En 1963, en París, Mario Vargas Llosa, en aquel entonces toda una promesa de las letras peruanas, tuvo la ocasión de entrevistar a uno de sus ídolos: el escritor argentino Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges, El Eterno, junto a Mario Vargas Llosa, siempre una promesa de escritor./clubcultura.com |
-Discúlpeme usted, Jorge Luis Borges,
pero lo único que se me ocurre para comenzar esta entrevista es una pregunta
convencional: ¿cuál es la razón de su visita a Francia?
-Fui invitado a dos congresos por el
Congreso por la Libertad de la Cultura, en Berlín. Fui invitado también por la
Deutsche Regierum, por el gobierno alemán, y luego mi gira continuó y estuve en
Holanda, en la ciudad de Amsterdam, que tenía muchas ganas de conocer. Luego mi
secretaria María Esther Vázquez y yo seguimos por Inglaterra, Escocia, Suecia,
Dinamarca y ahora estoy en París. El sábado iremos a Madrid, donde
permaneceremos una semana. Luego, volveremos a la patria. Todo esto habrá
durado poco más de dos meses.
-Tengo entendido que asistió al
Coloquio que se ha celebrado recientemente en Berlín entre escritores alemanes
y latinoamericanos. ¿Quiere darme su impresión de este encuentro?
-Bueno, este encuentro fue agradable
en el sentido de que pude conversar con muchos colegas míos. Pero en cuanto a
los resultados de esos congresos, creo que son puramente negativos. Y, además,
parece que nuestra época nos obliga a ello, yo tuve que expresar mi sorpresa
-no exenta de melancolía-, de que en una reunión de escritores se hablara tan
poco de literatura y tanto de política, un tema que es más bien, bueno, digamos
tedioso. Pero, desde luego, agradezco haber sido invitado a ese congreso, ya
que para un hombre sin mayores posibilidades económicas como yo, esto me ha
permitido conocer países que no conocía, llevar en mi memoria muchas imágenes
inolvidables de ciudades de distintos países. Pero, en general, creo que los
congresos literarios vienen a ser como una forma de turismo, ¿no?, lo cual,
desde luego, no es del todo desagradable.
-En los últimos años, su obra ha alcanzado una audiencia excepcional aquí,
en Francia. La "Historia universal de la infamia" y la "Historia
de la eternidad" se han publicado en libros de bolsillo, y se han vendido
millares de ejemplares en pocas semanas. Además de "L'Herne", otras
dos revistas literarias preparan números especiales dedicados a su obra. Y ya
vio usted que en el Instituto de Altos Estudios de América Latina tuvieron que
colocar parlantes hasta en la calle, para las personas que no pudieron entrar
el auditorio a escuchar su conferencia.
¿Qué impresión le ha causado todo esto?
¿Qué impresión le ha causado todo esto?
-Una impresión de sorpresa. Una gran
sorpresa. Imagínese, yo soy un hombre de 65 años, y he publicado muchos libros,
pero al principio esos libros fueron escritos para mí, y para un pequeño grupo
de amigos. Recuerdo mi sorpresa y mi alegría cuando supe, hace muchos años, que
de mi libro "Historia de la eternidad" se habían vendido en un año
hasta 37 ejemplares. Yo hubiera querido agradecer personalmente a cada uno de
los compradores, o presentarle mis excusas. También es verdad que 37
compradores son imaginables, es decir son 37 personas que tienen rasgos
personales, y biografía, domicilio, estado civil, etc. En cambio, sí uno llega
a vender mil o dos mil ejemplares, ya eso es tan abstracto que es como si uno
no hubiera vendido ninguno. Ahora, el hecho es que en Francia han sido
extraordinariamente generosos, generosos hasta la injusticia conmigo. Una
publicación como "L'Herne", por ejemplo, es algo que me ha colmado de
gratitud y al mismo tiempo me ha abrumado un poco. Me he sentido indigno de una
atención tan inteligente, tan perspicaz, tan minuciosa y, le repito, tan
generosa conmigo. Veo que en Francia hay mucha gente que conoce mi
"obra" (uso esta palabra entre comillas) mucho mejor que yo. A veces,
y en estos días, me han hecho preguntas sobre tal o cual personaje: ¿por qué
John Vincent Moon vaciló antes de contestar? Y luego, al cabo de un rato, he
recapacitado y me he dado cuenta que John Vincent Moon es protagonista de un
cuento mío y he tenido que inventar una respuesta cualquiera para no confesar
que me he olvidado totalmente del cuento y que no sé exactamente las razones de
tal o cual circunstancia. Todo eso me alegra y, al mismo tiempo, me produce
como un ligero y agradable vértigo.
-¿Qué ha significado en su formación la cultura francesa?; ¿algún escritor
francés ha ejercido una influencia decisiva en usted?
-Bueno, desde luego. Yo hice todo mi
bachillerato en Ginebra, durante la primera guerra mundial. Es decir que
durante muchos años, el francés fue, no diré el idioma en el que yo soñaba o en
el que sacaba cuentas, porque nunca llegué a tanto, pero sí un idioma cotidiano
para mí. Y, desde luego la cultura francesa ha influido en mí, como ha influido
en la cultura de todos los americanos del Sur, quizá más que en la cultura de
los españoles. Pero hay algunos autores que yo quisiera destacar especialmente
y esos autores son Montaigne, Flaubert -quizá Flaubert más que ningún otro-, y
luego un autor personalmente desagradable a través de lo que uno puede juzgar
por sus libros, pero la verdad es que trataba de ser desagradable y lo
consiguió: Leon Bloy. Sobre todo me interesa en Leon Bloy esa idea suya, esa
idea que ya los cabalistas y el místico sueco Swedenborg tuvieron pero que sin
duda él sacó de sí mismo, la idea del universo como una suerte de escritura,
como una criptografía de la divinidad. Y en cuanto a la poesía, creo que usted
me encontrará bastante "pompier", bastante "vieux jouer",
rococó, porque mis preferencias en lo que se refiere a poesía francesa siguen
siendo la Chanson de Roland, la obra de Hugo, la obra de Verlaine, y -pero ya
en un plano menor- la obra de poetas como Paul-Jean Toulet, el de las
"Contrerimes". Pero hay sin duda muchos autores que no nombro que han
influido en mí. Es posible que en algún poema mío haya algún eco de la voz de
ciertos poemas épicos de Apollinaire, eso no me sorprendería. Pero si tuviera
que elegir un autor (aunque no hay absolutamente ninguna razón para elegir un
autor y descartar los otros), ese autor francés sería siempre Flaubert.
-Se suele distinguir dos Flaubert: el
realista de "Madame Bovary" y "La educación sentimental", y
el de las grandes construcciones históricas, "Salambó" y "La
tentación de San Antonio". ¿Cuál de los dos prefiere?
-Bueno, creo que tendría que
referirme a un tercer Flaubert, que es un poco los dos que usted ha citado.
Creo que uno de los libros que yo he leído y releído más en mi vida es el
inconcluso "Bouvard y Pecuchet". Pero estoy muy orgulloso, porque en
mi biblioteca, en Buenos Aires, tengo una 'editio princeps' de Salambó y otra
de la Tentación. He conseguido eso en Buenos Aires y aquí me dicen que se trata
de libros inhallables, ¿no? Y en Buenos Aires no sé qué feliz azar me ha puesto
esos libros entre las manos. Y me conmueve pensar que yo estoy viendo
exactamente lo que Flaubert vio alguna vez, esa primera edición que siempre
emociona tanto a un autor.
-Usted ha escrito poemas, cuentos y
ensayo. ¿Tiene predilección por alguno de esos géneros?
-Ahora, al término de la carrera
literaria, tengo la impresión que he cultivado un solo género: la poesía. Salvo
que mi poesía se ha expresado muchas veces en prosa y no en verso. Pero como
hace unos diez años que he perdido la vista, y a mí me gusta mucho vigilar,
revisar lo que escribo, ahora me he vuelto a las formas regulares del verso. Ya
que un soneto, por ejemplo, puede componerse en la calle, en el subterráneo,
paseando por los corredores de la Biblioteca Nacional, y la rima tiene una
virtud mnemónica que usted conoce. Es decir, uno puede trabajar y pulir un
soneto mentalmente y luego, cuando el soneto está más o menos maduro, entonces
lo dicto, dejo pasar unos diez o doce días y luego lo retomo, lo modifico lo
corrijo hasta que llega un momento en que ese soneto ya puede publicarse sin
mayor deshonra para el autor.
-Para terminar, le voy a hacer otra
pregunta convencional: si tuviera que pasar el resto de sus días en una isla
desierta con cinco libros, ¿cuáles elegiría?
-Es una pregunta difícil, porque
cinco es poco o es demasiado. Además, no sé si se trata de cinco libros o de
cinco volúmenes.
-Digamos, cinco volúmenes.
-¿Cinco volúmenes? Bueno, yo creo que
llevaría la "Historia de la Declinación y Caída del lmperio Romano"
de Gibbons. No creo que llevaría ninguna novela, sino más bien un libro de
historia. Bueno, vamos a suponer que eso sea en una edición de dos volúmenes.
Luego, me gustaría llevar algún libro que yo no comprendiera del todo, para
poder leerlo y releerlo, digamos la "Introducción a la Filosofía de las
Matemáticas" de Russell, o algún libro de Henri Poincaré. Me gustaría
llevar eso también. Ya tenemos tres volúmenes. Luego, podría llevar un volumen
cualquiera, elegido el azar, de una enciclopedia. Ahí ya podría haber muchas
lecturas. Sobre todo, no de una enciclopedia actual, porque las enciclopedias
actuales son libros de consulta, sino de una enciclopedia publicada hacia 1910
o 1911, algún volumen de Brockhaus, o de Mayer, o de la Enciclopedia Británica,
es decir cuando las enciclopedias eran todavía libros de lectura. Tenemos
cuatro. Y luego, para el último, voy a hacer una trampa, voy a llevar un libro
que es una biblioteca, es decir llevaría la Biblia. Y en cuanto a la poesía,
que está ausente de este catálogo, eso me obligaría a encargarme yo, y entonces
no leería versos. Además, mí memoria está tan poblada de versos que creo que no
necesito libros. Yo mismo soy una especie de antología de muchas literaturas.
Yo, que recuerdo mal las circunstancias de mi propia vida, puedo decirle
indefinidamente y tediosamente versos en latín, en español, en inglés, en
inglés antiguo, en francés, en italiano, en portugués. No sé si he contestado
bien a su pregunta.