Un informe sobre el fenómeno de la autopublicación de libros vinculado a la megatienda Amazon dispara otra polémica en el agitado panorama editorial. Datos sorprendentes que tal vez no sorprendan a nadie y una pregunta repetida, ¿Cuál es el futuro de los libros?
El libro digital avanza y convive con el de papel sumando diversidad./revista Ñ |
Hace cuatro años Andrés Rivera, el último de los escritores obreros de nuestro país, nos dijo en una entrevista: “Un autor que pague por publicar sus libros no merece llamarse escritor”.
Su sentencia explotó como una bomba, cosechó adhesiones y rechazos. Más
de estos últimos. Es que la historia de la literatura y de la
publicación, que no siempre van juntas, conoce una buena cantidad de
grandes autores que empezaron pagando sus libros. Rivera ya sabe que hoy
cualquiera puede publicar en formato digital y sin gastar nada, lo que
no es garantía de lectores, y mucho menos de ventas. Pero lo que quizás
no sepa es que en los últimos días, su sentencia se ha invertido. Ahora
dicen que cualquiera puede publicar sus libros en formato digital y que
si lo hace de manera “independiente” tendrá más chances de ganar algunos
pesos que poniéndose en manos de las grandes editoriales.
La
primera parte de la sentencia es cierta, cualquiera puede autopublicar
sus libros sin gastar un peso. Que sea un éxito de ventas, dependerá de
varios factores, pero una serie de informes que aparecieron la semana
pasada revelaron números llamativos sobre la autopublicación. En la
megatienda Amazon, fundada hace 20 años por el hoy magnate Jeff Bezos,
los autores independientes que se autopublican en digital ganan más
dinero que aquéllos que recurren a las grandes editoriales. Hugh Howey,
autor del éxito de ventas Wool, una saga digital de ciencia ficción
publicada por él mismo, reveló el dato, comparando los ingresos de
autores independientes de libros electrónicos contra los números de
aquéllos que publican en las grandes compañías. Howey es un ejemplo de
ese supuesto éxito pero su informe abre o reanima unos cuantos debates.
Mientras la autopublicación avanza y se libera, la distribución y venta
parece concentrarse cada vez más, como en el caso de Amazon.
Si
usted quiere ser un bestseller, puede leer el informe Howey, que le dirá
algo así: No pague, ni reniegue con las editoriales, llame a los chicos
de Amazon, que saben más de ventas que de libros, pero que igual lo van
a ayudar (curiosas y altruistas este tipo de ayudas que llegan desde el
mundo virtual: twitter permitiría hacer la revolución y facebook
recuperar amistades con gente de la que no eramos tan amigos). Hablamos
de Amazon, como en su momento lo hemos hecho de Google books, o de
Facebook, verdaderos pulpos de la comunicación y los mercados globales
de la información, los contenidos, mercancías intelectuales que tienen a
converger hacia ellos. El caso aquí, es que el informe Howey, replicado
hasta el hartazgo en publicaciones literarias de distinta procedencia,
se basa en datos reales (siempre escasos) y pone en evidencia los
distintos caminos que puede seguir un autor contemporáneo para publicar y
vender sus libros.
Sobre este mismo documento, el blog de Cory Doctorow destaca que ya son varias las empresas que establecen una relación a medio camino entre la autopublicación y la edición tradicional. Cita a firmas como Lulu, BookBaby y Smashwords
y destaca que algunos agentes literarios siguen el mismo rumbo. Todavía
la penetración del e-book, sobre todo en nuestros países, sigue siendo
baja. Muy baja. Pero el mundo editorial está cambiando velozmente, y el
mismo Doctorow relativiza la participación del e-book en el mercado
estadounidense. “Se habla de que representa el 25 por ciento de las
ventas totales, pero esa cifra se basa únicamente en las ventas
reportadas por los principales editores. Amazon , Barnes & Noble,
Kobo, la iBookstore , y Google Play no revelan sus datos de ventas”, nos
avisa.
En cuanto a Amazon, podríamos seguir varias líneas de análisis, pero sólo recogeremos algunas puntas del extenso artículo que acaba de publicar Gerorge Packer en The New Yorker
a propósito de esta compañía tan amada por sus usuarios y odiada por la
competencia. “Palabras baratas” se titula el artículo. Su autor admite
que Amazon es bueno para el cliente, pero quizás no tanto para los
libros. Ya en 2008 Amazon ganaba más dinero que todas las librerías
juntas de los Estados Unidos. Y no es casual que los autores sean
considerados como los clientes más importantes de la compañía si la idea
es hacer libros y venderlos sin tener que negociar con nadie más que
con ellos. ¿Será por amor a la literatura? Podríamos citar varios
ejemplos de cómo los grandes del mercado convierten las magníficas obras
de las letras universales en mercancías. El lector se va convirtiendo
en un cliente, y lo tratan como cliente. Por suerte, y al menos por
ahora, ese vínculo acaba cuando empieza la lectura. ¿O ya no?
En
la era de Internet el poder de algunas compañías se ha vuelto
intimidatorio, lo mismo ocurre con los resultados que vemos del uso de
algunas herramientas que llegaron supuestamente para democratizar la
comunicación, para empoderar a los internautas del mundo y para
banalizar aún más la palabra revolución en el ultrabastardeado díptico
“revolución digital”. La lógica de las grandes compañías de Internet
sorprendería hasta al propio Karl Marx, sus tentáculos y ambiciones son
tan globales (algunas ya dan señales de imperiales) como las de los
grandes de las finanzas mundiales. Y en ese flujo que ofrece libertades
inesperadas, por siempre buscadas, con los que los usuarios del mundo se
sienten a gusto, aparecen los sistemas de control más perversos y
desarrollados de la historia de la humanidad. Si los procesos de
socialización de la humanidad, como dice Manuel Castells, se dan ahora principalmente en Internet, este es un dato preocupante que a muy pocos les preocupa.
Pero
volvamos a los libros. Es un dato fácilmente contrastable el hecho de
que en Amazon un e-book, al menos en los EE.UU., cuesta lo que una
cerveza, o un sándwich. Jeff Bezos nos ha convencido: los libros
digitales se venden si son baratos. Ese fenómeno sin duda golpea a la
industria. Pero hay otro impacto, el que tarde o temprano recibirá el
libro como producto cultural, como mercancía. Estamos en la era del
Kindle, sí, pero nada parece casual cuando leemos el artículo de Packer y
vemos que ya en 1995 Bezos exponía su modelo de negocios: Vender libros
para tener una puerta de acceso que permita reunir datos sobre clientes
educados. (Nada muy diferente a lo que acaba de admitir Google sobre
los objetivos de su red social Google +) El último paso de Amazon en
materia editorial, fue crear su propia unidad de publicación de libros.
Ahora producen y distribuyen. La pregunta que se hace Packer no es ya si
Amazon es un problema para la industria del libro, sino si es malo para
los libros en general. También podríamos preguntarnos ¿con qué fines
utilizaran toda esa información? Y esa pregunta valdría para todas estás
megaempresas sospechadas y más que eso de colaborar con las agencias de
seguridad y el espionaje gubernamental, cosas que sabemos gracias a
Edward Snowden. La automatización, la libertad individual de publicar
solos, la tecnología al fin, son también grandes aliados de la
vigilancia. Ya hemos visto los casos de Amazon, y de otras muchas
editoriales en su usufructo del DRM, un sistema de vigilancia que le
permitió, en uno de los recuerdos más tristes de la compañía de Bezos,
borrar del Kindle de sus clientes una versión de 1984 de George Orwell.
Paradójico y metafórico.
El lugar de los libros en la cultura,
también el de la información que se vincula cada vez más con el
fascinante e inescrutable mundo de los algoritmos y menos con el trabajo
manual o social, como bien saben los lectores que usan el “search
inside book” de Google o de Amazon, está en juego. Los servicios de
autopublicación independiente son una oportunidad. Y esa oportunidad
como podrán ver en los informes que aquí citamos, se acrecientan en los
Estados Unidos, y en rubros muy específicos, como la novela romántica,
los thrillers o la ciencia ficción. Para el resto de los mortales hay
circuitos de circulación y venta alternativos, cuyo impacto es mucho
menor. Y librerías, y librerías de viejo todavía. Y discusiones arduas
sobre los derechos de autor. Cuando Amazon dice que con sus servicios de
autopublicación puede alcanzar millones de lectores en el mundo entero,
no miente. Pero esa posibilidad puede ser muy remota. Amazon es una
megatienda, aunque tiente también a los autores independientes no lo
hace por generosidad. Tampoco facebook o twitter tienen por misión
cooperar para cambiar el mundo, o fortalecer las relaciones humanas.
El
panorama editorial es complejo, el crecimiento de Amazon y de Google
son tan o más preocupantes que la fusión de Pengüin y Random House, otro
paso hacia la concentración. Incluso hay amenazas tecnológicas mayores,
como la figura del escritor no humano. Se habla de que los robots
reemplacen a los periodistas, parece ciencia ficción, pero ya lo
hicieron con los correctores, y avanzan sobre los traductores, siempre
con la venia de las empresas. Mientras tanto los lectores, que consiguen
grandes obras desde su computadora, tablets o kindles estén donde estén
y a precios módicos, están de parabienes. Para ellos, para muchos de
nosotros, es el paraíso. Después están las viejas preguntas. ¿Tenemos
algo para contar? ¿De qué manera lo hacemos?, ¿cómo se accede al mundo
editorial?, o la que nos hacía Rivera: ¿quién merece llamarse escritor?
En la era pos Kindle, ¿sobrevivirán estas preguntas?