miércoles, 23 de julio de 2014

Una oda al voyeurismo y la transgresión literaria

Sus kilométricos párrafos repletos de comas, se funden sin confundir discursos de toda clase y condición, desde anuncios de coartadas para infieles a manuales sobre asesinos en serie, de consejos para amantes de hombres casados a aforismos de excusado, de noticias a entrevistas, de previsiones meteorológicas a enumeraciones fisiológicas, y sobre todo historias. Cientos de sórdidas microhistorias

Portada Te quiero porque me das de comer./elpais.com
 
NOTA DEL COORDINADOR: Ya saben que trato de no hablar de lo que no he leído y en este caso cumplo con esa máxima. Ahora, se ha oído tanto de la novela de David Llorente, que no me resisto a publicar esta reseña, cedida con amabilidad por un extraordinario lector, Sergio Vera Valencia. Sergio es coordinador de las Casas Ahorcadas, el club de novela criminal de la Biblioteca Municipal de Cuenca y un maestro de la provocación y la generosidad lectora.
POR SERGIO VERA
En 2013, se conmemoró el décimo aniversario del fallecimiento de Manuel Vázquez  Montalbán, por todos conocido y reconocido padre de la novela negra española. Menos consabido es que este “novísimo” fue también un precursor de la postmodernidad durante el tardofranquismo, mezclando y remezclando toda clase de textos sin más pretexto que la pura experimentación estética.  Un collage  literario que años más tarde impregnaría la larga serie Carvalho, que bajo el paraguas del género negro, guarecía multitud de lenguajes, desde el político al gastronómico, pasando por el publicitario y el de los medios de comunicación de masas, para crear un polifónico fresco de la Barcelona del último cuarto del siglo XX.
Y este año, en que se cumplen cuarenta de Tatuaje, la primera aventura del detective privado más público de la novela criminal ibérica, David Llorente nos regala Te quiero porque me das de comer (Alrevés), el más difícil todavía, el más postmodernoir si cabe.
¿Por qué tan arriesgada afirmación? Porque por sus kilométricos párrafos repletos de comas, se funden sin confundir discursos de toda clase y condición, desde anuncios de coartadas para infieles a manuales sobre asesinos en serie, de consejos para amantes de hombres casados a aforismos de excusado, de noticias a entrevistas, de previsiones meteorológicas a enumeraciones fisiológicas, y sobre todo historias. Cientos de sórdidas microhistorias sobre un Carabanchel que nada tiene que ver con el Lindo barrio de Elvira  y Manolito.
Historias como la de Max Luminaria, el asesino de la moneda, brillante doctor y  no menos talentoso psicópata, o la de Marcelo Saravia, su más ferviente seguidor, o la del detective  Casimiro Balcells, su desastrado perseguidor, o la de los desquiciados docentes de un centro de secundaria que podría ser psiquiátrico, donde al menos zumbado se le va la mano en sentido real o figurado. Decenas, centenares de personajes con nombres y apellidos, acciones y depravaciones, un auténtico tratado sobre la perversión humana, una oda al voyeurismo y la iconoclastia literaria que deja a Chuck Palahniuk camino del convento de clausura y se come con Nocilla a Agustín Fernández Mallo.
Una obra transgresora de título a contraportada, de gramática a estructura, de principio a fin. Un libro de trescientas páginas con el mimo y sintetismo de un microrrelato, una joya única e inimitable, que demuestra que ni todas las novelas negras son iguales, ni todo está inventado , no apta para todos los públicos. Sólo para lectores. ¿Se atreven?