sábado, 30 de junio de 2012

Ciclo: Una imagen necesita más de mil palabras

Literatura y cine colombianos

Satanás, la película

ópera prima de Andy Baiz, director colombiano





Andrés Baiz Ochoa, más conocido como Andy Baiz (Cali, Colombia, 1975) es un director de cine, su primer largometraje Satanás (2007), basado en el libro del mismo nombre, ganó el premio a mejor película y mejor actor en el Festival de Cine de Montecarlo1 y ha sido invitada a participar en el Festival de Cine de San Sebastián.2 Su cortometraje La Hoguera fue seleccionado para participar en la 60ª edición del Festival de Cine de Cannes3.
Andrés Baiz nació en Cali, Colombia en 1975. Ha dicho al diario colombiano El Espectador que entendió que viviría para el cine cuando comenzó a proponerles a los profesores de su colegio hacer las tareas en video y no escritas. Estudió Producción y Dirección de Cine en la Universidad de Nueva York (NYU) - Tisch School of the Arts donde también realizó un diplomado en Teoría del Cine. Después de graduarse fue apadrinado por el director de cine Francés Raphael Nadjari y junto con él produjo 4 cortometrajes de terror. Desde 2001 hasta el 2004, Baiz fue director, productor y editor de la empresa de producción Centro-Films Ltd, con base en Nueva York. Fue también crítico de cine durante los años 2001-2004 para la revista LOFT. Ha trabajado en el departamento de producción de los largometrajes Bringing Out the Dead, Zoolander, Cremaster 2, Maria Full of Grace y The Fittest. Como director ha dirigido 5 cortometrajes, 3 videos musicales, 1 documental. Su cortometraje Hoguera participó en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2007, en el cual el cine colombiano salió muy elogiado gracias a los esfuerzos de los realizadores jóvenes (Ciro Guerra, Javier Mejía, Carlos Moreno). Dice que comparte del actual movimiento del cine colombiano el humor, la mamadera de gallo y la pasión desbordada por crear. Después de su primer largometraje, Satanás, adaptado de la novela del escritor colombiano Mario Mendoza, Baiz promociona La Cara Oculta. Directores a quienes admira: Howard Hawks, Luis Buñuel,Jean Renoir, Sidney Lumet y Martin Scorsese.
Satanás es el primer largometraje de Baiz estrenado en junio de 2007 y protagonizado por el actor mexicano Damián Alcázar; está basado en el libro de Mario Mendoza que a su vez se basa en los hechos ocurridos en el restaurante El Pozzeto de Bogotá donde el 5 de diciembre de 1986 un excombatiente de la guerra de Vietnam llamado Campo Elías Delgado masacró a varias personas que se encontraban en el lugar después de haber asesinado a su madre. La película recibió el galardón a mejor película y mejor actor en el Festival de Cine de Montecarlo,4 en Colombia ha recibido varias críticas favorables y algunas desfavorables5
El cineasta la describe como una "fábula siniestra que habla de la imposibilidad del amor cuando este se enfrenta a nuestra naturaleza más terrenal. La película muestra los riesgos de poner a prueba el amor de tu pareja". El guión final de "La cara oculta" es el resultado de la adaptación que hizo Baiz y su amigo Javier Gardeazábal del guión escrito por Hatem Khraiche Ruiz-Zorrilla. Es una película muy bien lograda técnicamente que mantiene el interés y agita al espectador. Protagonizada por la colombiana Martina García y los españoles Quim Gutiérrez y Clara Lago, La Cara Oculta muestra una Bogotá "sofisticada, elegante y seductora" y es un thriller terrorífico, una historia de celos, culpa y venganza que consigue mantener el suspenso y retrata las pasiones femeninas. Producida por la Fox. La productora colombiana involucrada es Dynamo.
Satanás, la película. Andy Baiz. Director. Reparto. Marcela Mar. Damian Alcázar. Blas Jaramillo. Marcela Valencia. Guión: Andy Baiz. Productora: Dynamo producciones.
Fuentes: Wikipedia.satanaslapelicula.com

La soledad del Che Guevara

"La ganancia política para el lector de esta novela,  está en reconocer el lado humano, profundamente humano, y de fracasos, de una  icónica figura histórica,  de un idealismo revolucionario extremo, cargada de heroísmo, y necesidad de cambio profundo"
Ernesto Guevara de la Serna, también llamado El Che. foto:archivo. fuente:elespectador.com
Portada Método práctico de la guerrilla, de Marcelo Ferroni.


 Cuando leí el título de esta novela, ópera prima de Marcelo Ferroni, escritor brasileño, me llamó muchísimo la atención la escogencia del nombre, porque en estos tiempos difíciles de auge y plena derechización del mundo capitalista y planetario, donde el discurso político del Che, se ha asimilado, ya no como una guía para la acción armada, sino en una creciente nostalgización de su ideal idílico del llamado Hombre Nuevo en la Revolución, que está registrado desde las camisetas con su efigie, que usan los  jóvenes roqueros como conspicuos ejecutivos y nada pasa… También comprendí que el autor lo que quiso hacer desde el título,  fue ironizar con la gesta subversiva,  y sobre todo, con el método práctico de la guerrilla, que el propio Che entronizó como un manual de insurrección. Empezaban los tiempos de las sistematizaciones con las instrucciones político-militares para hacer la revolución.
Pero de esto no trata la novela. El autor Ferroni, se vale y se concentra con una documentación exhaustiva, para contarnos, con esos testimonios históricos,  las minucias domésticas, de todos los personajes/personas, profundamente humanas en un tono de suspenso acumulativo, con una prosa funcional y directa, sin ampulosidades de verbo ni florituras con el lenguaje, (cabe destacar aquí que es una traducción del portugués brasilero, hecho  en un español, donde nos disuena bastante a nosotros lectores latinoamericanos, el vaís o el vosotros, pero el texto no contiene tanto y se deja leer bien en este aspecto del regionalismo que sufre la lengua del castellano-español)  los últimos combates de la travesía  de Ernesto Guevara de la Serna también llamado El Che, por llevar a cabo su proyecto político-revolucionario de la revolución continental desde el frio altiplano boliviano.
El personaje histórico es reconstruido, en una especie de collage especial, de rompecabezas, de puzzle de comentarios con la indagación desde los diversos testimonios directos de los involucrados en sus días finales.
 El Comandante tiene que vérselas, y sufrirlas  todas, en soledad, asmático, malhablado y grosero siempre autoritario con todos sus subalternos; con una desorganización de cuadros, donde cada uno de estos  guerrilleros, quería figurar, pues la cercanía con el personaje,  ya de por sí célebre entonces y de ascendiente famoso, le daban un cariz icónico y de hito histórico, pues, al fin la cuadrilla de la guerrilla guevarista estaba tratando, o trataba de crear:  uno, dos, tres Vietnams, en  Latinoamérica,  para prender  la chispa que nunca encendería la pradera de la revolución continental, para así dar al traste con el imperialismo norteamericano opresor, la explotación capitalista, y la lucha de clases. Pero este objetivo revolucionario guevarista, se va acumulando de imposibles en la situación concreta, que no se sabía en qué  momento ni bajo qué fuerzas adversas. O sí las había:  eran de índole personalista, de malos entendidos de los burócratas del PC boliviano; la figura mítica de  Mario Monje desdice muchísimo aquí de su función colaboradora de esta gesta; de unos mismos cuadros dirigentes, ansiosos de figuración ideológica- recuérdese que estamos, dentro del contexto histórico de la época, con varias líneas ideológicas, y esos cuadros no estaban ajenos a seguirlas: línea Pekín, línea, Moscú, etcétera- que desean realizar un cambio profundo en  la estructura social, pero no estaban con las condiciones sociales plenas para desarrollar una insurrección popular, al estilo del foquismo cubano, creación  original fidelista de esa combinación de todas las formas de lucha revolucionaria.
En la medida del desarrollo del relato con toda la minucia de las mezquindades humanas de todos los personajes/personas de la gesta del fracaso guevarista de su método de la guerrilla. El personaje central/persona, El Comandante como suele ser llamado durante la narración, queda siempre en un trasfondo oscuro y de opacidad histórica para que el lector, vaya haciendo un distanciamiento brechtiano; llamémoslo, con esos días aciagos, “días negros” escribe el propio Che en su diario.
Todos los pasos malhadados de todos los personajes/personas, en llevar la contraria con sus decisiones, por cotidianas o simples, van creando el llamado efecto mariposa, para ir empeorando las actividades de la gesta revolucionaria guevarista. La misma postura orgullosa y soberbia del Comandante, que siempre se muestra ausente, y ajeno, sintomático de su última aventura africana de otro fracaso revolucionario, ayudan a ese final trágico. Donde la claridad por cambiar las cosas, o el estado de esas cosas se hacía sin chitar pero de mal en peor…
 Tania, que asimila y milita claramente con el discurso de la revolución, y su transformación social pero cuyo accionar desde su género también fracasa en un posible amor de verano revolucionario hacia el Che. Habría que recordar aquí el ascendiente que el propio Che tenía hacia la contraparte de las féminas.
El personaje Joáo Batista, el joven “burgues” brasileño va creciendo en importancia dramática dentro del relato. Habría que señalarlo si es porque el autor quiere que un personaje de su nacionalidad, tenga un brillo especial en su relato ficcional de la gesta revolucionaria del Che Guevara. Yo me digo que era posible, en esos tiempos de ideales plenos de construir la Utopía de la Revolución.
 La ganancia política para el lector de esta novela,  está en reconocer el lado humano, profundamente humano, y de fracasos, de una  icónica figura histórica,  de un idealismo revolucionario extremo, cargada de heroísmo, y necesidad de cambio profundo, que asimilo individualmente la divisa marxista  del internacionalismo proletario, llevada en la práctica social hasta sus últimas consecuencias.
Esta  novela trata de esto y su fracaso humano también.
Método práctico de la guerrilla
Marcelo Ferroni
Traducción de Roser Vilagrassa
Alfaguara
232 páginas

viernes, 29 de junio de 2012

jueves, 28 de junio de 2012

Concurso de cuento y narración oral para adultos mayores

La Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá-BibloRed, invita a todos los adultos mayores de 60 años a participar en la segunda versión del Concurso Nacional de Cuento y Narración Oral Historias en yo mayor, hasta el 25 de agosto de 2012, los cuentos se recibirán en cada una de las bibliotecas de BibloRed
A escribir las Historias Mayores. foto.fuente:biblored.edu.co

El certamen es un espacio para descubrir, difundir y reconocer las diferentes voces de los mayores que viven en nuestro país. Además, los interesados en concursar recibirán asesoría por parte de los promotores de lectura, de las bibliotecas de BibloRed.
El concurso que será de tema libre, tendrá dos categorías: cuento y narración oral. Las tres mejores propuestas en cada categoría, recibirán premios en efectivo: (Primer Lugar: $1.000.000 -Segundo Lugar: $700.000- Tercer Lugar: $500.000).
Además, los 3 mejores cuentos aparecerán en la Antología del 2do Concurso de Cuento y Narración Oral Historias en yo mayor, una publicación de circulación gratuita y en DVD que recogerá los ganadores en la categoría de Narración oral.
El Concurso Nacional de Cuento y Narración Oral Historias en yo mayor, es organizado por la Fundación Saldarriaga Concha y la Fundación Fahrenheit 451, en alianza con La Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá-BibloRed.
BASES DEL CONCURSO
Quiénes pueden participar
Personas mayores de 60 años que vivan en Bogotá, Cali, Medellín o Cartagena, en el área urbana o el perímetro rural.
Quiénes no pueden participar
Personas menores de 60 años.
Las personas naturales que tengan vínculos de parentesco hasta el tercer grado de consanguinidad, tercero de afinidad, primero civil, compañero o compañera permanente de los miembros de las instituciones organizadoras del concurso.
Los parientes de las personas que formen parte del jurado hasta el tercer grado de consanguinidad, tercero de afinidad, primero civil, compañero o compañera permanente.
1. Requisitos para participar
Cada participante podrá participar en sólo una categoría. Si entrega más de una obra para una misma categoría será descalificado.
La obra deberá ser inédita.
Con la inscripción de la obra, se asume que la obra es propiedad de quien la presenta; las consecuencias legales de cualquier plagio, corren por cuenta del participante.
Los relatos enviados deberán ir acompañados del formulario de inscripción con la declaración de cesión de derechos de autor firmada, dejando la obra para libre uso de los organizadores (Fundación Saldarriaga Concha y Fahrenheit 451), en el marco del concurso, quienes a su vez se comprometen a informar oportunamente a los autores sobre el uso que se le vaya a dar a su obra y a dar los créditos respectivos.
2. Categorías
Cuento Escrito:
Tema libre.
El cuento no podrá tener una extensión menor a media página carta y no mayor a 3 páginas, escritas por una sola cara en máquina de escribir o computador, espacio sencillo.
En caso de presentarse el cuento a mano, no podrá tener una extensión mayor a 3 páginas. Además, deberá tener letra legible, preferiblemente imprenta (despegada), pues en caso de que el jurado no consiga entender el texto, quedará descalificado.
Cómo presentar y entregar la propuesta
El cuento impreso, junto con una fotocopia de la cédula y el formato de inscripción de la obra, deberá depositarse en un sobre en la urna ubicada en su biblioteca pública más cercana (Ver listado de bibliotecas), hasta el sábado 25 de agosto de 2012, antes de las 5 pm.
El sobre deberá estar marcado así:
Concurso de cuento y narración oral HISTORIAS EN YO MAYOR
(Categoría: Cuento o Narración Oral)
(Nombre del autor y/o Seudónimo)
Ciudad
Biblioteca en la que se inscribe
Narración Oral:
Tema libre.
La historia no podrá extenderse más de 3 minutos.
Para quienes deseen participar en esta categoría, durante julio y comienzos de agosto, los organizadores del concurso dispondrán de un horario único por biblioteca pública en los que un grupo de realizadores de video visitarán cada biblioteca que hace parte del proyecto (Consulte el horario de grabación en su biblioteca más cercana)
Cómo presentar y entregar la propuesta
Cada participante deberá acudir a su biblioteca más cercana para conocer el día único de grabación. En esa fecha deberá presentarse con una fotocopia de su cédula y llenar el formato de inscripción con el código asignado por el equipo de video.
3. Sobre los premios de los ganadores
En cada ciudad se realizará un lanzamiento de la Antología del 2do Concurso de cuento y narración oral HISTORIAS EN YO MAYOR y se entregará un premio en efectivo al primer, segundo y tercer puesto de cada categoría, según se explica a continuación:
1. Primer Lugar: $1.000.000 por categoría (en cada ciudad)
2. Segundo Lugar: $700.000 por categoría (en cada ciudad)
3. Tercer Lugar: $500.000 por categoría (en cada ciudad)
La entrega de los premios se hará dentro de los ocho días siguientes al evento de lanzamiento realizado en su ciudad.
4. Sobre los jurados
El jurado para la selección de las piezas ganadoras estará conformado por personas cualificadas y reconocidas, quienes serán anunciados en el transcurso de la convocatoria.
La resolución del jurado será inapelable. Se concederá un único premio por relato ganador.
5. Causales de descalificación del concursante:
Que el participante no entregue completos los documentos solicitados.
Que el participante se inscriba y postule obras en las dos categorías y/o entregue más de una obra para una misma categoría.
Que la obra presentada no se ajuste a los parámetros expuestos en estas bases.
6. Etapas del proceso - Cronograma
Directorio de Bibliotecas de BibloRed para asesoría, información y recepción de cuentos.

Descargue aquíheight="38" el formato de inscripción de la obra.

Gabo está en todos sus cuentos

Gabriel García Márquez. Homenaje: 85.45.30*

Un solo volumen reúne por primera vez toda la narrativa breve del premio Nobel. El libro es el palimpsesto de todo lo que tiene que ver con Macondo
Gabriel García Márquez, según Agustín Sciammarella. foto.fuente: elpais.com
Gabriel García Márquez le dijo a Luis Harss, el autor de Los nuestros, la biblia del boom, que aborrecía sus primeros cuentos, los que escribió para El Espectador de Bogotá. Entonces era 1965, dos años antes de que apareciera Cien años de soledad, el que sería Nobel se alimentaba de hierbas y otras esperanzas, y escribía como un poseso mientras hacía cine, periodismo y cumplía otros ritos para alimentarse, para alimentar a sus hijos y para llevarle a Mercedes Barcha, su joven esposa, la tranquilidad que no tuvo el coronel de El coronel no tiene quien le escriba.
Cuando le dijo eso a Harss, García Márquez no hablaba en serio, y de hecho la historia no se lo ha tomado en serio cada vez que dijo que quería dar un escrito a las llamas. Ahora esos cuentos (incluidos en el volumen Ojos de perro azul, sobre todo), y muchos más, aparecen en un solo volumen por primera vez en la historia editorial del prolífico escritor lento de Aracataca. El libro tiene 509 páginas y ha sido publicado, como toda la obra de Gabo, por Mondadori. Está impreso en Barcelona, donde vivió el escritor (en la calle de Caponata), y donde pasan algunas de estas fábulas que despiertan a un muerto, y que por cierto están llenas de muerte, que es el ramaje en el que se desenvuelve, a grandes rasgos, la narrativa de este enorme cuentista.
Casi 30 años después de haberle dicho a Harss que él quemaría sus primeros cuentos, Gabo vino a Barcelona con un disquito (un disquete), pues ya hacía rato que se había pasado al ordenador. Traía ahí sus últimos escritos, y seguía contando cuentos. Ahí estaban sus Doce cuentos peregrinos, que cierran este volumen con algunas historias que, como el silencio que transmiten, y la sangre con que están escritos, producen escalofríos.
Ahí se advierte, mucho más que en todos los anteriores, hasta qué punto Gabo se ha servido, en la novela pero también en los cuentos y en la vida, de los artilugios que aprendió en el periodismo. Su cuento El rastro de tu sangre en la nieve, con el que se cierra este libro, es la esencia misma de su voluntad de narrar desde la realidad lo peor de los sueños. Una recién casada se hiere en el dedo donde lleva el anillo, pero sigue en un viaje que arranca en la ignorancia y termina... Bueno, tienen que leerlo, pues releer a García Márquez es leerlo por primera vez. Ese cuento en concreto está lleno de sus exageraciones, de sus mentiras, y de los trucos con los que amparó su periodismo. El profesor y novelista Pedro Sorela ha rastreado en el García Márquez periodista algunos hábitos que le sirvieron al narrador: el ritmo a veces requiere ciertos requiebros, así que alimenta datos inocentes con impares que le vienen bien, y que no destrozan la realidad (en la no ficción), y que la embellecen (en la ficción).

El escritor leía e imitaba a Kafka y a Joyce en sus inicios, según Harss
Ese cuento es algo así como la caja negra del libro, donde está el resumen de sus secretos. Dijo en 1991 (cuando fue con su disquito a la casa de Carmen Balcells) que ahora comprendía “por qué los abuelos contaban cuentos”: para oírlos. Y lo que sucede en este cuento es que uno ve el artilugio como si lo contara un abuelo: alguien le diría al pasar que una chica colombiana esposa de un dandi de coches de lujo se había herido en la noche de bodas, y que había hecho el viaje de bodas dejando un rastro de sangre en la nieve. La exageración cobró cuerpo en la mente que concibió Cien años de soledad y el cuento se lee igual que se leían esa novela o los artículos que, para ganar mano, escribió en los ochenta en EL PAÍS.
El volumen es el palimpsesto de su obra principal, todo lo que tiene que ver con Macondo. En Los funerales de la Mamá Grande, cuentos que fueron escritos en 1962, el narrador dice, en el inquietante La siesta de los martes: “Todo había empezado el lunes de la semana anterior (...). La señora Rebeca, una viuda solitaria que vivía en una casa llena de cachivaches, sintió a través del rumor de la llovizna que alguien trataba de forzar desde afuera la puerta de la calle. Se levantó, buscó a tientas en el ropero un revólver arcaico que nadie había disparado desde los tiempos del coronel Aureliano Buendía, y fue a la sala sin encender las luces. Orientándose no tanto por el ruido de la cerradura como por un terror desarrollado en ella por 28 años de soledad, localizó en la imaginación no solo el sitio donde estaba la puerta sino la altura exacta de la cerradura”.
La ambición de los cien años ya estaba descrita. “Macondo interesa no por lo que es, sino por lo que sugiere”, explica Harss después de escucharle hablar a Gabo en México sobre el proyecto que tenía. La crónica de ese proyecto está aquí, en muchos de los cuentos de ese largo capítulo de este volumen total, Los funerales de la Mamá Grande. A mediados de los sesenta, Gabo concedía que se había extralimitado, hasta entonces, con la combinación de sus ancestros literarios, había mezclado a Hemingway con Virginia Woolf y con Kafka, aunque ya se estaba decantando por Faulkner; antes, su amigo Álvaro Mutis le había arrojado Pedro Páramo, de Rulfo, para que se fuera enterando. Pero es cierto que en los cuentos que hubiera quemado (Ojos de perro azul, por ejemplo) esa atmósfera derivada de múltiples mezclas literarias ya hacen adivinar al Gabo que escribió Cien años de soledad. Lean, por ejemplo, La tercera resignación, de 1947: “Estaba pesado y duro aquel ruido. Tan pesado y duro que de haberlo alcanzado y destruido habría tenido la impresión de estar deshojando una flor de plomo”. Estaba dispuesto el joven Gabo, de todos modos, a dejarse provocar por las sensaciones que en literatura parecen la materia sentimental que da gasolina a los dedos. Se lee: “Pero de pronto el miedo le dio una puñalada por la espalda. ¡El miedo! ¡Qué palabra tan honda, tan significativa! Ahora tenía miedo; un miedo físico, verdadero. ¿A qué se debía?”. La vida fue llevándolo por una fábula más rítmica, que tuvo en ese libro, El coronel no tiene quien le escriba, el homenaje que le debía a Hemingway, y en Cien años de soledad el homenaje que le debía a Aracataca.
En aquel entonces leía e imitaba a Kafka y a Joyce (le dijo a Harss); se pasaba el día “truqueándolos”, con resultados negativos, “malabaristas”. La perfección (él es consciente de que la perfección era su objetivo) vino del ritmo, de la música. Muchas veces cita a sus compositores (Brahms, Bach), y se diría que cuando escribe trata de imitarlos. Si ahora se lee el libro combinando los cuentos de una época y de otra, los cuentos de los años cuarenta y aquellos que escribió ya en sazón, y de eso hace 30 años, uno ve que aquel que escuchó los cuentos en la cuna de Aracataca no paró desde entonces hasta hallar el ritmo con que los almacenó en su memoria de fabulador. La experiencia solo le ha dado historias. La música la lleva en las venas.
*85 años de Gloria. 45 años de la publicación de Cien años de soledad. 30 años del atorgamiento del Premio Nobel de Literatura. Homenaje. Café Literario Bibliófilos: El coronel no tiene quien le escriba. Durante el mes de Julio.

¿Qué es un hombre?: intelectuales y psicoanalistas analizan la nueva virilidad

Intelectuales como Georges Vigarello, Jean-Jacques Courtine y Alain Corbin aseguran que la virilidad es un atributo en decadencia. La pregunta freudiana ¿qué quiere una mujer? parece haber cambiado por ¿qué es un hombre? Algunas reflexiones de psicoanalistas y del escritor francés Philippe Sollers al respecto
En 1998, el sociólogo Pierre Bourdieu escribió una frase lapidaria: “La virilidad, entendida como capacidad reproductiva, sexual y social pero también como aptitud para el combate y el ejercicio de la violencia es, ante todo, un peso”. Sin caer en una sociología “feminista” que elogia la empatía, la capacidad de emprendimiento y la autonomía económica y formación intelectual de las mujeres, es cierto que el peso específico de los hombres en la dirección de la cultura contemporánea ya no tambalea sino que cayó por su propio peso. Los efectos son múltiples (y siempre singulares) aunque ciertas correlaciones destacan –entre los antiguos amos– un aumento de las depresiones, poca resistencia para soportar la equivalencia o la prescindencia, así como el disparatado protagonismo que tienen en los episodios de violencia de género, cada vez más habituales, en los países industrializados y en los otros.
La psicoanalista (y codirectora de la revista Registros, cuyo último número está dedicado a los hombres), Gabriela Grinbaum, es clara: “Lo vemos, es fenoménico. Los hombres hoy corren a las mujeres del espejo para mirarse ellos. ¿Qué pasó? Cuando nos encontrábamos en el régimen del Nombre del Padre, cuando el Otro contaba con una consistencia tal que no requería de la multiplicidad de identificaciones para responder a la pregunta ¿qué es un hombre?, la cosa era más clara. Hoy los medios dictaminan líneas identificatorias. Estamos en la “hipermodernidad”, como dijo Jacques-Alain Miller tomando a (Gilles) Lipovetsky. La igualdad laboral, incluso el dominio de las mujeres en las empresas, en el mundo, las mujeres presidentas, todo eso modificó el lazo entre unos y otras. Hay algo amenazador para muchos hombres que se enfrentan con estas mujeres, “las nuevas patronas”, como las bautizó Ernesto Sinatra. Estas mujeres que intimidan a los hombres invitándolos a sus departamentos, a tener sexo... Es un rasgo de la época. En ese sentido, existe una cierta inversión: el hombre es tomado como objeto sexual. Y muchos no lo soportan”.
Carlos Gustavo Motta, psicoanalista y docente arriesga que “la época cambia. Sabemos que el significante Nombre del Padre se encuentra devaluado y eso, traducido a lo cotidiano, muestra la dificultad del hombre por insertarse en la dimensión simbólica. Hasta el superhéroe muestra sus estigmas cuando declara, como Linterna Verde, que es gay. Y en el film de Steve McQueen, ‘Shame’, el protagonista sólo confiesa sus debilidades y muestra su fuerza en la cama, hasta que se enamora y este afecto, cual kriptonita para Superman, lo vuelve impotente”.
También psicoanalista, Adriana Rubistein constata algunos “problemas” que obsesionan a los hombres contemporáneos: “Se podría hablar de una virilidad en el plano identificatorio, en donde cada época ofrece una combinación simbólico-imaginaria de los atributos masculinos. Pero no puede confundirse la virilidad sólo con eso y mucho menos confundir la virilidad con el machismo, que de hecho funciona como una impostura. Tener que demostrar que se es muy macho hace sospechar una fragilidad de la virilidad. La virilidad en un plano más real pone en juego el problema de cómo un hombre se las arregla con el otro sexo partiendo del hecho de que ‘no hay nada escrito sobre la relación sexual’, que hay un imposible, que es necesario inventar. La relación del hombre con el falo, con el objeto y con el Otro sexo permite entender las distintas soluciones que pueden encontrarse. Para acercarse a una mujer es necesario que el hombre apueste, juegue su castración, y esta época se caracteriza por un rechazo de la castración que afecta la posición viril (del hombre) y su relación con las mujeres. Pero es una época en que también hay una caída del Nombre del Padre, una pluralización y una pérdida de las referencias que hacían que la virilidad pudiera sostenerse. La virilidad, en esta perspectiva, está ligada al Nombre del Padre, y su crisis da lugar a una feminización. ¿Qué vemos? Que los hombres parecen haber perdido los sostenes imaginario-simbólicos que les aseguraban virilidad, que pierden la iniciativa frente al encuentro sexual y esperan que las mujeres lo hagan por ellos”.
Y Motta insiste: “Presenciamos el auge de lo que Lacan llamó ‘la ética del soltero’, de la que el propio Kant prescribió la exclusión de la mujer, estrategia de erradicación de lo femenino y acrecentamiento del concepto Uno (ese que atraviesa el Seminario ‘…o peor’): una mujer es Otra para un hombre. Un hombre, en su encuentro con una mujer, la pone a trabajar de lo Uno, sea por su propia soledad, ya que lo Uno no se anuda con nada de lo que parezca el Otro sexual”. El ejemplo ayuda: “Una nota en Clarín, del 24 de junio de 2012, responde en parte a este interrogante: la ola del autismo (y no de aquel que los laboratorios medicinales recomiendan medicalizar) se instala en  las llamadas Silent Sounds, fiestas silenciosas que son top en Nueva York y amenazan su aterrizaje por estas tierras ajenas a su folklore, a su música popular, a su tango. Fiestas donde cada uno tiene su auricular y baila con otro, quizás no sabiendo cuál es la armonía de su compañero. En el ambiente no se escucha música. Y por otro lado, aquello que era marginal y oprobioso ya no lo es. La homosexualidad se ha puesto a la par que la heterosexualidad: la bisexualidad se enuncia para aquellos que aún no han decidido mantener relaciones con su mismo sexo de manera franca. Las prácticas SM tienen sus boliches particulares, así como los swingers gozan de sus intercambios sin mencionar otras prácticas sexuales privadas o públicas compartidas, sectorizadas, aprobadas sólo por algunos en clubes de categoría, como muestra Kubrick en Ojos bien cerrados, basada en la novela de Arthur Schnitzler”.
Rubistein da otro paso: “En esta época, efectivamente, todos parecen ‘más libres’, cada uno goza a su manera, pero es tiempo de grandes soledades. El goce auto-erótico, el paso de un partenaire a otro, supuestamente un triunfo de la libertad, es engañoso, deja expuestos a hombres y mujeres a un goce peligroso. El matrimonio, con todos sus embrollos, da un marco de estabilización y acotamiento del goce que cuando no funciona produce angustia, propia de este momento, igual que las soledades del Uno a las que estamos expuestos”.
¿El buey solo bien se lame? No está tan claro. En Shame, Brandon, el protagonista, un puritano que no puede evitar los imperativos que lo empujan por más sexo y nada de amor, es uno de los ejemplos actuales de la “ética del soltero” que Lacan supo definir cuando habló del escritor Henri de Montherlant en 1974.
Lo explica Grinbaum: “Lacan se refirió en Televisión a la ética del soltero para referirse al goce solitario, al goce idiota de la masturbación. Es cierto que hoy es más fácil satisfacer la pulsión sin tener que pasar por el partenaire sexual. Hay una oferta cibernética a ese nivel: la cosa marcha sin demasiado esfuerzo. Y es bien cierto que el hombre se las arregla solo mucho mejor que la mujer. Se las arregla con su órgano. En la actualidad vemos más hombres solos que conviven con un zapping de relaciones esporádicas pero también están aquellos que buscan el matrimonio. Es el hombre el que retrocede. Está turbado, se feminiza, empujado por las mujeres. Pero eso no responde a la pregunta por la virilidad. La virilidad, como dice Graciela Brodsky, no es la imaginaria de la barba o la campera de cuero. La verdadera virilidad implica creer que una mujer puede revelarle algo al hombre que le es absolutamente desconocido”.
Sobre la soledad, tiene sus dudas: “Yo no estoy segura que la diversificación de la oferta sexual acentúe la soledad. La soledad de la que en general hablan las mujeres, la sufren, se quejan, la sufren en relación al amor. Esto –creo– no sólo tiene que ver con su actual devaluación, aunque el amor contemporáneo consuena con la liquidez, como dice Zygmunt Bauman. Y cuando finalmente se asoma, la rapidez con la que se va está de la mano con la velocidad de la época”.
Rubistein es más clásica: “Lacan no habla del soltero como una categoría clínica, habla de una ética del soltero encarnada por Montherlant, uno de cuyos libros se titula, justamente, Los solteros, y es de 1934. Pero él se caracterizaba por su rechazo de lo femenino. Era homosexual y pedófilo. Su alegría era no haberse casado”.
Entonces, ¿cómo entender que Lacan hable de ética?
“Bueno, frente al exilio de los sexos, frente a la no inscripción de la relación sexual, cada uno encuentra o inventa algún modo de relación o no con el Otro. El soltero decide no casarse, es una ética. Pero más allá de su estado civil, la ética del soltero es el goce del idiota, el goce masturbatorio, el predominio de un goce auto-erótico. En el seminario 17 Lacan toma la frase de (Marcel) Duchamp, ‘el soltero se hace sólo el chocolate’. Hay un rechazo de lo Otro”.
Y ¿qué diferencia puede encontrarse entre el soltero de aquella época y el de ésta?
“Quizá no haya una respuesta única. Pero es posible que entones el Nombre del Padre marcara de manera más clara ciertos caminos. Ahora, con la caída del Nombre del Padre y el predominio del Uno, del Uno solo, se alienta el autoerotismo. Y muchos hombres disfrutan del goce fálico eludiendo la relación amorosa, que requiere un paso al cuerpo del Otro que el goce auto-erótico rechaza. Las adicciones están en la misma dirección: eludir el encuentro con el otro sexo. Pero el tema no es unívoco, las posiciones entre los sexos presentan singularidades. No conviene generalizar sino  localizar la singularidad, la modalidad de goce”.
“Es cierto”, dice Motta, “el psicoanálisis tiene una respuesta singular, y la época actual la escabulle por falta de tiempo, de dinero, excusas que como señala Freud son mojigaterías que implican alejarse del compromiso con la palabra y que pueden neutralizar la percepción de la manera que cada uno es afectado por la soledad. En el horizonte se encuentra el interrogante: algo que es un embrollo pero que encierra la angustia de no saber hacer”.
Debora Rabinovich, codirectora, con Grinbaum, de Registros, dice no saber si la virilidad, pero “sí que los hombres han entrado en una época en la que parecen tomados por los semblantes femeninos”; y también que “el matrimonio fundado en el amor es un derecho que la época ha otorgado, y esto se extiende a la diversificación de parejas posibles, tanto hetero como homosexuales”. Pero siempre hay un pero: “Ni esta posibilidad, ni las múltiples ofertas sexuales, pueden suplir el agujero que existe por estructura, aquello que Lacan nombró diciendo ‘no hay relación sexual’”.
Philippe Sollers es ese escritor que parece saberlo casi todo de las mujeres. Así se llama uno de sus libros, Mujeres. Y desde hace años sostiene que el mundo está en manos femeninas. “Yo escribo Les zóms… no quiere decir nada, porque hay de todos los tipos, en cada continente. Es una abstracción, no podemos hablar de los hombres en general. Hay que hablar de tal o cual hombre en particular. Y no es necesario abundar. Para ser preciso, el tema de la sexualidad masculina no anda bien. Esto es porque ha sido despojada de su función reproductora, al menos en los países occidentales desarrollados. Despojada por la técnica. En ese sentido, las mujeres fueron despojadas de otra forma, pero todavía conservan el privilegio del embarazo. Nos estamos acercando al útero artificial. Si se está en el mundo occidental, el privilegio de ser el agente de la reproducción ya no es el mismo. ¿Qué es un hombre? Es un portador de reserva espermática. Es una reserva de esperma”, dice sin dudar quien fuera íntimo amigo de Jaques Lacan y hoy lo es de su yerno, Miller.
Sólo eso, y con suerte. Lo que resta es un personaje un tanto patético, atado a sus componentes de tribu, identitarios, básicos, sin funciones económicas, políticas o sexuales clave (todo eso puede reemplazarse); con la excepción, quizá, de cierto dandismo un tanto anacrónico, como el héroe de los récords, la inteligencia anormal, cierto estilo de femineidad animal o el monje que de vuelta al tabernáculo prescinde de otra compañía que no sea la del tiempo, el espacio y los animales, tal cual sucede en el último Don DeLillo.

martes, 26 de junio de 2012

El Salado: regreso a la tierra del olvido

Se inauguró la nueva Casa de la Cultura de El Salado, diseñada por Simón Hosie, con un concierto de artistas locales junto a Carlos Vives. Crónica de cómo la cultura transformó la cara de una comunidad devastada
Durante varios meses el arquitecto Simón Hosie vivió con los habitantes del pueblo y entre todos decidieron cómo sería el centro de la Casa del Pueblo. El resultado es un espacio de techos altos y mucha luz natural.foto.fuente:semana.com
Hace un año la comunidad en pleno lavó con agua y con cepillo el terreno, y convinieron que sería desde ahora un lugar para la memoria de lo que allí pasó y que nunca debió pasar.
La Casa está ubicada donde años atrás fue la matanza.
Los niños, la comunidad más afectada por la matanza, empieza a recuperar su habitat de juegos y lecturas en La Casa del Pueblo como se denomina la casa de la cultura.
Carlos Vives preparó, junto a los niños de la comunidad, un repertorio que unió la tradición con la modernidad de la música colombiana.

Reconstruir la Casa de la Cultura. Ese era el sueño que tenían hace tres años los habitantes de El Salado y así se lo manifestaron a Claudia García, la directora de la Fundación Semana, cuando les preguntó qué proyecto les parecía prioritario para que este pequeño caserío de los Montes de María volviera a ser lo que un día, antes de las matanzas y el éxodo, había sido.
A pesar de que en ese momento era urgente arreglar la carretera -en donde los carros patinaban como si el barro fuera mantequilla-, de que no había alcantarillado, ni médico, ni teléfono, ni estaba completo el cuerpo de maestros, los niños estaban sin vacunas y nadie tenía tierra o empleo, la Casa de la Cultura era una prioridad. Primero porque esta comunidad, que había iniciado un tortuoso retorno en 2002 pero que a cuentagotas ya sumaba 900 habitantes, necesitaba, más que nada, reunirse, hablar, volver a confiar unos en otros, a creer que tenían un futuro. Y para eso necesitaban un espacio de solaz.

En segundo lugar porque a un pueblo caribeño, que lleva la música y el baile en la sangre, le habían profanado su más sentido ritual: la fiesta. En febrero de 2000 los paramilitares se tomaron durante tres días el pueblo y convirtieron la Casa de la Cultura en su cuartel general. Tocaron tambores, acordeones y gaitas mientras mataban a sus seres queridos. En la cancha de fútbol, frente a la iglesia, dejaron tendidos 38 cuerpos y, a lo largo de las veredas, otros 28. Los saladeros que sobrevivieron huyeron por los montes, salieron sin mirar atrás y durante dos años se convirtieron en desplazados arrumados, como tantos otros, en los cinturones de miseria de las ciudades. El Salado estaba vacío y la fiesta, que había sido la marca de identidad y resistencia de este pueblo, se había perdido.

Construir aquella Casa de la Cultura no era solo un problema de ingeniería, sino de restauración del orden social que había roto la guerra. Así lo entendió Simón Hosie, el arquitecto y artista que de inmediato asumió el proyecto ad honorem. La única condición que puso Hosie fue que la obra se haría a su manera. Es decir, a la manera que quisieran los propios saladeros, con su participación directa, de manera que la Casa se insertara en sus vidas casi sin que lo notaran.

No era la primera vez que Hosie lo hacía así. En 2004 ganó el Premio Nacional de Arquitectura con la biblioteca pública de Guanacas, en el Cauca, que se construyó a partir del acervo de sabiduría de este pueblo de Tierradentro. Esta experiencia le había dejado una metodología de trabajo que fue la que aplicó en El Salado.

Durante los primeros meses, Hosie y su investigador en terreno, Omar Durango, se instalaron en El Salado. Conocieron cada casa, entrevistaron y conversaron con cada habitante, indagaron los oficios y las historias en cada rincón, realizaron talleres y reuniones hasta que fueron decantando una idea: el rancho es el lugar más importante de las casas de El Salado, como en casi todos los Montes de María y el Caribe. Es la parte de atrás, del patio, donde usualmente está la cocina, pero que en realidad es el lugar de la reunión, de la charla y de la siesta. Estaba claro que la Casa de la Cultura, que ahora se llama Casa del Pueblo -palabra con una mayor carga de soberanía- tendría la inspiración del rancho. Es así como se hicieron los primeros diseños que se fueron puliendo y aprobando con la propia comunidad. El centro sería una biblioteca de techos altos con un juego de pequeñas ventanas que le dieran suficiente luz natural a las salas de lectura y un gran balcón abierto donde habría muchas 'hamadoras'. Hosie, apoyado en el ingenio de los artesanos del pueblo, se inventó una silla que mezcla la hamaca y la mecedora, dos muebles infaltables en la vida de estas cálidas tierras. El resultado fue un objeto ideal para hacer la siesta que arrulla sin dejarte caer y que se convirtió, además, en una alternativa económica para muchos saladeros.

Hosie también tomó de la estética popular las colchas de retazos y propuso que la Casa estuviera rodeada de cortinas hechas con fragmentos de telas, que evocan esa ancestral costura de las mujeres colombianas. A eso se sumó la fabricación de individuales, que para el caso de El Salado se llaman 'comunitarios', y así el taller de costura se convirtió en otra actividad para las mujeres.

Al lado de la biblioteca también habría tres ranchos: uno para los niños, otro para los talleres de trabajo y una cocina. La Casa estaría justo allí, donde años atrás habían cometido la matanza. Por eso parte de la propuesta de Hosie era que la cancha de fútbol, que había sido bañada de sangre, se convirtiera en un lugar sagrado, en un camposanto. Hace un año la comunidad en pleno lavó con agua y con cepillo las placas de concreto, retiraron los arcos y convinieron en que la cancha sería desde ahora un lugar para la memoria de lo que allí pasó y que nunca debió pasar. El pasado 16 de junio la Casa del Pueblo se hizo realidad.

El resurgimiento

Desde temprano una caravana de carros remontó la carretera de El Salado. Había llovido y como de costumbre los trayectos más difíciles se habían convertido en lodazales imposibles de transitar. Solo los yipaos, ese símbolo del atraso rural sin el que, sin embargo, no existiría agricultura en Colombia, podían lidiar el camino sin problemas.

Hacia el mediodía El Salado se había llenado de lino. Directivos de las más importantes empresas que se han vinculado a la reconstrucción de El Salado, en una alianza liderada por la Fundación Semana, y funcionarios del gobierno recorrían las casas, guiados cada uno por uno de los habitantes del pueblo.

Enclavado en un sistema montañoso bastante seco, El Salado ha sido un lugar de aguas abundantes que fue fundado hace dos siglos por familias venidas de Europa. Según cuentan sus habitantes, el agua rica en minerales hizo que crecieran allí ganaderías de renombre en los Montes de María. Hoy esa herencia puede verse en los tres pozos que se elevan en la mitad del pueblo. A eso se sumó una próspera industria de tabaco. Luego vino la lucha por la tierra, los pistoleros enviados por terratenientes, la llegada de la guerrilla primero y, con ella, el estigma. Los paramilitares le pusieron fin a todo. El pueblo que llegó a tener 10.000 habitantes, corralejas, y donde cuentan con orgullo que se mataban tres o cuatro vacas cada día y se vendía toda la carne, quedó convertido en un rastrojo cuando comenzaba el siglo. Quienes conocen esta historia se asombran de que El Salado esté resurgiendo de las cenizas. "Es para que entiendan que nosotros también podemos", dice Rafael Urueta, uno de los líderes del pueblo.

Durante tres años, la reconstrucción de El Salado ha sido una tarea enorme. La alianza de las empresas con el Estado logró, por ejemplo, la construcción del alcantarillado, un servicio con el que no cuentan los pueblos de los Montes de María. Hoy hay un centro de salud con médico, enfermera, ambulancia y odontólogo; el colegio ya graduó su primera promoción de bachilleres y una docena de negocios, que han sido posibles gracias a programas de crédito, le han dado una supervivencia a la gente. La Casa del Pueblo fue financiada por Coltabaco y el Ministerio de Cultura se ha comprometido con la dotación de la biblioteca; se han apalancado proyectos para adquirir tierras con el fin de diversificar cultivos, incluso entre los jóvenes, y se ha revitalizado el cultivo de tabaco, que sigue siendo la base de la economía de los campesinos y cuyo olor cerrero se siente por todas partes.

Pero el problema de la tierra sigue allí. Los campesinos no tienen tierra. Sin tierra no hay economía ni proyecto de vida para muchos de ellos. Hace casi un año, el 7 de julio de 2011, el presidente Juan Manuel Santos estuvo en El Salado para entregar los títulos a cerca de 67 familias campesinas beneficiadas con un proyecto del Incoder. Santos anunció que El Salado sería el plan piloto de la restitución de tierras, que había sido aprobada por aquellos días. Durante varios meses de obstáculos burocráticos, ahora por fin el proyecto está arrancando en serio.

La carretera, a pesar de los tramos que tiene en muy mal estado, tiene buena parte del trayecto pavimentado con una placa huella y se espera una nueva inversión ya aprobada de 3.000 millones para la misma. Carretera y tierras son claves para la economía de los saladeros.

El concierto

Un sol abrasador iluminaba esa tarde tanto la Casa del Pueblo como la cancha convertida en un gran escenario de concierto. Una melancólica procesión de mujeres irrumpió de repente entre el público. Silenciosa y solemne, seguida por una banda de vientos que tocaba Tristezas del alma del maestro Pedro Laza, era el sencillo y sentido homenaje a las víctimas de la masacre ocurrida 12 años atrás justo en el mismo lugar.

Luego un sonido electrónico que provenía de la tarima anunciaba la llegada de los artistas. Samuel Torres, agricultor, narrador popular y viejo luchador por la tierra, vestido con un sobrio traje caqui y con su sombrero alón, saludó al público con las décimas: "Bienvenidos a El Salado, todo el que le guste la paz y que quiera cantar pues que se venga conmigo, yo quiero que sea mi amigo, que algo le quiero enseñar…". Y siguió: "yo tengo una fama buena y en El Salado se me conoce porque cuando tiro el lazo el ganado no se me esconde". Al instante saltó a la tarima Dalgis Cárdenas con un quejido sostenido, un canto de vaquería a capela. Para entonces las maracas, los tambores y las gaitas empezaron a resonar con la canción de apertura: "tabaquera, tabaquera, tabaquera dónde está tu tabaco…".

En la tarima estaban unidos en un solo canto los niños del grupo de Batuta de El Salado -la voz recia de Gabrielito; la grácil figura de Carlitos Colón, un maraquero de 12 años, y Lily, una niña con síndrome de Down que hace parte de la banda- con los músicos de La Provincia de Carlos Vives y los músicos de la Big Band de la Orquesta Grande del Magdalena, en un espectáculo que unía la tradición con la modernidad. Fueron tres horas de homenaje a los cantantes que ha dado esa tierra: Alejo Durán y Lucho Bermúdez, entre otros. Detrás de ese concierto había muchas semanas de trabajo entre Vives y los niños, tanto en la costa como en Bogotá. Arreglos, ensayos y mutuo aprendizaje. "Me ratifica que mi decisión es trabajar con la música colombiana. Esta es mi tierra, la tierra del olvido", dice Vives.

En medio de la fiesta, Simón Hosie dijo unas palabras. "Cuán limitada es la arquitectura cuando se dedica únicamente a modelar los espacios (...). No podemos revivir a los que se fueron para siempre, pero podemos revivir lo que querían en la vida, lo que amaban de su pueblo". La Casa del Pueblo queda como un legado para que los jóvenes le den sentido a su pasado, para que se reinventen un futuro y para que, seguramente, encuentren en los libros las claves de lo que ha pasado en su tierra en estos años.

El concierto, el encuentro en El Salado y la propia Casa del Pueblo, tanto como la reconstrucción, simplemente muestran un camino posible para la reconciliación. Esa palabra tan escasa en el lenguaje colombiano.

Tres escritores colombianos cuentan que tanto los influyó la obra de Andrés Caicedo

Carolina Sanín, Antonio García Ángel y Juan Álvarez, tres nombres importantes de la literatura contemporánea de Colombia, hablaron de ¡Que viva la música! y de la influencia que tuvo el escritor caleño en su formación como lectores y escritores

 El pasado 8 de junio, como parte de las actividades de cierre de la exposición Andres Caicedo: morir y dejar obra, los escritores hablaron de cómo la Caiceditis los enfermó. foto.fuente:banrepcultural.org

¡Que viva la música! es un poema psicodélico, escrito de manera perfecta y perfeccionista.” Carolina Sanín
Carolina Sanín  nació en Bogotá en 1973. Es literata de la Universidad de los Andes y  M.A., M.Phil. y Ph.D. de la Universidad de Yale. En 2005 publicó la novela Todo en otra parte con la editorial Seix Barral, actualmente es profesora de la Universidad de los Andes y escribe mensualmente en la revista Arcadia.

Sanín recordó que la primera vez que leyó ¡Que viva la música! tenía 17 años y entonces, más que la novela en sí, lo que llamó su atención fue el autor ‘un joven extraordinario, romántico, que terminó por ser suicida’. Volvió a leer la novela para un trabajo de la universidad y esta vez lo que le gustó fue el tema, “por ejemplo, mi parte favorita del libro fue cuando la Mona, la protagonista, se imagina hablando con los Rolling Stones.”

En 2011, invitada a reseñar la edición en ingles que por Penguin Books lanzó del libro, lo leyó por tercera vez “fue una sensación muy distinta a las anteriores, esta vez me pareció una novela de vampiros y me impactó por la exactitud del estilo, evidente en la pureza de las frases.”
Para Sanín ¡Que viva la música! es un libro de transformaciones: la primera, la de su autor, del que da la sensación que se travestiza en la protagonista; la segunda, la del cabello rubio, rubísimo, de la Mona que al final se oscurece; y la tercera, la música, que va de las canciones en inglés –las que no se entienden- a la salsa de Richie Ray en español –que todos entienden-.

¡Que viva la música! es un libro escrito en caleño.” Antonio García Ángel
Antonio García Ángel nació en Cali en 1972. Es licenciado en literatura y comunicación de la Universidad Javeriana de Bogotá. Ha escrito guiones para televisión y artículos de prensa y ha publicado dos novelas: Su casa es mi casa (2001), Recursos Humanos (2007) y una antología de cuentos Animales domésticos (Norma, 2010).
“En el colegio en las vacaciones de 8° a 9° grado descubrí a Andrés Caicedo, entonces ya tenía hábitos de buen lector y me fascinaban, por ejemplo, los libros de Graham Greene. Recuerdo muy bien que cuando leí Destinitos Fatales de Caicedo me atravesó una sensación de perplejidad, en parte porque descubrí una literatura que mencionaba lugares de Cali por los que yo había transitado como la Avenida del Río o la Sexta, y hasta entonces para mí la literatura era algo que alguien se inventaba muy lejos de Cali.”
García Ángel recordó que esa primera lectura de Caicedo fue suficiente para contagiarse de ‘Caiceditis’. Leyó todas las publicaciones que entonces se conseguían del escritor caleño e incluso, como parte de un trabajo para el colegio, buscó a amigos de Caicedo que quisieran hablarle de él. “Era una suerte de calle mocha, porque mientras más lo leía, más quería saber de él y de su obra, pero no se podía porque ya toda estaba hecha”.
Hace un par de años lo invitaron a hacer un guión cinematográfico de ¡Que viva la música!, que finalmente rechazó por considerar que el encanto de la novela está en su escritura y no en el argumento. “La última vez que leí el libro fue hace un par de días pensando en esta charla, creo que ha sido mi lectura favorita, porque se me hizo evidente la forma en que Caicedo reflexiona constantemente sobre la escritura misma y ese es para mí uno de los mejores elementos de su obra ”.
“Lo que a uno le da envidia de ¡Que viva la música! es la precisión de la prosa”. Juan Álvarez
Juan Álvarez nació en Neiva en 1978. Estudió Filosofía en la Universidad de los Andes, es maestro en creación literaria de la Universidad de Texas y actualmente candidato a doctor del programa de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad de Columbia en Nueva York. Obtuvo el Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá en 2005 por su libro Falsas alarmas (idct, 2006), y el Premio de Ensayo Revista Iberoamericana 2010 (Instituto Ibero-Americano de Berlín) por un texto sobre el insulto y la ofensa como instrumentos políticos en la crisis de Independencia en Colombia.

Álvarez afirmó no haber sufrido de ‘Caiceditis’, tampoco recordar cómo ni cuándo leyó por primera vez ¡Que viva la música! Mencionó que hizo una segunda lectura del libro por razones de trabajo, como parte de una investigación sobre lo que significa escribir de música, del que afirmó que la novela de Caicedo es una referencia ineludible, sin embargo aclaró que ¡Que viva la música! no es una novela sobre música sino la novela de un melómano.
“La última lectura que hice del libro fue hace pocos días a propósito de esta conversación, esta vez tome muchas notas porque  el lenguaje del libro se me hizo tan actual que creí que la editorial había echado mano al texto original, entonces con Antonio (García Ángel) nos dimos a la tarea de revisar y comparar ediciones antiguas de la novela  con esta última que lanzó Alfaguara, sin embargo no encontramos nada distinto. Debo rescatar la precisión del estilo de Caicedo, de enorme ritmo al final y al inicio de las frases”.

Álvarez afirmó que ¡Que viva la música! es uno de los libros más importantes de la literatura colombiana, y resaltó la capacidad narrativa de Caicedo para describir sentimientos. “Caicedo fue audaz. En su novela supo narrar explícitamente lo que sienten sus personajes.”

lunes, 25 de junio de 2012

Medio siglo de un libro valiente

Cinco décadas atrás un sociólogo protestante, un abogado liberal y un cura escribieron un libro que cambió para siempre la forma de analizar el conflicto armado que vivimos
Campesinas de Monterrey (Casanare) apoyando los diálogos de paz de mediados de los  años 50.foto. fuente:elespectador.com
Orlando Fals Borda, sociologo colombiano, coautor de La Violencia en Colombia. foto:wikipedia.
Eduardo Umaña Luna, abogado, humanista, coautor de La Violencia en Colombia. foto:cambio.com.co
Al igual que Prometeo, que fue encadenado por los dioses después de enseñarles a los hombres lo que era el fuego, así monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna fueron vilipendiados después de decirle al país la verdad: que en sus campos la gente se mataba a machete, que en ellos los niños eran lanzados al aire y recibidos por las bayonetas de los armados, las mujeres eran violadas a veces por dos, tres e incluso cuatro hombres y que todo esto era auspiciado por los partidos Liberal y Conservador.
En junio de 1962, después de recorrer el infierno en el que se habían convertido algunas regiones de Colombia y entrevistar a víctimas y victimarios, Guzmán, Fals y Umaña regresaron para Bogotá a escribir La Violencia en Colombia, obra por la que fueron señalados de sectarios, mañosos, mentirosos y que hoy cumple 50 años de haber sido publicada, de haber cambiado para siempre la forma de ver un conflicto armado que hoy sigue vivo, latente y atroz.
“Este libro tormentoso y atormentado que llega a sus manos recoge la tragedia del pueblo colombiano desgarrado por una política nociva de carácter nacional y regional diseñada por una oligarquía que se ha perpetuado en el poder a toda costa, desatando el terror y la violencia”, escribió Orlando Fals Borda en el prólogo de la última edición de este libro, publicada por Taurus en 2002. El 15 de julio de 1962, las primeras páginas del libro fueron difundidas por El Espectador. Los días siguientes, el Congreso fue escenario de un enconado debate; liberales y conservadores se tiraron la pelota. Al final ninguno aceptó haber desatado la violencia y, en cambio, los partidos se ensañaron con los autores.
“Es un relato mañoso y acomodaticio”, aseveró el conservador Álvaro Gómez Hurtado. “Es un libro sectario. Los fines partidistas de quienes escribieron La Violencia en Colombia, un sociólogo protestante, un abogado liberal y un cura párroco católico, le quitan toda respetabilidad a la obra”, señaló el periódico El Siglo. Fue, entre otras cosas, por el rechazo que generó esta obra que monseñor Germán Guzmán se retiró de la Iglesia y viajó a México, donde se casó y murió.
Camilo Umaña, nieto de Eduardo Umaña, recordó sobre las consecuencias de la obra: “A mi abuelo lo insultaron graciosamente con las nominaciones de ‘libre pensador extremista’ o ‘abogado volteriano y enciclopedista’. A monseñor Guzmán no se le bajó de ‘capellán de los bandoleros’ y, jugando con su título, le llamaron ‘Monstruo Guzmán’. El mismo ingenio fue usado para el profesor Fals Borda, a quien le tildaron de ‘Falso Borda’ ”.
No obstante, el libro pudo contra tirios y troyanos, y a pesar de la censura oficial se fue convirtiendo en un éxito en ventas y, aún más que eso, en un texto de cabecera para quienes querían comprender la realidad trágica del país. A La Violencia en Colombia se le debe la generación de violentólogos que vinieron después. Gonzalo Sánchez, director del Grupo de Memoria Histórica, recordó que el libro funcionó como una denuncia, un testimonio, una memoria, una intuición, una promoción y una revelación.
“En perspectiva histórica se puede aseverar que uno de los grandes méritos del libro es haber hecho de la Violencia un tema de opinión y de controversia pública. Muchos sectores descubrieron aterrorizados la violencia a través de este libro (...) por el invaluable cuerpo de registro que consignó; no lo dejó todo dicho, desde luego, pero dejó lo necesario para que las posteriores generaciones de estudiosos se motivaran a escribir nuevos capítulos”, escribió Gonzalo Sánchez.
“Gracias a ese libro pude comprender que lo que había visto de niño, que ese drama que sufrió la región donde nací lo vivieron otras partes del país, que la tragedia no fue mía sino nacional”, recordó Sánchez, oriundo de Líbano (Tolima), una población que en los años 50 se acostumbró al horror de ver una carroza cargada de cuerpos llegar de las veredas y ubicarse en el parque principal. “Luego supe la historia de estos muertos”, comentó Sánchez, quien hoy lidera una institución que comparte con La Violencia en Colombia el fin de erradicar el olvido.
Fernán González, exdirector del Cinep y prolífico investigador de la violencia, reconoció que Guzmán, Fals y Umaña “hicieron lo que pudieron con las pocas herramientas que tenían. Pero eso sí fueron más allá de la mera descripción de la violencia, intentaron explicarla, comprenderla”.
El libro no pasó desapercibido; sin embargo, pocos atendieron a lo que decía. Dos años después de su publicación, emergerían en el sur del Tolima las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, y al año aparecería en las montañas de Santander el Ejército de Liberación Nacional. En los 80 entraría en el panorama el narcotráfico y los paramilitares con su violencia tan semejante a la de los chulavitas, limpios y comunes de los 50: descuartizamientos, mutilaciones, vejámenes. El país ha cambiado en estos 50, no tanto pero lo ha hecho. De haber atendido a lo que describieron sin tapujo Guzmán, Fals y Umaña “algo sería diferente”, aseguró Gonzalo Sánchez.
Hace 50 años los autores de La Violencia en Colombia demostraron que el conflicto tiene unas raíces más complejas de lo que muchos creen, que los bandoleros no eran la chusma que el gobierno decía, sino campesinos llevados al extremo por la violencia de quienes, se suponía, debían protegerlos y guiarlos, que las instituciones, todas ellas, tienen responsabilidad en este drama que no cesa y que el horror y la sevicia estaba a la vuelta de la esquina. Al conocer el libro el entonces columnista de El Espectador Fabio Lozano Simonelli sintetizó en pocas palabras la magnitud de esta obra: “El libro no parte de una división entre buenos y malos. En este libro hay un acusado: la sociedad colombiana”. Ni los ciudadanos, ni los políticos, la Iglesia, las instituciones, los empresarios, las Fuerzas Armadas, nadie asume su responsabilidad. Y la violencia continúa.
La paz que no fue
El 13 de junio de 1953 se inició la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla y algunos sectores de la sociedad creyeron que el militar acabaría con la violencia que se apoderó del país desde antes del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Con la consigna de la paz, el uniformado pactó con las guerrillas del Llano el fin de las hostilidades y su reinserción a la sociedad. Fue así que miles de insurgentes le entregaron sus armas al gobierno. Sin embargo, la violencia no cesó, fuerzas del régimen y sicarios del conservatismo, mejor conocidos como ‘pájaros’, victimizaron a los desmovilizados, muchos de los cuales regresaron al campo de batalla. Por su parte, algunos de los jefes de las guerrillas terminaron cercados por el gobierno, como Guadalupe Salcedo y Dumas Aljure.
Un hito de la sociología
En 1959, al regresar de la Universidad de Lovaina (Bélgica), el cura Camilo Torres junto con otros intelectuales, entre ellos Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña, fundaron la carrera de Sociología, la primera en América Latina. Desde allí impusieron la Acción Participativa, una forma de investigación que revolucionó el quehacer sociológico del continente. La violencia en Colombia fue una de las primeras publicaciones de este departamento y el precedente para otras importantes obras sociológicas, como la ‘Historia doble de la Costa’, del mismo Orlando Fals Borda.
La carta a Fidel Castro
Dos años después del triunfo de la Revolución Cubana y cuando el régimen castrista empezaba su giro hacia el marxismo, guerrilleros del Llano le escribieron a Fidel Castro para pedirle que recibiera e instruyera a dos de sus combatientes con el fin de apoyar su revolución para “una Colombia libre del imperialismo y de los yanquis”. Después aparecerían las guerrillas que hoy subsisten, en 1964 las Farc en el sur del Tolima y al año siguiente el Eln en las montañas de Santander.

domingo, 24 de junio de 2012

El cuento del domingo

James Joyce
Arcilla
La Supervisora le dio permiso para salir en cuanto acabara el té de las muchachas y María esperaba, expectante. La cocina relucía: la cocinera dijo que se podía uno ver la cara en los peroles de cobre. El fuego del hogar calentaba que era un contento y en una de las mesitas había cuatro grandes broas. Las broas parecían enteras; pero al acercarse uno, se podía ver que habían sido cortadas en largas porciones iguales, listas para repartir con el té. María las cortó.
      María era una persona minúscula, de veras muy minúscula, pero tenía una nariz y una barbilla muy largas. Hablaba con un dejo nasal, de acentos suaves: Sí, mi niña, y No, mi niña. La mandaban a buscar siempre que las muchachas se peleaban por los lavaderos y ella siempre conseguía apaciguarlas. Un día la Supervisora le dijo:
      —¡María, es usted una verdadera pacificadora!
      Y hasta la Auxiliar y dos damas del Comité se enteraron del elogio. Y Ginger Mooney dijo que de no estar presente María habría acabado a golpes con la muda encargada de las planchas. Todo el mundo quería tanto a María.
      Las muchachas tomaban el té a las seis y así ella podría salir antes de las siete. De Ballsbridge a la Columna, veinte minutos; de la Columna a Drumcondra, otros veinte; y veinte minutos más para hacer las compras. Llegaría allá antes de las ocho. Sacó el bolso de cierre de plata y leyó otra vez el letrero: Un Regalo de Belfast. Le gustaba mucho ese bolso porque Joe se lo trajo hace cinco años, cuando él y Alphy se fueron a Belfast por Pentecostés. En el bolso tenía dos mediacoronas y unos cobres. Le quedarían cinco chelines justos después de pagar el pasaje en tranvía. ¡Qué velada más agradable iban a pasar, con los niños cantando! Lo único que deseaba era que Joe no regresara borracho. Cambiaba tanto cuando tomaba.
      A menudo él le pedía a ella que fuera a vivir con ellos; pero se habría sentido de más allá (aunque la esposa de Joe era siempre muy simpática) y se había acostumbrado a la vida en la lavandería. Joe era un buen hombre. Ella lo había criado a él y a Alphy; y Joe solía decir a menudo:
      —Mamá es mamá, pero María es mi verdadera madre.
      Después de la separación, los muchachos le consiguieron ese puesto en la lavandería Dublín Iluminado y a ella le gustó. Tenía una mala opinión de los protestantes, pero ahora pensaba que eran gente muy amable, un poco serios y callados, pero con todo muy buenos para convivir. Ella tenía sus plantas en el invernadero y le gustaba cuidarlas. Tenía unos lindos helechos y begonias y cuando alguien venía a hacerle la visita le daba al visitante una o dos posturas del invernadero. Una cosa no le gustaba: los avisos en la pared; pero la Supervisora era fácil de lidiar con ella, agradable, gentil.
      Cuando la cocinera le dijo que ya estaba, ella entró a la habitación de las mujeres y empezó a tocar la campana. En unos minutos las mujeres empezaron a venir de dos en dos, secándose las manos humeantes en las enaguas y estirando las mangas de sus blusas por sobre los brazos rojos por el vapor. Se sentaron delante de los grandes jarros que la cocinera y la mudita llenaban de té caliente, mezclado previamente con leche y azúcar en enormes latones. María supervisaba la distribución de las broas y cuidaba de que cada mujer tocara cuatro porciones. Hubo bromas y risas durante la comida. Lizzie Fleming dijo que estaba segura de que a María le iba a tocar la broa premiada, con anillo y todo, y, aunque ella decía lo mismo cada Víspera de Todos los Santos, María tuvo que reírse y decir que ella no deseaba ni anillo ni novio; y cuando se rió sus ojos verdegris chispearon de timidez chasqueada y la punta de la nariz casi topó con la barbilla. Entonces, Ginger Mooney levantó su jarro de té y brindó por la salud de María, y, cuando las otras mujeres golpearon la mesa con sus jarros, dijo que lamentaba no tener una pinta de cerveza negra que beber.
      Y María se rió de nuevo hasta que la punta de la nariz casi le tocó la barbilla y casi desternilló su cuerpo menudo con su risa, porque ella sabía que Ginger Mooney tenía buenas intenciones, a pesar de que, claro, era una mujer de modales ordinarios.
      Pero María no se sintió realmente contenta hasta que las mujeres terminaron el té y la cocinera y la mudita empezaron a llevarse las cosas. Entró al cuartito en que dormía y, al recordar que por la mañana temprano habría misa, movió las manecillas del despertador de las siete a las seis. Luego, se quitó la falda de trabajo y las botas caseras y puso su mejor falda sobre el edredón y sus botitas de vestir a los pies de la cama. Se cambió también de blusa y al pararse delante del espejo recordó cuando de niña se vestía para misa de domingo; y miró con raro afecto el cuerpo diminuto que había adornado tanto otrora. Halló que, para sus años, era un cuerpecito bien hechecito.
      Cuando salió las calles brillaban húmedas de lluvia y se alegró de haber traído su gabardina parda. El tranvía iba lleno y tuvo que sentarse en la banqueta al fondo del carro, mirando para los pasajeros, los pies tocando el piso apenas. Dispuso mentalmente todo lo que iba a hacer y pensó que era mucho mejor ser independiente y tener en el bolsillo dinero propio. Esperaba pasar un buen rato. Estaba segura de que así sería, pero no podía evitar pensar que era una lástima que Joe y Alphy no se hablaran. Ahora estaban siempre de pique, pero de niños eran los mejores amigos: así es la vida.
      Se bajó del tranvía en la Columna y se abrió paso rápidamente por entre la gente. Entró en la pastelería de Downes's, pero había tanta gente que se demoraron mucho en atenderla. Compró una docena de tortas de a penique surtidas y finalmente salió de la tienda cargada con un gran cartucho. Pensó entonces qué más tenía que comprar: quería comprar algo agradable. De seguro que tendrían manzanas y nueces de sobra. Era difícil saber qué comprar y no pudo pensar más que en un pastel. Se decidió por un pastel de pasas, pero los de Downes's no tenían muy buena cubierta nevada de almendras, así que se llegó a una tienda de la Calle Henry. Se demoró mucho aquí escogiendo lo que le parecía mejor, y la dependienta a la última moda detrás del mostrador, que era evidente que estaba molesta con ella, le preguntó si lo que quería era comprar un pastel de bodas. Lo que hizo sonrojarse a María y sonreírle a la joven; pero la muchacha puso cara seria y finalmente le cortó un buen pedazo de pastel de pasas, se lo envolvió y dijo:
      —Dos con cuatro, por favor.
      Pensó que tendría que ir de pie en el tranvía de Drumcondra porque ninguno de los viajeros jóvenes se daba por enterado, pero un señor ya mayor le hizo un lugarcito. Era un señor corpulento que usaba un bombín pardo; tenía la cara cuadrada y roja y el bigote cano. María se dijo que parecía un coronel y pensó que era mucho más gentil que esos jóvenes que sólo miraban de frente. El señor empezó a conversar con ella sobre la Víspera y sobre el tiempo lluvioso. Adivinó que el envoltorio estaba lleno de buenas cosas para los pequeños y dijo que nada había más justo que la gente menuda la pasara bien mientras fueran jóvenes. María estaba de acuerdo con él y lo demostraba con su asentimiento respetuoso y sus ejemes. Fue muy gentil con ella y cuando ella se bajó en el puente del Canal le dio ella las gracias con una inclinación y él se inclinó también y levantó el sombrero y sonrió con agrado; y cuando subía la explanada, su cabecita gacha por la lluvia, se dijo que era fácil reconocer a un caballero aunque estuviera tomado.
      Todo el mundo dijo: ¡Ah, aquí está María! cuando llegó a la casa de Joe. Joe ya estaba allí de regreso del trabajo y los niños tenían todos sus vestidos domingueros. Había dos niñas de la casa de al lado y todos jugaban. María le dio el envoltorio de queques al mayorcito, Alphy, para que lo repartiera y la señora Donnelly dijo qué buena era trayendo un envoltorio de queques tan grande, y obligó a los niños a decirle:
      —Gracias, María.
      Pero María dijo que había traído algo muy especial para papá y mamá, algo que estaba segura les iba a gustar y empezó a buscar el pastel de pasas. Lo buscó en el cartucho de Downes's y luego en los bolsillos de su impermeable y después por el pasillo, pero no pudo encontrarlo. Entonces les preguntó a los niños si alguno de ellos se lo había comido -por error, claro-, pero los niños dijeron que no todos y pusieron cara de no gustarles las tortas si los acusaban de haber robado algo. Cada cual tenía una solución al misterio y la señora Donnelly dijo que era claro que María lo dejó en el tranvía. María, al recordar lo confusa que la puso el señor del bigote canoso, se ruborizó de vergüenza y de pena y de chasco. Nada más que pensar en el fracaso de su sorpresita y de los dos chelines con cuatro tirados por gusto, casi llora allí mismo.
      Pero Joe dijo que no tenía importancia y la hizo sentarse junto al fuego. Era muy amable con ella. Le contó todo lo que pasaba en la oficina, repitiéndole el cuento de la respuesta aguda que le dio al gerente. María no entendía por qué Joe se reía tanto con la respuesta que le dio al gerente, pero dijo que ese gerente debía de ser una persona difícil de aguantar. Joe dijo que no era tan malo cuando se sabía manejarlo, que era un tipo decente mientras no le llevaran la contraria. La señora Donnelly tocó el piano para que los niños bailaran y cantaran. Luego, las vecinitas repartieron las nueces. Nadie encontraba el cascanueces y Joe estaba a punto de perder la paciencia y les dijo que si ellos esperaban que María abriera las nueces sin cascanueces. Pero María dijo que no le gustaban las nueces y que no tenían por qué molestarse. Luego, Joe le dijo que por qué no se tomaba una botella de stout y la señora Donnelly dijo que tenían en casa oporto también si lo prefería. María dijo que mejor no insistieran: pero Joe insistió.
      Así que María lo dejó salirse con la suya y se sentaron junto al fuego hablando del tiempo de antaño y María creyó que debía decir algo en favor de Alphy. Pero Joe gritó que Dios lo fulminaría si le hablaba otra vez a su hermano ni media palabra, y María dijo que lamentaba haber mencionado el asunto. La señora Donnelly le dijo a su esposo que era una vergüenza que hablara así de los de su misma sangre, pero Joe dijo que Alphy no era hermano suyo y casi hubo una pelea entre marido y mujer a causa del asunto. Pero Joe dijo que no iba a perder la paciencia porque era la noche que era y le pidió a su esposa que le abriera unas botellas. Las vecinitas habían preparado juegos de Vísperas de Todos los Santos y pronto reinó la alegría de nuevo. María estaba encantada de ver a los niños tan contentos y a Joe y a su esposa de tan buen carácter. Las niñas de al lado colocaron unos platillos en la mesa y llevaron a los niños, vendados, hasta ella. Uno cogió el misal y el otro el agua; y cuando una de las niñas de al lado cogió el anillo la señora Donnelly levantó un dedo hacia la niña abochornada como diciéndole: ¡Oh, yo sé bien lo que es eso! Insistieron todos en vendarle los ojos a María y llevarla a la mesa para ver qué cogía; y, mientras la vendaban, María se reía hasta que la punta de la nariz le tocaba la barbilla.
      La llevaron a la mesa entre risas y chistes y ella extendió una mano mientras le decían qué tenía que hacer. Movió la mano de aquí para allá en el aire hasta que la bajó sobre un platillo. Tocó una sustancia húmeda y suave con los dedos y se sorprendió de que nadie habló ni le quitó la venda. Hubo una pausa momentánea; y luego muchos susurros y mucho ajetreo. Alguien mencionó el jardín y, finalmente, la señora Donnelly le dijo algo muy pesado a una de las vecinas y le dijo que botara todo eso enseguida: así no se jugaba. María comprendió que esa vez salió mal y que había que empezar el juego de nuevo: y esta vez le tocó el misal.
      Después de eso la señora Donnelly les tocó a los niños una danza escocesa y Joe y María bebieron un vaso de vino. Pronto reinó la alegría de nuevo y la señora Donnelly dijo que María entraría en un convento antes de que terminara el año por haber sacado el misal en el juego. María nunca había visto a Joe ser tan gentil con ella como esa noche, tan llena de conversaciones agradables y de reminiscencias. Dijo que todos habían sido muy buenos con ella.
      Finalmente, los niños estaban cansados, soñolientos, y Joe le pidió a María si no quería cantarle una cancioncita antes de irse, una de sus viejas canciones. La señora Donnelly dijo ¡Por favor, sí, María!, de manera que María tuvo que levantarse y pararse junto al piano. La señora Donnelly mandó a los niños que se callaran y oyeran la canción que María iba a cantar. Luego, tocó el preludio, diciendo ¡Ahora, María!, y María, sonrojándose mucho, empezó a cantar con su vocecita temblona. Cantó Soñé que habitaba y, en la segunda estrofa, entonó:
Soñé que habitaba salones de mármol
      Con vasallos mil y siervos por gusto,
Y de todos los allí congregados,
      Era yo la esperanza, el orgullo.
Mis riquezas eran incontables, mi nombre
      Ancestral y digno de sentirme vana,
Pero también soñé, y mi alegría fue enorme
      Que tú todavía me decías: «¡Mi amada!»
      Pero nadie intentó señalarle que cometió un error; y cuando terminó la canción, Joe estaba muy conmovido. Dijo que no había tiempos como los de antaño y ninguna música como la del pobre Balfe el Viejo, no importaba lo que otros pensaran; y sus ojos se le llenaron de lágrimas tanto que no pudo encontrar lo que estaba buscando y al final tuvo que pedirle a su esposa que le dijera dónde estaba metido el sacacorchos.
James Augustine Aloysius Joyce (Dublín, 2 de febrero de 1882Zúrich, 13 de enero de 1941). Escritor irlandés, reconocido mundialmente como uno de los más importantes e influyentes del siglo XX. Joyce es aclamado por su obra maestra, Ulises (1922), y por su controvertida novela posterior, Finnegans Wake (1939). Igualmente ha sido muy valorada la serie de historias breves titulada Dublineses (1914), así como su novela semi autobiográfica Retrato del artista adolescente (1916). Joyce es representante destacado de la corriente literaria denominada modernismo anglosajón, junto a autores como T. S. Eliot, Virginia Woolf, Ezra Pound o Wallace Stevens.
Aunque pasó la mayor parte de su vida adulta fuera de Irlanda, el universo literario de este autor se encuentra fuertemente enraizado en su nativa Dublín, la ciudad que provee a sus obras de los escenarios, ambientes, personajes y demás materia narrativa. Más en particular, su problemática relación primera con la iglesia católica de Irlanda se refleja muy bien a través de los conflictos interiores que asolan a su álter ego en la ficción, representado por el personaje de Stephen Dedalus. Así, Joyce es conocido por su atención minuciosa a un escenario muy delimitado y por su prolongado y autoimpuesto exilio, pero también por su enorme influencia en todo el mundo. Por ello, pese a su regionalismo, paradójicamente llegó a ser uno de los escritores más cosmopolitas de su tiempo.1
La Enciclopedia Británica destaca en el autor el sutil y veraz retrato de la naturaleza humana que logra imprimir en sus obras, junto con la maestría en el uso del lenguaje y el brillante desarrollo de nuevas formas literarias, motivo por el cual su figura ejerció una influencia decisiva en toda la novelística del siglo XX. Los personajes de Leopold Bloom y Molly Bloom, en particular, ostentan una riqueza y calidez humanas incomparables.2
Jorge Luis Borges, en un texto de 1939, afirmó sobre el autor:
Es indiscutible que Joyce es uno de los primeros escritores de nuestro tiempo. Verbalmente, es quizá el primero. En el Ulises hay sentencias, hay párrafos, que no son inferiores a los más ilustres de Shakespeare o de Sir Thomas Browne.3
T.S. Eliot, en su ensayo "Ulysses, Order and Myth" (1923), observó sobre esta misma obra:
Considero que este libro es la expresión más importante que ha encontrado nuestra época; es un libro con el que todos estamos en deuda, y del que ninguno de nosotros puede escapar.4

En 1882, James Joyce nace en Brighton Square, en Rathgar, un barrio de clase media de Dublín, en el seno de una familia católica; sus padres se llamaban John y May. James fue el mayor de los diez hermanos supervivientes, seis mujeres y cuatro varones. Uno de los hermanos fallecidos habría sido mayor que él, puesto que nació y murió en 1881.5 La madre quedó encinta en total quince veces, las mismas que la señora Dedalus, en Ulises.6
La familia de su padre, originaria de Fermoy, fue concesionaria de una explotación de sal y piedra caliza en Carrigeeny, cerca de Cork. Vendieron la explotación por quinientas libras, en 1842, aunque siguieron manteniendo una empresa como «fabricantes y vendedores de sal y caliza». Esta empresa quebró en 1852.
Joyce, como su padre, sostenía que su ascendencia familiar provenía del antiguo clan irlandés de los Galway. Para la crítica Francesca Romana Paci, el escritor rebelde e inconformista valoraba sin embargo «la respetabilidad basada en la tradición de una antigua casa»; sentía «apego por una cierta forma de aristocracia».7 Los Joyce presumían de ser descendientes del libertador irlandés Daniel O'Connell.8
Tanto su padre como su abuelo contrajeron matrimonio con mujeres de familias adineradas. En 1887 el padre de James, John Stanislaus Joyce, fue nombrado recaudador de impuestos de varios distritos por la Oficina de Recaudación del Ayuntamiento de Dublín. Esto permitió a la familia trasladarse a Bray, un pequeño pueblo de cierta categoría residencial, a diecinueve kilómetros de Dublín. En Bray vivían junto a una familia protestante, los Vance. Una hija de éstos, Eileen, fue el primer amor de James.9 El escritor la evocó en el Retrato del artista adolescente, citándola por su propio nombre. Este personaje resurgirá en varias otras obras, incluso en Finnegans Wake.10
Un día en que estaba jugando con su hermano Stanislaus junto a un río, James fue atacado por un perro,11 lo que le acarrearía una fobia de por vida hacia estos animales; también le causaban pavor las tormentas, debido a su profunda fe religiosa, que hacía que las considerase como un signo de la ira de Dios.12 Un amigo le preguntó en cierta ocasión por qué estaba asustado, y James replicó: «A ti no te criaron en la Irlanda católica».13 De estas pertinaces fobias quedaron cumplidas muestras en obras como Retrato del artista adolescente, Ulises y Finnegans Wake.14
Entre febrero y marzo de 1889, el Libro de Castigos del colegio de Conglowes recoge que el futuro escritor, contando siete años, recibió dos palmetazos por no llevar a clase cierto libro, seis más por tener las botas sucias y cuatro por proferir «palabras indecentes», algo a lo que Joyce fue siempre muy aficionado.15
En 1891, con nueve años, James escribe el poema titulado "Et tu, Healy", que trata de la muerte del político irlandés Charles Stewart Parnell. El padre quedó tan encantado que hizo imprimirlo, e incluso envió una copia a la Biblioteca Vaticana. En noviembre de ese mismo año, John Joyce ve su nombre registrado en la Stubbs Gazette, un boletín de impagos y quiebras, y es apartado de su trabajo.16 Dos años más tarde es despedido, coincidiendo con una severa reorganización de la Oficina de Recaudación, que comprendía una importante reducción de personal. John Joyce, con antecedentes por gestión poco cuidadosa,17 sufrió especialmente la crisis, e incluso estuvo a punto de ser despedido sin una indemnización, algo que consiguió evitar su esposa.18 Este fue el inicio de la crisis económica de la familia, debida a la incapacidad del padre para gestionar sus finanzas, y también a su alcoholismo.19 Esta tendencia, muy común en su familia, sería heredada por su hijo mayor, bastante manirroto en general;20 sólo en sus últimos años adquirió James el hábito del ahorro, especialmente debido a la grave enfermedad mental que aquejó a su hija Lucia, circunstancia que le acarreó grandes gastos.21 En una ocasión, su hermano Stanislaus le reprochó: «Puede que haya personas que no estén tan preocupadas por el dinero como tú». A lo que él replicó: «Oh, diantre, puede que las haya, pero me gustaría que uno de esos individuos me enseñara el truco en veinticinco lecciones».22
El futuro escritor se educó en el selecto Clongowes Wood College, un internado de jesuitas, cerca de Sallins, en County Kildare. Según su primer biógrafo, Herbert S. Gorman, al ingresar en este centro (1888), era «de constitución esbelta, muy nervioso, sensible como una niña y tenía la bendición o la maldición (esto depende del punto de vista) de un temperamento introspectivo».23 James, que «fue elegido para el honor de servir como monaguillo en misa»,24 no tardó en distinguirse como alumno muy aventajado, en todo menos en matemáticas.25 Destacaba incluso en materia deportiva, según declararía su hermano Stanislaus,26 pero tuvo que abandonar la institución cuatro años más tarde debido a los problemas financieros de su padre. Se matriculó entonces en el colegio de la congregación de los Christian Brothers, ubicada en North Richmond Street, Dublín. Más tarde, en 1893, se le ofreció una plaza en el Belvedere College de la misma ciudad, regentado igualmente por jesuitas. La oferta se hizo, al menos en parte, con la esperanza de que el distinguido estudiante ingresara en la orden, sin embargo éste rechazó el catolicismo ya en edad temprana; según Ellmann, a los dieciséis años.27
James siguió destacando en los estudios. Muy concienzudo en su preparación, obligaba a su madre a tomarle diariamente la lección después de la comida.28 En esta época, recibió distintos premios escolares. No sabiendo qué hacer con tanto dinero (la dotación a veces alcanzaba las veinte libras de la época), lo destinaba a la compra de regalos para sus hermanos; cosas prácticas, como zapatos y vestidos, aunque también los invitaba al teatro, en las localidades más baratas.29
Sus lecturas en la época del Belvedere son abundantes y profundas, en inglés y francés: Dickens, Walter Scott, Jonathan Swift, Laurence Sterne, Oliver Goldsmith; también le impresionó vivamente el estilo del clérigo John Henry Newman. Entre los poetas, leía con fruición a Byron, Rimbaud y Yeats. Y dedicó asimismo mucha atención a George Meredith, William Blake y Thomas Hardy.30 31
En 1898, se matriculó en el recientemente inaugurado University College de Dublín para estudiar lenguas: inglés, francés e italiano. Joyce era recordado por ser buen estudiante, aunque de trato difícil. Seguía dedicándose con ahínco a la lectura. Según uno de sus más importantes glosadores, Harry Levin, en general dedicaba sus esfuerzos a los idiomas, la filosofía, la estética y la literatura contemporánea europea.32 Algunos de sus biógrafos han destacado como su interés principal la gramática comparada.
También se sabe que tomaba parte activa en las actividades literarias y teatrales de la universidad. En 1900, como colaborador de la revista Fortnightly Review, publica su primer ensayo, "New Drama", sobre la obra del noruego Henrik Ibsen, uno de sus escritores predilectos.33 El joven crítico recibió una carta de agradecimiento de parte del propio Ibsen. En este periodo, escribió algunos artículos más, además de dos obras teatrales, hoy perdidas. Muchas de las amistades que hizo en la universidad aparecerían retratadas posteriormente en sus obras. Según Harry Levin, el escritor «no olvidaba ni perdonaba nada. Cualquier parecido con personas y situaciones reales, vivas o muertas, era cuidadosamente cultivado».34 
Joyce fue miembro activo de la Literary and Historical Society, de Dublín. Presentó su trabajo titulado "Drama and Life" a dicha sociedad en 1900. Con ocasión de la lectura pública de este ensayo, se le exigió que suprimiera varios pasajes. Joyce amenazó al presidente de la sociedad con no leerlo, y al final consiguió hacerlo sin una sola omisión. Sus palabras fueron duramente criticadas por algunos asistentes, y Joyce les replicó pacientemente durante más de cuarenta minutos, por turno, sin consultar una nota, lo que consiguió suscitar grandes aplausos entre el público.35 En esa época conoció a Lady Gregory, y en octubre de 1902, a W. B. Yeats, encuentro que sería trascendental para Joyce. Este poeta le escribió una carta en el mes de diciembre elogiando su poesía y aconsejándole que cambiase de aires. Donde el joven escritor debía estar era en Oxford.36
En 1903, tras su graduación, se instaló en París con el propósito de estudiar Medicina, pero la ruina de su familia (que se vio obligada a vender todos sus enseres e instalarse en una pensión) le hizo desistir de sus propósitos y buscar trabajo como periodista y profesor. Su situación financiera era tan precaria entonces como la de su familia, hasta el punto de que pasó verdadera hambre, lo que hacía llorar a su madre cada vez que llegaba carta de París.37 James regresó a Dublín meses después para asistir a su madre, enferma terminal de cáncer.38 La madre de Joyce, May (Mary Jane),39 pasó sus últimas horas en coma, con toda la familia arrodillada y sollozando a su alrededor. Al ver que ni Stanislaus ni James estaban arrodillados, el abuelo materno los conminó a hacerlo, pero los dos rehusaron.40 Según José María Valverde, Joyce siempre se acusó de esta dureza final.41 42 43 La muerte de su madre lo sumió en un desasosiego que lo llevó a la búsqueda de amistades por los bajos fondos dublineses; gustaba de vagabundear con una gorra de yachtman y unos ajados zapatos de tenis.44 Fueron días difíciles en los que probó algún oficio y trató de subsistir en parte gracias a los préstamos de los amigos, e incluso cantando, puesto que era un consumado tenor, llegando a lograr un premio en el festival irlandés de Feis Ceoil en 1904.45 
Semblanza biográfica: Wikipedia. Texto: El cuento del día. Foto: archivo