En Rosa enferma, primer inédito tras la muerte del poeta en marzo, hay 18 poemas torrenciales sobre la madre, la locura o la escritura como venganza
Leopoldo María Panero, en una imagen de 2004. / Consuelo Bautista./elpais.com |
Los poetas malditos no dejan testamento –difícil imaginarlos en una
notaría-, dejan libros inéditos, completos, incompletos, cajas con
borradores en casa de los amigos, herencias disputadas… Leopoldo María
Panero murió el 6 de marzo pasado en Las Palmas de Gran Canaria. Vivía en el hospital psiquiátrico
de esa ciudad desde 1997. Tenía 65 años y arrastraba una biografía de
leyenda: la de hijo de poeta franquista que arremetió contra su familia
en El desencanto (1976), la película de Jaime Chávarri,
la de loco que pasó por la cárcel y por diez manicomios, la del hombre
que murió solo. Pero también dejaba una obra con sitio propio en la
historia de la literatura española reciente desde que José María
Castellet lo incluyera en 1970 en la célebre antología Nueve novísimos poetas españoles.
A falta, todavía, de que el juez decida entregar sus cenizas a una
prima del poeta que las reclama, la vida de Panero está cerrada, pero su
obra, no.
Tres años antes de su muerte, el escritor entregó a la editorial Huerga & Fierro un libro de versos que ahora ve la luz: Rosa enferma.
Al amparo de un título tomado de William Blake, el visionario inglés,
los 18 torrenciales poemas del volumen retoman las obsesiones de Panero:
la madre “malllamada Felicidad”, la locura, la vida como puro
desastre, la escritura como venganza, la muerte como miedo y anhelo. “Me
autodestruyo para saber que soy yo y no todos vosotros”, dice como
pórtico al libro una cita de Artaud, figura tutelar de Panero. “Por eso
la poesía es el camino de la oruga / Que hablará de mí a los hombres /
Cuando esté muerto / Y un caballo recorra las páginas / Anunciando a los
hombres la buena nueva / De que ya no estoy solo / En la Santa Compaña
del cierzo y del silencio”.
"Era una persona complicada pero arrastraba
masas. Su reconocimiento va más allá de España: se han traducido libros
enteros en Francia y en Italia y una antología en Estados Unidos", dice
Túa Blesa, el gran estudioso de su obra
Túa Blesa, profesor de la Universidad de Zaragoza y autor de un estudio de referencia, Leopoldo María Panero, el último poeta
(Valdemar, 1995), cuenta que le resulta imposible leer esos versos sin
pensar que su autor ya está muerto. “Por fin muerto”, subraya. “Se ha
cumplido la profecía que llevaba anunciando desde 1973. Panero ya es
puro texto, pero todo libro póstumo tiene una lectura singular”. Blesa
lo dice con un punto de tristeza en la voz a pesar de que su relación
personal con el escritor había perdido la frecuencia de antaño: “Lo
llamaba al psiquiátrico de vez en cuando pero las conversaciones eran
muy breves. Contaba tres chistes de locos, lanzaba una carcajada y
colgaba”. Lo vio por última vez hace dos años en Córdoba, durante la edición de Cosmopoética dedicada a la generación de los novísimos. Allí acudió Panero para participar en una proyección de El desencanto
y a leer poemas. A punto estuvo de ser expulsado del festival: se
levantaba de la mesa en medio de un acto, fumaba donde estaba prohibido,
orinaba en cualquier parte. La mediación de su amigo José María
Álvarez, compañero de antología novísima, y de la pintora Esther Aldaz,
que lo acompañaba desde Las Palmas, consiguió apaciguar al poeta y a la
organización.
El estudio de Túa Blesa sobre Panero se abría con una frase rotunda
-“Que no usen mi torpe biografía para juzgarme”- pero el propio crítico
dice que separar vida y obra ha terminado resultando imposible. “Por el
lado académico le ha perjudicado. Para ciertos profesores su obra ha
quedado reducida al prejuicio del trastorno mental. Para los lectores,
la biografía lo ha mitificado y engrandecido. Era una persona complicada
pero arrastraba masas.
Su reconocimiento va más allá de España: se han traducido libros
enteros en Francia y en Italia y una antología en Estados Unidos. En
América Latina se le presta cada vez más atención”. Puestos a buscar las
razones de esa mezcla de admiración y repulsión, Túa Blesa señala dos.
Por un lado, la crudeza de su poesía: “La gente lee poca poesía, pero la
suya es enigmática pero muy directa, antipoética. Si miras en Internet,
verás que la gente selecciona siempre los versos más duros. Crea
adicción”. Por otro, el papel decisivo de El desencanto para la difusión del personaje: “Más que el poeta, era ya el loco, el que está en contra de las normas sociales”. Para José María Álvarez,
“poeta y personaje eran lo mismo en Leopoldo”. Él, que también vio a su
amigo por última vez en el ya legendario festival de Córdoba, subraya
que la popularidad sin obra no se sostiene durante mucho tiempo: “Un
poeta queda por su calidad más allá de lo que haya hecho o sido. Y
muchos versos suyos van a quedar. Es cierto que el escándalo atrae más
público, pero ese público se encuentra luego con un muro de inteligencia
y pasión que no todos traspasan”.
La presentación del libro en Astorga selló la
reconciliación entre la prima del poeta, que reclama sus cenizas, y su
editor, que administra sus derechos de autor
Rosa enferma se presentó la semana pasada en la casa
familiar de los Panero en Astorga, un acto que abre la posibilidad de
que –muertos ya todos, padres y hermanos- el lugar acoja un centro de
estudios sobre la obra de la familia. También sella, tras un
desencuentro inicial, la reconciliación entre Charo Alonso Panero, prima
de Leopoldo María que reclama sus cenizas para enterrarlas en la ciudad
leonesa, y Antonio Huerga, su editor, al que el poeta encomendó en un
documento privado la administración de sus derechos de autor. Publicado Rosa enferma, que Huerga barajó presentar al premio Loewe, queda aún otro inédito, La flor es una mentira,
un conjunto de poemas que el escritor le hizo llegar casi al mismo
tiempo que el que ahora aparece. “Tenemos que revisarlo para ver si se
trata de un libro cerrado o no, porque Leopoldo no paró de escribir”,
explica Huerga. En sus continuos traslados, el poeta iba dejando atrás
manuscritos y libros que, cuenta Túa Blesa, “perdía en cuanto los
compraba”. No es raro, pues, que pocos días después de su muerte
apareciera en Las Palmas una caja con originales
cuyo contenido está todavía por analizar. “Ser tan prolífico”, explica
Blesa, “jugó contra él en los últimos años. A partir de su estancia en
el manicomio de Mondragón en los años ochenta empezó a deteriorarse
físicamente y eso se notó en su poesía. El Panero más potente, el de Narciso, Teoría o El último hombre,
escribía prosa y traducía, trabajos que llevan tiempo. Eso desaparece y
empieza a escribir casi sobre la marcha. Además, multiplica sus libros
en colaboración con otros poetas, amigos temporales con los que convivía
o trabajaba. Publicó nada menos que 12 libros a medias. ¿Cómo se
analiza eso? Es un jaque mate al autor que plantea muchos interrogantes a
la crítica. Panero ha muerto, las preguntas siguen ahí”.