sábado, 6 de septiembre de 2014

Minicuentos 89



De libros y lectores     
Lectora de Eugene Spiro
                                                                                                   




Confrontación

Anthony Burgess

“Comienzo por el principio, continúo hasta el final y luego me detengo… No escribo borradores. Escribo la página uno muchas, muchas veces y luego sigo con la página dos. Amontono hoja por hoja, todas y cada una en su estado definitivo”.



Lucrecio y el amor

Marcel Schwob



Y he aquí por qué, al regresar a la alta mansión sombría de sus antepasados, se acercó a la hermosa africana, ocupada en cocer un brebaje sobre un bracero de bronce. Pues también ella había reflexionado en sus adentros, y sus pensamientos se habían remontado a la fuente misteriosa de la sonrisa. Lucrecio contempló maquinalmente el brebaje, todavía hirviente en el cuenco de metal. El líquido se fue aquietando poco a poco, y pronto su superficie fue semejante a un cielo turbio y verde. Y la hermosa africana sacudió su frente, haciendo revolar en torno a sus cabellos negros, y levantó en el aire un dedo. Lucrecio, entonces, bebió el filtro. E, inmediatamente, su razón se anegó, y todas las palabras griegas del rollo de papiro se borraron de su memoria. Y, por vez primera, estando loco, conoció el amor; y aquella misma noche, habiendo sido envenenado, conoció la muerte.



Irremediable

Rodrigo Pérez Rembao



La misma brisa que le hizo sentir frío minutos antes, arrastraba una hoja de papel que, al contacto con el pavimento, hacía ruido (perceptible a esas horas de tranquilidad). Apartó su vista del libro y se entretuvo contemplando con qué lentitud se acercaba el papel a la banca donde había decidido sentarse. Para ello, hubo necesidad de que en el recorrido hiciera un viraje caprichoso, lo cual convertía el detalle en una casualidad sorprendente. Como lo esperaba, el papel llegó directo a sus pies. Se detuvo un instante, y él le clavó la mirada en búsqueda de cualquier cosa que pudiera entenderse como un mensaje, como una señal al menos. Una nueva ráfaga sacudió al objeto. Lo hizo girar de tal forma que dejó ver ambas caras en blanco; vacías.

Sintió una especie de desencanto que, aun reanudando su lectura, no desapareció del todo.



Rosas rojas para Edgar Allan Poe

Agencia ANSA



ANSA, Washington, 19 de enero.- Habría cambiado este año el desconocido que, tal como ocurre ininterrumpidamente desde hace 39 años, también esta madrugada, hacia las 2:30 (local), puso tres rosas rojas —en el aniversario de su nacimiento— en la tumba del escritor “maldito”, Edgar Allan Poe, en la iglesia de Westminster, en la ciudad de Baltimore. Bebió en su honor un sorbo de cognac y dejó luego la botella semillena sobre la lápida de su tumba. Jef Jerome, el guardián de la casa de Poe, dijo que este año el desconocido apareció más joven y no tenía, como en los últimos años, crecientes dificultades para caminar. (Otras tumbas que reciben rosas rojas son las de Rodolfo Valentino y Marilyn Monroe).



El clarinete

Oliverio Girondo



Musicalmente, el clarinete es un instrumento muchísimo más rico que el diccionario.





Un cuento

Arsenio Ernesto



Embotado miró desde una banca de piedra en un parque. Frente a mí hay un carrito de raspados con botellas multicolores y una gran barra de hielo opaco. A mi izquierda sentado sobre un pedestal, concentrado, como si pescara una idea, ataviado con ropa de su época y su categoría, empuñada en la diestra una pluma, se encuentra Cervantes Saavedra, monumento inmóvil. El dueño del carrito, el raspadero, hombrecillo macizo, moreno, comenta: “”Está dura la calor”. Es mediodía. Un árbol nos protege con su sombra. A mi derecha una pequeña fuente lanza incansable su chorro de agua, que rebota en un punto del aire imposibilitado de alcanzar el cielo. Quiero escribir algo en donde aparezca el vendedor de raspados de hielo. Mi mente está torpe, no hallo argumento. Me esfuerzo y nada. Es como una posición complicada en una partida de ajedrez: el novato ve muchas piezas y desconcertado no sabe cuál elegir; el maestro detecta con agudeza los puntos clave de la posición y encuentra la combinación escondida allí donde el inexperto sólo ve confusión. Soy el novato tratando de encontrar un hilo para unir esto en un relato. En eso el vendedor camina directo hacia un vaso desechable que está acostado bajo la banca de enfrente. Lo levanta vaciando los residuos de agua que conservaba. Busca con la mirada. Halla otro sobre el pasto, junto a los arbustos. Lo recoge. Hace un recorrido por el pequeño parque. Finalmente ha rescatado ocho vasos. Se acerca a la fuente y los enjuaga uno por uno. Los coloca volteados de cabeza sobre una de sus botellas, la de color violeta o sabor uva. Se va empujando su carrito, sólo deja un charco de agua. Una hoja seca cae crujiente sobre mi hombro y me devuelve a la realidad. “Esta dura la calor ¿verdad?”. Ni Cervantes, ni la fuente, ni el carrito, ni el Raspadero, se han movido. Sobre la botella violeta ocho vasos gotean un cuento.



De libros y lectores

Sergio Fernández



No debes preocuparte,  pues hoy mismo le paso el libro. ¡Estúpido! ¿Cuándo aprenderemos los mexicanos a tener respeto? Quedará fascinado, hasta nos lo regalará para comérnoslo, en tu casa, con lo bien que cocina tu madre. ¿Te parece bien que sea Polvo? Sí, polvo como todo lo de aquellos días, tan pobretón, tan inventado y al mismo tiempo tan bestial. Polvo, una bella e ingenua proposición a fin de cuentas: ¡Regalar un libro de poesía a un vecino para que quitara, del patio, a un guajolote!