El célebre escritor italiano habló en Florencia sobre inicios y finales de novela. Confesó que su próxima novela se titulará: Historia de las tierras legendarias y que le restan "tres novelas por escribir"
"Yo no recomenzaría nunca personalmente. Me gusta todo lo que me sucedió, no quiero volver a ser joven ni tener 20 años." /Revista Ñ |
Ojo que éste, con tinta roja, vale más”, le dice Umberto Eco a
la señora que le extiende un ejemplar de El nombre de la rosa para que
lo firme: “para Doménico y Sabrina”. Mientras Eco da vuelta las páginas
para pispear el año de la edición de su novela más taquillera –vendió
treinta millones de copias–. “ Attenti , que es una de las primeras, de
1981, vale como 500 euros”, agrega il professore en el detrás de escena
del Salón del Cinquecento del Palazzo Vecchio de Florencia, donde
habló de escritura, de la propia cocina de sus libros, de cómo él y
otros escritores han comenzado y han terminado sus novelas.
“Para
enseñar la escritura creativa es necesario enseñar primero a leer –dice
Eco. La escritura profesional, en cambio, sí se puede enseñar. La
técnica se puede aprender.” Para este encuentro, Eco hurgó en su
biblioteca y trajo ejemplos de inicios y finales de novelas. “Todos
vivimos de recuerdos de incipit (inicios) de libros. Los finales son
menos recordados porque no todos los lectores llegan hasta la última
página de la novela”, bromea. Uno de sus favoritos es el final de Martin
Eden , de Jack London: “‘Cayó en las tinieblas y como lo supo, cesó de
saberlo’ –lee Eco a la platea–. Desde los 12 años me ha obsesionado este
final en el que el protagonista, luego de haber conocido la gloria, se
deja caer al vacío y termina hundido en el mar. Mi meditación acerca de
la muerte, desde entonces, estuvo moldeada sobre este final.” Sobre sí
mismo, confesará lo mucho que se detiene en la construcción del universo
ficcional de sus relatos antes de avanzar con la escritura en sí.
“Investigo durante años, me puede llevar dos años. Una vez que tengo el
mundo puedo comenzar a escribir. Tal vez mientras estoy en la
construcción de ese universo me viene en mente una bella imagen para
comenzar –cuenta–. En El péndulo de Foucault , por ejemplo, se habla de
dos editoriales que están en dos departamentos contiguos con un pasaje
que los comunica. Como son dos edificios, me imaginaba que había un
desnivel y que era preciso que hubiera escalones. Hasta que no tuve en
claro cómo podían ser esos tres escalones que jamás aparecen en la
novela no pude avanzar con la escritura.” A los 81, Eco dice no combatir
el paso del tiempo: “Yo no recomenzaría nunca personalmente. Me gusta
todo lo que me sucedió, no quiero volver a ser joven ni tener 20 años.
No diría jamás que es la mejor edad de la vida”. Y ventila una
infidencia sobre su costumbre de no dejar ver a nadie lo que escribe y
añade una anécdota acerca del final de El péndulo...
“La novela no
terminaba así, como salió publicada. Había dos o tres palabras más. Yo,
que nunca he tenido la costumbre de mostrar mis escritos a nadie antes
de que se publicaran, esa vez llamé a una amiga y le leí el final. Me
dijo: ‘Tenés que sacar esas tres líneas de más’. Y así fue. La novela,
como los lectores la conocen, termina diciendo: ‘Entonces lo mejor es
quedarse aquí a mirar la colina. Es tan bella’. Y así se publicó.” Eco
adora la narración: “Yo estoy profundamente convencido de que el modo
más natural a través del cual transmitimos el saber es narrativo”, dice.
Y es lo que está haciendo en esta velada con nosotros. Cuenta una
historia detrás de la otra frente al Genio de la Victoria que Miguel
Angel esculpió en 1532 y frente a un centenar de personas que escuchan
su voz retumbar sobre los frescos que Georgio Vassari pintó en esta sala
en el siglo XVI. “El momento inicial de la transmisión de un saber es
siempre una historia –sigue diciendo Eco–. Un chico que le pregunta a su
mamá qué es un tigre, si la madre no está loca o no es una profesora de
zoología, no le responde: ‘Es un felino del orden de los mamíferos…’ Le
dice, en cambio: ‘Es una bestia grande que se parece a un gato pero
amarillo con rayas negras que anda por la selva y que cuando encuentra a
un hombre lo destroza y se lo come…’ Le cuenta una historia. La misma
historia que se cuenta cuando los chicos preguntan cómo nacen los bebés…
Lo que puede resultar insidioso sobre el storytelling para el
periodismo es que, fascinado con la posibilidad de contar una historia,
el reportero incluya elementos ficcionales. Ese es el riesgo.” Hable de
lo que hable, Eco no pierde ocasión de ironizar: “Hay obras de las que,
si se une el inicio con el final, se obtiene algo grandioso. Veamos, si
no, cómo le podía ir mal a Dante Alighieri, que empieza la Divina
Comedia diciendo: ‘En medio del camino de la vida, errante me encontré
en una selva oscura...’ y luego termina el último canto del Infierno
diciendo: ‘Y entonces salimos a ver las estrellas’. No queda nada más
para contar. Piensen, entonces en cómo hace Dan Brown”.
Es pública
su poca simpatía por el escritor estadounidense que estuvo aquí, en
Florencia, presentando Inferno , su última novela, 48 horas antes de
este encuentro. Desde hace años, Umberto Eco repite que se vio obligado a
leer El código Da Vinci luego de las similitudes que la crítica
hallaba entre la novela de Brown, de 2003, y El péndulo de Foucault ,
escrito en 1988.
¿Sigue pegándole a Dan Brown?
Ese muchacho
es un personaje de una novela mía. Es un personaje de El péndulo de
Foucault . Así que debería pagarme algunos derechos.
¿Qué está escribiendo ahora?
No
sé si lo puedo contar pero para Navidad sale otro de esos volúmenes
como Historia de la belleza , Historia de la fealdad que es Historia de
las tierras legendarias . Son libros que escribo para divertirme. No es
nada importante pero es divertido hacerlos y hojearlos. Y saldrá
también en la Argentina. No en vano me hinchan los traductores… ¿Recién
ahora le llegó la hora de divertirse como escritor?
Depende.
Cuando uno hace trabajos de ensayística tal vez no se divierte tanto.
Pero con las novelas, sí. Si no me divierto, no las escribo. No soy de
esos autores que hacen un libro por año porque el editor se los pide. Si
se me ocurre algo, escribo, cada seis u ocho años. Me faltan todavía
diecinueve para llegar al centenario. Si hacemos la cuenta… Tres por
seis… Dieciocho… Me quedan todavía tres novelas por escribir.