jueves, 31 de julio de 2014

El último vuelo de el Principito

Se cumplen 70 años desde que el avión de Saint-Exupéry fue abatido por un piloto alemán. El checo Peter Sís homenajea al escritor y aviador francés con un libro ilustrado en el que recorre su vida 

 
El Principito
El avión de El Principito y su piloto./Peter Sís.
Antoine de Saint-Exupéry, piloto y escritor francés./elperiodico.com
Nacido en 1900, de niño, Antoine de Saint-Exupéry, en plena era de los inicios de la aviación, construyó una máquina voladora sujetando sábanas a varas de mimbre en su bicicleta, que no levantó, claro, un dedo del suelo. Con solo 12 años engatusó a un piloto de un aeródromo diciéndole que tenía permiso de su madre y este le subió al aeroplano. Fue su primer vuelo. El último fue un 31 de julio de 1944, el próximo jueves se cumplen 70 años. Pilotaba un Lightning P-38 en una misión de reconocimiento sobre posiciones alemanas al este de su Lyón natal, en la segunda guerra mundial, pero nunca regresó. En 1998, un pescador halló en sus redes, frente a Marsella, la pulsera del autor de El Principito, con su nombre y el de su mujer, Consuelo Suncín, grabados; en el 2004 encontraron los restos de su avión y, en el 2008, el expiloto alemán de 88 años Horst Rippert confesó que fue él quien le derribó.
Un año antes de desaparecer en el Mediterráneo, Saint-Exupéry había llegado a la cima de su trayectoria literaria publicando el que se convertiría en un clásico y en la obra más traducida del siglo XX (a más de 250 lenguas), con 145 millones de ejemplares vendidos. El Principito vio la luz por vez primera en Estados Unidos en 1943, en doble edición, en traducción al inglés y en el original francés. Hace unos meses Salamandra ya lanzó un cuidado volumen celebrando ese aniversario, con el relato y las acuarelas originales y numerosos textos, fotos, testimonios, dibujos y cartas del autor, centrados en la gestación de la famosa fábula para todas las edades, que escribió exiliado en Nueva York tras huir de la Francia ocupada por los nazis.
Ahora, a los 70 años de la muerte de Saint-Exupéry, llega a España el homenaje del dibujante checo Peter Sís (premio Hans Christian Andersen 2012), que en El piloto y el Principito (Sexto Piso) recorre esquemáticamente su biografía, poniendo el foco en su faceta de aviador, en un curioso y bello álbum ilustrado con acuarelas, que juega con la tipografía, el diseño de las páginas y distintos niveles de lectura, y que, como el cuento-parábola del niño rubio y de bufanda al viento llegado del asteroide B-612, cruza barreras entre niños y adultos. Sís, autor de El coloquio de los pájaros y afincado en Nueva York, recuerda cuánto le impresionó El Principito cuando su padre se lo regaló de niño. «Pensé que era un libro hermoso que trataba sobre lo hermosa que puede ser la vida».
DOTES DE MAGO / Sís salpica el libro de anécdotas, como que mientras volaba, incluso cuando llevaba máscara de oxígeno, Saint-Exupéry solía leer y escribir -«su cabina estaba repleta de pelotas de papel»-; que le gustaba jugar al ajedrez, hacer aviones de papel y sorprender con juegos de cartas y magia a sus amigos, a quienes no tenía reparo en llamar de noche para leerles lo que había escrito o enseñarles lo que había dibujado durante la madrugada. También deja constancia de cómo casi se ahoga tras probar un hidroavión, de cómo se tiró en paracaídas desde la Torre Eiffel durante la Exposición Internacional de 1937 o de que medía 1,88 metros y casi no cabía en la cabina.
Huérfano de padre, con cuatro hermanos y de familia noble venida a menos, el escritor, muy bohemio, fracasó en su intento de ingresar en la Academia Naval y su madre le pagó lecciones para poder volar en las Fuerzas Armadas. Durante el servicio militar tuvo, en un vuelo no autorizado, el primero de sus muchos accidentes. El más grave, al despegar de Guatemala, que le dejó numerosas fracturas. El más sonado, que reflejó en El Principito, cuando se estrelló en el desierto de Libia en 1935 mientras intentaba batir un récord de vuelo rápido París-Saigón, y tras el que vagó durante días por las dunas, sufriendo alucinaciones, hasta que topó con unos beduinos.
Tras una etapa en el Ejército pasó a la aviación civil, siendo uno de los pilotos pioneros que repartieron el correo en avión con la compañía Laécoère Aéropostale, abriendo rutas por todo el globo. Antes de cruzar el charco en la ruta de Sudamérica, se estrenó en la línea Casablanca-Dakar, donde «en el avión hacía tanto frío que se cubría con varias capas de abrigo», apunta Sís, y cuando estuvo a cargo de un aeródromo en cabo Juby, en el Sáhara, vivió en soledad en una choza de madera. La experiencia de esos años la reflejó en El aviador (1926), Correo del Sur (1929) y Vuelo nocturno (Premio Fémina 1931, llevado al cine con Clark Gable).
Cuando la aerolínea quebró, ejerció de periodista en Vietnam, Moscú y España (pasó por la Barcelona de la guerra civil) y su escritura siguió fructificando, sobre todo, con Tierra de hombres (National Book Award y Gran Premio de la Academia Francesa 1939) y Piloto de guerra, sobre sus reconocimientos aéreos en 1939 y 1940, libro que envió firmado a Roosevelt agradeciéndole que EEUU «asumiera la gran responsabilidad de salvar al mundo». Exiliado en Nueva York, donde no sabía inglés, lejos de su patria y acusado por De Gaulle de colaborar con el régimen de Vichy, se sentía mal. Allí logró que, con 43 años, le reclutaran de nuevo para misiones en África y Europa, y allí escribió El Principito, con sus mensajes de tolerancia, amistad, paz y ecología, fue su forma de evadirse hacia su infancia.
En la dedicatoria, a su amigo León Werth, que quedó en la Francia en guerra, recordaba: «Todas las personas grandes han sido niños antes. (pero pocas lo recuerdan)» Él sí.

Sacheri: "Me gusta constatar que soy feliz aunque sea una situación pasajera"

Eduardo Sacheri dijo recientemente que prefiere tener sueños acotados, como por ejemplo, seguir disfrutando el trabajo

 
Eduardo Sacheri, en una calle de Miraflores, Lima. / J. F./elpais.com
Para el escritor argentino y profesor de historia Eduardo Sacheri su nueva novela Ser feliz era esto muestra el vínculo luminoso que logran una adolescente y su padre -a quien ella conoce a los 14 años-, mientras cada uno lidia con sus propias insatisfacciones. Pero es también un relato sobre la escuela, la lectura, la conversación, el Whatsapp, el Facebook y los auriculares.
El guionista de Metegol y El secreto de sus ojos fue uno de los invitados a la Feria Internacional del Libro de Lima que concluye el 3 de agosto. Al volver de Lima a Buenos Aires, Sacheri caminó unas ocho horas al Santuario de la Virgen de Luján para agradecer que Independiente, su club de fútbol, volvió a primera división en junio; su segunda peregrinación como hincha.
En una entrevista con EL PAÍS, Sacheri habla de la escuela, parte de la estructura de la novela, y comenta los cambios en las generaciones de adolescentes –testigo en 18 años de maestro- y en su experiencia docente. 
“Hay un difícil equilibrio al que aspira uno como docente entre la novedad y la tradición. Enseñar es transmitir tradiciones, pero también es conectar afectivamente con los otros: con sus propias vidas y sus propios tiempos. Negarse nostálgicamente a los cambios es una garantía de fracaso”, dice.
En la novela, la adolescente Sofía se alegra de que su padre, Lucas, no la critique por estar todo el tiempo en contacto por Whatsapp con los amigos del balneario donde siempre vivió. El escritor ha comentado que algunas de las situaciones planteadas en la obra, como el supuesto detrimento del contacto personal en favor del contacto virtual, surgieron a partir de conversaciones con su hija.
“No tiene sentido que yo les diga a mis hijos o alumnos que no usen Whatsapp o que no abran Facebook. A lo mejor, lo delicado es que hagan las dos cosas, o que se reconcilien con la complejidad de que la vida que les toca incluye esferas del contacto personales y virtuales, que mi generación tiende a no entender porque no existían. Ese es un riesgo grande de los adultos, despreciar lo que desconocemos. A veces el adulto actúa como si no hubiera sido joven”.
En Ser feliz era esto, Lucas es un escritor que ha tenido un único libro exitoso y, aunque le cuesta volver a terminar una obra, valora la lectura, lo que le sirve de vínculo con Sofía, a quien también le gusta leer.
¿Qué funciona en clase con los no atraídos por la lectura? “Hay ciertas cosas muy tradicionales exitosas para mí: explicar un tema que los chicos conocen sigue siendo una receta fenomenal. Sus tiempos de atención son breves, si esa explicación viene rociada con buenos ejemplos, bromas y apelaciones, mucho mejor. Y otra cosa esencial es la afectividad, si los chicos no sienten que uno los registra y los valora, no aprenden ¿por qué aprenderían? En relación al mundo de la lectura funciona mucho algo absolutamente antiguo y tradicional: compartir lectura en voz alta. Cuanto más marginal es la escuela en la que doy clase, peor leen, más odian leer. Y sus docentes tampoco leen”.
“Soy profesor de historia, pero me pasa con adolescentes que cuando escuchan leer un cuento, les gusta, porque hay alguien que lo sabe leer. Parece la receta del agua tibia: tengo un gran hallazgo, leerles en voz alta. Pero desafío a que lo prueben”, asegura sonriente en su sexta entrevista del día en un hotel de la zona sur de Lima.
Sacheri dijo recientemente que prefiere tener sueños acotados, como por ejemplo, seguir disfrutando el trabajo. “Pienso como los personajes en las últimas páginas: me gusta constatar que soy feliz, aunque sé que esa situación es pasajera, va a volver a pasar. Los sueños consisten en estar abierto a la posibilidad de constatar esos momentos estupendos que hay en la vida, y me parece que el peor pecado que podemos cometer es sortearlos, o detectarlos cuando ya pasaron. La nostalgia es lo peor que nos puede suceder”.
Durante y después del Mundial de Fútbol, el autor de Papeles en el viento estuvo ocupado respondiendo a invitaciones para publicar y comentar en espacios deportivos. Sobre la actuación de su selección en Brasil, lamenta que una de las lecciones que sacó Argentina –la posibilidad de cambiar– puede olvidarse pronto. “Hablo de una enseñanza exclusivamente futbolística: no cultural, ni política. Durante esas cuatro semanas Argentina aprendió a ser un equipo a partir de valores que no son frecuentes en nuestra cultura: la solidaridad, la disciplina, el orden, el compañerismo, que no se nos dan bien. Se nos da bien el brillo, el individualismo, la finta, el genio fugaz. La apuesta nacional fue que Messi nos salve, en esa cosa de caudillo que en América nos gusta, lamentablemente", explica.
“Los cambios de largo plazo no dependen del ejemplo de un grupo de muchachos en un Mundial. Un país con un sistema educativo que funciona muy mal, con las dificultades de convivencia, tolerancia y educación que tenemos, difícilmente puede aprovechar una lección así. En Argentina somos muy impacientes y torpemente grandilocuentes. Tendemos a pensar que todo depende de lo que nos toca vivir ahora y somos incapaces de confiar en que si queremos que algo suceda, apenas daremos los pasos para que algo cambie a futuro. Eso exige un nivel de humildad, de compromiso y de consenso que no tenemos”.

El pueblo natal de Leonardo Sciascia se opone a la venta de su antigua casa

El exalcalde de Racalmuto pide a las autoridades que no dejen  en manos privadas  la vivienda donde el autor escribió una de sus obras más famosas

Una imagen de la casa de vía Sciascia, en Racalmuto, donde el escritor vivió una década. /Google Stret Viw./elpais.com

En vía Leonardo Sciascia, se encuentra la casa de Leonardo Sciascia. Lo cual, innegablemente, tiene cierta coherencia. El escritor, uno de los grandes maestros de la literatura italiana contemporánea, pasó parte de su vida en Sicilia y en su pueblo natal, Racalmuto, de ahí que fuera normal que se le acabara dedicando una calle. Menos obvio es que ahora esa casa, donde el autor de Todo modo pasó su juventud y volvió a instalarse una vez casado, y otra, en la que Sciascia nació, se hayan puesto a la venta. O al menos nada normal le parece a Enzo Sardo, exalcalde de Racalmuto, que se ha dirigido incluso al presidente de la República, Giorgio Napolitano, para que sobre todo la vivienda de vía Sciascia no acabe manos de privados, según relatan medios italianos.
“No podemos permitirnos que la casa se venda a un privado”, escribe Sardo en una carta publicada por Il Giornale di Sicilia y que se dirige a Napolitano así como al presidente de la región de Sicilia, Rosario Crocetta. “Espero que pueda ser adquirida por una entidad pública y cedida a la fundación Sciascia para que la convierta en una casa museo”, continúa el exalcalde.
Al parecer, la agencia inmobiliaria Penzillo –que ha colocado carteles de “se vende” en los portales- ha fijado un precio de 100.000 euros por la vivienda de vía Sciascia. Aunque más allá de su valor físico, los muros de las dos casas encierran algunos de los momentos clave de la existencia del escritor, fallecido en Palermo en 1989. En la vivienda de vía Salita Monte el autor nació y estuvo viviendo hasta los tres años. Y en la de vía Sciascia, el célebre autor transcurrió su juventud y también los años entre 1948 y 1957. De hecho, allí escribió buena parte de Las parroquias de Regalpiedra, un ensayo publicado en 1956 que se convirtió en una de sus obras más famosas.

El escritor italiano Leonardo Sciascia en una imagen de 1988. / RICARDO GUTIÉRREZ
“Si las estructuras públicas no se activaran, propongo crear un comité y poner en marcha una suscripción pública para comprar la vivienda y donarla a la Fundación”, advierte Sardo en su texto. El exalcalde, según los medios locales, ya ha cosechado el apoyo del actual mandatario de Racalmuto, Emilio Messana, además de conseguir un eco internacional para su iniciativa. 
Al fin y al cabo, como recuerda The Guardian, las autoridades de Sicilia acaban de lanzar el proyecto La strada degli scrittori (la vía de los escritores): se trata de promocionar una ruta turístico-literaria por la isla y animar a los visitantes a descubrir los lugares fundamentales y las casas de los grandes autores locales como Pirandello, Camilleri o el propio Sciascia. Y, para ello, ¿qué mejor strada dello scrittore que una que lleva su vivienda y también su nombre?

Una casa, una copa, un tormento

La mansión en la que John Cheever intentó sin éxito encontrar la felicidad, está en venta. Ninguno de los hijos del escritor ha querido vivir en un escenario tan simbólico

Cheever y su perro en el porche de su casa de Nueva York, en 1979. PAUL HOSEFROS THE NEW YORK TIMES/elmundo.es

Siempre usamos las mismas palabras para explicar a John Cheever: alcohol, homosexualidad, culpa. Podríamos añadir dos más: Cedar Lane, el camino del cedro, el lugar que Cheever eligió para vivir durante sus últimos 31 años, como si su residencia fuera la consecuencia lógica de sus relatos y de sus obsesiones. Hablar de John Cheever sin nombrar su calle es como acordarse de Lawrence Durrell y olvidar Alejandría.

Cedar Lane, 197, en la ciudad de Ossining, a una hora de Manhattan, es la dirección de una casa llamada 'Afterwhiles', que ha aparecido en el escaparate de las inmobiliarias locales. Su última ocupante murió en primavera y los hijos del escritor la venden. No quieren vivir allí. Piden 525.000 dólares (390.000 euros) aunque advierten de que el edificio requiere reformas. La propiedad incluye 24.000 metros cuadrados de finca y, atención, unas cuantas cajas de recuerdos de los anteriores dueños, el señor Cheever y su mujer Mary. Libros, fotografías, recortes... Su hija Susan ya ha explicado que todo lo que ella y sus hermanos querían llevarse del lugar ya está lejos de Ossining.

Pero el interés por Cedar Lane no se acaba en la fascinación del mitómano. Westchester, los suburbios, las casas con césped verdísimo y piscinas de 12 metros de largo (claro: las piscinas de aquel cuento, 'El nadador'), son el núcleo duro de Cheever, su escenario, su gran deseo y su gran frustración. 

La fachada de la casa de Cedar Lane de los Cheever.
La fachada de la casa de Cedar Lane de los Cheever.
 

'Cheever. A life', la biografía del escritor que apareció en 2009 (obra de Blake Bailey, impulsada y tutelada por sus hijos), retrataba al autor de 'Falconer' a través de sus temores y no de sus casas. Pero, en el fondo, el relato es el mismo. Cheever, según Bailey, tenía miedo de que se supiera que le gustaban los chicos, temía que se notara que llevaba bebiendo desde las nueve de la mañana y vivía atormentado por que todos se dieran cuenta de que era "un arribista social de tres al cuarto, una imitación de caballero". La melodía de su voz, más bien pija y casi inglesa (su madre lo era), era una impostura, igual que su aplomo de escritor del 'New Yorker'. Vivía en Cedar Lane pero, en realidad, era un intruso.

Porque antes de la casa de Ossining estuvo en Nueva York. Y antes de Nueva York, Boston. Y en Boston y en Nueva York, la pobreza.

Pobreza vieja e hidalga, eso sí. El primer Cheever que llegó a América se llamaba Ezekiel y se dedicó a dar clases de latín en 1681. Sus hijos y nietos se dedicaron al comercio y a la navegación, viajaron a China, no les fue del todo mal. Hasta que le llegó el turno al abuelo de John, Frederick Lincooln Cheever, que se arruinó en 1873 y murió como peor pudo en 1882. Su nieto estaba convencido de que se había suicidado pero en su acta de defunción aparecían las palabras "alcohol y opio. 'Delirium tremens'". La siguiente generación no pudo levantar el vuelo. El padre del escritor quiso vender zapatos y estuvo a punto de prosperar pero salió malherido de la crisis de 1928. Bebía mucho y era insondable. Y así, John Cheever nació (en 1912) y creció en Quincy, en Boston, en un buen barrio, en una casa que había sido noble pero que se había convertido en una pensión para que la familia pudiera sobrevivir. Una humillación y un modo de vida sórdido para John.

Muchos años después, en 1977, Susan Cheever le preguntó a su padre en una entrevista si había tenido alguna experiencia homoerótica. "Sí, muchas veces; siempre fueron extremadamente gratificantes y todas ocurrieron entre los nueve y los 11 años de edad", contestó Cheever padre. ¿Cómo tomarse la frase? En sus diarios, Cheever dedicó algunas páginas a explicar lo que significaban en casa de sus padres palabras como 'fag', 'queer', 'fairy' o 'pansy'. Los maricas, los intocables.

En Boston, Cheever fue pobre; en Nueva York, bohemio; y en Ossining, infeliz

La siguiente casa de John Cheever fue un internado, un colegio bueno para el que consiguió una beca. Se fue de un portazo, sin acabar el bachillerato, un poco por aburrimiento y otro poco por rebeldía. Escribió un cuento bastante celebrado, 'Expulsado', para explicar aquel momento. Cheever volvió entonces a casa de sus padres pero la familia estaba en vías de disolución: divorcio y ruina, el 'big bang' de Cheever. El escritor se fue al centro de Boston con su hermano y se estrenó en la vida bohemia. Bebía con mendigos, daba sablazos y trataba de escapar de Massachusetts, provinciana y conservadora.

Para 1934, cuando tenía 22 años, logró al fin establecerse en Manhattan. Durante la siguiente década, vivió sin tener una dirección fija: pensiones, pequeñas becas y sofás fueron su hogar, casi siempre entorno al Greenwich Village, el barrio bohemio. De alguna manera, fue su 'belle èpoque', los años de la pobreza y de la promiscuidad. "En esa época, Cheever se presentaba a sí mismo como un hombre furiosamente heterosexual, un 'woman's man'", se puede leer en 'John Cheever: A biography', la otra biografía del escritor, obra de Scott Donaldson. Y, una página después, aparece la mención a una carta de los años 70 en la que Cheever explicaba que, en esa época, tuvo una aventura con el fotógrafo Walker Evans.

Entre aventura y aventura, John Cheever preparaba su asalto al mundo de la literatura: tenía terminado el manuscrito de una novela, 'The holy tree', que daba vueltas de editorial en editorial. Alternaba con Dos Passos, Malcolm Cowley y Edmund Wilson. Y, al observarlos, empezó a construir su personaje de escritor aristocrático, descendiente de Fitzgerald, casi 'veneciano'. 

Detalle de la vivienda de Cheever, por la que sus hijos piden 525.000...
Detalle de la vivienda de Cheever, por la que sus hijos piden 525.000 dólares.
 

Apareció entonces la revista 'The New Yorker', empezó a comprar sus relatos (el primero, por sólo 45 dólares) y Cheever disfrutó de su momento de esplendor: los años 40. Sin salir de Manhattan, se casó con Mary, se estableció en Sutton Place, junto a la sede de las Naciones Unidas, tuvo sus tres hijos y se convirtió en el gran escritor de su momento. Pero, en 1951, decidió dejar la isla y marcharse a los suburbios, a Westchester. ¿Por qué?

Al propio Cheever se lo preguntaron entonces en una entrevista en televisión y el escritor contestó una nadería: "En los suburbios es mucho más sencillo resolver el problema de la vivienda".

En la biografía de Bailey, en cambio, aparecía una explicación más compleja. Según 'Cheever. A life', el escritor vivió una especie de 'contra-epifanía': pasó unos meses en Los Ángeles para hacer caja como guionista en Hollywood, conoció a un chico llamado Calvin Westfield, una especie de 'beatnik' 12 años más joven que él, y juntos tuvieron una aventura. La imagen que Cheever se había construido de sí mismo se rompió en mil pedazos. El escritor volvió a la Costa Este deprimido. El viaje a los suburbios, fue, para la familia Cheever, una manera de intentar reconstruir su paz. No lo lograron.

Algunos datos sobre Ossining antes de continuar: en su municipio está la cárcel de Sing Sing, que a todos nos suena de las películas del cine negro antiguo. En Ossining nació el personaje de Don Draper, el protagonista de Mad Men. Y allí tiene a su familia, más o menos ignorante de sus aventuras de entresemana en Nueva York. Y, más interesante todavía: el pueblo es uno de los escenarios de 'Todo lo que hay', la novela de James Salter.

John Cheever y su mujer, Mary, en su casa de Ossining, en 1979.
John Cheever y su mujer, Mary, en su casa de Ossining, en 1979.

En Ossining, Cheever intentó crearse una rutina monacal. Se despertaba temprano y se encerraba en el sótano de la casa a escribir. Pero, según contó en sus diarios, no era tan sencillo cumplir como planearlo: hacia las nueve de la mañana, la sed empezaba a llamar. Hacia las once, el día ya estaba perdido por culpa del alcohol (bourbon y ginebra, sobre todo). Mary, su mujer, lo castigaba con el silencio, que podía durar semanas enteras. Y John acaba por pagarla con sus tres hijos: Suzanne, Fred y Benjamin. A Suzanne la insultaban, la llamaba gorda; a los chicos, maricones. Los fines de semana intentaban hacer vida social: John Updike, Philip Roth y Saul Bellow pasaron por Cedar Lane con la idea de pasar un buen rato. Updike, que fue el gran amigo y, a la vez, el gran rival de Cheever, escribió alguna página sobre las embarazosas escenas que tuvo que vivir a su lado.

Y entre resaca y resaca, Cheever escribió sus diarios, ásperos y crudos, sin concesión para el humor y la fantasía, como si fuesen una negación del resto de la obra de su autor. Pero conmovedores: Cheever cuenta en sus diarios la espantosa culpa que siente porque es incapaz de controlar sus instintos, incapaz de expresar el afecto que siente por su familia, incapaz de controlar su cuerpo: temblores, impotencia sexual...

Y así, hasta que Fred, el hermano de Cheever, murió por culpa del alcohol y el propio John tuvo una parada cardiaca. Retomó el control sobre su vida. En 1971, empezó a dar clases en la cárcel de Sing Sing y en 1975 se sometió, con éxito, a la disciplina de Alcohólicos Anónimos. Cuando se supo 'limpio', Cheever envió una postal a un antiguo alumno con un mensaje: "¿Lo viste?". Dos años después, publicó 'Falconer', un relato post presidiario que parecía unas memorias de sus malos tiempos.Cheever, en cambio, dijo que la novela se había alimentado de su experiencia en Sing Sing.

Aquello ocurrió en 1977. En 1982, después de siete años de abstinencia, John Cheever murió enfermo de cáncer. Al menos, a su hija Suzanne le dio tiempo de reconciliarse con él; estos días aparece en la revista 'Newsweek' recorriendo Cedar Lane para ayudar a encontrar comprador a la casa, recordando a su padre como a un hombre encantador, un bromista lleno de fantasía. Su madre sobrevivió 32 años en la casa, escribiendo y pintando. Quizá fuera feliz.

Los libros, también en la maleta

En la maleta de vacaciones los libros tienen que ser un imprescindible, un básico, algo a lo que ayudan muchas de las novedades que las editoriales se esfuerzan en lanzar en la época estival, con publicaciones refrescantes y entretenidas que contribuyen a pasar el tiempo de ocio

 
En la maleta no cabe tanta imaginación de los autores./lainformacion.com
Ejemplo de esta tendencia en la literatura infantil y juvenil es  El verano que desaparecieron los trogloditas (algar). De la misma editorial y escrito por Care Santos llega El álbum de Jumbo, uno de los aviones más grandes del mundo a punto de hacer su primer vuelo, un reto que le tiene angustiado y que el ilustrador Joan Subirana capta con impresionantes imágenes de este gigante del aire.
Pleamar, de la editorial Artime, es una de esas novelas juveniles que deberían ser de obligada lectura en verano por su fascinante descripción de la vida marina, al retratar las andanzas de Miles, un joven apasionado del mar que pasa sus noches insomnes recorriendo las playas de la bahía de Puget Sound, en el estado de Washington.
En esta divertida novela juvenil, escrita por Jim Lynch, los movimientos del mar y sus habitantes funcionan como metáfora de las relaciones entre los personajes y el duro tránsito hacia la edad adulta, que su protagonista está a punto de atravesar.
También al medio acuático transporta al lector A mares, un cuento de María Jesús Jabato y Rocío Martínez, de la colección Orihuela de Kalandraka, que supone una singladura poética por los paisajes y los personajes del mar a través de versos dulces salpicados de agua salada.
La casa de verano (sm), de Alfredo Gómez Cerdá, se centra en los sueños de Carlos y Tomás de ser escritores y en la prematura muerte de uno de ellos, una herida que tardará en cerrarse y con la que su autor hace hincapié en la importancia de la amistad y el recuerdo a lo largo de toda la vida.
Para los más pequeños, Las vacaciones de Peca y Lino o Los colores del verano, de Paz González de la Torre y Ana Guillén, son buenas opciones de lectura vacacional también de sm, una editorial que también publica este verano Somos auténticos, en el que sus cuatro protagonistas ven como cambia su aburrido veraneo tras grabar el vídeo Muérete de asco, que se convertirá en viral en Internet.
También de material estival se nutre Veraneo en Santibal, de Mercedes Neuschäufer-Carlón e ilustrado por Daniel Cruz, un libro en el que se demuestra que las situaciones difíciles, como el paro laboral en el que se encuentra el padre de Marta y, como consecuencia, la ausencia de vacaciones para la familia, se pueden superar con fantasía.
Para los adolescentes y fanáticos del género paranormal llega Tu nombre después de la lluvia, de Victoria Álvarez, un libro de intriga que traslada al lector hasta las increíbles tierras irlandesas y sus leyendas.
Mientras las princesas duermen (Lumen) es una reconstrucción de La bella durmiente escrita por la estadounidense Elizabeth Blackwell, y adaptada totalmente a los valores de la sociedad actual.
Perillan, de Terry Pratchett, es una novela para jóvenes y adultos en la que se enlazan acontecimientos históricos y elementos fantásticos para sacar a la luz una original historia de intriga en la que se rinde homenaje a la obra de Charles Dickens a través de Perillan, un joven que sobrevive buscando objetos de valor en los suburbios del Londres victoriano.
En la línea de la literatura gótica, Montena publica Noche oscura en París, primera parte de una saga de Page Morgan, que se sitúa en la capital francesa de principios del siglo XX con una historia de intriga y desapariciones.
También para el público joven se sitúa El teorema Katherine, de John Green, en el que su protagonista viajará hasta un pueblecito de Tennessee para averiguar un teorema que explique la "maldición" de todas sus exparejas, las Katherine.
Para una franja de edad menor, El tren de Vilso, de la colección Ala Delta de Edelvives, se adentra en la revolución que la desaparición de la línea de tren que atraviesa el pueblo de Tadeo, Vilabasalvaso, supondrá para todos sus habitantes. Un libro que invita a reflexionar sobre la apacible vida rural, lejos de las grandes ciudades, a la que en verano se suele volver para desconectar

miércoles, 30 de julio de 2014

La "Universidad Desconocida en Brooklyn" y la literatura en español

La Universidad Desconocida en Brooklyn no tiene sede pero cuenta entre sus "rectores desconocidos" con Enrique Vila-Matas o Junot Díaz, y toma su nombre del libro de Roberto Bolaño para impartir cursos itinerantes de literatura en español porque se trata, precisamente, de crear en la lengua de Cervantes

 
Roberto Bolaño, autor chileno de Universidad desconocida./lainformacion.com
Un apartamento o la sede de la Unión Nacional de Escritores de Nueva York han albergado cursos de esta especial universidad, que cuenta entre sus profesores con escritores latinoamericanos -algunos ganadores de premios literarios- radicados en la Gran Manzana.
Aquí no existen las complicaciones de largas colas para el pago de matrícula ni el alto costo de una universidad en EE.UU., pese a estar en la llamada capital del mundo y, la "Universidad Desconocida", que nació el pasado septiembre en Brooklyn, puede presumir además del contenido de sus cursos.
"Hay muy buenos escritores que viven en Nueva York, tienen tiempo y ganas de dar las clases. Juntamos escritores que están en la ciudad con gente que quiere escribir y ponemos énfasis en el español", dijo  el uruguayo Javier Molea, fundador del proyecto junto a la española María Bordallo.
La inquietud de Bordallo por expresar sus sentimientos a través de la escritura le llevó a hablar con su amigo Javier, encargado de la sección en español de la librería McNally Jackson en Manhattan y fundador de DiazGrey Editorial, quien tenía el conocimiento y los contactos para echar a andar el proyecto.
"María me convenció de que era el momento, de que había demanda", agregó al recordar que había recibido propuestas antes para organizar talleres literarios, pero consideró que no era la gente ni el momento apropiado.
Bordallo agrega en conversación con Efe que hay mucha gente como ella, que trabajan, que no son escritores, pero con un deseo inmenso de escribir y que no pueden pagar el alto coste de las universidades.
"Le llamamos la Universidad Desconocida en Brooklyn" porque María y yo vivimos en Brooklyn. Nos gustó además llamarle así porque Brooklyn es un territorio inexplorado para el español. La mayoría de la cultura que se hace en Nueva York, por gente de Nueva York se hace en Brooklyn en inglés, como lecturas en casas, librerías en casas, lecturas en cafés", indicó Molea.
Pero sobre todo, los fundadores toman el nombre de La universidad desconocida, último libro de poesía del chileno Roberto Bolaño (1953-2003), publicado póstumamente en 2007.
"Le admiramos, es un homenaje a Bolaño", dicen. Su logo es una escalera "hacia lo desconocido", que también toma la idea de la portada del libro de Bolaño.
Los dos primeros cursos, de poesía y narrativa, comenzaron el pasado octubre con diez alumnos, que se enteraron "de boca a boca" de los talleres, que pueden extenderse entre cuatro y ocho semanas. El segundo nivel de los cursos en febrero aumentaron de dos a siete.
"La metodología del curso se la dejamos al profesor, lo único que le exigimos es que las personas escriban. Preferimos los cursos en español, aunque se hace alguna cosa en inglés", explicó Molea.
Al final, se publica un libro con lo que escribieron los estudiantes y se le entrega una copia en la fiesta de "graduación", explicaron Bordallo y Molea.
Los estudiantes son variopintos, en su mayoría latinoamericanos, algunos, estudiantes universitarios.
Los cursos incluyen talleres de poesía, crónica, ensayo, narrativa, teatro, guión cinematográfico, novela mexicana, tarot y poesía y 'patafísica', y seminarios de investigación literaria.
"Esto es un proyecto callejero", dice además Bodallo sobre la iniciativa, que cuenta con el apoyo de importantes escritores, como Vila-Matas, que en la biografía de su último libro se publicó que es "rector" de la Universidad Desconocida. Otros "rectores desconocidos" honoríficos son Eduardo Lago, Sylvia Molloy o Diamela Eltit.
"Los 'rectores' son escritores muy grandes, un grupo que nos promociona y ayuda", destaca Molea y agrega que "lo más importante" del proyecto "es que pasó de talleres a comunidad literaria".
"Se están creando círculos (literarios), la gente se está conociendo poco a poco, los profesores, los alumnos, nosotros. Es crear, es juntar. Había mucha demanda en Nueva York, mucha gente interesada pero desperdigada", dice por su parte Bordallo.
Aunque los cursos se ofrecen a un costo módico, también hay posibilidades de pago a plazos, descuentos y hasta becas.
"Se trata de flexibiliad porque ese es el concepto, todo lo contrario a universidades estructuradas. Queremos darle facilidad a la gente" que quiere escribir en español, destacaron.

Trece verdades completamente decepcionantes acerca de los libros

Demasiado triste

1. En una encuesta del 2012, casi una quinta parte de los niños dijo que estaría “avergonzado” si algún amigo suyo los viera con un libro….

2. … y el 54% de los encuestados dijeron que preferían ver televisión en lugar de leer.

Aquí está el estudio del National Literacy Trust.

3. Cincuenta Sombras de Grey es ahora el libro más vendido de todos los tiempos en Gran Bretaña.

… superando todas las ventas de la saga de Harry Potter.

4. El libro de Snooki es un best-seller del New York Times.

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5. Tambien el de Jessica Alba.

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6. ¿Y este libro de Justin Bieber? También es uno de los best-sellers del New York Times.

Frederick M. Brown / Getty

7. Las ventas de libros y libros electrónicos han caído en un 9.3% en los Estados Unidos.

Y la tendencia es más o menos la misma en todo el mundo.

8. La ultima tienda de libros Borders cerró en septiembre del 2011. Barnes and Noble, otra tienda de libros conocida mundialmente, está luchando contra una caída constante de ventas, ha ido cerrando cerca de 15 tiendas al año.

Justin Sullivan / Getty
Carita triste.

9. Las ventas de libros electrónicos han superado oficialmente las ventas de libros impresos desde el 2011.

… lo cual no es una sentencia de muerte para la lectura en sí, pero ciertamente indica el final de una era histórica que era leer en libros de papel.

10. Forks, en Washington, tiene tiendas temáticas de “Twilight” para sacarle provecho a los turistas.

11. Y el cuarto libro de la saga de “Twilight” ha vendido más de 116 millones de copias, casi la mitad de todos lo que ha vendido Stephen King.

12. Todo se ha vuelto tan loco que ahora los libros están siendo ASESINADOS para hacer manualidades.

Gracias, Lauren Conrad.

13. Y lo peor: uno de cada cuatro estadounidenses dijeron que no leyeron NINGÚN libro en el último año.

13 verdades completamente decepcionantes acerca de los libros 











 
 
(De acuerdo con la encuesta realizada por la Prensa Asociada en el año 2007).
Fuente:buzzfeed.com

Cinco siglos y más

En su novela  Iris, Edmundo Paz Soldán abreva en la ciencia ficción distópica con al menos dos novedades de peso: un lenguaje que elude el neutro castellano y la lengua de traducción, para enriquecerla con la invención de un léxico complejo

Edmundo Paz Soldán, autor boliviano de Iris./pagina12.com.ar
Y, además, la recurrencia a un imaginario de tradiciones precolombinas, como para anclar las raíces de un futuro tan automatizado como viciado por la farmacología.
Las primeras líneas de Iris le bastan a Edmundo Paz Soldán para sumergir al lector en otro mundo, en otro tiempo, en otra era. Pocas páginas más tarde, el encantamiento resulta ser también el de otra lengua. Los cinco relatos que componen esta novela no sólo apuntan a la construcción de una perspectiva múltiple (cada uno de ellos lleva por título el nombre de un personaje al que sigue), sino también a la instauración de un sistema de múltiples entradas, como en esos textos donde cada una de sus unidades interiores recibe por sí misma el nombre de “libro” (el caso más conocido, desde luego, sería el de la Biblia).
La anécdota no es necesariamente sencilla, pero resultará familiar para cualquier consumidor de ciencia ficción industrializada (es decir, cualquier consumidor cultural de Occidente): en el hostil territorio de Iris, la compañía Sant-Rei lleva adelante operaciones de colonización y explotación minera, echando mano a mercenarios más o menos entrenados, más o menos asalariados, más o menos mecánicos, radicados en el Perímetro. Como es de prever, entre los locales surge un grupo de resistencia violenta bajo la guía de Orlewen, cuyo nombre significa “sobreviviente”. El escándalo desatado por el uso ilegal de chitas y drons en la zona obliga a la renuncia de un Supremo y la apertura de una investigación.
Se despliega así una trama que parece signada por la ambición de condensar todos los tópicos de la imaginación distópica futurista: experimentos nucleares que dejan un área desolada, la contradicción entre evolución y primitivismo (las armas de los soldados son riflarpones), la posibilidad de borrar o implantar memorias, las minas del extraño y novedoso X503 que sólo se consigue allí, la explotación de los locales en manos de una corporación, ex seres humanos convertidos en cyborgs y degradados por ello a la condición de no-seres, e incluso la construcción de un mundo donde los personajes duermen en pods y consumen todo el tiempo distintos tipos de sustancias psicotrópicas (legales e ilegales, místicas, recreativas y sólo para sostenerse).
Lo que deslumbra de la novela, en buena medida, es la densidad resultante de esta abarrotada superposición de tópicos que, de tan establecidos por el género, ni siquiera es preciso explicar. El autor explota a su vez esta dinámica para introducir, camuflado, un elemento fuertemente perturbador: la línea mitológica del culto de Xlött y Malacara, divinidades extrañamente intercambiables (“Si vamos a creer a los irisinos, todo Iris es dominio de Malacosa. Y de Xlött. Malacosa es Xlött”) y de naturaleza ética demoníaca (“Xlött no es el mal. Es el mal-bien. El bien-mal”). De forma ambigua, oscura, el repertorio de la ciencia ficción, género gringo y de traducción por excelencia, se encuentra aquí con las tradiciones precolombinas, la crónica y el archivo de Indias, en el gesto más original y decisivo de la novela. “Todo era leyenda en Iris. Leyendas que había aprendido a respetar; a través de su alarde imaginativo llevaban la fuerza incontestable de la verdad.”
Edmundo Paz Soldán, nacido en Cochabamba, profesor de Literatura Latinoamericana en una universidad estadounidense (Cornell), desanda así el género con el que dentro de los recintos imperiales se imaginan las prácticas neocoloniales, no sólo en sus formas más sofisticadas, sino también masivas (Avatar), de la mano de un registro eminentemente latinoamericano, en una operación –si se quiere– de contraconquista cultural, pareja al modo en que en Iris el extraño culto político-religioso-terrorista de Xlött se extiende y propaga, casi como maldición, entre los mismos mercenarios e invasores.
El territorio privilegiado de batalla es el lenguaje. Casi por regla general, la ciencia ficción escrita en América latina se divide en dos tradiciones: o bien sigue un español exógeno, “de traducción”, o bien se construye en un castellano estándar y literario, exento de cualquier marca de especificidad cultural. No es así en Iris, donde todo suena más complejo. La inevitable invención de neologismos para designar objetos inexistentes (el fengli, viento de Iris, por ejemplo, o los propios shanz, soldados mercenarios) abre la puerta a chicanismos, voces inglesas adaptadas a una ortografía española (nau por now, bodi por body, indid por indeed, jom por home, den por then e incluso la transformación de blink en un verbo regular: blinkear), en una práctica que supone una constante invasión de la lengua hegemónica.
Esta perversión originaria se ve acentuada por la incorporación de contracciones (na en vez de nada, pa en vez de para, nostá, dostá, q’es), cuando no de formas gramaticales, ligadas a una oralidad reconocible y de corte claramente regionalista. Lo que se lee, por otra parte, no es asimilable al lenguaje de los colonizadores ni al de los irisinos (del que la novela reproduce, a modo de monumento, un único poema a Xlött, con su sentido siempre esquivo), sino a un lenguaje intermedio, híbrido, resultado de los cruces e intersecciones propios de la situación colonial, espejo a su vez de las tensiones culturales presentes, actuales y concretas en el que no falta, siquiera, una convivencia internacional tirante entre la potencia de explotación (Munro) y otra potencia aislada, radicada ni más ni menos que en Sangaì.
“Todo es nau ki oies. Un nau incompleto q’está siempre adviniendo.” El contenido y la textura de estas dos frases cifran un posible andarivel de lectura para Iris: la representación en clave futurista de un presente dislocado, en proceso, plagado de violencia militar y corporativa, de terrorismo insurgente, leído casi como reverso o continuidad de una América maldita desde los orígenes, donde la utopía tendida hacia el mañana se vuelve tan vaga y certera como la consigna de Orlewen, “el Advenimiento adviene”.
Iris. Edmundo Paz Soldán Alfaguara 367 páginas
Al respecto, conviene prestar atención a un momento del cuarto relato, dedicado al propio líder insurgente, en el que se narra un momento de iluminación. Tras celebrar junto a otro personaje la ceremonia del jün, planta chamánica, siente que pueden intercambiar sus cuerpos y que viven la experiencia del otro. A la madrugada, entiende el don que acaba de recibir: “Era capaz de sentir lo que sus brodis irisinos. Capaz de ser sus brodis irisinos”. Esta fraternidad planteada en su sentido más primario, mínimo, es el único reverso que se erige como utopía ante un mundo de seres disgregados, alienados, mecanizados, que sólo parecen sostenerse de pie gracias al consumo de los sucesores de la era farmacológica. Abandonarse en Xlött, entregarse a lo que adviene, como una mueca de esperanzada desesperación.

Los leemos en septiembre

 A la vuelta del verano los sellos editoriales emplazarán a sus lectores a doble o nada

 
Milan Kundera, autor checo que leeremos en septiembre./elcultural.es
En el peor momento de la historia reciente de la industria editorial, otoño viene cargado de autores y títulos imprescindibles para vencerle el pulso a la crisis que no cesa. Si la lluvia cala y los lectores responden. Kundera, Marías, Pynchon, Gopegui, Murakami, Landero, Jaeggy, Matute, Danielewski, Pérez Reverte, Saramago, Sergio del Molino... Y Preston, Savater, Ball, Payne, Morán, Carr, Lanier, Sánchez Ron, Verdú... Una pasarela literaria de lujo para hincharse a leer. Atiendan
“Era el mes de junio, el sol asomaba entre las nubes y Alain pasaba lentamente por una calle de París. Observaba a las jovencitas que, todas ellas, enseñaban el ombligo entre el borde del panta lón de cintura baja y la camiseta muy corta. Estaba arrobado; arrobado e incluso trastornado...”

Con el arrobo ombliguero de Alain arranca La fiesta de la insignificancia (Tusquets), la nueva novela de Milan Kundera (Brno, República Checa, 1929) después de nada menos que catorce años de silencio. El acontecimiento literario del próximo otoño aterrizará en librerías el 2 de septiembre en traducción de Beatriz de Moura y es una comedia sobre Stalin, entre otras muchas cosas, que, dicen, sirve de epílogo a toda su obra. Y qué épilogo, a tenor de las críticas. Cuando a principios de año apareció en Francia, Marc Fumaroli exclamaba en Le Figaro: “¡Qué libro! ¡Qué prosa llena de dobles sentidos, capaz de provocar que al lector se le haga un nudo en la garganta al tiempo que estalla en carcajadas”. Y Le Monde concluía: “Ligero como una pluma de perdiz o de ángel”.

Beatriz de Moura cuenta que el manuscrito de Kundera llegó a su mesa sorpresivamente a principios de año “como si quisiera celebrar el 45 aniversario de nuestro sello”. Y explica que “después de ver su obra completa encumbrada a los más altos honores académicos tras entrar en la mítica colección de La Pléiade de Gallimard, no me ha extrañado que Kundera se saliera por peteneras a sus 85 años con un libro que no por breve rebosa menos ideas iluminadas por un inteligentísimo sentido del humor. Envidio a quienes a partir de ahora podrán leer esta novela por primera vez”.

El equipo extranjero

Kundera será la primera estrella literaria del equipo de ficción extranjera la próxima temporada pero no la única. En septiembre Ken Follet cerrará su trilogía The Century con El umbral de la eternidad (Plaza & Janés) y la no menos superventas Katherine Pancol presentará Muchachas (La Esfera), primera parte de la trilogía juvenil que ha arrasado en Francia con un millón de ejemplares vendidos. También desde el país vecino llegarán nuevas demostraciones del ingenio de Yasmina Reza y Emmanuel Carrère. La primera urde en Felices los felices (Anagrama) una historia “desconcertante” y “feroz” -según la crítica gala- sobre la pareja que es al tiempo “una gran novela de la desolación humana” (Le Monde). Y de Carrère Anagrama recupera en español dos títulos -El bigote y Una semana en la nieve- coincidiendo con la publicación en Francia de su última novela, Le royaumme.

Pero septiembre es un mes tentativo para la industria editorial. El aluvión de novedades se aparca hasta octubre. Alfaguara ofrecerá entonces el texto, más que inacabado “casi apenas comenzado”, de Alabardas, de José Saramago, una reflexión sobre la industria del armamento y el tráfico de armas con textos de Roberto Saviano y Fernando Gómez Aguilera e ilustraciones de Günter Grass; y la nueva obra de la prolífica Joyce Carol Oates: Carthage. Y habrá que estar atentos a lo último de Dave Eggers -una distopía anti-Google titulada El círculo (Random House)-; el autor por el que se desviven los modernos, Mark Danielewski -La espada de los cincuenta años (Alpha Decay / Pálido Fuego)-, ; la alemana Svenja Leiber -Los tres violines de Ruven Preuk (Malpaso), la historia de un violinista sinestésico-; o Darío Fo que, a sus 84 años, se estrena en la novela con Lucrecia, la hija del Papa (Siruela). Nos han soplado por cierto que El dedo en la boca, la novela de la suiza Fleur Jaeggy que publicará Alpha Decay el 15 de septiembre y protagoniza una joven que nunca deja de chuparse el pulgar es una auténtica joya.

Dos Tusquets de altura cerrarán octubre. En la más reciente novela del hombre sin rostro, Al límite (Tusquets), Thomas Pynchon nos sitúa en la Nueva York de los meses previos a los atentados del 11 de septiembre, en plena resaca del hundimiento de las puntocom. Al reseñar el libro en The New York Times, Jonatham Lethem alababa “la poesía de la paranoia del autor y su comprensión de los pasajes surrealistas en un ajuste perfecto”. Del 11 de septiembre al Tokio de los 90 que sufrió en su sistema metropolitano los atentados con gas sarín. Tal es el escenario de Underground, el artefacto narrativo -con entrevistas reales a las víctimas- con el que el sempiterno aspirante Haruki Murakami busca nuevos lectores.

La selección española

Javier Marías. Foto: Alberto di Lolli

En español los regresos más sonados son los del lujoso cuarteto ofensivo formado por Javier Marías, Luis Landero, Belén Gopegui y Juan Manuel de Prada. La nueva novela de Marías se anuncia para el 23 de septiembre aunque sus editores de Alfaguara confiesen que aún no les ha entregado Así empieza lo malo, y que sigue todavía “corrigiéndola”.

“Creo que es el libro más sincero y emotivo que he escrito”. Al habla Luis Landero. El libro en cuestión llevará por título El balcón en invierno (Tusquets) y aunque no es una autobiografía al uso, “todo en él es verdad”. “Trato de entender cómo alguien como yo, hijo de campesinos semianalfabetos que no tocó un libro en su infancia, que vivía completamente descanonizado, logró de pronto la canonización literaria en 1969, al cumplir veintiún años”.

Cuando le pedimos a Gopegui una sinopsis de urgencia de El comité de la noche (Random House), disponible desde el 2 de octubre- nos contesta lo siguiente: “Dos mujeres en la treintena se ven involucradas en la lucha contra el tráfico y la compraventa de sangre, que es también la compraventa de la vida. La primera, Álex, escribe cómo y por qué llegó a formar parte del comité de la noche. La segunda, Carla, técnica en una empresa de hemoderivados situada en Bratislava, no ha buscado al comité por convicción sino necesitada de ayuda ante las presiones a que estaba sometida. Carla cuenta a un escribiente cómo llevaron a cabo la batalla para, entre ambos, ordenar la narración y dejar memoria de lo sucedido”.

Juan Manuel de Prada, que prosigue en Morir bajo tu cielo (Seix Barral) su romance con la novela histórica protagonizada por compatriotas, le pasó su libro recién terminado a Pere Gimferrer quien “terminó de leerla el otro día y me dijo que era ‘una mezcla de Joseph Conrad y John Ford'; y me pareció un elogio muy hermoso”. De Prada pone esta vez el telón de fondo en la pérdida de Filipinas y prueba a lograr una superposición de géneros, “una historia de largo aliento, coral y apasionada, protagonizada por hombres y mujeres heroicos, en contraste con la España de la Restauración, pululante de políticos corruptos y fariseos profesionales, que los sacrificó sin que le temblara el pulso. (Más o menos como nos sacrifican hoy, por cierto)”. Este año despedimos a Ana María Matute pero la escritora catalana nos dejó un regalo antes de partir con el título de Demonios familiares (Destino), se presentará en sociedad el 23 de ese mes y según su editor Emili Rosales es una historia de amor y traiciones “puro Matute” que arranca en 1936. A la vuelta de las vacaciones tomán puerta también Arturo Pérez-Reverte (Vida de perros, Alfaguara)-; Luis Mateo Díez -La soledad de los perdidos (Alfaguara)-; José María Merino -La trama oculta (Páginas de Espuma); Sergio del Molino -Lo que a nadie importe (Random House); y Andrés Barba -En presencia de un payaso (Anagrama).

Inéditos y resurrecciones

Pablo Neruda

Es cierto que no todos los inéditos de los grandes autores logran dar la talla pero este año las novedades parecen más que prometedoras. La más sonada la publicará Seix Barral en fecha aún por determinar y consiste en una veintena de poemas encontrados en unas cajas en Chile y que llevan la firma de Pablo Neruda. Son versos como estos: “Oscura es la noche del mundo sin ti amada mía, / y apenas diviso el origen, apenas comprendo el idioma, / con dificultades descifro las hojas de los eucaliptos”. Y habrá que andar al quite de la publicación en Galaxia Gutenberg de Palais de Justice, inédito de José Angel Valente que su autor describió como “una sucesión de actos de la memoria en la que lo vivido reaparece con el espesor de los sueños”.

En el formato de lujo al que nos tiene acostumbrados Páginas de Espuma en sus reediciones de los grandes clásicos -con nuevas traducciones- verán la luz a finales de septiembre el segundo volumen de los Cuentos completos de Chejov, preparado por Paul Viejo, y el primero y único de los Cuentos completos de Balzac, en edición de Mauro Armiño. Y si a principios de este año podíamos gozar de la recopilación en un sólo volumen de los ensayos completos de George Orwell, en octubre se reunen todos los textos que escribió durante, y a propósito de, su participación en la contienda española: Escritor en guerra (Debate). El último resucitado, el gran Fernando Pessoa verá la compilación de sus novelas policíacas en Quaresma, descifrador (Acantilado).

El tercer centenario

El próximo 11 de septiembre coincide este año con el tercer centenario de uno de los episodios decisivos de la Guerra de Sucesión, el fin de sitio de Barcelona y la rendición incondicional de las tropas al ejército de Felipe V. El aniversario supone la multiplicación de novedades en una doble vertiente, la histórica y la condicionada por la deriva nacionalista catalana. Así en el primer grupo destacan obras como 1714. La monarquía borbónica y Cataluña (Cátedra), coordinada por Antonio Morales Moya; y Cataluña y el absolutismo borbónico. Historia y política, de Roberto Fernández (Crítica).

El aluvión de libros sobre el nacionalismo catalán no sólo no cesa sino que este otoño se duplica, con títulos como Los diez mitos del nacionalismo catalán, de Joaquín Leguina (Espasa); La cuestión catalana (Crítica), de Pere Ysas y Carme Molinero, o Cataluña y las demás Españas, de Santiago Muñoz (Crítica).

Y ya fuera del horizonte catalán que tanto determinará el último trimestre, habría que señalar en el calendario dos grandes apuestas de historia. La primera llevará por título El final de la guerra (en noviembre en Debate) y en ella Paul Preston peinará los últimos días de nuestra guerra civil. La segunda la han hilado a cuatro manos Stanley G. Payne y Jesús Palacios y se anuncia como “la biografía definitiva” de Franco (Espasa).

Cerebros y máquinas

Fernando Savater

Los cerebros privilegiados de intelectuales de bandera nos tentarán tras el verano. El incansable ateo Richard Dawkins relatará en Una curiosidad insaciable (Tusquets) la historia de cómo llegó a escribir El gen egoísta, título capital de la bibliografía científica. Fernando Savater dilucidará en ¡No te prives! Defensa de la ciudadanía (Ariel) el papel del ciudadano libre y responsable. Gregorio Morán esbozará en El cura y los mandarines (Crítica) un cuadro general de las relaciones entre la política y la cultura entre 1962 y 1996. Vicente Verdú aplicará el microscopio en Enseres domésticos (Anagrama) a las pequeñas cosas: el pan tostado, el papel higiénico, el pijama. Y podremos leer por fin en español el libro de economía más famoso de los tiempos recientes: El capital en el siglo XXI (FCC), del francés Thomas Pikkety.

Y, contra los cerebros, las máquinas. Nicholas Carr, quien advirtió en Superficiales que la Red nos está volviendo tontos, golpea nuevamente con Atrapados. Cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas (Taurus), cuyo título resume con elocuencia el contenido. Libro que hará buena pareja con el último de Jaron Lanier, el hacker que radicalizará en Quién controla el futuro (Debate) su crítica innegociable a la banalidad y el totalitarismo informático en los tiempos del Twitter que inició en Contra el rebaño digital.