jueves, 31 de marzo de 2011

La mecánica de los premios literarios

Juan Gabriel Vásquez acaba de ganar el Premio Alfaguara de Novela y hace poco Antonio Ungar ganó el Herralde. Pero entre tantos premios literarios, ¿cómo saber si un premio vale la pena? ¿Cómo funcionan los premios?

Con su novela El ruido de las cosas al caer, el bogotano Juan Gabriel Vásquez obtuvo la semana pasada el Premio Alfaguara de Novela, segundo colombiano que gana este premio. La primera fue Laura Restrepo, en 2004, con Delirio.foto.fuente.semana.com

La palabra premio funciona. Genera un titular noticioso, y el premiado resplandece en un aura de gloria instantánea. Y entre todos, el resplandor de los premios literarios es el más insoportablemente glamuroso de todos. No importa cuántos haya en el mundo (solo en Francia se calculan 1.500), no importa qué tipo de premio sea: ganar un premio parece un hecho excepcional y por eso es noticia.

Pero la profusión de premios ha generado una gran confusión entre los lectores. Cada vez es más necesario mirar con cuidado cómo funciona la escogencia del ganador. En Gran Bretaña, por ejemplo, los premios literarios más prestigiosos son el Booker y el Costa Award. Ambos son otorgados por fundaciones culturales que no forman parte de la industria editorial. Son otorgados a novelas publicadas durante el año precedente al premio. El jurado está conformado por críticos y académicos del mundo de la literatura que suelen premiar buenas novelas. No otorgan sumas de dinero extravagantes, porque basta uno de estos premios para que se disparen las ventas de la novela.

Así funciona también el Goncourt. Y el día que se anuncia, Francia se paraliza. Luego, el autor celebra mientras su editor –más feliz todavía– ordena a la imprenta reimpresiones a toda prisa. ¿Cuánto recibe el ganador del Goncourt? La honorable suma de 50 euros, cifra que ha permanecido inmune a la inflación desde que nació el premio, en 1903.
En Estados Unidos también hay, entre muchos, dos premios literarios destacables, y ambos funcionan igual. Tanto el Premio Pulitzer de Novela como el National Book Award son otorgados por fundaciones. Los dos entregan 10.000 dólares.

Aquí no

En el mundo hispanoparlante las cosas son muy distintas. Los premios más sonados son de las editoriales. Cosa aparte son el Cervantes y el Príncipe de Asturias, que sí son otorgados por fundaciones, pero premian la carrera de un escritor, no un libro.

Los premios más conocidos en Iberoamérica son el Planeta, el Alfaguara y el Herralde, de la editorial Anagrama, que este año recayó sobre un colombiano: Antonio Ungar. Y a ellos ha venido a sumarse el premio de Editorial Norma. Todos son dados por casas editoriales, y casi todos, excepto el Anagrama, entregan sumas de dinero descomunales –para el mundo de la literatura–. Son premios a manuscritos y no a novelas publicadas. Porque son estrategias de marketing para vender sus libros. Eso es todo.

Estas exorbitantes cifras de dinero (el Planeta, entrega 600.000 euros,), elevadísimas para el negocio editorial, son un anticipo por las ventas.

Cortar el ponqué

Un escritor recibe en promedio entre el 8 y el 12 por ciento del precio de venta de un libro. El resto se reparte en la larga cadena de la industria. Pero a los autores se les suele pagar un anticipo, basado en las proyecciones de ventas potenciales que hace el editor. Muchas veces el editor se equivoca y las ventas no cubren el anticipo ya dado, que no se devuelve. Obviamente, los autores consagrados reciben anticipos fuertes y sus agentes negocian los porcentajes de ventas. Es la sencilla ley de oferta y demanda.

Si los 650.000 euros del Planeta, los 175.00 dólares del Alfaguara o los 100.000 dólares del Norma son anticipos, la presión para que se vendan estos libros es enorme. Por eso son premios comerciales.

Lo bueno y lo malo

Esto no quiere decir que esos premios sean malos. Pero es bueno recordar la mecánica para saber a qué atenerse. Es, por supuesto, un terreno espinoso. El exorbitante Premio Planeta, que puede llegar a vender entre 150.000 y 400.000 ejemplares de la obra premiada, lleva a cabo una multimillonaria y cuidadosa campaña de marketing: hasta los reyes de España y el presidente de gobierno (preferiblemente si es del Partido Popular) acuden a la cena de gala de premiación. El premio ha sido otorgado tanto a autores literarios como a comerciales, y, comprensiblemente, prefieren a estos últimos. Las editoriales están atentas para saber qué se vende mejor. Pueden dar un golpe y 'robarle' un autor a una casa de la competencia. Pueden dar el premio a un autor que ya vende muy bien. O a una novela cuya temática esté de moda.

Planeta es una casa muy española y su premio no circulaba bien en América Latina. Por eso crearon hace cuatro años el Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América, dirigido a este mercado. No es el mismo, y tiene una remuneración menor, pero nada despreciable, de 200.000 dólares. Así, Planeta ha segmentado los mercados mientras capitaliza el poder de su marca. También ha creado pequeños premios para mercados locales, como el Planeta de Periodismo en Colombia. En España entrega cada año 16.
El Alfaguara, en cambio, nació con una vocación latinoamericana, en una época de expansión de Prisa hacia América Latina. De 13 entregados, diez han sido para latinoamericanos. Y suelen premiar a sus propios autores, porque si ya han apostado por ellos editorialmente, el premio los valoriza. La connotación de este premio en el mundo cultural es que suele darse a autores de más prestigio literario que el Planeta, pero esto no ha sido garantía de éxito de ventas. Lo mismo pasa con el glamuroso Anagrama, que solo otorga 8.000 euros, pero lo entrega una editorial vista como una exquisita boutique del libro.

Es sabido que en España el Premio Planeta es el que más vende, porque es más antiguo (se fundó en 1952) y está más enraizado en el imaginario de la población. Curiosamente, la colombiana Laura Restrepo ha sido uno de los premios Alfaguara más vendidos, y han acertado con autores como el peruano Santiago Roncagliolo, pero la verdad es que no siempre han dado en el clavo de las ventas. Pero Vásquez sí puede ir por el mismo camino del peruano.

A dedo

Todo esto lleva a una pregunta: ¿pueden estos premios provenir de concursos legítimos? Claro que no. Si bien los manuscritos son enviados con seudónimo y se supone que deberían ser todos leídos por el jurado, y que gana el mejor, esto no es cierto. Para empezar, es imposible que un jurado se lea los 500 manuscritos que se presentan, y se supone que hay un jurado 'negro' que hace cribas iniciales. Pero es obvio que la dirección editorial de la empresa señala, elige, investiga qué buenos escritores están a punto de terminar una novela, habla con los agentes literarios (que tienen un enorme poder) y con los autores, y claro, los invita a presentarse al premio. De hecho, a los escritores consagrados les ofrecen el premio. Porque casi ningún autor de renombre, que sabe cuánto venden sus libros, va a correr el riesgo de presentarse a un premio y perder. ¿Para qué someterse a eso? Y es que el tamaño de los egos es un asunto complicado en el mundo de la literatura. Los miembros de los jurados sí leen a los cuatro o cinco finalistas, pero el editor, casi sin excepción, tiene la última palabra.

Precisamente por eso, premios como el Tusquets, más reciente, se han promocionado como premios 'verdaderos', y el mismo Alfaguara, cuando lo ganó el completamente desconocido escritor mexicano Xavier Velasco, recalcó que esa era la prueba de que su premio no se daba a dedo. Pero tampoco es cierto. Tomás Eloy Martínez o Manuel Vicent, ambos ganadores en el pasado, fueron 'cordialmente invitados' a presentarse.

Y es que hay de todo un poco. Cuando a Planeta se la ha tachado de dar premios demasiado flojos, sorprende al año siguiente premiando a un autor de peso. Ernesto Sábato y Miguel Delibes denunciaron que el Planeta les había sido ofrecido a ambos en 1994, y lo rechazaron. Otro caso más reciente es la demanda por fraude ante un tribunal argentino de Gustavo Nielsen, un escritor participante, en 2005, cuando el Planeta local fue dado a Ricardo Piglia. Y, cosa insólita, ganó la demanda.

Pero esto no implica que los premios sean malos. Todo editor siempre anhela el equilibrio entre la calidad y las ventas. No es fácil. Y en medio de esa tensión, las casas hacen sus apuestas.

El que Alfaguara haya premiado a un autor joven, de envergadura, como Juan Gabriel Vásquez es una buena noticia para la literatura colombiana. Y Colombia debe esperar la publicación de la novela con genuina curiosidad lectora, porque a pesar de que Vásquez genera animadversión en el mundillo literario local por su carácter un tanto altivo, es un escritor de una rara inteligencia, que combina su férrea vocación con una inquebrantable disciplina de lector, y es dueño de un ya probado talento poderoso.

lunes, 28 de marzo de 2011

Literaturas mutantes

Sobre el futuro imperfecto de la narrativa virtual

foto:archivo.fuente:Revista Ñ

No hace mucho me llegó desde España una propuesta para trabajar en el proyecto de un concurso para una novela colectiva creada a través de Internet. La idea era (es) que quince autores diferentes escriban otros tantos capítulos de una misma historia cuyo puntapié inicial estuvo a cargo del peruano Santiago Roncagliolo.

El experimento ya va por la mitad: los interesados mandan el capítulo que sigue y un comité de lectores los evalúa. "Lo que tendrías que hacer es leer unos cuantos candidatos cada vez y darles un puntaje del 0 al 10", me contaban los organizadores antes de que la idea se instalara en una página web (tobecontinued.com) y sus réplicas en un blog, Facebook, Youtube, Twitter y todo el andamiaje virtual disponible.

La llegada de Internet le abrió las puertas a esta literatura mutante, con resultados hasta ahora perecederos. Primero fueron los chats y los blogs mudados al libro como crónicas, relatos o novelas, que emergieron con toda la fanfarria de las modas pasajeras. A principios de este año, el sitio digital de la revista Ñ propuso otro ensayo virtual: la escritura en comunidad de una novela en la plataforma de Twitter. Fueron tres días de posteos a 140 caracteres por cabeza hasta que la trama se fue de las manos. "La Web nos une, sí, pero también nos dispersa", escribió el periodista Andrés Hax al analizar los resultados que fluyeron hacia un caos previsible. Otra escala en el tránsito de esta literatura mutante la veremos dentro de no mucho, cuando se invente algún programa que hornee frases y amase párrafos que se adapten a la prosa del narrador. Ya existe algo parecido: Topicmarks hace un resumen de cualquier documento (en inglés, por ahora) que se suba a ese sitio, con resultados tan prudentes como para causar alarma.

Sin embargo, esta narrativa experimental que navega entre lo grupal y lo virtual está condenada a un futuro imperfecto. Un autor no sólo le pone su pasado y su presente a lo que escribe sino sobre todo su alma, única e indivisa. Y lo que no tiene alma está condenado a morir antes de haber nacido.

martes, 22 de marzo de 2011

¿La literatura infantil es literatura?

Casi ignorados por la academia y la crítica, los libros que encuentran a sus lectores entre los niños y jóvenes tienen un rol en su formación y un lugar considerable en el mercado. Autores y especialistas lo analizan como producto cultural, en su función pedagógica y el espacio que queda para la imaginación

La literatura infantil no es una literaturita.foto:archivo.fuente:Revista Ñ

Son los padres quienes compran y leen primero los libros orientados a niños, una disciplina que no tiene ni una cátedra en la Universidad de Letras pero varios estantes en las librerías. Entonces, ¿se trata de literatura infantil o literatura "a secas"? En un encuentro a propósito de la presentación de Torre de Papel y Zona Libre 2011, dos colecciones de la editorial Norma destinadas a un público infantil, autores y especialistas buscaron delimitar sus alcances y plantear preguntas acerca del papel de la crítica, su función pedagógica y su rango como producto cultural.


En principio, la llamada literatura infantil o juvenil no existió hasta el siglo XIX simplemente porque no se entendía la infancia como un período diferenciado. Entonces, la literatura a la que accedían los niños era la misma que estaba destinada a un público adulto, pero era pasible de tantas lecturas e implicaciones políticas, morales y religiosas como lectores se encontraran con ella. "Las obras tienen que ser para todos, no tiene que haber dos literaturas", dictaminó en el inicio el chaqueño Gustavo Roldán, autor de El último dragón, cuyo protagonista adopta como padre a un sapo. "Me crié en el monte escuchando historias y no había una diferencia: si había un grande, era para grandes, si había un chico, era para chicos", señaló.


A pesar de su entusiasmo, conoce que las clasificaciones en la actualidad no funcionan de ese modo y son escasas las situaciones en las que se eleva la literatura infantil a un producto cultural del mismo rango que la Literatura en general: se niega su calidad y se la toma como una adaptación de menor nivel de las creaciones adultas a la mentalidad y experiencia del niño.


Así lo entiende la academia, que excluye a la literatura orientada a niños del programa de las cátedras que abordan a la literatura en general, relegándola a seminarios aislados y específicos. Mirta Gloria Fernández, egresada de la carrera de Letras de la UBA y docente del Seminario de Literatura Infantil en la misma facultad, puede dar fe de ello, y va más allá: "Tampoco se institucionaliza la crítica en la literatura infantil, y esto supone una paradoja: porque al no haber crítica negativa hay más libertad por parte de los escritores. Sin embargo, el hecho de que no haya meta-discursos circulando alrededor de los montones de obras que se editan, no implica que la literatura infantil esté en los márgenes del capitalismo, sino al contrario: es el género que más vende".


Martín Blasco, autor de El bastón de plata, una novela histórica ambientada en la España islámica, cree dar en la diferencia: "La única condición real de la literatura infantil y juvenil no es que está dirigida a los jóvenes, sino que tiene que tener en cuenta que el lector que la va a agarrar no tiene una cultura previa", explicó. "La edad no es criterio de diferenciación", opinó Fernández, que añadió que la literatura infantil no se trata de un subgénero sino que se podría pensar como un macro-género, en la medida que en su interior se despliegan distintos géneros, como la ciencia ficción, la poesía, los clásicos ilustrados, entre otros.


"A la hora de escribir, el género define la escritura, porque cuando trabajás en un libro para adultos lo hacés de manera distinta que cuando está dirigido a chicos. Una vez que tengo definido el público, trabajo dentro de los límites que produce el género en cuestión", comentó Sergio Olguín, autor de Cómo cocinar un plato volador, una historia sobre el encuentro entre un padre separado y su hijo. "Tanto mis novelas juveniles como de adultos son de género policial. En este caso la ciencia ficción es una excusa, podría haber sido el género fantástico o incluso un cuento maravilloso, pero tenía ganas de trabajar algo distinto de lo que me permito hacer cuando escribo literatura para adultos", agregó.


¿Hay temas para los lectores niños? No según Roldán: "Todos los temas son para el público infantil, especialmente los grandes. A los chicos les interesan las temáticas más fundamentales que les interesan a los grandes, no los temas tontos". Pero no sólo los niños son lectores de estos libros. Para Mirta Fernández, la literatura infantil cuenta con un doble receptor: los padres y los chicos. "Lo que deseamos la mayor parte de los adultos es que los niños lean. Pero, ¿coincide el deseo infantil con la propuesta adulta? Los niños leen, en gran parte, desde un horizonte ajeno a los afanes disciplinantes, ya que aún no están presos de arengas mitigadoras, ni de discursos políticamente correctos", señaló.


Pero el lector adulto, según su opinión especializada, "es resultado de una operación que pregona la subalteridad de la literatura con respecto a la ética, la moral o la ideología", donde las instituciones que seleccionan las obras cobran importancia. A lo largo del tiempo, fueron sucediéndose distintas representaciones uniformizantes de la infancia que cambiaban según los condicionamientos de cada época; y la literatura infantil, que está asociada a las categorías de la infancia y los avatares políticos y económicos, fue adaptándose.


"La escuela es la que determina cómo es la literatura infantil de cada tiempo y está asociada a lo que la sociedad necesita que se construya como idea de infancia. El riesgo siempre en este campo es que queda la finalidad pedagógica demasiado al descubierto; el libro de literatura infantil suele adolecer de un discurso ejemplificador", remarcó Fernández. Roldán compartió la posición, y señaló: "Hay demasiados educadores –los padres, la policía, la escuela y las iglesias–; la función de la literatura es cualquier cosa menos esa. Que de paso también educa, sí, pero esa no es su función".


En la actualidad, la literatura infantil como domesticadora del niño está más vigente que nunca según Fernández. "El niño hoy está más condicionado que antes por lo que el adulto quiere que él sea –explicó; con el advenimiento de las nuevas tecnologías, su espacio de imaginación está más invadido y censurado, y ya no le queda lugar para la creación propia" –sentenció. "Toda literatura siempre va a tener una ética, dado que siempre va a estar allí el valor apreciativo de un sujeto, pero la literatura infantil debería cuidarse de quedar pegada a determinados valores. El mensaje estético no debe estar soslayado por un mensaje moral o ideológico; la obra debe ser polisémica".

Ni subgénero ni género menor, a modo de conclusión el encuentro arribó a la certeza de que "la literatura infantil –en palabras de Fernández – no es literaturita".

domingo, 20 de marzo de 2011

El cuento del domingo

Thomas Mann
La muerte

10 de septiembre

Por fin ha llegado el otoño; el verano no retornará. Jamás volveré a verlo...

El mar está gris y tranquilo, y cae una lluvia fina, triste. Cuando lo vi esta mañana, me despedí del verano y saludé al otoño, al número cuarenta de mis otoños, que al fin ha llegado, inexorable. E inexorablemente traerá consigo aquel día, cuya fecha a veces recito en voz baja, con una sensación de recogimiento y terror íntimo...

12 de septiembre

He salido a pasear un poco con la pequeña Asunción. Es una buena compañera, que calla y a veces me mira alzando hacia mí sus ojos grandes y llenos de cariño.

Hemos ido por el camino de la playa hacia Kronshafen, pero dimos la vuelta a tiempo, antes de habernos encontrado a más de una o dos personas.

Mientras volvíamos me alegró ver el aspecto de mi casa. ¡Qué bien la había escogido! Desde una colina, cuya hierba se hallaba ahora muerta y húmeda, miraba el mar de color gris. Sencilla y gris es también la casa. Junto a la parte posterior pasa la carretera, y detrás hay campos. Pero yo no me fijo en eso; miro sólo el mar.

15 de septiembre

Esa casa solitaria sobre la colina cercana al mar y bajo el cielo gris es como una leyenda sombría, misteriosa, y así es como quiero que sea en mi último otoño. Pero esta tarde, cuando estaba sentado ante la ventana de mi estudio, se presentó un coche que traía provisiones; el viejo Franz ayudaba a descargar, y hubo ruidos y voces diversas. No puedo explicar hasta qué punto me molestó esto. Temblaba de disgusto, y ordené que tal cosa se hiciera por la mañana, cuando yo duermo. El viejo Franz dijo sólo: "Como usted disponga, señor Conde", pero me miró con sus ojos irritados, expresando temor y duda.

¿Cómo podría comprenderme? Él no lo sabe. No quiero que la vulgaridad y el aburrimiento manchen mis últimos días. Tengo miedo de que la muerte pueda tener algo aburguesado y ordinario. Debe estar a mi alrededor arcana y extraña, en aquel día grande, solemne, misterioso, del doce de octubre...

18 de septiembre

Durante los últimos días no he salido, sino que he pasado la mayor parte del tiempo sobre el diván. No pude leer mucho, porque al hacerlo todos mis nervios me atormentaban. Me he limitado a tenderme y a mirar la lluvia que caía, lenta e incansable.

Asunción ha venido a menudo, y una vez me trajo flores, unas plantas escuálidas y mojadas que encontró en la playa; cuando besó a la niña para darle las gracias, lloró porque yo estaba "enfermo". ¡Qué impresión indeciblemente dolorosa me produjo su cariño melancólico!

21 de septiembre

He estado mucho tiempo sentado ante la ventana del estudio, con Asunción sobre mis rodillas. Hemos mirado el mar, gris e inmenso, y detrás de nosotros en la gran habitación de puerta alta y blanca y rígidos muebles reinaba un gran silencio. Y mientras acariciaba lentamente el suave cabello de la criatura, negro y liso, que cae sobre sus hombros, recordé mi vida abigarrada y variada; recordé mi juventud, tranquila y protegida, mis vagabundeos por el mundo y la breve y luminosa época de mi felicidad. ¿Te acuerdas de aquella criatura encantadora y de ardiente cariño, bajo el cielo de terciopelo de Lisboa? Hace doce que te hizo el regalo de la niña y murió, ciñendo tu cuello con su delgado brazo.

La pequeña Asunción tiene los ojos negros de su madre; sólo que más cansados y pensativos. Pero sobre todo tiene su misma boca, esa boca tan infinitamente blanda y al mismo tiempo algo amarga, que es más bella cuando guarda silencio y se limita a sonreír muy levemente.

¡Mi pequeña Asunción!, si supieras que habré de abandonarte. ¿Llorabas porque me creías "enfermo"? ¡Ah! ¿Qué tiene que ver eso? ¿Qué tiene que ver eso con el de octubre...?

23 de septiembre

Los días en que puedo pensar y perderme en recuerdos son raros. Cuántos años hace ya que sólo puedo pensar hacia delante, esperando sólo este día grande y estremecedor, el doce de octubre del año cuadragésimo de mi vida.

¿Cómo será? ¿Cómo será? No tengo miedo, pero me parece que se acerca con una lentitud torturante, ese doce octubre.

27 de septiembre

El viejo doctor Gudehus vino de Kronshafen; llegó en coche por la carretera y almorzó con la pequeña Asunción y conmigo.

-Es necesario -dijo, mientras se comía medio pollo- que haga usted ejercicio, señor Conde, mucho ejercicio al aire libre. ¡Nada de leer! ¡Nada de cavilar! Me temo que es usted un filósofo, ¡je, je!

Me encogí de hombros y le agradecí cordialmente sus esfuerzos. También dio consejos referentes a la pequeña Asunción, contemplándola con su sonrisa un poco forzada y confusa. Ha tenido que aumentar mi dosis de bromuro; quizás ahora podré dormir un poco mejor.

30 de septiembre

-¡El último día de septiembre! Ya falta menos, ya falta menos. Son las tres de la tarde, y he calculado cuántos minutos faltan aún hasta el comienzo del doce de octubre. Son 8,460.

No he podido dormir esta noche, porque se ha levantado el viento, y se oye el rumor del mar y de la lluvia. Me he quedado echado, dejando pasar el tiempo. ¿Pensar, cavilar? ¡Ah, no! El doctor Gudehus me toma por un filósofo, pero mi cabeza está muy débil y sólo puedo pensar: ¡La muerte! ¡La muerte!

2 de octubre

Estoy profundamente conmovido, y en mi emoción hay una sensación de triunfo. A veces, cuando lo pensaba y me miraba con duda y temor, me daba cuenta de que me tomaban por loco, y me examinaba a mí mismo con desconfianza. ¡Ah, no! No estoy loco.

Leí hoy la historia de aquel emperador Federico, al que profetizaran que moriría sub flore. Por eso evitaba las ciudades de Florencia y Florentinum, pero en cierta ocasión fue a parar en Florentinum, y murió. ¿Por qué murió?

Una profecía, en sí, no tiene importancia; depende de si consigue apoderarse de ti. Mas si lo consigue, queda demostrada y por lo tanto se cumplirá. ¿Cómo? ¿Y por qué una profecía que nace de mí mismo y se fortalece, no ha de ser tan válida como la que proviene de fuera? ¿Y acaso el conocimiento firme del momento en que se ha de morir, no es tan dudoso como el del lugar?

¡Existe una unión constante entre el hombre y la muerte! Con tu voluntad y tu convencimiento, puedes adherirte a su esfera, puedes llamarla para que se acerque a ti en la hora que tú creas...

3 de octubre

Muchas veces, cuando mis pensamientos se extienden ante mí como unas aguas grisáceas, que me parecen infinitas porque están veladas por la niebla, veo algo así como las relaciones de las cosas, y creo reconocer la insignificancia de los conceptos.

¿Qué es el suicidio? ¿Una muerte voluntaria? Nadie muere involuntariamente. El abandonar la vida y entregarse a la muerte ocurre siempre por debilidad, y la debilidad es siempre la consecuencia de una enfermedad del cuerpo o del espíritu, o de ambos a la vez. No se muere antes de haberse uno conformado con la idea...

¿Estoy conforme yo? Así lo creo, pues me parece que podría volverme loco si no muriera el doce de octubre...

5 de octubre

Pienso continuamente en ello, y me ocupa completamente. Reflexiono sobre cuándo y cómo tuve esta seguridad, y no me veo capaz de decirlo. A los diecinueve o veinte años ya sabía que moriría cuando tuviera cuarenta, y alguna vez que me pregunté con insistencia en qué día tendría lugar, supe también el día.

Y ahora este día se ha acercado tanto, tan cerca, que me parece sentir el aliento frío de la muerte.

7 de octubre

El viento se ha hecho más intenso, el mar ruge y la lluvia tamborilea sobre el tejado. Durante la noche no he dormido, sino que he salido a la playa con mi impermeable y me he sentado sobre una piedra.

Detrás de mí, en la oscuridad y la lluvia, estaba la colina con la casa gris, en la que dormía la pequeña Asunción, mi pequeña Asunción. Y ante mí, el mar empujaba su turbia espuma delante de mis pies.

Miré durante toda la noche, y me pareció que así debía ser la muerte o el más allá de la muerte: enfrente y fuera una oscuridad infinita, llena de un sordo fragor. ¿Sobreviviría allí una idea, un algo de mí, para escuchar eternamente el incomprensible ruido?

8 de octubre

He de dar gracias a la muerte cuando llegue, pues todo se habrá cumplido tan pronto como llegue el momento en que yo ya no pueda seguir esperando. Tres breves días de otoño todavía, y ocurrirá. ¡Cómo espero el último momento, el último de verdad! ¿No será un momento de éxtasis y de indecible dulzura? ¿Un momento de placer máximo?

Tres breves días de otoño aún, y la muerte entrará en mi habitación... ¿Cómo se conducirá? ¿Me tratará como a un gusano? ¿Me agarrará por la garganta para ahogarme? ¿O penetrará con su mano mi cerebro? Me la imagino grande y hermosa y de una salvaje majestad.

9 de octubre

Le dije a Asunción, cuando estaba sobre mis rodillas: "¿Qué pasaría si me marchara pronto de tu lado, de algún modo? ¿Estarías muy triste?" Ella apoyó su cabecita en mi pecho y lloró amargamente. Mi garganta está estrangulada de dolor.

Por lo demás, tengo fiebre. Mi cabeza arde, y tiemblo de frío.

10 de octubre

¡Esta noche estuvo aquí, esta noche! No la vi, ni la oí, pero a pesar de eso hablé con ella. Es ridículo, pero se comportó como un dentista: "Es mejor que acabemos pronto", dijo. Pero yo no quise y me defendí; la eché con unas breves palabras.

"¡Es mejor que acabemos pronto!" ¡Cómo sonaban esas palabras! Me sentí traspasado. ¡Qué cosa más indiferente, aburrida, burguesa! Nunca he conocido un sentimiento tan frío y sardónico de decepción.

11 de octubre (a las 11 de la noche)

¿Lo comprendo? ¡Oh! ¡Créanme, lo comprendo!

Hace una hora y media estaba yo en mi habitación y entró el viejo Franz; temblaba y sollozaba.

-¡La señorita -exclamó-. ¡La niña! ¡Por favor, venga en seguida!

Y yo fui en seguida. No lloré, y sólo me sacudió un frío estremecimiento. Ella estaba en su camita, y su cabello negro enmarcaba su pequeño rostro, pálido y doloroso. Me arrodillé junto a ella y no pensé nada ni hice nada. Llegó el doctor Gudehus.

-Ha sido un ataque cardíaco -dijo, moviendo la cabeza como uno que no está sorprendido. ¡Ese loco rústico hacía como si de veras hubiera sabido algo!

Pero yo, ¿he comprendido? ¡Oh!, cuando estuve solo con ella -afuera rumoreaban la lluvia y el mar, y el viento gemía en la chimenea-, di un golpe en la mesa, tan clara me iluminó la verdad un instante. Durante veinte años he llamado la muerte al día que comenzará dentro de una hora, y en mí, muy profundamente, había algo que siempre supo que no podría abandonar a esta niña. ¡No hubiera podido morir después de esta medianoche; sin embargo, así debía ocurrir! Yo hubiera vuelto a rechazarla cuando se hubiera presentado: pero ella se dirigió antes a la niña, porque tenía que obedecer a lo que yo sabía y creía. ¿He sido yo mismo quien ha llamado la muerte a tu camita, te he matado yo, mi pequeña Asunción? ¡Ah, las palabras son burdas y míseras para hablar de cosas tan delicadas, misteriosas!

¡Adiós, adiós! Quizá yo encuentre allí afuera una idea, un algo de ti. Pues mira: la manecilla del reloj avanza, y la lámpara que ilumina tu dulce carita no tardará en apagarse. Mantengo tu mano, pequeña y fría, y espero. Pronto se acercará ella a mí, y yo no haré más que asentir con la cabeza y cerrar los ojos, cuando la oiga decir:

-Es mejor que acabemos pronto...

Thomas Mann (Lübeck, 6 de junio de 1875Zúrich, 12 de agosto de 1955) fue un escritor alemán, nacionalizado estadounidense. Premio Nobel en 1929, es considerado uno de los escritores europeos más importantes de su generación. Mann es recordado por el profundo análisis crítico que desarrolló en torno al alma europea y alemana en la primera mitad del siglo XX. Para ello tomó como referencias principales a la Biblia y las ideas de Goethe, Freud, Nietzsche y Schopenhauer.

Hijo de una acaudalada familia de comerciantes, Mann nació en Lübeck, Alemania, en 1875. Tras estudiar en un instituto de dicha ciudad, marchó con su familia a Múnich, en cuya universidad, preparándose para ser periodista, estudió historia, economía, historia del arte y literatura. Comenzó su carrera como escritor escribiendo para la revista Simplicissimus. La primera historia de Mann, «El pequeño señor Friedemann» (Der Kleine Herr Friedemann) se publicó en 1898.

Vivió en Munich desde 1891 hasta 1933, con excepción de un año que pasó en Palestrina, Italia, con su hermano mayor, el también novelista Heinrich; allí empezó la redacción de su primera gran obra, la novela Los Buddenbrook, descripción de la decadencia de una familia burguesa. En esta etapa inicial de su obra centró la atención en la conflictiva relación entre el arte y la vida, que abordó en Tonio Kröger, Tristán y La muerte en Venecia, y culminaría posteriormente con Doctor Faustus.

En La muerte en Venecia describe las vivencias de un escritor en una Venecia asolada por el cólera; dicha obra supone la culminación de las ideas estéticas del autor, que elaboró una peculiar psicología del artista. En esos años mantuvo una intensa amistad de posibles connotaciones homoeróticas con el pintor y violinista Paul Ehrenberg.

En 1905, contrajo matrimonio con Katia Mann, nacida Katia Pringsheim, hija de una prominente familia de intelectuales de origen judío; su padre fue un matemático famoso. Los Mann tuvieron seis hijos: Erika (1905–1969), Klaus (1906–1949), Angelus Gottfried, Golo (1909–1994), Monika (1910–1992), Elisabeth (1918–2002) y Michael (1919–1977), todos los cuales llegarían a convertirse en figuras artísticas por derecho propio.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, Mann defendió el nacionalismo alemán de un modo muy elaborado y singular (Consideraciones de un apolítico); al final de la contienda, sin embargo, su ideología evolucionó y se convirtió en ferviente defensor de los valores democráticos. Testimonio de esta evolución es la novela La montaña mágica, que transcurre en un sanatorio para tuberculosos y constituye una transposición novelada de los debates políticos y filosóficos de la época. En 1929 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura.

Con la llegada de Hitler al poder en 1933, se exilió en Suiza hasta 1938, año en que se trasladó a Estados Unidos, donde fijó su residencia durante la Segunda Guerra Mundial. Sus obras de esta época están repletas de alusiones bíblicas y mitológicas: en la tetralogía José y sus hermanos reinterpretó la historia bíblica para indagar en los orígenes de la cultura occidental, y en Doktor Faustus, que presenta la historia de un músico que vende su alma al diablo, trató de establecer las causas psicológicas que hicieron posible el nazismo. En Confesiones de Félix Krull, su última novela (pero iniciada cuando era joven escritor), recuperó la ironía acerca de la naturaleza del ser humano que había caracterizado muchas de sus obras precedentes. Murió en Zúrich en 1955.

Basada en la propia familia de Mann, la novela Los Buddenbrook (en algunos de cuyos pasajes el autor utiliza el llamado bajo alemán, hablado en el norte del país) narra el declive de una familia de comerciantes de Lübeck, a lo largo de tres generaciones. La montaña mágica (Der Zauberberg, 1924), por su parte, cuenta la historia de un estudiante de ingeniería que planea visitar a un primo enfermo en un sanatorio suizo con objeto de hacerle compañía por espacio de tres semanas, que finalmente se transforman en siete años. Durante este tiempo el protagonista, Hans Castorp, pondrá en oposición a la medicina y su particular punto de vista sobre la fisiología humana, se enamorará y trabará relación con multitud de interesantes personajes, cada uno con sus particular forma de ser e ideología política. A través de todo ello, Mann hace repaso de la civilización europea contemporánea.

Mann fue laureado con el Premio Nobel en 1929 principalmente en reconocimiento a la inmensa popularidad que cosechó tras la publicación de Los Buddenbrook (1901), La montaña mágica, así como por sus numerosos relatos breves (de hecho, en el acto de entrega sólo se citó expresamente la primera de estas obras).

Novelas posteriores: Carlota en Weimar (1939), en la cual Mann regresa al mundo retratado por Goethe en Las desventuras del joven Werther (1774). En Doktor Faustus (1947), el autor toma como referentes la antigua leyenda alemana de Fausto, así como sus distintas versiones (Christopher Marlowe, Goethe), además de varios elementos de las vidas y obra de Nietzsche, Beethoven y Arnold Schönberg. La novela narra la historia del compositor Adrian Leverkühn, quien pacta con el diablo para alcanzar la gloria artística. En esta novela, Mann, como hemos visto, a través de la trágica figura de su protagonista, traza un depurado diseño de la corrupción de la cultura alemana de su tiempo, que acabaría desembocando en los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

Obra fundamental, para algunos la mejor, es la tetralogía José y sus hermanos (1933–1942), una imaginativa versión de la historia bíblica de José, relatada en los capítulos 37 a 50 del Libro del Génesis. El primer volumen cuenta el establecimiento de la familia de Jacob, el padre de José. El segundo relata la vida del joven José, que aún no ha recibido los grandes dotes que le esperan, y su enemistad con sus diez hermanos, los cuales acaban traicionándolo y vendiéndolo como esclavo a Egipto. En el tercer tomo José se convierte en mayordomo de Putifar, pero acaba encarcelado al rechazar las insinuaciones de la esposa de su benefactor. El último libro muestra al maduro José en el cargo de administrador de los graneros de Egipto. El hambre atrae a los hermanos de José a este país, y José organiza hábilmente una escena para darse a conocer a aquellos. Al final, la reconciliación reúne de nuevo a toda la familia.

Otra novela destacada es Las confesiones del estafador Felix Krull (1954), que quedó inconclusa a la muerte del escritor.

Los diarios personales de Mann, hechos públicos en 1975, revelan su lucha interna contra una homosexualidad siempre latente, la cual halló reflejo en sus libros, muy señaladamente en su conocida obra Muerte en Venecia (Der Tod in Venedig, 1912), en la que el envejecido protagonista se enamora de un muchacho de 14 años llamado Tadzio. En el libro de Gilbert Adair The Real Tadzio, se describe cómo, en el verano de 1911, Mann se alojó en el Grand Hôtel des Bains de Venecia con su mujer y un hermano, sintiéndose atraído por un angelical niño polaco de 11 años, llamado Władysław Moes. Considerado un clásico de la literatura homosexual, Muerte en Venecia ha sido objeto de una película de Visconti y de una ópera de Britten.

Alfred Kerr, crítico alemán detractor del escritor, se refirió sarcásticamente a la novela, ya que «hacía de la pederastia algo disculpable si era ejercida por las cultivadas clases medias».[1] Mann tuvo en su juventud una estrecha relación con el joven violinista y pintor Paul Ehrenberg de la que no se conoce su trascendencia. Sin embargo, el escritor eligió casarse y tener familia. Sus obras también presentan otros temas sexuales, como el incesto, en la obra El santo pecador.

En La muerte en Venecia, por otra parte, asistimos al simbólico encuentro entre la belleza y la resistencia al natural declive de la edad, la decadencia, ambas personificadas en la figura de Gustav von Aschenbach, personaje que actúa al mismo tiempo como metáfora del ideal de pureza del régimen Nazi (recordando a la vez la crítica de Nietzsche del ascetismo tradicional, negador de la vida). Mann valoraba igualmente las aportaciones de otras culturas; adaptó, por ejemplo, una antigua fábula india a una de sus obras, Las cabezas trastocadas.

El influjo de Nietzsche en Mann es fácilmente detectable a lo largo de toda su obra, especialmente en lo referente a las ideas de Nietzsche sobre la decadencia y las relaciones entre enfermedad y creatividad. Las dos primeras contribuirían a remediar la osificación a que había llegado la tradicional civilización de occidente. De esta manera, la «superación» a que alude Mann en la introducción de La montaña mágica y la apertura a un mundo nuevo de posibilidades que se abren ante su protagonista, el joven Hans Castorp, se producen en un contexto, en efecto, de enfermedad, como es un sanatorio de montaña.

Su trabajo es el registro de una conciencia vitalista abierta a múltiples posibilidades, es decir, que expone muy bien las tensiones inherentes a la más o menos fructífera contemplación de dichas posibilidades. Él mismo lo resumió del siguiente modo, con motivo de la concesión del Premio Nobel: «El valor y la significación de mi trabajo han de dejarse al juicio de la historia; para mí no tienen otro sentido que una vida conducida conscientemente, es decir, concienzudamente».

Tomada en su conjunto, la carrera de Mann es un ejemplo notable de la «pubertad reiterada» que Goethe pensó característica del hombre de genio. Tanto en estilo como en pensamiento, experimentó mucho más atrevidamente de lo que comúnmente se supone. Con Los Buddenbrook asistimos a una de las últimas novelas al viejo estilo, un paciente y detallista diseño de las fortunas e infortunios de una familia.
(Henry Hatfield, en Thomas Mann, 1962)

Para seguir con la biografía

Foto y semblanza biográfica:Wikipedia.Texto:ciudadseva.com

viernes, 18 de marzo de 2011

Contra la crisis, lectura

Una voraginosa espiral de crisis serpentea por nuestra sociedad

fotos.fuente:revistadeletras.net.

Crisis económica (el mercado inmobiliario se ha desmoronado, la falta de empleo se ha disparado, el turismo ha disminuido, las cajas se fusionan, la economía doméstica tambalea…).

Crisis de valores como el esfuerzo, la constancia, la cooperación, la empatía, el altruismo, la sensibilidad (el fracaso escolar sigue sumando adeptos, el bullying se resiste a desaparecer, el acoso laboral -mobbing- va en aumento, inmigrantes que sobreviven en condiciones inhumanas…).

Crisis emocional (los casos de trastorno del déficit de atención e hiperactividad -TDH- entre niños en edad escolar no retroceden, el número de adultos con ansiedad y estrés es una realidad, la depresión se postula como una de las enfermedades más destacadas del siglo XXI…).

Crisis medioambiental (el cambio climático se ha alterado negativamente, la deforestación va avanzando, los incendios arrasan hectáreas y más hectáreas, los ecosistemas han sido gravemente dañados…).

Crisis delictiva (la violencia de género continúa siendo noticia, menores que violan a otros menores, terroristas que atentan contra el derecho a la vida…).

Crisis política (falta de liderazgo en los gobernantes, delitos urbanísticos, corrupción económica, mala planificación, revueltas en los países árabes…).

Y por si el cóctel no fuese suficientemente explosivo, añadámosle la crisis lectora, que si bien puede parecer más inofensiva que las anteriores, ataca directamente a las células del cerebro. Si tenemos en cuenta que el cerebro es responsable de la cognición, las emociones, la memoria y el aprendizaje, el diagnóstico es evidente: ignorancia.

Sócrates, filósofo griego precursor de Platón y Aristóteles, ya lo dijo hace muchos siglos: "Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia". El antídoto está en gran parte en el acto de leer, de leer bien. Pero lamentablemente andamos escasos en este arte. Algunos estudios evidencian que la comprensión lectora es un punto débil en las aulas españolas, y que un porcentaje notable de nuestros alumnos tiene dificultades en descifrar un relato o un pasaje sin perderse. Así, por ejemplo, las conclusiones del informe Pisa vienen siendo, año tras año, una maldición, ya que sus resultados revelan que las habilidades lectoras de entender, usar y analizar textos no son demasiado satisfactorias; y los resultados de España siguen situándose muy por debajo de Finlandia, Corea del Sur y ahora Shangai.

Foto: Nala.ie

Sabiendo que todos estos jóvenes son los que moverán los hilos de nuestra sociedad, los que otorgarán un futuro más o menos digno a nuestra sociedad, ¿acaso, pues, no debemos preocuparnos? Tanta lectura superficial supone una "crisis intelectual y moral" que genera, sin lugar a dudas, actuaciones incomprensibles entre los ciudadanos de un país. Como apunta el profesor Daniel Cassany "ante el mundo multicultural, globalizado, dinámico y conflictivo en el que vivimos, la única respuesta educativa posible es la necesidad de formar a una ciudadanía autónoma y democrática que tenga habilidades críticas de lectura, escritura y pensamiento".

Por su parte, la UNESCO en uno de sus informes sobre la educación en el mundo, ha puesto de manifiesto que "los libros y el acto de leer constituyen los pilares de la educación y la difusión del conocimiento, la democratización de la cultura y la superación individual y colectiva de los seres humanos. Los libros y la lectura son y seguirán siendo con fundamentada razón, instrumentos indispensables para conservar y transmitir el tesoro cultural de la humanidad, pues al contribuir de tantas maneras al desarrollo, se convierten en agentes activos del progreso. Saber leer y escribir constituye una capacidad necesaria en sí misma, y es la base de otras aptitudes vitales", y actitudes vitales, podríamos añadir.

Foto: Barnes & Noble.com

Pero no se trata únicamente de leer, sino de "saber leer". Hay que ser capaz de leer pausadamente y entender, interpretar y reflexionar, buscar información y procesarla, releer y relacionar conceptos. Sólo así conseguiremos ser más autónomos, aumentar nuestro bagaje cultural, crecer con criterio, vivir más intensamente, afrontar la vida con más sentido común, desarrollar nuestra autoestima, considerar opiniones distintas a la propia, modelar nuestro juicio crítico y ético, expresar mejor nuestro pensamiento, enriquecer nuestro vocabulario, combatir el aburrimiento, mejorar la expresión oral y escrita, descubrir mundos mágicos y misteriosos, domesticar la concentración, potenciar el esfuerzo, relajar la mente, interpretar el mundo, agilizar la memoria, agudizar la inteligencia, construir conocimiento… En definitiva, "saber leer" potenciará en nosotros aptitudes vitales como la seguridad, el autocontrol, la comunicación, la adopción de decisiones, el optimismo, la esperanza; y nos alimentará de actitudes vitales positivas que contribuirán a recuperar el esfuerzo, la implicación, la solidaridad, la generosidad, la asertividad. Nos conducirá a la libertad, a la cultura, al razonamiento y a la humanización, y por tanto a la anticrisis de tantas y tantas cosas.

Dentro del mundo de las finanzas se nos propone que invirtamos en bolsa, en acciones, en valores de renta fija o variable… como vía para rentabilizar los ahorros. ¿Por qué no invertimos en lectura para rentabilizar nuestra mente, nuestro espíritu y nuestra educación? La primera inversión conlleva un riesgo y la asumimos, la segunda sólo genera ganancias y la eludimos. ¿En qué estaremos pensando? No renunciemos, por mucha invasión de internet y de videojuegos, al fascinante mundo de los libros, y es que según Umberto Eco "el libro pertenece a uno de esos milagros de la tecnología eterna, de la cual forman parte la rueda, el cuchillo, la cuchara, el martillo, la olla, la bicicleta…" y también el ordenador, evidentemente. Todo, con buen criterio y "bien leído", puede convivir.

Muchos expertos en economía apuntan, quizás con una dosis de optimismo exagerada, que a mediados del año 2012 nos recuperaremos de la crisis económica, pero ¿cuándo nos recuperaremos de todas las demás? ¿Cuándo nos recuperaremos de la crisis lectora? Empecemos ahora y aquí, y hagámosolo desplegando un abanico de hábitos que envenenen de letras a los que nos rodean: leer una manaña fría o una tarde lluviosa, regalar un buen libro, perderse entra las esbeltas estanterías de cualquier librería, suscribirse a una revista, dormirse con la batalla de algún héroe… "La lectura es un placer que se contagia y no se impone". ¡Cuánta razón tenía el pedagogo italiano Francesco Tonucci con esta afirmación!

Emprendamos la locura quijotesca de devorar páginas y páginas sin perder de vista la razón, sumerjámonos en la lectura reflexiva de novelas, ensayos, textos expositivos, artículos, contratos, textos digitales, imágenes, publicidad, periódicos, cómics, literatura juvenil, literatura clásica…

Dejémonos hipnotizar por un sinfín de bellos versos:

"Fuiste una primavera sana,

radiante de pureza y armonía,

en la vaga penumbra cotidiana,

de aquel lento paisaje de agonía"

J. R. Jiménez

"Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir por ejemplo: "la noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta"

P. Neruda

"Todo pasa y todo queda,

pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo caminos,

caminos sobre la mar"

A. Machado

"Los invisibles átomos del aire

en derredor palpitan y se inflaman

el cielo se deshace en rayos de oro

la tierra se estremece alborozada.

Oigo flotando en olas de armonía

rumor de besos y batir de alas,

mis párpados se cierran… ¿Qué sucede?

¿Dime?… ¡Silencio!… ¿Es el amor que pasa?"

G. A. Bécquer

Deleitémonos con la vibrantes aventuras de los más intrépidos personajes novelescos (Robinson Crusoe, de Daniel Defoe; Kip Parvati, de Miguel Larrea; Renat, de Josep Vallverdú; Max, de Carlos Ruiz Zafón; Don Rodrigo de Vivar; Phileas Fogg, de Jules Verne; Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell; Ulises, de Homero; Bastián Baltasar, de Michael Ende…).

Inhalemos el aroma mágico de exquisitos fragmentos narrativos (Nada, de Carmen Laforet; Leyendas, de G. A.Bécquer; La piel de tambor, de Arturo Pérez-Reverte; Los pilares de la tierra, de Ken Follett; La aventura del tocador de señoras, de Eduardo Mendoza…).

Foto: Squidoo.com

Contraataquemos los titulares despiadados e inverosímiles: "Preso por agredir sexualmente a un menor", "Dos jóvenes apuñalados en dos sucesos distintos en Madrid", "El burgués Félix Millet confiesa que robó 3,3 millones de euros del Palau de la Música Catalana", "Hallada en la Gran Vía de Barcelona el cuerpo de una mujer en una maleta", "Una mujer afgana, lapidada por adulterio por su propio marido", "El Gobierno egipcio cifra en 365 los muertos por revueltas", "Gadafi amenaza con una masacre a la OTAN y a EEUU si entran en Libia", "Condenan a pederasta sueco a cuatro años de cárcel en Tailandia"…

Enojémonos con ideas e imágenes sexistas, xenófobas, fascistas o excluyentes: millones de niñas son sometidas en África a la ablación del clítoris, mujeres quemadas por sus parejas en Argentina, desigualdades salariales entre hombres y mujeres, actitudes fascistas o racistas en la calle o en campos de fútbol…

Recapacitemos a partir de datos reales tremendamente dantescos: el número de personas que pasan hambre en el mundo superó en el año 2009, por primera vez en la historia, los mil millones; demasiados jóvenes entre 14 y 18 años recurren al alcohol para disfrutar de la vida o enfrentarse a los problemas, sin medir las consecuencias de lo que están haciendo; el Informe de víctimas mortales por violencia doméstica y violencia de género no cesa de incorporar muertes a sus estadísticas…

Atesoremos un léxico más copioso con la elegancia de espléndidas descripciones:

"La puerta y las ventanas seguían conservando sus férreas cerraduras y, aunque la vieja cuadra había sucumbido aquel último invierno, la soledad del caserón y su mutismo impenetrable continuaban rodeándole de un trágico misterio y de un inexplicable y sórdida atracción". J. Llamazares

"Un silencio profundo reina en el llano; comienzan a aparecer a los lados del camino paredones derruidos. En lo hondo, a la derecha, se distingue una ermita ruinosa, negra, entre árboles escuálidos, negros, que salen por encima de largos tapiales caídos". Azorín

Y, sobre todo, no nos dejemos infectar por un posible "analfabetismo moderno" de los países desarrollados: el de decodificar sin entender. Seguro que una buena lectura interpretativa de lo que nos rodea podría conseguir paliar muchas de las crisis que nos asedian sin tregua.

Evolucionemos con sentido común, analicemos la información, hagamos de las palabras nuestra arma de convivencia y de resolución de conflictos.

Concedamos a la lectura, a la buena lectura, el lugar que se merece, otorguémosle el distintivo de "Patrimonio de la Humanidad", de una humanidad más sabia y más humana. Persistamos para que el tesoro cultural que se halle en el futuro esté repleto de sensatez, civismo, conciliación y cooperación.Y no olvidemos jamás las palabras del escritor argentino Jorge Luis Borges: "Uno llega a ser grande por lo que lee".

Anna M. Guàrdia Garcia

domingo, 13 de marzo de 2011

El cuento del domingo


Alejo Carpentier


Viaje a la semilla

I

-¿Qué quieres, viejo?...

Varias veces cayó la pregunta de lo alto de los andamios. Pero el viejo no respondía. Andaba de un lugar a otro, fisgoneando, sacándose de la garganta un largo monólogo de frases incomprensibles. Ya habían descendido las tejas, cubriendo los canteros muertos con su mosaico de barro cocido. Arriba, los picos desprendían piedras de mampostería, haciéndolas rodar por canales de madera, con gran revuelo de cales y de yesos. Y por las almenas sucesivas que iban desdentando las murallas aparecían -despojados de su secreto- cielos rasos ovales o cuadrados, cornisas, guirnaldas, dentículos, astrágalos, y papeles encolados que colgaban de los testeros como viejas pieles de serpiente en muda. Presenciando la demolición, una Ceres con la nariz rota y el peplo desvaído, veteado de negro el tocado de mieses, se erguía en el traspatio, sobre su fuente de mascarones borrosos. Visitados por el sol en horas de sombra, los peces grises del estanque bostezaban en agua musgosa y tibia, mirando con el ojo redondo aquellos obreros, negros sobre claro de cielo, que iban rebajando la altura secular de la casa. El viejo se había sentado, con el cayado apuntalándole la barba, al pie de la estatua. Miraba el subir y bajar de cubos en que viajaban restos apreciables. Oíanse, en sordina, los rumores de la calle mientras, arriba, las poleas concertaban, sobre ritmos de hierro con piedra, sus gorjeos de aves desagradables y pechugonas.

Dieron las cinco. Las cornisas y entablamentos se despoblaron. Sólo quedaron escaleras de mano, preparando el salto del día siguiente. El aire se hizo más fresco, aligerado de sudores, blasfemias, chirridos de cuerdas, ejes que pedían alcuzas y palmadas en torsos pringosos. Para la casa mondada el crepúsculo llegaba más pronto. Se vestía de sombras en horas en que su ya caída balaustrada superior solía regalar a las fachadas algún relumbre de sol. La Ceres apretaba los labios. Por primera vez las habitaciones dormirían sin persianas, abiertas sobre un paisaje de escombros.

Contrariando sus apetencias, varios capiteles yacían entre las hierbas. Las hojas de acanto descubrían su condición vegetal. Una enredadera aventuró sus tentáculos hacia la voluta jónica, atraída por un aire de familia. Cuando cayó la noche, la casa estaba más cerca de la tierra. Un marco de puerta se erguía aún, en lo alto, con tablas de sombras suspendidas de sus bisagras desorientadas.


II

Entonces el negro viejo, que no se había movido, hizo gestos extraños, volteando su cayado sobre un cementerio de baldosas.

Los cuadrados de mármol, blancos y negros, volaron a los pisos, vistiendo la tierra. Las piedras con saltos certeros, fueron a cerrar los boquetes de las murallas. Hojas de nogal claveteadas se encajaron en sus marcos, mientras los tornillos de las charnelas volvían a hundirse en sus hoyos, con rápida rotación.

En los canteros muertos, levantadas por el esfuerzo de las flores, las tejas juntaron sus fragmentos, alzando un sonoro torbellino de barro, para caer en lluvia sobre la armadura del techo. La casa creció, traída nuevamente a sus proporciones habituales, pudorosa y vestida. La Ceres fue menos gris. Hubo más peces en la fuente. Y el murmullo del agua llamó begonias olvidadas.

El viejo introdujo una llave en la cerradura de la puerta principal, y comenzó a abrir ventanas. Sus tacones sonaban a hueco. Cuando encendió los velones, un estremecimiento amarillo corrió por el óleo de los retratos de familia, y gentes vestidas de negro murmuraron en todas las galerías, al compás de cucharas movidas en jícaras de chocolate.

Don Marcial, el Marqués de Capellanías, yacía en su lecho de muerte, el pecho acorazado de medallas, escoltado por cuatro cirios con largas barbas de cera derretida


III

Los cirios crecieron lentamente, perdiendo sudores. Cuando recobraron su tamaño, los apagó la monja apartando una lumbre. Las mechas blanquearon, arrojando el pabilo. La casa se vació de visitantes y los carruajes partieron en la noche. Don Marcial pulsó un teclado invisible y abrió los ojos.

Confusas y revueltas, las vigas del techo se iban colocando en su lugar. Los pomos de medicina, las borlas de damasco, el escapulario de la cabecera, los daguerrotipos, las palmas de la reja, salieron de sus nieblas. Cuando el médico movió la cabeza con desconsuelo profesional, el enfermo se sintió mejor. Durmió algunas horas y despertó bajo la mirada negra y cejuda del Padre Anastasio. De franca, detallada, poblada de pecados, la confesión se hizo reticente, penosa, llena de escondrijos. ¿Y qué derecho tenía, en el fondo, aquel carmelita, a entrometerse en su vida? Don Marcial se encontró, de pronto, tirado en medio del aposento. Aligerado de un peso en las sienes, se levantó con sorprendente celeridad. La mujer desnuda que se desperezaba sobre el brocado del lecho buscó enaguas y corpiños, llevándose, poco después, sus rumores de seda estrujada y su perfume. Abajo, en el coche cerrado, cubriendo tachuelas del asiento, había un sobre con monedas de oro.

Don Marcial no se sentía bien. Al arreglarse la corbata frente a la luna de la consola se vio congestionado. Bajó al despacho donde lo esperaban hombres de justicia, abogados y escribientes, para disponer la venta pública de la casa. Todo había sido inútil. Sus pertenencias se irían a manos del mejor postor, al compás de martillo golpeando una tabla. Saludó y le dejaron solo. Pensaba en los misterios de la letra escrita, en esas hebras negras que se enlazan y desenlazan sobre anchas hojas afiligranadas de balanzas, enlazando y desenlazando compromisos, juramentos, alianzas, testimonios, declaraciones, apellidos, títulos, fechas, tierras, árboles y piedras; maraña de hilos, sacada del tintero, en que se enredaban las piernas del hombre, vedándole caminos desestimados por la Ley; cordón al cuello, que apretaban su sordina al percibir el sonido temible de las palabras en libertad. Su firma lo había traicionado, yendo a complicarse en nudo y enredos de legajos. Atado por ella, el hombre de carne se hacía hombre de papel. Era el amanecer. El reloj del comedor acababa de dar la seis de la tarde.


IV

Transcurrieron meses de luto, ensombrecidos por un remordimiento cada vez mayor. Al principio, la idea de traer una mujer a aquel aposento se le hacía casi razonable. Pero, poco a poco, las apetencias de un cuerpo nuevo fueron desplazadas por escrúpulos crecientes, que llegaron al flagelo. Cierta noche, Don Marcial se ensangrentó las carnes con una correa, sintiendo luego un deseo mayor, pero de corta duración. Fue entonces cuando la Marquesa volvió, una tarde, de su paseo a las orillas del Almendares. Los caballos de la calesa no traían en las crines más humedad que la del propio sudor. Pero, durante todo el resto del día, dispararon coces a las tablas de la cuadra, irritados, al parecer, por la inmovilidad de nubes bajas.

Al crepúsculo, una tinaja llena de agua se rompió en el baño de la Marquesa. Luego, las lluvias de mayo rebosaron el estanque. Y aquella negra vieja, con tacha de cimarrona y palomas debajo de la cama, que andaba por el patio murmurando: "¡Desconfía de los ríos, niña; desconfía de lo verde que corre!" No había día en que el agua no revelara su presencia. Pero esa presencia acabó por no ser más que una jícara derramada sobre el vestido traído de París, al regreso del baile aniversario dado por el Capitán General de la Colonia.

Reaparecieron muchos parientes. Volvieron muchos amigos. Ya brillaban, muy claras, las arañas del gran salón. Las grietas de la fachada se iban cerrando. El piano regresó al clavicordio. Las palmas perdían anillos. Las enredaderas saltaban la primera cornisa. Blanquearon las ojeras de la Ceres y los capiteles parecieron recién tallados. Más fogoso Marcial solía pasarse tardes enteras abrazando a la Marquesa. Borrábanse patas de gallina, ceños y papadas, y las carnes tornaban a su dureza. Un día, un olor de pintura fresca llenó la casa.


V

Los rubores eran sinceros. Cada noche se abrían un poco más las hojas de los biombos, las faldas caían en rincones menos alumbrados y eran nuevas barreras de encajes. Al fin la Marquesa sopló las lámparas. Sólo él habló en la obscuridad. Partieron para el ingenio, en gran tren de calesas -relumbrante de grupas alazanas, bocados de plata y charoles al sol. Pero, a la sombra de las flores de Pascua que enrojecían el soportal interior de la vivienda, advirtieron que se conocían apenas. Marcial autorizó danzas y tambores de Nación, para distraerse un poco en aquellos días olientes a perfumes de Colonia, baños de benjuí, cabelleras esparcidas, y sábanas sacadas de armarios que, al abrirse, dejaban caer sobre las lozas un mazo de vetiver. El vaho del guarapo giraba en la brisa con el toque de oración. Volando bajo, las auras anunciaban lluvias reticentes, cuyas primeras gotas, anchas y sonoras, eran sorbidas por tejas tan secas que tenían diapasón de cobre. Después de un amanecer alargado por un abrazo deslucido, aliviados de desconciertos y cerrada la herida, ambos regresaron a la ciudad. La Marquesa trocó su vestido de viaje por un traje de novia, y, como era costumbre, los esposos fueron a la iglesia para recobrar su libertad. Se devolvieron presentes a parientes y amigos, y, con revuelo de bronces y alardes de jaeces, cada cual tomó la calle de su morada. Marcial siguió visitando a María de las Mercedes por algún tiempo, hasta el día en que los anillos fueron llevados al taller del orfebre para ser desgrabados. Comenzaba, para Marcial, una vida nueva. En la casa de las rejas, la Ceres fue sustituida por una Venus italiana, y los mascarones de la fuente adelantaron casi imperceptiblemente el relieve al ver todavía encendidas, pintada ya el alba, las luces de los velones.


VI

Una noche, después de mucho beber y marearse con tufos de tabaco frío, dejados por sus amigos, Marcial tuvo la sensación extraña de que los relojes de la casa daban las cinco, luego las cuatro y media, luego las cuatro, luego las tres y media... Era como la percepción remota de otras posibilidades. Como cuando se piensa, en enervamiento de vigilia, que puede andarse sobre el cielo raso con el piso por cielo raso, entre muebles firmemente asentados entre las vigas del techo. Fue una impresión fugaz, que no dejó la menor huella en su espíritu, poco llevado, ahora, a la meditación.

Y hubo un gran sarao, en el salón de música, el día en que alcanzó la minoría de edad. Estaba alegre, al pensar que su firma había dejado de tener un valor legal, y que los registros y escribanías, con sus polillas, se borraban de su mundo. Llegaba al punto en que los tribunales dejan de ser temibles para quienes tienen una carne desestimada por los códigos. Luego de achisparse con vinos generosos, los jóvenes descolgaron de la pared una guitarra incrustada de nácar, un salterio y un serpentón. Alguien dio cuerda al reloj que tocaba la Tirolesa de las Vacas y la Balada de los Lagos de Escocia.

Otro embocó un cuerno de caza que dormía, enroscado en su cobre, sobre los fieltros encarnados de la vitrina, al lado de la flauta traversera traída de Aranjuez. Marcial, que estaba requebrando atrevidamente a la de Campoflorido, se sumó al guirigay, buscando en el teclado, sobre bajos falsos, la melodía del Trípili-Trápala. Y subieron todos al desván, de pronto, recordando que allá, bajo vigas que iban recobrando el repello, se guardaban los trajes y libreas de la Casa de Capellanías. En entrepaños escarchados de alcanfor descansaban los vestidos de corte, un espadín de Embajador, varias guerreras emplastronadas, el manto de un Príncipe de la Iglesia, y largas casacas, con botones de damasco y difuminos de humedad en los pliegues. Matizáronse las penumbras con cintas de amaranto, miriñaques amarillos, túnicas marchitas y flores de terciopelo. Un traje de chispero con redecilla de borlas, nacido en una mascarada de carnaval, levantó aplausos.

La de Campoflorido redondeó los hombros empolvados bajo un rebozo de color de carne criolla, que sirviera a cierta abuela, en noche de grandes decisiones familiares, para avivar los amansados fuegos de un rico Síndico de Clarisas.

Disfrazados regresaron los jóvenes al salón de música. Tocado con un tricornio de regidor, Marcial pegó tres bastonazos en el piso, y se dio comienzo a la danza de la valse, que las madres hallaban terriblemente impropio de señoritas, con eso de dejarse enlazar por la cintura, recibiendo manos de hombre sobre las ballenas del corset que todas se habían hecho según el reciente patrón de "El Jardín de las Modas". Las puertas se obscurecieron de fámulas, cuadrerizos, sirvientes, que venían de sus lejanas dependencias y de los entresuelos sofocantes para admirarse ante fiesta de tanto alboroto. Luego se jugó a la gallina ciega y al escondite. Marcial, oculto con la de Campoflorido detrás de un biombo chino, le estampó un beso en la nuca, recibiendo en respuesta un pañuelo perfumado, cuyos encajes de Bruselas guardaban suaves tibiezas de escote. Y cuando las muchachas se alejaron en las luces del crepúsculo, hacia las atalayas y torreones que se pintaban en grisnegro sobre el mar, los mozos fueron a la Casa de Baile, donde tan sabrosamente se contoneaban las mulatas de grandes ajorcas, sin perder nunca -así fuera de movida una guaracha- sus zapatillas de alto tacón. Y como se estaba en carnavales, los del Cabildo Arará Tres Ojos levantaban un trueno de tambores tras de la pared medianera, en un patio sembrado de granados. Subidos en mesas y taburetes, Marcial y sus amigos alabaron el garbo de una negra de pasas entrecanas, que volvía a ser hermosa, casi deseable, cuando miraba por sobre el hombro, bailando con altivo mohín de reto.


VII

Las visitas de Don Abundio, notario y albacea de la familia, eran más frecuentes. Se sentaba gravemente a la cabecera de la cama de Marcial, dejando caer al suelo su bastón de ácana para despertarlo antes de tiempo. Al abrirse, los ojos tropezaban con una levita de alpaca, cubierta de caspa, cuyas mangas lustrosas recogían títulos y rentas. Al fin sólo quedó una pensión razonable, calculada para poner coto a toda locura. Fue entonces cuando Marcial quiso ingresar en el Real Seminario de San Carlos.

Después de mediocres exámenes, frecuentó los claustros, comprendiendo cada vez menos las explicaciones de los dómines. El mundo de las ideas se iba despoblando. Lo que había sido, al principio, una ecuménica asamblea de peplos, jubones, golas y pelucas, controversistas y ergotantes, cobraba la inmovilidad de un museo de figuras de cera. Marcial se contentaba ahora con una exposición escolástica de los sistemas, aceptando por bueno lo que se dijera en cualquier texto. "León", "Avestruz", Ballena", "Jaguar", leíase sobre los grabados en cobre de la Historia Natural. Del mismo modo, "Aristóteles", "Santo Tomás", Bacon", "Descartes", encabezaban páginas negras, en que se catalogaban aburridamente las interpretaciones del universo, al margen de una capitular espesa. Poco a poco, Marcial dejó de estudiarlas, encontrándose librado de un gran peso. Su mente se hizo alegre y ligera, admitiendo tan sólo un concepto instintivo de las cosas. ¿Para qué pensar en el prisma, cuando la luz clara de invierno daba mayores detalles a las fortalezas del puerto? Una manzana que cae del árbol sólo es incitación para los dientes. Un pie en una bañadera no pasa de ser un pie en una bañadera. El día que abandonó el Seminario, olvidó los libros. El gnomon recobró su categoría de duende: el espectro fue sinónimo de fantasma; el octandro era bicho acorazado, con púas en el lomo.

Varias veces, andando pronto, inquieto el corazón, había ido a visitar a las mujeres que cuchicheaban, detrás de puertas azules, al pie de las murallas. El recuerdo de la que llevaba zapatillas bordadas y hojas de albahaca en la oreja lo perseguía, en tardes de calor, como un dolor de muelas. Pero, un día, la cólera y las amenazas de un confesor le hicieron llorar de espanto. Cayó por última vez en las sábanas del infierno, renunciando para siempre a sus rodeos por calles poco concurridas, a sus cobardías de última hora que le hacían regresar con rabia a su casa, luego de dejar a sus espaldas cierta acera rajada, señal, cuando andaba con la vista baja, de la media vuelta que debía darse por hollar el umbral de los perfumes.

Ahora vivía su crisis mística, poblada de detentes, corderos pascuales, palomas de porcelana, Vírgenes de manto azul celeste, estrellas de papel dorado, Reyes Magos, ángeles con alas de cisne, el Asno, el Buey, y un terrible San Dionisio que se le aparecía en sueños, con un gran vacío entre los hombros y el andar vacilante de quien busca un objeto perdido. Tropezaba con la cama y Marcial despertaba sobresaltado, echando mano al rosario de cuentas sordas. Las mechas, en sus pocillos de aceite, daban luz triste a imágenes que recobraban su color primero.


VIII

Los muebles crecían. Se hacía más difícil sostener los antebrazos sobre el borde de la mesa del comedor. Los armarios de cornisas labradas ensanchaban el frontis. Alargando el torso, los moros de la escalera acercaban sus antorchas a los balaustres del rellano. Las butacas eran mas hondas y los sillones de mecedora tenían tendencia a irse para atrás. No había ya que doblar las piernas al recostarse en el fondo de la bañadera con anillas de mármol.

Una mañana en que leía un libro licencioso, Marcial tuvo ganas, súbitamente, de jugar con los soldados de plomo que dormían en sus cajas de madera. Volvió a ocultar el tomo bajo la jofaina del lavabo, y abrió una gaveta sellada por las telarañas. La mesa de estudio era demasiado exigua para dar cabida a tanta gente. Por ello, Marcial se sentó en el piso. Dispuso los granaderos por filas de ocho. Luego, los oficiales a caballo, rodeando al abanderado. Detrás, los artilleros, con sus cañones, escobillones y botafuegos. Cerrando la marcha, pífanos y timbales, con escolta de redoblantes. Los morteros estaban dotados de un resorte que permitía lanzar bolas de vidrio a más de un metro de distancia.

-¡Pum!... ¡Pum!... ¡Pum!...

Caían caballos, caían abanderados, caían tambores. Hubo de ser llamado tres veces por el negro Eligio, para decidirse a lavarse las manos y bajar al comedor.

Desde ese día, Marcial conservó el hábito de sentarse en el enlosado. Cuando percibió las ventajas de esa costumbre, se sorprendió por no haberlo pensando antes. Afectas al terciopelo de los cojines, las personas mayores sudan demasiado. Algunas huelen a notario -como Don Abundio- por no conocer, con el cuerpo echado, la frialdad del mármol en todo tiempo. Sólo desde el suelo pueden abarcarse totalmente los ángulos y perspectivas de una habitación. Hay bellezas de la madera, misteriosos caminos de insectos, rincones de sombra, que se ignoran a altura de hombre. Cuando llovía, Marcial se ocultaba debajo del clavicordio. Cada trueno hacía temblar la caja de resonancia, poniendo todas las notas a cantar. Del cielo caían los rayos para construir aquella bóveda de calderones -órgano, pinar al viento, mandolina de grillos.


IX

Aquella mañana lo encerraron en su cuarto. Oyó murmullos en toda la casa y el almuerzo que le sirvieron fue demasiado suculento para un día de semana. Había seis pasteles de la confitería de la Alameda -cuando sólo dos podían comerse, los domingos, después de misa. Se entretuvo mirando estampas de viaje, hasta que el abejeo creciente, entrando por debajo de las puertas, le hizo mirar entre persianas. Llegaban hombres vestidos de negro, portando una caja con agarraderas de bronce.

Tuvo ganas de llorar, pero en ese momento apareció el calesero Melchor, luciendo sonrisa de dientes en lo alto de sus botas sonoras. Comenzaron a jugar al ajedrez. Melchor era caballo. Él, era Rey. Tomando las losas del piso por tablero, podía avanzar de una en una, mientras Melchor debía saltar una de frente y dos de lado, o viceversa. El juego se prolongó hasta más allá del crepúsculo, cuando pasaron los Bomberos del Comercio.

Al levantarse, fue a besar la mano de su padre que yacía en su cama de enfermo. El Marqués se sentía mejor, y habló a su hijo con el empaque y los ejemplos usuales. Los "Sí, padre" y los "No, padre", se encajaban entre cuenta y cuenta del rosario de preguntas, como las respuestas del ayudante en una misa. Marcial respetaba al Marqués, pero era por razones que nadie hubiera acertado a suponer. Lo respetaba porque era de elevada estatura y salía, en noches de baile, con el pecho rutilante de condecoraciones: porque le envidiaba el sable y los entorchados de oficial de milicias; porque, en Pascuas, había comido un pavo entero, relleno de almendras y pasas, ganando una apuesta; porque, cierta vez, sin duda con el ánimo de azotarla, agarró a una de las mulatas que barrían la rotonda, llevándola en brazos a su habitación. Marcial, oculto detrás de una cortina, la vio salir poco después, llorosa y desabrochada, alegrándose del castigo, pues era la que siempre vaciaba las fuentes de compota devueltas a la alacena.

El padre era un ser terrible y magnánimo al que debía amarse después de Dios. Para Marcial era más Dios que Dios, porque sus dones eran cotidianos y tangibles. Pero prefería el Dios del cielo, porque fastidiaba menos.


X

Cuando los muebles crecieron un poco más y Marcial supo como nadie lo que había debajo de las camas, armarios y vargueños, ocultó a todos un gran secreto: la vida no tenía encanto fuera de la presencia del calesero Melchor. Ni Dios, ni su padre, ni el obispo dorado de las procesiones del Corpus, eran tan importantes como Melchor.

Melchor venía de muy lejos. Era nieto de príncipes vencidos. En su reino había elefantes, hipopótamos, tigres y jirafas. Ahí los hombres no trabajaban, como Don Abundio, en habitaciones obscuras, llenas de legajos. Vivían de ser más astutos que los animales. Uno de ellos sacó el gran cocodrilo del lago azul, ensartándolo con una pica oculta en los cuerpos apretados de doce ocas asadas. Melchor sabía canciones fáciles de aprender, porque las palabras no tenían significado y se repetían mucho. Robaba dulces en las cocinas; se escapaba, de noche, por la puerta de los cuadrerizos, y, cierta vez, había apedreado a los de la guardia civil, desapareciendo luego en las sombras de la calle de la Amargura.

En días de lluvia, sus botas se ponían a secar junto al fogón de la cocina. Marcial hubiese querido tener pies que llenaran tales botas. La derecha se llamaba Calambín. La izquierda, Calambán. Aquel hombre que dominaba los caballos cerreros con sólo encajarles dos dedos en los belfos; aquel señor de terciopelos y espuelas, que lucía chisteras tan altas, sabía también lo fresco que era un suelo de mármol en verano, y ocultaba debajo de los muebles una fruta o un pastel arrebatados a las bandejas destinadas al Gran Salón. Marcial y Melchor tenían en común un depósito secreto de grageas y almendras, que llamaban el "Urí, urí, urá", con entendidas carcajadas. Ambos habían explorado la casa de arriba abajo, siendo los únicos en saber que existía un pequeño sótano lleno de frascos holandeses, debajo de las cuadras, y que en desván inútil, encima de los cuartos de criadas, doce mariposas polvorientas acababan de perder las alas en caja de cristales rotos.


XI

Cuando Marcial adquirió el hábito de romper cosas, olvidó a Melchor para acercarse a los perros. Había varios en la casa. El atigrado grande; el podenco que arrastraba las tetas; el galgo, demasiado viejo para jugar; el lanudo que los demás perseguían en épocas determinadas, y que las camareras tenían que encerrar.

Marcial prefería a Canelo porque sacaba zapatos de las habitaciones y desenterraba los rosales del patio. Siempre negro de carbón o cubierto de tierra roja, devoraba la comida de los demás, chillaba sin motivo y ocultaba huesos robados al pie de la fuente. De vez en cuando, también, vaciaba un huevo acabado de poner, arrojando la gallina al aire con brusco palancazo del hocico. Todos daban de patadas al Canelo. Pero Marcial se enfermaba cuando se lo llevaban. Y el perro volvía triunfante, moviendo la cola, después de haber sido abandonado más allá de la Casa de Beneficencia, recobrando un puesto que los demás, con sus habilidades en la caza o desvelos en la guardia, nunca ocuparían.

Canelo y Marcial orinaban juntos. A veces escogían la alfombra persa del salón, para dibujar en su lana formas de nubes pardas que se ensanchaban lentamente. Eso costaba castigo de cintarazos.

Pero los cintarazos no dolían tanto como creían las personas mayores. Resultaban, en cambio, pretexto admirable para armar concertantes de aullidos, y provocar la compasión de los vecinos. Cuando la bizca del tejadillo calificaba a su padre de "bárbaro", Marcial miraba a Canelo, riendo con los ojos. Lloraban un poco más, para ganarse un bizcocho y todo quedaba olvidado. Ambos comían tierra, se revolcaban al sol, bebían en la fuente de los peces, buscaban sombra y perfume al pie de las albahacas. En horas de calor, los canteros húmedos se llenaban de gente. Ahí estaba la gansa gris, con bolsa colgante entre las patas zambas; el gallo viejo de culo pelado; la lagartija que decía "urí, urá", sacándose del cuello una corbata rosada; el triste jubo nacido en ciudad sin hembras; el ratón que tapiaba su agujero con una semilla de carey. Un día señalaron el perro a Marcial.

-¡Guau, guau! -dijo.

Hablaba su propio idioma. Había logrado la suprema libertad. Ya quería alcanzar, con sus manos, objetos que estaban fuera del alcance de sus manos.

XII

Hambre, sed, calor, dolor, frío. Apenas Marcial redujo su percepción a la de estas realidades esenciales, renunció a la luz que ya le era accesoria. Ignoraba su nombre. Retirado el bautismo, con su sal desagradable, no quiso ya el olfato, ni el oído, ni siquiera la vista. Sus manos rozaban formas placenteras. Era un ser totalmente sensible y táctil. El universo le entraba por todos los poros. Entonces cerró los ojos que sólo divisaban gigantes nebulosos y penetró en un cuerpo caliente, húmedo, lleno de tinieblas, que moría. El cuerpo, al sentirlo arrebozado con su propia sustancia, resbaló hacia la vida.

Pero ahora el tiempo corrió más pronto, adelgazando sus últimas horas. Los minutos sonaban a glissando de naipes bajo el pulgar de un jugador.

Las aves volvieron al huevo en torbellino de plumas. Los peces cuajaron la hueva, dejando una nevada de escamas en el fondo del estanque. Las palmas doblaron las pencas, desapareciendo en la tierra como abanicos cerrados. Los tallos sorbían sus hojas y el suelo tiraba de todo lo que le perteneciera. El trueno retumbaba en los corredores. Crecían pelos en la gamuza de los guantes. Las mantas de lana se destejían, redondeando el vellón de carneros distantes. Los armarios, los vargueños, las camas, los crucifijos, las mesas, las persianas, salieron volando en la noche, buscando sus antiguas raíces al pie de las selvas.

Todo lo que tuviera clavos se desmoronaba. Un bergantín, anclado no se sabía dónde, llevó presurosamente a Italia los mármoles del piso y de la fuente. Las panoplias, los herrajes, las llaves, las cazuelas de cobre, los bocados de las cuadras, se derretían, engrosando un río de metal que galerías sin techo canalizaban hacia la tierra. Todo se metamorfoseaba, regresando a la condición primera. El barro volvió al barro, dejando un yermo en lugar de la casa.


XIII

Cuando los obreros vinieron con el día para proseguir la demolición, encontraron el trabajo acabado. Alguien se había llevado la estatua de Ceres, vendida la víspera a un anticuario. Después de quejarse al Sindicato, los hombres fueron a sentarse en los bancos de un parque municipal. Uno recordó entonces la historia, muy difuminada, de una Marquesa de Capellanías, ahogada, en tarde de mayo, entre las malangas del Almendares. Pero nadie prestaba atención al relato, porque el sol viajaba de oriente a occidente, y las horas que crecen a la derecha de los relojes deben alargarse por la pereza, ya que son las que más seguramente llevan a la muerte.

Alejo Carpentier.Carpentier, como él mismo se considera, era un hombre de su tiempo. Decidió abordar la realidad americana descubriendo en todo su fantástica existencia la majestuosidad de un continente donde lo maravilloso podría encontrarse a cada paso, desde la incontenible Haití, hasta el Gran Río (Orinoco), incluyendo, por supuesto, toda la riqueza expresiva de Cuba y el Caribe, escenarios principales de sus novelas.
Escritor universal, proporcionó con su apropiación de América, a través de lo real maravilloso y su escritura barroca, una nueva línea creadora que lo hacen trascender en su narrativa, indicando nuevos caminos en la novela latinoamericana. Periodista, músicólogo, crítico de arte, permitió una comunicación entre el Viejo Continente y América en materia de cultura.
Nace el 26 de diciembre de 1904 en la calle Maloja, La Habana. Su padre, Jorge Julián Carpentier, francés, arquitecto; su madre, Lina Vamont, profesora de Idiomas, de origen ruso. Desde muy pequeño tiene inclinaciones hacia la música. Sus primeros años lo pasa en una finca en las afueras de la ciudad. En 1917 ingresa en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana y estudia teoría musical. Ya en 1921 preparó su entrada en la escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana, aunque abandona los estudios con posterioridad. Su vinculación al periodismo comienza en 1922 en La Discusión, una carrera que lo va a acompañar por el resto de su vida. Integra el Grupo Minorista en 1923 y forma parte de la Protesta de los Trece. Es en 1927 firma el Manifiesto Minorista y en julio de este mismo año sufre prisión por siete meses, acusado de comunista. Protagoniza en 1928 una sorprendente fuga a Francia con pasaporte del poeta francés Robert Denos. En Francia trabaja como periodista, colabora con importantes publicaciones y es el momento en que decide estudiar a profundidad América, hecho que le toma ocho años de su vida. Escribe libretos para ballet. Comienza su trabajo en la radio en Poste Parisien, la estación más importante de la época en París. Publica en Madrid su primera novela ¡Écue-Yamba-O! De 1933 a 1939 dirige los estudios Foniric. En 1939 regresa a Cuba y produce y dirige programas radiales hasta 1945. En 1942 es seleccionado el autor dramático del año por la Agrupación de la Crónica Radial Impresa. Viaja a Haití con su esposa Lilia Esteban y Louis Jover; fue un viaje de descubrimiento del mundo americano, de lo que llamó lo real maravilloso. Después de su viaje a México en 1944 realiza importantes investigaciones musicales. Publica La música en Cuba en México (1945). 1949 es el año en que publica en México El reino de este mundo. Inicia el 1ro. de junio en El Nacional de Caracas la sección Letra y Solfa que se mantendrá hasta 1961. Se imprime en México Los pasos perdidos (1953), para muchos su obra consagratoria. Con este libro gana el premio al mejor libro extranjero, otorgado por los mejores críticos literarios de París. En Buenos Aires se edita El acoso (1956). Publica en 1958 Guerra del tiempo. Regresa a Cuba en 1959 para manifestar su eterno compromiso con La Revolución Cubana. Es nombrado Subdirector de Cultura del Gobierno Revolucionario de Cuba (1960). El siglo de las luces ve la luz en México en 1962. Es designado ministro consejero de la Embajada de Cuba en París. Publica en París Literatura y conciencia política en América Latina que incluye los ensayos de Tientos y diferencias con excepción de «La ciudad de las columnas».
En 1972 se edita en Barcelona El derecho de asilo. Concierto barroco y El recurso del método son publicados en México en 1974. Es en este mismo año que recibe un extenso homenaje en Cuba por su setenta aniversario. Recibe el título de Doctor Honoris Causa en Lengua y Literatura hispánicas, otorgado por la Universidad de La Habana el 3 de enero de 1975. Se le confiere el Premio Mundial Cino del Duca y su retribución monetaria la dona al Partido Comunista de Cuba. En 1976 le es conferida la más alta distinción que concede el Consejo Directivo de la Sociedad de Estudios Españoles e Hispanoamericanos de la Universidad de Kansas, el título de Honorary Fellow. Es electo diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba. En 1978 la más alta distinción literaria de España, el Premio Miguel de Cervantes y Saavedra, es recibida por Carpentier de manos del rey Juan Carlos. Dona al Partido Comunista la retribución material del premio.
La Editorial Siglo XXI publica La consagración de la primavera en 1979.
El arpa y la sombra se edita en México, España y Argentina.
Recibe el Premio Medicis Extranjero por El arpa y la sombra. Es el más alto reconocimiento con que premia Francia a escritores extranjeros.
Fallece en París el 24 de abril de 1980.
Foto y semblanza biográfica:cubaliteraria.com.Texto:ciudadseva.com