lunes, 25 de junio de 2012

Medio siglo de un libro valiente

Cinco décadas atrás un sociólogo protestante, un abogado liberal y un cura escribieron un libro que cambió para siempre la forma de analizar el conflicto armado que vivimos
Campesinas de Monterrey (Casanare) apoyando los diálogos de paz de mediados de los  años 50.foto. fuente:elespectador.com
Orlando Fals Borda, sociologo colombiano, coautor de La Violencia en Colombia. foto:wikipedia.
Eduardo Umaña Luna, abogado, humanista, coautor de La Violencia en Colombia. foto:cambio.com.co
Al igual que Prometeo, que fue encadenado por los dioses después de enseñarles a los hombres lo que era el fuego, así monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna fueron vilipendiados después de decirle al país la verdad: que en sus campos la gente se mataba a machete, que en ellos los niños eran lanzados al aire y recibidos por las bayonetas de los armados, las mujeres eran violadas a veces por dos, tres e incluso cuatro hombres y que todo esto era auspiciado por los partidos Liberal y Conservador.
En junio de 1962, después de recorrer el infierno en el que se habían convertido algunas regiones de Colombia y entrevistar a víctimas y victimarios, Guzmán, Fals y Umaña regresaron para Bogotá a escribir La Violencia en Colombia, obra por la que fueron señalados de sectarios, mañosos, mentirosos y que hoy cumple 50 años de haber sido publicada, de haber cambiado para siempre la forma de ver un conflicto armado que hoy sigue vivo, latente y atroz.
“Este libro tormentoso y atormentado que llega a sus manos recoge la tragedia del pueblo colombiano desgarrado por una política nociva de carácter nacional y regional diseñada por una oligarquía que se ha perpetuado en el poder a toda costa, desatando el terror y la violencia”, escribió Orlando Fals Borda en el prólogo de la última edición de este libro, publicada por Taurus en 2002. El 15 de julio de 1962, las primeras páginas del libro fueron difundidas por El Espectador. Los días siguientes, el Congreso fue escenario de un enconado debate; liberales y conservadores se tiraron la pelota. Al final ninguno aceptó haber desatado la violencia y, en cambio, los partidos se ensañaron con los autores.
“Es un relato mañoso y acomodaticio”, aseveró el conservador Álvaro Gómez Hurtado. “Es un libro sectario. Los fines partidistas de quienes escribieron La Violencia en Colombia, un sociólogo protestante, un abogado liberal y un cura párroco católico, le quitan toda respetabilidad a la obra”, señaló el periódico El Siglo. Fue, entre otras cosas, por el rechazo que generó esta obra que monseñor Germán Guzmán se retiró de la Iglesia y viajó a México, donde se casó y murió.
Camilo Umaña, nieto de Eduardo Umaña, recordó sobre las consecuencias de la obra: “A mi abuelo lo insultaron graciosamente con las nominaciones de ‘libre pensador extremista’ o ‘abogado volteriano y enciclopedista’. A monseñor Guzmán no se le bajó de ‘capellán de los bandoleros’ y, jugando con su título, le llamaron ‘Monstruo Guzmán’. El mismo ingenio fue usado para el profesor Fals Borda, a quien le tildaron de ‘Falso Borda’ ”.
No obstante, el libro pudo contra tirios y troyanos, y a pesar de la censura oficial se fue convirtiendo en un éxito en ventas y, aún más que eso, en un texto de cabecera para quienes querían comprender la realidad trágica del país. A La Violencia en Colombia se le debe la generación de violentólogos que vinieron después. Gonzalo Sánchez, director del Grupo de Memoria Histórica, recordó que el libro funcionó como una denuncia, un testimonio, una memoria, una intuición, una promoción y una revelación.
“En perspectiva histórica se puede aseverar que uno de los grandes méritos del libro es haber hecho de la Violencia un tema de opinión y de controversia pública. Muchos sectores descubrieron aterrorizados la violencia a través de este libro (...) por el invaluable cuerpo de registro que consignó; no lo dejó todo dicho, desde luego, pero dejó lo necesario para que las posteriores generaciones de estudiosos se motivaran a escribir nuevos capítulos”, escribió Gonzalo Sánchez.
“Gracias a ese libro pude comprender que lo que había visto de niño, que ese drama que sufrió la región donde nací lo vivieron otras partes del país, que la tragedia no fue mía sino nacional”, recordó Sánchez, oriundo de Líbano (Tolima), una población que en los años 50 se acostumbró al horror de ver una carroza cargada de cuerpos llegar de las veredas y ubicarse en el parque principal. “Luego supe la historia de estos muertos”, comentó Sánchez, quien hoy lidera una institución que comparte con La Violencia en Colombia el fin de erradicar el olvido.
Fernán González, exdirector del Cinep y prolífico investigador de la violencia, reconoció que Guzmán, Fals y Umaña “hicieron lo que pudieron con las pocas herramientas que tenían. Pero eso sí fueron más allá de la mera descripción de la violencia, intentaron explicarla, comprenderla”.
El libro no pasó desapercibido; sin embargo, pocos atendieron a lo que decía. Dos años después de su publicación, emergerían en el sur del Tolima las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, y al año aparecería en las montañas de Santander el Ejército de Liberación Nacional. En los 80 entraría en el panorama el narcotráfico y los paramilitares con su violencia tan semejante a la de los chulavitas, limpios y comunes de los 50: descuartizamientos, mutilaciones, vejámenes. El país ha cambiado en estos 50, no tanto pero lo ha hecho. De haber atendido a lo que describieron sin tapujo Guzmán, Fals y Umaña “algo sería diferente”, aseguró Gonzalo Sánchez.
Hace 50 años los autores de La Violencia en Colombia demostraron que el conflicto tiene unas raíces más complejas de lo que muchos creen, que los bandoleros no eran la chusma que el gobierno decía, sino campesinos llevados al extremo por la violencia de quienes, se suponía, debían protegerlos y guiarlos, que las instituciones, todas ellas, tienen responsabilidad en este drama que no cesa y que el horror y la sevicia estaba a la vuelta de la esquina. Al conocer el libro el entonces columnista de El Espectador Fabio Lozano Simonelli sintetizó en pocas palabras la magnitud de esta obra: “El libro no parte de una división entre buenos y malos. En este libro hay un acusado: la sociedad colombiana”. Ni los ciudadanos, ni los políticos, la Iglesia, las instituciones, los empresarios, las Fuerzas Armadas, nadie asume su responsabilidad. Y la violencia continúa.
La paz que no fue
El 13 de junio de 1953 se inició la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla y algunos sectores de la sociedad creyeron que el militar acabaría con la violencia que se apoderó del país desde antes del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Con la consigna de la paz, el uniformado pactó con las guerrillas del Llano el fin de las hostilidades y su reinserción a la sociedad. Fue así que miles de insurgentes le entregaron sus armas al gobierno. Sin embargo, la violencia no cesó, fuerzas del régimen y sicarios del conservatismo, mejor conocidos como ‘pájaros’, victimizaron a los desmovilizados, muchos de los cuales regresaron al campo de batalla. Por su parte, algunos de los jefes de las guerrillas terminaron cercados por el gobierno, como Guadalupe Salcedo y Dumas Aljure.
Un hito de la sociología
En 1959, al regresar de la Universidad de Lovaina (Bélgica), el cura Camilo Torres junto con otros intelectuales, entre ellos Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña, fundaron la carrera de Sociología, la primera en América Latina. Desde allí impusieron la Acción Participativa, una forma de investigación que revolucionó el quehacer sociológico del continente. La violencia en Colombia fue una de las primeras publicaciones de este departamento y el precedente para otras importantes obras sociológicas, como la ‘Historia doble de la Costa’, del mismo Orlando Fals Borda.
La carta a Fidel Castro
Dos años después del triunfo de la Revolución Cubana y cuando el régimen castrista empezaba su giro hacia el marxismo, guerrilleros del Llano le escribieron a Fidel Castro para pedirle que recibiera e instruyera a dos de sus combatientes con el fin de apoyar su revolución para “una Colombia libre del imperialismo y de los yanquis”. Después aparecerían las guerrillas que hoy subsisten, en 1964 las Farc en el sur del Tolima y al año siguiente el Eln en las montañas de Santander.