sábado, 15 de junio de 2013

Minicuentos 60



De  magos y chamanes                                                                                                         


Brujos célebres
En la revista “Tiempo”

Desde la antigüedad, sin tener que recurrir a ningún tipo de conjuro, hubo “grandes brujos”. Algunos de ellos fueron: Aarón el Helenista, que vivió en tiempos del emperador Commeno y de quien se asegura que tenía sometida a sus órdenes algunas legiones de demonios, por medio de las “Clavículas de Salomón”. Alberto el Grande, gran mago y hábil astrólogo, quien creó un autómata que le servía de oráculo y resolvía todas las cuestiones que se proponían; el autómata fue destruido posteriormente por su discípulo, Santo Tomás de Aquino, por creer que era una obra o un agente del diablo. Cagliostro, célebre aventurero que se jactaba de conversar con los ángeles y quién instruyó una especie de cábala egipcia, pregonando las ciencias ocultas. María Ana Lenormand, sibila famosísima, nacida en Alezo en 1772 y fallecida en París en 1834, frecuentemente arrestada por considerársele “contrarrevolucionaria por haber hecho muchas predicciones”.


El Chaman
Joseph Campbell

Un antiguo viajero que se aventuró entre los lapones nos ha dejado una descripción vívida de la terrífica acción de uno de estos extraños emisarios del reino de la muerte. Ya que el otro mundo es el lugar de la noche eterna, el ceremonial del chamán debe tener lugar después del anochecer. Los amigos y vecinos se reúnen en la choza sombría y débilmente alumbrada del paciente y siguen atentamente las gesticulaciones del hechicero. Primero conjura a los espíritus ayudantes; éstos llegan, invisibles para todos menos para él. Dos mujeres, vestidas para el ceremonial, pero sin cinturones y llevando tocas de lino; un hombre sin toca ni cinturón, y una joven no adulta, son sus asistentes. El chamán se descubre la cabeza, se suelta el cinturón y los cordones de los zapatos; se cubre la cara con las manos y empieza a girar en variados círculos. Repentinamente, con gestos muy violentos, grita: “¡Equipad el reno! ¡Listo para embarcarse!” Toma un hacha y empieza a golpearse con ella cerca de las rodillas, y la mueve en dirección a las tres mujeres. Saca del fuego leños ardiendo con sus manos desnudas, pasa tres veces alrededor de cada una de las mujeres y, finalmente cae, como un muerto. Durante todo ese tiempo a nadie se permite tocarlo. Mientras reposa en trance, debe ser vigilado tan estrechamente que ni una mosca debe posarse encima de él. Su espíritu ha partido y ve las montañas sagradas con los dioses que las habitan. Las mujeres que lo atienden, cuchichean una con la otra tratando de adivinar en qué parte del mundo se encuentra ahora. Si mencionan la montaña en que se encuentra, el chamán mueve una mano o un pie. Por fin, empieza a volver en sí. Con voz baja y débil dice las palabras que ha escuchado en el otro mundo. Las mujeres empiezan a cantar. El chamán se despierta lentamente, declarándola causa de la enfermedad y la forma de sacrificio que debe hacerse. Entonces anuncia la cantidad de tiempo que tomará el paciente para sanar.

Magia
Manuel Navarrete

Era el tiempo en que la magia volvió a proliferar sobre la tierra después de infinidad de revoluciones sociales e industriales. Por todos lados abundan adivinos, astrólogos, prestidigitadores y especialistas en todas las ramas de las ciencias ocultas. Ben Alí, uno de los mejores, recorría el mundo a velocidades varias veces más rápidas que el sonido dando exhibiciones de su arte. Una noche en Londres, después de la función, se encontró a un individuo esperándolo en el vestíbulo del hotel. Quería contratarlo, pero no para exhibiciones personales, sino para que fuera el encargado de crear los efectos necesarios a la ópera, ese complicado espectáculo del remoto pasado, que deseaba revivir. La aparición de mares en escena, grandes barcos que flotan sobre el público y la levitación de los cantantes en las notas más altas y sostenidas, tendrían que haber requerido siempre la intervención de un mago. Ben Alí le dijo que según entendía eso fue logrado con una especie de trampa llamada tramoya y los mares eran de cartón, los barcos se sostenían con gruesos cables y los cantantes jamás abandonaban el piso por más agudas y sostenidas que fueran sus notas, pero el otro no le creyó. Supuso que se negaba a trabajar para él y frotando un anillo sobre la mejilla del famoso mago lo dejó exánime, tirado en el suelo, para continuar sin dilación su búsqueda por entre las inmensas multitudes que cubrían entonces el planeta.

El enigma
Voltaire

El gran mago planteó esta cuestión:
—¿Cuál es, de todas las cosas del mundo, la más larga y la más corta, la más rápida y la más lenta, la más divisible y la más extensa, la más abandonaba y la más añorada, sin la cual nada se puede hacer, devora todo lo que es pequeño y vivifica todo lo que es grande?
Le tocaba hablar a Itobad. Contestó que un hombre como él no entendía nada de enigmas y que era suficiente con haber vencido a golpe de lanza. Unos dijeron que la solución del enigma era la fortuna, otros la tierra, otros la luz: Zadig consideró que era el tiempo.
—Nada es más largo, agregó, ya que es la medida de la eternidad; nada es más breve ya que nunca alcanza para dar fin a nuestros proyectos; nada es más lento para el que espera; nada es más rápido para el que goza. Se extiende hasta lo infinito, y hasta lo infinito se subdivide; todos los hombres le descuidan y lamentan su pérdida; nada se hace sin él; hace olvidar todo lo que es indigno de la posteridad, e inmortaliza las grandes cosas.