El genial dibujante y grabador holandés expone lo mejor de su obra en Roma
Escher, de exposición en Roma./elmundo.es |
Hay en sus trabajos un juego entre el
arte y las matématicas que genera un mundo más cercano a los sueños que a
la realidad. Ferozmente individualista, Escher rechazó una oferta
de Mick Jagger para utilizar uno de sus grabados en la portada de un
disco de los Rolling Stones
"Sólo quienes intentan cosas absurdas alcanzarán lo imposible". Eso pensaba el artista holandés Maurits Cornelis Escher
(1898 - 1972). Y si por absurdo se entiende lo inverosímil, lo
asombroso y lo paradójico, a eso dedicó él justamente la mayoría de sus
73 años de vida: a explorar el terreno de lo increíble, a transformar la
materia real en imágenes irreales, a bucear en el infinito, a
investigar el mundo de las simetrías, a crear mosaicos pictóricos en los
que las figuras que los componen se transforman casi por arte de magia
en otras... Todo ello, con obsesiva precisión matemática.
La matemática es una ciencia que siempre ha ejercido una enorme fascinación en numerosos artistas. Desde Fidias (el artista griego que hace 2.500 años ya aplicaba el número áureo, el número de la proporción divina, en sus esculturas) hasta Le Corbusier, pasando por Leonardo Da Vinci.
Pero nadie como Escher ha sabido plasmar sobre el papel sus leyes y
principios. Porque Escher no sólo pintaba o grababa: lo que hacía en
realidad era reflexionar (y a veces solucionar) con imágenes problemas
de la geometría euclidiana y no euclidiana. Lo que explica por qué es
sin duda el artista preferido de los matemáticos, muchos de los cuales
han elegido sus obras para ilustrar sus manuales científicos.
Pero los grabados y dibujos de Escher, al que una exposición en el
Claustro del Bramante en Roma rinde ahora homenaje con más de 130 obras,
también ejercieron un efecto hipnótico en otra categoría muy distinta a
la de los matemáticos: hablamos de los hippies, de los seguidores de la
generación beatnik y de los adictos en general a la psicodelia.
Un amor que sin embargo no fue recíproco y que con el paso del tiempo
(y con el uso no autorizado y a destajo de imágenes de Escher en
posters, camisetas y discos) acabaría dando paso a una auténtica
aversión por parte del artista hacia toda esa gente.
Maurits Cornelis Escher siempre fue un tipo complicado y, además, con una tendencia irrefrenable hacia la depresión y la melancolía.
Pero su familia era rica. Así que, para tratar de sacarle de ese estado
de tristeza infinita en el que estaba encallado sus padres decidieron
que unas buenas dosis de sol, de luz y de espíritu sureño podrían ser la
mejor de las medicinas. Así que con 22 se lo llevaron de viaje por
España (Madrid, Toledo, Granada) y por Italia (visitó Florencia, San
Gimignano, Volterra, Siena, Ravello, Castrovalva).
En España ya se sabe que se quedó boquiabierto con La Alhambra
y, en concreto, con la simetría de sus mosaicos, con la repetición de
sus formas. Pero Italia también le hechizó, hasta el punto de que siguió
viajando regularmente a ese país. En Italia, concretamente en Ravello,
conoció a Jetta Umiker, la joven suiza con la que se casó en la
localidad toscana de Viareggio en 1924. Para entonces ya hacía un año
que Escher vivía en Roma. En total estuvo residiendo en la capital
italiana 12 largos años.
La exposición en el Claustro del Bramante, que se
puede visitar hasta el próximo 22 de febrero, analiza sobre todo cómo el
paso por Italia de Escher contribuyó en gran medida a modelar su modo
tan personal de entender el arte. De hecho, esa vertiente italiana es
una de las partes más interesantes de la muestra. Pero la antología
recorre otros muchos aspectos y facetas de un tipo que, al contrario de
lo que uno se podía imaginar, no fue el típico empollón. Al revés: en el
colegio iba mal. Luego trató de estudiar ingeniería, como su padre,
pero abandonó sin conseguir sacarse el título.
Por suerte para él su familia no sólo disponía de importantes
recursos económicos sino que su padre además era uno de esos hombres que
pensaba que uno en la vida debe de seguir su vocación, así que nunca
puso problemas a la hora de financiar la carrera artística de su hijo.
Lo que explica, más allá de su odio declarado hacia todos los devotos
del sex&drugs&rock'n'roll, el que Escher se permitiera el lujo
de rechazar la oferta que en 1969 le hizo Mick Jagger ofreciéndole dinero a cambio de emplear una de sus obras en la portada de uno de los discos de los Rolling Stones, concretamente en 'Let it Bleed'.
"Querido Mauritius, durante bastante tiempo he tenido entre mis manos
tu libro y no dejo nunca de sorprenderme cada vez que lo hojeo. Creo
que tu trabajo es absolutamente extraordinario", comenzaba la carta de
Jagger. Escher respondió con una escueta misiva enviada, tal como le
pedía Su Satánica Majestad, a su representante y en el que rechazaba
tajantemente la oferta. "Y por cierto: le ruego que le diga al señor Jagger que para él no soy Maurits, sino el señor Escher", concluía con un toque de indisimulada mala educación.
Pero aunque Escher no se licenció en matemáticas, estudió de manera
autodidacta muchas de sus leyes. "Con gran fatiga", como señalaría él
mismo. "Con precisión maniática", como nos cuenta Marco
Bussagli, el comisario de la exposición del Claustro del Bramante,
destacando en ese sentido las decenas y decenas de cuadernos en los que
Escher plasmaba los estudios previos a cada una de sus obras.
El caso es que se puede estudiar la cristalografía a
través de sus obras. "De hecho es uno de los mejores modos que hay",
subraya Bussagli, destacando que hay cuatro leyes por las que se rige la
cristalografía, que producen 32 soluciones que combinadas generan a su
vez 270 formas. Pues bien: muchas de esas formas de simetría se
encuentran en las obras de Escher, como lo demuestra por ejemplo el
grabado 'Profundidad', que sigue el mismo sistema de simetría que el
hierro.
La muestra se adentra en la peculiar relación de Escher con la
cristalografía, pero también analiza su profundo interés por la
naturaleza y su increíble capacidad de observar el mundo de un modo
distinto. Sus dibujos de escarabajos, saltamontes, flores y charcos que
pueblan la exposición así lo atestiguan. Y también le fascinaban
paisajes, especialmente los montañosos, algo fácil de comprender si se
tiene en cuenta que su Holanda natal es un país tan plano que con sus
112 metros el campanario de Utrech es el segundo punto más elevado del
país. La exposición recoge en ese sentido los sugestivos dibujos que
Escher realizó de los paisajes de las localidades italianas de
Pentedattilo, Tropea, Scilla o Castrovalva, y que fueron fruto de sus
viajes por Calabria y Sicilia.
Su paso por Roma está también muy presenta en la muestra. No sólo a
través de los enigmáticos dibujos que hacía durante sus paseos nocturnos
por la ciudad, y varios de los cuales se exhiben ahora en el Claustro
del Bramante. En Roma Escher residía en la Via Poerio 122,
en el tercer y cuarto piso de un coqueto edificio. En el cuarto piso
tenía su estudio, donde no sólo estudiaba, dibujaba o realizaba las
planchas de sus grabados, sino también estampaba. En plan casero,
utilizando un método tan rudimentario como el de la cuchara de madera:
en lugar de una prensa, para imprimir la imagen sobre el papel, aplicaba
éste sobre la placa llena de tinta y lo golpeaba suavemente con una
cuchara de madera.
De ese estudio de la Via Poerio 122 de Roma Escher dejó constancia en algunas de sus obras más famosas como por ejemplo 'Mano con esfera reflectante'.
Y el propio artista diseñó el suelo de baldosas de su casa romana, en
una especie de anticipación de los juegos de simetrías con los que se
obsesionaría tras su visita a la Alhambra en 1936. La exposición
reproduce ese suelo de su casa de Roma e incluye además dos de las
baldosas originales. "¿Estáis realmente seguros de que un suelo no puede
ser también un techo?", le gustaba soltar.
Porque a Escher le gustaba jugar, le maravillaban los juegos y las
ilusiones ópticas, algunas de las cuales llegó a conocer de forma
intuitiva y otras a través del estudio. Y también le extasiaban los objetos imposibles,
esos objetos que sobre el papel parecen lógicos, posibles, pero que si
tratan de llevarse a cabo en tres dimensiones no hay manera de
realizarlos. La retrospectiva dedica una sala completa a esos objetos
imposibles.
"Mi trabajo es un juego... Un juego muy serio",
sentenció en alguna ocasión. Y la exposición del Claustro del Bramante
incluye juegos, pensados para distintas alturas, para que tanto niños
como adultos puedan adentrarse de manera lúdica en el complejísimo mundo
de este artista. Uno de esos juegos incluso permite entrar en una obra
de Escher: mediante un juego de espejos, el visitante tiene la sensación
de estar suspendido en medio de uno de esos trabajos del artista que
reproducen hasta el infinito un patrón.
El infinito fue también otra de las grandes obsesiones. Pero, a pesar del aire metafísico que destilan la mayoría de sus obras, Escher se declaraba ateo.
Aunque en alguna ocasión aseguró que no estaría mal que existiera el
punto omega, el punto de máxima complejidad y conciencia al que según el
científico jesuita Pierre Teilhard de Chardin tiende el universo en su
evolución. Porque en lo que desde luego Escher sí que creía era en la
sacralidad de la naturaleza.
Escher abandonó Italia en 1936, con gran pesar. Tomó la decisión
después de que un día del mes de febrero de ese mismo año su hijo
llegara a casa vestido con el uniforme de los balilla, la organización
de las juventudes fascistas, la versión mussoliniana de
las Juventudes Hitlerianas. A Escher, un tipo sensible, casi le dio un
soponcio. En julio dejó Italia y se trasladó con sus familia a Suiza.
Pero se llevó para siempre la impronta que Italia dejó en su arte, y de la que da buena cuenta la exposición. "Escher no era el genio autista y aislado del mundo que el estereotipo le ha colgado.
Durante su estancia en Italia no sólo se relacionó con críticos y
artistas, no sólo conoció el futurismo y el arte de la escuela romana
sino que fue permeable a algunas influencias", sostiene Marco Bussagli.