Un estudio de la Universidad Nacional revela que en los años 50 un silencio de facto ocultó las heridas y la verdad de los novelistas no se tradujo en justicia y reparación. La investigación de la antropóloga Myriam Jimeno resultan reveladora por las lecciones que hoy no pueden repetirse en aras de la memoria de las víctimas, un tema que está en el centro de las negociaciones de paz con las FARC
Detalle de la portada de El Cristo de espaldas, de Eduardo Caballero Calderón./elpais.com |
Ahora que Colombia parece estar más cerca de cerrar un conflicto de 50 años con las guerrillas, los resultados de una investigación realizada por la antropóloga colombiana Myriam Jimeno, que revisó en detalle cómo se narró el conflicto colombiano durante la época conocida como La Violencia
–un periodo entre 1946 y 1966 en el que se enfrentaron el partido
liberal y el conservador–, resultan reveladores por las lecciones que
hoy no pueden repetirse en aras de la memoria de las víctimas, un tema
que está en el centro de las negociaciones de paz con las FARC.
Una de las conclusiones es que un silencio de facto ocultó las heridas y
la verdad de los novelistas no se tradujo en justicia y reparación.
Una de las conclusiones es que un silencio de
facto ocultó las heridas y la verdad de los novelistas no se tradujo en
justicia y reparación.
Según los inventarios, cerca de 74 novelas contaron la extrema
violencia que Colombia vivió en los años 50, una proliferación literaria
que para Jimeno deja ver “una gran angustia por dar a conocer esa
violencia”. Pero en este caso no se trata de ficción. “Todas las novelas
que estudié tienen un alto sello testimonial y se basan en hechos
verídicos”, asegura la antropóloga, profesora de la Universidad Nacional
en cuyo periódico, UN, dio a conocer su estudio bajo el título de Novelas de la violencia y la verdad que no se asumió.
Jimeno eligió cuatro novelas y una crónica cuyo punto en común es que
fueron escritas en ese momento de la historia de Colombia y que además
reflejan lo vivido en distintas regiones del país donde se ensañó la
violencia bipartidista. En la lista hay desde consumados escritores como
Eduardo Caballero Calderón (El Cristo de Espaldas, 1952, la historia de un cura que pretendía que liberales y conservadores no se mataran), pasando por Daniel Caicedo (Viento Seco,
1953, un médico destacado pero sin entrenamiento literario que cuenta
los sufrimientos a los que se enfrentó una familia campesina atacada por
la policía del gobierno, masacrada y desplazada).
Otra de las novelas, Lo que el cielo no perdona (1954), la
escribe el cura Fidel Blandón. “Es una especie de híbrido donde por un
lado el autor intenta tener la estructura de novela, pero por otro,
inserta pedazos testimoniales, cartas y fotos de masacres. Blandón
denuncia la manera como la policía y las autoridades locales impulsaron
la violencia contra los campesinos liberales de esa época. Sobresale en
este listado, La guerrilla del Llano (1955), una crónica larga
que no es otra cosa que las memorias de Eduardo Franco Isaza, integrante
de las guerrillas del oriente el país.
Muchos de estos libros fueron editados fuera de Colombia y empezaron a
circular en el país casi de una manera clandestina. Lo curioso es que
con el tiempo, algunos de esos textos fueron incorporados a la
literatura escolar.
Entre los hallazgos de Jimeno está que el 85% por ciento de las novelas escritas durante La Violencia,
adoptaron el punto de vista de los perseguidos, que en ese momento
tenían la connotación de ser partidistas, esto quiere decir, liberales.
Entre los hallazgos de Jimeno está que el 85% por ciento de las novelas escritas durante La Violencia,
adoptaron el punto de vista de los perseguidos, que en ese momento
tenían la connotación de ser partidistas, esto quiere decir, liberales.
“Esas novelas no ahorraron ningún recurso en su narrativa en hacer
descripciones extraordinariamente detalladas y crueles, para mostrar la
relación de lo que ocurría con las autoridades del momento”, dice
Jimeno, cuyo análisis tiene una mirada antropológica y social, no
literaria.
Para la investigadora, fue precisamente esa descripción tan cruel la
que logró una altísima eficacia moral y simbólica entre los lectores, ya
que produjo repudio frente a los agresores. “Desde el punto literario
puede parecer un exceso de sangre pero es un recurso muy importante para
que los lectores se identifiquen con el dolor de esas víctimas. Estas
novelas crearon para la posteridad una narrativa de censura de las
autoridades”.
La gran pregunta es por qué estos colombianos usaron la novela para
narrar la violencia. Hay dos razones. Primero hubo una cesura oficial en
la prensa y la radio durante todos esos años. La televisión llegó
tardíamente y también fue censurada. Y segundo, porque este género
literario era muy usado en América Latina como medio de denuncia de
condiciones sociales opresivas o excesivas.
Pero este esfuerzo por contar la verdad de la violencia no se dio de
una manera suficientemente pública y contundente, ya que no se tradujo
en justicia y reparación. “Eso es lo que estamos tratando de que no se
repita hoy”, dice Jimeno. Es cierto que la literatura se convirtió en el
canal de expresión de lo que estaba ocurriendo, sin embargo, estas
novelas circularon de mano en mano “sin que hubiera nunca un proceso
público y claro de ventilar lo ocurrido y de sanar las heridas”.
En Colombia, entre 1958 y 1974 se dio un pacto entre liberales y
conservadores que le ayudó al país, desde el punto de vista político, a
salir de la violencia. Pero ese pacto –dice Jimeno– también implicó un
gran rechazo a que se hablara públicamente de lo que ocurrió. Y esa es
precisamente una de las grandes lecciones que quedan de ese pasado. “Es
necesario discutir, escuchar, abrir canales en que las propias víctimas
expresen lo ocurrido y que en esa expresión se pueda encontrar la
reconciliación de toda la sociedad colombiana”.
Esto es algo que viene sucediendo, en parte, a través de
organizaciones de víctimas y del Centro Nacional de Memoria Histórica,
que es una iniciativa del gobierno. “Pero todos los colombianos tienen
que acompañar esas expresiones porque es la manera de reconocer que ha
habido graves errores que no pueden repetirse”.