miércoles, 17 de septiembre de 2014

¿Alta literatura? ¿Qué es? ¿Quién la juzga? ¿Cuántos lectores tiene?

Escritores (Goytisolo, Azúa, Guelbenzu, Gopegui, Navarro y Montero Glez), críticos (Senabre y Echevarría) y editores (Moreno y Herralde) tercian en el debate

Dominique González Foerster. Artwork images./elcultural.es
Y un buen día las sociedades occidentales se tornaron prósperas, brotaron y se extendieron las clases medias y la educación se generalizó. De pronto la lectura ya no no tenía por qué ser patrimonio de unos pocos sino que quedaba al alcance de todos. Pero no todos apreciaban los mismos libros. La existencia de clases literarias, de una alta literatura y otra baja cobra nuevos bríos con la modernidad y se sitúa como una de las polémicas centrales de las letras que cada tanto vuelve a dar que hablar. De un tiempo a esta parte la cuestión de la “alta literatura” ronda en foros y congresos de las dos orillas, ya sea para lamentar su ausencia o la falta de lectores, pero: ¿a qué llamamos “alta literatura”? ¿Cómo se distingue de la “baja”? Tal vez sería más preciso hablar de buena y mala literatura, porque, ¿quién establece el canon y con qué criterio?, ¿qué tipo de libros jamás podrán pasar por alta literatura? La liebre la lanzó Guelbenzu en el Congreso de Panamá del pasado octubre al afirmar que en España sólo hay 10.000 lectores de “alta literatura”, cifra que a Vargas Llosa, por ejemplo, le parece excesivamente baja. ¿Y a ustedes? ¿Puede, por cierto, un lector de literatura popular dar el salto a la “alta literatura”? Lanzamos hoy el guante a escritores (Goytisolo, Azúa, Guelbenzu, Gopegui, Navarro y Montero Glez), críticos (Senabre y Echevarría) y editores (Moreno y Herralde), que tercian en el debate.

1 ¿Se puede hablar de alta o baja literatura?
2 ¿Quién establece el canon y con qué criterio?
3 ¿Va cambiando con el tiempo, varía según la tradición y la calidad y cantidad de los lectores y críticos?


Los aficionados a la lectura son una especie en extinción

Félix de Azúa


1. Se puede hablar de alta y baja y media, pero es bastante inútil. Establecer lo alto y lo bajo, en serio, es la tarea de los expertos y las personas con carisma. No tiene otro tribunal. Y su única función es entretener a los aficionados a la lectura. Una especie en extinción. Yo, por ejemplo, me fío de dos o tres personas cuando tengo que leer un libro. Y les consulto. Casi siempre me dicen que no vale la pena leerlo. A lo mejor por eso les hago caso.

2. Editores, periodistas, lectores, profesores, académicos, celebridades. Cualquiera puede hacerlo. Basta con decir, por ejemplo, “García Márquez fue un escritor valioso, pero en la actualidad es sólo para señoritas”. O lo contrario “Yo afirmo que el mejor escritor americano es John Salter”, como suele hacer Harold Bloom. En ambos casos el juicio tiene un valor sólo de entretenimiento. El criterio es infinitamente variable. Yo me acuerdo cuando todos los juicios los determinaba la adscripción a partidos de izquierdas o derechas. ¡Lo que debe de ser hoy enjuiciar la literatura en Cataluña! Como en la corte de los Borgia...

3. Claro que cambia. Todo en nuestra vida es cambiante y efímero, por suerte. Fíjese en la posición que hoy ocupa Cortázar y la que ocupaba hace cuarenta años. Y lo contrario: Chaves Nogales ha ocupado el lugar de Umbral, Camba y González Ruano, como el periodista-literato más importante del siglo XX en España.


1884: La Regenta y Lola la costurera. Alta y baja


Ricardo Senabre



1. Naturalmente, como de cualquier actividad artística. Con líneas y colores crean sus obras Velázquez y Van Gogh, pero también millares de pintamonas insignificantes. Una sonata de Bach es una combinación de notas musicales, como muchas canciones de infinitos raperos. ¿Habría que igualar una y otras? El mismo año (1887) en que Galdós publica Fortunata y Jacinta aparece La reina gitana, de Manuel Fernández y González, el más prolífico narrador del siglo XIX, y cuando don Benito da a conocer su Episodio El equipaje del rey José (1875) publica el inefable don Manuel Ibo Alfaro La niña del jardín o la vanidad de una madre. 1884 es el año de La Regenta… y también de la novela Lola la costurera, de Pedro Escamilla. He aquí ejemplos coetáneos de alta y baja literatura.

2. Depende de las épocas, y los criterios son variables. Hasta el siglo XVII cuenta mucho el gusto de la mayoría (así, el público de los corrales de comedias). A partir del XVII, la opinión de los cultos, y desde mediados del XIX los programas de enseñanza establecidos por ley y los manuales, empezando por el de Gil y Zárate, y algunos críticos de peso: Clarín, Menéndez Pelayo, Saint Beuve en Francia, De Sanctis en Italia… Hoy, la industria cultural -por raquítica que sea-, con el formidable aparato propagandístico que arrastra, lo invade y confunde todo.

3. Sí, y no es preciso recordar el caso de Góngora, poeta execrado hasta el siglo XIX y elevado luego a la cima del Parnaso. A mediados del siglo XIX, la extensísima Historia de la literatura española de Ticknor ni siquiera recogía el nombre de san Juan de la Cruz, y la de Fitzmaurice-Kelly, que sirvió durante años de manual en las universidades españolas, le dedicaba unas pocas y reticentes líneas. Hoy lo situamos en la cúspide de nuestra lírica.




Que el lector se sienta afectado por la lectura


Luis Goytisolo



1. La distinción entre alta y baja literatura era algo perfectamente establecido en el Mundo Clásico, una distinción que hasta cierto punto se prolongó hasta los albores del Renacimiento. Yo prefiero hablar de literatura, por un lado, y de lecturas de entretenimiento, por otro. En el primer caso, y centrándonos en la narrativa, la novela de calidad es la que aguanta el paso del tiempo, y la que no alcanza tal cualidad no lo aguanta.

Algo parecido sucede sin duda con las lecturas de entretenimiento, lo que antiguamente se entendía por folletín y que hoy, como la mayor parte de las películas y seriales televisivos, abarca los temas más diversos: relato histórico, de misterio, de ámbito familiar, de carácter erótico-pornográfico, de mundos futuros, etc.; su capacidad de entretener es de duración variable. La novela de calidad, en cambio, la gran novela, no se propone entretener, sino decir algo que el autor considera importante y que, gracias a los rasgos del relato y del lenguaje empleado, consigue que el lector se sienta directamente afectado por la lectura, una lectura que le hace entender mejor el mundo y en consecuencia entenderse a sí mismo.

2. El canon lo establecen ante todo las propias obras que lo componen, gracias a su capacidad de imponerse, al margen de todo transcurso temporal. También, claro está, por quienes las enjuician en cada momento, no menos sometido al tiempo ese juicio que la obra enjuiciada.

3. Los cambios que puedan producirse en ese canon dependen de la mayor o menor proximidad de las obras que lo componen respecto a los lectores de cada momento. Pero, en lo sustancial, se mantienen.




Libros bien o mal escritos


Julia Navarro



1. No me gusta nada el concepto de “alta” o “baja” literatura. En mi opinión hay libros bien o mal escritos, historias bien o mal contadas. En definitiva, hay libros que tienen “calidad” o no la tienen, y esa “calidad” nada tiene que ver con las ventas. Y además, hay libros que tienen la “cualidad” de llegar a los lectores, de interesar, de tocarles el alma. Y ese fenómeno es un intangible, porque no hay fórmula que lo garantice. Piensen en Tolstoi, Balzac, García Márquez, Doris Lessing, Pérez-Reverte… ejemplos de escritores muy distintos entre sí pero que han sido capaces de llegar a millones de lectores.

2. El crítico Sainte Beuve “persiguió” a Baudelaire y sin embargo hoy , ¿alguien sería capaz de cuestionar la calidad literaria del autor de Las Flores del Mal? Quizá por eso no viene mal recordar lo que decía Italo Calvino y es que ningún periódico o libro que hable de otro libro vale más que el libro en cuestión objeto de esa crítica. Calvino explicaba que a veces el aparato crítico forma una cortina de humo sobre un texto en cuestión escondiendo lo que ese texto realmente es si uno se acerca sin intermediarios. Algunos gurús culturales reparten patentes de calidad. Y detrás de esa actitud hay grandes dosis de arrogancia y a veces, grandes errores. Por ejemplo, Carlos Barral rechazó Cien Años de Soledad de García Marquez. Otro patinazo, en éste caso nada menos que del gran Leonardo Sciascia, fue rechazar el manuscrito de Il Gatopardo, de Lampedusa, que hoy en día está considerada como una de las grandes novelas italianas del siglo XX.

3. Todos los libros son hijos de su tiempo, los gustos literarios van cambiando con el tiempo, porque al final un libro refleja una manera de entender las cosas, de sentir, que tiene que ver con cada época. Pero algunos no envejecen nunca: Homero, Cervantes, Shakespeare, Baudelaire. ¿Alguien se atrevería a decir que sus obras hoy no tienen plena vigencia?




El canon y lo políticamente correcto


Ignacio Echevarría



1. La alternativa entre alta y baja cultura, ya bastante trasnochada, desplazó en su momento a la que solía establecerse, desde tiempos inmemoriales, entre cultura elitista y cultura popular. La responsable de que así ocurriera fue la cultura de masas, que dio lugar a esa caricatura pretenciosa de la cultura elitista que constituyen el kitsch o lo cursi. Es por ahí por donde emerge lo que aún hoy califican algunos de baja cultura. Se trata, en realidad, de un malentendido. Escritores como Arturo Pérez-Reverte, Julia Navarro o Carlos Ruiz Zafón podrían ser muy plausibles representantes de cierta literatura popular si ellos mismos, jaleados por publicistas y lectores infatuados, no se tomaran por otra cosa. La baja literatura lo es únicamente por comparación con la más elevada, que suele satisfacer inquietudes y necesidades muy otras, dirigida como está a un tipo específico de consumidor. El problema está en acudir a un mismo rasero, cuando no había por qué. La cultura popular, como la de divulgación o la de puro entretenimiento, no tiene por qué ser inferior a la elitista, con la que siempre ha convivido en cómplice armonía. Es en el marco propio de una u otra donde sí cabe hablar de buena o mala literatura, según su grado de excelencia.

2. El canon es una construcción impersonal, colectiva, en la que intervienen agentes más o menos reconocibles (la academia, la crítica, el periodismo cultural, los “líderes de opinión”, los propios artistas o escritores), siempre determinados, en muy superior medida de lo que están dispuestos a reconocer, por un factor tan difícilmente evaluable como es la ideología dominante, a menudo camuflada bajo el disfraz de lo que se entiende por “gusto”.

3. Por supuesto que el canon es cambiante y movedizo. Y es también degradable, como sus agentes. En cualquier caso, los cambios en el canon traslucen siempre desplazamientos en la correlación de fuerzas de la sociedad. Obedecen a alteraciones, a menudo graduales, sutiles, de esa ideología dominante a la que me he referido, que se cierra en determinadas direcciones y se abre en otras. Conviene no perder de vista, por otro lado, que el canon es por antonomasia políticamente correcto, y que el acceso al mismo implica siempre la desactivación del potencial subversivo que eventualmente encarnaban el autor o la obra en cuestión.


La que corre riesgos, la que hace avanzar el arte


José María Guelbenzu



1. Alta literatura es, para mí, aquella que corre cualquier clase de riesgo con la intención de hacer avanzar el arte de la escritura y de la expresión. En lógica consecuencia, necesita de un lector capaz de seguirle en ese riesgo. El resto es literatura a secas, literatura que transita por caminos trillados, pudiendo ofrecer libros excelentes o menos excelentes, pero en todo caso convencionales. En esto último, lo convencional, se mueve también la literatura de género (salvo que alguien le haga dar un salto, como Hammett) por más que ofrezca narraciones bien conseguidas. Es, por tanto, un problema de ambición. ¿Ejemplos? El ruido y la furia, Tristam Shandy, Pálido fuego, Gran Sertón: Veredas, Viaje al fin de la noche o La copa dorada. Ejemplos de excelente literatura a secas: Elizabeth Bowen, Angus Wilson, Heinrich Böll, Stefan Zweig... Ejemplos de literatura baja, mala o simple: las novelas de Dan Brown, Tom Clancy, Susana Tamaro y tantos otros best-sellers para lectores indigentes. Pero, en todo caso, lo mejor es hablar de alta literatura y ya no seguir descendiendo por la escalera de la manía clasificatoria.

2. No hay otro criterio que la calidad, la ambición y los ya consagrados como baremo. Y luego, encomendarse al tiempo. Góngora tardó un par de siglos en ser reivindicado. Homero resistió desde el principio. Cada uno tiene su historia.

3. No creo que varíe, sí que se enriquezca. Otra cosa son los olvidos temporales, pero son eso: temporales. En cualquier caso ¿qué importa? Dejemos que cada lector disfrute de lo que le haga reflexionar y disfrutar. Total, para cuatro días que vamos a vivir...




Alto o bajo no importan sino cuánto: cuánto vende


Belén Gopegui



1. Bajos son el arroyo, la tierra, los cultivos, altas las torres para controlar, altas las cumbres de piedra y hielo, baja la ruta de las hojas caídas que alimenta al bosque, bajo lo radical, el nivel del mar y nuestros pasos, bajos los cuerpos, altos los árboles que no ceden sus frutos. Aun cuando esto puede escribirse a la inversa, muestra que quien dio nombre a lo alto y a lo bajo fue quien controlaba, quien golpeaba desde caballos o drones o qué importa. La respuesta es entonces que no se puede hablar de alta y baja literatura sino de quienes así las nombran.

2. Para la aristocracia era una forma de distinción y, como el amor, una vía escasa y tentadora de desclasamiento, un modo de legitimar lo establecido asegurando que algunos, muy pocos, y algunas, menos aún, podrían alcanzar altas cotas espirituales, vale decir estéticas, sin proceder de buena cuna. Hoy la burguesía procura que los valores impuestos por la aristocracia se desvanezcan, alto o bajo no importan sino cuánto: cuánto vende. El proceso no es lineal, quedan restos de tradición aristocrática y sectores de la burguesía aspiran a ellos mediante una academia residual -libros, reseñas- que seguirá dando sus últimos coletazos durante décadas, al tiempo que, para no verse relegada, se entregará, pusilánime, a cualquier último valor de moda, por ver si roba un poco de legitimidad burguesa, si bien procurando contaminarse lo menos posible: Pérez-Reverte pero no E.L.James, por ejemplo, reyes vestidos pero no desnudos.

3. El canon es la expresión en cada momento de una voluntad de jerarquía, de orden. Cuando cambie el modo en que nos relacionamos, el sistema económico y social, cambiará lo que pedimos a lo que sea que entonces se llame literatura, y lo que la literatura pueda darnos.




El canon como proceso vinculado a su época


Diego Moreno



1. En mi opinión, si se establece como criterio la calidad literaria, sí se puede hacer esta distinción. Aunque el gusto personal pueda ser relativo, la calidad de un texto, su aliento, su ejecución y su vocación de perdurar, o de aportar fórmulas nuevas al discurso literario sí son evaluables.

El problema surge cuando lo asociamos a las ventas. No todo lo que llega a un público amplio es literariamente malo y no todo lo minoritario es de alta calidad. No es lo mismo 50 sombras de Grey que la trilogía Millennium, aunque ambas hayan vendido millones de ejemplares. Pero también queda claro que no tienen la relevancia literaria de la obra de Robert Musil, por ejemplo.

2. Profesores, especialistas y críticos literarios son los encargados de establecer el canon literario. Como señalaba Harold Bloom “poseemos el canon porque somos mortales y nuestro tiempo es limitado”. En este sentido el canon ayuda a los lectores, y sobre todo a los docentes. Lo complicado es cómo se establece el criterio. Yo no tengo clara la respuesta, pero queda claro que no es sólo una cuestión de gusto personal: la polémica sobre cómo se establece el canon siempre está presente, unos señalan que sólo hay que juzgar la obra por su dimensión estética, otros que hay que tener en cuenta su contexto cultural...

3. Creo que debemos entender el canon como un proceso, que no se puede desvincular de cada época histórica y, por lo tanto, es necesariamente cambiante. Muchos de los autores que ahora nos parecen imprescindibles para entender nuestra cultura en su momento no fueron apreciados y no hubiesen formado parte del canon de su época.



De Ford a Brown

Jorge Herralde



1. Dejo las elucubraciones sobre la alta y baja literatura a la Academia y a quien pueda concernir.

2. Los pragmáticos scouts y agentes literarios orientan a sus editores (y estos confeccionan sus catálogos) en arreglo a otras dos clasificaciones: literary fiction y commercial fiction. La distinción está muy clara: en un espectro estaría, digamos, Richard Ford y en el otro, Dan Brown (ejemplos que no necesitan más precisiones). Hay un ámbito intermedio, sujeto a contaminaciones diversas que, en el mejor de los casos, suele llamarse ficción comercial de (cierta) calidad.En Anagrama publicamos literatura que consideramos pertinente. Muchos títulos son aclamados como alta literatura (Nabokov, Perec, por ejemplo) y otros repudiados por críticos de ceja alta (como Bukowski o Hunter S. Thompson). No nos incomoda en absoluto esta cohabitación. Hay otros autores, digamos, que antes de la apoteosis global pueden incomodar (¿quizá Bolaño?) hasta que los reticentes se doblegan… y algunos de los primeros fans se muestran quisquillosos. Sin novedad en el frente.



En manos de los grandes

Montero Glez


1. Literatura es arte de mentir de múltiples formas, a sabiendas de que la forma más repugnante de mentira es decir la verdad. Onetti lo expresó muy bien en su relato "El pozo". Lo importante, lo que prevalece de un texto es el sentimiento. Sin sentimiento, no hay vida, no hay transmisión, no hay literatura, no hay mentira.

2. Desde tiempos antiguos en los que un grupo de influyentes capitaneados por un obispo se juntaron, allá por el siglo XIV, en nombre de la nueva música Ars Nova para acabar con el Arte antiguo defendido por Jacobo de Lieja, valga un ejemplo musical. Desde entonces hasta hoy.

3. El autor nunca ha tenido el futuro en sus manos. Y como lector, pasa lo mismo. El canon actual lo ejercen los grandes grupos editoriales que con ofertas poco literarias inundan de productos el mercado. Pero, cada vez, tienen menos demanda tales productos y eso es debido al cambio de hábitos en el consumidor, en el demandante, y este cambio de hábito viene provocado por Internet y los nuevos formatos. Pero lo que vine a decir, es que el canon artístico, hasta ahora, viene determinado por una serie de personas influyentes en los ámbitos comerciales y con poco criterio artístico ya que sensibilidad y finanzas poco tienen en común. Por eso no hay que hacer mucho caso a esos asuntos.