sábado, 18 de mayo de 2013

Minicuentos 56



Del origen de la literatura, el eterno retorno, y un amor                                          

 
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Nacimiento
VicenteBattista

Los antropólogos de la Universidad de Duke, en los Estados Unidos, estiman que el hombre de Neanderthal, que habitó la tierra hace más de cuatrocientos mil años, poseía el don de la palabra. Esta novedad podría contestar una pregunta que hasta hoy no tenía respuesta.
Para encontrar esa respuesta habrá que retroceder hasta una tribu de Neanderthal, una noche en especial. Los hombres y mujeres están alrededor del fuego, buscan calor y celebran el fin de otra jornada. A la mañana de ese mismo día, los hombres habían partido de caza en busca de alimentos. Las mujeres, en tanto, cuidaban a sus críos. Ahora que el sol ya se fue, es tiempo de descanso y de contar las experiencias del día. Cada hombre dice cómo atrapó a la presa que perseguía. No sabe mentir.
Pero para uno de estos hombres la caza había sido un fracaso. Cuando llega su turno, no tiene proezas para contar. Entonces decide inventarlas. Miente una cacería imposible. Lo hace con tal perfección que transforma esa mentira en una historia bella y apasionante. Todos piden que la repita. Aquella noche, sin saberlo, ese anónimo hombre de Neanderthal acababa de inventar la literatura.
Paisaje
Javier González Rubio I.

La lluvia opacaba los minutos siguientes. Los árboles se movían con hastío. A lo lejos, por encima de las silenciosas montañas, la Luna trataba de ocultarse definitivamente. El Sol hacía un esfuerzo para no contemplar aquello. Por todas partes se esparcía la soledad. Las piedras enloquecidas cambiaron de lugar. Los ríos perdieron su cauce y olvidaron sus recuerdos de vida. Las flores desearon no haber brotado porque nada ni nadie respetó su belleza. El viento recorrió paulatinamente el paisaje como emisario de la tristeza, que se había sentado en un monte para observar su reino. Las ardillas y pájaros se habían ido…
No se escuchaba el rugir de leones y tigres, ni el ruido de hojas caídas al paso de liebres, víboras y zorras. Las voces de los hombres se apagaron por sus mismos gritos. Todo entró en la caverna del olvido. El silencio estaba dispuesto a no dejarse vencer ahora que había derrotado al escándalo. En el cielo permanecían las tonalidades rojas porque las azules se habían perdido…
Cuando cesó la lluvia y la luna logró su objetivo, aparecieron un niño y una niña buscando, entre los escombros del mundo, una muñeca de trapo y un carrito de madera.
                                                            
Toño Salazar

Alfonso Reyes

Toño Salazar volvió a París tras larga ausencia. Los viejos poetas que había admirado en su juventud ya no existían. Las calles recordaban sus nombres. Lo mismo le pasó en México, de donde también faltó muchos años. Y me dijo: —Mis amigos se han convertido en calles…

El eterno retorno

Collin de Plancy

Dos alemanes que en una taberna hablaban del gran Año Platónico, en el cual todas las cosas volverían a su primer estado, quisieron persuadir al dueño del lugar, que los escuchaba atentamente, de que no había nada más cierto que ese retorno cíclico, “de tal modo —decían— que dentro de los dieciséis mil años estaremos los dos bebiendo aquí, a la misma hora, bajo la misma luz, en este mismo cuarto”, y luego le pidieron que les diera crédito hasta entonces. El tabernero les respondió que estaba muy de acuerdo en ello; “pero —añadió—, puesto que hace dieciséis mil años que, día a día, hora tras hora, estáis bebiendo aquí, y os habéis ido sin pagar, cubrid vuestra deuda pasada y os daré crédito en el presente”.


Ella lloraba en sueños
Milán Kundera

“Estaba enterrada. Hace ya tiempo. Venías a verme todas las semanas. Siempre golpeabas con los nudillos en la tumba y yo salía. Tenía los ojos llenos de tierra.
“Decías: “Así no puedes ver” y me quitabas la tierra de los ojos.
“Y yo te decía: “De todos modos no veo, si tengo agujeros en vez de ojos.
“Y un día te fuiste y no volviste durante mucho tiempo y yo sabía que estabas con otra mujer. Pasaban las semanas y tú no volvías. Tenía miedo de no verte y por eso no dormía nunca. Por fin volviste a llamar a la tumba, pero yo estaba tan cansada después de un mes sin dormir que no tenía fuerzas para salir a la superficie. Cuando lo conseguí, tú me miraste decepcionado. Me dijiste que tenía muy mal aspecto. Sentí que te desagradaba terriblemente, que tenía la cara hundida y hacía unos gestos muy bruscos.
“Te pedí disculpas: “No te enfades, no he dormido en todo el tiempo”.
“Y tu dijiste con voz falsa, tranquilizadora: “Ya ves. Tienes que descansar. Deberías tomarte un mes de vacaciones”.
“Y yo sabía perfectamente qué querías decir con lo de las vacaciones. Sabía que no querías verme en todo el mes porque estarías con otra mujer. Te fuiste y yo bajé a la tumba y sabía que pasaría otro mes sin dormir para estar despierta cuando vinieses y que, cuando llegases al cabo de un mes, estaría aún más fea que hoy y que tú estarías aún más decepcionado.