jueves, 16 de mayo de 2013

Houellebecq: "Escribo por vanidad"

El escritor francés se revela ahora en el volumen Poesías, traducido al español, como un vate a quien le gusta cantar la derrota del ser humano

"La sociedad en la que vivimos quiere destruirnos", dice con amargura el autor de Plataforma./Revista Ñ
Con aspecto algo desaliñado –una mancha de pintura blanca en su camisa amarilla–, tocándose el flequillo, encadenando un cigarrillo tras otro, Michel Houellebecq, uno de los más grandes escritores vivos de nuestro tiempo, habló –intercalando sus ya míticos silencios entre frase y frase–, sobre todo, de Poesía , el volumen en el que la editorial Anagrama recoge –en edición bilingüe castellano-francés– sus cuatro obras poéticas: el manifiesto “Sobrevivir” (1991), y los poemarios El sentido de la lucha (1996), La búsqueda de la felicidad (1997) y Renacimiento (1999).
En este libro el autor de Las partículas elementales y Plataforma se revela como una lúcida voz que canta la derrota de los seres humanos en un sistema extraño, identificado como ‘liberal’, que los hace sufrir. Es el poeta de los desvalidos del siglo XXI: los feos, los raros, los parados, los que no ligan... y aborda también el paso del tiempo, el mundo laboral, la belleza, el amor o la vida sexual.
La expectación mediática que usted levanta tal vez solo sea comparable a la de Salman Rushdie. ¿Cómo la aguanta?
Uno se acostumbra a todo. No sé por qué la gente se interesa tanto por mí. La única explicación que puedo encontrar es que, al ser tan imprevisible, transmito una sensación de libertad, muy rara en el mundo actual, y eso me convierte en alguien interesante.
Como Rushdie, usted fue víctima del fanatismo islamista.
Menos. A mí no me condenaron a muerte, solamente me hicieron un juicio.
Dice en su libro algo así como que no hace falta tolerancia con ciertas cosas, porque ya conocemos qué es el bien y qué es el mal.
Tal vez suene algo extremo, pero el islam no ha cambiado en Francia. No me arrepiento de lo que dije, pero tampoco lo voy a repetir. Diré algo nuevo cuando cambie la situación.
“Sobrevivir” es un manifiesto, declaración de intenciones sobre la base de su poesía, pero también sirve para sus novelas. La base de todo es el sufrimiento.
Sí. Sufro. Hay una incompatibilidad entre sentirse bien en el mundo y escribir sobre él. Escribir requiere un alejamiento. No hay escritores felices. Sufrimiento es dolor pero también esa sensación de extrañeza, sentirse ajeno a todo. Todos los vivos sufrimos de muchas maneras.
Pero, ¿sufre tanto como antes?
Siempre tengo un sentimiento negativo hacia las cosas. El sufrimiento me comería crudo si no le pusiera una estructura, si articulo ese dolor en un poema estoy salvado. El poeta bascula entre la amargura y la angustia, y a veces experimenta un momento de remisión que le permite crear.
¿Dónde se encuentra usted ahora?
Soy ciclotímico. En un mismo día atravieso lo más alto y lo más bajo. Puedo pasar de un estado a su contrario en menos de una hora, así que esa pregunta no tiene sentido para mí.
Dice que el poeta es el niño que se caga encima cuando su madre se ha puesto guapa para una cita nocturna...
Llora con los pañales sucios y exaspera a esa madre, que al final se pone a gritar también y lo abandona. Las experiencias traumáticas ayudan al escritor, que suele tener la conciencia precoz de vivir en un entorno desagradable. Hombre, yo también intento, como todo el mundo, agarrarme a sucedáneos de felicidad pero sé que, en el fondo, la felicidad no es para mí.
Reivindica la culpabilidad y la timidez como fuerzas extraordinariamente fecundas.
U otras como el resentimiento, sí. La culpabilidad la sentía sobre todo de joven, es algo que permite un gran conocimiento de uno mismo. Quieres a tu padre pero tienes ganas de que se muera y te sientes mal por ello.
¿Y la timidez?
Es una gran fuente de enriquecimiento interior, un desfase entre la voluntad y el acto que desencadena unos procesos mentales interesantes. Sin ese desfase, seríamos animales. La timidez es ideal para un poeta.
No sé si conoce a Leopoldo María Panero, pero es inevitable pensar en él cuando habla de que el poeta hace equilibrios en el límite de la cordura.
No lo conozco. Pero yo mismo no estoy muy lejos de perder la cabeza, me siento en el límite de ciertas cosas. No soy capaz de hacer vida social, aunque haciendo un esfuerzo consigo un poco integrarme, sin dejar de parecer raro. Y la psiquiatría es peligrosa porque puede embrutecerte también.
Usted, aunque no ejerza como tal, es un crítico demoledor de la sociedad y de todas las taras del sistema, como una especie de portavoz de los damnificados, con los que nos hace empatizar.
La sociedad en que vivimos quiere destruirnos. El arma que emplea es la indiferencia, y hay que pasar al ataque, poner el dedo en la llaga y apretar bien fuerte. Hablar de lo abyecto: la enfermedad, la ausencia de amor, la fealdad... pero sin adherirse a ninguna idea ni profesar ninguna militancia. La militancia es para la gente feliz.
En cuanto a las formas métricas, es usted bastante clásico ¿no?
Un poco de todo; métrica estricta, prosa poética... Una forma versificada me permite decir aquello que no sabía que iba a decir, me libera el subconsciente. La rima es una ventaja extraordinaria para librarse de la razón, y del discurso racional. Una estructura compacta y firme desata mi vida interior. Y me gusta mucho la repetición, me repito enormemente.
Pero, entonces, ¿qué métrica prefiere?
Depende de la energía que necesite. Tal vez la de los alejandrinos me viene más naturalmente. El francés es una lengua sin ritmo, al contrario que el inglés. El francés es una melodía, algo armonioso, difícilmente cae en el hiato.
“El poeta es un parásito sagrado”, dice usted.
Es una frase injustificable. Lo dice todo. No quiero estropearla con una glosa.
Lo veíamos como un novelista que hacía incursiones en el cine, en la música... pero tras leer su libro vemos que la poesía no es una afición de domingos ni un experimento, sino que es usted tan poeta como novelista. ¿Estamos en lo cierto?
Sí. Al principio la poesía me parecía más natural que las novelas. En la poesía expresamos percepciones que tenemos sobre el mundo en un momento dado, sin contexto, es más cercana a la fotografía o la pintura que a la novela. Es fundamentalmente no narrativa. En un poema no hay personajes, sino un ente perceptivo indefinido. Saltar a la narración fue un acontecimiento inesperado en mi vida. Fíjese que en varias de mis novelas el personaje central es alguien que en principio no hace nada, más un observador que un personaje de novela. Y la poesía es una observación.
¿Se acerca más a la belleza?
No. Hay belleza en la narrativa también, pero la poesía se adapta mejor a la extrañeza y a la incongruencia, a las situaciones en que no comprendemos lo que sucede. Un poema es un momento preciso, aislado, de una historia que desconocemos. Esa historia completa sería la novela, que puede verse, en este sentido, como una nota a pie de página del poema. En una novela no hay lagunas.
¿Quiere más a sus poemas o a sus narraciones?
La poesía es difícil de editar y, del mismo modo que los padres quieren más a sus niños minusválidos que a los hermanos sanos, la dificultad de conseguir que te la publiquen te hace amarla más. Y la novela es más fácil de escribir: únicamente pide trabajo. La poesía, por muchas horas que le pongas, puede no salirte. Pide inspiración, llega cuando no la esperas, es como una secreción, ajena a tu voluntad.
Sus novelas y poemas tienen una atmósfera parecida, pero en los segundos no hay humor.
El humor no casa bien con la poesía. Estoy de acuerdo en que hay climas compartidos, que encontramos también en mis novelas. Pero hay un plus que no puede expresarse en una novela. La poesía supone siempre una interrupción de la narración. Cuando, en las novelas de espionaje, no llega el contacto en un aeropuerto, ese momento de incertidumbre, en que se corta la base de la narración, es un momento poético. De hecho, las novelas poéticas suelen ser novelas mal escritas.
¿En qué trabaja?
En otro poemario. Y en un cómic basado en Plataforma , mi primera incursión en la historieta.
Ha hecho música, cine... ¿Y un día ópera? ¿O teatro?
Jamás. Mi única relación con la cultura clásica es la literatura. El cómic o el cine me son cercanos, pero no tengo idea de cómo funciona una buena obra de teatro, y mucho menos la ópera.
Usted llegó a actuar como músico en el FIB de Benicàssim [Festival en la Costa del Azahar]. ¿Se acabó aquello?
No. Puedo escribir canciones sin problema. Las canciones son la forma actual que toma la poesía. De hecho, desde principios del siglo XX no hay poetas que me interesen, pero sí cantantes.
Sobre su última novela, “El mapa y el territorio”, dicen que está usted más domesticado.
Antes era extremadamente insolente, lo sacrificaba todo a la energía; en ese libro, lo sacrifiqué todo a la armonía. Antes echaba cubos de agua helada a los lectores, ahora mi deseo era que el lector se endormiscara dulcemente. Antes sonaba como un conjunto punk y ahora soy más Pink Floyd.
¿Podría vivir sin escribir?
Perfectamente. Escribo por vanidad y, si no me van a publicar, pues ¿para qué? Tengo una tendencia muy fuerte a la inactividad. En cambio, no podría vivir sin leer novelas.
¿Tiende últimamente a lo autobiográfico?
Eso carece de interés. Yo invento mi vida, como me la inventaba cuando iba al psiquiatra, porque lo que me interesaba era conseguir la baja médica. La realidad es secundaria, si rasca usted un poco en mis datos biográficos verá que son inventados. Miento.
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