El Gobierno regional autoriza al Ayuntamiento a utilizar georradares para hallar los restos del escritor universal en el subsuelo del convento madrileño de las Trinitarias
El convento de las Trinitarias, en la calle de Lope de Vega. / Claudio Álvarez./elpais.com |
Cuatro siglos después de que Miguel de Cervantes Saavedra, grande de
la Literatura universal, muriera en la pobreza, su figura vuelve a
interesar a las autoridades madrileñas. Así, el Gobierno regional ha
autorizado al Ayuntamiento de Madrid a iniciar la búsqueda de los restos
mortales del genio alcalaíno en el recinto del viejo caserón del
monasterio de clausura de las Trinitarias, en pleno Barrio de las
Letras, donde Cervantes fuera sepultado el 23 de abril de 1616. Los
trinitarios dirigieron el rescate de su cautiverio en Argel y, tras su
muerte, fue enterrado en el antiguo templo del monasterio madrileño.
La búsqueda va a comenzar próximamente en el subsuelo de la antigua
iglesia monacal, con la introducción de un georradar, un dispositivo de
frecuencias capaz de perfilar las oquedades subterráneas, sus
dimensiones y, en ocasiones y a grandes rasgos, su grado de ocupación.
Desde 1870, tras un informe encargado por la Real Academia Española a
Manuel Roca de Togores, marqués de Molins, existe certeza de la
existencia de nueve enterramientos en el viejo templo del monasterio,
alguno de ellos con restos óseos correspondientes a los de un varón
adulto.
“Bajo el altar mayor del templo donde se misaba en la antigua iglesia
del convento, se sabe de la existencia de tres sepulturas
pertenecientes a una mujer, a un niño de corta edad y a un varón
adulto”, explica una fuente municipal. Este hecho ha permitido acariciar
la posibilidad de que esos despojos mortales coincidan con los del
autor de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, “habida
cuenta de que el cadáver de Miguel de Cervantes, varón fallecido a la
edad de 69 años, mostraba en su día vestigios de impactos de arcabuz en
el pecho, así como los huesos de la mano izquierda tullidos y ambas
mandíbulas desdentadas”, como confesó él mismo apenas unos días antes de
morir en su casa madrileña. Así pues, de localizarse restos con alguna
de estas características, resultaría muy posible confirmar su identidad
originaria, previo cotejo con muestras de ADN, si es que existe hoy
constancia de descendientes.
La Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid, a
instancias del Ayuntamiento, se ha aprestado a autorizar la búsqueda, y
también la exhumación y nueva sepultura en el mismo ámbito del escritor
alcalaíno, siempre y cuando las técnicas indagatorias introducidas en la
clausura monacal -"técnicas no agresivas", precisa una fuente
municipal- permitan descubrir sus restos entre los nueve enterramientos
que, según se cree, alberga el subsuelo de la primitiva iglesia
conventual.
Hay una partida municipal de 12.000 euros destinada a este fin,
indagación que constituiría una primera etapa necesitada de financiación
adicional posterior. La decisión municipal sobreviene después de que,
en 2011, algunos particulares, como el georradarista Luis Avial y el
historiador Fernando de Prado, iniciaran gestiones ante las autoridades
municipales, regionales y eclesiásticas, con el conocimiento de la Real
Academia Española, para ser autorizados a emprender una búsqueda de los
restos de Cervantes en el cenobio madrileño. Aquella iniciativa se vio
truncada entonces por la falta de financiación oficial. Tras desplegar
De Prado gestiones con algunas entidades culturales estadounidenses
interesadas en la investigación, explica el historiador, Luis Avial
contactó con autoridades municipales que pusieron en marcha el proceso
indagatorio oficial que ahora ve la luz.
Un forense prestigioso
Ahora, fuentes municipales confirman que tras dos reuniones amplias,
en octubre de 2013 y en el arranque de enero de 2014, con todas las
entidades concernidas -Ayuntamiento, Gobierno regional, Arzobispado de
Madrid, georradaristas, historiadores y forenses-, el Ayuntamiento ha
decidido poner en marcha la exploración del subsuelo. Factor añadido es
la incorporación al grupo promotor del forense Francisco Echevarría y su
equipo de la Sociedad Científica Aranzadi, que ha desplegado con éxito
investigaciones sobre restos humanos a instancias de organizaciones de
la memoria histórica. Entre los mentores de la indagación figura el
georradarista Luis Avial, cuyo regreso de Argentina se espera para
comenzar la exploración. Avial ha participado en numerosas exploraciones
del subsuelo a instancias judiciales, policiales y particulares. "Los
permisos de la comunidad religiosa para iniciar la actuación han sido
concedidos gracias al Arzobispado, concretamente a su responsable de
asuntos artístico-patrimoniales José Luis Montes", precisan las fuentes
municipales, que agregan: "En todo momento, la investigación ha contado
con el aval de la alcaldesa Ana Botella".
Hasta ahora, numerosas personas y entidades subrayaban la
incoherencia de que los restos de tan insigne madrileño —que fueron
sepultados en un recinto de dimensiones relativamente limitadas, sin
existir constancia de que fueran exhumados del mismo ámbito— no hubieran
sido aún objeto de pesquisas científicas serias para localizar su
paradero dentro del convento de las Trinitarias.
Según señala Fernando de Prado, historiador, escritor y copromotor
junto a Luis Avial de la búsqueda de los despojos mortales de Miguel de
Cervantes, "existe la dificultad añadida de que la construcción de un
zócalo para cimentar la nueva iglesia trinitaria, dada la inclinación de
entre 12 y 16 grados que presenta el solar monacal, selló en su día el
subsuelo de la primitiva iglesia que contiene los enterramientos".
Con el "apóstol de los indios"
Miguel de Cervantes, que había nacido en Alcalá de Henares en 1547, en el seno de una familia cuyo pater familias,
Rodrigo, era de profesión cirujano, cursó enseñanzas humanísticas en el
estudio de Juan López de Hoyos, situado en las inmediaciones de la hoy
madrileña calle Mayor. Al final de sus días perteneció a la Venerable
Orden Tercera Franciscana. En la basílica de Nuestra Señora de Atocha,
asistió a la agonía y muerte de fray Bartolomé de las Casas, el llamado apóstol de los indios americanos, hecho que la Orden dominicana considera crucial para la construcción de su personaje de Don Quijote de La Mancha,
dada la entidad y el poder de los virreyes españoles a los que el
fraile se enfrentó en condiciones de inferioridad semejantes a las
libradas, en la ficción, por el hidalgo castellano.
Para José Montero Reguera, catedrático de Literatura en la
Universidad de Vigo y uno de los cervantistas españoles más renombrados,
a propósito de la versión dominicana sobre los nexos con Bartolomé de
las Casas, "el texto de Cervantes se entiende perfectamente en el
contexto de la literatura de ficción de la época y de la novela de
entretenimiento presentes en la intención de Cervantes, que no precisa
de interpretaciones esotéricas fruto de elaboraciones a posteriori".
Uno de los enigmas que subsisten en torno a la figura cervantina se
centra en el apellido Saavedra, que Cervantes agregaba al suyo primero;
ambos corresponden a los nombres de una aldea y a un municipio de
Galicia, donde el linaje noble de los Saavedra estuvo asentado
secularmente. Ya en el siglo XVIII, el fraile Martín Sarmiento
corroboraba el ancestral origen galaico de Miguel de Cervantes. Una de
las hipótesis más consistentes al respecto establece que el segundo
apellido empleado por Cervantes, que no era el de su madre, Leonor de
Cortina, fue en verdad su primigenio apellido, si bien, dado el
enfrentamiento de sus ancestros con los Reyes Católicos, que redujeron a
los nobles gallegos a sangre y fuego, llevó a sus ascendientes a
cambiarlo por el de Cervantes tras emigrar una de sus ramas hacia
Andalucía, concretamente a Sevilla y Córdoba, y otra rama hacia Castilla
la Nueva, concretamente a Alcalá de Henares, donde Miguel nació en
torno a la festividad arcangélica en el año de 1547.
Otra hipótesis barajada sobre este asunto por un profesor de la
Universidad de Alcalá, autor de una publicación al respecto, destaca que
el cambio de apellido del escritor obedecía a que le comprometía
grandemente su estrecha amistad con uno de los testigos directos del
asesinato de un importante personaje de la Corte, asimismo asesinado,
presumiblemente perpetrados ambos crímenes por inducción regia. Tras
esta muerte, Cervantes marcha a Italia como camarero del cardenal
Acquaviva en el año de 1569.
Una tercera interpretación remarca que en una época histórica como el
Siglo de Oro, donde la necesidad de acreditarse socialmente llevaba a
muchos escritores y artistas, como el propio Diego Velázquez, a buscar
honores en órdenes militares o títulos de distinción, el empleo por
Cervantes del apellido Saavedra era un guiño irónico hacia los oropeles
de sus colegas. Y ello porque según los tratados de heráldica de la
época -por otra parte, trufados de quimeras legendarias- aquel apellido,
que vendría a ser descompuesto en "saa vedra, río de piedra",
es decir, la calzada romana, junto con el también apellido gallego de
Sotomayor, tendrían su ascendiente en la casta regia de Roma,
concretamente en la de Calígula. Como cabe confirmar, el mantenimiento
de un linaje ininterrumpidamente a lo largo de quince siglos es una
gesta tan imposible como las que columbraba la fogosa y arrebatada mente
del personaje ideado por Miguel de Cervantes.
El fiasco de Velázquez
Vicente G. Olaya
Fue en 1998 cuando el entonces consejero de Cultura, Gustavo
Villapalos, del PP, dio la orden de buscar los restos del pintor Diego
de Silva y Velázquez. La construcción de un aparcamiento en la plaza de
Ramales podía suponer la desaparición definitiva del cuerpo del artista,
supuestamente bajo esta plaza.
Velázquez había sido enterrado en 1660 en la iglesia de San Juan
—cercana al Palacio de Oriente— y que fue derribada por orden del rey
José I Bonaparte en 1809. El monarca quería crear en torno al palacio
grandes zonas sin edificaciones para realzar la construcción real, pero
el templo entorpecía sus deseos. La iglesia fue demolida y en su lugar
se creó la actual plaza de Ramales.
En teoría, los restos del artista sevillano quedaron intactos bajo el pavimento.
No era la primera vez que se intentaba hallar el cuerpo del pintor.
En 1845, 1899, 1942 y 1960 también se realizaron búsquedas, pero sin
ningún éxito. En 1961, el Ayuntamiento levantó finalmente un monolito
conmemorativo que aún se conserva.
Y así habría quedado todo si no fuera porque el Consistorio decidió
en 1998 crear bajo Ramales el citado estacionamiento. Durante dos años
se prolongaron las investigaciones. Los arqueólogos hallaron los pilares
de la iglesia de San Juan —hoy día se pueden ver tras un gran cristal—,
así como numerosos restos óseos, pero del artista no se encontró ni
rastro. Finalmente, los técnicos determinaron que en 1728 el cura
párroco de San Juan había ordenado sacar los cuerpos y solar la nave
central de la iglesia. Por eso, “si existía lápida alguna de Diego de
Silva, hacía ya muchos años que había desaparecido”.