lunes, 6 de julio de 2009

El fuego atavico de los libros

Cuando descubrí que en la biblioteca Virgilio Barco, se reunía un grupo espontáneo de lectores desprevenidos que sólo buscaban leer autores por el puro placer de conocer su obra, me llené íntimamente de un regocijo infantil. Y rompí el aislamiento con mucha satisfacción de otro lector ávido de volver a releer, porque comprendí que había encontrado a una hermandad.
Siempre veo una especie de complicidad, cuando me encuentro con personas, que les gusta leer por leer, porque en esta actividad se despierta una sensación tan parecida a la felicidad tan codiciada. Una especie de cofradía que tiene sus rituales sencillos pero rituales al fin. Todos unidos a un fin de compartir el mundo imaginario de un autor que nos amplía el marco de la realidad para comprender mejor la vida de los hombres a través de su historia, sea de la trama que nos hila ya un cuento o de una novela como de la Historia de la època en que el autor vivió y nos cuenta, recreándonos con sus fantasía y nos llena de sensaciones y nos lleva de su mano a su personal universo.
La lectura es una actividad que no da dividendos pero nos deja saldos grandes con nosotros mismos, porque igual nos redescubrimos mediante los personajes que el autor nos muestra, y comprendemos mejor al otro, nuestro semejante, el prójimo como dijera algun escritor anónimo de los Evangelios.
Por eso un libro siempre estará cargado de secretos, que con la belleza de las palabras nos incita a descubrirlos para darse cuenta el lector hasta donde la literaria fantasía se parece en tanto a la vida que lleva el lector.





Marcelo Del Castillo
Publicado en Erase una vez en la biblioteca.
Bibliored. Red capital de bibliotecas públicas.
Junio de 2006