De libros y lectores
Lectora de Eugene Spiro
Confrontación
Anthony Burgess
“Comienzo por el principio, continúo hasta el final y
luego me detengo… No escribo borradores. Escribo la página uno muchas, muchas
veces y luego sigo con la página dos. Amontono hoja por hoja, todas y cada una
en su estado definitivo”.
Lucrecio y el amor
Marcel Schwob
Y he aquí por qué, al regresar a la alta mansión
sombría de sus antepasados, se acercó a la hermosa africana, ocupada en cocer
un brebaje sobre un bracero de bronce. Pues también ella había reflexionado en
sus adentros, y sus pensamientos se habían remontado a la fuente misteriosa de
la sonrisa. Lucrecio contempló maquinalmente el brebaje, todavía hirviente en
el cuenco de metal. El líquido se fue aquietando poco a poco, y pronto su
superficie fue semejante a un cielo turbio y verde. Y la hermosa africana
sacudió su frente, haciendo revolar en torno a sus cabellos negros, y levantó
en el aire un dedo. Lucrecio, entonces, bebió el filtro. E, inmediatamente, su
razón se anegó, y todas las palabras griegas del rollo de papiro se borraron de
su memoria. Y, por vez primera, estando loco, conoció el amor; y aquella misma
noche, habiendo sido envenenado, conoció la muerte.
Irremediable
Rodrigo Pérez Rembao
La misma brisa que le hizo sentir frío minutos antes,
arrastraba una hoja de papel que, al contacto con el pavimento, hacía ruido
(perceptible a esas horas de tranquilidad). Apartó su vista del libro y se
entretuvo contemplando con qué lentitud se acercaba el papel a la banca donde
había decidido sentarse. Para ello, hubo necesidad de que en el recorrido
hiciera un viraje caprichoso, lo cual convertía el detalle en una casualidad
sorprendente. Como lo esperaba, el papel llegó directo a sus pies. Se detuvo un
instante, y él le clavó la mirada en búsqueda de cualquier cosa que pudiera
entenderse como un mensaje, como una señal al menos. Una nueva ráfaga sacudió
al objeto. Lo hizo girar de tal forma que dejó ver ambas caras en blanco;
vacías.
Sintió una especie de desencanto que, aun reanudando
su lectura, no desapareció del todo.
Rosas rojas para Edgar Allan Poe
Agencia ANSA
ANSA, Washington, 19 de enero.- Habría cambiado este año el desconocido
que, tal como ocurre ininterrumpidamente desde hace 39 años, también esta
madrugada, hacia las 2:30 (local), puso tres rosas rojas —en el aniversario de
su nacimiento— en la tumba del escritor “maldito”, Edgar Allan Poe, en la iglesia
de Westminster, en la ciudad de Baltimore. Bebió en su honor un sorbo de cognac
y dejó luego la botella semillena sobre la lápida de su tumba. Jef Jerome, el
guardián de la casa de Poe, dijo que este año el desconocido apareció más joven
y no tenía, como en los últimos años, crecientes dificultades para caminar.
(Otras tumbas que reciben rosas rojas son las de Rodolfo Valentino y Marilyn
Monroe).
El clarinete
Oliverio Girondo
Musicalmente, el clarinete es un instrumento muchísimo
más rico que el diccionario.
Un cuento
Arsenio Ernesto
Embotado miró desde una banca de piedra
en un parque. Frente a mí hay un carrito de raspados con botellas multicolores
y una gran barra de hielo opaco. A mi izquierda sentado sobre un pedestal,
concentrado, como si pescara una idea, ataviado con ropa de su época y su
categoría, empuñada en la diestra una pluma, se encuentra Cervantes Saavedra,
monumento inmóvil. El dueño del carrito, el raspadero, hombrecillo macizo,
moreno, comenta: “”Está dura la calor”. Es mediodía. Un árbol nos protege con
su sombra. A mi derecha una pequeña fuente lanza incansable su chorro de agua,
que rebota en un punto del aire imposibilitado de alcanzar el cielo. Quiero
escribir algo en donde aparezca el vendedor de raspados de hielo. Mi mente está
torpe, no hallo argumento. Me esfuerzo y nada. Es como una posición complicada
en una partida de ajedrez: el novato ve muchas piezas y desconcertado no sabe
cuál elegir; el maestro detecta con agudeza los puntos clave de la posición y
encuentra la combinación escondida allí donde el inexperto sólo ve confusión.
Soy el novato tratando de encontrar un hilo para unir esto en un relato. En eso
el vendedor camina directo hacia un vaso desechable que está acostado bajo la
banca de enfrente. Lo levanta vaciando los residuos de agua que conservaba.
Busca con la mirada. Halla otro sobre el pasto, junto a los arbustos. Lo
recoge. Hace un recorrido por el pequeño parque. Finalmente ha rescatado ocho
vasos. Se acerca a la fuente y los enjuaga uno por uno. Los coloca volteados de
cabeza sobre una de sus botellas, la de color violeta o sabor uva. Se va
empujando su carrito, sólo deja un charco de agua. Una hoja seca cae crujiente
sobre mi hombro y me devuelve a la realidad. “Esta dura la calor ¿verdad?”. Ni
Cervantes, ni la fuente, ni el carrito, ni el Raspadero, se han movido. Sobre
la botella violeta ocho vasos gotean un cuento.
De libros y lectores
Sergio Fernández
No debes preocuparte, pues hoy mismo le paso el
libro. ¡Estúpido! ¿Cuándo aprenderemos los mexicanos a tener respeto? Quedará
fascinado, hasta nos lo regalará para comérnoslo, en tu casa, con lo bien que
cocina tu madre. ¿Te parece bien que sea Polvo? Sí, polvo como todo lo de
aquellos días, tan pobretón, tan inventado y al mismo tiempo tan bestial.
Polvo, una bella e ingenua proposición a fin de cuentas: ¡Regalar un libro de
poesía a un vecino para que quitara, del patio, a un guajolote!