Álvaro Enrigue, autor mexicano de Muerte súbita
El escritor mexicano Álvaro Enrigue, autor de Muerte súbita, publicada por Anagrama. / Juan Carlos Rojas./elespectador.com |
En un momento de la historia en que los puntos empiezan a unirse para
formarla, un lombardo llamado Michelangelo Merisi da Caravaggio juega
un partido de tenis contra un español: Francisco de Quevedo. Todavía no
son quienes van a ser en unos años. Están allí por cuestiones de azar o
destino y por la decisión del escritor Álvaro Enrigue (México, 1969) de
juntarlos en una novela fragmentada llamada Muerte súbita, que lleva
hilos de España a Italia, de España a México y del siglo XVI al
presente.
El tenis es la excusa para narrarla y el partido entre
el pintor y el poeta, el hilo que la sostiene en el tiempo. El partido
se juega en tres sets mientras se van intercalando fragmentos de otras
historias que requieren concentración por parte del lector y que
muestran una gran ambición literaria por parte del autor: fragmentos de
las conquistas de Hernán Cortés, la decapitación de Ana Bolena y el
destino de su pelo, las influencias artísticas y políticas de las
familias italianas, entre otros relatos sutilmente conectados. El peso
de la novela cae sobre la vida de Caravaggio y su proceso creativo más
que sobre Quevedo, que es, según Álvaro Enrigue, el arquetipo de poeta
que puede ser reemplazado según la preferencia del lector. A Enrigue le
interesaba más Quevedo antes de ser “el monstruo de la moral imperial”
en el que se convirtió, mostrar que esa transformación era resultado del
partido de tenis de su ficción.
El autor describe su obra como
una “no novela”: no es exactamente sobre Caravaggio o Quevedo, ni sobre
la historia del tenis o la integración de América al mundo, “es un libro
con vaivenes, como un juego de tenis”. Enrigue sostiene que Muerte
súbita nace de un descubrimiento sobre la vida de Caravaggio: que “el
primer pintor propiamente moderno de la historia fue también un gran
tenista y un asesino”, revelación que tomó como punto de partida para
escribir una novela sobre el proceso de escribir Muerte súbita. Es
decir, está narrada desde el presente en una primera persona que
investiga los hechos y los va uniendo para formar una historia que
incluye definiciones y textos sobre temas tan diversos como la nobleza
del juego de la raqueta, el arte de la lengua de Michoacán y un correo
electrónico sobre las correcciones que le envían desde Anagrama.
Dentro
de las historias incluidas está la de Diego de Alvarado Huanintzin, un
noble indígena nahualt que podría decirse amigo del obispo Vasco de
Quiroga. Huanintzin diseña y fabrica una mitra tejida en plumas para el
papa. Su intenso color rojo puesto a la luz de las velas recuerda la
sangre que un tiempo después sale de la ceja de Quevedo y empapa su
escapulario, o la que brota del cuello de Holofernes que estuvo fresca
en las manos de Judit y quizás también, ya seca y menos roja, entre las
uñas de Caravaggio. Muerte súbita está llena de imágenes y eventos que
traspasan el tiempo: unas pelotas de tenis hechas con el pelo de Ana
Bolena, la Malinche enredada en la hamaca junto a Hernán Cortés o
Galileo Galilei haciendo cuentas en el partido de tenis. El poder de
unir estos eventos es una de las posibilidades literarias que más le
interesan a Álvaro Enrigue, quien sostiene que esto es algo que no
podría hacerse en el cine.
Quizá reunir todos los hechos
históricos de Muerte súbita en una película no sería posible, pero sí
revivir relatos aislados como las vidas de Diego Huanintzin y Vasco de
Quiroga y verlas desde el presente como la repetición de todas las
historias fundacionales y de conquista que continúan siendo actuales.
Por esta película podrían pasar la Malinche y Hernán Cortés con el
escapulario en su cuello hecho con el pelo de Cuauhtémoc, el proceso de
fabricación de las mitras, los hongos alucinógenos inspiradores del
taller de amatequía (arte en plumas), la cuenca del lago de Pátzcuaro y,
por supuesto, como idea central, el desarraigo del pueblo de Diego
Huanintzin, a quien ya le daba igual ofrecer su trabajo a los cuatro
Tezcatlipocas que a los tres arcángeles y al Nazareno, pero, eso sí,
prefería comer los domingos en la iglesia un pedazo de pan sin levadura
que el trozo de corazón del sacrificado que solía “saborear” en tiempos
de Moctezuma.
Álvaro Enrigue también es autor de Hipotermia
(2005), Vidas perpendiculares (2008), Decencia (2011), y Valiente clase
media. Dinero, letras y cursilería (2013). Con La muerte de un
instalador (1996) obtuvo el Premio de Primera Novela Joaquín Mortiz. El
pasado 16 de enero estuvo en Barcelona presentando Muerte súbita en la
librería Central de la calle Mallorca y justo en frente de él estaba
Jorge Herralde, su editor, quien seguro ya sabe de qué se trata la
siguiente novela de Enrigue, que quizá tenga entre los personajes a un
escritor-viajero que trabaja en una novela mientras pasa por el mayor
número de ciudades del mundo en el menor tiempo posible después de haber
ganado el Premio Herralde de Novela.