miércoles, 22 de mayo de 2013

Castellanos Moya: "Hay más religiosidad y menos espiritualidad"

Horacio Castellanos Moya, habla de su último trabajo, El sueño del retorno. Su relación con El Salvador, la influencia del mercado en la literatura, la imposibilidad de redención, temas de esta entrevista. "La literatura no puede dar respuestas", dice el autor de El asco
Aunque Horacio Castellanos Moya nació en Honduras, y vivió en distintos países, es bien salvadoreño. El y sus libros, que hablan casi siempre de esa relación traumática con un lugar que alguna vez fue el suyo. El sueño del retorno (Tusquets), su nuevo trabajo, no es la excepción.  Está situado en 1991, sobre el final de la guerra civil en El Salvador y pese a que Erasmo Aragón, el personaje, vive en México, pronto volverá a su país. O eso piensa. En cierto modo es una historia autorreferencial la de Castellanos Moya, aunque el personaje sea bien diferente a su creador. “Es un libro que comencé hace muchos años. Quedó guardado, a la mitad, y hace poco lo saqué del cajón” avisa. Algo de eso se nota, porque el libro tiene dos momentos. Uno con el personaje ensimismado, enroscado en sus problemas, en los dolores estomacales y en la búsqueda de un médico que termina sometiéndolo a sesiones de hipnosis. El otro, vinculado con el contexto de El Salvador, recuperando episodios trágicos de su vida y de su familia en un momento en el que la guerrilla y los paramilitares se arriman a un acuerdo. A diferencia de El asco, su libro más famoso, donde el personaje sólo ve lo malo de su país, vuelve por obligación, sin ninguna expectativa, Erasmo está ilusionado con la idea del retorno. Ilusionado como alguna vez lo estuvo Castellanos Moya, que aquí lo cuenta.
-Este personaje tiene un alter ego en el médico hipnotizador, que le roba sus historias, y que hasta puede ser un espía, ¿por qué encierra tanta paranoia y contradicciones Erasmo?
El personaje representa bastante mi visión del ser humano. Pero sobre todo representa a alguien que a medida que se acerca a su lado oscuro, a su lado desconocido, se va afectando. Tiene miedo. Descubrir la parte nuestra que no conocemos casi siempre es un ejercicio retórico. No lo buscamos. Primero, porque puede ser muy desagradable, e incluso llevarnos a pensar que eso no somos nosotros. Si me muestran mi lado oscuro, lo primero que hago es negarlo. El personaje representa a alguien que comienza a acercarse a su lado oscuro sin quererlo, porque él lo que quiere es que le quiten sus dolores. Y cuando se acerca, no lo entiende: sólo logramos ver su vulnerabilidad.
-Otro personaje, el tío de Erasmo, un hombre que ahora está en el comunismo pero que viene del bando militar, y que ahora puede ser un nexo entre guerrilla y dictadura, ¿simboliza ese momento histórico?
Ese personaje, Alberto Aragón, está muy desarrollado en otra novela mía, no muy conocida, que se llama Donde no estén ustedes (Tusquets). Allí cuento su muerte, su decadencia, y es como dices, un personaje contradictorio, porque tiene vínculos con la izquierda comunista pero al mismo tiempo los tiene con la derecha paramilitar. Juega de puente entre ellos, aunque a su hijo comunista lo haya matado la derecha. Es el mundo donde las fronteras a veces se superponen. Aquí, en este libro, es una especie lazo entre las dos fuerzas. Pero el hecho determinante de una Guerra Civil es la partición de una familia. Se parte el núcleo básico en estos conflictos cuando su origen es ideológico. Resulta que tu hermano está en el ejército y tú estás en otro lado.
-¿Hay un intento de reconciliación familiar, incluso de parte tuya, en este tiempo de fin de conflicto?
No, porque todo esto es ficción. Yo casi no tengo vida familiar.
-¿Albertico existió? (el hijo asesinado de Alberto Aragón)
Con otro nombre, él y su mujer existieron. En La sirvienta y el luchador, mi novela anterior, están mucho más desarrollados. Allí se cuenta su secuestro, una típica operación de los escuadrones de la muerte. Pero sí, a mí me afectó mucho su muerte. Fue algo que hirió mi psiquis, mi aparato emotivo. Yo no tuve un vínculo político con él, lo conocí como alguien con quien me echaba las copas.
-¿En algún momento sentiste que esa podría haber sido también tu vida?
Como escritor veo las posibilidades de lo que me pudo haber sucedido, y me pregunto por qué no me sucedió. Yo no militaba en el Partido Comunista como él, pero no éramos muy distintos. Y no sólo él, hubo muchos muertos míos de quienes nunca he escrito ni he tomado sus historias. Amigos, amigas. Cuando comenzó la guerra yo me fui, pero a ellos los mataron. Esto me lleva a preguntarme el sentido del destino de la vida.
-La fragilidad de la vida…
Eso, la fragilidad, la vulnerabilidad.
-En este libro no muere nadie, pero Erasmo sufre por haber contratado a un asesino a sueldo…
Aunque no muera nadie, esa muerte sigue en la psiquis del personaje. Y eso me acerca a él, no en su personalidad, ni temperamento. Pero sí en cómo las cosas que me han afectado en una época de formación como fue la pos adolescencia. Estas entrando al mundo y de pronto el mundo es una pesadilla lleno de muerte.
-Erasmo se la pasa de resaca en resaca, mirando culos o pensando la manera de zafar, pero es conciente de que otros no corren la misma suerte, sabe que están esos otros…
Está esa escena del final, en la que la mujer le dice que se hace el héroe, pero que no tuvo los cojones para ir cuando había que ir. Y eso a él si lo enfada. Es odio lo que siente. Pues la verdad siempre es desagradable. Tiene algo de conciencia, pero no mucha, el todavía cree que hay redención.
-¿Y por qué el regreso sería una salvación, por qué mantiene esa ilusión?
Confía en que volviendo a su país, con el fin de la guerra civil, el retornará a un estado de equilibrio mental y físico. Dice que hará ejercicio, y dejará de beber, es un sueño. Pero a medida que se acerca el momento del retorno se da cuenta de que no va a ser distinto. Tampoco lo acepta. Los seres humanos nos engañamos permanentemente a nosotros mismos. Va a regresar y según él va a encontrar un equilibrio, y gracias a que este factor externo que es el médico que lo ha estado atendiendo y que tiene una libreta donde ha apuntado todo lo que le contó en las sesiones de hipnosis. Y cuando él sepa lo que hay apuntado allí, va a entender quién es. Deposita en algo externo la posibilidad de un conocimiento interno. Alguien me va a iluminar sobre mi mismo. Pero de pronto se da cuenta que el médico ya no está. Y el no ha hecho nada, va por el free shop con su botella de vodka. No hay redención para el ser humano, es la idea principal del libro.
-Nuestras sociedades, moldeadas por el mercado, ¿construyen este tipo de personajes escapistas, a veces banales?
Esa es una pregunta que la literatura no puede responder. Alguna vez hubo respuestas desde la filosofía y la religión, pero ya no cuentan. La literatura muestra la contradicción, la vulnerabilidad, las ansias y la frustración del ser humano, pero no puede dar respuestas.
-¿No hay un camino de redención?
Puede que lo haya, pero quienes lo conocen no lo cuentan. Como raza, como género, no se ve la luz.
-¿El busca la luz?
No llega a planteárselo. No logra cuestionarse, sus problemas son demasiado inmediatos. Su búsqueda espiritual es limitada.
-¿Y ese sí es un denominador común para el ser humano?
Sí, hay cada vez más religiosidad y menos espiritualidad. La búsqueda espiritual está apabullada.
 -¿El mercado ha hecho que la buena literatura sea marginal?
Onetti lo decía claramente: “Al que tenga talento de escritor no lo va desviar ni el fracaso ni el éxito”. El mercado existe y hay dueños del dinero que definen ciertos gustos pero siempre hay un factor de fortuna.
-¿Vos te sentís afortunado?
Depende de la perspectiva. La suerte es muy relativa. Lo que sí tengo claro es que no vale la pena pelearte o reclamarle a tu fortuna. Escribe los libros que tengas que escribir, lo demás va a venir. Pero si escribes los libros para que eso ocurra, lo vas a pagar.
-Uso el título del libro, el sueño del retorno, para preguntarte si sigue siendo para vos un sueño volver a El Salvador…
Yo tuve dos sueños del retorno. Y el del personaje puede asimilarse a los que yo he tenido. Pero dejé de tenerlos, probablemente desde la última vez que salí, en 1997, ya no tengo ningún sueño de retorno. En el 91, en cambio, había un sueño del retorno, quizá no tanto del retorno sino de la construcción de una nueva sociedad. El sueño de contribuir a una nueva manera de hacer las cosas en el país. Las primeras dos veces que regresé, pensaba en eso.
-Se acabó ese sueño entonces
Sí, no tengo ningún sueño del retorno. Ya quemé todos mis sueños. Lo que me queda hacer es escribir los libros que deba escribir, donde sea que esté. Y no se si con ello contribuyo en algo.
-¿Y a Castellanos Moya escritor, lo beneficiaba tener sueños, o es un autor más libre ahora que no los tiene?
Es interesante. Como escritor, mientras tenías sueños, mi literatura era desencantada. Los sueños del ciudadano, los del periodista, los del hombre de ideas nunca se reflejaron en lo que yo escribía. Mi literatura fue siempre así, desde el primer libro ya era desencantada. Los escritores, aunque estemos en un carril y en ese carril tengamos una actitud siempre tenemos otro yo que ve las cosas desde otro lado, las critica. Esa es la paradoja de esto, ese otro yo con el convivimos cotidianamente. Para escribir como escribo no es mejor ni peor tener sueños o no tenerlos.
/Revista Ñ