sábado, 9 de junio de 2012

Minicuentos 37


Despiste                                                                                                                             
Rubén Luis Alba

Estoy rodeado de malos,  me están friendo, tengo que hacer algo inmediatamente, pim, pam, ratata, pim, pam,  un microsegundo de tiroteo y seis malos muertos. Uaaahhhh. uahhhh, la policía, por fin estoy salvado. ¿Bond? Señor, James Bond? Si el mismo. Acompáñenos a la comisaría. Está usted detenido. ¿Detenido? Comisario aquí debe haber un error. Señor Bond, deme su documentación, por favor. Insisto debe haber un error, soy el Agente 007 con licencia para matar. Efectivamente hay un error. Observe: Agente 007- James Bond- Licencia para matar- Válida de 25-11-01 a 25-11-02. Lo siento ha caducado.

Instrucciones para freír un huevo

Anónimo

Cómprese una gallina. Pídale prestado a la gallina un hijo suyo, al cual va a freír y luego se va a comer. Si la gallina opone resistencia, mátela también a ella. Coja el huevo y dele un ligero golpe en el borde de una mesa (si es la primera vez, cómprese tres o cuatro gallinas). Eche el huevo en la sartén. Si el huevo no reacciona, es que le falta aceite a la sartén. Mientras el huevo se retuerce de dolor, salpíquele aceite en la cara. Sáquelo cuando tenga aspecto de huevo frito. Mientras se lo come pregúntese usted: ¿Quién fue primero, el huevo o la gallina?.

Me  quiero

Pilar

No he recibido ninguna llamada diciéndome cuánto me quieren ni un patético regalo de enamorados... pero yo me quiero. Es más: voy a declararme: me gusto cuando río y también cuando lloro por estar sola. Me gusto cuando sueño despierta, cuando me levanto los domingos y leo el periódico al sol. Cuando me pinto los labios y me pongo tacones, cuando me silban por la calle, cuando hago bien mi trabajo y cuando se me iluminan los ojos contemplando los pequeños detalles que hacen especiales cada uno de mis días: un sol radiante, una luna triste... Sí: me quiero. Soy lo mejor que me ha pasado.

Rueda de reconocimiento

Francesk

Dicen que el tiempo lo borra todo... pero aún no había olvidado al asesino de su marido. Alto, rubio y con ojos azules. —Es el bajito, estoy segura —le dijo al policía. Sin duda, todavía le amaba.

Lao Chi

Silvina Rocha

En un glorioso día, envuelto por un silencio de acero, Lao Chi camina entre los ventanales de papel de arroz hasta llegar a la sala. Se sienta sobre el tapete rojo. Los sirvientes le traen el licor de arroz, el agua de arroz para lavar sus manos, y el cuenco con arroz.
En la lenta ceremonia, Lao Chi toma los palitos con la diestra, los entierra en el cuenco y se los lleva a la boca, pero el arroz se cae. Imperturbable, mete otra vez los palitos en el cuenco y se los lleva a la boca, pero el arroz se cae. Levanta la mirada y con un mínimo gesto manda decapitar al cocinero.
Desde entonces, en China, el arroz se come apelmazado.

De los usos del aerosol                                                                                                   

Eduardo Abel Jiménez

corrió la habitación con el aerosol, rociando los rincones, los zócalos, encima de la cama, abajo de la cama, las dos mesitas de luz, las puertas del placard, el interior del placard, las molduras del cielo raso. Cuando terminó, trajo un tupper grande y unas pinzas de depilar, y empezó la búsqueda. Paralizados y corporizados por el líquido del aerosol, los pequeños fantasmas eran fáciles de atrapar. Abría por ejemplo un cajón del placard, metía las pinzas y sacaba uno o dos fantasmitas temblorosos y chorreantes, que iban a parar al tupper. Así y todo, le llevó no menos de una hora llenar el tupper de fantasmas. Ahí dio la cosecha por terminada.
Entonces fue a la cocina, cubrió el tupper con una película plástica y lo metió en el microondas. Bip, bip, bip: cinco minutos. Mientras pasaba el tiempo colgó la ropa lavada, puso agua para un café, fue al baño. Cuando los cinco minutos se cumplieron sacó el tupper y le quitó la película protectora. Ahora los fantasmitas parecían hechos de porcelana, con dos diminutos ojos negros pintados y el resto cubierto de barniz blanco.
Durante el fin de semana los vendería a dos pesos cada uno en la feria artesanal.

El grafólogo
Salvador Elizondo
Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.

Eustace 

Tanith Lee

Amo a Eustace a pesar de que me lleva cuarenta años, es totalmente mudo y no tiene ningún diente. Me da igual que Eustace esté completamente calvo- excepto los pelos esos que se le ven entre los dedos de los pies-, que cuando ande se le note la joroba y a veces se caiga en medio de la acera. Si cree que tiene que emitir uno de esos cortos sonidos agudos suyos como silbando, o si se le da por mordisquear con su boca sin dientes en el sofá o irse a dormir al jardín, yo lo acepto todo como cosas bastante normales. Porque le amo. A Eustace le amo porque es el único hombre del mundo al que no le importa que yo tenga tres piernas.