sábado, 12 de julio de 2014

Minicuentos 81


De la ubicuidad

 

Coloquio de los pájaros

Farid al-Din Abú Talib Muhámmed ben Ibrahim Attar



El remoto rey de los pájaros, el Simurg, deja caer en el centro de la China una pluma espléndida; los pájaros resuelven buscarlo, hartos de su antigua anarquía. Saben que el nombre de su rey quiere decir treinta pájaros; saben que su alcézar está en el Kaf, la montaña circular que rodea la tierra. Acometen la casi infinita aventura; superan siete valles, o mares; el nombre del penúltimo es Vértigo; el último se llama Aniquilación. Muchos peregrinos desertan; otros perecen. Treinta. Purificados por los trabajos, pisan la montaña del Simurg. Lo contemplan al fin: perciben que ellos son el Simurg y que el Simurg es cada uno de ellos y todos.



La ventana a la calle

Franz Kafka



Aquel que vive solo, y que sin embargo desea de vez en cuando vincularse a algo; aquel que, considerando los cambios del día, del tiempo, del estado de sus negocios y demás, anhela de pronto ver un brazo del cual podría aferrarse, no está en condiciones de vivir mucho tiempo sin una ventana que dé a la calle. Y si le place no desear nada, y sólo se acerca a la ventana como un hombre cansado cuya mirada oscila entre el público y el cielo, y no quiere mirar hacia fuera, y ha echado la cabeza un poco hacia atrás, sin embargo, a pesar de todo esto, los caballos de abajo terminarán por arrastrarlo en su caravana de coches y su tumulto, y así finalmente en la armonía humana.



Odín

Jorge Luis Borges y Delia Ingenieros



Se refiere que a la corte de Olaf Tryggvason, que se había convertido a la nueva fe, llegó una noche un hombre viejo, envuelto en una capa oscura y con el ala del sombrero sobre los ojos. El rey le preguntó si sabía hacer algo; el forastero contestó que sabía tocar el arpa y contar cuentos. Tocó en el arpa aires antiguos, habló de Gudrun y de Gunnar  y, finalmente refirió el nacimiento de Odín. Dijo que tres parcas vinieron, que las dos primeras le prometieron grandes felicidades y que la tercera dijo, colérica: “El niño no vivirá más que la vela que está ardiendo a su lado”. Entonces los padres apagaron la vela para que Odín no muriera. Olaf Tryggvason descreyó de la historia; el forastero repitió que era cierta, sacó la vela y la encendió. Mientras la miraban arder, el hombre dijo que era tarde y que tenía que irse. Cuando la vela se hubo consumido, lo buscaron. A unos pasos de la casa del rey, Odín había muerto.





Error

Kuhnmuench

Cuando Seth llegó al paraíso, lo confundió con un incendio: tal era su esplendor.





La pareja par

Ángel Ma. Garibay K.



Y dicen que del primer hombre y mujer que hicieron, como está dicho, nació, cuando estas cosas se comenzaron a hacer, un hijo, al cual dijeron Piltzintecutli, y porque les faltaba mujer con quien casarse, los dioses le hicieron de los cabellos de Xochiquetzal una mujer, con la cual fue la primera vez casado.



La mudanza

Marcos Ricardo Barnatán



Él había resuelto abandonar su alojamiento del Hotel Voltaire, encontraba confortable la nueva casa de la calle Cherche-Midi. Mientras, la lucha contra los espejos continuaba, era una cuestión vital. Allí en la infinita reproducción de su rostro, la muchedumbre ante él. Multitudinarios alaridos complementando su soledad. Lanzar la primera piedra bastaba, y el milagro caería destrozado en instantes, y otra vez el silencio poblado de ecos. Pero él no se atrevía a dar el peso, prefería distraerse en el andar inconexo por los parques, compenetrando en la idea de una mañana nueva, distinta, donde pudiera haber sol y perfumes, barrida la atmósfera del asco. Decaía de golpe su optimismo y quemaba lentamente la esperanza. Charles dejaba de pronto de creer y se sumergía en el humo espeso, abstraíase del tiempo y los relojes terminaban por callar. Un enorme calendario de números rojos sobre su espalda, y el peso aplastándolo. De pronto, allí, en su nueva casa de la calle Cherche-Midi, interrogando las líneas del rostro, asombrado ante los estragos de los años, cruje el espejo y los cristales caen uno a uno, silenciosamente.
Un grito de terror y Baudelaire adivinó el sopor final.



Un fuego especial

Minucio Félix

 Octavius (Siglo II)



Los hombres tienen noticias, por los libros de los sabios y por las canciones de los poetas, de aquel río de fuego cuyos ardientes meandros rodean varias veces las ciénagas de la Estigia. Que todo ello está reservado para los suplicios eternos es cosa sabida por las indicaciones de los demonios y por los oráculos de los poetas. He ahí por qué el mismo Júpiter jura con respeto por las riberas ígneas y por el abismo sombrío; sabe de antemano qué castigo ha sido reservado a él y a sus adeptos y tiembla de horror. Estos tormentos no tendrán ni medida ni término. Ahí un fuego inteligente, quema los miembros y los restaura, los desgarra y los alimenta. De igual manera que el fuego del rayo toca los cuerpos sin destruirlos y que los fuegos del Etna, del Vesubio y otros semejantes arden por siempre sin agotarse, así ese fuego vengador no se mantiene en desdoro de lo que roe, sino que devora los cuerpos y se alimenta sin consumirlos.