Una nueva bipolaridad parece presidir la situación geopolítica, mientras libros y películas reconstruyen la atmósfera de los años cincuenta
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El Imperio del Caos en busca del Nobel de la estupidez, o cómo la
aventura occidental en Ucrania contribuye a una nueva bipolaridad. Este
bien podría ser el título para un análisis de las relaciones
internacionales tras unos acontecimientos que vienen a resucitar ecos de
aquella guerra fría que mantuvo en vilo al mundo surgido tras la
Segunda Guerra Mundial. Próximos al 25.º aniversario de la caída del
muro de Berlín, se suceden los análisis –y ficciones– sobre aquella
época; relatos que pueden servir también para comprender mejor el mundo
actual
En 1987 llegué a Moscú procedente de Berlín con una idea muy alemana
según la cual las responsabilidades de la guerra fría se repartían por
igual entre ambos contendientes, el Este y el Oeste. El contacto con una
URSS agotada por el esfuerzo que suponía mantener el pulso bipolar y la
constatación de que el comunismo no sólo era reformable sino que se
autodesmantelaba, con aquel Gorbachov que ofrecía desarme radical y
predicaba una nueva civilización, me hizo cambiar el acento.
En la guerra fría ni las bombas A y H, ni el bombardero o submarino estratégico (es decir, capaz de portarlas y lanzarlas a miles de kilómetros), ni el misil intercontinental, ni la multiplicidad de cabezas nucleares en un misil, ni la doctrina del primer golpe, ni la militarización del espacio, ni tantas otras cosas, fueron iniciativa de la URSS. Moscú siempre llegó a todas esas locuras como respuesta a la tecnología de su adversario. La experiencia china confirmó el diagnóstico: por más que comprenda el desagrado y la antipatía que los regímenes de países como Rusia o China puedan provocar en el público, ya tengo muy pocas dudas acerca de que la política exterior de esos dos países es mucho menos agresiva y mucho más cooperativa y razonable que la del Imperio del Caos (Samir Amin), es decir, la tríada formada por Estados Unidos, las potencias europeas y Japón.
Es verdad que China depende cada vez más de materias primas y recursos lejanos, pero el hecho es que, hoy por hoy, su ejército no es adecuado para aventuras exteriores ni está orientado para ello. China tiene casi el mismo arsenal nuclear que tenía en los años ochenta (equivalente al del Reino Unido y sin gran preocupación por su modernización) y es el único país que mantiene en su doctrina una promesa de no usar nunca esas armas si no es atacada. A quienes miran el mundo desde el maniqueísmo democracia/dictadura, recordarles que el ejército chino está claramente subordinado a la esfera política, cosa mucho más discutible si hablamos del complejo militar-industrial y de lo que el Pentágono representa en el sistema de EE.UU.
En la guerra fría ni las bombas A y H, ni el bombardero o submarino estratégico (es decir, capaz de portarlas y lanzarlas a miles de kilómetros), ni el misil intercontinental, ni la multiplicidad de cabezas nucleares en un misil, ni la doctrina del primer golpe, ni la militarización del espacio, ni tantas otras cosas, fueron iniciativa de la URSS. Moscú siempre llegó a todas esas locuras como respuesta a la tecnología de su adversario. La experiencia china confirmó el diagnóstico: por más que comprenda el desagrado y la antipatía que los regímenes de países como Rusia o China puedan provocar en el público, ya tengo muy pocas dudas acerca de que la política exterior de esos dos países es mucho menos agresiva y mucho más cooperativa y razonable que la del Imperio del Caos (Samir Amin), es decir, la tríada formada por Estados Unidos, las potencias europeas y Japón.
Es verdad que China depende cada vez más de materias primas y recursos lejanos, pero el hecho es que, hoy por hoy, su ejército no es adecuado para aventuras exteriores ni está orientado para ello. China tiene casi el mismo arsenal nuclear que tenía en los años ochenta (equivalente al del Reino Unido y sin gran preocupación por su modernización) y es el único país que mantiene en su doctrina una promesa de no usar nunca esas armas si no es atacada. A quienes miran el mundo desde el maniqueísmo democracia/dictadura, recordarles que el ejército chino está claramente subordinado a la esfera política, cosa mucho más discutible si hablamos del complejo militar-industrial y de lo que el Pentágono representa en el sistema de EE.UU.
El programa del caos
Hace
años que Immanuel Wallerstein aventuró que el mundo que sucedería al
bipolar sería aún más caótico. Ucrania sugiere que entramos de lleno en
la fase multipolar de los imperios combatientes, fase superior
de la estupidez humana en el siglo XXI. En Occidente, el Imperio del
Caos (ahí están sus obras a la vista; Iraq, Afganistán, Libia y Siria),
continúa dispuesto a seguir afirmándose militarmente. En Europa, la
Unión Europea se confirma como su fiel compañero y pese a la crisis que
merma sus presupuestos militares, busca ampliar su presencia en África y
Europa Oriental, mientras Alemania sale del armario reivindicando
abiertamente el control militar de recursos globales y una política
exterior más activa que aún no ha decidido la intensidad de sus relaciones con Rusia y Estados Unidos, que Washington plantea como incompatibles.
El único programa que este Imperio del Caos ofrece a los imperios emergentes de Oriente, los BRICS, Rusia y China, es la "completa sumisión", explica Samir Amin, pero ni Rusia ni China aceptan ese programa.
En Ucrania Rusia ha dicho basta. Estaba dispuesta a convivir con una Ucrania neutral, pero no con un protectorado occidental enfocado contra ella, algo que rompe a ese país por la mitad y le empuja al conflicto interno. Vía la anunciada privatización del sector energético ucraniano, los grifos de las venas por las que fluye el grueso de la exportación energética rusa quedarán en manos de Estados Unidos (empresas como Chevron están en ello), y la inequívoca perspectiva de ingreso en la OTAN convierte el cerco militar en tierra ancestral rusa en un agravio insoportable.
El único programa que este Imperio del Caos ofrece a los imperios emergentes de Oriente, los BRICS, Rusia y China, es la "completa sumisión", explica Samir Amin, pero ni Rusia ni China aceptan ese programa.
En Ucrania Rusia ha dicho basta. Estaba dispuesta a convivir con una Ucrania neutral, pero no con un protectorado occidental enfocado contra ella, algo que rompe a ese país por la mitad y le empuja al conflicto interno. Vía la anunciada privatización del sector energético ucraniano, los grifos de las venas por las que fluye el grueso de la exportación energética rusa quedarán en manos de Estados Unidos (empresas como Chevron están en ello), y la inequívoca perspectiva de ingreso en la OTAN convierte el cerco militar en tierra ancestral rusa en un agravio insoportable.
Líneas rojas
La
rebelión de Rusia supone un vuelco en la conducta de ese país durante
más de veinte años, siempre cediendo tras la violación de líneas rojas
permanentemente marcadas por Moscú y traspasadas sin ceremonias por
Euroatlántida. Ese vuelco es visto como un desafío intolerable que hay
que castigar ejemplarmente, pero para Moscú no tiene vuelta atrás, sin
arriesgarse a un desmoronamiento del régimen de Putin. "Lo importante no
es Ucrania en sí, sino el desafío que el vuelco supone", dice Fedor
Lukianov.
La revisión de los resultados de la guerra fría es inadmisible en Occidente. Aquel resultado que Gorbachov imaginó como un acuerdo entre caballeros con miras a construir una seguridad continental integrada en Europa (Carta de París, noviembre de 1990), fue convertido por Euroatlántida en una fullera y arrolladora ofensiva sobre el terreno liberado por uno de los dos gángsters en beneficio del otro. Los dirigentes rusos estaban entonces demasiado entretenidos en llenarse los bolsillos con la privatización y saqueo del patrimonio soviético. Una mezcla de ingenuidad, desbarajuste, choriceo y espíritu matón. Occidente considera ahora inadmisible revisar aquel excepcional conglomerado y quiere escarmentar a Rusia. Pero ¿cómo hacerlo sin empujarla en brazos de China?
Lo de Ucrania apenas está empezando y China ya asoma como ganadora. Su presidente Xi Jinping se paseó en invierno por Europa, inspeccionando el panorama del subimperio occidental; Holanda, Francia, Berlín, Bruselas, un rosario de viejas capitales coloniales unidas, en una orquesta cada vez más desafinada, alrededor del propósito de contrarrestar a los viejos y nuevos imperios emergentes.
Los intentos de que China condene a Rusia por Crimea han sido vanos. Pekín se ha abstenido en la poco entusiasta condena de Rusia en la ONU y ha expresado cierta prudente comprensión hacia la actitud de Moscú. "China no tiene intereses privados en la cuestión de Ucrania", dijo Xi en Berlín. La crisis de ese país "deriva de una historia muy compleja y de realidades actuales", matizó. Hay similitudes.
Si la Rusia de Putin no es la de Yeltsin y Gorbachov, tampoco la actual China de Xi Jinping es la de Deng Xiaoping. La doctrina china, explicó Xi en un acto celebrado en marzo en la Körber Stiftung de Berlín, sigue siendo el rechazo a convertirse en potencia hegemónica. China no quiere tratar a los demás de la forma en que ella misma fue tratada por las potencias occidentales y Japón hasta Mao. Pero Pekín -y esa es la novedad- también está marcando líneas rojas en el Mar de la China y advierte contra el cerco del que ella misma es objeto, mientras el Imperio del Caos pregona el traslado del grueso de sus armadas hacia Oriente. "No queremos ser hegemónicos, pero tampoco nos dejaremos colonizar ni arrollar por otras potencias como ocurrió en el pasado", respondió Xi a una pregunta sobre su incrementado presupuesto militar.
Como a Rusia, Estados Unidos acecha a China en sus propias barbas. El regreso al conflicto y la tensión en Europa no le viene mal a Pekín. Resta energía al escenario asiático. Aunque Europa no puede pasarse sin el gas ruso, la mera insinuación de represalias contra Moscú en el frente energético, empuja a Rusia hacia China.
La revisión de los resultados de la guerra fría es inadmisible en Occidente. Aquel resultado que Gorbachov imaginó como un acuerdo entre caballeros con miras a construir una seguridad continental integrada en Europa (Carta de París, noviembre de 1990), fue convertido por Euroatlántida en una fullera y arrolladora ofensiva sobre el terreno liberado por uno de los dos gángsters en beneficio del otro. Los dirigentes rusos estaban entonces demasiado entretenidos en llenarse los bolsillos con la privatización y saqueo del patrimonio soviético. Una mezcla de ingenuidad, desbarajuste, choriceo y espíritu matón. Occidente considera ahora inadmisible revisar aquel excepcional conglomerado y quiere escarmentar a Rusia. Pero ¿cómo hacerlo sin empujarla en brazos de China?
Lo de Ucrania apenas está empezando y China ya asoma como ganadora. Su presidente Xi Jinping se paseó en invierno por Europa, inspeccionando el panorama del subimperio occidental; Holanda, Francia, Berlín, Bruselas, un rosario de viejas capitales coloniales unidas, en una orquesta cada vez más desafinada, alrededor del propósito de contrarrestar a los viejos y nuevos imperios emergentes.
Los intentos de que China condene a Rusia por Crimea han sido vanos. Pekín se ha abstenido en la poco entusiasta condena de Rusia en la ONU y ha expresado cierta prudente comprensión hacia la actitud de Moscú. "China no tiene intereses privados en la cuestión de Ucrania", dijo Xi en Berlín. La crisis de ese país "deriva de una historia muy compleja y de realidades actuales", matizó. Hay similitudes.
Si la Rusia de Putin no es la de Yeltsin y Gorbachov, tampoco la actual China de Xi Jinping es la de Deng Xiaoping. La doctrina china, explicó Xi en un acto celebrado en marzo en la Körber Stiftung de Berlín, sigue siendo el rechazo a convertirse en potencia hegemónica. China no quiere tratar a los demás de la forma en que ella misma fue tratada por las potencias occidentales y Japón hasta Mao. Pero Pekín -y esa es la novedad- también está marcando líneas rojas en el Mar de la China y advierte contra el cerco del que ella misma es objeto, mientras el Imperio del Caos pregona el traslado del grueso de sus armadas hacia Oriente. "No queremos ser hegemónicos, pero tampoco nos dejaremos colonizar ni arrollar por otras potencias como ocurrió en el pasado", respondió Xi a una pregunta sobre su incrementado presupuesto militar.
Como a Rusia, Estados Unidos acecha a China en sus propias barbas. El regreso al conflicto y la tensión en Europa no le viene mal a Pekín. Resta energía al escenario asiático. Aunque Europa no puede pasarse sin el gas ruso, la mera insinuación de represalias contra Moscú en el frente energético, empuja a Rusia hacia China.
Mirar a Oriente
Las relaciones de
Moscú y Pekín son de enorme desconfianza, pero las comunes presiones y
agravios euroatlánticos sobre ambos países ya han desembocado en un
importante acuerdo sobre el precio y las infraestructuras del gas que
China necesita. Hace tiempo que Moscú, crecientemente desengañado de
Europa y embarcado en un planteamiento ideológico neocon-eslavo-ortodoxo
(en la Duma rusa hay tantos ultraderechistas como en la Rada de
Ucrania), mira más hacia Oriente, pero eso no impide que el Kremlin
tenga un enorme interés en alcanzar un entendimiento con Alemania. En
Asia, la mirada de Moscú va más allá de China e incluye a adversarios de
Pekín en la región, en primer lugar Japón y Corea del Sur, socios y
aliados militares de Washington. Moscú tienta con ofertas y proyectos
energéticos a Tokio y Seúl, pero Washington presiona para que eso no
prospere. El problema es que al disuadir a Japón y Corea del Sur de
cualquier negocio energético con Moscú mientras azuza el patio
ucraniano, EE.UU. aún estrecha más la alianza entre Rusia y China:
convierte lo que podía ser una difusa deriva rusa hacia Oriente,
estratégicamente diversificada, en una unilateral y concreta deriva
hacia China, es decir algo que consolida un bloque.
El cálculo de Pekín es el 2020: el pulso con Estados Unidos ya será para entonces militar. Seguramente en Pekín se considera que el Imperio del Caos no les dejará en paz sin mediar una crisis militar. El recurso militar de China -el potencial en el que está invirtiendo su defensa- es cegar a la armada del Imperio del Caos atacando todo el sistema espacial de satélites sin los cuales el principal ejército del mundo ya no puede vencer en una de esas guerras de ordenador con centenares de miles de víctimas en el adversario y cero víctimas en el propio campo a las que está acostumbrado. Para cuando eso llegue, el suministro energético, que hoy le llega a China por vulnerables vías marítimas controladas por el adversario, estará garantizado continentalmente vía Rusia. Pero tampoco Pekín quiere un bloque con Moscú. El sueño de los dirigentes chinos es un acuerdo de convivencia con Estados Unidos en Asia Oriental que conjure al mismo tiempo las tentaciones de Japón y Corea del Sur por hacerse con el arma nuclear.
A la Unión Europea y a Alemania todo esto le viene grande. Bruselas anuncia una estrategia para "disminuir su dependencia energética de Rusia". Con ello contribuirá a lo mismo: a crear una especie de nuevo mundo bipolar, Euroatlántida contra Eurasia. Ese no es el escenario de Rusia, ni de China, ni de los BRICS en general, pero, por lo visto, es el único programa que maneja el Imperio del Caos.
Sería mucho mejor que se abriera paso un orden internacional basado en el consenso multipolar -arbitrado por una ONU reformada y más representativa de la correlación de fuerzas global- enfocado a la resolución de los retos del siglo (calentamiento global, recursos, superpoblación, desigualdad...), pero por desgracia la humanidad persevera en su prehistoria y la estupidez de la formación de nuevos bloques enfrentados es lo que se está abriendo paso. Teniendo en cuenta los retos del siglo, un verdadero premio Nobel a la estupidez.
El cálculo de Pekín es el 2020: el pulso con Estados Unidos ya será para entonces militar. Seguramente en Pekín se considera que el Imperio del Caos no les dejará en paz sin mediar una crisis militar. El recurso militar de China -el potencial en el que está invirtiendo su defensa- es cegar a la armada del Imperio del Caos atacando todo el sistema espacial de satélites sin los cuales el principal ejército del mundo ya no puede vencer en una de esas guerras de ordenador con centenares de miles de víctimas en el adversario y cero víctimas en el propio campo a las que está acostumbrado. Para cuando eso llegue, el suministro energético, que hoy le llega a China por vulnerables vías marítimas controladas por el adversario, estará garantizado continentalmente vía Rusia. Pero tampoco Pekín quiere un bloque con Moscú. El sueño de los dirigentes chinos es un acuerdo de convivencia con Estados Unidos en Asia Oriental que conjure al mismo tiempo las tentaciones de Japón y Corea del Sur por hacerse con el arma nuclear.
A la Unión Europea y a Alemania todo esto le viene grande. Bruselas anuncia una estrategia para "disminuir su dependencia energética de Rusia". Con ello contribuirá a lo mismo: a crear una especie de nuevo mundo bipolar, Euroatlántida contra Eurasia. Ese no es el escenario de Rusia, ni de China, ni de los BRICS en general, pero, por lo visto, es el único programa que maneja el Imperio del Caos.
Sería mucho mejor que se abriera paso un orden internacional basado en el consenso multipolar -arbitrado por una ONU reformada y más representativa de la correlación de fuerzas global- enfocado a la resolución de los retos del siglo (calentamiento global, recursos, superpoblación, desigualdad...), pero por desgracia la humanidad persevera en su prehistoria y la estupidez de la formación de nuevos bloques enfrentados es lo que se está abriendo paso. Teniendo en cuenta los retos del siglo, un verdadero premio Nobel a la estupidez.