Dentro y fuera de los estadios, da lecciones a Europa y EE.UU
En el pasado Campeonato Mundial de Fútbol de Brasil, la Fifa impulsó una campaña para crear conciencia en el público sobre el anacronismo de las actitudes racistas./eltiempo.com |
Ciudad de México. Di no al racismo, decía el letrero de la Fifa en los estadios del Mundial de Fútbol en Brasil.
El mensaje iba dirigido a Europa, donde los mismos jugadores de origen africano que militan con tanto éxito en equipos ingleses, italianos, belgas u holandeses sufren acosos verbales y físicos.
El mensaje iba dirigido a Europa, donde los mismos jugadores de origen africano que militan con tanto éxito en equipos ingleses, italianos, belgas u holandeses sufren acosos verbales y físicos.
Pero es significativo y afortunado que ese fenómeno no ocurra tanto en América Latina.
La historia de América Latina ha tenido sus
propias instancias de racismo e intolerancia. Los argentinos
prácticamente exterminaron a su población indígena, y nuevas
investigaciones revelan que, incluso en Brasil, nuestro país más
integrado (que no abolió la esclavitud sino hasta 1888), la población de
raza negra enfrenta aún al prejuicio social y tiene muchas dificultades
en alcanzar posiciones de poder económico o político.
No obstante, el racismo a la manera europea
–el racismo que no solo maltrata y discrimina, sino que persigue y, en
última instancia, extermina a un grupo debido a su origen étnico– ha
sido en América Latina más la excepción que la regla.
Los casos particulares
La incidencia de la discriminación racial varía entre los diversos países.
Ahí donde, en tiempos del dominio portugués y
español, prevaleció el mestizaje étnico y cultural (Brasil, México,
Colombia), las aristas del prejuicio racial han sido menos pronunciadas.
Ahí donde las poblaciones indígenas
permanecieron física y culturalmente separadas de las españolas (Perú,
Bolivia, Ecuador, el norte de Chile, Guatemala), el prejuicio contra el
indígena fue mucho mayor, y en algunos casos aún perdura.
Ahí donde existió una exigua población indígena, una minoría criolla y una numerosa población esclava traída de África (Venezuela) persisten los términos despectivos, referidos al color de la piel.
Ahí donde existió una exigua población indígena, una minoría criolla y una numerosa población esclava traída de África (Venezuela) persisten los términos despectivos, referidos al color de la piel.
Uno de los éxitos mediáticos de Hugo Chávez
fue precisamente el de jugar la carta étnica, al grado de inventar que
Simón Bolívar era afroamericano.
¿Es México un país particularmente racista? El
autor estadounidense John Reed, que cabalgó con Pancho Villa en 1913,
destacó que los mexicanos parecían poco preocupados por el color de la
piel (en contraste con los Estados Unidos de su época, que eran muy
furiosamente racistas).
Claro que Reed conoció un México en guerra y
sintió la camaradería de los soldados revolucionarios. Aspectos más
sutiles de la cultura (como la alta incidencia de actitudes racistas
entre las familias criollas, que persiste hasta ahora) no formaron parte
de su experiencia.
Juárez, primer indígena
No obstante, a quienes hablan del racismo
mexicano me gusta recordarles un dato: Evo Morales es el primer
presidente indígena en la historia de Suramérica, pero México tuvo ya un
presidente indígena (nada menos que Benito Juárez, figura paralela a
Lincoln) entre 1858 y 1872. Y la estadística no miente: de todos los
presidentes mexicanos desde esa fecha, solo tres fueron “criollos”.
Todos los demás fueron mestizos.
El problema de México es la aguda diferencia
de clases sociales, el clasismo, no el racismo. Hay una tolerancia
racial en la base de la cultura mexicana y proviene de la cultura
católica. Para los fundadores espirituales de México (los franciscanos
del siglo XVI, Bartolomé de las Casas), la igualdad de los hombres es
una verdad irrebatible, más allá de cualquier diferencia material.
Gracias en parte a ese sentido de igualdad natural y a su traducción en
el mestizaje, la esclavitud en México no tuvo los rasgos agudos de
deshumanización característicos de la historia norteamericana. La
abolición desde la Independencia fue temprana y rápida, y las primeras
constituciones reconocieron la igualdad y libertad natural de los
mexicanos de cualquier origen.
México es muchos Méxicos, pero en México las
identidades locales, regionales, culturales y raciales no entran en
conflicto entre ellas.
Desde tiempos de la Conquista, la cultura
mexicana ha sido incluyente y ha tendido de manera natural hacia la
mezcla, hacia el sincretismo. En México nadie utiliza la palabra mestizo
por la simple razón de que casi toda la población es mestiza, de origen
mixto, indígena y español.
Y esa inclusión cultural presente en la
comida, en la nomenclatura de las calles y los pueblos, en la
religiosidad y el arte, determina y fortalece la actitud con la que los
mexicanos enfrentan al mundo moderno.
La convergencia cultural y étnica incluyó a
los negros, importados a México para reemplazar a los indios en el duro
trabajo de las tierras cálidas, donde los españoles introdujeron
cultivos como la caña de azúcar.
La catástrofe demográfica de la población
indígena en los siglos XVI y XVII (provocada sobre todo por epidemias
hasta entonces desconocidas en América) contribuyó también a esa
inmigración forzada. Se calcula que cerca de un cuarto de millón de
negros ingresaron a México durante los tres siglos de dominio español.
Pero lo notable es que, luego de un episodio
de violencia a principios del siglo XVII en Veracruz y algunas
reverberaciones posteriores, la población negra en Nueva España vivió en
condiciones de mayor libertad que la indígena.
Los negros podían comprar su libertad, procrear hijos libres al unirse con otras razas y circular por la sociedad novohispana con alguna facilidad y no pocas ventajas. Aunque padecían limitaciones de acceso a ciertos gremios, prosperaron en numerosos oficios y trabajos.
Los negros podían comprar su libertad, procrear hijos libres al unirse con otras razas y circular por la sociedad novohispana con alguna facilidad y no pocas ventajas. Aunque padecían limitaciones de acceso a ciertos gremios, prosperaron en numerosos oficios y trabajos.
Y las mujeres negras, en particular, eran muy
apreciadas en el servicio doméstico tanto civil como eclesiástico, y
sumamente atractivas en una sociedad que –a semejanza de la Andalucía
medieval de cristianos, moros y judíos, y a diferencia de las trece
colonias puritanas– propendió a la libertad sexual.
El contraste histórico con Estados Unidos es
obvio. En Mount Vernon, en el siglo XVIII, George Washington ocultaba a
su amante negra. En Carolina del Norte, a fines del siglo XX, el racista
senador Strom Thurmond mantuvo a la suya como un secreto de Estado. En
México, los hijos de esas uniones libres entre todas las razas poblaron
el país: son los actuales mexicanos. Y mientras en Estados Unidos los
negros tuvieron vedado el ingreso a las Grandes Ligas de Béisbol hasta
1947, acá se los recibió como héroes.
América Latina, desde fines del siglo XIX, fue
un puerto de abrigo y libertad para quienes, en otras tierras, sufrían
de hambre o persecución. Así vinieron libaneses, palestinos, italianos,
españoles, armenios, judíos (de Levante o de Europa del este y Rusia).
México no fue la excepción, pero hubo una
mancha infame en la historia mexicana: la atroz persecución y exterminio
de los chinos en las primeras décadas del siglo XX.
Por su tradición inclusiva, América Latina –más que Estados Unidos– fue y sigue siendo el verdadero melting pot.
Fuera y dentro de sus estadios de fútbol predominan la tolerancia y la pluralidad, étnica y cultural. Una lección moral para Europa y Estados Unidos.
Fuera y dentro de sus estadios de fútbol predominan la tolerancia y la pluralidad, étnica y cultural. Una lección moral para Europa y Estados Unidos.