sábado, 16 de junio de 2012

Minicuentos 38



La pesadilla de Peter Pan                                                                                         
Fernando Iwasaki


Cada vez que hay luna llena yo cierro las ventanas de casa, porque el padre de Mendoza es el hombre lobo y no quiero que se meta en mi cuarto. En verdad no debería asustarme porque el papá de Salazar es Batman y a esas horas debería estar vigilando las calles, pero mejor cierro la ventana porque Merino dice que su padre es Jocker, y  Jocker se la tiene jurada al papá de Salazar.
Todos los papás de mis amigos son superhéroes o villanos famosos, menos mi padre, que insiste en que él sólo vende seguros y que no me crea esas tonterías. Aunque no son tonterías porque el otro día Gómez me dijo que su papá era Tarzán y me enseñó su cuchillo, todo manchado de sangre de leopardo.
A mí me gustaría que mi padre fuese alguien, pero no hay ningún héroe que use corbata y chaqueta a cuadritos. Si yo fuera hijo de Conan, Skywalker o Spiderman, entonces nadie volvería a pegarme en el recreo. Por eso me puse a pensar quién podría ser mi padre.
Un día se quedó leyendo el periódico y lo vi todo flaco y largo en el sofá, con sus bigotes de mosquetero y sus manos pálidas, blancas blancas como el mármol de la mesa. Entonces corrí a la cocina y saqué el hacha de cortar la carne. Por la ventana entraban la luz de la luna y los aullidos del papá de Mendoza, pero mi padre ya grita más fuerte y parece un pirata de verdad. Que se cuiden Merino, Salazar y Gómez, porque ahora soy el hijo del Capitán Garfio.

Premeditación y alevosía

 Arturo Ledrado


Cuando salió del bar, llovía copiosamente. Sonrió
Al menos hoy al llegar a casa podrá anotar en su diario dos hechos. El primero- a título informativo-, la sorpresiva lluvia. (Ciertos meteoros dan mucho de sí: los reflejos sobre el asfalto mojado; el ruido de los canalones; las carreras de los transeúntes en busca de un taxi; el mendigo de la Plaza de santa Ana, cubierto con un plástico transparente). Nada como la lluvia para exaltar la metáfora.
La segunda anotación, escrita por supuesto, requerirá para su redacción un tacto especial y no más de cinco o seis palabras. Los detalles habrán de recuperarlos otros. A él le basta con marcar el suceso: “Esta tarde he asesinado a Laura”.
Después, una cena ligera y un libro.
Sonrió mientras bajaba muy despacio la escalera del aparcamiento.


Tiempo de amor    
                                                                                                            
José Javier Alfaro Calvo 


El tiempo no funciona cuando llega el amor.
Mañana te estuve contemplando durante dos horas seguidas.
Ayer me compraré dos ojos de repuesto y así seguir mirándote.


El presentimiento 

Juan Pedro Aparicio


La familia rodeaba al moribundo.
El moribundo habló con lentitud:
- Siempre creí que yo no viviría mucho.
Los niños clavaban en él sus conmovidos ojos.
El moribundo continuó tras un suspiro:
- Siempre tuve el presentimiento de que me iba a morir muy pronto.
El reloj del comedor tocó la media y el moribundo tragó saliva.
- Luego, a medida que he ido viviendo, llegué a creer que mi presentimiento era falso.
El moribundo concluyó juntando las manos:
- Ahora, ya véis: con ochenta y seis años bien cumplidos comprendo que ese presentimiento ha sido la mayor verdad de mi vida.