Entrevista. El autor italiano, que viene de rechazar el ministerio de Cultura, habla en favor de los intelectuales que abren su interés a todos los temas
Alessandro Baricco no puede ir mucho a los supermercados porque lo abruman las ideas./revista Ñ |
Que la Bombonera es un lugar tan absurdo como exacto. Que
presenciar la quietud de ese campo de juego desolado le provoca una
calma febril. Que esa sensación podría compararse con lo que le genera
mirar a las personas que ama mientras duermen. Pensamientos como estos
se dieron cita en la cabeza de Alessandro Baricco un martes de sol,
mientras estaba sentado en una de las tribunas desiertas de la cancha de
Boca. Y se decidió a escribirlos.
Los cinco mejores lugares del mundo en los que pensar y tener ideas inteligentes sobre uno mismo y sobre los demás
compila cinco postales “bariccas” –de Mumbai, Tánger, Las Vegas,
Buenos Aires y Hanoi– que fueron publicadas por la edición italiana de
Vanity Fair durante 2013, y que hoy se consiguen online por 7,49 euros.
“Estoy
entre los que ven un pedacito del mundo y allí dentro entienden una
gran parte del universo –dice él, antes de abandonar su oficina de
director de la Holden, la escuela de narración que montó en una ex
fábrica de bombas en Turín, para salir a comprar cigarrillos–. Es una
suerte de hipertrofia mental con una tal intensidad de percepción que,
si voy al supermercado, salgo con tantas cosas en la cabeza que tengo
que ir a encerrarme en mi casa.”
–¿Baricco va al supermercado?
–Los
escritores hacemos vida normal. Tenemos un oficio maravilloso,
alcanzamos cierta notoriedad pero no es que tenemos la fama de los rock
star o de los futbolistas, y no podemos salir de casa. Salvo algunas
excepciones, ninguno de nosotros es rico al punto de mandar a alguien a
hacer las compras. Por lo tanto uno va a hacer los mandados, a hablar
con la maestra de la escuela de los hijos, a comprarse zapatos. Tal vez
al día siguiente nos tomemos un avión y estemos en México hablando
delante de cinco mil personas. Pero el mundo te llega, te llega siempre.
–¿Llega para ser transformado?
–No
hay reglas. En mis libros no hay nada que sea sólo verdadero ni nada
que responda sólo a la fantasía. Me paso la vida mirando y luego eso que
vi aparece en mi escritura en una forma extraña. Casi todos los
escritores “robamos” de la realidad. Llevo años dedicándome a mirar a la
gente, pero luego me doy cuenta de que tal vez tu modo de sonreír
aparece en un personaje que no tiene nada que ver con vos. Esas cosas se
montan solas. A veces me hacen preguntas puntuales acerca de personajes
o de situaciones de mis libros y no sé ni siquiera yo de dónde vienen.
Algunas cosas sí las sé, como por ejemplo que Océano mar viene de un cuadro o que Novecento está dedicado a un jazzista de verdad; pero cuando me preguntan cómo me vino a la mente Novecento , no me acuerdo.
¿Se acordará de dónde viene su último libro de ficción, Tres veces al amanecer ? Sería subestimarlo recordarle que es el título de una obra mencionada en Mr. Gwyn
, la novela precedente. No hace falta. Solito, Baricco destripa el
mecanismo que lo inspiró a narrar esos tres encuentros antes del alba
entre un hombre y una mujer –siempre ellos mismos– en distintas etapas
de sus vidas. “ Tres veces al amanecer toma algo del libro que
lo precedía pero es autónomo. Su estructura es genial. Un sueño que
tenemos es el de ver a la gente que nos rodea en una edad que no es la
que le conocemos.
Tres veces al amanecer realiza este
sueño. Lo quería hacer desde hacía años porque es una cosa que siempre
me ha fascinado de la vida. Ahora te encuentro a vos y tengo una cierta
percepción tuya. Pero no puedo evitar pensar: “¿Quién sabe cómo era de
chica?” O tal vez se me ocurre decir: “¿Cómo será cuando tenga 75 años?”
Pienso en mi mamá y en que no la conocí a los 16 y que entonces no
puedo entender nada de ella, que hoy tiene 85. En la novela los
personajes intercambian las edades. Porque no sólo me hubiera gustado
conocerte cuando tenías 15 años sino también cuando yo tenía 15 y vos,
40. O yo 85 y vos 18. Pienso en si conociera a mi mamá, yo con 70 años y
ella con 16. Sería fantástico. O intercambiar edad con la gente que
hemos amado.
Tres veces al amanecer realiza esto. Me gustó
mucho escribirlo. Lo hice en tres meses durante los cuales no hice otra
cosa. Luego no volví a tocar la computadora por mucho tiempo.
Baricco
escribe pero también fue director de cine, actor de teatro, musicólogo,
fundó una escuela de escritura. Sale mucho en televisión, organiza
conferencias en teatros. “No soporto verme en una pantalla. No me va ese
exceso de exhibicionismo a pesar de que cuando estoy ahí, sobre el
escenario o en el set de televisión, no me doy cuenta y me resulta
natural. Pero luego me pregunto: ‘¿Qué hacía yo ahí? ¿Cómo pude hacer
eso?’. Cuando escribo eso no sucede. No pienso nunca ‘¿Qué hago acá?’.”
–¿La literatura no alcanza?
–No. La tarea de
escribir es solitaria, cansadora, muy larga. Por lo tanto si hacés sólo
eso, te volvés loco. Yo siempre he alternado con otros oficios. He
tenido la fortuna, el privilegio de poder hacerlo. Si no, hubiera sido
muy infeliz. Porque escribir es un oficio que hace mal. Hace bien pero
también hace daño.
–¿En qué sentido hace daño?
–A la
larga, pasar veinte años escribiendo libros es pasar mucho tiempo solo,
demasiada soledad, mucho cansancio físico. Yo tuve siempre el instinto
de hacer alguna otra cosa más. Escribir es la cosa más placentera que he
hecho en mi vida pero después de diez días en los que sólo escribo,
necesito venir acá, a la escuela. O tres años después de que escribí un
libro, realizar una película o un espectáculo teatral es una gran
alegría. Me hace volver a tener ganas de escribir. Al final, si vas a
Google y me ves por todos lados pensás que soy un loco neurótico. El
riesgo está. Eso me ha sucedido.
–Es cierto que si uno pone su
nombre en Google la lista de citas y temas sobre los que Baricco ha
opinado no esquiva argumento alguno.
–Hablo de tantas cosas
que cada tanto digo pavadas. Pero lo que sucede es que, cuando yo era
joven, había una cultura muy especializada. Estaba aquel que hablaba
sólo de moral, el que hablaba sólo de política en sentido estricto, y
así. No había muchos intelectuales que pudieran hablar de un espectro
amplio de cosas. El primer modelo fue Umberto Eco, que escribía ensayos
de semiología hablando de Woody Allen o de Walt Disney. Para nosotros
era un modelo de posibilidad, pero estaba él solo. Yo tuve un profesor
que es un filósofo bastante conocido para ustedes los argentinos, que se
llama (Gianni) Vattimo, que para explicar a Heidegger o a Nietzsche
podía citar a la publicidad. El resto de la cultura era muy
especializada. Hoy se demostró que el verdadero aporte a la cultura lo
hacen aquellos pensadores que pueden considerar un amplio espectro. A mí
me venía en mente enseguida comparar cómo jugaba al tenis McEnroe con
el modo en el que Rossini hacía música o con cómo escribía Celine. Me
parecía la cosa más interesante del mundo. Lo hice toda la vida.
Como
cuando él citó en el Teatro Palladium de Roma, para disertar sobre el
gusto, la justicia, el tiempo y la escritura, a cuatro personajes
históricos y contemporáneos: Kate Moss, Tucídides, Luis XVI y Marcel
Proust. “Escuchar en voz alta la lectura de Proust es como ver a Messi
jugar al fútbol. Me limito a leerlo para que la gente comprenda cuán
bueno era escribiendo. Como un artesano, desarmo el texto para mostrar
su técnica de escritura”, dice Baricco.
–Usted es como un
juglar. Hace referencia a los aspectos importantes de la vida a través
del relato de una historia. Y sabe que es un buen narrador oral.
–A
mí me va bien todo. Para los italianos el juglar es una figura muy
particular, que hacía reír mucho. Yo tal vez puedo hacer sonreír, pero
no soy un cómico. El juglar era el que mediaba entre la cultura alta y
la cultura popular. Era el único que lograba conectarlas. En este
sentido, sí, me cae bien el título de juglar. Yo salí en televisión, voy
a hablar ante grandes audiencias de cosas que uno no pensaría jamás que
se puede hablar. Pero en la base está esta idea de que al final todo es
narración. Veinte años atrás esto no estaba muy claro. Cuando abrí esta
escuela, que era de narración, los padres de los estudiantes me
preguntaban: “¿Pero narración en qué sentido?”. Hoy, narración es todo.
La política necesita narración, los museos son narrativos. En los
últimos veinte años se comprendió que todo aquello que se mete en forma
narrativa es más eficaz. Yo sabía hacerlo, me gustaba hacerlo. En
general, si uno me escucha hablar del saber, de la cultura, escucha una
historia. Pero siempre se trata del relato de alguien que intenta
comprender. Esto facilita que la gente me escuche, inclusive la gente no
cultísima. Pero también la gente muy culta, por lo general, me puede
escuchar y lo acepta. Desde joven tuve esta intuición: que no existía
que uno fuera escritor y, separadamente, estaba el que hacía teatro, el
que hacía cine. Que existía un oficio que era el de narrador. Y yo lo
quería hacer.
Para reflexionar sobre el oficio de escribir, por
ejemplo, Baricco cuenta cómo se topó en una librería con un ejemplar con
60 reglas para el tiro con arco seguido de un apéndice de doce poesías.
Lo que más lo conmovió fue el modo sutil en el que se explica cómo
ubicar los pies sobre la tierra y mirar al adversario: “‘Gira la cabeza
hasta que sientas tirar tres cabellos en la nuca’. Qué forma bellísima
de narrar –dice Baricco–. Cuando uno empieza a escribir, siempre lo hace
para flechar a alguien. Leemos libros porque nos cambian la vida,
porque nos conducen a la verdad. Leemos libros porque aprendemos muchas
cosas. Pero escribimos libros con otra idea. Cuando escribimos, lo que
hacemos es elegir entre lo más raro que hay en nuestro universo y entre
lo más querido que hay en nuestro ánimo. Y lo trabajamos con las manos,
con las palabras, con el sonido de las palabras, con la respiración de
la historia sólo para expresar el gusto de un maestro.”
–¿Le da fastidio que todavía se hable de usted como el autor de “Seda”, un libro que escribió en 1996?
–Está bien. No me da fastidio.
–¿Por qué esa historia tuvo y tiene tanto éxito?
–Es
una historia muy bella. Es una historia de amor que es un género más
sencillo que otros. Es un libro breve, escrito con mucho cuidado. Es
pequeño pero me llevó mucho tiempo escribirlo. Tiene un lindo final. Y
además es lineal. Cuando escribís una historia lineal eso te permite
llegar a un público que no es necesariamente lector.
Seda
es un libro que han leído personas que leen sólo un libro al año, por
ejemplo. Cuando uno escribe con una estructura compleja, a ese público
no llegás nunca. Y bueno, todas estas cosas juntas hacen que Seda sea lo que es. También es un misterio o fruto de los medios que siguen hablando de ese libro. Ya sea Océano mar o Novecento han vendido más. Seguí pegado a Seda pero el libro mío que más ejemplares ha vendido de todos es Océano mar .
–Sin embargo ha reconocido que “City” es su favorito.
–Porque
es el más complejo. En él hay cinco libros. La construcción es genial.
Algunas partes son geniales. No he escrito nada mejor. Pero siempre dije
que es el libro que yo encuentro más bello desde el punto de vista de
cómo lo he escrito. Otra cosa son las historias; la historia más bella
que he contado creo que es Novecento .
–Ha dicho que no le gusta hablar de sus libros.
–No amo hablar de mis libros. Después de mi primera novela, Tierras de cristal ( Castelli di rabbia , en italiano), comprendí que cada palabra de más, respecto a las que ya fueron escritas, era inútil.
–¿Existe el método Baricco?
–El único método es no tener reglas.
–Sin embargo, fundó una escuela de narración para enseñar algunas reglas. ¿Qué sentido tiene revelar el secreto de su éxito?
–Para
mí es natural. Si sé algo, me sale enseñárselo a alguien. Esta escuela
la fundé a los 35, los alumnos tenían 30, casi no había diferencia entre
ellos y yo. Me gusta aprender. Es algo que encuentro bello y hasta
erótico. Como sabían bien los griegos, la relación maestro-alumno es una
relación sustancialmente erótica. Eso no quiere decir que en esta
escuela vamos todos a la cama. No es una regla de la escuela. Pero
entiendo a los escritores que no quieren enseñar.
En una bella columna publicada en 2011 en el diario La Repubblica,
Baricco le enseña a su hijo mayor la idea de libertad. “Encontré tarde
a la mujer que me convenció de tener hijos pero por suerte los tuve.
Soy padre de dos varones muy divertidos –dirá Baricco algo incómodo por
el tinte privado que va adquiriendo la conversación–. Creo que es
necesario tener hijos. No sé cómo escribí libros antes de comprender lo
que es un padre, un hijo, un nacimiento, una madre. En mis libros no hay
madres, no hay padres. Es un poco como el mundo de Walt Disney.”
–Cuando
en febrero de este año Matteo Renzi asumió como primer ministro de
Italia le ofreció el ministerio de Cultura y usted dijo que no. ¿Por
qué?
–Dije que no porque tengo una vida que me gusta y quiero
seguir adelante con ella. Lo lamento porque era una gran ocasión de
trabajar con un hombre que tiene buenas ideas y era una linda
oportunidad de intentar cambiar la parte de Italia que tiene que ver con
la educación y la cultura. Pero hubiera tenido que dejar la escuela de
narración, hubiera tenido que dejar de escribir libros. Tengo, además,
dos hijos con los que me gusta estar, tengo un padre de 85 y no sé por
cuánto tiempo podremos andar juntos por ahí. Es una lástima. Pero
prefiero seguir con mi vida tal cual está.
Anfitrión ante las cámaras
Se llama “Totem” el programa que Baricco volvió a estrenar en abril en
televisión, por Rai5. Como Virgilio en “La Divina Comedia”, una vez más
guió al público a través de los mitos de la literatura, el cine y la
música en esta reedición de aquella emisión que se vio en 1998 y 1999.
En realidad, “Totem” fue un espectáculo que Baricco y el dramaturgo y
director teatral Gabriele Vacis representaron durante dos años en los
teatros de toda Italia y que luego adoptó formato televisivo. “Llená el
teatro de gente joven que tenga ganas de maravillarse y aconsejales esta
música, aquel libro, esa obra de teatro, esta canción, pero
sacudiéndoles de encima lo escolástico e intelectual. Cada tanto buscá
explicarles cómo puede ser que algo sea tan bello, a pesar de que tal
vez fue creado hace siglos –dice Baricco–. Totem es ir al teatro para
encontrarse de frente con Carver, Shakespeare, Springsteen, Rossini,
Cèline, Homero, la Londres de Dickens, la locura de Schumann, la obra
maestra de Leopardi. Cosas así”.
Una escuela para narradores
“¿Qué podría querer más yo que traer estudiantes argentinos a la
Holden o ir a Buenos Aires a abrir una Holden allí?”, es la pregunta
retórica de Baricco.
La Holden –homenaje al joven Holden Caulfield
de Salinger– es la escuela (Storytelling & Performing Arts) que él
creó en Turín en 1994 y que desde el año pasado funciona en una ex
fábrica abandonada de bombas –Caserma Cavalli– de un barrio popular
reciclada al estilo de nuestros docks de Puerto Madero.
“La Holden
es una escuela de narración. Es imposible enseñar la creatividad pero
nuestro objetivo es dar los instrumentos, formar a los jóvenes para que
sepan narrar sirviéndose de diversas técnicas de las cuales nosotros les
proveemos los principios fundamentales. La escritura es una técnica
artesanal”, dice Baricco.
Por año ingresan sólo 180 estudiantes
que pagarán diez mil euros anuales y cursarán un binomio –las clases son
en italiano y en inglés– en alguna de las seis orientaciones que la
escuela ofrece. “Nuestros estudiantes no estudian sólo para convertirse
en escritores sino también directores, actores, historietistas,
periodistas, autores de televisión y de programas de radio”, aclara.
La aplicación es sólo online: www.scuolaholden.it.
Alessandro Baricco básico Turín, 1958. Escritor, director de cine y teatro.
Fue alumno de Gianni Vattimo y se graduó en Filosofía. Se inició como
crítico musical y en 1991 publicó su primera novela, “Tierras de
cristal”. Le siguieron “Océano mar” (1993), “Novecento” (1994), “Seda”
(1996), “City” (1999), “Sin sangre” (2003), “Homero, Ilíada” (2004),
“Emaús” (2009), “Mr. Gwyn” (2011), y “Tres veces al amanecer” (2012),
entre otras obras. Las novelas de Baricco oscilan siempre entre lo real y
lo onírico, y han sido traducidas a más de veinte idiomas. Es además
director de cine, ha montado obras de teatro y conducido varios ciclos
en televisión, como el que creó en 1994 dedicado a la literatura
denominado Pickwick, en el cual se trataban tanto la lectura como la
escritura, junto con la periodista Giovanna Zucconi. Es columnista de
diarios y revistas. En 1994 fundó en Turín la escuela de narración
bautizada Holden por el personaje de ficción de “El guardián entre el
centeno” de J. D. Salinger. Su último libro, “Una certa idea di mondo”
(“Una cierta idea de mundo”, 2013), aún no ha sido traducido al español.