Miles de jóvenes se apuntan a un género que ha encontrado una nueva forma de difusión fuera de los salones. La nueva poesía vive entre tatuajes y YouTube
No son cantantes, ni presentadores de televisión, sino poetas. Es el último domingo de la Feria del Libro de Madrid,
y las vallas están fuera para ordenar la fila, que apenas empieza a
formarse junto a la caseta donde firmarán. Cristina, de 17 años,
descubrió los versos de Escandar Algeet en un vídeo de YouTube
—“es romántico y ha sufrido por amor, pero no es ñoño”, dice para
explicarse—, ha venido temprano, a pesar del calor, con su amiga Silvia,
esa que busca poemas para descargar —“incluidos Bécquer y Neruda”—. La
cola frente a la caseta crece, la mayoría son chicas, groupies
poéticas que con sus móviles y a través de las redes diseminan y
comparten versos y fotos. Silvia y Cristina han logrado sacarse una con
el autor de Alas de mar y prosa,un
palentino que estudió cine y arrancó escribiendo en un foro del grupo
Extremoduro de forma anónima, antes de caer en un bar de Malasaña,
Bukowski, donde el propietario, Carlos Salem,
organizaba lecturas de poesía a las que cualquiera podía sumarse. Seis
años después su poemario va por la quinta edición y se ha convertido en
el superventas de la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker. Este sello, con un catálogo de 20 libros, lo puso en marcha otro poeta que frecuentaba el bar, Marcus Versus:
“Hace seis años llevábamos los ejemplares a cuestas para intentar
colocarlos en las librerías y hoy nos llaman para pedirlos. Es un cambio
positivo y lo será aún más si ayuda a despertar interés por otros
autores”.
En la caseta de la feria, con bandana y camiseta negra, Salem,
argentino radicado en Madrid, autor de una serie de novelas negras y
tres poemarios, ofrece una sucinta explicación de sus libros a un
comprador: “Este es como Cortázar pero con sexo, este otro es más
social”. Las pasiones que despierta #Follamantes,
su último título, aún le sorprenden. Dice que contiene “poesía erótica
bastante fuerte”, pero esto no ha sido impedimento para que multitud de
matrimonios se acerquen a comprar el volumen para sus hijas
adolescentes, que ya leyeron los versos en Internet. “Me dicen que
peores cosas ven en televisión”, comenta Salem. Recibe fotos de tatuajes
con sus poemas y tiene más de 43.000 seguidores en Twitter. Junto a
Escandar y a Versus han llenado auditorios y cafés por toda España.
Batania Neorrabioso, cuyas pintadas poéticas han quedado recogidas en La poesía ha vuelto y yo no tengo la culpa (descrito por el autor como 340 páginas con 75 pintadas, 66 poemas, 49 tuits, 47 meteoros, 9 artículos festivos, 8 convocatorias y 25 relatos); y el cantautor Marwan Abu-Tahoun Recio con La triste historia de tu cuerpo sobre el mío, forman también parte de este fenómeno que se expande por la web a través de blogs, tuits, tumblr y YouTube, y llega a las librerías mucho después, impulsado por pequeños sellos como Noviembre, Origami, La bella Varsovia, El Gaviero, Arrebato Libros, Kriller 71 o Ediciones Liliputienses.
Quizá las pequeñas editoriales dedicadas a la poesía no sean una gran
novedad, como tampoco la creación de efímeras y bellas revistas, pero
los nuevos canales virtuales se inundan de poesía inédita y crean un
punto de encuentro infeccioso.
“A los 15 años no es raro escribir poesía, pero en la era de Facebook, eso se comparte”, apunta el peruano Leo Zelada,
que acude a esta red social para conectar con poetas a los que invita a
las lecturas que organiza en Madrid. En una de ellas, el pasado junio,
en el estrecho bar Diablos Azules,
no quedaba un sitio libre mientras Zelada ofrecía una lección rápida de
análisis de textos a modo de presentación, hilando en una misma frase
los términos churrigueresco, neobarroco y metapoesía, palabras que no
apelan, en principio, al público de masas y que a duras penas se ajustan
al límite de los 140 caracteres de Twitter. Pero da igual, hay un
público joven receptivo ante la poesía, sin miedo a fórmulas híbridas y
experimentales, deudoras de las vanguardias. ¿Es éste un fenómeno
juvenil? “Es joven porque esa es la generación que entiende la Red y ha
crecido con ella, pero no van a desaparecer cuando cumplan años. Hay muy
buenos jóvenes premiados, que empezaron en internet como Berta García Faet o Guillermo Morales”, dice Carlos Pardo, poeta que puso en marcha en 2004 el festival de Cosmopoética, convocatoria que demostró que era posible llenar los bares y plazas de Córdoba con el reclamo poético.
El poeta Eduard Escoffet
lleva más de una década organizando eventos y festivales en el CCCB,
entre otros lugares, y ha visto en primera línea cómo la resistencia ha
ido cediendo hasta incluir mundos poéticos más desconocidos. “Se ha roto
la diferencia entre poesía de corte más tradicional y nuevos formatos. Y
se ha dado un vuelco a la imagen que se tenía de la poesía, que hoy
está casi al mismo nivel que el teatro o la danza. El cambio importante
es la normalización de propuestas de vanguardia, de la poesía concreta,
visual o sonora; la discusión sobre si algo es o no poesía está pasada.
Gana la convivencia”, apunta. “Leemos o consumimos cultura de forma
fragmentaria y ahí entra la poesía con sus distintos formatos”. Desde el
uso que la publicidad ha hecho de fórmulas poéticas, hasta la sonoridad
y proximidad con la música, ímplicita en la poesía, el contacto del
gran público con este género ha tomado muchas derivas. Ahí están las
rimas y el repentismo, el rap y el spoken word —Edwin Torres maestro del Bowery Poetry Club de Nueva York y el poeta Urayoán Noel
son dos nombres fundamentales en esta escena —. Escoffet enmarca el
fenómeno actual dentro de una tendencia más amplia: la atomización de la
cultura, y cómo la distancia entre lo masivo y lo minoritario se va
acortando.
En 2009 una estadounidense en Barcelona puso un anuncio para buscar
poetas. Quería trasplantar a esta ciudad el burdel poético que habían
creado un grupo de jóvenes en Nueva York en 2006, unas peculiares
lecturas que ofrecían un tú a tú con el autor de los versos; poesías por
dinero. La actriz y poeta Sonia Barba llegó al barco donde se celebraba
una de estas lecturas barcelonesas y puso en marcha el prostíbulo
poético en español, que este año ha estado una vez por semana el Teatreneu. El burdel cuenta con 10 franquicias
que se expanden desde Bogotá hasta Nueva Orleans y su dinámica consiste
en una lectura general y luego los privados a un euro por poema. Barba
es la madame que dice que sus chicas, de muchas nacionalidades, la abandonan cuando se echan novio. Los poemas quedan recogidos en el Libro Rojo (Canalla Ediciones).
La poesía estalla en las redes sociales y un nuevo público abarrota
festivales y lecturas, compran libros de versos que vieron la luz en la
Red, en blogs, en tumblr. Irene X, una de las estrellas de la nueva constelación, habla de un boom de lectores más que de poetas. Ella llegó a este género gracias a su padre que le pasaba libros. En 2008 arrancó su blog y dos años después superó sus reservas y empezó a publicar allí sus poemas. En septiembre sacó su primer libro, El sexo de la risa (Origami), porque sentía que esa etapa ya estaba cerrada Ya prepara el siguiente: Grecia.
Crece el mundo virtual y aumenta el reclamo del directo. Los recitales hoy se llaman jam, y los libros que se publican son más un colofón que un pistoletazo de salida. ¿La poesía está de moda? Alan Mills,
poeta guatemalteco afincado en Berlín, recuerda, en una conversación
vía Skype, cómo hubo un tiempo en el que las estrellas de rock copiaron
los nombres de poetas (Bob Dylan por Dylan Thomas, The Doors por un
verso de William Blake) y se apropiaron de la poesía. La idea de que el
número de sus seguidores en Twitter llegue a 45.000 le parece que sería
“algo enfermo”; la comunidad de lectura que él imagina tiene más que ver
con compartir estrategias, autores y obsesiones. Más paraíso de nichos
que fenómeno de masas.
Hay un público joven receptivo, sin miedo a fórmulas híbridas y experimentales, deudoras de las vanguardias
Casi toda la poesía que Mills lee es a través de Internet y allí
encontró a los autores que más le interesan. Un ejemplo: el maestro John Ashberry, con cuyo trabajo se topó en una revista virtual mucho antes de comprar sus libros. Pero es en Twitter donde Mills
ha encontrado, además de un buen medio de difusión, chispazos poéticos
que entroncan con una tradición. “Caben ironías, chistes, antipoemas que
han mutado en antituits o pequeños engaños que implican la creación de un personaje que habla a través de la cuenta”. Parece que Nicanor Parra y Monterroso
se adelantaron porque la ironía, el cinismo posmoderno o el poeta
personaje que se burla de su propia poesía tienen un terreno fértil en
los 140 caracteres. Ahí está la etiqueta/hashtag #poetuit que Mills usa de forma burlona para justificar un arrebato poético. Eso sí, los tuits que tocan alguna fibra los guarda para futuros poemas, como el que dio título a su libro Pasan poesía por la televisión apagada, publicado en 2013 en Ecuador.
A la micropoeta Ajo la definición de su trabajo que más le gusta se la dio un amigo ilustrador: una mezcla entre Lou Reed y Gloria Fuertes. Entre sus influencias cita a Alejandra Pizarnik y a Clarice Lispector, y su trabajo conecta con greguerías y aforismos. Su Micropoemas 4, (Arrebato Libros)
publicado este año, estuvo entre los cinco más vendidos —“y yo era la
única viva, porque en el resto de la lista estaban todos muertos”,
comenta divertida—. Sentada en La Realidad, el bar que fundó en
Malasaña, y con su perra Musa merodeando, Ajo cuenta que viene
del mundo de la música, tuvo una banda y escribió letras, cuando se
disolvió tomó la deriva de la micropoesía. Y en aquel momento, si
buscaba el término en Google, el corrector insistentemente sugería
sustituirlo por micropene. Ella se propuso cambiar esto y se subió al
escenario para defender el microgénero. Hoy cuenta con 15.000 seguidores en Twitter y miles de visitas a sus vídeos. Tiene un podcast, montó un sello (Por Caridad Producciones), en el que publicó el primer disco de Accidents Polipoetics,
y organizó el festival Yuxtaposiciones en Madrid durante una década.
Así que a Ajo le interesan las formas híbridas, la poesía performativa,
que prefiere llamar polipoesía e incluye imágenes, música, puesta en
escena. Internet, ¿qué ha traído? “Bueno, al haber canales de difusión
de fácil acceso la gente se anima a exponerse con desigual fortuna”,
reflexiona. Uno de sus micropoemas reza:
“Inmensamente proporcional
—veo, veo
—¿qué ves?
—pues en general:
mucho gusano y poca mariposa”.
¿Es éste un efecto colateral de la nueva ola? Carlos Zanón, que publicó en 1989 El sabor de tu boca borracha,
su primer poemario, cree que la poesía mantiene su mala salud de
hierro, como género minoritario y resistente. Al final, recuerda este
crítico, la diferencia entre el mejor poeta y el peor puede ser de
apenas 300 ejemplares. “No hay muchos cambios respecto de épocas
anteriores, salvo que hay una nueva generación que prescinde del libro
para recitar, y que las redes han acabado con el filtro entre lo que el
autor cree imprescindible publicar, y lo que el lector merece leer. La
parte positiva es que conoces a poetas que no conocerías, y la negativa
es que hay una cantidad excesiva de mala poesía”.
La joven poeta y editora Luna Miguel
cada día se sumerge en la Red para descubrir poesía, un hábito que
califica de friki.Photolog y Myspace fueron donde echó los dientes,
antes de que llegaran Facebook, Twitter e Instagram.
En 2006, con 15 años, pasó un año en Niza y decidió empezar un blog
para contar sus experiencias. Buscaba a gente de su edad con quien
compartir sus inquietudes poéticas, jóvenes que como ella leyeran a los
clásicos sin estar desencantados. Diez libros y la edición de tres
antologías de poesía de su generación avalan su trayectoria, que también
incluye el haber sido incluida en YOLO (You Only Live Once), el libro autoeditado por un colectivo estadounidense que lidera Steve Roggenbuck,
el rey poeta de YouTube, cuyas declamaciones filmadas de forma
rudimentaria le han convertido en una estrella, y a quien Luna define
como un juglar moderno. Los autores de YOLO colaboran con tuits, tumblr, snapchats.
“Hay un cambio de mentalidad. Los editores encuentran belleza y poesía
en terrenos no necesariamente poéticos. Por otro lado, el movimiento Alt Lit se refiere a autores que no se preocupan por el mundo editorial sino por Internet”.
Crece el mundo virtual y aumenta el reclamo del directo. Los recitales se llaman ‘jam’, y los libros son un colofón
¿Hasta qué punto el medio cambia la forma de hacer poesía? Luna
señala las frases breves, la hibridación del género, que resulta más
desenfadado e íntimo. “Es curioso que ante tanta tecnología la nueva
poesía trate temas tan viscerales. También hay mucho feminismo”. Y más
allá de la temática surgen nuevas ideas relacionadas con la tecnología,
próximas al arte, como el proyecto del mexicano Eugenio Tiselli,
cuyo programa de ordenador permite componer un poema a través de un
sistema que traduce un primer verso al inglés, y busca sinónimos que va
retraduciendo en distintas combinaciones. El arte se acerca a la palabra
y la poesía responde: al fin y al cabo, es un género especialmente bien
dotado para la mezcla, la brevedad, la intensidad y el presente.
Ante las voces que hablan de la democratización de la poesía y de la rotura del statu quo, sobran los ejemplos de poetas que eran desconocidos y muy jóvenes antes de ser conocidos: ahí está Claudio Rodríguez que con Don de la ebriedad se alzó con el Adonis con 19 años, o Neruda que con 20 sacó sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Pero Luna aporta un matiz importante: “Antes el reconocimiento que
recibían los poetas que despuntaban venía de los que ya estaban. Hoy la
poesía está llegando a otros sitios, es una especie de fenómeno”. A ella
la pararon en el festival Sónar unos anónimos seguidores de Instagram, y
reconoce que saber que un post lo leerán 20.000 personas le da
cierto vértigo: “No es que los textos sean mejores, es que es un gran
megáfono. Antes, los movimientos de renovación no llegaban al público de
forma tan bestia”.
Quizá a los personajes de ficción de Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, real visceralistas, hoy habría que buscarles en la Red. Allí podría encontrarse la verdad que se escondía en la ficción sobre los infrarrealistas
en los que se inspiró; se vería que las apasionadas y enconadas peleas
poéticas han pasado a mejor vida o a una sola mañana de discusión en
Facebook; y, sobre todo, se podría constatar, como dice el guatemalteco
Mills, que “ahora todos somos malditos. Lo maldito es ser bendito”.