Aunque cada vez más escasa, expertos aseguran que son muchos los beneficios de una lectura paciente, extensa y profunda
Los libros enseñan a pensar y que el pensamiento construye seres libres./semana.com |
Asegurar
que la literatura educa y hace mejores a las personas es un poco
atrevido y difícil de demostrar, pero indudablemente los beneficios de
la lectura son incontables. Se ha dicho que es una de las mejores formas
de comunicación con uno mismo, que es una manera de conocerse y de
conocer a los demás.
También, que los libros enseñan a pensar y que el pensamiento construye seres libres. Pero más allá de estos lugares comunes y del placer que consiguen los buenos lectores, científicos han estudiado el efecto concreto que genera la lectura en las personas y sobretodo, han determinado que cierto tipo de lectura produce determinadas cambios en la personalidad de los lectores.
Desde el 2006, Raymond Mar y Keith Oatley, investigadores de la universidad de York y de Toronto en Canadá, respectivamente, aseguran que las personas que leen literatura tienen mayor empatía, es decir, mejor capacidad de entender y ponerse en el lugar de otras personas, así como de percibir el mundo desde distintas perspectivas. El buen lector de literatura, en consecuencia, se convierte en un ser más autocrítico, que a su vez puede entender y cuestionar mejor las opiniones, creencias y actitudes de los demás.
Pero según los expertos, estas características son solo producto de una lectura profunda (“deep reading”), opuesta a la lectura dispersa, leve y azarosa que abruma en el día a día debido a las nuevas tecnologías.
Investigaciones recientes desde la ciencia cognitiva, la psicología y la neurociencia han demostrado que la “lectura profunda” -esa lectura envolvente, rica en detalles sensoriales, con complejidades emocionales y morales- es una experiencia única, muy diferente a la mera comunicación de las palabras.
Hoy en día el hecho de estar permanentemente expuestos a pantallas ha disminuido el hábito de leer libros de papel. Cada vez más evidencias sugieren que la lectura en internet es menos atractiva, incluso para los “nativos digitales”. En el 2013, por ejemplo, la Agencia Nacional de Literatura de Gran Bretaña dio a conocer los resultados de un estudio que se realizó sobre 34.910 jóvenes entre los 8 y los 16 años. Los investigadores concluyeron que el 39 % de los niños y adolescentes lee diariamente a través de dispositivos electrónicos y sólo el 28 % lee material impreso. Aquellos que leían sólo en pantalla eran tres veces menos propensos a decir que les gustaba leer y un tercio menos propensos a tener un libro favorito.
Estos hábitos de lectura o más bien “no lectura” son preocupantes en este mundo vertiginoso que cada vez tiene menos tiempo y deseos de sumergirse en una lectura reflexiva y en silencio. De manera que, según infieren los estudios, los buenos lectores, que serían personas más perspicaces, observadoras y quizá solidarias, pareciera que se están agotando.
Victor Nell, psicólogo consultado por la revista Time, encontró que cuando los lectores están disfrutando la experiencia de leer, el ritmo de su lectura se torna más lento. La combinación de la rápida decodificación, fluidez de palabras y de un progreso lento, sin prisas, da a los “lectores profundos” tiempo para enriquecer su lectura con reflexión, análisis y sus propios recuerdos y opiniones. Es en ese momento en el que el lector logra entablar una íntima amistad con el autor, y más precisamente, con los personajes de ese universo escrito. Es el momento en que el lector se enriquece con una nueva vida que encuentra en otro mundo.
Pero se han señalado aún más beneficios. Un estudio de la Universidad de Emory, publicado por el diario inglés The Independent, descubrió que leer un libro que estimule e inspire potencia la conectividad en nuestro cerebro, efecto que puede prolongarse hasta por cinco días. Por si fuera poco, en una investigación realizada por la Universidad de Sussex en 2009 se demostró que la lectura es una de las actividades más relajantes que tenemos a nuestra disposición, según el estudio, por encima de escuchar música, caminar o tomarse un buen baño.
Una vez más se encuentra certeza en el viejo refrán según el cual la lectura es a la mente lo que el ejercicio es al cuerpo.
También, que los libros enseñan a pensar y que el pensamiento construye seres libres. Pero más allá de estos lugares comunes y del placer que consiguen los buenos lectores, científicos han estudiado el efecto concreto que genera la lectura en las personas y sobretodo, han determinado que cierto tipo de lectura produce determinadas cambios en la personalidad de los lectores.
Desde el 2006, Raymond Mar y Keith Oatley, investigadores de la universidad de York y de Toronto en Canadá, respectivamente, aseguran que las personas que leen literatura tienen mayor empatía, es decir, mejor capacidad de entender y ponerse en el lugar de otras personas, así como de percibir el mundo desde distintas perspectivas. El buen lector de literatura, en consecuencia, se convierte en un ser más autocrítico, que a su vez puede entender y cuestionar mejor las opiniones, creencias y actitudes de los demás.
Pero según los expertos, estas características son solo producto de una lectura profunda (“deep reading”), opuesta a la lectura dispersa, leve y azarosa que abruma en el día a día debido a las nuevas tecnologías.
Investigaciones recientes desde la ciencia cognitiva, la psicología y la neurociencia han demostrado que la “lectura profunda” -esa lectura envolvente, rica en detalles sensoriales, con complejidades emocionales y morales- es una experiencia única, muy diferente a la mera comunicación de las palabras.
Hoy en día el hecho de estar permanentemente expuestos a pantallas ha disminuido el hábito de leer libros de papel. Cada vez más evidencias sugieren que la lectura en internet es menos atractiva, incluso para los “nativos digitales”. En el 2013, por ejemplo, la Agencia Nacional de Literatura de Gran Bretaña dio a conocer los resultados de un estudio que se realizó sobre 34.910 jóvenes entre los 8 y los 16 años. Los investigadores concluyeron que el 39 % de los niños y adolescentes lee diariamente a través de dispositivos electrónicos y sólo el 28 % lee material impreso. Aquellos que leían sólo en pantalla eran tres veces menos propensos a decir que les gustaba leer y un tercio menos propensos a tener un libro favorito.
Estos hábitos de lectura o más bien “no lectura” son preocupantes en este mundo vertiginoso que cada vez tiene menos tiempo y deseos de sumergirse en una lectura reflexiva y en silencio. De manera que, según infieren los estudios, los buenos lectores, que serían personas más perspicaces, observadoras y quizá solidarias, pareciera que se están agotando.
Victor Nell, psicólogo consultado por la revista Time, encontró que cuando los lectores están disfrutando la experiencia de leer, el ritmo de su lectura se torna más lento. La combinación de la rápida decodificación, fluidez de palabras y de un progreso lento, sin prisas, da a los “lectores profundos” tiempo para enriquecer su lectura con reflexión, análisis y sus propios recuerdos y opiniones. Es en ese momento en el que el lector logra entablar una íntima amistad con el autor, y más precisamente, con los personajes de ese universo escrito. Es el momento en que el lector se enriquece con una nueva vida que encuentra en otro mundo.
Pero se han señalado aún más beneficios. Un estudio de la Universidad de Emory, publicado por el diario inglés The Independent, descubrió que leer un libro que estimule e inspire potencia la conectividad en nuestro cerebro, efecto que puede prolongarse hasta por cinco días. Por si fuera poco, en una investigación realizada por la Universidad de Sussex en 2009 se demostró que la lectura es una de las actividades más relajantes que tenemos a nuestra disposición, según el estudio, por encima de escuchar música, caminar o tomarse un buen baño.
Una vez más se encuentra certeza en el viejo refrán según el cual la lectura es a la mente lo que el ejercicio es al cuerpo.