Desencuentro. A pesar del interés de Bioy por el cine, las transposiciones cinematográficas difícilmente logran captar el tono tan peculiar de sus textos
1969. Hugo Santiago convoca a ABC (der) y a Borges para escribir el guión de Invasión, una de las mejores películas de la historia del cine argentino. |
ABC en pantalla.El sueño de los héroes. |
ABC en la pantalla. L‘invenzione di Morel. |
ABC en pantalla.Un amor poco correspondido SClB. |
Es paradójico que el amor de Bioy por el cine sea un amor no
correspondido. Y no porque el cine no se haya acercado a los relatos de
Bioy, si se tiene en cuenta que ya en 1950 un padre cineasta y un hijo
en tren de serlo –Leopoldo Torres Ríos y un veinteañero Leopoldo Torre
Nilsson– convirtieron la nouvelle El perjurio de la nieve en la película El crimen de Oribe, editada cuatro años antes, dando por resultado quizá la mejor versión de ese cruce.
El
cine frecuentó a Bioy casi tanto como Bioy frecuentó el cine. Si él lo
visitó como espectador o reseñando filmes con el seudónimo de
Aristóbulo Talasz, el cine frecuentó los relatos de Bioy con insistencia
desde esa incursión temprana de Torres Ríos-Torre Nilsson, quizá por la
tentación de cineastas que intuyeron que allí había “tramas para
cineastas” y no –como dijera Bioy tiempo después, ironizando sobre la
compulsión de llevar al cine La invención de Morel – fatídicas “trampas para cineastas”.
¿Qué
es lo que llevó a tantos cineastas y de tantas latitudes a dejarse
tentar por Bioy, con suerte sistemáticamente adversa? En casi todas las
versiones cinematográficas reaparece la elección de relatos con un
denominador común: un narrador que se ve inmerso en historias con un
enigma en el centro, y por esa grieta se cuela una investigación en la
que queda atrapado. Era lo que privilegiaba el italiano Emidio Greco en L`invenzione di More l (1971), pero también Mercedes Frutos en su peronizada traslación Otra esperanza (1991), Alejandro Areal Vélez resolviendo en clave onírica en el video En memoria de Paulina (1992), Sergio Renán en El sueño de los héroes (1997) o Alejandro Chomski en Dormir al sol (2012).
Si
los relatos de Bioy que suelen tentar al cine toman la forma de una
telaraña para cineastas no es tanto porque haya siempre una mujer amada y
perdida y hasta congelada, ni porque se eviten ideas como la
proyección, el ritual y lo fantasmático como conducto a la fatalidad,
tan medulares en estas transposiciones o en otras que bien podrían
(mejor no) ocurrir, con cuentos como “Planes para una fuga al Carmelo” o
“De la forma del mundo”. Más bien, en su voluntad de literalidad
anecdótica parece esfumarse la engañosa ligereza del tono, ese juego que
intenta organizar lo indescifrable.
Es así como las incursiones
más productivas del cine con Bioy han sucedido en las transposiciones no
declaradas, donde se trafica a Bioy más que “adaptarlo” –y la palabra
no puede ser más frenopáticamente pertinente–, y los filmes ya no se
atrincheran en los argumentos sino en algunas ideas centrales. Si
tomamos La invención de Morel se puede ver que, en Hace un año en Marienbad
(1961), el director Alain Resnais y su guionista Alain Robbe-Grillet en
vez de un culto a la literalidad tomaron algunas líneas decisivas como
la proyección recurrente en la que se desliza una mujer evanescente o
reencontrada, desplegando un laberinto que es a la vez un lugar y una
clave sobre la forma misma de la película. No es la isla desierta ni la
máquina lo que producen esas figuras fantasmáticas sino la propia
subjetividad, en la que se fusionan la del personaje y la del filme.
Como buena película fundante de la modernidad, disuelve la repetición de
situaciones en escenarios disímiles en una zona donde el sueño y la
vigilia han dinamitado sus membranas aislantes, con lo que Hace un año en Marienbad
termina por ser la versión enigmática del fragmento onírico de
Sherlock Jr., que Buster Keaton realizara casi cuarenta años antes.
Una década más tarde, Andrei Tarkovski traspuso como Solaris
la novela de ciencia-ficción de Stanislaw Lem, y muchos han notado la
cercanía entre ese memorable océano que materializaba deseos y la idea
de la proyección ritualizada de La invención de Morel . Aunque el
encierro en esa estación espacial –como el castillo y los jardines de
Marienbad– y la presencia omnímoda del agua –como variación de la
máquina de proyección de Bioy– parezcan alusiones evidentes a la la isla
en la que cae el narrador de la novela de Bioy, las referencias parecen
más un efecto de lectura que de referencias contundentes de un
traspaso. En todo caso, también se podría pensar en la serie Lost como una versión vagamente explicativa de algunos núcleos de La invención de Morel
, aún admitiendo que la isla desierta se ha poblado, que el sistema de
reproducción ha devenido radiotransmisor y que los sistemas de
alteración temporal aplanaron la inquietud de lo fantasmático que
proponía Bioy.
De manera inversa a su voluntad de evitar
trabajar en las versiones de sus propios relatos, Bioy participó junto a
Jorge Luis Borges en la escritura de varios guiones. Más aún: siempre
se ocupó en subrayar que era Borges quien lo empujaba a escribirlos y
que en buena medida aceptaba la invitación por el solo placer de
trabajar juntos, como si el cine fuera –al menos inicialmente– otro modo
de la felicidad que los condujera a experiencias como la de Bustos
Domecq.
Si los guiones para cine se cuentan con los dedos de una mano –el olvidable resultado de Los orilleros , de Ricardo Luna, y el jamás filmado El paraíso de los creyentes
–, hay al menos dos de ellos que van a brillar en películas autónomas,
si acaso cabe el término, sabiendo que quienes colaboraron con el
director Hugo Santiago fueron Borges y Bioy. En 1969 coescriben con el
cineasta Invasión , casi unánimemente considerada una de las
mejores de toda la historia del cine argentino, en la que imaginan una
Buenos Aires a la vez mítica y fantástica, llamada Aquilea. Allí un
viejo líder llamado Don Porfirio organiza a un grupo para que defienda
la ciudad del asedio de otro grupo que parece querer ocuparla. “La
ciudad es más que los hombres”, dice el viejo, aludiendo a todo aquello
que la ciudad está a punto de perder: las tradiciones, la fisonomía, el
coraje y los modos de amar.
Cinco años después, Santiago vuelve a reunir a Bioy con Borges en Les autres ( Los otros
), película decididamente francesa que se estrena en el Festival de
Cannes, que nunca se estrenará en Argentina, a excepción de algunas
funciones especiales. El suicidio de un hijo hace que su padre termine
involucrado más que en detectar las causas en su mundo y sus afectos,
al punto de continuarlo o sustituirlo, con un giro respecto de la
identidad del personaje a través de la mirada de “los otros”. Quizás sea
verdad que el de Bioy por el cine sea un amor pocas veces
correspondido. Y aunque en esta década las transposiciones
cinematográficas de sus relatos se han espaciado hasta casi desaparecer,
el futuro es una incógnita. Quizá desaparezca la pretensión literal y
el milagro se produzca, y alguien logre capturar el tono de su
narrativa, como quien entona una música ajena y esquiva.
Sergio Wolf es director, guionista y crítico de cine. Su nuevo documental se titula El color que cayó del cielo .