viernes, 28 de febrero de 2014

Celia Cruz será homenajeada en Nueva York

 En el teatro Apolo se realizará el espectáculo en marzo próximo 

Celia Cruz. Reina Rumba./elespectador.com
La reina de la salsa, Celia Cruz, revivirá en uno de sus teatros favoritos, el Apollo del barrio de Harlem en Nueva York, gracias al homenaje que le rendirán Anissa Gathers, Cita Rodríguez, Amma MacKenn, José Alberto "El Canario" y Lucrecia el 22 de marzo.
Algo más de diez años transcurridos desde su muerte, la vida volverá a ser "un carnaval" en el teatro Apollo en un espectáculo producido por el Centro Cultural Caribeño y el Instituto de la Diáspora Africana en colaboración con Omer Pardillo y el Celia Cruz Legacy Project.
"Cucala", "Yerberito Moderno" y "Toro Mata" serán reinterpretadas por artistas que han recogido de una manera u otra su legado en un concierto que ya tiene incluso un hashtag para ser seguido por Twitter #CeliaCruzApollo.
El espectáculo comenzará con la percusión cubana de Roman Díaz, una llamada "a los dioses", según los organizadores, en la línea de espiritualidad afro-cubana que Cruz también practicó y que se encarnará en la sacerdotisa de Yemonja Amma McKen.
Después, José Alberto "El Canario" y su orquesta repasarán parte del repertorio de la Guarachera de Cuba, seguido de Cita Rodríguez, la hija de Pete "El Conde", también estrella de la Fania, que interpretará, entre otros temas, "Sopa en Botella".
Por su parte, Anissa Gathers, neoyorquina criada en Puerto Rico que interpretó a Celia Cruz en un musical del off Broadway, también aportará su grano de arena al repertorio y Lucrecia, cubana residente en Barcelona, entonará "Canto a la Habana", antes de que todos los participantes se unan al son de "Quimbara".

Muestra sobre "Rayuela" comienza gira por Latinoamérica tras éxito en México

Queremos tanto a Julio

Una muestra sobre la novela Rayuela de Julio Cortázar comenzará a viajar por varios paises de América Latina, después del éxito cosechado en México en el año del centenario del natalicio del escritor argentino

De la tierra al cielo. Cien años con Julio Cortázar, muestra itinerante/lainformacion.com
El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) informó en un comunicado que la exhibición llevará el título  De la tierra al cielo. Cien años con Julio Cortázar.
La muestra está conformada por cinco rayuelas pictóricas o "avión", realizadas por 55 artistas, cuyo modelo es la portada de la primera edición del famoso libro de Cortázar que tiene un dibujo de ese conocido juego infantil.
El fotógrafo Rogelio Cuéllar, promotor cultural junto con la escritora María Luisa Passarge, explicó que el primer destino de las obras será Colombia, del 5 de marzo al 27 de abril, en el espacio de exposiciones de la Librería y Centro Cultural Gabriel García Márquez, del Fondo de Cultura Económica.
En este proyecto, que surgió de forma independiente, se exhiben también fotografías, varias ediciones del libro y textos de diferentes autores sobre cómo la obra del argentino influyó en su vida.
"Aquí en México ha sido un verdadero éxito desde que la lanzamos. Muchos artistas nos llaman todos los días y muestran su intención para participar", apuntó Cuéllar.
"Realmente, a nivel estético el conjuntar las obras de muchos estilos y escuelas es muy interesante, por eso tampoco descartamos organizar algunas rayuelas más", añadió.
Después de Colombia, está previsto que la exposición viaje hacia Bolivia y Ecuador, en fechas y sedes aún por definirse.

Entre muchachos

Si existe la  chick lit, también existe la literatura escrita por hombres para hombres y es la de Palahniuk, Nick Hornby y Bret Easton Ellis, entre otros

El Club de la pelea. La versión fílmica dirigida por David Fincher en 1999 convirtió al libro de Chuck Palahniuk en un éxito global./revista Ñ
En la edición de 2008 del Festival Internacional del Libro celebrada en Edimburgo, Escocia, Chuck Palahniuk se recibió –otra vez– de profesional del escándalo. Todo transcurría tal cual estaba pautado: las risas se mezclaban con los nervios y la expectativa entre los asistentes –la mayoría varones treintañeros– que se agolpaban para ver y escuchar hablar a su ídolo sobre los entretelones y detalles morbosos de Snuff, su por entonces último libro, una sátira –una gang bang con 600 actores y una actriz– sobre la industria pornográfica que atrapa al lector de la primera hasta la última página. Hasta que el autor de El Club de la Pelea, vestido con una impecable camisa blanca, ingresó en el salón y el aire se congeló en el acto. No tanto por lo que dijo este escritor de culto sino por lo que hizo: el Norman Bates de la literatura comenzó a repartir entre sus fanáticos devotos decenas de muñecas y muñecos inflables para firmarlas luego sin señales de temblores en su caligrafía.
Se sabe: las presentaciones de Palahniuk son épicas. Como aquella en 2004 cuando leyó por primera vez en público un cuento llamado “Guts” (“Tripas”) en una librería atestada en Portland, Oregon, Estados Unidos, y 67 lectores se desmayaron. Sus estrategias publicitarias son una extensión del estilo que lo caracteriza. No es explícito pero aquellos que alguna vez se asomaron a su obra lo perciben: Palahniuk es un hombre que escribe para hombres. Pertenece a un club de autores que, como quien nos cuenta una historia que transcurre en una ciudad por uno conocida, recuerdan algo que muchos varones  sabemos (“Pregúntale a cualquier tipo por su madre mientras está cogiendo y podrás retrasar el gran estallido para siempre”, susurra Palahniuk –de nuevo– en Asfixia). O que, en otras ocasiones, vuelcan en tinta un grito (“Tengo todas las características de un ser humano: carne, sangre, piel, pelo –confiesa el protagonista de American Psycho de Bret Easton Ellis–. Pero ninguna emoción clara e identificable, excepto la avaricia y la aversión. Está ocurriendo algo horrible dentro de mí y no sé por qué. Mis sangrientas lujurias nocturnas están empezando a apoderarse de mí, me siento letal, al borde del frenesí, creo que mi máscara de cordura está a punto de desmoronarse”).
Y no falta la confesión incómoda, el pensamiento border, como el de Alan Pauls en “Mi vida como hombre”: “No hay caso: el hombre es el colmo de lo primitivo. Mientras la mujer es pura cultura, el hombre es la naturaleza misma: toda su identidad está armada a partir del efecto de una inyección de sangre en un órgano cavernoso. Y cuando a un hombre se le da por ser cultura..., ¡deja de ser hombre! Es puto (o ‘puto reprimido’), es travesti (o ‘travesti reprimido’), es mujer (o ‘mujer reprimida’). O es Michael Jackson. Lo más notable de la identidad masculina es la cantidad de peligros que lo amenazan. Ser hombre es apenas vivir todo el tiempo la posibilidad de dejar de serlo”.
Por más que ciertos escritores idealistas repitan, sin correrse un centímetro de la siempre mojigata corrección política, que “sólo existe la literatura, sin distinción de sexo”, quien escribe –y quien lee– está también anclado en su género. Como recuerda George Steiner, no hay literatura sin cuerpo (sin biología), así como no hay autor divorciado de su época, de su Zeitgeist.
En el fondo, géneros literarios como la chick lit o literatura escrita por mujeres para mujeres y su reverso, la guy, lad o dick lit, libros escritos por varones para varones, emergen como la traducción de este síntoma. En un paréntesis de la búsqueda idealizada de lo bueno y lo bello, el lector anhela respuestas para su vida. Desea hallar en ese tsunami de nombres de autores que lo inundan y marean desde las vidrieras de las librerías y los suplementos culturales a alguien capaz de poner en palabras lo que siente. Aquello que lo desconcierta. El mismo Palahniuk lo deja bien claro en el prólogo de Stranger than fiction: “Vivimos nuestras vidas a través de historias. Nos pasamos la vida buscando evidencias, pruebas que apoyen nuestra historia”.
A los libros les hacemos muchos pedidos: ser la catapulta de nuestra distracción, llaves para la diversión y enriquecimiento personal. Buscamos una relación perfecta, sin infidelidades, sin peleas embarazosas en restaurantes, sin reproches. Pero de vez en cuando, deseamos hallar en ellos más que frases lindas. Queremos identificación, empatía, conexión: claves, un manual de instrucciones para el funcionamiento de nuestra vida. Como dice George Steiner, los libros son nuestra contraseña para llegar a ser lo que somos.
Todo es marketing. Desde la elección de las iniciales dobles o triples que preceden la presentación del apellido de un autor (J. R. R. Tolkien, J.K. Rowling, George R.R. Martin), a la foto que asoma en la solapa, la tipografía en la portada. Todo: los fenómenos etiquetados como slow reading o book-crossing. Y las categorías que, además de provocar y encender debates, fragmentan el paisaje literario, también. Muchos autores en silencio –o en revistas literarias– disparan contra ellas. Pero a los lectores perdidos nos sirven. Mucho: funcionan como brújula para saber hacia dónde correr, una flecha verde flúo que frente a nuestro desconcierto existencial y literario nos grite “lee esto”.  
Para muchos hombres –de 20, 30, 40– esto es ellos: Chuck Palahniuk (el de El Club de la Pelea, Snuff, Fantasmas), Bret Easton Ellis (American Psycho, Menos que cero), Irvine Welsh (Trainspotting, Porno), Nick Hornby (Alta fidelidad, Fiebre en las gradas),  David Leavitt (Arkansas), Jonathan Safran Foer (Extremely Loud and Incredibly Close), Douglas Coupland (Generation A) y Michael Chabon (El sindicato de policía yiddish).
Todos ellos descendientes de una generación literaria cuyos libros una vez que caían en las manos de sus lectores –hombres– instantáneamente se transformaban en manifiestos de la masculinidad: Norman Mailer –autor de Los hombres duros no bailan y acusado frecuentemente de misoginia–, Kurt Vonnegut (Matadero cinco), Jack Kerouac (En el camino), Hunter S. Thompson (Los diarios del ron), Charles Bukowski (Ham on Rye) y, claro, Ernest Hemingway (Adiós a las armas).
Cada uno a su manera, estos escritores forman un club cargado de testosterona que, entre sus frases-látigo, sábanas manchadas, sátiras, manifiestos nihilistas, reguero de diatribas sobre la alienación, el estado de ánimo de la sociedad moderna y las frustraciones emocionales del consumo, filtran guías para un sujeto en perpetua (de)construcción.
Son más que cronistas sociales del universo masculino. No se lo proponen en conjunto pero lo hacen: ponen en palabras una angustia. Esconden entre sus historias manuales de autoayuda. Se dirigen a una generación, así como Salinger les habla a los adolescentes a través de Holden Caulfield. “No sos un hermoso copo de nieve individual. Estás hecho de la misma materia orgánica corrompible que todos los demás y todos formamos parte del mismo montón de mierda –golpea Palahniuk en uno de los pasajes más recordados de El Club de la Pelea–. Nuestra civilización nos ha hecho a todos iguales. Como individuos no somos nada”.
Como señala Santiago Roncagliolo, el órgano sexual masculino es el gran personaje de la obra de Philip Roth. En un mercado lleno de best-séllers para mujeres, Roth escribe fundamentalmente sobre la relación de esos hombres con sus cuerpos. “Tu cuerpo te hace traicionar a quienes te aman. Y luego tu cuerpo te traiciona a vos”, dice el autor de La contravida.
No hay fenomenología más compleja que aquella que se despliega en los encuentros íntimos entre un autor y un lector. Decimos que leemos un libro aunque, tal vez en un nivel más profundo, el libro nos lee a nosotros. En diferentes momentos de la vida, desencadena efectos diferentes. Toca fibras distintas.
A su modo, en la indescifrable alquimia de la creación –el misterio por el cual un escritor engendra una voz, un personaje multidimensional–, cada autor construye una identidad literaria mediante artilugios y estrategias veladas para los lectores.
A la mañana, a la noche, en cafés, en la sala de espera de un consultorio odontológico, ellos y ellas escriben, martillean el teclado, engordan sus libretas con ideas, nombres, frases sueltas, sueños dispersos. Y ahí, en el rincón más íntimo del universo –su imaginación–, burlan la dictadura fisiológica. Abandonan sus cuerpos. Son otros. En cierto grado, todos los escritores –por definición– son travestis.
Durante las noches de 2001, el sueco Stieg Larsson, por ejemplo, se volvía gótico: en sus cejas, lengua, nariz, ombligo y pezones afloraban piercings. Le crecían las tetas. Su espalda era surcada por un gran dragón de tinta. Dentro de la habitación infinita de su cabeza, Larsson –montado– era la hacker Lisbeth Salander.
Tolstói es Anna Karenina. Gustave Flaubert, madame Bovary. Patricia Highsmith, Tom Ripley. Marguerite Yourcenar, Adriano. Pero, por muy bien que lo hagan, este cambio de género se produce siempre con fisuras. No importa cuánto sepa un hombre del universo femenino y una mujer del cosmos masculino –no hay que olvidarlo: como recuerda Judith Butler, el género es una construcción social y cultural–, su descripción y confección siempre resultan incompletas.
A veces, los lectores lo advertimos. En nuestro paladar, queda flotando un incómodo sabor a engaño. Más allá de los esfuerzos inverosímiles de críticos literarios y semiólogos de separar quirúrgicamente al autor del narrador y el enunciador, cuando nos sumergimos en un libro –y entramos en hipnosis: nos olvidamos del calor y de la histeria verde– entablamos un vínculo personal, íntimo con el autor, persona a la que con seguridad nunca veremos a los ojos, nunca abrazaremos.
Temibles instrumentos de desconexión, los libros son siempre el acto de una voz, el acto de una persona. No existen personajes huérfanos de un creador. Sin antes ver el nombre de quien engalana la tapa, no aceptamos convertirnos en víctimas de un hechizo.
En este preciso momento, alguien busca hacer contacto: en algún lugar del planeta un hombre o una mujer está escribiendo aquel libro que detonará en nuestras cabezas dentro de cinco, diez, veinte años. Quizá no sea un libro monumental ni esté destinado a ser considerado clásico. Sólo bastará con que nos llegue. Que sus palabras nos golpeen con la fuerza con la que nos despierta el narrador de El Club de la Pelea: “Si estás leyendo esto, el aviso va dirigido a vos. Cada palabra que leas de esta letra pequeña inútil, es un segundo menos de tu vida. ¿Tu vida está tan vacía que no se te ocurre otra forma de pasar estos momentos? ¿Leés todo lo que te dicen que leas? ¿Pensás todo lo que te dicen que pienses? ¿Comprás todo lo que te dicen que necesitás? Salí de tu casa. Basta ya de tantas compras y masturbaciones. Dejá tu trabajo. Empezá a luchar. Demostrá que estás vivo. Si no reivindicás tu humanidad te convertirás en una estadística. Estás avisado”.

La cultura heroica y la biografía

"Nuestra suerte no resistirá nuestra voluntad" Con esa frase resume Patrice Gueniffey la creencia del hombre moderno en su capacidad de autocreación, de resistencia y superación antes las condiciones heredadas, ambientales, sociales y familiares


Bonaparte en el Gran San Bernardo, obra de Jacques-Louis David en el Museo Mailmaison./elpais.com
Esa es, a su juicio, una de las razones por las que Napoleón (el hombre y también el mito) apela todavía a nuestra imaginación y merece la pena volver sobre él. Lo que sigue es una reflexión sobre el interés de una empresa como la que propone Gueniffey en el contexto de la reflexión actual sobre cómo puede la biografía histórica desembarazarse de los supuestos más convencionales y simplistas del llamado “modelo heroico” y al mismo tiempo abordar el papel de los individuos sobresalientes en la historia.

El indiscutible prestigio de la historia social y su capacidad de disrupción de las convenciones historiográficas clásicas ha generalizado la suposición de que la verdadera historia es la historia de la llamada “gente común”, la historia “desde abajo”, frente a la historia aparente, superficial y personalista de los grandes personajes y los grandes sucesos. “¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?/En los libros aparecen los nombre de los reyes/¿Arrastraron los reyes los bloques de Piedra?(…)/El joven Alejandro conquistó la India/¿El sólo?/César derrotó a los galos/¿No llevaba siquiera cocinero?/Felipe de España lloró cuando su flota /Fue hundida ¿No lloró nadie más?...”. El famoso poema de Bertolt Brecht recoge muy bien ese esfuerzo por recuperar las historias, los puntos de vista, los sufrimientos, y en su caso las alegrías, de las personas anónimas que están detrás de las grandes gestas, que las hacen posibles, o que se ven arrastradas por ellas.
Precisamente por su importancia moral, intelectual y política, la cuestión no es tan simple. En el momento en que ella y su amigo Lytton Strachey señalaban el camino para la revolución de la biografía, y en parte también de la historia, que comenzó a operarse en las primeras décadas del siglo XX, Virginia Woolf [abajo, en la fotografía, en una fecha sin determinar] ya planteó la pregunta verdaderamente interesante. “And what is greatness? And what smallness?”. No se trata sólo de extender el interés biográfico o histórico a la gente corriente (y en su caso, fundamentalmente, a las mujeres) sino de reflexionar sobre los mecanismos que propician las inclusiones y las exclusiones, aquellos procedimientos sociales, culturales y políticos que definen qué es ser grande y qué es  ser pequeño.
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En estos momentos, casi un siglo después, sigue siendo importante analizar bien las características del llamado “modelo heroico” de biografía y la noción de vida significativa, de “vida importante” en que ese modelo se basaba y que tanto contribuyó a  asentar una visión elitista y personalista de la historia. Sin embargo, la crítica a ese modelo no conduce necesariamente al abandono ingenuo del análisis de las condiciones de aparición, y del impacto histórico, de los llamados “grandes hombres” (o en su caso de “las grandes mujeres”) sino a un tratamiento nuevo que sea capaz de cuestionarse, precisamente, el problema de la excepcionalidad y el impacto de los individuos excepcionales en la historia. 
A mi juicio, lo crucial en la evolución reciente de la historia biográfica no es sólo su mayor respetabilidad académica o el favor indiscutible de los lectores cultos que la siguen considerando una de las formas más inteligibles de acercarse a los procesos históricos. Lo crucial es que –en sus mejores versiones- viene demostrando que el estudio de una trayectoria individual es una manera particular, y particularmente útil, para abordar y formular problemas históricos que importan, para hacerse preguntas relevantes, para iluminar y rescatar la pluralidad del pasado, para recordar y analizar las diversas formas posibles de ser, de estar en el mundo, en un determinada época. Nos permite además algo que a mi juicio es fundamental en este momento: entender el alcance y los límites de la responsabilidad individual;  las formas en que lo colectivo y lo individual se requieren mutuamente como lo hacen también los personajes llamados extraordinarios y ordinarios, las conductas habituales y las diferentes, transgresoras o marginales.
Por todo ello, lo que cambia –lo que debe seguir cambiando- no es sólo el quién sino el cómo. Es decir, no se trata de sustituir a los reyes por los campesinos, a los generales por los soldados, a los hombres por las mujeres, etc. Se trata de argumentar el principio de individualidad significativa para todos ellos y las complejas redes de relaciones que los constituyen, los enfrentan y también les unen.  Suponer que todo está solucionado (y alterado) cambiando de personajes y abandonando a los llamados “grandes” me parece demasiado simple. Me parece también que con ello se corre el riesgo de dejar el análisis de ese tipo de personajes a la historia más convencional que puede, por lo tanto, seguir perpetuando visiones conservadoras y antidemocráticas de la historia.
Algunos de los trabajos biográficos que más me han interesado en los últimos años –como, por ejemplo, el magnífico Garibaldi. Invention of a Hero de Lucy Riall o la biografía ya clásica de W.B. Yeats de Roy Foster- se plantean precisamente ese problema de la construcción histórica del personaje excepcional o carismático; del héroe moderno y su profunda implicación en la conformación de la mística de las nuevas naciones, Italia en un caso e Irlanda en el otro. Esta cuestión la aborda también, desde una óptica distinta y con un personaje mucho menos conocido, Alain Garrigou en su análisis de la leyenda del diputado Alphonse Baudin que formó parte de la resistencia de los republicanos al golpe de estado de Luis Napoleón en 1851 y murió en el intento. Su famosa frase “¡Ahora veréis cómo se muere por veinticinco francos!” -en respuesta a la desengañada alusión de los obreros a su sueldo de diputado- contiene en sí misma toda una definición del heroísmo cívico y su importancia en la concepción de sí, en la narración de sí misma, de la política democrática de la Francia y la Europa decimonónicas. De la misma forma que la incapacidad de diputados como Baudin para movilizar a los trabajadores desengañados, su muerte solitaria e inútil, nos habla de las tensiones y las fisuras sociales de la política demo-republica, de los desencuentros entre representantes y representados, entre los líderes burgueses y las clases populares, entre el proyecto democrático y el mundo obrero. [1]
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Grabado sobre la entrada de Garibaldi en Palermo el 27 de mayo de 1860.
En otro lugar (la revista Ayer 93/2014) he escrito y me gustaría recuperarlo aquí que, si la llamada “conducta heroica”, como el carisma, no es un problema individual o singular sino una conducta social, es necesario analizarla en todas sus dimensiones. Al hacerlo, la cuestión trasciende la memoria, la trasmisión (o la impostura) y obliga al análisis de cómo las culturas heroicas o carismáticas no sólo se alimentan de relatos sino de “conductas heroicas”; de “héroes” modelados y hechos posibles en un proceso de doble dirección que requiere un análisis complejo de las disposiciones que lo engendran y de las acciones que lo perpetúan o modifican. Así, el heroísmo de Baudin o de Garibaldi se conforma y conforma a su vez narrativas de larga duración sobre el valor y la hombría (lo que para la historia atenta a las relaciones de género es fundamental) en la definición de la política democrática y de la nueva patria. La historia de la muerte del primero y “la vida tempestuosa del segundo” son de ese tipo de relatos que han contribuido a forjar la figura del héroe cívico decimonónico y, más en extenso, la propia “Era de los Héroes”, con sus convicciones sobre la naturaleza de la historia y el papel de los “grandes hombres” en ella.
En este ámbito de preocupaciones y de posibilidades de análisis es en el que adquiere interés la excelente biografía de Napoleón de Patrice Gueniffey, (París, Gallimard, 2013)) que se ha convertido rápida y merecidamente en un éxito editorial y ha recibido el Grand Prix de la Biographie Politique de 2013. Gueniffey, alumno de François Furet, pertenece al “momento anglosajón y liberal”, no sólo de la historiografía sino de la tradición política intelectual francesa. Sus obras sobre la Revolución Francesa, sobre el Terror, sobre el 18 de Brumario y el fin de la revolución, son buena muestra de ello: desde el tono narrativo (siempre excelente y alejado de las tentaciones de la jerga teórica al uso en ciertos sectores de la academia francesa) hasta la sustancial crítica al llamado “modelo jacobino” de interpretación de la revolución y de la historia francesa.
Gueniffey ofrece ahora una primera parte de su proyecto biográfico sobre Napoleón hasta 1802, el momento de su conversión en cónsul vitalicio (lo que rompe la cronología habitual), que contiene –además de novedades interpretativas sustanciales- una reflexión sobre “la fabricación del gran hombre” que, no por discutible, deja de ser muy interesante. El héroe, dice Gueniffey, se juega en la imaginación y por eso su poder es tan profundo y al tiempo tan precario.[2]
Se juega también en el ámbito de las posibilidades de despliegue e imposición de las propias cualidades sobre entornos y contextos cada vez más amplios que son, a su vez, los que hacen posible la fabricación y proyección social y política del “gran hombre”. El análisis de las condiciones creadas por la revolución para alguien como el joven y ambicioso militar corso que acabaría siendo Emperador y alterando sustancialmente la historia europea,  constituye la trama rica e inteligente, alejada de tópicos, de interpretaciones fácilmente sociologistas y de mitificaciones individualistas, que se despliega en este libro.
Napoleón, que en este libro es todavía Bonaparte (con su apellido italiano ya afrancesado), es un personaje complejo, con identidades múltiples y no necesariamente sucesivas: el nacionalista corso que aprende las reglas de la política en el asfixiante nudo de relaciones de patronazgo de su tierra natal; el joven resentido con Francia que acaba abrazando la nación revolucionaria y recorre todas sus posibilidades, incluida la robespierrista; el burgués y el militar del pueblo que siente fascinación por la aristocracia y contribuye a crear una nueva y postrevolucionaria. Es especialmente lúcido, en este sentido, el análisis de cómo Bonaparte –y con él los generales y los oficiales de la revolución- convierten los campos de batalla en un lugar de aprendizaje y mezcla de viejos y nuevos valores aristocráticos al tiempo que se van constituyendo, cada vez más, en los árbitros de la política francesa. Cómo en esos campos de batalla, y en su proyección sobre la política civil, se va jugando la definición –las posibilidades y los límites- de un “hombre nuevo”, un héroe moderno que cree y actúa como si nada pudiera resistir a su voluntad y que contribuye a minar la leyenda y la ilusión democrática de la revolución. A través de una trayectoria individual como ésta, enraizada en condiciones colectivas que la permiten pero no la agotan, llegamos más cerca y de forma más compleja a las formas en que los ideales burgueses y aristocráticos se fueron mezclando en aquellos años, a cómo el tiempo viejo y el tiempo nuevo se entrecruzan y crean un nuevo tiempo mestizo, incierto, en el que Bonaparte es posible y que a su vez él mismo hace posible.
No puedo detallar aquí mucho más. A mí me ha interesado especialmente la implicación del joven Bonaparte en la política nacionalista corsa así como el Bonaparte robespierrista; la espléndidamente narrada campaña de Egipto con la poderosa imagen de los soldados marchando agotados bajo sus uniformes de lana y los “sabios” académicos que fueron con ellos –en uno de los proyectos pioneros del orientalismo occidental- enfrascados en sus guerras internas; el capítulo sobre “el último día de la revolución” y el proceso que condujo a la entrega de la “corona republicana” al general que llegó a demostrar, a un tiempo, su enorme capacidad de adaptación al medio (a los medios cambiantes) y su voluntad de cambiarlos en propio interés.  Me ha interesado, sobre todo, el encuentro entre el nacionalista corso y Francia, entre un hombre, una ambición, un mito cultural y una revolución.
Al acabar la lectura de un libro que me parece excepcional lo que queda es el deseo de que la segunda parte llegue pronto y también, curiosamente, la duda -en contra de alguna declaración más o menos provocadora de su autor- de que este Bonaparte sea un vivo desmentido de la concepción “democrática” de la historia. Me ha resultado tan interesante porque me parece más que eso y más complejo: un lugar de análisis sobre las posibilidades, las tensiones y los mitos, la fuerza y las debilidades de esa concepción de la historia.  Una contribución importante, en suma, a lo que constituye uno de los objetivos de reflexión general de toda biografía que merezca la pena leer y escribir: la tensión constante e irresoluble entre lo individual y lo colectivo, lo particular y general, el todo y las partes. [3]
[1] Las referencias son las siguientes: Lucy Riall, Garibaldi. Invention of a Hero, Yale University Press, 2007; Roy F. Foster, W.B. Yeats, A life. 2vols, Oxford University Press, 1997 y Alain Garrigou, Mourir pour des idées. La vie posthume d’Alphonse Baudin. Biographie, París, Les Belles Lettres, 2010.
[2] Aquí convendría quizás recordar la espléndida novela de Joseph Roth, Los cien días,  publicada en castellano por Los Pasos Perdidos en 2013.
[3] Algo sobre lo que ha escrito páginas brillantes Sabina Loriga, una colega de Gueniffey en l’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París.  Le petit X. De la biographie à l’histoire, París, Seuil, 2010.

Fernando Pessoa, un traductor fallido de Ausias March

Uno de los grandes poetas de la intimidad. Que supo y no pudo evitar dar cuenta de la profundidad del alma humana herida por la duda y la muerte. Que supo del dolor de la conciencia y del conflicto entre el amor carnal y platónico

Intentos de traducción de Pessoa a March./Pablo Javier Pérez. /Biblioteca Nacional de Portugal./revistadeletras.net
Hombre, poeta que supo sentir la novedad de su siglo y sus heridas y despegarse de las corrientes estetizantes anteriores. Se ha llegado a decir de su poesía que en ella todo gira en torno de las angustias, el malestar, la duda, la problemática del yo, de sus contradicciones, de la realidad y el deseo. Se puede comprender su poética como la inauguración de una poesía de la interioridad y por tanto de la Modernidad. En ella sentimiento y pensamiento se entretejen y se sofocan. Cuerpo y Espíritu, idealismo y subjetivismo pugnan con fuerza y frecuencia.
Podría pensarse que el poeta referido es Fernando Pessoa. No suena descabellado el anterior retrato a mano alzada y sin embargo el retratado es Ausias March, poeta medieval en lengua catalana que despegándose de la tradición trovadoresca y provenzal inauguró con resonancias europeas la gran literatura catalana mostrando la poética de la interioridad con una alta carga metafísica y religiosa donde el amor y la muerte y la angustia ante las incertezas y perplejidades vitales ocuparon buena parte de su obra que tuvo como grandes influencias a Dante, Petrarca y la carga moral de la escolástica además de la propia aceptación del hombre concreto de carne y hueso y sus devaneos carnales y espirituales.
March-Pessoa | Montaje imágenes WikiMedia
March-Pessoa | Montaje imágenes WikiMedia
Hablo de March y hablo de Pessoa porque ya se puede decir que además de los nombres de Eugeni D’Ors, Ribera i Rovira o Diego Ruiz, autores catalanes y/o en lengua catalana, encontramos también al poeta valenciano en el baúl pessoano. El nombre de March aparece junto con Núñez de Arce, José Zorrilla, Espronceda y otros poetas hispanoamericanos de una antología de poetas en lengua española del siglo XIX que Pessoa proyectó alrededor de 1909-1910, para su primera y fallida tentativa editorial, la empresa Íbis. Es posible también considerarlo un proyecto complementario o paralelo dada la diferencia de siglos entre uno y los otros, lo cierto es que el proyecto parece contemporáneo o paralelo. En esa altura Pessoa tiene 21 años, y quizá podría haber encontrado en March la carga metafísica que siempre necesitó en los poetas a admirar y que quizá no estaba en los poetas españoles del Romanticismo del siglo XIX y sí en los portugueses como Antero de Quental. No olvidemos que el Pessoa de 1910 es un joven idealista obsesionado por la manía de la duda filosófica pero también por los poetas metafísicos isabelinos.
A. March (wrong) | Foto: Pablo Javier Pérez (Biblioteca Nacional de Portugal)
A. March (wrong) | Foto: Pablo Javier Pérez (Biblioteca Nacional de Portugal)
Parece probable que esa tentativa de traducción de March, fallida, según manifiesta la materialidad hallada, -apenas los primeros tres versos del “Canto XX”I de los famosos Cants de Amor, cuyo verso inicial reza “Fantasiant amor a mi descobre”, manifiestamente fallida según las propias palabras de Pessoa: “March (wrong)”-, quizá tiene que ver con el hecho de que la traducción pessoana toma muy probablemente como base una edición castellana, tal vez la canónica de Jorge de Montemayor. Sin embargo no existen motivos de peso para pensar lo contrario; que el libro consultado fuese una edición catalana (existen dos ediciones catalanas publicadas en Barcelona en 1909). Dejando a un lado los autores mencionados solo existe una presencia documentada de la lengua y/o cultura catalana en el espólio pessoano: algunas canciones populares en esta bella lengua peninsular contenidas en el libro titulado Canciones Populares españolas.
Pertinente parece plantearse el concepto de modernidad cuando miramos este diálogo inespecífico y precario pero profundo y sugerente que aquí se nos plantea cual ecuación insospechada y que surge siempre entre el traducido y traductor. ¿No será la interioridad del hombre el elemento esencial de la modernidad perpetua comprendida no solo como epocalidad sino como constante de la poesía adentrada? Si March nos muestra las vicisitudes del alma del poeta del siglo XV, Pessoa hace lo mismo con el XX. El yo expandido y encontrado con lo otro y los otros a través del amor es un tema presente en ambos autores si bien no ha sido tan tratado en Pessoa que si bien hace de la alteridad una guarida para la habitación poética muestra en su experiencia del amor una misma voluntad de hallazgo de la identidad perdida. En Pessoa también se produce por tanto una pugna y una vivencia platónica del amor y se comprende asimismo la poesía, esencialmente la prosa íntima y poetizada, como un estado del alma, una cierta autoconfesión que también está en March. La narración de la interioridad está en el origen de la poesía entrañada.
En la escisión entre lo esencial y lo accidental, cuerpo y alma, voluntad de verdad y voluntad de ilusión, siempre hay una doblez fundacional, la doblez entre la realidad vivida y la realidad deseada. Esta parece ser la doblez esencial de lo trágico. Qué adecuado parece aquí revisitar aquella cita de Unamuno: “Gracias al amor sentimos lo que de carne tiene el espíritu”. Con March se inaugura una lucha y una perplejidad metafísica entre entendimiento y sentimiento, lucha, diálogo del que es heredero Pessoa, hijo del dolor de la lucidez moderna.
Si Pessoa, continuador insospechado de March además de su traductor fallido, “odia la vida por amor a ella” como él propio confiesa, sufre el dolor de la visión sentida y pensada, March afirma que tot quant yo veig e sent, dolor me torna…”, porque en ellos hay antes que otra cosa eso que Vico llamó Sabiduría poética, es decir una “metafísica sentida e imaginada”, “aquesta és sentida y no sabuda” dice March, un canto que, sin agotar el misterio, quiere hablar de lo intraducible encarnado en los corazones y los cuerpos.

jueves, 27 de febrero de 2014

La potencia musical del flamenco

El escritor y premio Cervantes, autor del artículo, analiza los orígenes, influencias y manera de tocar la guitarra el artista flamenco fallecido. Paco de Lucía era partidario de la soledad y de la felicidad, y eso reaparece continuamente en su obra

De izquierda a derecha: Manolo Sanlúcar, Paco de Lucía y Carlos Saura, en el rodaje de  Sevillanas. /elpais.com
Paco de Lucía estudió y practicó la guitarra flamenca con una extraordinaria capacidad indagatoria. Se sometió desde muy niño a un riguroso, obstinado, inflexible aprendizaje y asimiló muy a fondo los secretos expresivos de una tradición flamenca nacida y desarrollada en ciertos arrabales de la Baja Andalucía.
Desde su rincón nativo, Paco de Lucía saltó bien pronto al mundo. Era de natural retraído y ensimismado, pero nada de eso se traspasó a la potencia comunicativa de su música. También era partidario de la soledad y de la felicidad, y eso sí reaparece de continuo en su obra. Casi sin apenas ser notado, a través de lentas y perseverantes enseñanzas, pasó de usar la guitarra como acompañamiento del cante a enaltecerla como instrumento de concierto. Se integró así en una estirpe de guitarristas —Niño Ricardo, Sabicas, Montoya- que aportaron al flamenco toda una serie de memorables conquistas expresivas. Pero Paco de Lucía impulsó, dotó de un nuevo rango estético, más dinámico, más innovador, lo que ya se había alcanzado en este sentido.
Convertido en uno de los grandes reformadores históricos de la guitarra flamenca, Paco de Lucía quiso llegar a más. Su técnica era impecable, de una desaforada perfección, pero él necesitaba ir más allá: necesitaba posponer la técnica a la sensibilidad, supeditar el lenguaje a su libre potencial creador. A partir de los básicos esquemas musicales del flamenco, ideó nuevas formulaciones complementarias. Los límites expresivos de los cantes eran en ocasiones insuficientes, o lo eran en razón de sus propios cauces comunicativos. Probó para ello con deslumbrante eficiencia esa correlación de fuerzas que le proporcionaban otros guitarristas eminentes de acento universal —Carlos Santana, Al Di Meola, Eric Clapton—, con quienes se confabuló para articular una manera de entender la poética de la guitarra flamenca absolutamente innovadora. Se fundamenta así una forma nueva por inusitada de alianza artística. Por el tejido de la tradición popular empiezan a filtrarse —o a definirse— unos nutrientes cultos. Una eventualidad que, en el mejor de los casos —en este caso— también resultaba enriquecedora.
Paco de Lucía disponía de un virtuosismo enigmático, imprevisible por momentos, literalmente inscrito en un sistema expresivo que podría llamarse —empleando un término muy manoseado— la estética del duende. Por ahí se perfila el prodigio de llegar adonde nadie había llegado, a una situación límite donde la novedad equivalía a la clarividencia. La manera de tocar la guitarra de Paco de Lucía era su forma de sacar a flote la intimidad. Y en esa intimidad se juntaban con similar lucidez el conocimiento y la intuición, lo aprendido y lo adivinado, una especie de cabal síntesis creadora. No me refiero ya a sus falsetas, es decir, a esas inolvidables filigranas ornamentales con que solía acompañar al cante, sino a la exigente estructura melódica, a la exquisita plenitud de su obra de solista.
Casi sin proponérselo, Paco de Lucía llegó a ser un auténtico compositor. Llevaba en la sangre, como suele decirse, una admirable propensión a los traspasos musicales de la experiencia. Es lo que hizo siempre con un lenguaje originalísimo y una asombrosa destreza imaginativa. Y todo eso sin esgrimir nunca ninguna clase de alharacas o vanas complacencias. Amaba la música con tanta honestidad como la vida. Con él, la guitarra flamenca alcanzó un fin de trayecto o, más propiamente, una virtud extrema que también podría llamarse —como he apuntado más arriba— una situación límite. Lo demás es silencio.
 Mago de la guitarra flamenca

El Defensor pide a la RAE que revise las acepciones de 'gitanada' y 'gitano'

 En la última edición del diccionario de la lengua española se imputa al colectivo gitano "una conducta negativa, en concreto de engaño"

Postada Diccionario RAE./elpais.com
El Defensor del Pueblo se ha dirigido a la Real Academia Española (RAE) para que revise las acepciones de "gitanada" y "gitano" en la última edición del diccionario de la lengua española por imputar al colectivo gitano "una conducta negativa, en concreto de engaño".
En su memoria anual correspondiente a 2013, que ha sido presentada hoy, en el que ha aumentado el número de quejas sobre la igualdad de trato al elevarse a 38, por las 24 tramitadas en 2012. Destaca que las definiciones de las palabras "gitanada" y "gitano" que aparecen en la vigésimo segunda edición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española suponen "la imputación a un colectivo de personas, por el mero hecho de su pertenencia al mismo, de una conducta negativa, en concreto de engaño".
El engaño, prosigue el Defensor, en el Código Penal vigente es constitutivo de delito, lo que, a su juicio, "resulta "discriminatorio" para dicho colectivo y "contribuye a la creación y mantenimiento de actitudes sociales racistas y xenófobas". Por otra parte, la institución asegura que ha continuado con la supervisión de los organismos competentes en la segregación escolar del alumnado gitano en España. En este sentido, indica que la administración ha informado sobre la escolarización del colectivo, concretamente en educación infantil y primaria, y sobre la reducción del absentismo escolar, sin embargo, la oficina del Defensor ha considerado necesario que se continúen con las actuaciones "puesto que no se ha precisado la existencia de actuaciones específicas dirigidas a analizar y combatir la posible segregación escolar" de este alumnado.
La institución, además, señala en su Memoria que ha recibido "un alto número" de quejas por motivo de los comentarios "ofensivos" y "denigrantes" contra el colectivo emitidos en el programa Palabra de gitano, emitido por Cuatro.

Lean lean, que llegan más novedades negrocriminales

El mundo editorial no para. Y menos el del género negro. En España se publican muchos muchos libros, demasiados, y nos podemos perder. Yo me pierdo. Por eso vuelvo con un post sobre recomendaciones fiables

Portada de La rubia de ojos negros./elpais.com
Siempre, todo, muy personal. Y no están todos. Y algunos salieron hace unas semanas. Ya. Como ocurría con la anterior entrega de las novedades de principios de año, están aquellos que me han gustado, de cuyos autores puedo hablar con conocimiento o que atesoran referencias indiscutibles. Insisto ante potenciales agraviados: es una selección muy personal. 
La vuelta de John Banville, para nosotros Benjamin Black, convertido ahora en Raymond Chandler es el gran bombazo del mes, pero no viene solo. Mafias en china contadas desde dentro, una nueva novela de Craigh Johnson y su comisario Walter Longmire, una sorpresa inquietante con Bilbao de fondo y una  arriesgada renovación del género de espías son algunos de los ingredientes de este post. Hay más. Lean y disfruten.
La rubia de ojos negros (Benjamin Black, Alfaguara). Black, identidad adoptada para la ficción criminal por ese mago de las letras llamado John Banville, se atreve con un encargo suicida: escribir una historia de Philip Marlowe tal y como lo haría Raymond Chandler. Lo fascinante del caso es la capacidad que tiene Black para conseguirlo. La historia tiene todo el sabor y el estilo de las narraciones de Chandler y los personajes, rubia apasionante y apasionada incluida, están muy bien. El jueves como con él. Prometo contar más.
PuenteCastigo para los buenos (Craig Johnson, Siruela). Pocos personajes me gustan más que ese sheriff honrado, silencioso y tranquilo de Wyoming. Un tipo empeñado en hacer justicia, un hombre bueno y solitario que busca la verdad. En esta ocasión viaja con su buen amigo Henry Oso en Pie a Filadelfia y se encuentra con una desagradable sorpresa y un caso que le afecta personalmente y para el que tendrá la ayuda de toda la familia de Victoria Moretti, su atractiva ayudante. Toda la serie es muy recomendable. Aquí escribimos más sobre ella.
La muerte del pequeño Shug (Daniel Woodrell, Alba). Este pequeño tesoro es el típico libro que guardo en una esquina hasta que tengo un rato para leerlo de una sentada y solo, con el ruido de fondo de la M.30 como único acompañante. Todavía no he podido hacerlo, pero eso no quita para que no lo recomiende. Woodrell es único y especial. Lo dice Denis Lehane y ya lo vimos con Winter’s Bone.
El enigma de China (Qiu Xiaolong, Tusquets). Corrupción y redes sociales que molestan a los poderosos en la China actual en un libro escrito desde dentro. No esperen una obra de oposición escrita desde el exilio. Xiaolong habla de su país hoy en día a través de un inspector jefe, Chen Cao, que trabaja por encargo del Partido. Muy entretenida e ilustrativa. Es otro de los que tenemos pendientes para entrevistar.
Laidlaw (William McIlvannney, RBA). El inicio de la trilogía protagonizada por el inspector que lleva el mismo nombre y que supuso también el principio de la explosión literatura policíaca a finales de los setenta en Escocia. Una novela que envejece muy bien y en la que se ven cosas interesantes. Una buena narración con la venganza como motor en un Glasgow en decadencia industrial. No se puede dejar de recomendar a un autor a quien Ian Rankin asegura deber una influencia decisiva cuando para dedicarse a esto.
China
Puente de Vauxhall
(Javier Sebastián, Destino). Una novela sobre la memoria, el engaño y la lealtad. Una historia sobre el valor de los recuerdos. Un entretenidísimo y sorprendente relato de espionaje loado en Francia y Alemania. Otro ‘debe’ en la cuenta de este blog. Aparecerá en las próximas semanas. Vayan leyendo.
La mujer que no bajó del avión (Empar Fernández, Versátil). Los problemas que te puede acarrear hacerte con algo que no es tuyo en un aeropuerto. Ese es el punto de partida del planteamiento de esta novela de la que Fernando Marías ha dicho “Evolución de la novela negra. Así debe ser el nuevo héroe solitario y perdedor de nuestro tiempo, así debe ser su único camino posible de redención”. Una editorial pequeña con apuestas como Crímenes Exquisitos (Vicente Garrido y Nieves Abarca) o Cien años de perdón (Claudio Cerdán) y que merece una oportunidad.

Lewis Carroll odiaba que su “Alicia” fuera tan famosa

 El escritor se quejaba en una carta a un amigo de  los autógrafos que le pedían en la calle. La misma será subastada y su precio estimado como base es de seis mil setecientos dólares

CARROLL. Su nombre real era Charles Dodgson./revista Ñ
“Toda es esta publicidad lleva a que personas que no conozco conozcan mi verdadero nombre y los conecten con los libros, y que me señalen (...) Y odio todo eso con tanta intensid intensidad que a veces casi deseo no haber escrito ningún libro”. Eso escribió Lewis Carroll  en 1891, casi 30 años después de la publicación de Alicia en el País de las Maravillas, en una carta que dirigía a un amigo en la que se quejaba por los autógrafos que le pedían en la calle. Esa carta será subastada el mes que viene en la casa Bonham’s de Londr Londres, y su precio estimado como base es de 6.700 dólares. Se trata de una carta que hasta ahora era desconocida públicamente, aunque ya se sabía que Carroll se mantenía bastante distante de sus seguidores y de la fama que su literatura le valió. Justamente para evitar llamar la atención fue que decidió usar un seudónimo, aunque su nombre real era Charles Dodgson.

Israel reemplaza las copias de "El diario de Ana Frank" boicoteadas en Tokio

La embajada de Israel y la comunidad judía de Japón donaron hoy nuevas copias de Diario de Ana Frank a varias bibliotecas de Tokio, donde unos 300 ejemplares de esta obra resultaron misteriosamente saboteadas en los últimos días

Portada de  Diario de Ana Frank, un testimonio del Holocausto./lainformacion.com
En el ayuntamiento del distrito tokiota de Suginami, que acoge varias de las bibliotecas en donde los volúmenes resultaron dañados, se celebró hoy un acto para oficializar el donativo, en el que participaron diplomáticos israelíes y representantes de las autoridades locales.
En total, 38 bibliotecas de ocho distritos denunciaron la semana pasada que durante este mes encontraron con las páginas arrancadas o cortadas 306 copias del conocido diario de la niña judía y de otras obras relacionadas con su biografía y con el Holocausto.
La policía de Tokio, que investiga el delito, sospecha que se trata de una misma persona.
Para tratar de encontrar al responsable, los investigadores están analizando los vídeos grabados por cámaras de seguridad instaladas en torno a las bibliotecas afectadas, así como los historiales de búsqueda de los usuarios de estos centros.
"El diario de Anna Frank" fue escrito por una niña que vivía escondida junto a su familia en Amsterdam durante la ocupación nazi, y que finalmente murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen, en 1945.
La obra ha sido traducida a 55 lenguas y se ha convertido en uno de los relatos más conmovedores del Holocausto.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Paco de Lucía, genio de la guitarra, muere a los 66 años

El guitarrista flamenco ha fallecido en Cancún ,México, donde se ha sentido súbitamente indispuesto.    El Ayuntamiento de Algeciras prepara los trámites para su posible repatriación

Paco de Lucía en un concierto en el Teatro Real de Madrid en 2010. / Miguel Gener./elpais.com
Enmudeció el pellizco genial de la guitarra de Paco de Lucía. El intérprete flamenco ha muerto en México a los 66 años, según confirman fuentes de su entorno y del Ayuntamiento de Algeciras (Cádiz), su ciudad natal y a cuyo perfil portuario estará para siempre asociado su inimitable sonido con las seis cuerdas. De Lucía se encontraba jugando con sus nietos en una playa en Tulum, donde poseía una casa, cuando se ha sentido súbitamente indispuesto, según un amigo íntimo del músico, Victoriano Mera.
El artista ha muerto de camino al hospital. Las primeras conjeturas apuntan a que el guitarrista, galardonado con el Príncipe de Asturias de las Artes en 2004, guía del arte jondo por nuevos e inexplorados caminos al frente de su sexteto de trazas jazzísticas y eternamente recordado por su asociación en el olimpo del flamenco con Camarón durante los 60 y 70, ha fallecido a causa de un infarto. 
El músico vivía desde hace años en Palma de Mallorca, tras su paso por lugares como la Península del Yucatán o Toledo, donde se dejaba ver (poco), con una mezcla irresistible de bonhomía y reclusión. En los últimos tiempos fijó su residencia en Cuba. Los que lo trataron en Mallorca lo recuerdan con una cierta alergia hacia la guitarra, que dejó de tocar durante un tiempo, con ganas de compartir ratos con gentes sencillas, alejado de los cenáculos artísticos e intelectuales y dedicado a sus dos hijos de corta edad.
Era la forma en la que Francisco Sánchez Gómez, tal era su nombre real, huía de su propia leyenda. Un mito que también obtuvo sus recompensas comerciales; en 1973, su celebérrima rumba Entre dos aguas lo aupó a lo más alto de las listas de éxitos con la conjura propia de las casualidades. La composición fue la última en entrar en el repertorio de aquel disco que acabaría invadiendo centenares de miles de hogares aquellos años en los que España se sacudía el polvo negro de la dictadura.

Ya solo su asociación con Camarón de la Isla, la entente de dos amigos de infancia curtidos en los tablaos que en aquellos setenta andaba dando sus últimas bocanadas, le habría servido para ingresar en las enciclopedias de la música popular. Pero habría mucho más. Sus primeros escarceos con el jazz, por los que fue acusado de bastardización del arte jondo, datan de finales de la década anterior, cuando colaboró, aunque sin figurar, en los discos de jazz flamenco del saxofonista navarro Pedro Iturralde. A mediados de los 70, fue dando forma a una banda irrepetible, nutrida del talento de sus hermanos, Pepe de Lucía y Ramón de Algeciras, y los jóvenes Jorge Pardo, Carles Benavent y Rubem Dantas, con el que se introdujo el cajón peruano en la ecuación flamenca. La cristalización de la leyenda de aquella banda única se dio a principios de los 80, con los discos Solo quiero caminar (1981) y Live... One summer night (1984).
 
De los ochenta data también su asociación con dos titanes de la improvisación a las seis cuerdas: Al di Meola y John McLaughlin. Juntos giraron por todo el mundo asombrando a auditorios de todas las clases y tamaños con su contagioso virtuosismo. 
Además de cruzar flamenco con jazz, De Lucía hizo lo propio con el blues, la música hindú, la salsa, la bossa nova o la música árabe. También contribuyó a difuminar las frontera entre la música culta y la popular con históricos registros en el Teatro Real.
Doctor honoris causa por la Universidad de Cádiz y el Berklee College of Music, el jurado de los Premios Príncipe de Asturias le reconoció su "honradez interpretativa" y su capacidad de trascender "fronteras y estilos" que le convirtieron en "un músico de dimensión universal". "Todo cuanto puede expresarse con las seis cuerdas de la guitarra está en sus manos", destacó el fallo.
El Ayuntamiento de Algeciras, que ha decretado tres días de luto oficial, está haciendo las gestiones, en contacto con la familia, para facilitar la posible repatriación del cadáver.

Mainer reivindica la literatura española del medievo y del XVIII

El catedrático escribe la  Historia mínima de la literatura española como un relato que muestra el rumbo tomado por la escritura y la historia del país en ocho siglos

Leandro Fernández de Moratín, pintado por Goya./elpais.com
 
 En este "presente incierto y vivaz" encajan dentro del hilo argumental narradores como Javier Marías, poetas como José Manuel Caballero, ensayistas como Fernando Savater y dramaturgos como Juan Mayorga. Entre los más jóvenes están narradores como Ray Loriga y poetas como Juan Antonio González Iglesias
Millones de palabras en 50.000 palabras. Infinitas páginas en 201 páginas. Centenares de nombres de escritores, temas, corrientes y tendencias en nueve capítulos. 800 años de creación literaria para leer en unas... cuatro horas. Millares de libros asomados en un libro: Historia mínima de la literatura española(Turner), de José-Carlos Mainer. Un ensayo que se lee como un relato de la creación literaria en España y de la vida del país en el cual destacan las luces reivindicadoras que lanza sobre periodos más o menos eclipsados por la Historia oficial y el imaginario colectivo, como son la Edad Media y el siglo XVIII, mientras arriesga con el presente.
No se trata de un canon sino de una especie de vademécum, una guía para facilitar una lectura razonada de las letras españolas que recoge los cambios producidos a lo largo de su historia
¿Qué hay entre las jarchas de la Edad Media, pasando por el Cantar de mio Cid y José Ángel Mañas? Son el comienzo y el penúltimo nudo de un hilo literario de ocho siglos unido por la misma lengua. Mainer (Zaragoza, 1944) ha creado una narración ágil que empieza con una reflexión sobre qué es la literatura y su función, salta de inmediato a los orígenes de esta historia con las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar y termina, por ahora, con las corrientes y temas de la creación literaria más contemporánea: la presencia de la Guerra Civil, el auge de la autoficción, la mezcla de novela y ensayo, la vuelta del tono más personal en la escritura, la autobiografía y la generación del desencanto hasta llegar a la literatura del desasosiego desencadenada en esta década.
“No se trata de un canon sino de una especie de vademécum, una guía para facilitar una lectura razonada de las letras españolas que recoge los cambios producidos a lo largo de su historia”, explica el catedrático. El libro reivindica y hace justicia sobre momentos desdeñados o reprobados por estudios tradicionales y se une a una corriente intelectual que reconoce los valores y aportaciones a la humanidad y a las artes de épocas como la Edad Media (entre los siglos V y XV) y el siglo XVIII, en el caso concreto de España. Si la Edad Media no existiera, aclara Mainer, el mundo moderno no existiría, “los grandes cambios que se viven después vienen de allí en muchos órdenes, incluida la vida intelectual”. Un periodo que aún se ve oscuro e improductivo a pesar de que los románticos fueron de los primeros en empezar a iluminar aquellos mil años.
El siglo XVIII en España es singular. Atrapado entre el esplendor del Siglo de Oro y su estela y la literatura del XIX. Se ve como una especie de paréntesis estéril cuya idea Mainer borra. Lamenta que haya habido “una especie de repugnancia política venida en parte por Menéndez Pelayo. O sea visto como el siglo traidor y de influencias externas venidas, por ejemplo, de Francia”. Cuando la verdad es que, agrega el catedrático, si se dejan de lado ideologías y prejuicios, es allí donde se cuajan varios cambios y en la literatura se producen obras de alto valor. Ahí están, recuerda, los autos sacramentales y "figuras admirables" como el poeta Juan Meléndez Valdés o los dramaturgos y poetas Nicasio Álvarez de Cienfuegos y Leandro Fernández de Moratín, con piezas como El sí de las niñas.
El siglo XVIII es importante, ahí están los autos sacramentales y "figuras admirables" como  Meléndez Valdés, Álvarez de Cienfuegos y  Moratín
Se trata de un ensayo que se lee como un relato escrito casi de un tirón y de manera lineal del que solo una cosa hubiera preferido no escribir José-Carlos Mainer: de sus coetáneos. Pero el formato de esta colección de Turner lo exigía: recordar el origen de la literatura en español y cerrar con el pulso actual. “Un presente incierto y vivaz”, es el subtítulo del último capítulo del libro para referirse al periodo posterior a la muerte del dictador Francisco Franco en 1975. Sus claves, afirma Mainer, son la “nueva concepción de la cultura” que modifica el panorama desde el propio germen hasta su divulgación y promoción. Un segundo aspecto es el nuevo enfoque de una escritura más creativa, literaria y autónoma. Una herencia del periodo justo anterior donde se empieza a vivir o a recuperar un cierto exhibicionismo, como se aprecia, por ejemplo en los Novísimos, que dejó sobre el periodo anterior “la sensación de que se había hecho una literatura fracasada”.
Siempre es más difícil valorar la creación contemporánea porque no se sabe qué dirá el tiempo, asegura Mainer. Pero aceptó el reto. No como un diccionario ni una lista de nombres ni de obras, sino dentro del hilo argumental del relato que empezó en la Edad Media. Entre los autores contemporáneos presentes en dicha línea argumental de Historia mínima de la literatura española figuran Fernando Savater, Javier Marías, José Manuel Caballero Bonald, Ana María Matute, Juan Marsé, Antonio Muñoz Molina, Antonio Gamoneda, Cristina Fernández Cubas, Juan Eduardo Zúñiga, Enrique Vila-Matas, Álvaro Pombo, Luis Mateo Díez, Eduardo Mendoza, Juan y Luis Goytisolo, Francisco Brines, Félix de Azúa, Rafael Chirbes, Pere Gimferrer, José María Merino, Antonio Colinas, Juan José Millás, Almudena Grandes, Andrés Trapiello, Ignacio Martínez de Pisón, Luis Landero, Jon Juaristi y Fernando Aramburu. De las últimas generaciones figuran autores como Juan Antonio González Iglesias, Ray Loriga, Isaac Rosa, y José Ángel Mañas, el más joven de todos.
Como siempre, el problema no son las presencias sino las ausencias. Una de ellas es la de autores como Arturo Pérez-Reverte que no encajaba dentro de la estructura de corrientes o temáticas más características del momento. "Él y todos los demás que no aparecen en el libro, al igual que otras tendencias literarias", añade Mainer, "deben sentirse incluidos porque la idea del volumen es la de un presente incierto, abierto". Siempre en construcción.
Este es el penúltimo acercamiento que José-Carlos Mainer hace a este tema. En 2010 fue el coordinador de los nueve tomos de la monumental Historia de la literatura española, editado por Crítica, un compendio de 6.500 páginas desde la Edad Media hasta hoy.

Forsyth: "¿Terrorismo? En la guerra hay que matar al enemigo: legítima defensa"

El fundamentalismo islámico centra  La lista, la nueva novela de Frederick Forsyth "Espías, terroristas, mercenarios... ese mundo sigue siendo el mismo"

Frederick Forsyth, en el madrileño hotel Villa Real. / Álvaro García./elpais.com
En la jerga de los servicios de inteligencia anglosajones un clean skin o lily-white —definiciones ambas que corresponden a un carácter aparentemente impoluto— es un individuo que nunca se ha unido a un grupo susceptible de ser vigilado, que vive y trabaja en las sociedades occidentales sin llamar la atención, que guarda solo en su mente las motivaciones y planes para perpetrar un atentado. “El asesino solitario es el más peligroso”, subraya durante una entrevista en Londres el escritor británico Frederick Forsyth, uno de los grandes del thriller contemporáneo, que en su última novela La lista aborda ese perfil del terrorista de signo islámico que “está fuera de radar y es el gran dolor de cabeza” para las fuerzas de seguridad.
El título del libro alude a una lista secreta que se revisa cada semana en el despacho oval de la Casa Blanca y que contiene los nombres de los terroristas más amenazadores para Estados Unidos, sus ciudadanos y sus intereses. La misión de una unidad que opera en la sombra es identificarlos, localizarlos y destruirlos. Forsyth (Ashford, Inglaterra, 1938) recurre a su habitual estilo periodístico, que destila una documentación meticulosa, para relatar con grandes dosis de adrenalina la operación de caza de uno de esos hombres. No tiene nombre, rostro o paradero conocido, pero los efectos de sus proclamas en la Red son letales. Apodado El Predicador por un exmarine encargado de neutralizarlo (El Rastreador), utiliza Internet como “control remoto” para radicalizar a jóvenes musulmanes e instigarles a matar.
“Primero está el odio y luego viene la justificación”, escribe el Forsyth narrador sobre esos ciudadanos convertidos al terrorismo que en su novela atentan contra personajes de la vida pública que tienen a su alcance. Y lo hacen a la luz del día, al igual que en la vida real dos hermanos sin filiación conocida hicieron explosionar dos artefactos caseros en plena maratón de Boston (abril de 2013) o un mes después dos británicos de origen nigeriano asesinaban a machetazos a un soldado en las calles de Londres. Ante sucesos como estos, y que ocurrieron después de que el novelista comenzara a trabajar en La lista, Forsyth no atiende a motivaciones de tipo social o político: “Todavía no sabemos por qué estos jóvenes se radicalizan, el secreto sigue encerrado en sus mentes”.
De conocido talante conservador, lo cual no le resta un ápice de independencia en sus opiniones, el escritor que antes ejerciera el periodismo en Reuters y la BBC no comparte los argumentos de la guerra contra el terrorismo que condujeron a las invasiones de Afganistán e Irak. “La guerra de Irak fue un desastre personal de George W. Bush, que quiso vengarse de Sadam Husein por intentar matar a su padre y además embarcó al estúpido de Tony Blair”. Ese es su veredicto. Forsyth se agita cuando habla del ex primer ministro británico, un político a quien nunca perdonará, dice, “por haber mentido al Parlamento” (asegurando que existían pruebas sobre el arsenal de armas de destrucción masiva de Sadam) y al que responsabiliza de la enorme desconfianza que hoy suscita la clase política en el Reino Unido. Igual de contundente se muestra a la hora de calificar a Edward Snowden, el ex analista de inteligencia que filtró miles de documentos sobre el espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense: “Es un traidor que reveló a Al Qaeda el secreto de los programas de defensa y con ello nos hizo más vulnerables”.
El autor que consiguió el éxito ya con la publicación de su primera novela, Chacal, en 1971, sigue volcado más de una docena de libros después (Odessa, El puño de Dios, Cobra…) en “la misma gama de personajes, de espías, mercenarios o terroristas… Ese mundo sigue siendo hoy el mismo aunque cambien los actores, antes el IRA o ETA y ahora el fundamentalismo islámico”. Desde los tiempos de aquel asesino a sueldo que intentaba matar al presidente francés Charles de Gaulle hasta la presente era cibernética, las herramientas que tiene a mano un escritor se han sofisticado mucho, pero Forsyth prefiere seguir ciñéndose a sus fuentes directas, a sus contactos en los servicios de inteligencia o militares y a los expertos en diversos campos, en lugar de recurrir a Internet para documentarse (“En muy contadas ocasiones cotejo fechas en Google”, sostiene).
La precisión en los datos sigue siendo su gran obsesión, ya sea cuando describe minuciosamente las operaciones de las agencias de inteligencia o la sofisticada labor de uno de los protagonistas de La lista, un joven genio de la informática que ayuda al Rastreador a interceptar en la red al ciberpredicador islámico. La lista que tiene como principal objetivo a ese instigador de terroristas es “necesaria” en el mundo de hoy, opina Forsyth, quien no apoya la pena de muerte en la jurisdicción civil aunque sí la ejecución de terroristas identificados: “¿Terrorismo? En la guerra, hay que matar al enemigo. Legítima defensa”.

Obra seleccionada

Chacal(The day of the jackal, 1971).
Odessa (The Odessa file, 1972).
Los perros de la guerra (The dogs of war, 1974).
La alternativa del diablo (The devil’s alternative, 1979).
El cuarto protocolo (The fourth protocol, 1984).
El manipulador (The deceiver, 1991).
El puño de Dios (The fist of God, 1994).
El manifiesto negro (Icon, 1996).
Vengador (Avenger, 2003).
El afgano (The afghan, 2006).
Cobra (The Cobra, 2010).

La gracia y la malicia, unidas en un matrimonio fascinante

 En el año del centenario del escritor, reproducimos una extraordinaria entrevista que ambos concedieron juntos a la revista Claudia, en 1983, rescatada ahora por Ernesto Montequin para la edición de El dibujo del tiempo, libro que Lumen distribuirá en marzo y que incluye textos inéditos de Ocampo, de los que aquí se ofrece una selección

Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, un matrimonio literario./Pepe Fernández./adncultura.com
Tienen la belleza, la fascinación y la crueldad de lo perfectamente acabado, de todo aquello que por su plenitud se basta a sí mismo. Después de haber estado con ellos, cualquier conversación resulta insípida, pesada, vulgar, como si uno hubiera abandonado una región iluminada por un sol perpetuo para pasar a una comarca cubierta por las nieblas. Probablemente haya otros matrimonios literarios en el país, pero, sin duda, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo forman la pareja más talentosa e imaginativa de la Argentina.
Ella es autora de poesías memorables y de cuentos llenos de gracia, de malicia y de perversidad. La palabra "perversidad" seguramente aparecerá varias veces en esta nota, pero en el sentido en que se aplica a las travesuras -a menudo infernales- de los chicos. Porque sobre todo Silvina ha hecho un culto de su personaje de "ingenua" terrible, capaz de los gestos más tiernos, pero también más complejos, en los que nunca falta una veta de ironía, de burla. Es el mismo espíritu que se encuentra en su primer libro Viaje olvidado (1937) y después en Enumeración de la patria, Espacios métricos, Autobiografía de Irene, La furia, Las invitadas, Lo amargo por dulce.
Él irrumpió con la fuerza de un meteoro en la literatura nacional tras la publicación de La invención de Morel (1940), una novela fantástica que suscitó el deslumbramiento de sus colegas argentinos y extranjeros. Después Plan de evasión, El sueño de los héroes, El lado de la sombra, El gran serafín, Diario de la guerra del cerdo -llevado al cine por Torre Nilsson-, así como los libros escritos en colaboración con Jorge Luis Borges con el pseudónimo de Bustos Domecq, confirmaron que, junto con Borges y Silvina, su mujer, forman el trío de escritores más brillantes de la Argentina.
Cuando se los trata, se comprueba que son lo que los franceses llaman charmeurs. Compiten en rasgos de ingenio, en demostraciones de simpatía, en gestos corteses, que alternan de tanto en tanto con abruptos llamados a la realidad. Silvina es una de esas autoras cuya obra coincide con su personalidad como la piel con el músculo de un atleta. Porque Silvina ejerce sobre quien hable con ella el mismo poder hipnótico de sus cuentos y poesías. Así como es difícil dejar de leerla, una vez que se empezó, también cuesta despedirse de ella porque es imposible cansarse de sus ocurrencias, de sus tonos de voz tan deliberadamente infantiles, de ese candor espontáneo que es el resultado de años de cuidadoso ejercicio.
Pero así como es un placer hablar con ellos, entrevistarlos puede ser un complicado proceso. Los Bioy odian las entrevistas; detestan dejarse tomar fotografías; aborrecen la publicidad, la promoción, es decir, todo aquello que la mayoría de sus colegas acepta con resignación o que también buscan desesperadamente. Obtener de ellos una corta charla destinada a la publicación es el fruto de infinitas llamadas telefónicas, de reticencias, diplomacia, sonrisas, negativas, dudas. Es el estilo de la casa: juguetón, inquietante, lleno de imprevistos sabiamente calculados como una vertiginosa vuelta en la montaña rusa. Eso hace muy difícil que se les pueda hacer un reportaje de manera tradicional. No quieren grabadores, tampoco les gusta mucho que se tomen notas: en suma, hay que librarse a la buena memoria, la observación y seguir con aparente despreocupación el hilo meandroso, encantador, de sus razonamientos y descripciones.
Esa noche de primavera, en el piso que ocupan en la calle Posadas, comenzamos hablando de los espectaculares de televisión dirigidos por Boyce Díaz Ulloque en los que se verán dos adaptaciones de cuentos de Silvina y dos de Bioy.
Adolfo Bioy Casares: -Boyce es amigo personal nuestro y se ha tomado un enorme trabajo para llevar a la televisión esos relatos. Además se ha ocupado desde la ropa, la música y la elección de exteriores hasta los más mínimos, minuciosos detalles.
-Tanto tus cuentos como los de Silvina son muy cinematográficos. Por otra parte, vos sos un aficionado al cine y a la fotografía. Tus fotos siempre fueron muy celebradas.
ABC: -Alguna vez declaré: "Me gustaría que el fin del mundo, si llega, me encuentre en una sala de cine". Me agrada que me cuenten historias.
Silvina Ocampo: -Adolfito es un espectador muy paciente, muy fiel. Ve todas las películas hasta el final. Yo soy más inquieta. Cuando estoy en el cine, de pronto, me doy cuenta de que en realidad me gustaría haber ido al día siguiente. Entonces me levanto y me voy. Me digo: "Mañana vengo". Y no es cierto. Mañana no voy. Y cuando voy, que no es mañana, me ocurre otra vez lo mismo. Yo siento que el cine y la televisión me esterilizan, me quitan inspiración, me dispersan.
ABC: -Sin embargo hay películas que te gustaron mucho, El desierto de los tártaros, Fama, los filmes de Buñuel.
-Bioy, algunos de tus libros fueron llevados al cine, como La invención de Morel, Diario de la guerra del cerdo, Invasión, que escribiste en colaboración con Borges; ¿qué te parecieron esas versiones?
ABC: -No he tenido demasiada suerte con ellas. Me acuerdo que un grupo francés hizo La invención. para televisión. Yo estaba en ese entonces en París y cuando la proyectaron la vi en el aparato de los dueños del hotel donde me hospedaba. Me acuerdo de que, en una habitación bastante chica, estábamos el matrimonio de propietarios, un hijo, yo, y creo que alguna otra persona. Fue muy incómodo. A medida que transcurría la acción ellos se fueron aburriendo. Se levantaban, iban a la cocina, volvían. Yo me sentía inclinado a pedirles disculpas, a decirles que si querían podían irse. Ellos trataban de ser gentiles.
-¿Por qué no hiciste personalmente la adaptación de los cuentos que dirigió Díaz Ulloque?
ABC: -No sé hacer ese trabajo. En algún momento de mi juventud, debo de haber fantaseado hasta con la posibilidad de dirigir. Pero esa tarea no es para mí. Hay que ser muy organizado y saber mandar. Yo detesto dar órdenes. Me parece una falta de respeto.
-¿Cuándo empezaste a escribir, Silvina?
SO: -Mi carrera literaria se la debo a Bioy. Fue él quien me introdujo a la literatura. Siempre me había gustado leer y también escribir. De chica, redactaba unas cartas larguísimas. Muchos de mis cuentos son cartas. Pero, cuando era más joven, quería ser pintora. Estudié con distintos maestros, uno de ellos fue Giorgio De Chirico. Escribí una poesía sobre él: "Giorgio De Chirico, yo fui su alumna/ recuerdo el perfil griego y la mañana/ y el cielo de París en la ventana/ donde soñó el espacio y la columna".
-¿Y vos, Bioy?
ABC: -Mi primer libro lo terminé a los seis años. Era una novela de amor dedicada a mi prima. Se llamaba Iris Margarita. Después terminé varias novelas más. Toda mi producción hasta La invención de Morel es un horror: Prólogo (1929); 17 disparos contra lo porvenir, Caos, Vanidad, La estatua casera, y otros más. Yo insistía en publicar para castigo de mis amigos. Ellos me consideraban un buen muchacho, pero yo les infligía novela tras novela.
Alguno, más sincero, llegó a decirme: "¡Adolfito, caramba, qué cosas escribís!". Con La invención. decidí intentar otro sistema de escritura. Quise hacer una novela que no tuviera nada que ver conmigo. Transcurre en el trópico, en una isla, en ambientes que nunca fueron los míos. Traté de evitar las frases largas que siempre llevan a equivocarse, tienden a ser pesadas. Intenté desaparecer de la obra. Hasta ese momento estaba demasiado ansioso de demostrar que sabía escribir muy bien, que manejaba un vocabulario extenso, que tenía conocimientos de matemática, de filosofía, de historia. Fui más simple, lo que me llevó mucho más tiempo y trabajo. Así fui aprendiendo.
-A vos y a Borges siempre les ha interesado la matemática. ¿De dónde nace esa afición?
ABC: -En los primeros años del colegio secundario yo era muy mal alumno. Por fin mis padres me pusieron un profesor de aspecto muy especial: gran melena, frente ancha, corbata lavallière. Era la típica imagen de los poetas y socialistas de principios de siglo. Con él me puse al día y me convertí en el mejor alumno de matemática del colegio. Después llegué a leer Principia Mathematica, de Russell. Pero hoy me he olvidado de todo lo que sabía de fotografía. Eso me ha enseñado que en la vida no se conquista nada definitivamente.

El amor, la literatura y los perros

-Silvina, ¿cómo conociste a Bioy?
SO: -En realidad, yo me enamoré de Áyax, su perro. Era precioso. A mí no me gustaban mucho los perros, prefería los gatos. Pero Áyax, el perro de Bioy, sí me gustaba. No había otro como él. Después Bioy me ayudó a comprender a los perros. Y los amé. Los perros nos acompañaron toda la vida. Áyax es muy fiel: casi se suicida por Adolfito. Una vez estaba en la planta baja de su casa, un servidor fingió atacarlo para ver la reacción de Áyax, y el perro por poco se tira del balcón del primer piso para defenderlo. Después tuvimos muchos perros. Diana fue una de mis preferidas, murió hace poco.
-¿Qué fue lo que te atrajo de Silvina, Bioy?
ABC: -Me deslumbró su inteligencia. Ella tiene una personalidad tan compleja, tan rica, y yo soy tan elemental, tan simple.
SO (indignada): -¡Ay, qué respuesta tan convencional, Adolfito! ¡Qué van a decir tus lectores! ¡No es cierto que te enamoraste de mi inteligencia!
ABC: -Pero sí, es verdad. A mí las entrevistas no me gustan por este tipo de cosas. Es como si uno mostrara unas míseras moneditas -la vida de uno, al fin y al cabo- y les diera enorme valor. O al revés, se dice lo que para uno tiene mucha importancia, y eso resulta una nimiedad para otros. Quizá se deba a que soy muy tímido.
-Los tres somos muy tímidos, probablemente.
SO: -¡Ah! Entonces ahora yo voy a hacer algunas preguntas. Vos, Hugo, ¿cuándo empezaste a ser tímido?
-No recuerdo ninguna fecha precisa.
SO: -¿Y vos, Adolfito?
ABC: -Yo he vivido avergonzado.
SO: -En cambio, yo me acuerdo perfectamente del momento en que empecé a ser tímida. Tenía cuatro años. Estaba en París en un restaurante acompañada por mi institutriz. Ella le aseguraba al maître que yo sabía leer y escribir "arveja", que en francés se dice petit pois. Y yo, en vez de escribir esa expresión puse petitpipi. Toda la gente se echó a reír a los gritos. Me pareció que se burlaban de mí. Desde entonces soy tímida.
-¿Cuándo se casaron?
ABC: -En el 40, cuando apareció La invención de Morel. Éramos novios desde hacía mucho tiempo. Estábamos en el campo y se nos ocurrió casarnos, así que subimos al coche y fuimos al pueblo para hacerlo. Recuerdo que en el camino nos encontramos con un amigo. Nos preguntó: "¿Adónde van?". Le respondí: "Nos vamos a casar". Y él contestó: "Espérenme. Voy a buscar unos rifles y los acompaño". Pensó que íbamos a matar perdices.
-La amistad de Borges con ustedes ha marcado la vida y la obra de los tres. ¿Cómo lo conociste, Bioy?
ABC: -En casa de Victoria Ocampo. Simpatizamos. Yo tenía que escribir la publicidad de un producto; un trabajo que alguien me había conseguido. Entonces me fui a trabajar al campo junto con Borges. Y allí planeamos hacer cuentos en colaboración.
-¿Y de dónde proviene la pasión de los tres por la literatura fantástica?
SO: -De la literatura inglesa. Nosotros pusimos de moda la literatura fantástica en la Argentina, así como pusimos de moda la novela policial. Adolfito me convenció de que escribiera con él una novela policial a pesar de que no me sentí dotada para ese género. Pero él me dijo que si uno quería adquirir oficio debía escribir de todo. Y lo hicimos.
ABC: -Yo me obligo a escribir todos los días. Me obligo a versificar, aunque no publique esos poemas. También escribo piezas teatrales, además de mis cuentos y de mis novelas. Tengo la suerte de poder mantener en suspenso varias obras a la vez, y pasar de la una a la otra sin inconvenientes. Ahora tengo pendiente la terminación de varias novelas y cuentos. El perjurio de la nieve, que Torre Nilsson hizo en cine con el título de El crimen de Oribe, se me ocurrió una noche por la calle mientras caminábamos con Borges. Yo le conté el argumento. Y él me dijo que era una buena idea, pero muy difícil de escribir. Pasaron años hasta que lo hice. Durante una enfermedad, mucho tiempo después de esa madrugada, me desvelé y me puse a escribirlo. Esa posibilidad de tener en redacción varias cosas simultáneamente me hizo más fácil la vida. Porque yo no sólo he escrito. La ambición más querida de mi juventud era ser campeón mundial de tenis. También fui capitán del equipo de rugby de mi club. Por vanidad, por el gusto de ser capitán. Pero después no se me ocurría qué hacer, qué instrucciones impartir. También me gustaban y me gustan los caballos, los amigos, las lecturas y, por supuesto, las chicas. El campo también me agradaba mucho, pero desde el punto de vista estético. No me ocupo de la administración de los míos. Te repito: no sabría dar órdenes. Si tuviera que despedir a alguien, sufriría horriblemente.

Los gnocchi prohibidos

Hemos pasado al comedor, como la naranja de las canciones de María Elena Walsh. Mientras Bioy llena las copas de champagne, Silvina trae primero una bandeja con una corona de arroz y una crema de espinacas. Después de aconsejarme que eche todo el queso posible sobre esa combinación, me aclara que no le gusta el arroz; por eso, trata de disimular su sabor. Cuando le comento que el arroz es uno de mis alimentos preferidos, Silvina me mira con una expresión casi de horror. Un espanto que aumenta cuando me sirvo por segunda vez. "Ponele más queso, por favor, que me impresiona verte comer eso", ruega. Unos minutos después, un pollo sucede al arroz. Entonces comento: "De saber que había un segundo plato, no me hubiera servido dos veces del primero. Es mucho". Y Silvina le enrostra a Bioy:
SO: -Si yo te digo, Adolfito, que le servimos mucha comida a la gente. Una vez casi perdemos una amistad por esa insistencia en atosigar a las visitas con comida.
-En el libro Encuentros con Silvina Ocampo, de Noemí Ulla, hablás bastante de la comida. Un tema frecuente en tu obra.
SO: -La comida es importante en la vida de todos. Si los personajes no comen, se mueren. Escribí algunos cuentos en que debí hacer descripciones de muchos platos. En "Los amantes", por ejemplo, ya se me habían acabado las recetas de tortas y no sabía a quién acudir para agregar más detalles. A mí me encantan los crêpes hechos por los franceses. (A esta altura ya había llegado a los postres.) Estos crêpes de mi cocinera española son ricos, pero salieron más gruesos de lo que a mí me gustan. Hay muchos que los prefieren así. Una vez en casa de la señora de X, comí unos panqueques horribles. Eran tan raros. Uno tenía la impresión de estar mascando neumáticos. La cocina siempre me interesó. Pero en esta casa tienen éxito las comidas que salen mal. En una época yo hacía un budín de dulce de leche riquísimo. No te imaginás: era perfecto, sin grumos. Pasaba inadvertido. Hasta que un día me salió mal y todos empezaron a pedírmelo. Desde entonces, como te imaginás, me aplico para que me salga mal. Lo mismo me sucede con las gelatinas. A mí me gustan temblequeantes como deben ser. Pero a los demás les agradan durísimas.
Mi inclinación por la cocina se remonta a la infancia. Adolfito dijo que a los seis años había escrito su primera novela. Yo, a los cuatro, hice un aporte considerable: inventé los gnocchi. Era la menor de mis hermanas. Recuerdo que un día estaba con una de ellas, Pancha, junto a un fuego. Era algo que no me estaba permitido. Entonces con unas basuritas y harina me puse a amasar, y así me salieron los gnocchi. Yo no sabía que se llamaban así y pensaba que eran una creación. Los gnocchi eran mi invento prohibido, el resultado de una transgresión. Había tantas cosas que no se podían hacer en mi niñez. Todo es distinto para los chicos de hoy. Les están permitidas muchas cosas. Mis tres nietos, por ejemplo, aprovechan que este departamento es grande para jugar al tenis aquí, sin ir ala plaza. Se la pasan peloteando contra las paredes. Todo eso es bastante cómodo para los padres y para los abuelos. Uno no tiene que salir tanto a la calle para pasearlos. Las que sufren son las paredes.
Se había hecho tarde. Acordamos entonces encontrarnos dos días después para conversar con Boyce Díaz Ulloque sobre el ciclo de televisión. Todavía no habíamos tocado un punto crucial, dramático, decisivo: las fotografías. Ya dije que Silvina y Bioy detestan que les tomen fotos. Por eso, dos días después, resolví aparecer acompañado por el fotógrafo sin prevenirlos, como si lo hubiéramos convenido desde siempre. Y el milagro se produjo.
La púdica, la rebelde Silvina se acercó al equipo fotográfico y, como una chica atraída por las lentes, por los dispositivos, por el flash, tomó la cámara en la mano, me enfocó, pidió explicaciones sobre los distintos mecanismos y, dócilmente, guiada por la cortesía de Antonio Capria, posó con la aplicación de una modelo: ensayó poses resignadamente, suspiró, se arregló el pelo, sugirió algunas tomas. Boyce Díaz Ulloque y el mismo Bioy Casares asistían impresionados a esta metamorfosis. Más tarde, entre risas y reproches merecidos, Silvina confesó: "Me sentí tan aterrorizada ante esa máquina que lo acepté todo. Me interné en ese mundo de horror, hice todo lo que me dijeron, para terminar de una vez con esa tortura". Adorable e imprevisible Silvina, tan adorable e imprevisible como sus cuentos y poesías...