Cinco décadas atrás un sociólogo protestante, un abogado liberal y
un cura escribieron un libro que cambió para siempre la forma de
analizar el conflicto armado que vivimos
Campesinas de Monterrey (Casanare) apoyando los diálogos de paz de mediados de los años 50.foto. fuente:elespectador.com |
Orlando Fals Borda, sociologo colombiano, coautor de La Violencia en Colombia. foto:wikipedia. |
Eduardo Umaña Luna, abogado, humanista, coautor de La Violencia en Colombia. foto:cambio.com.co |
Al igual que Prometeo, que fue encadenado por los dioses después de
enseñarles a los hombres lo que era el fuego, así monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna fueron vilipendiados
después de decirle al país la verdad: que en sus campos la gente se
mataba a machete, que en ellos los niños eran lanzados al aire y
recibidos por las bayonetas de los armados, las mujeres eran violadas a
veces por dos, tres e incluso cuatro hombres y que todo esto era
auspiciado por los partidos Liberal y Conservador.
En junio de
1962, después de recorrer el infierno en el que se habían convertido
algunas regiones de Colombia y entrevistar a víctimas y victimarios,
Guzmán, Fals y Umaña regresaron para Bogotá a escribir La Violencia en
Colombia, obra por la que fueron señalados de sectarios, mañosos,
mentirosos y que hoy cumple 50 años de haber sido publicada, de haber
cambiado para siempre la forma de ver un conflicto armado que hoy sigue vivo,
latente y atroz.
“Este libro tormentoso y atormentado que llega a
sus manos recoge la tragedia del pueblo colombiano desgarrado por una
política nociva de carácter nacional y regional diseñada por una
oligarquía que se ha perpetuado en el poder a toda costa, desatando el
terror y la violencia”, escribió Orlando Fals Borda en el prólogo de la
última edición de este libro, publicada por Taurus en 2002. El 15 de
julio de 1962, las primeras páginas del libro fueron difundidas por El
Espectador. Los días siguientes, el Congreso fue escenario de un
enconado debate; liberales y conservadores se tiraron la pelota. Al
final ninguno aceptó haber desatado la violencia y, en cambio, los
partidos se ensañaron con los autores.
“Es un relato mañoso y
acomodaticio”, aseveró el conservador Álvaro Gómez Hurtado. “Es un libro
sectario. Los fines partidistas de quienes escribieron La Violencia en
Colombia, un sociólogo protestante, un abogado liberal y un cura párroco
católico, le quitan toda respetabilidad a la obra”, señaló el periódico
El Siglo. Fue, entre otras cosas, por el rechazo que generó esta obra
que monseñor Germán Guzmán se retiró de la Iglesia y viajó a México,
donde se casó y murió.
Camilo Umaña, nieto de Eduardo Umaña,
recordó sobre las consecuencias de la obra: “A mi abuelo lo insultaron
graciosamente con las nominaciones de ‘libre pensador extremista’ o
‘abogado volteriano y enciclopedista’. A monseñor Guzmán no se le bajó
de ‘capellán de los bandoleros’ y, jugando con su título, le llamaron
‘Monstruo Guzmán’. El mismo ingenio fue usado para el profesor Fals
Borda, a quien le tildaron de ‘Falso Borda’ ”.
No obstante, el
libro pudo contra tirios y troyanos, y a pesar de la censura oficial se
fue convirtiendo en un éxito en ventas y, aún más que eso, en un texto
de cabecera para quienes querían comprender la realidad trágica del
país. A La Violencia en Colombia se le debe la generación de
violentólogos que vinieron después. Gonzalo Sánchez, director del Grupo
de Memoria Histórica, recordó que el libro funcionó como una denuncia,
un testimonio, una memoria, una intuición, una promoción y una
revelación.
“En perspectiva histórica se puede aseverar que uno de
los grandes méritos del libro es haber hecho de la Violencia un tema de
opinión y de controversia pública. Muchos sectores descubrieron
aterrorizados la violencia a través de este libro (...) por el
invaluable cuerpo de registro que consignó; no lo dejó todo dicho, desde
luego, pero dejó lo necesario para que las posteriores generaciones de
estudiosos se motivaran a escribir nuevos capítulos”, escribió Gonzalo
Sánchez.
“Gracias a ese libro pude comprender que lo que había
visto de niño, que ese drama que sufrió la región donde nací lo vivieron
otras partes del país, que la tragedia no fue mía sino nacional”,
recordó Sánchez, oriundo de Líbano (Tolima), una población que en los
años 50 se acostumbró al horror de ver una carroza cargada de cuerpos
llegar de las veredas y ubicarse en el parque principal. “Luego supe la
historia de estos muertos”, comentó Sánchez, quien hoy lidera una
institución que comparte con La Violencia en Colombia el fin de
erradicar el olvido.
Fernán González, exdirector del Cinep y
prolífico investigador de la violencia, reconoció que Guzmán, Fals y
Umaña “hicieron lo que pudieron con las pocas herramientas que tenían.
Pero eso sí fueron más allá de la mera descripción de la violencia,
intentaron explicarla, comprenderla”.
El libro no pasó
desapercibido; sin embargo, pocos atendieron a lo que decía. Dos años
después de su publicación, emergerían en el sur del Tolima las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia, y al año aparecería en las
montañas de Santander el Ejército de Liberación Nacional. En los 80
entraría en el panorama el narcotráfico y los paramilitares con su
violencia tan semejante a la de los chulavitas, limpios y comunes de los
50: descuartizamientos, mutilaciones, vejámenes. El país ha cambiado en
estos 50, no tanto pero lo ha hecho. De haber atendido a lo que
describieron sin tapujo Guzmán, Fals y Umaña “algo sería diferente”,
aseguró Gonzalo Sánchez.
Hace 50 años los autores de La Violencia
en Colombia demostraron que el conflicto tiene unas raíces más complejas
de lo que muchos creen, que los bandoleros no eran la chusma que el
gobierno decía, sino campesinos llevados al extremo por la violencia de
quienes, se suponía, debían protegerlos y guiarlos, que las
instituciones, todas ellas, tienen responsabilidad en este drama que no
cesa y que el horror y la sevicia estaba a la vuelta de la esquina. Al
conocer el libro el entonces columnista de El Espectador Fabio Lozano
Simonelli sintetizó en pocas palabras la magnitud de esta obra: “El
libro no parte de una división entre buenos y malos. En este libro hay
un acusado: la sociedad colombiana”. Ni los ciudadanos, ni los
políticos, la Iglesia, las instituciones, los empresarios, las Fuerzas
Armadas, nadie asume su responsabilidad. Y la violencia continúa.
La paz que no fue
El
13 de junio de 1953 se inició la dictadura del general Gustavo Rojas
Pinilla y algunos sectores de la sociedad creyeron que el militar
acabaría con la violencia que se apoderó del país desde antes del
magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Con la
consigna de la paz, el uniformado pactó con las guerrillas del Llano el
fin de las hostilidades y su reinserción a la sociedad. Fue así que
miles de insurgentes le entregaron sus armas al gobierno. Sin embargo,
la violencia no cesó, fuerzas del régimen y sicarios del conservatismo,
mejor conocidos como ‘pájaros’, victimizaron a los desmovilizados,
muchos de los cuales regresaron al campo de batalla. Por su parte,
algunos de los jefes de las guerrillas terminaron cercados por el
gobierno, como Guadalupe Salcedo y Dumas Aljure.
Un hito de la sociología
En
1959, al regresar de la Universidad de Lovaina (Bélgica), el cura
Camilo Torres junto con otros intelectuales, entre ellos Orlando Fals
Borda y Eduardo Umaña, fundaron la carrera de Sociología, la
primera en América Latina. Desde allí impusieron la Acción
Participativa, una forma de investigación que revolucionó el quehacer
sociológico del continente. La violencia en Colombia fue una de las
primeras publicaciones de este departamento y el precedente para otras
importantes obras sociológicas, como la ‘Historia doble de la Costa’,
del mismo Orlando Fals Borda.
La carta a Fidel Castro
Dos
años después del triunfo de la Revolución Cubana y cuando el régimen
castrista empezaba su giro hacia el marxismo, guerrilleros del Llano le
escribieron a Fidel Castro para pedirle que recibiera e instruyera a dos
de sus combatientes con el fin de apoyar su revolución para “una
Colombia libre del imperialismo y de los yanquis”. Después aparecerían
las guerrillas que hoy subsisten, en 1964 las Farc en el sur del Tolima y
al año siguiente el Eln en las montañas de Santander.