sábado, 19 de julio de 2014

Minicuentos 82


De la  multiplicidad      



André Gide



El hecho ocurre en la calle Royale. Es muy tarde. Ya no hay nadie en las calles; d’ Aurevilly, que esa noche había bebido mucho vino blanco en compañía de su amigo X., se pone a hacer aguas menores. Pasa un guardia municipal: “Caramba señor, lo menos que puede hacer es acercarse a la pared”. Porque Barbey conserva el sentido de las distancias. Y ahora se vuelve y dice:

—¿Pretende acaso que me desuelle?



Las dulces remembranzas

Enrique Anderson Imbert

El viejo Manuel pide al ángel que lo haga niño. ¡Son tan dulces sus remembranzas de la niñez!

El ángel lo aniña.

Ahora Manuelito no tiene remembranzas.

Preferencias

Henri Michaux



El jade, las piedras pulidas y como húmedas, pero no brillantes, turbias no transparentes, el marfil, la luna, una sola flor en su maceta, las ramas de múltiples ramillas con hojitas delgadas, vibrantes los paisajes lejanos y envueltos en una bruma naciente, el canto (debilitado por la distancia) de una mujer, las plantas sumergidas, el loto, el croar del sapo en el silencio (no se llega a localizar nunca exactamente el ruido), los manjares insulsos, un huevo ligeramente pasado, los macarroni pegajosos, una aleta de tiburón, una lluvia fina que cae, un hijo que cumple los ritos del deber filial con una precisión enervante, insoportable, la imitación bajo todas sus formas, plantas de piedra, con flores cremosas, de corolas, pétalos y sépalos de una perfección irritante, representaciones teatrales en la Corte, por prisioneros políticos, obligados a tomar parte, crueldades deliciosas, he aquí lo que les ha gustado siempre a los chinos.



Diógenes y el calvo

Esopo



El filósofo cínico Diógenes, insultado por un hombre calvo, le replicó:

—No he de ser yo quien recurra también al insulto, ¡Dios me libre de ello! Al contrario, haré elogio de los cabellos que han abandonado un cráneo malvado y hueco.


El animal favorito del señor K.

Bertolt Brecht



Cuando se le preguntó cuál era el animal que más le gustaba, el señor K, respondió que el elefante. Y dio las siguientes razones: el elefante reúne la astucia y la fuerza. La suya no es la penosa astucia que basta para eludir una persecución o para obtener una comida, sino la astucia que dispone la fuerza para grandes empresas. Por donde pasa este animal queda una amplia huella. Además, tiene buen carácter, sabe entender la broma. Es un buen amigo, pero también es un buen enemigo. Es muy grande y muy pesado, y, sin embargo, es muy rápido. Su trompa lleva a ese cuerpo enorme los alimentos más pequeños, hasta nueces. Sus orejas son adaptables: sólo oye lo que quiere oír. Alcanza también una edad muy avanzada. Es sociable, y no sólo con los elefantes. En todas partes se le ama y se le teme. Una cierta comicidad hace hasta que se le adore. Tiene una piel muy gruesa; contra ella se quiebra cualquier cuchillo, pero su natural es tierno. Puede ponerse triste. Puede ponerse iracundo. Le gusta bailar. Muere en la espesura. Ama a los niños y a otros animalitos pequeños. Es gris y sólo llama la atención por su masa. No es comestible. Es buen trabajador. Le gusta beber y se pone alegre. Hace algo por el arte: proporciona el marfil.





Fabulilla

Franz Kafka



—Ay! —Decía el ratón—. El mundo se vuelve cada día más pequeño. Primero tan ancho que yo tenía miedo, seguía adelante y me sentía feliz al ver en la lejanía, a derecha e izquierda, algunos muros, pero esos largos muros se precipitan tan velozmente los unos contra los otros, que ya estoy en el último cuarto, y allí en el rincón, está la trampa hacia la cual voy.

—Solo tienes que cambiar la dirección de tu marcha —dijo el gato, y se lo comió.



Caras de réprobos

Emanuel Swedenborg



Es imposible describir las caras de los réprobos, si bien es cierto que las de aquellos que pertenecen a una misma sociedad infernal son bastante parecidas. En general son espantosas y carecen de vida, como las que vemos en los cadáveres, pero algunas son negras y otras refulgen como antorchas: otras abundan en granos, en fístulas, en úlceras; muchos condenados, en vez de cara, tienen una excrecencia peluda u ósea; de otros, sólo se ven los dientes. También los cuerpos son monstruosos. La fiereza y la crueldad de sus mentes modelan su expresión; pero cuando otros condenados los elogian, los veneran y los adoran, sus caras se componen y dulcifican por obra de la complacencia.