jueves, 30 de diciembre de 2010

Navegando por el corredor infinito

En la era de la información el gran enemigo del aprendizaje es la distracción. Pero con buenas elecciones y disciplina se puede convertir la megalópolis virtual en una arcadia bucólica de aprendizaje. Esbozo de una Universidad Secreta, gratis y personalizada

EL PASADO: La Web cambió la forma de estudiar. Estamos en una época dorada para el autoaprendizaje.ilustración.fuente:Revista Ñ

Si quieres, y si tienes la voluntad, y por fin (desafortunadamente, pero así es este mundo) si manejas el idioma inglés y estas conectado a la Red— puedes acceder a una educación que sería la envidia de Platón, Benjamin Franklin, Leonardo Da Vinci o nuestro mismísimo Borges — entre otros tantos ilustres pensadores, inventores y descubridores del pasado. La frase "abracadabra" que les abrirá las puertas a este universo es "OpenCourseWare" (abreviado con la sigla OCW).

Una palabra compuesta, como soft-ware, el opencourse-ware es una iniciativa liderada por universidades estadounidenses para liberar el material de sus cursos y hacerlo accesible a os usuarios de la web. "Open" significa "abierto". Y "Course", "cursada". En fin, una especie de WikiLeaks (pre-WikiLeaks), pero humanístico, democrático, didáctico y filantrópico.

La Meca —en la opinión de este redactor— de esta iniciativa es en el sitio OCW del MIT, el Massachusetts Institute of Technology: una universidad fundada en 1865 que en algún futuro podría ser visto como un Atenas de nuestros tiempos. Los descubrimientos, inventos y Premios Nobel de ciencia que han salido de esta institución al borde del río Charles —al otro lado de la ciudad de Boston— en el poblado de Cambridge es sine qua non. Y justamente allí nació uno de los primeros intentos serios y fuertes de construir una universidad virtual basada en los contenidos reales del prestigioso centro de estudios e investigación.

En el sito Web del MIT OCW verán, con asombro —si no lo conocen— la abundancia de materiales que existen para utilizar sin ningún costo o compromiso. Cursos de biología, de aeronáutica, de física, de antropología, de estudios de medios, de lingüística, de Management… En fin, todo lo que ofrece la universidad. Es como una gran biblioteca pública, cada vez mejor abastecida – con videos de las ponencias, copias de los exámenes junto con sus respuestas, bibliografías (y cada vez más, materiales traducidos a otros idiomas)… Lo único que no se puede conseguir es un título universitario. Es un emprendimiento filantrópico, sin fines de lucro, que se mantiene a base de donaciones. Fue fundado a mitades de la década que se nos va y en el día de hoy ofrece materiales en más de 2000 materias.

Siguiendo la posta de MIT varias instituciones han seguido el ejemplo. Por ejemplo, la Universidad de Yale, cuyo sito OCW contiene videos de varios cursos introductorios de la universidad. Como ya se imaginan, solo hace falta buscar OpenCourseWare en la Web (tal vez cruzado con el nombre de ciertas universidades que les interesan), para ver la enorme oferta que existe para emprender un viaje autodidacta de lujo asiático. La idea de esta nota es que sea un comienzo, una introducción. En las próximas semanas, profundizaremos —con testimonios, criticas, guías— sobre la Universidad Virtual que uno se podría armar desde su computadora personal.

Justificadamente, una de las preguntas o quejas que podría hacer un lector de esta nota es ¿De qué me sirve esta información si no hablo y leo inglés? Por supuesto es una pregunta esencial. Pero, por ahora, nuestra respuesta es devolvérsela. Al fin y al cabo, la red se alimenta de la reciprocidad. Los invitamos, les pedimos, que abran un debate en nuestros sitios en Facebook y Twitter para indagar sobre el por qué de la preponderancia del mundo anglosajón en este movimiento. A partir de este diálogo, nuestro ideal es conocer y compartir las ofertas de OCW no solo en inglés, sino que en todos los idiomas del mundo. Siempre y cuando entren en una categoría distinguida de excelencia e utilidad.

Una vez que uno comienza a hacer un mapa de las oportunidades de auto-estudio que existen en la Web se hace evidente que las posibilidades no se limitan solamente a los sitos OCW propiamente dichos. Ese espíritu de compartir, que se evidencia en una forma lúdica (y a veces frívola) en sitios como YouTube, está presente con la misma fuerza en los campos académicos.

En este sentido, ampliar (describir y compartir) el espectro de oferta de materiales, también será un objetivo fundamental de esta serie de notas.

Por ahora los invitamos comenzar por el MIT OCW. En la universidad en sí, hay un largo pasillo del edificio central que se llama "El pasillo infinito." Es un pasillo de 251 metros que funciona como la espina dorsal de la universidad. El nombre existió antes que la invención de la Red, pero sirve como un apodo justo para describir Internet.

Nota: Con este artículo de Andrés Hax, inauguramos Laberinto educativo. Una serie de notas dedicadas al aprendizaje autodidacta de primer nivel en Internet.

martes, 28 de diciembre de 2010

Las tertulias son un encuentro...

Juan Gustavo Cobo Borda, empezó su conferencia central, dedicada a Las tertulias en América Latina


Portada de Las Memorias del 3er Encuentro...


El viernes 17 de diciembre de 2010, en la tarde, pasada la hora: 4,40, aproximadamente, que ya llevaba de retraso 40 larguísimos minutos de la hora fijada:4 pm. para que se iniciara el IV Encuentro de Cafés Literarios y Talleres de Creación Literaria de BibloRed; y Juan Gustavo Cobo Borda; conferencista invitado, estaba ya impaciente y decidió, apoyándose en su bastón ir al atril, acercando su corpulenta humanidad como el montón de libros para contextualizarse en la conferencia anunciada en el programa: Las tertulias en América Latina.

Cristina Giraldo, la joven promotora de la biblioteca Virgilio Barco, anfitriona del evento, entonces dio inicio al programa del IV Encuentro.

La directora de la Virgilio Barco, Carmenza Sarmiento, expresó sus breves palabras de bienvenida, refiriéndose a la autogestión autónoma que ya realizan distintos cafés literarios desde la comunidad, en espacios cedidos en varias bibliotecas de BibloRed, incluyendo Bibliófilos, por supuesto de la biblioteca anfitriona del encuentro.
Henry Alexander Gómez, promotor en propiedad de la biblioteca El Tunal hizo una somera presentación de Juan Gustavo Cobo Borda, y empezó la conferencia central, dedicada a las tertulias, en su tono ameno de conversación, dando a conocer cómo se formó o se formaron varios escritores alrededor de las tertulias. Destacó al escritor español Ramón Gómez de la Serna, quien en su época se caracterizó por ser siempre un provocador irreverente, recomendando, de paso, volver a leer sus egregias Greguerias. Después hizo un recorrido largo, puntual y anécdotico de la figura de Jorge Luis Borges, y, en las notables hermanas escritoras argentinas de Victoria, y Silvina Ocampo, con su trayectoria personal y quijotesca de la fundación de la revista Sur, que posteriormente Borges sería alma y nervio, y donde le publicaría años después a Julio Cortázar su celebrado cuento Casa tomada.
Citando los versos sueltos de poemas de varios poetas, nos contó la importancia trascendental que las tertulias tuvieron y tienen aún en el desarrollo de los potenciales escritores. Por ejemplo, contó que Borges tradujo del inglés a el Orlando; así lo dijo, de Virginia Woolf, cuyo texto años después leería el joven Gabriel García Marquez, donde encontraria las claves para el manejo del tiempo, en su obra literaria.
Su conferencia estuvo amena y abigarrada de información, en su extendido recorrido porteño y bonaerense, pero como el tiempo es inexorable había que darle un corte. Nos tocará a futuro esperar las tres horas, según bromeó serio, se extiende la totalidad de su erudita conferencia.
A continuación se siguió a los Cafés Especializados. Me inscribí en el Café El Automático, moderado por Óscar Salamanca, promotor de la biblioteca Julio Mario, que supo darnos un sucinto recorrido colombiano por lo que fueron las tertulias en el pasado histórico y cómo influyeron, de algún modo, en la formación de poetas y escritores como en la creación de grupos literarios.Sobresaliendo particularmente la del Café El Automático, donde en vida lo lideró el poeta León de Greiff.
Después, ya cerradas las discusiones y debates instantáneos, oí, entre pasillos, comentarios acertados en el Café dedicado a la Generación Crack, donde Cristina Giraldo, la promotora anfitriona del encuentro, discurrió sobre las veleidades literarias de Jorge Volpi, Eloy Urroz e Ignacio Padilla, escritores mexicanos, quienes conformaron este grupo, que expuso un manifiesto efímero pero recordable.
(No puedo dar fe de los demás Cafés Especializados, pero de a oidas me comentaron que el dedicado a Boedo, de Buenos Aires, guiado por Jorge Valbuena, demostró un erudito bagaje borgeano).
El encuentro después pasó, en plenaria, a socializar, con los promotores y usuarios que han merecido premios literarios. Se destaca la intervención de Amilcar Bernal, poeta e ingeniero mecánico, usuario frecuente de la nueva biblioteca Julio Mario Santodomingo que se confesó concursero, pero no tanto para ganarse los premios sino como acicate para escribir sus poemas, leyendo varios de su cosecha concursera. Vino después otro poeta joven, que es promotor de Biblored, Jorge Valbuena, leyendo algunos de sus varios poemarios de premio.
Carol Contreras, promotora de la biblioteca El Tintal, prestó su voz para leer un texto de Roberto Balbastro, quien por razones personales abandonó la reunión. Este joven escritor, formado en los talleres literarios de BibloRed; y la joya de mostrar, digo, quien acaba de ganarse el premio de Novela Breve del TEUC de la Universidad Central entre 67 participantes nacionales.
Después de las lecturas e intervenciones bajo la moderación de Óscar Salamanca, amenizó la cortísima velada, un grupo de música afroantillana y salsera, y se ofreció una copa de vino, a los congregados usuarios de la extensa red de bibliotecas públicas, regadas sobre la inmensa ciudad de Bogotá y se repartieron las memorias del 3er Encuentro de Cafés Literarios...con once largos meses de retraso que se realizó el año pasado en la biblioteca El Tunal.
La queja.La demora del inicio del programa, se debió en parte grande a esa costumbre tan arraigada de los colombianos de llegar tarde a TODOS los eventos, citas y reuniones, que ya es una característica fastidiosa y negativa de la idiosincrasia colombiana y por ende de estos alegres trópicos.
Tratando de hacer intertextualidad con los contenidos de las Memorias, para enriquecer este sucinto recuento, en forma de croniquilla, me pasee,(iba a escribir:me pasié) buscándolas por la página web de BibloRed y está en mantenimiento reciente desde hace larguísimos días tras días... ¿Qué pasa? Igual, ¿por qué en la flamante comunidad de escritores y lectores, se demora tantísimo para que se publiquen los materiales de muchísimos usuarios? ¿hay una especie de filtro, ¿burocrático? ¿de contenido? que no se dinamiza regularmente la publicación y hace perder entusiasmo desde los mismos usuarios de los cafés literarios, y esencialmente de los escritores en formación de los mismos talleres literarios de BibloRed. Preguntas a las directivas responsables de BibloRed, ¿Responderán? Ojalá y la espero con tranquilidad uno de estos siguientes días por venir...
Marcelo Del Castillo

lunes, 27 de diciembre de 2010

2010, el año de las letras latinas

Vargas Llosa y su Nobel encumbran a América Latina en el mapa literario, de Borges a Bolaño

"ELOGIO DE LA LECTURA Y LA FICCION". Mario Vargas Llosa al recibir el Nobel en la Academia sueca.foto.fuente:Revista Ñ

"Más vale tarde que nunca", opinó Mario Vargas Llosa sobre la concesión tardía del Cervantes a la española Ana María Matute, en una frase que bien podría aplicarse al propio escritor peruano. Porque hasta 2010 no pudo adueñarse del Nobel, para confirmar que este año estuvo signado por un resurgimiento de las letras latinoamericanas.

Considerado desde hace décadas uno de los "candidatos eternos" al galardón de la Academia Sueca, Vargas Llosa obtuvo finalmente un nuevo reconocimiento para la lengua española y para otro exponente del "boom" latinoamericano. Su "enemigo íntimo" Gabriel García Márquez, en las antípodas de su credo liberal, lo antecedió en nada menos que 28 años.

Dueño de un magistral manejo del idioma con el que enseñó América Latina al mundo, Vargas Llosa (Arequipa, 1936) se encargó de enfatizar que el Nobel de Literatura no sólo premia a un literato. "También lo hace a la lengua que escribo, la lengua maravillosa que es el español".

Asimismo el autor de La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en La Catedral tuvo palabras para su patria, que tiene una fuerte impronta en su obra, incluso cuando ésta se sitúe en otras latitudes. "Yo soy el Perú (...) Perú me ha dado las experiencias básicas de todo lo que escribo".

El otrora derrotado candidato presidencial publicó además en noviembre su nueva novela, El sueño del celta, que se convirtió en un importante éxito en las librerías. El entusiasmo por la adjudicación del Nobel también repercutió de inmediato en las ventas
de sus obras previas.

Otra muestra del reposicionamiento de la literatura en español en la cartografía literaria fue la participación de Argentina en la Feria del Libro de Frankfurt, con una nutrida delegación de escritores de todas las generaciones, y que también propició numerosas traducciones. Tras el cierre de la cita editorial más importante del mundo, su director, Jürgen Boos, consideró que se está produciendo "un resurgimiento de la literatura en América Latina".

Sin embargo, 2010 vio frustrarse la máxima cita del idioma español en Valparaíso. El intenso sismo que devastó Chile a fines de febrero también dejó como uno de sus coletazos la cancelación definitiva del V Congreso Internacional de la Lengua Española, que tenía previsto rendir homenaje a los Premios Nobel chilenos Pablo Neruda y Gabriela Mistral.

Asimismo, 2010 fue el año de partida de otro Nobel: José Saramago, el primer portugués en conquistar este galardón, que combinó preocupación social y escepticismo en sus ficciones. Argentina, en tanto, despidió al reconocido periodista y escritor Tomás Eloy Martínez (Santa Evita), así como al irreverente Rodolfo Fogwill.

En el año de conmemoración del centenario de los nacimientos de Miguel Hernández y Gonzalo Torrente Ballester, España perdió a un referente de su literatura del siglo XX, el autor de Los santos inocentes Miguel Delibes.

México, por su parte, se condolió del fallecimiento del gran cronista de su cultura popular Carlos Monsiváis y de los escritores Carlos Montemayor y Germán Dehesa. La compatriota de Monsiváis y flamante ganadora del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, Margo Glantz, evocó a su amigo entrañable durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que asimismo rindió homenajes póstumos a Saramago y Eloy Martínez. Glantz, de 80 años, también celebró la tardía llegada del máximo galardón de las letras hispanas para Matute, de 85: "No sé por qué esperan que las escritoras se vuelvan viejas para premiarlas. Hay una gran tendencia a no reconocer a las mujeres".

Sin embargo, 2010 aportó algunas satisfacciones a las escritoras además de la cosechada por la catalana Matute, la tercera mujer que obtiene el Cervantes. Su compatriota Soledad Puértolas pasó a ser la quinta mujer en sentarse en el selecto club de la Real Academia
Española (RAE), a la vez que la argentina Claudia Piñeiro pudo celebrar distinciones por partida doble, el Sor Juana Inés de la Cruz en México y el LiBeraturpreis en Alemania, y la chilena Isabel Allende recibió más allá de las polémicas el Premio Nacional de Literatura de su país.

Mientras, el premio mejor dotado de la escena editorial hispana, el Planeta de Novela, con 601.000 euros, fue para otro catalán, Eduardo Mendoza, por Riña de gatos, ambientada en Madrid en los meses previos a la guerra civil. Algunas décadas después transcurre El arte de la resurrección en el desierto de Atacama, que le valió al chileno Hernán Rivera Letelier el Premio Alfaguara de Novela. Otro galardonado fue el colombiano Antonio Ungar -uno de los escritores jóvenes que participaron en el encuentro Bogotá 39 en 2007-, que se hizo acreedor del Premio Herralde con su novela Tres ataúdes blancos.

Y en otro hecho relevante del año literario, la prestigiosa revista Granta confeccionó por primera vez una lista de los 22 mejores escritores en español menores de 35 años y les dedicó un número con sus textos. Entre los elegidos se cuentan los españoles Andrés Barba, Sonia Hernández y Elvira Navarro, así como los argentinos Oliverio Coelho, Lucía Puenzo, Andrés Neuman y Samanta Schweblin.

Asimismo aparecen en la nómina de "estrellas literarias del futuro" tres autores que ya figuraban en Bogotá 39: el boliviano Rodrigo Hasbún, el peruano Santiago Roncagliolo y el chileno Alejandro Zambra.

La publicación trimestral británica no ahorró elogios para las letras iberoamericanas: "De Borges a Bolaño, el idioma español nos ha dado algunos de los escritores más queridos de los siglos XX y XXI. Pero a medida que el alcance de la cultura de lengua española se extiende mucho más allá de España y Latinoamérica, y Estados Unidos tiende a una mayoría hispana entre su población, es hora de preguntarse quién será el próximo en esta apasionante tradición".

sábado, 25 de diciembre de 2010

El cuento de Navidad

Ray Bradbury

El cuento de Navidad

El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
-- ¿Qué haremos?
-- Nada, ¿qué podemos hacer?
-- ¿Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos. Pálido y silencioso.
-- Ya se me ocurrirá algo --dijo el padre.
-- ¿Qué...? --preguntó el niño.
El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugardonde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
-- Quiero mirar por el ojo de buey.
-- Todavía no --dijo el padre--. Más tarde.
-- Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
-- Espera un poco --dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje sería feliz y maravilloso.
-- Hijo mío --dijo--, dentro de medía hora será Navidad.
La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-- Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿tendré un árbol? Me lo prometiste.
-- Sí, sí. todo eso y mucho más --dijo el padre.
-- Pero... --empezó a decir la madre.
-- Sí --dijo el padre--. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-- Ya es casi la hora.
-- ¿Puedo tener un reloj? --preguntó el niño.
Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.
--¿Navidad! ¿Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-- Ven, vamos a verlo --dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
-- No entiendo.
-- Ya lo entenderás --dijo el padre--. Hemos llegado.
Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos,empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
-- Entra, hijo.
-- Está oscuro.
-- No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.

Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro.
Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño sequedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a
cantar.
-- Feliz Navidad, hijo --dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzo lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplementemirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.

(Ray Douglas Bradbury; Waukenaun, Illinois, 1920) Novelista y cuentista estadounidense conocido principalmente por sus libros de ciencia ficción. Alcanzó la fama con la recopilación de sus mejores relatos en el volumen Crónicas marcianas (1950), que obtuvieron un gran éxito y le abrieron las puertas de prestigiosas revistas. Se trata de narraciones que podrían calificarse de poéticas más que de científicas, en las que lleva a cabo una crítica de la sociedad y la cultura actual, amenazadas por un futuro tecnocratizado. En 1953 publicó su primera novela, Fahrenheit 451, que obtuvo también un éxito importante y fue llevada al cine por François Truffaut. En ella puso de manifiesto el poder de los medios de comunicación y el excesivo conformismo que domina la sociedad.


Ray Bradbury

Ray Bradbury se graduó en la escuela secundaria en 1938, y se ganó la vida como vendedor de periódicos hasta 1942. Comenzó a escribir desde niño, pero publicó su primera historia en 1938, en una revista de aficionados. Adquirió la certeza de lo que sería su estilo cuando compuso The Lake. En 1943 dejó el trabajo de vendedor de periódicos y se dedicó a escribir a tiempo completo, publicando en diversos medios numerosos relatos breves, hasta que en 1950, con la aparición de Crónicas marcianas, comenzó su ascendente fama literaria. En sus páginas, que relatan los intentos de los terrestres por colonizar el planeta Marte, se reflejan las angustias y ansiedades que existían en la sociedad norteamericana de la década de los cincuenta, ante el peligro de una guerra nuclear.

Considerados un clásico de la ciencia ficción, este conjunto de relatos interdependientes recoge no sólo las vicisitudes de la colonización del planeta Marte sino también la caída de su civilización, abarcando un período comprendido entre 1999 y 2026. Los marcianos poseen notables poderes telepáticos, lo que causa graves contratiempos a las tres primeras expediciones. La cuarta aporta al planeta la varicela, que contagia a los indígenas y acaba con su resistencia.

A continuación, se desarrolla la obra colonizadora, que aporta al planeta los aspectos más negativos de la cultura occidental. Sólo un mexicano, que conserva las esencias de su cultura indígena, consigue establecer una auténtica comunicación con un marciano que, a su vez, es depositario de las tradiciones desplazadas por la hegemonía de los colonizadores. Éstos han degradado a tal punto la civilización autóctona, que en uno de los relatos un marciano utiliza sus poderes telepáticos para divertir a los nuevos amos adoptando las personalidades que le solicitan. También los negros estadounidenses establecen asentamientos para huir de la discriminación. Finalmente, el planeta casi se despuebla porque una amenaza bélica en la Tierra induce a los colonos a regresar. Los pocos que permanecen en Marte se convierten en los "nuevos" marcianos.

En 1951 publicó uno de sus libros mayores, El hombre ilustrado, compuesto por varios relatos de naturaleza fantástica, y dos años más tarde otro de los más representativos, Fahrenheit 451Fahrenheit 451 narra la historia de una ciudad del futuro dominada por los medios audiovisuales, en la que se acosa el individualismo, están prohibidos los libros, y los bomberos, brazos ejecutores de un Estado totalitario, son los encargados de quemarlos. Al margen de la sociedad, un grupo de hombres recluidos en los bosques decide memorizar textos enteros de filosofía y literatura para preservar la cultura. (título que alude a la temperatura en que libros empiezan a arder).


Fotogramas de Fahrenheit 451, de François Truffaut

Esta fábula moralizante ha sido considerada como una gran obra antiutópica y acaso premonitoria, y fue llevada al cine por François Truffaut. En el relato de Bradbury se exponen de forma minuciosa las razones de la prohibición de los libros en boca del jefe de bomberos, Guy Montag. Frente a sus argumentos se expone el punto de vista de un profesor que aconseja a Montag y que pone de relieve las características positivas de la lectura. De este modo, se desarrolla una reflexión que se enriquece con referencias a los clásicos.

Bradbury advierte de los peligros y las amenazas que incumben a una sociedad enteramente automatizada, olvidada de los valores tradicionales de la cultura, y próxima al exterminio atómico. Consigue climas sardónicamente alucinantes en cuentos como There will come soft rains (1950), donde una casa robotizada prosigue realizando los movimientos programados, en un mundo carente ya de vida, hasta su postrer quema liberadora, o en The Veldt (1950), donde otra casa automatizada, casi dotada de vida propia, masacra, con la complicidad de los niños, a los padres de éstos.

Pero Bradbury no sólo cultivó la ciencia ficción y la literatura de corte fantástico, sino que escribió también libros realistas e incluso incursionó en el relato policial. Su prosa se caracteriza por la universalidad, como si no le importara tanto perfeccionar un género como escribir acerca de la condición humana y su temática, a través de un estilo poético.


En su niñez Ray se trasladó, por cuestiones laborales de su padre, a vivir en varias ocasiones a Tucson, en Arizona. Finalmente, en 1934, la familia Bradbury se trasladó a California, residiendo en la ciudad de Los Ángeles.

Después de terminar el instituto en 1938, en donde solía realizar actuaciones teatrales, Bradbury abandonó los estudios para convertirse en autodidacta y dedicar su tiempo a la lectura y a escribir, publicando sus primeros relatos cortos, como `Hollerbocher`s Dilemma`, texto publicado en la revista `Imagination`. Al mismo tiempo que comenzaba su carrera como escritor vendía periódicos en la ciudad angelina.


Algunas de las publicaciones en las que vio publicados sus relatos fueron `Futuria Fantasia` (su propia revista), `Spaceways`, `Super Sciencie Stories`, en donde por primera vez le pagaron por un relato llamado `Pendulum`, aparecido en 1941, `Weird Tales`, o `Best American Short Stories`, en donde en 1945 apareció `The Big Black and White Game`.


En esta época solía emplear variados seudónimos, como Ron Reynolds, Guy Amory, Anthony Corvais, Omega, Briand Eldred, Edward Banks, e incluso empleando el nombre de su padre, Leonard Spaulding. Más tarde también emplearía Douglas Spaulding.


En 1946 Bradbury conoció a Maggie McClure, quien trabajaba en una librería. Un año después Ray y Maggie contrajeron matrimonio, el cual duraría hasta el 2003, año en el cual falleció Maggie.


La colección de relatos `Carnaval negro` (1947) sacó a Bradbury del anonimato literario. Posteriormente triunfaría con `Crónicas marcianas` (1950), fabulación sobre la colonización del planeta rojo, `El hombre ilustrado` (1951), `Las doradas manzanas del sol` (1953) o `Fahrenheit 451` (1953), el título más popular de su bibliografía, ambientado en una sociedad que prohíbe los libros.


Con estos títulos Ray Bradbury logró ser reconocido por sus novelas de ciencia-ficción y fantasía, estableciendo miradas bastante sombrías y críticas sobre el devenir de la sociedad humana, a las que no le faltan trazos líricos en una exposición que suele fustigar la desproporción tecnológica, las desigualdades y el totalitarismo.


Por sus trabajos recibió diferentes premios como el O. Henry Memorial o el galardón Benjamin Franklin.


Su prolífica producción literaria, generalmente libros de relatos, incluye otros títulos como `El país de octubre` (1955), `El vino del estío` (1957), `El día que llovió para siempre` (1959), `Twice 22` (1959), `Una medicina para la melancolía` (1959), `R is for Rocket` (1960), `La feria de las tinieblas` (1962), `Las maquinarias de la alegría` (1964), `The Vintage Bradbury` (1965), `S is for Space` (1966) `Dos veces veintidós` (1966), `Leviatán 99` (1966), `Canto al cuerpo eléctrico` (1969), `Fantasmas de lo nuevo` (1959), `Sueño de fiebre y otras fantasías` (1970), `El árbol de las brujas` (1972), `EL maravilloso traje de color vainilla` (1972), `Columna de fuego y otras obras` (1973), `Mucho después de medianoche` (1976), `El último Circus y la electrocución` (1980), `Memoria de un crimen` (1984), `La muerte es un asunto solitario` (1985), `Cementerio para lunáticos` (1990), `Más rápido que el ojo` (1992), `Ahmed y las máquinas del olvido: Una fábula` (1998), `De la ceniza volverás` (2001), `Matemos a Constance` (2002), `Algo más en el equipaje` (2002), libro por el cual ganó el Premio Bram Stoker o `The Cat`s Pajamas: New Stories` (2004).

También ha escrito obras teatrales, ensayos, volúmenes de poesía y guiones cinematográficos, entre ellos la adaptación del `Moby Dick (1956) de Herman Melville realizada por John Huston.

foto:archivo.semblanza biográfica:
donadordealmas.com,biografiasyvidas.com.texto:quedelibros.com

lunes, 20 de diciembre de 2010

¿De que sirvió aquello?

"Hoy mismo, mientras el lector lee este texto, son muchos los franceses que están leyendo algún libro de esos doce escritores, diez narradores serios, un poeta maravilloso y uno de los historiadores más respetados de Colombia"

Les Belles Etrangeres,evento organizado por la Embajada de Colombia en Francia.foto.fuente:revistaarcadia.com

Antonio Caballero decidió no ir al evento de clausura de Les Belles Etrangeres, organizado por el embajador de Colombia en París, Fernando Cepeda. Su motivo, como le explicó a Fernando Vallejo aquella misma noche, es que había insultado a Cepeda unas tres veces en sus columnas. Los otros once escritores, muy correctos, sí fueron al supuesto coctel. Y cuál no sería su sorpresa al ver que coctel, lo que dice coctel, no hubo, y que "la recepción" era en un teatro, donde los once tuvieron que soportar, inmóviles, sentados, un concierto de la más brava salsa caleña a un volumen descomunal. Uno tras otro, desesperados, se fueron saliendo del teatro para ser recibidos en el foyer con unas lánguidas empanadas, fritas con demasiado generosa antelación: mínimo cuatro días, calcularon.

Al día siguiente, Vallejo se acercó a Caballero durante el desayuno.

—Oiga, ¿usted dijo que había insultado a Cepeda tres veces?

—Sí.

—Pues insúltelo una cuarta.

Todos estaban agotados. Les Belles fue extenuante. Pueblitos en el trasero del mundo por la mañana, liceos en París por la tarde, cárceles, universidades, colegios, centros culturales, viaje para aquí y para allá y de allá para acá. En algunos eventos hubo poca gente. Y en muchos otros, ni un solo gato francés. Puros estudiantes colombianos. ¿Las preguntas? Las mismas tontas de siempre. Los mismos discursos egocéntricos, sin pregunta, de siempre. Cuentan que en una de las cárceles, uno de los escritores, medio en serio, medio en broma, temió por su vida. Su anfitriona, una presa bellísima, culta, elocuente y muy maquillada, le echaba miradas asesinas. Él asegura que alcanzó a sufrir. Y en un colegio, pasó lo de Bush en Bogotá. La profesora no se sabía los nombres de los escritores, y los elogió por haber escrito sus novelas en francés. Los niños bostezaban.

La inauguración (el único otro evento, aparte de la noche salsera, en el que estuvieron todos juntos), tuvo lugar en la Tres Grand Bibliotheque, ese proyecto megalomaníaco de Mitterand que costó más de un billón de francos. La canciller María Ángela Holguín, dicen, estuvo muy bien, con un discurso breve, discreto, que simplemente agradeció a los franceses la invitación sin apropiarse de los méritos, un pecado muy extendido por estos lares. El lunar, el Ministro de Cultura francés incumplió la cita porque lo habían invitado a un programa de televisión.

¿Para qué sirvió tanto fru fru? ¿Valió la pena ese viaje para hablar frente a dieciocho presas en un pueblo remoto del Pirineo? ¿No le dimos demasiado bombo en Colombia a un evento que allá pasó desapercibido y que no fue registrado por ningún francés?

Pues no. Los escritores no llenan plazas públicas porque no son performers. Y el evento de Belles Etrangeres sí sirvió, y mucho. Aquí, sirvió para recordarnos que tenemos una potente generación de escritores maduros, con una obra sólida e importante que necesita más lectores. Y allá, si bien no llenaron estadios, sí hubo lugares como La casa de América Latina que se llenaron a reventar. Pero lo realmente importante es que recibieron una desbordada atención de la prensa francesa. Y es que el despliegue dado a la literatura colombiana en los más importantes periódicos y revistas de Francia fue realmente impresionante. Páginas y páginas en Liberation, Le Monde, Le Figaro, en el Magazine Literaire, en Sud-Oest, el periódico de mayor tiraje por fuera de París, y en decenas de otras publicaciones. Tanto juntos como por separado, fueron fotografiados, entrevistados, leídos y analizados, elogiados con seriedad crítica, y las portadas de sus libros traducidos al francés reproducidas cientos de veces. Las librerías vendieron bien sus libros, y los libreros afirmaron que la pasada edición del evento, que tenía como país invitado a Estados Unidos, no recibió ni la quinta parte de la atención mediática que recibieron los colombianos. Y no movieron las ventas de libros como ahora.

Puede que las jornadas hayan sido extenuantes. Puede que no hayan tenido tiempo para ver París como hubieran querido. Pero hoy mismo, mientras el lector lee este texto, son muchos los franceses que están leyendo algún libro de esos doce escritores, diez narradores serios, un poeta maravilloso y uno de los historiadores más respetados de Colombia. Para un país que ha vivido encerrado en sí mismo, con poquísima exposición internacional, que lleva sobre sus hombres el fardo de un conflicto incomprendido, no hay campaña de pasión, por más millones de dólares que invierta, que reemplace semejante éxito. Hay que darle unas genuinas gracias a Francia por esa invitación, y a quienes pasan sus noches buscando sentido a través de la escritura.

La evolución de las palabras en los libros antes de la llegada de internet

Una nueva herramienta de la compañía que funciona como el buscador, pero en vez de en internet en el universo de papel

Un máximo de cinco palabras cada vez y más de 5,2 millones de libros -cerca de una tercera parte de los digitalizados por Google hasta ahora- para comparar las tendencias anteriores a la era del 'boom' de internet. Una nueva herramienta de la compañía que funciona como el buscador, pero en vez de en internet en el universo de papel, útil en el ámbito científico para hacer análisis cuantitativos (cómo ha evolucionado, en cantidad, el uso de una palabra, por ejemplo) pero que sirve para comprobar que las comparaciones pueden ser odiosas, pero también divertidas y curiosas.

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Amor (azul), sexo (rojo).

Así, se puede ver que el amor ha tenido mejores momentos, aunque ahora está al alza, y que en los libros se ha hablado mucho de opio pero ahora es la cocaína la que triunfa en el papel.

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Opio (azul claro), heroína (rojo), cocaína (Verde), marihuana (amarillo) anfetaminas (azul oscuro).

"A través de Books Ngram Viewer puedes buscar cómo un personaje, palabra o idea ha evolucionado en cuanto a su presencia en los libros", el Director de Google Books y Google News en España, Luis Collado. "Es algo parecido a lo que se hace con Google Trends, con los términos más buscados de la red, pero en esta ocasión asociado a libros", añade.

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Gay (rojo), lesbiana (verde), homosexual (azul oscuro), transexual (amarillo), azul claro (heterosexual).

La búsqueda se realiza sólo, de momento, en libros editados en papel desde 1.700 al año 2.000. A parte de la información visual del gráfico se puede acceder también al archivo con la lista de los libros -vía Google Books-, ordenados por año de publicación, que utilizan los términos buscados.

"Es una herramienta que puede valer para investigadores, en cuanto a la evolución de la gramática, el léxico, el vocabulario, la modernidad de las palabras", apunta. "Es curioso, porque también puedes jugar con ello y combinar varias palabras", señala.

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Infancia.
ilustración.fuente:elmundo.es

domingo, 19 de diciembre de 2010

El cuento del domingo

Jorge Luis Borges

El sur

El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció.

Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida. Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada estaba despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz. La fiebre lo gastó y las ilustraciones de Las Mil y Una Noches sirvieron para decorar pasadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días pasaron, como ocho siglos. Una tarde, el médico habitual se presentó con un médico nuevo y lo condujeron a un sanatorio de la calle Ecuador, porque era indispensable sacarle una radiografía. Dahlmann, en el coche de plaza que los llevó, pensó que en una habitación que no fuera la suya podría, al fin, dormir. Se sintió feliz y conversador; en cuanto llegó, lo desvistieron; le raparon la cabeza, lo sujetaron con metales a una camilla, lo iluminaron hasta la ceguera y el vértigo, lo auscultaron y un hombre enmascarado le clavó una aguja en el brazo. Se despertó con náuseas, vendado, en una celda que tenía algo de pozo y, en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno. El hielo no dejaba en su boca el menor rastro de frescura. En esos días, Dahlmann minuciosamente se odió; odió su identidad, sus necesidades corporales, su humillación, la barba que le erizaba la cara. Sufrió con estoicismo las curaciones, que eran muy dolorosas, pero cuando el cirujano le dijo que había estado a punto de morir de una septicemia, Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino. Las miserias físicas y la incesante previsión de las malas noches no le habían dejado pensar en algo tan abstracto como la muerte. Otro día, el cirujano le dijo que estaba reponiéndose y que, muy pronto, podría ir a convalecer a la estancia. Increíblemente, el día prometido llegó.

A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución. La primera frescura del otoño, después de la opresión del verano, era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre. La ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido ese aire de casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes, las plazas como patios. Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de vértigo; unos segundos antes de que las registraran sus ojos, recordaba las esquinas, las carteleras, las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz amarilla del nuevo día, todas las cosas regresaban a él.

Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme. Desde el coche buscaba entre la nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador, el arco de la puerta, el zaguán, el íntimo patio.

En el hall de la estación advirtió que faltaban treinta minutos. Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.

A lo largo del penúltimo andén el tren esperaba. Dahlmann recorrió los vagones y dio con uno casi vacío. Acomodó en la red la valija; cuando los coches arrancaron, la abrió y sacó, tras alguna vacilación, el primer tomo de Las Mil y Una Noches. Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.

A los lados del tren, la ciudad se desgarraba en suburbios; esta visión y luego la de jardines y quintas demoraron el principio de la lectura. La verdad es que Dahlmann leyó poco; la montaña de piedra imán y el genio que ha jurado matar a su bienhechor eran, quién lo niega, maravillosos, pero no mucho más que la mañana y que el hecho de ser. La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir.

El almuerzo (con el caldo servido en boles de metal reluciente, como en los ya remotos veraneos de la niñez) fue otro goce tranquilo y agradecido.

Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres. Vio casas de ladrillo sin revocar, esquinadas y largas, infinitamente mirando pasar los trenes; vio jinetes en los terrosos caminos; vio zanjas y lagunas y hacienda; vio largas nubes luminosas que parecían de mármol, y todas estas cosas eran casuales, como sueños de la llanura. También creyó reconocer árboles y sembrados que no hubiera podido nombrar, porque su directo conocimiento de la campaña era harto inferior a su conocimiento nostálgico y literario.

Alguna vez durmió y en sus sueños estaba el ímpetu del tren. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer y no tardaría en ser rojo. También el coche era distinto; no era el que fue en Constitución, al dejar el andén: la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado. Afuera la móvil sombra del vagón se alargaba hacia el horizonte. No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos. Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur. De esa conjetura fantástica lo distrajo el inspector, que al ver su boleto, le advirtió que el tren no lo dejaría en la estación de siempre sino en otra, un poco anterior y apenas conocida por Dahlmann. (El hombre añadió una explicación que Dahlmann no trató de entender ni siquiera de oír, porque el mecanismo de los hechos no le importaba).

El tren laboriosamente se detuvo, casi en medio del campo. Del otro lado de las vías quedaba la estación, que era poco más que un andén con un cobertizo. Ningún vehículo tenían, pero el jefe opinó que tal vez pudiera conseguir uno en un comercio que le indicó a unas diez, doce, cuadras.

Dahlmann aceptó la caminata como una pequeña aventura. Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche. Menos para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann caminaba despacio, aspirando con grave felicidad el olor del trébol.

El almacén, alguna vez, había sido punzó, pero los años habían mitigado para su bien ese color violento. Algo en su pobre arquitectura le recordó un grabado en acero, acaso de una vieja edición de Pablo y Virginia. Atados al palenque había unos caballos. Dahlmam, adentro, creyó reconocer al patrón; luego comprendió que lo había engañado su parecido con uno de los empleados del sanatorio. El hombre, oído el caso, dijo que le haría atar la jardinera; para agregar otro hecho a aquel día y para llenar ese tiempo, Dahlmann resolvió comer en el almacén.

En una mesa comían y bebían ruidosamente unos muchachones, en los que Dahlmann, al principio, no se fijó. En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba, inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del tiempo, en una eternidad. Dahlmann registró con satisfacción la vincha, el poncho de bayeta, el largo chiripá y la bota de potro y se dijo, rememorando inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos, que gauchos de ésos ya no quedan más que en el Sur.

Dahlmann se acomodó junto a la ventana. La oscuridad fue quedándose con el campo, pero su olor y sus rumores aún le llegaban entre los barrotes de hierro. El patrón le trajo sardinas y después carne asada; Dahlmann las empujó con unos vasos de vino tinto. Ocioso, paladeaba el áspero sabor y dejaba errar la mirada por el local, ya un poco soñolienta. La lámpara de kerosén pendía de uno de los tirantes; los parroquianos de la otra mesa eran tres: dos parecían peones de chacra: otro, de rasgos achinados y torpes, bebía con el chambergo puesto. Dahlmann, de pronto, sintió un leve roce en la cara. Junto al vaso ordinario de vidrio turbio, sobre una de las rayas del mantel, había una bolita de miga. Eso era todo, pero alguien se la había tirado.

Los de la otra mesa parecían ajenos a él. Dalhman, perplejo, decidió que nada había ocurrido y abrió el volumen de Las Mil y Una Noches, como para tapar la realidad. Otra bolita lo alcanzó a los pocos minutos, y esta vez los peones se rieron. Dahlmann se dijo que no estaba asustado, pero que sería un disparate que él, un convaleciente, se dejara arrastrar por desconocidos a una pelea confusa. Resolvió salir; ya estaba de pie cuando el patrón se le acercó y lo exhortó con voz alarmada:

-Señor Dahlmann, no les haga caso a esos mozos, que están medio alegres.

Dahlmann no se extrañó de que el otro, ahora, lo conociera, pero sintió que estas palabras conciliadoras agravaban, de hecho, la situación. Antes, la provocación de los peones era a una cara accidental, casi a nadie; ahora iba contra él y contra su nombre y lo sabrían los vecinos. Dahlmann hizo a un lado al patrón, se enfrentó con los peones y les preguntó qué andaban buscando.

El compadrito de la cara achinada se paró, tambaleándose. A un paso de Juan Dahlmann, lo injurió a gritos, como si estuviera muy lejos. Jugaba a exagerar su borrachera y esa exageración era otra ferocidad y una burla. Entre malas palabras y obscenidades, tiró al aire un largo cuchillo, lo siguió con los ojos, lo barajó e invitó a Dahlmann a pelear. El patrón objetó con trémula voz que Dahlmann estaba desarmado. En ese punto, algo imprevisible ocurrió.

Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran. Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro. No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas, pensó.

-Vamos saliendo- dijo el otro.

Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.

Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.

Jorge Luis Borges.(Buenos Aires, 1899 - Ginebra, Suiza, 1986) Escritor argentino. Procedía de una familia de próceres que contribuyeron a la independencia del país. Su antepasado, el coronel Isidro Suárez, había guiado a sus tropas a la victoria en la mítica batalla de Junín; su abuelo Francisco Borges también había alcanzado el rango de coronel.

Pero fue su padre, Jorge Borges Haslam, quien rompiendo con la tradición familiar se empleó como profesor de psicología e inglés. Estaba casado con la delicada Leonor Acevedo Suárez, y con ella y el resto de su familia abandonó la casa de los abuelos donde había nacido Jorge Luis y se trasladó al barrio de Palermo, a la calle Serrano 2135, donde creció el aprendiz de escritor teniendo como compañera de juegos a su hermana Norah.

En aquella casa ajardinada aprendió Borges a leer inglés con su abuela Fanny Haslam y, como se refleja en tantos versos, los recuerdos de aquella dorada infancia lo acompañarían durante toda su vida. Apenas con seis años confesó a sus padres su vocación de escritor, e inspirándose en un pasaje del Quijote redactó su primera fábula cuando corría el año 1907: la tituló La visera fatal. A los diez años comenzó ya a publicar, pero esta vez no una composición propia, sino una brillante traducción al castellano de El príncipe feliz de Oscar Wilde.

En el mismo año en que estalló la Primera Guerra Mundial, la familia Borges recorrió los inminentes escenarios bélicos europeos, guiados esta vez no por un admirable coronel, sino por un ex profesor de psicología e inglés, ciego y pobre, que se había visto obligado a renunciar a su trabajo y que arrastró a los suyos a París, a Milán y a Venecia hasta radicarse definitivamente en la neutral Ginebra cuando estalló el conflicto.

Borges era entonces un adolescente que devoraba incansablemente la obra de los escritores franceses, desde los clásicos como Voltaire o Víctor Hugo hasta los simbolistas, y que descubría maravillado el expresionismo alemán, por lo que se decidió a aprender el idioma descifrando por su cuenta la inquietante novela de Gustav Meyrink El golem.

Hacia 1918 lee asimismo a autores en lengua española como José Hernández, Leopoldo Lugones y Evaristo Carriego y al año siguiente la familia pasa a residir en España, primero en Barcelona y luego en Mallorca, donde al parecer compuso unos versos, nunca publicados, en los que se exaltaba la revolución soviética y que tituló Salmos rojos.

En Madrid trabará amistad con un notable políglota y traductor español, Rafael Cansinos-Assens, a quien extrañamente, a pesar de la enorme diferencia de estilos, proclamó como su maestro. Conoció también a Valle Inclán, a Juan Ramón Jiménez, a Ortega y Gasset, a Ramón Gómez de la Serna, a Gerardo Diego... Por su influencia, y gracias a sus traducciones, fueron descubiertos en España los poetas expresionistas alemanes, aunque había llegado ya el momento de regresar a la patria convertido, irreversiblemente, en un escritor.

De regreso en Buenos Aires, fundó en 1921 con otros jóvenes la revista Prismas y, más tarde, la revista Proa; firmó el primer manifiesto ultraísta argentino, y, tras un segundo viaje a Europa, entregó a la imprenta su primer libro de versos: Fervor de Buenos Aires (1923). Seguirán entonces numerosas publicaciones, algunos felices libros de poemas, como Luna de enfrenteCuaderno San Martín (1929), y otros de ensayos, como Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos, que desde entonces se negaría a reeditar. (1925) y

Durante los años treinta su fama creció en Argentina y su actividad intelectual se vinculó a Victoria y Silvina Ocampo, quienes a su vez le presentaron a Adolfo Bioy Casares, pero su consagración internacional no llegaría hasta muchos años después. De momento ejerce asiduamente la crítica literaria, traduce con minuciosidad a Virginia Woolf, a Henri Michaux y a William Faulkner y publica antologías con sus amigos. En 1938 fallece su padre y comienza a trabajar como bibliotecario en las afueras de Buenos Aires; durante las navidades de ese mismo año sufre un grave accidente, provocado por su progresiva falta de visión, que a punto está de costarle la vida.

Al agudizarse su ceguera, deberá resignarse a dictar sus cuentos fantásticos y desde entonces requerirá permanentemente de la solicitud de su madre y de su amigos para poder escribir, colaboración que resultará muy fructífera. Así, en 1940, el mismo año que asiste como testigo a la boda de Silvina Ocampo y Bioy Casares, publica con ellos una espléndida Antología de la literatura fantástica, y al año siguiente una Antología poética argentina.

En 1942, Borges y Bioy se esconden bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq y entregan a la imprenta unos graciosos cuentos policiales que titulan Seis problemas para don Isidro Parodi. Sin embargo, su creación narrativa no obtiene por el momento el éxito deseado, e incluso fracasa al presentarse al Premio Nacional de Literatura con sus cuentos recogidos en el volumen El jardín de los senderos que se bifurcan, los cuales se incorporarán luego a uno de sus más célebres libros, Ficciones, aparecido en 1944.

Vicisitudes públicas

En 1945 se instaura el peronismo en Argentina, y su madre Leonor y su hermana Norah son detenidas por hacer declaraciones contra el nuevo régimen: habrán de acarrear, como escribió muchos años después Borges, una "prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos", pero lo cierto es que, a causa de haber firmado manifiestos antiperonistas, el gobierno lo apartó al año siguiente de su puesto de bibliotecario y lo nombró inspector de aves y conejos en los mercados, cruel humorada e indeseable honor al que el poeta ciego hubo de renunciar, para pasar, desde entonces, a ganarse la vida como conferenciante.

La policía se mostró asimismo suspicaz cuando la Sociedad Argentina de Escritores lo nombró en 1950 su presidente, habida cuenta de que este organismo se había hecho notorio por su oposición al nuevo régimen. Ello no obsta para que sea precisamente en esta época de tribulaciones cuando publique su libro más difundido y original, El Aleph (1949), ni para que siga trabajando incansablemente en nuevas antologías de cuentos y nuevos volúmenes de ensayos antes de la caída del peronismo en 1955.

En esta diversa tesitura política, el recién constituido gobierno lo designará, a tenor del gran prestigio literario que ha venido alcanzando, director de la Biblioteca Nacional e ingresará asimismo en la Academia Argentina de las Letras. Enseguida los reconocimientos públicos se suceden: Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cuyo, Premio Nacional de Literatura, Premio Internacional de Literatura Formentor, que comparte con Samuel Beckett, Comendador de las Artes y de las Letras en Francia, Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, Premio Interamericano Ciudad de Sèo Paulo...

Inesperadamente, en 1967 contrae matrimonio con una antigua amiga de su juventud, Elsa Astete Millán, boda de todos modos menos tardía y sorprendente que la que formalizaría pocos años antes de su muerte, ya octogenario, con María Kodama, su secretaria, compañera y lazarillo, una mujer mucho más joven que él, de origen japonés y a la que nombraría su heredera universal. Pero la relación con Elsa fue no sólo breve, sino desdichada, y en 1970 se separaron para que Borges volviera de nuevo a quedar bajo la abnegada protección de su madre.

Los últimos reveses políticos le sobrevinieron con el renovado triunfo electoral del peronismo en Argentina en 1974, dado que sus inveterados enemigos no tuvieron empacho en desposeerlo de su cargo en la Biblioteca Nacional ni en excluirlo de la vida cultural porteña.

Dos años después, ya fuera como consecuencia de su resentimiento o por culpa de una honesta alucinación, Borges, cuya autorizada voz resonaba internacionalmente, saludó con alegría el derrocamiento del partido de Perón por la Junta Militar Argentina, aunque muy probablemente se arrepintió enseguida cuando la implacable represión de Videla comenzó a cobrarse numerosas víctimas y empezaron a proliferar los "desaparecidos" entre los escritores. El propio Borges, en compañía de Ernesto Sábato y otros literatos, se entrevistó ese mismo año de 1976 con el dictador para interesarse por el paradero de sus colegas "desaparecidos".

De todos modos, el mal ya estaba hecho, porque su actitud inicial le había granjeado las más firmes enemistades en Europa, hasta el punto de que un académico sueco, Artur Ludkvist, manifestó públicamente que jamás recaería el Premio Nobel de Literatura sobre Borges por razones políticas. Ahora bien, pese a que los académicos se mantuvieron recalcitrantemente tercos durante la última década de vida del escritor, se alzaron voces, cada vez más numerosas, denunciando que esa actitud desvirtuaba el espíritu del más preciado premio literario.

Para todos estaba claro que nadie con más justicia que Borges lo merecía y que era la Academia Sueca quien se desacreditaba con su postura. La concesión del Premio Cervantes en 1979 compensó en parte este agravio. En cualquier caso, durante sus últimos días Borges recorrió el mundo siendo aclamado por fin como lo que siempre fue: algo tan sencillo e insólito como un "maestro".

La obra de Jorge Luis Borges

Borges es sin duda el escritor argentino con mayor proyección universal. Se hace prácticamente imposible pensar la literatura del siglo XX sin su presencia, y así lo han reconocido no sólo la crítica especializada sino además las diversas generaciones de escritores, que vuelven con insistencia sobre sus páginas como si éstas fueran canteras inextinguibles del arte de escribir.

Borges fue el creador de una cosmovisión muy singular, sostenida sobre un original modo de entender conceptos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. Sus narraciones y ensayos se nutren de complejas simbologías y de una poderosa erudición, producto de su frecuentación de las diversas literaturas europeas, en especial la anglosajona -William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad son referencias permanentes en su obra-, además de su conocimiento de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía. Su riguroso formalismo, que se constata en la ordenada y precisa construcción de sus ficciones, le permitió combinar esa gran variedad de elementos sin que ninguno de ellos desentonara.

El primer libro de poemas de Borges fue Fervor de Buenos Aires (1923), en el que ensayó una visión personal de su ciudad, de evidente cuño vanguardista. En 1925 dio a conocer Luna de enfrente y, tres años más tarde, Cuaderno San Martín, poemarios en los que aparece con insistencia su mirada sobre las "orillas" urbanas, esos bordes geográficos de Buenos Aires en los que años más tarde ubicará la acción de muchos de sus relatos.

Puede decirse que en estos primeros libros Borges funda con su escritura una Buenos Aires mítica, dándole espesor literario a calles y barrios, portales y patios. El poeta parece rondar la ciudad como un cazador en busca de imágenes prototípicas, que luego volcará con maestría en sus versos y prosas.

En 1930 publicó Evaristo Carriego, un título esencial en la producción borgeana. En este ensayo, al tiempo que traza una biografía del poeta popular que da título al libro, se detiene en la invención y narración de diferentes mitologías porteñas, como en la poética descripción del barrio de Palermo. Evaristo Carriego no responde a la estructura tradicional de las presentaciones biográficas, sino que se sirve de la figura del poeta elegido para presentar nuevas e inéditas visiones de lo urbano, como se manifiesta en capítulos tales como "Las inscripciones de los carros" o "Historia del tango".

Hacia 1932 da a conocer Discusión, libro que reúne una serie de ensayos en los que se pone de manifiesto no sólo la agudeza crítica de Borges sino además su capacidad en el arte de conmover los conceptos tradicionales de la filosofía y la literatura. Además de las páginas dedicadas al análisis de la poesía gauchesca, este volumen integra capítulos que han servido como venero de asuntos de reflexión para los escritores argentinos, tales como "El escritor argentino y la tradición", "El arte narrativo y la magia" o "La supersticiosa ética del lector".

En 1935 aparece Historia universal de la infamia, con textos que el propio autor califica como ejercicios de prosa narrativa y en los que es evidente la influencia de Robert Louis Stevenson y Gilbert Chesterton. Este volumen incluye uno de sus cuentos más famosos, "El hombre de la esquina rosada".

Historia de la eternidad (1936) y, sobre todo, Ficciones (1944) acabaron de consolidar a Borges como uno de los escritores más singulares del momento en lengua castellana. En las páginas de este último libro se despliega toda su maestría imaginativa, plasmada en cuentos como "La biblioteca de Babel", "El jardín de los senderos que se bifurcan" o "La lotería de Babilonia". También pertenece a este volumen "Pierre Menard, autor del Quijote", relato o ensayo -en Borges esos géneros suelen confundirse deliberadamente- en el que reformula con genial audacia el concepto tradicional de influencia literaria.

También de 1944 es Artificios, que incluye su célebre cuento "La muerte y la brújula", en el que la trama policial se conjuga con sutiles apreciaciones derivadas del saber cabalístico, al que Borges dedicó devota atención. El Aleph (1949), volumen de diecisiete cuentos, vuelve a demostrar su maestría estilística y su ajustada imaginación, que combina elementos de la tradición filosófica y de la literatura fantástica. Además del cuento que da título al libro, se incluyen otros como "Emma Zunz", "Deutsches Requiem", "El Zahir" y "La escritura del Dios".

El Hacedor (1960) incluía algunas piezas escritas treinta años antes y sin embargo guardaba una sólida unidad entre todas sus partes, no sólo formal sino también en cuanto a contenidos, siempre alineados en la idea borgeana de que tanto los grandes sistemas de la metafísica como las parábolas y las elucidaciones de la teología son elementos que forman parte del gran mundo de la literatura fantástica.

La obra de Borges se reparte también en un buen número de volúmenes escritos en colaboración, tanto dedicados a la ficción como al ensayo. Engrosan el caudal de sus escritos una gran cantidad de notas de crítica bibliográfica y comentarios de literatura, aparecidos en diferentes publicaciones periódicas argentinas y extranjeras, además de conferencias y entrevistas en las que desplegó con inteligencia y mordacidad sus puntos de vista. Se trata de una parte de su obra que, casi a la misma altura que sus libros considerados mayores, ha sido objeto recurrente de comentario y estudio por parte de la crítica y de numerosas recopilaciones.

foto y semblanza biográfica:biografíasyvidas.com.texto:ciudadseva.com

sábado, 18 de diciembre de 2010

¿Qué lee el lector de baño?

Hay un sitio que refuerza lo privado del acto de leer: el baño


CON HUMOR. Andrés Erenhaus analiza una práctica masculina, según encuestas.ilustración.fuente:Revista Ñ

El subte, la escuela, los bares y la cama son algunos escenarios habituales de lectura. Ehrenhaus analiza con humor y en primera persona una práctica mayoritariamente masculina, según las estadísticas.

La primera noción física y química del vacío final de la muerte me sobrevino a los cuatro años, creo, sentado de espaldas en el inodoro, a horcajadas, como si el Johnson Bros fuera un caballito de madera con una porción de ese vacío dentro. Vi mi lápida en la tapa y presentí que la cosa iba más o menos en serio. Los inodoros no están hechos para sentarse al revés, así que alguien, mi madre, quién si no, debió de corregir mi postura. A los cuatro años uno se sienta a vaciar el vientre sin esa privacidad garantizada que requieren los grandes actos de la vida. Recuerdo con diáfana brumosidad que había una inscripción en la lápida, que era blanca, como la mayoría de las caras internas de las tapas de inodoro, y una corona de florecitas alegres rodeaba las letras, pero no podría decir si entonces ya sabía leer o si sólo imaginé el epitafio, que tampoco recuerdo, aunque sé que me puso especialmente triste.

Mirándolo desde la perspectiva actual, me atreveré a aventurar que fue la conciencia parcial, si se quiere, pero sobrecogedora de la negritud de la muerte la que actuó como disparador de mi aprendizaje lector, fomentado quizá por la intuición de que las letras podían llenar algo de ese inefable hueco o, por lo menos, adornarlo con eufemismos hasta que llegase la malhadada hora de zambullirse en él. No sé si alguien estudió la relación entre lectura, existencialismo y esfínteres, pero seguro que hay campo ahí para más de un sesudo trabajo.

En cualquier caso, en cuanto me enderecé o enderezaron, perdí la capacidad de asomarme sin barandas, por así decirlo, a la madre de todas las singularidades y empecé a usar el inodoro como duro banco de lectura. Nada nuevo bajo la luz de neón. Indagando un poco por ahí, resulta, parece ser, que la lectura en el cuarto de baño es una actividad eminentemente masculina. No sorprende. Incluso existen estadísticas que lo corroboran: un tercio de los hombres aseguran llevarse necesariamente lectura al excusado, versus como mucho una quinta parte de las mujeres, lo cual no deja de ser significativo toda vez que también se dice, y otras estadísticas así lo confirman, que hoy en día la lectura es, al menos en términos cuantitativos, uno de los terrenos ganados al hombre por la mujer.

Más datos: los médicos advierten de que leer en el inodoro no es saludable, y en eso coinciden con Henry Miller, que dedica el capítulo XIII de Los libros en mi vid a a predicar en contra de tan vetusta práctica, aunque, él sabrá por qué, usa para ilustrarla el ejemplo de un marido preocupado por los largos encierros de su esposa en el retrete. En Costa Rica hay un señor, Rigoberto Guadamuz, que reclama para sí la autoría del nombre técnico de la práctica: lectoproedonosmia. Para él el placer es olfativo, pero honrado. En Internet hay multitud de foros, blogs e incluso un grupo de Facebook ( Reading on the Loo , por ahora con sólo 13 adeptos) dedicados al tema. Y sí, la mayoría son hombres.

¿Qué lee el lector de baño? Difícil de decir; si de mí dependiera, sería pregunta obligada del próximo censo. No me refiero, por supuesto, a los que se llevan una revista rápida, un suplemento o los clasificados de un diario, un prospecto farmacéutico o la guía de calles. Esos apenas leen; lo sé porque me ha pasado. Me refiero a los que se instalan a leer. No creo que haya un patrón establecido como, por ejemplo, en las playas nudistas. La escritora croata Dubravka Ugresic (pueden leerlo en Gracias por no leer ) descubrió dos cosas: a) que en las playas nudistas todo el mundo lee; y b) que todos leen el mismo libro o a un mismo autor. La desnudez pública, aunque sea a orillas del mar y en vacaciones, es, en opinión de Ugresic, un pasatiempo integrista, necesitado de verdades como templos, por pasajeras que sean (se practica en familia, nunca en soledad; no admite deserciones; aspira a la uniformidad). Sin embargo, la desnudez parcial, íntima, de cintura para abajo, se rige sin duda por otros parámetros.

Hace pocos días mi hermano Niki me comentó que leyó por ahí, aunque no en un baño, que leer en el trono es una tapadera, el alibí con el que solapamos el placer prohibido de la deposición. A mí todo eso me huele a psicopatraña, porque elimina de un plumazo como lectores vaterinos a los que no necesitan solaparlo en absoluto, que son muchos y también leen. Además, dudo que llevarse lectura al retrete coadyuve a blanquear ninguna condición, ni siquiera ante uno mismo (no digamos ya ante los demás: Tranquila, Pocha, no dudes de mi hombría, tan sólo estoy leyendo el Antidühring. Y ella: Pero qué enfermo, dios mío, ¡con ese olor!). Por eso le tengo más fe al enfoque antropológico, que centra la cuestión en los aspectos culturales y, dentro de ellos, en los literarios.

¿Hay géneros más idóneos para esta modalidad de lectura? Yo confieso que he ido pasando de los cómics y las revistas ilustradas a la poesía y los libros epigramáticos, de los crucigramas o entretenimientos del periódico a los ensayos de teoría cuántica o crítica hermenéutica. Las imágenes, salvo que sean esquemas de agujeros negros o diagramas de paradigmas lingüísticos, me distraen e inquietan. Prefiero los textos rocosos. No duro mucho, es cierto, y a menudo apenas entiendo nada, pero no es desdeñable el jugo superficial que les saco, como si me alimentaran de musgo.

En cualquier caso, tengo para mí –que es como solemos anunciar los argentinos que vamos a soltar una banalidad sofisticada– que mientras las mujeres devoran los libros, los ingieren, necesitan mascarlos rápido y dejarlos atrás, es decir, tienen con ellos una relación oral, los hombres necesitamos retenerlos, comprobar que lo que entra puede quedársenos dentro, que hemos aprendido a usar nuestros esfínteres intelectuales; en siete palabras: nuestra relación con la lectura es anal.

Generalizando mucho, claro, pero tampoco tanto. La lectura de retrete es una lectura retentiva, de concentración y retiro, un ejercicio de contrición y aguante. En esos momentos, volvemos a meternos, para leer, en el armario. No por casualidad el water es, en origen, un closet. Pero hay algo más. Refugiados en la tualé , aislados del bullicio de la vida, los que leemos en los baños nos retiramos también a recuperar en los libros esa época en la que no controlábamos tanto y casi podíamos palpar el vacío sideral de la muerte.

ANDRES EHRENHAUS - Escritor. Es autor, entre otros, de "La Seriedad" (Mondadori).

viernes, 10 de diciembre de 2010

'Yo leí la enciclopedia Espasa'

Esta es una de las notas del semanario Crónica, del Grupo de Barranquilla

Enciclopedia Espasa.foto.fuente:eltiempo.com

Debo confesar que si soy quizás el único hombre que ha leído, letra por letra, setenta tomos de la Enciclopedia Espasa , no fue debido a un desbordado afán de conocimientos, tampoco halagado por la posibilidad de un título, sino, sencillamente, como consecuencia de una equivocación.

La jornada empezó en 1929 y terminó hace apenas cuatro meses. Es decir, veintiún años después. Había sido secretario de un juzgado durante cinco años en Cartagena, de donde fui ascendido a juez municipal de un lejano pueblecito de Bolívar, recientemente erigido en municipio. Iba a ser, pues, el primer funcionario judicial de aquel lugar.

A fines de 1928, antes de dirigirme al lugar de mi nuevo destino, vine a Barranquilla con el propósito de visitar unos parientes. Aquí me encontré con mi inolvidable amigo, José María Zambrano, quien acababa de llegar de España y traía (pues era el hombre más dado a la lectura que he conocido) varias cajas de libros, entre las cuales, según me dijo, se encontraba una que contenía las obras completas de Dumas y la mayor parte de las de Balzac.

Cuando le hablé a Zambrano de mi nombramiento se mostró extrañadamente entusiasmado. Un puesto de esos, me dijo, era lo que había deseado siempre para dedicarse por entero a la lectura. Me habló de Dumas, cuyos Tres mosqueteros me apasionaban, y terminamos una buena tenida en el Café Roma de acuerdo en que yo llevaría, a mi remoto juzgado, las obras completas de Alejandro Dumas.

Al principio del año siguiente me dispuse a viajar. Zambrano me llevó al puerto, personalmente, la caja de libros, cerrada aún, y una edición española de La Galatea de Cervantes que, para ser franco, me aburrió sobremanera durante el viaje.

Ya en los últimos días de enero, tenía organizado el despacho, pero fue en febrero cuando me dispuse a abrir la caja de libros para dedicarme a la lectura de Dumas. A mi llegada había conocido a los personajes sobresalientes del pueblo, entre ellos al alcalde -un señor de apellido Fonseca, si mal no recuerdo- y a algunos agricultores acomodados.

Como había calculado permanecer cuatro años en el pueblo, supuse que era ese un lapso suficiente para leer en orden las obras completas, de tal suerte que, en lugar de ponerme a buscar el índice, empecé rigurosamente por la primera línea del tomo primero.

Debo confesar que me sorprendió, de entrada, la desconcertante erudición de Dumas, pues se decía allí que, para la realización de esa obra, había tenido en cuenta las raíces de casi todos los idiomas conocidos, entre otros la de uno que me era absolutamente desconocido: el esperanto.

Dumas empezaba hablando de la letra A ("Alpha" de los griegos; "Aar" de los rúnicos, etc.) y proseguía con curiosos datos acerca del alfabeto, la alfalfa y creo que hasta acerca de los alfandoques y los alfeñiques. Fue necesario que llegara a la página veinte o treinta para que empezara a tener mis dudas, pues lo que estaba leyendo tenía un estilo completamente distinto del de Los tres mosqueteros y, sobre todo, me sorprendía que un autor como Dumas demorara tanto para entrar en materia.

Cuál sería mi sorpresa cuando, investigando aquel misterio, extraje todos los libros de la caja y descubrí que no era tal Dumas ni tal Balzac lo que allí venía, sino setenta y dos tomos de la Enciclopedia Espasa , obra de la cual nunca había oído hablar, pero que era, según me parecía, una de las más voluminosas que había podido escribirse. Como es natural, desistí de la lectura.

Frecuenté durante esa semana las tertulias del alcalde y éste, que era admirador de Vargas Vila, me facilitó la novelita Aura o las violetas , que leí en pocas horas. Después vino el desconcierto. No sabía qué hacer. En el pueblo no había muchachas alegres, no había luz eléctrica, no había nada. Lo mejor que podía hacerse era leer. Y, como no había más remedio, regresé nuevamente al primer tomo de la Enciclopedia Espasa . No me interesó al principio, pero luego, observando los grabados, ojeando distraídamente, caí en la cuenta de que estaba más allá de la página cincuenta.

El juzgado era una canonjía, pues se presentaban casos de reyertas sin importancia que el alcalde Fonseca resolvía a su manera. No podría decir en qué momento decidí seguir adelante con el primer tomo, pero lo cierto es que, a fines de mayo, leyendo todo el día y parte de la noche, lo tenía concluido. Sólo entonces empezó a interesarme, pues yo creía que, en esos tres meses, había adquirido una serie de conocimientos que me iban entusiasmando poco a poco.

El tomo primero tenía un apéndice casi tan voluminoso como el mismo libro principal. Leí el apéndice, casi con mayor rapidez, pues en el pueblo se habían acostumbrado a mi encierro. En agosto había puesto fin al apéndice y a fines de año había leído, letra por letra, cuatro de los mamotretos.