Poesía de la A a la Z
No es menor el peso del material reunido en el último libro de Juan Gelman: 287 poemas en prosa que bajo el título general de Hoy ofrendan una densidad lírica que, en esta ocasión, se conjuga con una inquietante mirada sobre la actualidad del panorama mundial. Porque el mismo mundo que contiene caballos y jabalíes, o el de la inquietud por el destino de la poesía, es el mundo del olvido, la nostalgia y el espanto
Juan Gelman publica una recopilación de sus poemas llamada Hoy./pagina12.com.ar |
Como el
momento o el lugar donde lo vivido viene a amontonarse, igual que en el
poema de César Vallejo (“todo lo vivido se empoza,/ como charco de
culpa, en la mirada”): eso sería el “hoy”, tal vez, al que alude el
título. Algo hay empozado, aunque no quieto, en el mundo que arman los
poemas del más reciente libro de Juan Gelman, y aunque no es solamente
culpa lo que palpita ahí, la coloración sombría de esa palabra, “culpa”,
lo que tiene de inapelable y doloroso, impregna los aires de ese “hoy”:
“a esto llegamos”, parece anunciar el título, “así están las cosas”.
¿Cómo? En lo que del “hoy” correspondería al “mundo en que vivimos”,
está claro, porque, además de mencionar a Irak, Pakistán, Afganistán o
Somalia, de hablar de tortura y balazos, de víctimas y de verdugos, hay
un poema, el XXII, que se ocupa del capitalismo, y el CCIII constata que
“Capas de la neblina, una a una, protegen el can-can del oro, es moda
firmar contratos con la ceguera, la mudez, el tapadón de la nariz, no
ver hambre en la calle”. Aunque, en el mismo texto, al final –y de
virajes inesperados como ese está hecho el libro entero– irrumpe otra
cosa, como advertencia tal vez, o contrapunto, o para indicar que las
realidades no tienen un solo costado: “Tangentes de la lengua trabajan
para no dormir”.
Ante la índole criminal de la época, efectivamente, trabajan
tangentes de la lengua, en contra del sueño que no permite ver. Más que
la lengua misma, con lo que tiene de orden y sistema, sus tangentes: es a
lo que parece apostar esta escritura, en su intento de abrirse a un hoy
al que no accedería de otro modo, ya que los reconocibles aspectos del
mundo en que vivimos son sólo algunos de los que la vigilia pone ante
los ojos, o ante los sentidos, o ante el pensamiento o la memoria,
obligados a hacerse cargo de aquello con lo que ni el lenguaje ni el
pensamiento saben bien qué hacer, porque nada en el hoy se rinde así
nomás. “Dios”, “el deseo”, “la nada”, “lenguaje”, “ausencia”, “olvido”,
“nostalgia”, “espanto”, “amor” y, por supuesto, “poesía”, son menciones
frecuentes, y hasta por ahí aparecen términos como deconstrucción,
semiótica, hermenéutica, estética y proceso simbólico, pero también
caballos, tórtolas o jabalíes que quién sabe si aluden literalmente a
caballos, tórtolas o jabalíes, a lo largo de textos que, en tiempo
presente y en tercera persona, con un tono de impasibilidad y de
descripción objetiva, tienden a simular anotaciones, más aún porque
están escritos en prosa.
Sería una suerte de registro de lo que en el hoy irrumpe,
implacable, como implacable es la decisión de asumirlo, guste o no, y
llevarlo como se pueda a las palabras.
Lo que es, porque es, precisamente, es implacable. No hay sosiego en
esta vigilia y en cambio hay preguntas, las más de las veces tácitas.
No es sólo que el pasado ya pasó (aunque no deja de retornar como
ráfagas de vislumbres, a veces cálidos, a veces terribles, siempre
temblorosos), es que nada de lo que era, sometido a la interrogación del
presente, sigue siendo lo mismo. No esperen certezas, parece decir el
hoy: “El deseo es y para ser, no es. Somos lo que no somos en sábanas
oscuras. La llanura de la lengua tiene caballos ciegos, galopan su
dimensión cualunque sin otra esperanza que la nada, el único lugar donde
la unión es posible”. Se asiste a un mundo en el que cayeron todas las
explicaciones (de ahí las ironías hacia la hermenéutica o la semiótica),
y tampoco la poesía queda a salvo de ese tembladeral de sentidos. “¿Y?”
es el único de los poemas que no está titulado con un número, y es el
que cierra el libro: “si la poesía fuera un olvido del perro que te
mordió la sangre/ una delicia falsa/ una fuga en mí mayor/ un invento de
lo que nunca se podrá decir? ¿Y si fuera la negación de la calle/la
bosta de un caballo/ el suicidio de los ojos agudos? ¿Y si fuera lo que
es en cualquier parte y nunca avisa? ¿Y si fuera?”.
Hoy. Juan Gelman Seix Barral 298 páginas
Volver a plantear qué es o qué puede ser la poesía tiene que ver,
seguramente, con el desafío al que responden estos textos. En la línea
que en la obra de Gelman inicia Valer la pena (2001), fragmentos secos,
ásperos, se suceden, extraños entre sí, aparentemente desconectados
muchas veces, como si la cuestión ahora fuera arrancar palabras del
sólido muro de lo indecible, cada vez más prepotente en su avance. No es
con oraciones, como en Citas y comentarios, que ahora se enfrenta la
indecibilidad, sino con frases que parecen rescatadas abruptamente de la
nada, como disputándolas a la mudez del mundo. Si, como se sabe, del
horror no hay cómo hablar, algo de esa experiencia parece encontrar esta
escritura en el hoy, y ahí es que libra su batalla. Vale decir, busca
su propia organización, no para transmitir eso que se le presenta, sino
para que salga algo de lo que ocurre cuando las palabras se animan a
encararlo, y que algo les pase a las palabras.
Situar a Gelman en el escenario de lo que ahora se escribe y se lee,
visto desde ese lugar, no sirve de mucho. La costumbre de leer a la luz
de la historia de la poesía, de las herencias, las luchas de tendencias
y los cuadros de situación, puede contribuir, seguramente, a algunas
discusiones, pero no parece que tenga importancia si pensamos en este
libro como un reto y lo aceptamos. No suele ocurrir que quienes
emprenden tentativas así se anden fijando en qué podría decirse de ellas
o cómo las van a clasificar, y al fin y al cabo hasta que se las
considere poesía o no es irrelevante: la cuestión es lo que ocurre a
partir de que se entra en el juego, y esto, tanto o más que para quienes
escriben libros como Hoy, vale para quienes los leen.
Si de lo que se trata, es, en serio, de leer, más vale estar listo
para un trabajo, con todo lo que eso implica, y no fácil ni rápido: algo
se pone entonces en movimiento en la mente, junto con el placer del
encuentro con ciertas palabras y ciertas imágenes, algunos relámpagos de
revelación, pero que nadie espere estar seguro de saber bien qué se
dice ni de arribar a nada. Nada hay que esperar: hay que hacerse cargo.
Hacerse sabio, en cierto modo, estar disponible y dispuesto a que, lo
que es, sea.