Silvia Lemus, viuda del escritor mexicano, narra la vida que tuvieron juntos en Estados Unidos
Julio Ortega, María Kodama, Silvia Lemus y Carlos Fuentes, en el Departamento de Estudios Hispánicos de Brown, en 2004 / Ana González Tornero./elpais.com |
Carlos Fuentes
aparecía con su habitual elegancia por los controles migratorios de los
aeropuertos estadounidenses en los que aterrizaba, pero allí lo
trataban como persona non grata. “Apenas veían su pasaporte lo llevaban a
una oficina y los trámites se alargaban hasta por una hora”, recuerda
Silvia Lemus, la viuda del intelectual fallecido el año pasado
a los 83 años. El FBI y el Departamento de Estado lo sometieron durante
dos décadas a una estrecha vigilancia porque lo consideraban “un
destacado escritor comunista”.
Los archivos desclasificados esta semana por el FBI,
que comprenden los años 60 y 80, revelan que había instrucciones de
retrasar los visados del escritor. “Tiene una larga historia de
relaciones subversivas”, se lee en la documentación. Lemus sostiene que
Fuentes sabía que habido sido vigilado: “Era consciente de esa paranoia.
En ocasiones él avisaba a la embajada de México para que anunciase que
íbamos a llegar y se facilitara el trámite. Aunque nunca era fácil”.
Estados Unidos le denegó en varias ocasiones la entrada al país, la
primera vez en a principios de los sesenta. Fuentes intentó desembarcar
en San Juan, Puerto Rico, pero un oficial, que según recordó el escritor
“se parecía a John Wayne”, se lo impidió. Llegaba de Barcelona en un
barco llamado Virginia de Churruca. “¡Pero si esta es mi tierra!, le
grité. ¡Puerto Rico es parte nuestra, no de ustedes!”, escribió en este periódico.
Al año siguiente fue invitado por el subsecretario de Estado, Richard
Goodwin, a debatir en televisión sobre la política del país hacia
América Latina. Tampoco lo dejaron entrar y lo declararon “extranjero
indeseable”. La negativa tuvo mucha repercusión. The New York Times
le dio una gran cobertura al asunto. Años después Fuentes fue invitado
por varias universidades como profesor y las instituciones se ocupaban
de los trámites migratorios. “Era muy respetado y querido por sus
colegas estadounidenses. Para ellos era un gran disgusto que Carlos
tuviera problemas con trámites migratorios. No lo comprendían”, dice
Lemus por teléfono desde Londres.
La vigilancia a la que fue sometido el escritor se limitaba a
controlar sus entradas y salidas del país y sus actividades públicas y
opiniones políticas que recogía la prensa, o al menos eso se deduce de
los papeles dados a conocer. Siempre que enseñaba su pasaporte en
migración, según su viuda, era invitado a pasar a una sala donde un
funcionario revisaba con exhaustividad su pasaporte y hacia un par de
llamadas. Fuentes sabía que este era el trámite habitual en su caso.
Nunca le dijeron que se le trataba de una manera especial, distinta al
resto de pasajeros, y él nunca preguntó. Lemus recuerda que siempre le
trataron con amabilidad y que el mexicano, siempre caballeroso,
correspondía de la misma manera.
Tras leer los documentos surge una pregunta: ¿Era Carlos Fuentes
antiamericano? “Nunca lo fue, como piensa el FBI. Para nada. Valoraba
un país con una gran energía, un país de una gran importancia”, contesta
Lemus. El escritor adoraba las malteadas, las hamburguesas y los hot dogs.
La música norteamericana de los 30 y los 40. Las películas de Frank
Capra y John Ford. El teatro de Broadway. Fue amigo íntimo de Arthur
Miller. Aunque lo consideraba solo un lugar de paso, el escritor sentía
una gran fascinación por la cultura estadounidense.
“Llamarme antiamericano es una estupenda mentira, una calumnia. Crecí
en este país. Cuando era niño le di la mano a Franklin Roosevelt y no
me la he lavado desde entonces”, dijo en 2006 con su habitual ironía en
Los Ángeles según recoge The Guardian.
El matrimonio tuvo allí a su hija Natasha, que nació en Washington.
“La única gringuita de la familia con pasaporte americano. Razón de más
para querer a los Estados Unidos. Nuestros hijos que vivieron en Estados
Unidos desde los tres y cuatro y hasta que cumplieron once y doce
hablaron perfecto español y perfecto inglés, bilingües como su padre. Gran país”, dice Lemus. Los dos hijos que tuvieron, Carlos y Natasha, murieron antes que su padre por distintas causas.
El Gobierno de Estados Unidos catalogó a Fuentes como supuesto
enemigo de su país por relacionarlo con el partido comunista mexicano y
por sus apoyos al castrismo en Cuba, en sus inicios, y al sandinismo en
Nicaragua. “Carlos no solo no era comunista, nunca perteneció al partido
comunista. Se nota que sabían muy poco sobre él. Era la forma en la que
los gobiernos reaccionaban con una serie de intelectuales
latinoamericanos, como también con García Márquez y Julio Cortázar. Se
les veía con sospecha”, considera Lemus.
Fuentes, un trabajador incansable que comenzaba a escribir desde muy
temprano, decía que era un calvinista porque si no se esforzaba no se
merecería el cielo, recuerda Lemus. El escritor, nacido en Panamá, vivió
en Washington de los 4 a los 12 años debido a la actividad diplomática
de su padre. Lemus considera que esa etapa de su vida le moldeó el
carácter y le llevó a crear un vínculo con el país que perduró siempre.
En 1996 se convirtió en profesor visitante de la Universidad de Brown
pero ya antes daba una cátedra de literatura iberoamericana en las
universidades de Columbia, Princeton y Pensilvania. En Harvard inauguró
la cátedra de Robert Kennedy, con cuya familia tuvo una larga amistad.
Uno de sus alumnos fue el actual presidente de Colombia, Juan Manuel
Santos, quien es uno de sus personajes en La silla del águila. Ahí el escritor profetizó que gobernaría algún día su país.
“Fueron unos años felices. Interesantísimos. No quedan empañados por
esta revelación”, conviene Lemus, la mujer durante 40 años del autor de
obras fundamentales como Aura, La muerte de Artemio Cruz o Terra Nostra.
¿Qué pensaría Fuentes si se hubiera enterado de este seguimiento por
parte del Gobierno? “Tal vez se hubiera reído. Tenía un gran sentido del
humor”, zanja Lemus. La noticia podría haberle encontrado disfrutando
la película Singing in the rain.