco el destape de la llamada “parapolítica”.
¿Qué razones tuvo para adoptar el tono de humor negro en su libro?
El tono salió por sí solo. No fue una decisión previa sino una consecuencia natural de la historia y de su hilo narrativo. Es que un periodista que inventa cosas y que va perdiendo los escrúpulos con el fin de fabular grandes historias tiene que derivar en algún momento en situaciones inevitables de humor; lo mismo puede decirse de los payasos que van muriendo en fila por cuenta de un asesino serial. Confieso que disfruté mucho escribir esta novela y me reí varias veces con todas las ganas frente a mi computador. Hubo una decisión consciente de que el humor no asfixiara en ningún momento el eje dramático de la historia, que lo tiene y es fuerte, y que no cayera sólo en el anecdotario sino que pudiera trascender a la crítica ante los absurdos sociales, ante la ineptitud oficial. Me cuidé de no soltarle demasiada pita a la parodia porque no quería hacer una parodia.
Con tres libros de ficción en su haber, ¿qué miedos y esperanzas lo acompañan en su trabajo literario?
Estuve muerto de miedo por muchos años de dar ese salto, no sólo por la incertidumbre de cómo vivir de esto, sino por las dudas de hacerlo bien. Escribir bien en periodismo no soluciona la escritura literaria. Hoy, después de nueve años de tomada la decisión, con tres libros publicados y un pequeño paréntesis de año y medio en que acepté ir a manejar El Heraldo de Barranquilla, las cosas no han sido tan duras como pensé. La academia me acogió, en especial la Universidad Externado de Colombia, y el toque de puertas en las editoriales no ha sido tan frustrante ni tan demorado. Gabriel Iriarte, primero en Norma y ahora en Random, ha sido un apoyo tremendo. Provenir del periodismo genera escepticismo entre los críticos, que hasta ahora se han ocupado poco de mi obra, y esa es una pequeña queja que tengo. Pero en general la vida ha fluido para que las cosas vayan bien en este viaje sin retorno de ser escritor.