Coloquio de los
pájaros
Farid al-Din Abú
Talib Muhámmed ben Ibrahim Attar
El remoto rey de los pájaros, el Simurg, deja caer en el centro de la
China una pluma espléndida; los pájaros resuelven buscarlo, hartos de su
antigua anarquía. Saben que el nombre de su rey quiere decir treinta pájaros;
saben que su alcézar está en el Kaf, la montaña circular que rodea la tierra.
Acometen la casi infinita aventura; superan siete valles, o mares; el nombre
del penúltimo es Vértigo; el último se llama Aniquilación. Muchos peregrinos
desertan; otros perecen. Treinta. Purificados por los trabajos, pisan la
montaña del Simurg. Lo contemplan al fin: perciben que ellos son el Simurg y
que el Simurg es cada uno de ellos y todos.
La ventana a la calle
Franz Kafka
Aquel que vive solo, y que sin embargo desea de vez en cuando vincularse
a algo; aquel que, considerando los cambios del día, del tiempo, del estado de
sus negocios y demás, anhela de pronto ver un brazo del cual podría aferrarse,
no está en condiciones de vivir mucho tiempo sin una ventana que dé a la calle.
Y si le place no desear nada, y sólo se acerca a la ventana como un hombre
cansado cuya mirada oscila entre el público y el cielo, y no quiere mirar hacia
fuera, y ha echado la cabeza un poco hacia atrás, sin embargo, a pesar de todo
esto, los caballos de abajo terminarán por arrastrarlo en su caravana de coches
y su tumulto, y así finalmente en la armonía humana.
Odín
Jorge Luis Borges y Delia Ingenieros
Se refiere que a la corte de Olaf Tryggvason, que se había convertido a
la nueva fe, llegó una noche un hombre viejo, envuelto en una capa oscura y con
el ala del sombrero sobre los ojos. El rey le preguntó si sabía hacer algo; el
forastero contestó que sabía tocar el arpa y contar cuentos. Tocó en el arpa
aires antiguos, habló de Gudrun y de Gunnar y, finalmente refirió el nacimiento de Odín.
Dijo que tres parcas vinieron, que las dos primeras le prometieron grandes
felicidades y que la tercera dijo, colérica: “El niño no vivirá más que la vela
que está ardiendo a su lado”. Entonces los padres apagaron la vela para que
Odín no muriera. Olaf Tryggvason descreyó de la historia; el forastero repitió
que era cierta, sacó la vela y la encendió. Mientras la miraban arder, el
hombre dijo que era tarde y que tenía que irse. Cuando la vela se hubo
consumido, lo buscaron. A unos pasos de la casa del rey, Odín había muerto.
Error
Kuhnmuench
Cuando Seth llegó al
paraíso, lo confundió con un incendio: tal era su esplendor.
La pareja par
Ángel Ma. Garibay K.
Y dicen que del primer hombre
y mujer que hicieron, como está dicho, nació, cuando estas cosas se comenzaron
a hacer, un hijo, al cual dijeron Piltzintecutli, y porque les faltaba mujer
con quien casarse, los dioses le hicieron de los cabellos de Xochiquetzal una
mujer, con la cual fue la primera vez casado.
La mudanza
Marcos Ricardo Barnatán
Él había resuelto abandonar su
alojamiento del Hotel Voltaire, encontraba confortable la nueva casa de la
calle Cherche-Midi. Mientras, la lucha contra los espejos continuaba, era una
cuestión vital. Allí en la infinita reproducción de su rostro, la muchedumbre
ante él. Multitudinarios alaridos complementando su soledad. Lanzar la primera
piedra bastaba, y el milagro caería destrozado en instantes, y otra vez el
silencio poblado de ecos. Pero él no se atrevía a dar el peso, prefería
distraerse en el andar inconexo por los parques, compenetrando en la idea de
una mañana nueva, distinta, donde pudiera haber sol y perfumes, barrida la
atmósfera del asco. Decaía de golpe su optimismo y quemaba lentamente la
esperanza. Charles dejaba de pronto de creer y se sumergía en el humo espeso,
abstraíase del tiempo y los relojes terminaban por callar. Un enorme calendario
de números rojos sobre su espalda, y el peso aplastándolo. De pronto, allí, en
su nueva casa de la calle Cherche-Midi, interrogando las líneas del rostro,
asombrado ante los estragos de los años, cruje el espejo y los cristales caen
uno a uno, silenciosamente.
Un grito de terror y Baudelaire adivinó el sopor final.
Un grito de terror y Baudelaire adivinó el sopor final.
Un fuego especial
Minucio Félix
Octavius (Siglo II)
Los hombres tienen noticias,
por los libros de los sabios y por las canciones de los poetas, de aquel río de
fuego cuyos ardientes meandros rodean varias veces las ciénagas de la Estigia.
Que todo ello está reservado para los suplicios eternos es cosa sabida por las
indicaciones de los demonios y por los oráculos de los poetas. He ahí por qué
el mismo Júpiter jura con respeto por las riberas ígneas y por el abismo
sombrío; sabe de antemano qué castigo ha sido reservado a él y a sus adeptos y
tiembla de horror. Estos tormentos no tendrán ni medida ni término. Ahí un
fuego inteligente, quema los miembros y los restaura, los desgarra y los
alimenta. De igual manera que el fuego del rayo toca los cuerpos sin
destruirlos y que los fuegos del Etna, del Vesubio y otros semejantes arden por
siempre sin agotarse, así ese fuego vengador no se mantiene en desdoro de lo
que roe, sino que devora los cuerpos y se alimenta sin consumirlos.