La verdad sobre el caso Harry Quebert es un thriller a la americana de 700 páginas. El libro fue una sorpresa literaria y viene precedido de un gran éxito editorial en Francia. El suizo Jöel Dicker estuvo a punto de tirar la toalla, tras cinco novelas sin publicar
El desconocido Joël Dicker se ha convertido en el autor revelación de la temporada. / Carmen Valiño./elpais.com |
Las fans que le piropean en su cuenta de Twitter no habrían reconocido a Joël Dicker
en el tipo altísimo, enfundado en vaqueros, suéter de lana, chaleco
deportivo y bufanda al cuello, que avanza por el vestíbulo del hotel, en
Londres. El detalle que despista son esas gafas graduadas de montura
oscura con las que Dicker no aparece en ninguna de sus fotos
promocionales. Pero aquí no hay peligro de despistar a ninguna
admiradora, porque nadie conoce aún al autor revelación del momento. Al
escritor que, a los 27 años, cosechó el año pasado un éxito abrumador en
Francia, con una sola novela, La verdad sobre el caso Harry Quebert, varias veces premiada y aplaudida por la crítica y el público, que lleva vendidos más de 750.000 ejemplares.
Las cosas cambiarán pronto porque su libro, editado en español por Alfaguara, saldrá también en inglés, y en una treintena de idiomas en los próximos meses.
Dicker (Ginebra, 16 de junio 1985) tiene una voz apagada y modales
educados. El segundo de cuatro hermanos (dos chicos y dos chicas), puede
decirse que ha crecido en el ambiente ideal para un escritor de lengua
francesa: su madre es librera, su padre, profesor de francés.
Aplaudido por la crítica literaria francesa, con pocas excepciones (el diario Le Monde); ganador del premio de novela de la Academia Francesa; del que otorga la prestigiosa revista Lire,
y a un voto de llevarse el Goncourt, Dicker ha conquistado a los
jóvenes, que eligieron su libro como el preferido entre los diez
finalistas del Goncourt el año pasado. Desde entonces ha experimentado
el asedio de los editores europeos, que han visto en su novela La verdad sobre el caso Harry Quebert una convincente sucesora de Millenium.
Pero Dicker no parece impresionado por la publicidad que le presenta como una mezcla de Larsson, Nabokov y Philip Roth. Obviamente, le halagan las dos últimas comparaciones, pero respecto a la tercera, corta tajante: “No he leído Millenium. Uno no tiene tiempo para todo”.
Mi generación tiene que estar permanentemente vigilante, porque somos demasiados. Quieres trabajar y no hay trabajo
Claro que es un detalle secundario. Lo importante es que su novela
está disponible en español y que se negocia la posibilidad de llevarla
al cine. Es evidente que el escritor suizo está a punto de atravesar un
umbral soñado: el de la fama planetaria.
“Nunca imaginé un éxito así”, reconoce Dicker, un escritor precoz con
seis novelas en su haber, aunque solo ha publicado las dos últimas.
“Las enviaba a los editores y no les interesaban a ninguno. Ya me estaba
planteando dedicarme a otra cosa, porque cuando la gente te dice “esto
no va”, uno se plantea dejarlo. Así que decidí escribir mi último libro.
Y cuando lo terminé, pensé, ¿quién va a leer esto tan largo?”.
Para entonces, sin embargo, su primer manuscrito no publicado había
recibido el premio de los editores de Ginebra y despertado el interés de
Vladimir Dimitrijevic, editor de L’Âge d’homme, que lo publicó
(un lanzamiento póstumo para Dimitrijevic, que murió en un accidente de
tráfico a finales de 2011) en colaboración con la francesa Editions de
la Fallois en enero de 2012. Dimitrijevic leyó además el voluminoso
texto con el que Dicker pensaba despedirse de la literatura. Y,
entusiasmado, propuso al dueño de Editions de la Fallois publicarlo
conjuntamente en Suiza y Francia ese mismo año. El libro fue un éxito
inmediato.
Estamos ante una novela americana de intriga que se desarrolla en
Aurora, una pequeña (e inventada) localidad costera de Nueva Inglaterra,
donde un escritor consagrado es acusado del asesinato de una joven del
pueblo, ocurrido 30 años atrás. Su pupilo, Marcus Goldman, escritor de
éxito fulminante con un solo libro, llegará en su ayuda para librarle de
la silla eléctrica y averiguar muchas cosas en el proceso.
—¿Por qué Nueva Inglaterra?
—Es un sitio que conozco bien. Pasaba casi todos los veranos de mi
infancia allí. Tengo familia en Washington y tienen una casa de
vacaciones en la costa. He revivido esta experiencia en el libro.
Dicker se revela como un hábil constructor de tramas en estas casi
700 páginas, por las que desfilan una veintena de personajes. La novela,
con su convincente reconstrucción de la vida provinciana en la Costa
Este estadounidense, se lee con la avidez de llegar al final y
encontrarse con la verdad prometida.
Aunque los grandes escritores rara vez se aventuran más allá de los
territorios conocidos, Ginebra no se prestaba a ser el escenario de esta
trama. “Además”, dice Dicker, “los jóvenes de mi generación hemos
crecido en un mundo con menos fronteras. En Europa ya no se necesita el
pasaporte para ir de un país a otro”. El mundo de hoy es un interminable
territorio global donde todo se mezcla y se confunde. Él mismo es
suizo, pero lleva sangre franco-rusa en las venas, y tiene parientes en
Estados Unidos. Viajero constante, Dicker ve los aviones como tranquilos
salones de lectura. Aunque amenazados, por lo que cuenta. “He leído,
con terror, que Air France ha inaugurado su primer vuelo París-Nueva
York con wifi. El wifi es lo que nos va a volver a
todos locos. Ahora con el móvil puedes ver tus mensajes electrónicos,
conectar con Internet, estar pendiente de mil cosas. Es una pena”.
—Pero usted pertenece a una generación electrónica. ¿O es distinto de la gente de su edad?
—No, no. Soy como los demás. Lo que me parece es que estamos rodeados
de distracciones, por eso hay que autodisciplinarse. La gran diferencia
con la generación de mis padres es precisamente esta obligación. Por
ejemplo, en Ginebra, en los años sesenta, cuando mi padre era pequeño,
se presionaba a la gente para que usara el coche al máximo, porque era
bueno para la economía. Te aconsejaban incluso beber y conducir. “No te
metas en carretera sin haber bebido un litro de vino”, decían los
anuncios. Todo era posible. Hoy, de entrada, ya te dicen que prescindas
del coche, que hay demasiados, que contaminan. Te aconsejan el tranvía. Y
sobre todo, no bebas si conduces. Es bueno, es normal que se haga esa
advertencia, no me refiero a este aspecto. Lo que quiero decir es que mi
generación tiene que estar permanentemente vigilante, porque somos
demasiados, demasiados coches, demasiado de todo. Quieres trabajar y no
hay trabajo, quieres gastar y no hay dinero. No hay un solo espacio para
los jóvenes en el que se nos diga: “Podéis hacer lo que queráis”. Por
eso digo que el estado de ánimo de mi generación es más difícil, uno se
dice, “todo se ha fastidiado”. A nuestros padres se les decía: “¡El
mundo es vuestro!”. A nosotros se nos dice que el mundo está fastidiado y
que hay que salvarlo. Somos una generación sin utopías.
Buscan libros camaleón. Tan pronto son Las sombras de Grey como la novela negra. ¿Dónde queda la diversidad?
La crisis no ha hecho más que ahondar un poco más en esos problemas.
Aunque él sea uno de los poquísimos jóvenes afortunados, triunfador
total al que le esperan jugosos contratos millonarios. Un poco como a su
personaje Marcus Goldman. Un tipo de 30 años, multimillonario y
superfamoso gracias a un solo libro.
“Marcus y yo tenemos poco en común”, protesta Dicker. “Hombre,
tenemos más o menos la misma edad, escribimos, etcétera. Cuando comencé a
escribir la novela, yo tenía 25 años, acababa de terminar Derecho, y mi
personaje principal, Marcus, tenía también 25 años, había estudiado lo
mismo, escribía, y tampoco tenía éxito. Entonces me dije, ‘esto no
funciona’. Me di cuenta de que tenía que ofrecerle otra cosa al lector,
algo que estuviera más en el plano de los sueños, que fuera placentero. E
imagine a Marcus cinco años mayor. Y le convertí en un escritor de
éxito”.
La verdad sobre el caso Harry Quebert es un libro de
escritores, en el que el maestro y el alumno hablan con frecuencia del
oficio de escribir, de las cualidades humanas que requiere. Un escritor
sería un ser infinitamente comprensivo, con las debilidades y
sufrimientos humanos, como si los hubiera experimentado todos en carne
propia. En realidad, sin embargo, el oficio de escritor es un trabajo
solitario que requiere aislamiento. “Doblemente solitario”, admite
Dicker. “Por un lado, lo es por el acto físico de escribir. Cuando
escribo estoy solo en mi oficina. Hay otros trabajos que se hacen en
soledad, pero además, la creación exige, por decirlo así, soledad
mental. Y después hay que hacer otro trabajo de promoción. Estamos
hablando de un libro que terminé hace dos años, del que se siente uno un
poco distante porque ya estoy en otro tema, en otro proyecto, pero
tengo que volver atrás para hablar de este libro”.
Escribir su novela de intriga le llevó dos años, cuenta. Dos años
para encontrar una voz que fuera creíble a la hora de recrear el
ambiente de un pueblecito costero americano en 2008, año de la elección
del presidente Barack Obama.
Todo un desafío. “Cada vez que se describe un país, una atmósfera, un
idioma, en otra lengua es un desafío para el autor. Y cada vez que un
autor escribe sobre otro país introduce siempre algún artificio. Por
ejemplo, si la novela se desarrolla en Roma, y el escritor es francés,
incluirá frases en italiano del tipo: ‘¡Buon giorno, Vicenzo!
¡Arrivederci…!’. Y cosas por el estilo. Y eso me parece una debilidad.
Yo quería ser capaz de recrear una atmósfera de un país extranjero sin
utilizar ese recurso, escribiendo en francés”. La única vía era
encontrar un francés flexible, compatible con el americano. Con el de
los diálogos trepidantes de las series de televisión.
Y luego, el reto de hacerlo creíble. El relato y los personajes. Qué
opina del consejo del escritor John Gardner a su alumno Raymond Carter:
“Recuerda que tú no eres tus personajes. Son ellos los que tienen que
ser tú”.
A nuestros padres se les decía: ¡El mundo es vuestro! A nosotros, que el mundo está fastidiado y que hay que salvarlo
—Es muy cierto. Porque es necesario que los personajes vivan por sí
mismos, que tengan una existencia propia. Que vivan a través del
escritor, pero con vida propia. Si un personaje vive por sí mismo, eso
quiere decir que podrá funcionar la acción a través de él. Si no, será
muy difícil establecer la relación entre el lector y el personaje.
Se ha dicho que La verdad sobre el caso Harry Quebert está
escrita un poco al estilo de Philip Roth. Lo cierto es que el libro está
lleno de homenajes al gran escritor americano. El protagonista es judío
y nació en Newark; uno de los personajes trabaja en una fábrica de
guantes, como en Pastoral Americana, y el boxeo, tema querido de Roth, aparece también aquí.
“Hay homenajes a Roth, pero también a Nabokov, a Steinbeck, a Romain Gary, a Hemingway,
a todos ellos”, responde Dicker, “porque es un libro sobre un alumno y
un maestro. Y por eso era divertido meter homenajes a todos esos
escritores”.
—¿Entonces no es cierto que Roth sea su favorito?
—No, es que a veces las respuestas se sacan de contexto. Lo que dije
es que entre los escritores que me han marcado, Roth es el único todavía
vivo. Pero, bueno, es cierto que es un escritor clave en la literatura
moderna. Sí, posiblemente, es el mayor de los escritores vivos.
Después de todo, Dicker se declara admirador sin fisuras de la gran
novela estadounidense. “Quizás es la literatura que conozco mejor. No
digo que sea más importante que otra. Es una cuestión muy personal. A
unos les puede interesar más la literatura sudamericana, a otros la
china. A mí lo que me gusta de la literatura americana es que cuenta
historias. Una historia, una aventura lineal y luego a través de ella
una historia de Estados Unidos. Y eso es lo que me parece que la hace
más interesante, más rica”.
Difícilmente esos autores hubieran podido escribir sus grandes obras con editores como el de Marcus Goldman, en La verdad sobre el caso Harry Quebert,
Roy Barnaski, que solo quiere un bombazo a cualquier precio. “Barnaski
representa a los empresarios actuales, obsesionados por las cuentas, los
accionistas, las cifras de venta, los beneficios, hasta el punto de que
a veces se olvidan de a qué se dedican realmente. No es solo culpa
suya. Es una crítica humorística sobre hasta qué punto, a veces, se ven
los libros como un producto más. Pienso en el marketing que se ha hecho,
por ejemplo, en torno a lanzamientos como el de Dan Brown,
con su traductor encerrado durante un mes en un búnker, y eso es una
locura. Porque al fin y al cabo es un libro, y el libro tiene que ser
juzgado por su contenido. No por esas piruetas de mercadotecnia.
—Pero los libros, hoy día, son también productos.
—En todo caso, muy especiales. Por muchos fuegos artificiales,
conferencias y presentaciones que se hagan, cuando uno abre el libro, si
no es bueno, no queda nada.
Dicker lamenta el empeño de las editoriales de buscar best sellers
internacionales, aunque a él le haya beneficiado claramente. “Se busca
algo que se venda bien en todas partes, y así se mata cualquier atisbo
de diversidad. Se dice, Harry Potter funciona, pues todos los libros van por ahí, con niños-magos. Se buscan libros camaleón, sin color. Tan pronto son las Cincuenta sombras de Grey como la novela negra. ¿Dónde queda la diversidad de la cultura?”.
Pero sí es cierto que esta obsesión por acumular lectores puede ser
negativa, tampoco le gustan los puristas, los que miran con suspicacia
cualquier cosa que triunfe. Un grupo nutrido en Francia que discute las
cualidades literarias de Dicker. “Cuando un libro tiene mucho éxito es
porque es accesible a mucha gente, y por lo tanto es popular, y algo
popular está mal visto en Francia, porque lo bueno es lo que solo es
accesible a la élite. No estoy de acuerdo con eso. Yo estoy encantado de
que mi libro guste, de que se venda”. Y viéndole posar, dócilmente, y
sin gafas, para la fotógrafa hay que suponer que también le encanta
acumular admiradoras en Twitter.