martes, 24 de diciembre de 2013

Lluvia de Paz y Prosperidad


¡Feliz Navidad 2013 Próspero Año 2014 !


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Como una lluvia incesante de paz y prosperidad sean para todos, confiando también que sus propósitos sean una realidad fascinante porque la esperanza es como la vida misma...
Son mis deseos


Marcelo Del Castillo


Encuentro de Lectores

Ciclo: Varia Literaria III

Inicio: sábado 1 de febrero de 2014 con la lectura compartida de Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, y el cuento negrísimo Corazones solitarios de Rubem Fonseca.


El blog se mantendrá actualizado como de costumbre.


 ¡Felices Fiestas!

Grossman: "La sensación de catástrofe siempre está allí merodeando"

David Grossman, autor de La vida entera y Más allá del tiempo, ha dado voz en Israel a una conciencia de los derechos de su propio pueblo y los palestinos a existir. Aquí cuenta dónde está la raíz de su literatura


El escritor David Grossman en un rincón de su casa en Jerusalén. /Lisbeth Salas./elpais.com

Hay en este hombre una delicadeza extrema, como si estuviera a punto de romperse su mirada, su cara roja. Como si el niño que fue estuviera a punto otra vez de llorar solo. A veces aflora el dolor, pero el pudor lo mitiga. Es un hombre habitado por un conflicto, como su literatura. Nada en lo que escribe, ni en un cuento infantil, es ajeno al drama que contempla.
David Grossman vive en el centro de una historia terrible, Israel. Israel y Palestina. Un diálogo imposible que él afronta con una valentía moral que está en sus libros, en su voz, en su propia biografía. Él quiere el diálogo, afronta con estupor que no sea factible todavía, quiere que su país y Palestina algún día venzan la reticencia y sean vecinos normales, Estados normales en una vida normal, lejos del fuego que ahora le quema a él, y a tantos, en las entrañas.
En agosto de 2006, su hijo militar, Uri, murió en combate en Líbano. Tenía veinte años. David Grossman escribió días después (en EL PAÍS, 21 de agosto de 2006) una carta conmovedora: “En este momento no quiero decir nada de la guerra en la que has muerto. Nosotros, nuestra familia, ya la hemos perdido”.
Estuvimos con él en México, en la Feria del Libro de Guadalajara. A su alrededor pululaba gente que vigilaba su seguridad, es un israelí acostumbrado al sonido inesperado de las armas y del miedo, y quisiera acabar con ambos ruidos. En su cara se dibuja la serenidad con la que afronta la historia, pero a veces aflora el rubor de un cansancio: contarlo otra vez.
En su diálogo con Mario Vargas Llosa en ese escenario mexicano tuvo una participación vibrante, “me salió del alma”. Dijo ante un auditorio de más de mil personas: “Nací en Israel y he vivido toda mi vida en Israel, es mi lugar y no quiero estar fuera de él”. Y añadió: “Israel fue creado para que los judíos tuvieran por primera vez en dos mil años de historia un hogar en el mundo. Para mí, una definición de judío es alguien que nunca se siente en casa en el mundo; incluso en el más habitable de los lugares, nunca nos sentimos totalmente seguros ni confiados”.

"En Israel, la gente vive con un miedo existencial brutal. Por eso es fácil manipularla".

Del mismo modo defiende “que los palestinos deben tener su propio país libre, independiente y soberano. Tienen que tener privilegios, no ya como palestinos, como seres humanos”.
No son palabras de palo, las ha vivido, las dice en los libros y en los estrados, en los cafés, y las dice ahora, con el mismo candor con que afronta el recuento de la primera enseñanza literaria que tuvo. ¿Qué hay detrás de esa mirada, y de esa rabia, qué hubo antes? La primera lección se la dio su padre. “Vino con un libro, sonriendo, y era raro en él que sonriera, él que solía ser tan autoritario”. Él tenía ocho años, y el libro era de Sholem Aleichem, escritor judío del siglo XIX. “Léelo, Davide”. Mi padre me habló muy poco sobre su infancia. Creo que, como muchos que emigraron a Israel, él quiso olvidarse del pasado e integrarse de inmediato en su nuevo país. Quiso darle la espalda a la diáspora y a la humillación. Pero los recuerdos son muy poderosos y creo que me dio a leer este libro porque se veía reflejado en él.
Trataba de un niño llamado Motl, hijo de un jazán (la persona que guía los cantos en la sinagoga)… El padre muere y Motl empieza a contar su vida. “Mi padre, como Motl, fue huérfano de padre y un niño muy solitario, pero también muy travieso. Recuerdo que lo empecé a leer y fue como una revelación. El libro contenía un mundo nuevo con códigos nuevos. Recuerdo que las páginas no estaban numeradas, sino que llevaban letras, como en la Biblia. Estaba seguro de que lo que me había dado mi padre era un libro sagrado. Cuando vi su sonrisa al entregármelo me pareció que mi padre era un niño”.
La historia de Motl absorbió a David “como hoy un niño se sentiría leyendo Harry Potter… Era como un cuento de hadas donde las personas vivían con miedo del futuro, pero no sabían de qué exactamente. Eran personajes tan distintos de los israelíes de los años de mi infancia, gente que no quería mirar hacia atrás, sino hacia el futuro, recrearse, hacerse fuertes… Porque si miras atrás, te das cuenta de lo frágil que eres. Aquella gente en algún momento se resignaba con la pérdida”.
Se hizo tan de Sholem que se convirtió en un experto al que la radiocontrató, cuando David tenía nueve años, a partir de un concurso en el que aquel niño supo más que nadie del famoso autor que marcó su infancia. “Pude colaborar en la radio y de hecho pude entrevistar a mucha gente que admiraba: jugadores de fútbol, poetas, políticos, gente del teatro. Una niñez poco común. Yo era muy bajito, claro, y cuando hacíamos un programa o una serie, nos acercábamos al mismo micrófono. A mí me ponían debajo una caja de naranjas, para estar a la altura de los adultos”.


Grossman es conocido por su compromiso como activista por la paz. Defiende una solución negociada al conflicto entre palestinos e israelíes. / L. S.

Un niño solitario y miedoso recordándose aún como niño. Hay un cuento suyo, El abrazo (Sexto Piso), que tiene esa delicadeza con la que cuenta el miedo Grossman, como si fuera una membrana interior que atraviesa desde la infancia hasta el mismo instante en que está ahora. “Siempre fui sociable; tenía amigos, pero al tiempo me sentía muy solo. Sabía que no podían llegar a conocerme realmente. Pero la gente no habla de esto, no quiere reconocer que un niño puede sentirse solo, indefenso y lleno de miedo. Pero sí lo están, tienen miedo. Uno de mis primeros recuerdos de niñez es una fiesta en casa de mis padres y yo debía de tener unos cuatro años. Recuerdo mirar a todos estos adultos y pensar: todos se van a morir. Y me di cuenta de que yo también me iba a morir algún día. Lo viví con tanta claridad… Pero esas certezas no las puede asimilar un niño de esa edad y empecé a llorar desconsoladamente. Mi madre me cogió en brazos y me preguntó qué me pasaba. Hacía unos minutos era feliz, ¿y ahora?… Pero no le quise decir qué me había ocurrido porque tenía miedo de que su muerte se hiciera realidad”.
Por la mañana, mientras le escuchaba hablar, vibrante o apesadumbrado, con su colega Vargas Llosa, sentí, le dije, que en su interior algo iba diciendo: “Ayúdame, estoy solo”. Me contestó Grossman:
–Creo que esa sensación ha cambiado en mí. Crecí pensando que el mundo era hostil y yo debía mantenerme siempre alerta. Debía sospechar de todo y no confiar… Así fue mi vida familiar y las de muchas otras familias que eran supervivientes. Mis padres no vivieron el Holocausto porque lograron escapar antes, pero la atmósfera era así, miedo a que se repitiese. La sensación de catástrofe siempre está allí merodeando.
Desde corta edad se dio cuenta “de que esa actitud no era buena. Si uno sospecha de todo, todo el tiempo se debilita. Así que empecé a escribir, algo que se consideraba peligroso según la generación de mis padres. Te exponías, te ponías en el punto de mira”. En la vida y en la guerra. Cuando David se fue a la mili, su padre le dijo: “Hay tres filas. Colócate siempre en medio. No te pongas nunca en la primera ni en la última. Así no levantarás sospechas…”. Ahí ríe Grossman: “Y mira dónde estoy… Poniéndome delante, escribiendo en primera persona con una voz muy clara que expresa opiniones que no son del gusto de muchos”. Por su país siente “un amor difícil y complicado, pero inequívoco”, y ahí es mirado con recelo por los que creen que solo hay una manera de amar a Israel y no es la de los que, como Grossman, comprenden los derechos de los palestinos…
Hay una obra suya, La vida entera (Lumen), en la que están presentes los miedos y los afectos. Está incluso lejana, pero palpable, su propia historia, su drama más íntimo… No es que lo cure su literatura: lo explica. “Cuando empecé a escribir y a hablar con mis lectores, me di cuenta de que el mundo era mucho mejor de lo que pensaba, que la vida podía ser positiva. Ellos me dicen que he contado sus historias, que les he ayudado… Gracias a mis libros pude ver con otros ojos. Empecé a caminar desarmado. No solo en el sentido exterior, sino también interior”.

"La muerte de mi hijo fue demasiado dolorosa, pero ahora es parte de quien soy".

“Cuando perdí a mi hijo… Muchos padres en Israel han perdido a sus hijos a causa de las guerras. Para poder seguir viviendo se resguardan tanto que acaban protegiéndose de la vida. Yo supe que el dolor me iba a acompañar siempre. Pero me prometí a mí mismo no protegerme de la vida”.
De ello escribió un libro poético, Más allá del tiempo (Mondadori). “La gente se preocupó por mí. Me decían: ¿Por qué te metes ahí? ¿Por qué no esperas a que se te curen las heridas? Yo les contestaba que, si acaso, el tiempo ya lo curaría. O no. Soy de los que sospechan de las recuperaciones rápidas. No quiero distraerme para lograr no estar en contacto con el dolor. Lo que me pasó fue demasiado doloroso, pero ahora es parte de quien soy. Y yo quiero ser yo”.
Llama siempre a sus padres, los va a ver con su nueva nieta. “Mi madre nunca fue lectora. Mi padre fue conductor de autobús y ni siquiera terminó el bachiller. Pero cuando empecé a escribir, él se puso a estudiar y a preguntarme cosas relacionadas con la escritura. Me decía: ‘Me han dicho que escribes en prosa. ¿Qué es la prosa?’. Se ha leído todos mis libros, se los ha leído de verdad. Él es una de las cuatro personas que leen mis libros antes de ir a la imprenta. Como tiene mal la vista, se los imprimo en un tamaño de letra 26 o 28… Cuando escribí Gramática íntima, que hablaba de una familia similar a la nuestra, se lo di a leer a los dos. Mi padre lo leyó y me dijo: ‘Muy bonito, Davide, pero ¿crees realmente que alguien que no sea de esta familia lo va a entender?’. Ahora cuando me llegan mis libros en otros idiomas se los enseño: ¿ves, padre, cómo los entienden?…”.
–¿Siente nostalgia de su país cuando está fuera?
–Cuando estoy en un país sin peligro aparente, siento que puedo respirar de otra forma. En Israel estoy en alerta permanente. Fuera siento que la gente va desarmada… Pero me resulta difícil pensar en vivir en otro lugar, porque en el fondo soy muy provinciano, me quedo con lo que conozco. Hay algo de Israel que me atrae. Estar en mi casa. No tener que hablar tanto. Echo de menos a mi hijo, a mi hija, a mi nieta. Los paseos con mi mujer cada mañana. Mis amigos. La amistad es algo muy importante en Israel. La gente sabe ser amiga allí.
El iraní Ahmadineyad “dijo que no éramos seres humanos, sino animales. Y que, por consiguiente, no había problema en exterminarnos… La gente vive con un voltaje emocional muy alto. Un miedo existencial brutal. Vivimos aterrorizados de que un día Israel deje de existir. Por eso es muy fácil manipularla, empujarla hacia un comportamiento duro y militar. Pero no es porque la gente sea mala”.
Luego firmó en el libro El abrazo, la historia de un niño que pregunta qué es la soledad, qué se siente cuando se descubre y cuando se sufre. José Hierro termina así un poema inolvidable: “No he dicho a nadie que estuve a punto de llorar”. Puede escribirse ese verso también tras escuchar a David Grossman.

Escritor por aclamación popular

Portales como EntreEscritores permiten que los lectores impulsen a autores desconocidos. Tras el éxito de la autopublicación, esta vía acerca a literatos noveles a las editoriales


Un usuario subraya un fragmento de un e-book sobre la pantalla./Doménec Umbert./elmundo.es

La escritura es una lucha contra el tiempo; una pretensión de permanencia, de inmortalidad. La escritura es, más allá, un acto de comunicación. Con uno mismo o con el prójimo. Y también es "sueño, capricho o vocación imaginaria", decía Muñoz Molina tras recibir el Premio Príncipe de Asturias. La escritura es oficio y, con suerte, beneficio. Aunque no siempre van de la mano, explicaba el autor:
"Quien escribe sabe que ha de dedicar a su oficio tantas horas y tantos años como un artesano al suyo [...]. Pero también sabe que la entrega, por sí misma, no garantiza la calidad del resultado [...]. Y sabe que lo mejor unas veces es reconocido de inmediato y otras veces es ignorado".
Excepto cuando se trata de un diario, ese 'ser ignorado' es una de las mayores preocupaciones de muchos autores. Un muro insalvable, el de la falta de atención, que dejó de serlo con la aparición de internet, y más aún con el desarrollo de plataformas para la autopublicación de libros digitales (Amazon, iBookstore). Para bien o para mal, la intermediación editorial desaparece, y son los lectores los que aúpan a los autores sin campañas de marketing mediante.
"No importa el currículum ni los contactos; si el libro merece la pena encontrará su sitio", resumen desde Tropo Editores. Amanda Hocking quizá sea el mejor ejemplo de ello: en 2010, y tras el 'no' de varias editoriales, la joven norteamericana publicó por su cuenta una saga de novelas fantásticas que logró más de un millón de descargas. El éxito se tradujo en un contrato millonario con una firma de libros, y en España ha llegado a las librerías de la mano de Destino (Planeta).
Una red social literaria
Hace menos de un año nació EntreEscritores, una comunidad que acoge a casi 200 escritores que comparten sus obras (de cualquier género y autoeditadas en formato digital) con miles de lectores (3.500 de momento) que las comentan y puntúan. La plataforma, una especie de 'Tú sí que vales' literario, trabaja con siete editoriales que en 2014 publicarán los mejores trabajos.
Idoia Soto, responsable de producto de EntreEscritores, resume las características del portal: "Los lectores saben que están leyendo obra inédita; es una oportunidad para descubrir nuevos autores; se les ayuda a difundir su obra y no olvidamos la labor editorial". Los autorespagan una cuota por cada 'ebook' que comparten (9,99 euros), y el resto de los usuarios accede de forma gratuita.
"No todos los escritores buscan publicar con una editorial", dice Idoia Soto, algunos sólo quieren lecturas, opiniones y críticas para mejorar su libro
"No todos los escritores buscan publicar con una editorial", continua Soto, "algunos sólo quieren lecturas", opiniones para testar y mejorar su libro. A las pequeñas editoriales les sirve para "comparar su punto de vista con el de los lectores, que aportan críticas más transparentes que un crítico literario de un periódico", asegura.
Para evitar que las valoraciones de los usuarios se repartan "entre amigos", cada uno de ellos tiene un 'karma' (es decir, un 'nivel de influencia' basado en el número y la calidad de sus interacciones en la comunidad). Cuando se cierre el 'ranking' (en marzo del próximo año), la página facilitará la lista a las editoriales, aunque las obras más votadas no serán necesariamente las que se publiquen.
La clasificación es orientativa, reconoce Idoia Soto, "las editoriales tienen su propio criterio". Tropo Editores publicará la mejor novela; Ediciones del Serbal lo hará en la categoría juvenil; Letra Clara, con los menores de 30 años; Mandala Ediciones se encargará del mejor libro de poesía; Salto de Página de relatos; Club Editor en catalán y Gaumin en euskera.
¿Calidad es popularidad?
Muñoz Molina proseguía en su discurso: "Escribir con el miedo a no tener lectores y con el miedo a perderlos, sobreponiéndose lo mismo a los elogios que a las heridas...". Hablábamos antes de la búsqueda de público y reconocimiento en oposición al 'ser ignorado'. Pero la pregunta que sigue es antigua: ¿La popularidad es un indicativo de calidad?
"Lo más votado es siempre lo que más calidad tiene", señala Óscar Sipán, de Tropo Editores, y ahí entra en juego "el olfato de perro trufero" del editor
"Nosotros somos también escritores y los concursos de votaciones populares nos han chirriado siempre", señala Óscar Sipán, miembro de Tropo. "El filtro del editor es imprescindible. Lo más votado no va a ser siempre lo que más calidad tenga", dice, y ahí entra en juego "el olfato de perro trufero" de los profesionales.
Tropo sigue dos líneas de trabajo: rescata libros y rastrea autores emergentes. La editorial presume de haber sido el trampolín de escritores como Sara Mesa, Sergio del Molino o Lara Moreno, que después ficharon por Anagrama, Mondadori y Lumen. La firma recibe 1.000 manuscritos al año. Entonces, ¿qué busca en este portal? "La diferencia", resuelve Sipán. "Hay que ser valientes. Cada año damos una vuelta de tuerca".
EntreEscritores no se vende como un 'sustituto' de la figura del editor; en todo caso, actúa como un agente literario. "En el sector pueden desaparecer ciertas tareas, como la distribución, pero otras se van a mantener", señala Idoia Soto. "La traducción, la corrección, el diseño...". Si un autor tiene éxito autopublicando sus libros, "tendrá que dedicarse a escribir, no a hacer de hombre orquesta", agrega.

Vida y memorias del Nabokov bosnio

El autor de Hombre de ninguna parte no está aún en la edad de autobiografiarse, pero ya tiene una vida lo suficientemente atractiva (y dramática) como para ser escrita

Aleksander Hemon. /Velibor Božovic / elmundo.es

Sentado ante su escritorio, en un estudio que comparte con otros colegas, Aleksandar Hemon (Sarajevo, 1964), escucha el último disco de la banda israelí Balkan Beat Box. Dice que anoche fue con su mujer a un concierto de esa misma banda y que se acostó tarde. Por eso, está tomando café. Dice que puede que el café lo despierte y consiga escribir algo, pero que si no lo hace, "lo más probable es que me pase el día leyendo". Acaba de publicar 'El libro de mis vidas' (Duomo), suerte de memorias a retazos, inventario de pasiones, recuerdos y desgracias, a la vez que oda a sus dos ciudades, Chicago y Sarajevo. Pero ya tiene en mente el siguiente. "Una montaña rusa de sexo y violencia que de momento llamo 'The making of zombie wars'", dice.
Por ahora toca hablar de 'El libro de mis vidas', lo más parecido a unas memorias que el escritor bosnio del momento ha publicado. "Para mí, las memorias son eso que escribes cuando ya eres lo suficientemente mayor para haberlo vivido casi todo, así que prefiero considerar este libro como una colección de historias basadas en hechos reales, como un puñado de ensayos personales. De hecho, las he escrito como hubiese compuesto relatos de ficción, es decir, porque necesitabas contarlas", asegura Hemon, que da fe en el libro de su pasión por el fútbol, pero también relata de una forma crudísima la muerte de su hija Isabel. "No podía no escribir sobre ella", confiesa.
Como escritor de doble nacionalidad (nació en Sarajevo, pero ha crecido como escritor en Chicago), Hemon es también un bilingüe literario, porque escribe la mayor parte de su producción en inglés, pero sigue utilizando el bosnio para algunos de sus textos. "He construido mi literatura en dos idiomas y me gusta. No trato en ningún sentido de cortar con todo lo que fue mi pasado", sentencia. "En cualquier caso, vivo en Chicago de la misma forma que vivía en Sarajevo, aunque ambas ciudades son muy distintas, para empezar, Chicago es casi tan grande como toda Bosnia. Y Sarajevo es más pobre y mucho menos diversa", añade.
Licenciado en literatura, Hemon se trasladó a Chicago en 1992 con la intención de perfeccionar su inglés. Pero una vez allí, le sorprendió la Guerra de Bosnia y no pudo regresar a su país. En 1995 empezó a publicar artículos en el 'New Yorker', en 'Esquire' y en 'The Paris Review'. Su primer libro de relatos, 'La cuestión de Bruno', no se hizo esperar, y tampoco su primera novela, 'El hombre de ninguna parte', que le valió apelativos como el de "escritor del siglo XXI" y nada menos que "el nuevo Nabokov". A menudo se ha dicho que Hemon aprendió a escribir en inglés leyendo a Nabokov, pero no es cierto. "Es cierto que cuando me decidí a empezar a escribir en inglés, leí un montón y, puesto que me encanta Nabokov, leí muchos de sus libros", asegura.
"Nabokov es uno de mis escritores favoritos y su inglés es muy rico y muy imaginativo, por eso es un modelo para muchos escritores de mi generación", apunta Hemon, para quien también son importantes, de hecho, imprescindibles, autores de la talla de Danilo Kis, que escribía en serbio pero vivía en Francia. "Esa amalgama de identidades culturales y lingüísticas enriquecen la literatura". Bruno Schultz, Michael Ondaatje, Anton Chejov y Alice Munro están también en su podio. Cuando se le pregunta por los hispanoamericanos que pueden haberle influido, menciona a dos: Jorge Luis Borges y Javier Marías.

Celebrarán 40 años de la obra magna de Roa Bastos con una edición especial

La presentación de una edición especial e ilustrada de Yo el Supremo, la obra maestra del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005), será el plato fuerte de los actos que se celebrarán en Paraguay el próximo año con motivo del cuarenta aniversario de la publicación de la novela

Augusto Roa Bastos, autor de Yo el Supremo, novela que reflexiona sobre el dictador./linformacion.com

La nueva edición mantendrá las ilustraciones que el reputado dibujante argentino Carlos Alonso hizo para el original de 1974, pero añadiendo los trabajos de siete jóvenes artistas paraguayos seleccionados por la Fundación Augusto Roa Bastos, dijo hoy a Efe Mirta Roa, hija del novelista.
"Lanzamos un concurso para jóvenes de hasta 35 años y son los que se van a sumar a los tres dibujos de Alonso, incluido el que hizo para la portada de aquella edición", dijo Roa.

Además, la edición incluirá un estudio crítico del paraguayo Antonio Carmona, especialista en la obra de Roa Bastos y amigo personal del escritor, y un repaso biográfico del español Francisco Tovar Blanco, catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universitat de Lleida.

"En realidad será una especie de biobibliografía, en la que Tovar se acerca a la vida y obra de Roa Bastos", explicó Roa, quien dijo que también incorporará un glosario de expresiones en castellano antiguo y guaraní.

Roa espera que la nueva edición sea presentada antes de junio, el mes en que su padre vio publicada su influyente novela, una reflexión sobre el poder a través de la figura del dictador paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia (1776-1840).

Aunque el programa de las conmemoraciones no está todavía perfilado, Roa avanzó que la Fundación publicará también una edición en rústica para el gran público.

Asimismo está prevista la inauguración de un cátedra dedicada al escritor en la Universidad Católica, en Asunción.

"Luego está el proyecto de reeditar todos los ensayos que escribió, pero dividido por temas, política, mujer, etc. Básicamente el trabajo que hace la Fundación es recopilar su obra. Mi padre vivió en varios países y sus escritos están muy repartidos", contó Roa.

La Fundación publicó este año en Paraguay gran parte de las entrevistas, escritas o a cámara, concedidas por el escritor, en una edición en CD y DVD que incluye la ceremonia de entrega del Premio Cervantes, en 1989.

Roa confía en que la casa donde el escritor vivió sus últimos años, en el barrio de Carmelitas de Asunción, sea en un futuro un museo dedicado a su memoria

"Hay conversaciones con diferentes instituciones del Estado y me gustaría concretar el proyecto. En esa casa están, entre otras cosas, todas las notas que escribió para 'Yo el Supremo', muy valiosas para los investigadores", dijo Roa.

lunes, 23 de diciembre de 2013

La verdadera historia de la Casa de Poesía Silva de Bogotá

En palabras del poeta, Fomentar un debate en torno a este tipo de instituciones es el único propósito que inspira esta contribución

Eduardo Carranza falleció en Bogotá el 13 de febrero de 1985, un mes después que el Reino de España concediera el Premio Cervantes a Ernesto Sábato, presea a la que aspiraba el poeta desde la llegada al poder de Belisario Betancur, íntimo amigo de Felipe Gonzalez. En octubre de 1984 Carranza había sufrido en Madrid, en uno de los hotelitos que frecuentaba en La Moncloa, una suerte de apoplejía que terminó por llevarle a la muerte. Sus restos mortales fueron depositados en el cementerio de Sopó por el mismo presidente de la república y una comitiva de la que hicieron parte varios de los ministros del despacho, el jefe del Nuevo Liberalismo, Luis Carlos Galán, el ex presidente Carlos Lleras Restrepo, director de Nueva Frontera, la directora de Colcultura, Amparo Sinisterra de Carvajal, Gustavo Esguerra, Gobernador de Cundinamarca e Hisnardo Ardila, alcalde de Bogotá.
Ya para entonces su hija había pensado que al deceso del padre, libros, manuscritos, fotos y numerosos objetos y materiales bibliográficos que le pertenecían debían ir a parar a algún lugar donde sirvieran para el estudio de la poesía. Mientras meditaba en ello, un día de marzo de aquel año, en las oficinas de Nueva Frontera de la séptima con diecisiete, Genoveva Carrasco le comentó, en presencia de Darío Jaramillo Agudelo, el ya casi todo poderoso gerente cultural del Banco de la República, cómo una casa de inquilinato de La Candelaria donde había muerto José Asunción Silva y pasado días amargos Aurelio Arturo, estaba en venta y en franco deterioro. Para junio la casa ya estaba en manos de la corporación que regentaba la compañera sentimental de Patricio Samper, que muriera a manos de su propio hijo, que le propinó una veintena de puñaladas, mientras se desempeñaba como embajadora en Israel en 1995.

Justo un año después de la muerte del poeta y a seis meses del Holocausto del Palacio de Justicia y la catástrofe de Armero, el 24 de mayo de 1986, el presidente Belisario Betancur inauguró la Casa Silva, cuyos trabajos de restauración habían durado nueve meses dirigidos por Rodolfo Vallín Magaña, quien con denodada paciencia recuperó el esplendor de los mascarones y las viñas, los demonios sonrientes de los rincones de la sala, las ostentosas crestas que coronan las puertas y los rosetones del patio que entrelazan conchas de nácar con delfines y tridentes de tritones. Como si se tratara de un palacete y no de una casa de inquilinato, el restablecedor colocó en las habitaciones y los corredores lámparas y arañas decimonónicas, y en las puertas y ventanas los herrajes, cerraduras y pomas originales compradas a desorbitantes precios en las anticuarias bogotanas de Chapinero, haciendo que los bastidores dieran la apariencia de la arquitectura republicana con vidrios de colores fabricados para la casa por artesanos del barrio Egipto. Un inmenso salón fue habilitado con tres de los cuartos de habitación del costado oriental del primer patio para poner allí los libros de Eduardo Carranza, comprados generosamente por la Corporación La Candelaria y el Banco de la República, mientras en el segundo patio se levantó un precioso comedor público administrado por Juan Francisco Samper, hermano de quien sería el presidente más corrupto de la historia del país, también elegido con los caudales de los hermanos Rodríguez Orejuela como quedó confirmado en una carta dirigida al entonces presidente Pastrana Arango, desde la cárcel de La Picota, mientras esperaban ser extraditados a los Estados Unidos.

El cuarto donde se suicidó Silva fue destinado al despacho de la directora, desde donde pudo alegrarse, mientras departía con sus numerosos invitados y rociando las charlas con buenos caldos peninsulares y destilados de malta de Escocia, con las azaleas que engalanaban el patio, a sabiendas que allí, durante años, los vecinos habían depositado flores y encendido cirios para el alma del difunto.

Tres meses antes de la inauguración de la casa, el régimen celebró el primer aniversario de la muerte de Eduardo Carranza con una fanfarria que intentaba relegar las tragedias vividas a finales del año anterior, que aún retumban en la memoria de los colombianos. El 13 de febrero de 1986 el gobierno se trasladó, en una caravana de trescientos vehículos, desde la capital hasta el cementerio de Sopó, donde en presencia de Rosa Coronado, esposa del poeta, sobrina de la escritora marxista Elisa Mújica, trocada al catolicismo en la España de la dictadura y uno de los primeros y más ardientes amores del poeta, y de sus hijos Ramiro, María Mercedes, Juan y la nieta Melibea Garavito, el médico Ernesto Martínez Capella hizo un recuento de los años de la aparición de Piedra y cielo. Luego la enorme comitiva se trasladó a la Hacienda Yerbabuena, en cuyo oratorio fue oficiada una misa concelebrada por el capellán del Instituto Caro y Cuervo y jefe del departamento de historia cultural, monseñor Mario Germán Romero y por el padre Manuel Briceño Jáuregui, jefe de filología clásica, quien predicó una homilía en su honor. Terminada la misa los asistentes se mudaron al Paseo de los Poetas frente a la casa de la hacienda, y Betancur con Rosa Coronado descubrieron un busto de Carranza ejecutado al natural por el escultor franquista Emilio Laíz Campos, el mismo que hizo la colosal escultura del almirante Blas de Lezo y Olavarrieta, mejor conocido como Patapalo, o Mediohombre, donde el vate llanero, al contrario de su habitual atavío bogotano, cuando vestía capa española de cristianos viejos y boina vasca, aparece con una ruana antioqueña y la cabeza descubierta. Se dijo entonces que el torso, que estuvo durante años en el patio trasero de la casa del poeta, azotado por el defecar de las palomas, había sido donado al instituto para la ocasión, pero según indicó esa misma mañana el periodista Rogelio Echavarría, que tenía por qué saberlo, lo habían vendido por dos millones de pesos de entonces. Acabado este acto los invitados pasaron al comedor y allí, entre vinillos y carnes de aves de corral, Alberto Dangond Uribe presentó una cinta fonóptica con la voz de Carranza leyendoEpístola mortal. Noemí Sanín Posada, ministra de comunicaciones, la misma que obligó a la radio a trasmitir un partido de futbol mientras retomaban a sangre y fuego el Palacio de Justicia de las manos del M-19, puso en circulación un millón de estampillas con la efigie del vate diseñada por Carlos Dupuy.

Algunas de las anécdotas de esa celebración típica de los años del gobierno de Belisario Betancur son memorables. Según Nicolás Suescún[1], dos de los asesores del presidente, Afán Buitrago y Hernando Valencia Goelkel no cumplieron la cita mañanera en la Casa de Nariño para acompañar al presidente porque se habían amanecido libando con el poeta Fernando Arbeláez en casa del segundo. El presidente, enterado de las circunstancias, envió un pequeño helicóptero de la policía a recogerles que aterrizó en un parquecito que había frente al apartamento de Valencia, esperando por ellos casi cuarenta minutos hasta que mediante fuertes tomas de café amargo lograron despabilar al ensayista de Mito y subiendo al aparato remontaron el vuelo y llegaron a la cita de Yerbabuena aun cuando habían perdido la de Sopó. Fue a ellos que Rogelio Echavarría, que había llegado puntual a la cita y estaba frente al busto de Carranza con su gabardina inglesa doblada sobre el brazo izquierdo, les contó de la transacción de la pieza del retratista de toreros y diplomáticos de Vicálvaro.

Según un informe parcial del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá, la Fundación Casa de Poesía Silva recibió, entre los años 1998 y 2005 la bicoca de $ 3.870.096.355.oo., tres mil ochocientos setenta millones noventa y seis mil trescientos cincuenta y cinco pesos. Datos de sólo seis años, cuando “menos” dinero recibió de parte del distrito capital. No hay informes del dinero recibido entre 1986 hasta 1998, otros doce años. Y faltan los del Ministerio de Cultura y los que nunca sabremos, de la empresa privada, que en últimas fue también dinero público. Todas esas enormes sumas fueron dilapidadas en eventos espectaculares como las suntuosas ediciones de la llamada Historia de la poesía colombiana donde se ha ignorado, como en los tiempos de Stalin y a conveniencia de los directores de la Casa, los poetas incomodos u odiados; los reiteradosEncuentros de poetas y escritores hispanoamericanos, los eventos en diversas ciudades de La poesía tiene la palabra, y las ruidosas lecturas de nadaístas y ex presidentes, criticadas con seudónimos por el tallerista Juan Manuel Roca desde las páginas del Magazín Dominical: —-”Ricardo Aricapa escribe en “Balada de la Calle” (El Mundo 29/V/89), cómo al auscultar la caja de Pandora de la poesía nacional en la Cá­mara de Comercio de Medellín en­tró en batalla con 20.000 versos de toda la clase y reper­torio. Se encontró con el Nocturno de Silva, el Ritornelo de León de Greiff, poemas del nariñense Yianhilo o el gran Aurelio Arturo. Pero también con que con el verso ga­nador de Darío Jaramillo y otro de Hernando Cardozo, ocurrió algo curioso: tuvieron un inten­so proselitismo de activos y fervorosos admiradores, a juzgar por lo que vio en la caja: todos los votos eran fotocopias del mismo poema, no cambiaba sino la firma y la cédula del remitente. Como quien dice: 1a fotocopia tiene la palabra. Como si fuera poco el mismo Darío Jaramillo dijo que al ganar con 19.000 votos: “Eso me huele a trampa” (El Mundo 26/V/89).” [MD, julio 2 de 1989]; “Ojalá que doña María Mercedes Carranza no esté volviendo la casa del gran Silva en un recitadero como dice Jorge Child y tampoco la esté volviendo un parrandeadero vallenato” [MD, octubre 25 de 1987],— los anuarios que recogían las conferencias y que también excluían los esfuerzos de otros colectivos en todo el territorio, cuando no recibían el nihil obstat de la directora o los talleristas; el Premio Eduardo Carranza o el Premio Silva [otorgado a escritores de segunda, pero benefactores de la señora Carranza como Mario Rivero, Fernando Charry, Hernando Valencia, Héctor Rojas y Rogelio Echavarría] o el Premio Pegaso concedidos siempre a dedo y con gajes millonarios en pesos y en miles de dólares y la celebración no sólo del centenario de la muerte de Silva, con exposiciones itinerantes por toda la nación y el mundo, sino también la llegada al medio siglo de la propia directora con un gran holgorio en la embajada de Colombia en Madrid, en el palacete de la calle Martínez Campos, cuando era embajador Ernesto Samper Pizano, adonde volaron unos quince concelebrantes incluidos, dijeron las malas lenguas, Dario Jaramillo Agudelo, Genoveva Carrasco, Alejandro Obregón, Aseneth Velasquez, Pilar Tafur, Pedro Alejo Gómez, Carmen Barvo, Marta Alvarez, Daniel Samper Pizano, Patricia Lara, Carlos Castillo, Luis Alfredo Sanchez, etc., visitantes asiduos al cercano Café El Espejo de Recoletos 31, donde el futuro presidente de los colombianos departió en más de una ocasión con don Gilberto y don Miguel Rodriguez Orejuela, sus futuros electores.

María Mercedes Carranza hizo entonces de la poesía un instrumento de la demagogia política aduciendo en numerosas ocasiones que la lírica podía sanar las heridas de una sociedad violenta y enferma como la colombiana de los años de la república del narcotráfico. Como había sucedido durante la violencia de los años cincuenta con el Nadaísmo, ahora de nuevo la poesía servía como divertimiento y distracción de vastos sectores de los pauperizados habitantes de las grandes ciudades como Bogotá, Barranquilla, Medellín o Cali, donde actuó la señora Carranza con sus programas La poesía tiene la palabra, Alzados en almas, Descanse en paz la guerra, eligiendo unas veces el mejor verso de amor, de algunos de sus amigos, o el más excitante verso erótico de alguna poetisa recién venida.

Numerosas fueron desde entonces las críticas a estos eventos. Uno de sus más acérrimos detractores, el polígrafo Héctor Abad Faciolince, sostuvo en dos artículos titulados Poetastro de la poetambre y 36 Millones de poetas como se hastiaba al enterarse de la pululación de encuentros, festivales, olimpiadas, bazares, homenajes, lecturas, revistas, congresos, concursos, becas de por y para poetas ricos, pobres, bosnios, cubanos, antioqueños, ingenieros, viejos, niños, reencarnados y muertos.
“En Colombia vivimos una explosión demográfica de auto poetas, escribió en Lecturas Dominicales del 7 de mayo de 1995. De personas que, por generación espontánea, se proclaman poetas. Esta falta de cultivo en el ejercicio de la poesía, al menos como programa, me parece demagógica, porque esta poesía, aparentemente fresca y espontánea, no hace más que reproducir clichés de lo que se considera poético. El armamento artístico de los poetas silvestres suele ser un inventario repetitivo de lugares comunes. La demagogia poética con su masificación de la poesía, lo que hace es halagar, adular al mal poeta que llevamos dentro. Sus espectáculos repiten un sonsonete ingenuo: Yo soy poeta, tú eres poeta, él es poeta, nosotros somos poetas, todos somos poetas, este gran evento es poesía, todo es poesía. ¿Sí será cierto que esa extraordinaria promoción de poetas, de poemas, de libros, folletos, revistas y actividades poéticas, encierra poesía? ¿O no será más bien un nuevo espectáculo montado por nuestra sociedad de masas que todo quiere convertirlo en un show multitudinario, financiado por la publicidad de la empresa privada, en parte, y en parte subsidiado por la burocracia de Estado?”
A la muerte de Carranza Coronado la casa pasó a otras manos y a pesar de las descomunales estadísticas que ofrecen para demostrar la promoción que hace de la poesía: 8.500.000 personas habrían cruzado el umbral de su puerta; 816 eventos se habrían realizado en el pequeño auditorio; 3.147 grupos de niños habrían recorrido sus patios y habitaciones; 3.500.000 habrían oído poemas en la fonoteca y otro 1.500.00 habría comprado poemas para regalar, las críticas al sucesor de la fundadora han sido numerosas y cáusticas, como esta de Omar Ortiz, titulada Se permuta casa por prólogo, publicada el 19 de mayo de 2013 en El Tabloide de Tulua:
“Ahora sabemos por qué Pedro Alejo Gómez no asistió al homenaje a María Mercedes. Estaba ocupado redactando un prólogo al libro del presidente del senado, el médico Roy Barreras. El abogado Gómez se ha dedicado los diez años de su dirección a estos menesteres de prologuista, de presentador de ex presidentes, de asistente asiduo a cocteles y eventos sociales que registran las páginas de Cromos, mientras cobra la suma de once millones de pesos mensuales. Sí, este apocado filipichín que confunde la decencia con la lagartería, tiró por la borda los diecisiete años de trabajo de la poeta Carranza, y lo que es más notable, logró volver realidad el postulado platónico: expulsar a los poetas de su reino”.

La victoria y los secretos de los libros prohibidos

De Virgilio a Rushdie, la historia de la literatura está jalonada de ataques a la libertad de expresión. Werner Fuld lo recuerda en un libro y alerta sobre los tics inquisitoriales sobre las artes

Miembros del partido nazi en la confiscación de libros en Hamburgo, en 1933. /elpais.com

Muchas veces el fuego se ha quedado huérfano para alegría de la eternidad. Ahí están la Eneida y Lolita,separadas por más de 20 siglos, pero hermanadas, más allá de su belleza literaria, por las infructuosas llamas que sus propios autores les prometieron, y con las que las han amenazado algunos autonombrados guardianes de las ideas políticas, religiosas, sociales, éticas o morales.
Un aura de ceniza parece el sino de muchos libros a lo largo de los 35 siglos de creación de la escritura. El autor y crítico literario alemán Werner Fuld sigue ese rastro vergonzoso del ser humano para relatar la historia de las obras que fueron salvadas de la censura y la persecución en Breve historia de los libros prohibidos (RBA). Un libro de arena de todos los tiempos y las civilizaciones sobre los obstáculos y trampas a la creación literaria que se convierte en una llama que hace ver la necesidad de estar siempre alertas ante la perpetua tentación de vigilantes e inquisidores con listas de libros prohibidos y la cerilla en la mano.
“No se puede negar que la mayor parte de la literatura universal estimula el pensamiento propio. En interés de la paz social, esta perturbación es intolerable”, asegura irónicamente Werner Fuld, al recordar la crítica de Ray Bradbury en Fahrenheit 451.
Páginas que alumbran los pasadizos que han hecho posible el milagro de poder disfrutar de esos textos “sospechosos” y de escritores rescatados del balanceo al borde del abismo, e incluso de aquellos que alcanzaron a caer o de los que fueron arrebatados como Jonás de la ballena.
Virgilio, Diderot, Dos Passos, Voltaire, Zola, Nabokov, Ovidio, Rousseau, Sartre, Hemingway, Balzac, Faulkner, Gorki, Kant, Melville, Hammett, Joyce, Descartes, Proust, Quialong, Beauvoir, Cleland, Goethe, Wilde, Genet, Solzhenitsyn, Kafka, Flaubert, Lorca, Zweig, Baudelaire, Lawrence, Mandelstam, Sade, Sagan, Ibsen, Hernández, Ginzburg, Bulgákov, Rushdie…
Hay varias clases de muertes, prohibiciones y resurrecciones literarias: la de los libros que el propio autor una vez creados se arrepiente y no quiere darles más vida; la de los libros que quieren vivir y su escritor lo busca a toda costa, pero alguien, un editor o un amigo, se niega a darles ese derecho; y están los libros que una persona más poderosa, desde un gobernante hasta una institución religiosa o en nombre de la sociedad, busca eliminarlos.
“Saber leer (y escribir) es un acto de apropiación del mundo. El que aprende a leer unas cuantas palabras ‘pronto podrá leer todas las palabras’, como dice Alberto Manguel, y, si comprende que con una frase se ha apropiado de una parte del mundo no se dará por satisfecho con una sola frase”, explica Fuld en su ensayo. Una celebración por la manera en que la creación ha burlado el destino.
Y un brindis por aquellos que no hicieron caso a los últimos deseos de muchos escritores de no dejar vestigios de sus textos. Uno de los primeros fue Virgilio. No se sabe por qué en su testamento ordenó quemar la Eneida, pero, por fortuna, el emperador Augusto ignoró su última voluntad. Veinte siglos después de los hechos que permitieron que el mundo leyera la Eneida, Franz Kafka quemó manuscritos que no le gustaban. Pero luego, su albacea Max Brod no respetó su voluntad y el mundo ha leído El castillo y El proceso.
Un caso en el que se juntan en el autor el impulso de eliminar primero y de publicar después es el de Vladimir Nabokov con Lolita. Un clásico del siglo XX que cuando era un borrador titulado El hechicero Nabokov quiso quemar y su esposa Vera rescató de las llamas. Hasta que el 6 de diciembre de 1953, el autor la terminó para empezar un viacrucis al ser rechazada por cuatro editoriales que la consideraban “inmoral” y muchas cosas más, hasta que, dos años más tarde, logra publicarla en París en Olympia Press, una editorial de obras eróticas. Y en Estados Unidos solo hasta 1958 tras una batalla judicial.
A esos fuegos individuales se suman las hogueras que han prendido y querido prender gobernantes, de todos los niveles, e instituciones religiosas o de cualquier otra índole en nombre del bien común. Desde el mismo Augusto, que un día feliz salvó la Eneida, y otro desdichado ordenó la primera quema masiva de libros en Roma por cuestiones religiosas, hasta el nazismo, los regímenes chinos o los conflictos en los Balcanes o en Irak e Irán. España misma padeció con Francisco Franco decisiones de este tipo cuando recién llegado al poder, que ostentaría durante 36 años, ordenó en 1939 quitar de las bibliotecas las obras de autores “degenerados”. “Franco que era católico”, recuerda Fuld, “podría haber tomado el Index romano como referencia, pero lo cierto es que en este catálogo no aparecen ni Goethe ni Ibsen, que sí estuvieron en la lista española”.
Episodios sombríos y asombrosos que tienen un capítulo en la literatura porque varios escritores han novelado dichas experiencias. Entre las más recientes están Balzac y la joven costurera china, de Dai Sijie; El librero de Kabul, de Asne Seierstad, y Lolita en Teherán, de Azar Nafisi.
¿Acaso están las ideas políticas, religiosas o morales con intereses particulares por encima del arte? La historia muestra que lo que hay más allá del índice acusador es la victoria de la belleza prohibida. Del recordar el origen cuando la palabra era vida, pero no vivía. Era como la luz de la luciérnaga, intermitente, volátil, inatrapable, hasta que los sumerios empezaron a darle cuerpo con signos trazados en estilete o punzón en tablillas de arcilla, piedra, madera o cualquier objeto noble que las recibiera. Así empezaron el camino al arte, a la eternidad, a vivir ante quien las descifra con su lectura, y a vivir y vivir ante quien las revive en su boca para darles sonidos, como estos versos de Las flores del mal, de Baudelaire, salvados de la inquisición literaria:
“¿Vienes del cielo profundo o sales del abismo,
Oh belleza? Tu mirada, infernal y divina,
vierte confusamente el favor y el crimen,
y por eso se te puede comparar al vino”.

Destrucciones masivas de libros
La primera destrucción masiva de libros ocurrió en Sumeria (entre los ríos Éufrates y Tigris) hace unos 5.300 años, por deterioro, desastres y conflictos bélicos.
La primera quema de libros en Roma la ordenó Augusto en el siglo 12 a.C. con obras oraculares y proféticas. Buscaba que nadie pusiera en duda sus ideas políticas.
La biblioteca de Alejandría, fundada a comienzos del siglo III a.C., habría terminado por múltiples motivos: incendios bélicos, orden de destrucción por parte de los árabes, ataques de los cristianos, terremotos y la falta de presupuesto.
La Iglesia católica creó en el siglo XVI el Índice de libros prohibidos que tuvo muchas ediciones, hasta que en 1966 Pabo VI lo suprimió.
En 1933 se hizo en Alemania el llamado Bibliocausto nazi ejemplo paradigmático de como la política atenta contra las obras de arte.

* Breve historia de los libros prohibidos. Werner Fuld. Traducción de Marc Jiménez Buzzi. Editorial RBA. 383 páginas.

Alan Hollinghurst y la irónica elegancia del paso del tiempo

Uno de los más prestigiosos novelistas de Inglaterra, recorre casi un siglo en su nueva obra: El hijo del desconocido

El escritor Allan Hollinghurst en su casa de Londres. /Ione Saizar./ELPAIS.COM

Alan Hollinghurst es reconocido como uno de los mejores novelistas de Reino Unido, aunque se le cita especialmente como un brillante exponente de la literatura gay, una etiqueta que ahora le pesa y en la que el autor dice no querer verse constreñido en su madurez: “Estoy un poco harto de ser una categoría, porque me parece reduccionista”, admite el escritor, que en sus libros ha trazado una gran panorámica de la vida de los homosexuales ingleses a lo largo de casi un siglo. Hollinghurst (Gloucestershitre, Inglaterra, 1954) dice haber entrado en una nueva fase con su último título, El hijo del desconocido (Anagrama),el primero de su producción que no es calificado estrictamente de “novela gay”, como él mismo subraya durante una entrevista en su casa de Londres.

La idea de la novela gay era más significativa en los ochenta, porque era un territorio nuevo. Pero el mundo de hoy es muy diferente, legal y socialmente, y creo que esa definición se ha acabado
“La idea de la novela gay era más significativa en los ochenta, porque era un territorio nuevo. Pero el mundo de hoy es muy diferente, legal y socialmente, y creo que esa definición se ha acabado”, sostiene el autor de La biblioteca de la piscina (1988), su exitoso debut literario, La estrella de la guarda (1994) y El hechizo (1998). Con La línea de la belleza, no solo una historia de sexo gay en la era Margaret Thatcher sino también un retrato de la burguesía anglosajona que le mereció comparaciones con Henry James, obtuvo el Man Booker en 2004 y una mayor proyección derivada del prestigioso premio literario. Solo las exigencias promocionales y su naturaleza de escritor minucioso dilataron la publicación de una nueva obra, El hijo del desconocido.
Hollinghurst asegura no haber sentido la presión de un galardón que genera grandes expectativas: “Al contrario, sentía que podía hacer lo que quería después de haber ganado un buen número de lectores”. Desmiente la sugerencia de algún crítico de que la ausencia de ese sexo explícito que tanto impactó en sus novelas, o la inclusión por primera vez de un destacado personaje femenino en El hijo del desconocido, apunten a ganar nuevas audiencias.

La novela trata del modo en que cada uno cuenta la historia para dar forma a una existencia y explicarla
Historia social y en parte también comedia de costumbres, el libro encarna una reflexión sobre el paso del tiempo y el deterioro de la memoria en los individuos y la sociedad, algo que “quizá entendemos especialmente los novelistas, porque la memoria es nuestro principal recurso, tan valioso como inseguro”. El relato pivota en torno a un aristócrata y poeta georgiano más bien mediocre (Cecil Valance), cuya muerte prematura en la I Guerra Mundial acabará convirtiendo su figura y los versos que escribió en su juventud en el mito de una generación. Trufada de acerados diálogos, la narración se despliega en cinco capítulos que corresponden a diferentes épocas, desde 1913 —vísperas de la contienda— hasta la era del iPhone, un recorrido en el tiempo donde el recuerdo de Cecil será objeto de sucesivas reinterpretaciones. Con este libro elegante, de rica prosa y lectura amena, Hollinghurst aporta una visión irónica sobre la biografía literaria, la dificultad de conocer al ser humano y “el modo en que cada uno cuenta la historia para dar forma a una existencia y explicarla”.
Como en sus otros libros, aquí destila una fascinación por la vida de las clases más favorecidas en sus magníficas casas de campo victorianas, ese mundo que se extingue de veladas musicales y lectura de poemas, y que a lo largo del siglo XX suscita reacciones tanto favorables como contrarias. Hollinghurst asegura que la recreación de ese universo exquisito reniega de la nostalgia: “Soy consciente de la seducción de aquel tiempo, pero no quiero idealizar un periodo de división de clases y mucha pobreza, donde además te podían meter en la cárcel por mantener relaciones sexuales con otro hombre”.
Además de novelista, traductor de obras de Racine al inglés y gran amante de la poesía que fue su primera vocación, ha elegido el fragmento del poema de Tenyson para titular El hijo del desconocido,porque encierra “la idea del futuro inexcrutable”. Ya no cultiva el género (en su juventud publicó un volumen de poemas, “pero en cuanto firmé el contrato del libro se me acabó la inspiración”), aunque sostiene que “haber escrito poesía te ayuda a ser un buen escritor de prosa: el sonido de lo que escribo es muy importante para mí”.

La dialéctica de la digitalización

Hoy comenzamos a tener la sospecha de que mientras retozamos dichosos en el ciberespacio hemos entrado sin saberlo en una nueva jaula de hierro, bien vigilada y sujeta a un escrutinio anónimo

Encarcelados en el ciberespacio./Enrique Flórez./elpais.com

Desde la plaza Roja de Moscú, al otro lado del río que atraviesa la ciudad, se podía ver hace años una pequeña central eléctrica de la época de la revolución bolchevique. Sobre ella figuraba un gran letrero que transmitía un mensaje inquietante: “Socialismo es el poder de los sóviets y la electrificación”. La frase era de Lenin y aludía al inextricable vínculo existente entre aquella forma de socialismo y su dependencia del tipo de energía imprescindible para emprender la industrialización. Al final, como todos sabemos, el instrumento que se predicaba para hacer posible el paraíso en la tierra acabó por engullir la promesa de la emancipación marxista.
Desde la perspectiva del ciberoptimismo político, hoy podríamos pensar en una divisa similar: “Democracia es el poder del pueblo y la digitalización”. Al fin habría llegado el momento en el que el ideal del Gobierno del pueblo por el pueblo podría hacerse realidad. Algo parecido a lo que los marxistas —y no solo ellos— creyeron ver en el potencial prometeico de la industrialización, que conseguiría sacar al hombre de su extremada dependencia de la naturaleza y convertirlo por fin en amo y señor de su destino.
Como entonces, el mecanismo imprescindible para encauzar la vida política se hace depender de un instrumento tecnológico, aunque hayamos pasado de estar bajo el signo de Prometeo al de Hermes, el dios de la comunicación. La gran pregunta que se suscita es si esta tecnología asociada a Internet podrá hacer honor a la gran cantidad de expectativas que ha creado o, y esto es lo grave, si su promesa de liberación puede acabar convirtiéndose en su contrario.
Digitalización abarca tanto a la fórmula a través de la cual se almacenan los datos que viajan por Internet como a los procesos de comunicación que se valen de la Red y surfean por ella. Por decirlo en términos pomposos, ya no hay más mundo que el digitalizado. Todo lo demás podrá existir, pero no será más que una sombra sin vínculo con la realidad que importa, aquella enclaustrada en este dominio y accesible a través de complejos algoritmos. El derridiano il n’y a pas hors de texte(“no hay fuera de texto”, el lenguaje es nuestro único acceso al mundo) se ha convertido en un il n’y a pas hors de l’algoritme.

Alimentamos con regocijo la Red y otros toman buena nota de las preferencias que cándidamente les damos
Acceder a la mareante cantidad de información con la cual alimentamos a este monstruo, que ya abarca a casi todo el conocimiento humano y a todas las comunicaciones de todos con todos, solo es posible gozando de asombrosas máquinas de búsqueda programadas con algoritmos destinados a filtrar lo que en cada momento nos interesa. Internet no es un medio cualquiera, ha devenido en el medio sin el cual ya no podemos entender la sociabilidad ni la disponibilidad del conocimiento, del mismo modo que no podemos imaginar que no se haga la luz cuando apretamos el interruptor.
Como en tantas otras cosas, la política democrática se resiste a seguir la senda que le abren estas nuevas tecnologías, al menos en lo relativo al fomento de la participación política. Pero a nadie se le escapan las muchas consecuencias que el digital turn está teniendo para el devenir de la política normal. Todo el espacio público se está reconstruyendo a través de las redes sociales y de una multitud de webs que empujan en la línea de permitir aproximarnos a una transparencia total y de facilitar una presencia inmediata en dicho espacio de sectores de la ciudadanía cada vez más amplios. Las zonas de estrés que esto está generando para los mecanismos de interlocución política saltan a la vista. Los partidos y sindicatos están dejando de ser los canales privilegiados de mediación entre sociedad y política, pero también los propios medios de comunicación tradicionales, cada vez más atentos a los estados de ánimo que asoman en las redes. El Gobierno representativo tampoco consigue escaparse a esta dinámica. Por lo pronto, y esto parece una obviedad, la propia naturaleza de la comunicación inmediata hace que pierda fuerza el elemento “delegativo” que subyace al concepto de representación. Recordemos que “representar” significa “hacer presente algo o a alguien que está ausente”. Todas las dimensiones de la representación —estar, actuar o hablar en lugar de alguien— presuponen una “ausencia”, la del demosque después de haber “autorizado” mediante las elecciones a sus representantes se retira ya de la primera línea de acción política. Esto es lo que ya no ocurre y lo que comienza a subvertirlo todo.
Hoy hemos accedido a una “democracia de enjambre” (Byung-Chul Han), una “sumatoria privada de muchedumbres” reactivas, que se mueven a base de flujos de halago o descalificación (shitstorms) y que, como un seísmo, sacuden el espacio público llenándolo de ruido e impiden, la mayoría de las veces, una reflexión serena. Nos podrá gustar o no, pero está ahí para quedarse y comienza a reivindicar una nueva política todavía apenas visible. ¿Cuáles serán sus consecuencias; cómo puede afectar la nueva realidad virtual al despliegue de la democracia; facilitará el ejercicio de las virtudes cívicas o las subvertirá? Todo son preguntas.


La gran pregunta es
si la liberación que promete Internet 
puede acabar convertida en su contrario
Ya estamos al corriente, gracias al bendito Snowden, de que algunos Gobiernos sí saben qué hacer con el espacio digitalizado y empiezan a valerse de la “minería de datos” para ejercer una vigilancia sistemática de nuestras comunicaciones, aunque ignoremos por y para qué exactamente. Y eso es lo inquietante. Como también, que el futuro del conocimiento humano —y, por tanto, el control de nuestro destino— estará en manos de quienes tengan la capacidad de diseñar los nuevos algoritmos y financiar las sofisticadas máquinas de búsqueda. Ha surgido así una nueva brecha digital con consecuencias que todavía son impredecibles. Mientras los ciudadanos de a pie nos entretenemos con regocijo en alimentar los data commons,las interacciones constructivas a través de la Red —como Wikipedia, por ejemplo—, otros toman buena nota de las preferencias que cándida e inconscientemente les entregamos cada vez que encendemos el ordenador. Ya sea para hacer negocios o para anticipar comportamientos o movimientos “no deseados”. Frente a este problema, el del derrumbe de la eficacia del copyright casi hasta parece un mal menor.
Internet nos ofrece la posibilidad de invertir el panóptico foucaultiano, de ser nosotros quienes observamos y controlamos al poder, y no a la inversa. Esta es la premisa que hasta hace bien poco dábamos por supuesta. Hoy comenzamos a tener la sospecha de que mientras retozamos dichosos en el ciberespacio hemos entrado sin saberlo en una nueva jaula de hierro, bien vigilada y sujeta a un escrutinio anónimo. Todavía no conocemos con exactitud la dimensión exacta de esta amenaza o quién se va a ver beneficiado por ella, y mucho menos sus consecuencias a largo plazo.
Por eso conviene que abandonemos la situación de encantamiento y embeleso en que nos ha sumido la digitalización y tomemos conciencia de sus ambivalencias. Que, como bien dijeran Adorno y Horkheimer en su día respecto de la Ilustración, todo avance en el proceso de racionalización del mundo tiene también sus costes, genera su propia antítesis. Si reaccionamos rápido puede que aún estemos a tiempo de evitar que este espacio de libertad se convierta en una nueva forma de dominación. En la peor de todas, además, porque es silenciosa, encubierta y, por tanto, imbatible. Un nuevo Mundo feliz con soma digitalizado.
Fernando Vallespín es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid

Los préstamos de libros electrónicos en bibliotecas se duplican

El número de ejemplares electrónicos prestados durante 2012 alcanzó la cifra total de 569.000, más del doble del número alcanzado en 2010, cuando se prestaron 278.000 ejemplares, según se desprende de la Estadística de Bibliotecas del Año 2012 elaborada por el Instituto Nacional de Estadística cada dos años y que recoge Europa Press

Los préstamos de libros electrónicos en bibliotecas de España se duplican/lainformacion.com

Asimismo, los fondos de libros electrónicos aumentaron un 49 por ciento respecto a 2010, al pasar de 6,2 millones en 2010 a los 9,26 millones en 2012. No obstante, este aumento solo coloca este formato en el 3,5 por ciento del total de fondos, similar al de documentos audiovisuales, aunque por encima de los sonoros (2,7%).

En consonancia con estas cifras, el auge del libro electrónico en las bibliotecas y en los centros que dependen de ellas se manifiesta también en el número de lectores, que pasó de 2 millones en 2010 a casi cinco millones en 2012, casi un 140 por ciento más.

Además, el 11,6 por ciento de las bibliotecas disponían de servicio de consulta de libros electrónicos en sala, un 22,7 por ciento más que en 2010, y el porcentaje de centros con usuarios de este formato pasó del 2,1 por ciento en 2010 al 6,5 por ciento en 2012.

MÁS VISITAS

El número total de visitas a las bibliotecas registró un ligero aumento del 0,2 por ciento en 2012 respecto a 2010, con un total de 212,4 millones, lo que supone que cada habitante acudió una media de 4,6 veces a puntos de servicio de las bibliotecas.

Por comunidades autónomas, los cántabros fueron los ciudadanos que más acudieron, con una media de 7,2 visitas, seguidos por los navarros (6,8 visitas) y los madrileños (6 visitas).

Las mayores proporciones de usuarios se concentraron en Cataluña, con más del 60 por ciento de la población, seguidos por la Comunidad de Madrid (55,2%) y por Castilla y León (53%).

Además, el número de usuarios inscritos creció un 12,8 por ciento, hasta alcanzar los 20,3 millones de personas, de los cuales más de 16 millones eran adultos y alrededor de cuatro millones eran usuarios infantiles.

domingo, 22 de diciembre de 2013

El cuento del domingo



Ivan Klima

Los ricos suelen ser gente extraña


Hay hombres que aman a las mujeres, otros el alcohol, la naturaleza o el deporte, otros a los niños o al trabajo, hay hombres que aman el dinero. Seguramente el hombre puede amar a más de uno de los anteriores, no obstante da preferencia a algo sobre lo demás. Siendo suficientemente ambicioso, tiene la esperanza de alcanzar lo que verdaderamente anhela.
Alois Burda amó el dinero y le sometía todo lo demás. Bajo el régimen pasado era administrador de un negocio de venta de automóviles, bajo el nuevo régimen abrió un negocio propio. Bajo el régimen pasado manejó con habilidad ese pequeño número de autos que tenía para la venta. Pronto encontró la manera que le aseguraba el soborno más alto. Después de la revolución, las comisiones por ley le dejaban aproximadamente las mismas ganancias que había tenido antes de la revolución. Alois Burda entonces era un hombre rico, ya en los años setenta se construyó una residencia familiar cuya superficie habitable según las leyes vigentes no alcanzaba ciento veinte metros cuadrados, sino que los superaba tres veces. En la residencia tenía un gimnasio, una piscina techada, tres garajes, y al lado de la residencia una cancha de tenis, aunque él mismo no jugara tenis. En Suiza tenía una cuenta secreta, y puesto que los bancos suizos son avaros con los intereses, tenía todavía una cuenta secreta más en Alemania. Se divorció sólo una vez, porque se dio cuenta de que el divorcio salía relativamente caro. Con la primera esposa tenía dos hijos, con la segunda tenía una hija. Con los hijos se frecuentaba sólo escasamente. Desde que alcanzaron la mayoría de edad, no se veían más a menudo que una vez al año. También la segunda esposa le fastidió pronto, pero manejaba bastante bien el hogar y no le molestaba demasiado, tampoco se preocupaba por cómo él pasaba su tiempo libre. Ella era deportista, esquiaba y montaba a caballo, jugaba tenis, golf y nadaba bien, aunque nada de aquello le interesaba a él en lo más mínimo. De vez en cuando se conseguía una amante con quien dormía, pero por la cual usualmente no sentía nada y de la cual tampoco exigía sentimiento alguno.
De vez en vez le preguntaba a su hija qué había de nuevo en la escuela, pero al día siguiente olvidaba su respuesta y nunca estaba seguro de qué año cursaba. Así luego terminó la escuela y se casó. Como regalo de boda recibió de su padre un nuevo automóvil, cuyo precio superaba el medio millón de coronas. Ese regalo la sorprendió, casi estaba dispuesta a creer que era un regalo de amor, pero era más bien el regalo de una mala conciencia o de un capricho instantáneo. De todas maneras, una cantidad así no significaba nada para Burda.
Conocía a mucha gente, todo aquél que fuera su cliente, sin embargo no tenía amigos, a excepción de algunos cómplices con los cuales de vez en cuando tomaba unos tragos o ideaba transacciones comerciales.
Cuando se acercaba a los sesenta, de repente empezó a sentir fatiga, perdió el apetito y paulatinamente fue adelgazando. Lo atribuía al modo de vida demasiado acelerado que llevaba. Su mujer naturalmente notó la metamorfosis y lo mandó al médico, pero él por principio no obedecía los consejos de su mujer, además temía que el médico le pudiese detectar algún padecimiento más serio. Decidió que iba a descansar más, que iba a darse el lujo de hacer algún viaje al extranjero que no fuese de negocios, también visitó a un famoso curandero que le preparó un té especial y le recomendó comer diario semillas de calabaza. Sin embargo, nada de esto le ayudó. Burda empezó a sufrir dolores en el estómago, en la noche se despertaba sudado, sediento y abatido por una extraña angustia.
Finalmente decidió ir al médico. Éste pertenecía a sus viejos clientes, ya había curado a su primera esposa. Ahora trataba de aparentar que todo estaba bien, y pasó un rato conversando sobre un nuevo modelo de Honda.
"¿ Es algo serio?", preguntó el vendedor de automóviles.
"¿Quieres que sea completamente sincero?"
El vendedor dudó, luego asintió con la cabeza.
"Tienes que operarte cuanto antes", dijo el médico.
"¿Y luego?"
"Ya veremos".
"¡Ajá!", entendió Burda, "esto me huele a muerte".
"Todos estamos aquí por sólo un momento", dijo el médico, "pero no debemos perder la esperanza. Hasta que te abran, sabremos más".
Aunque también sabía que alguna vez llegaría el momento en el que aparecería la muerte detrás de su cabeza, el vendedor de automóviles se encontraba inesperadamente sorprendido. Pues todavía le quedaban casi diez años para alcanzar la edad promedio de los hombres en nuestro país y además le parecía que la muerte llega con mayor frecuencia en forma de accidentes en la carretera. Y él era un excelente conductor.
"Tenemos medicamentos cada vez más eficientes", agregó el médico, "así que no pierdas la esperanza".
"Con respecto a los medicamentos, me puedo permitir cualquiera, por mucho que cuesten".
"Yo sé", dijo el médico, "pero esto no es cuestión de dinero".
"¿Es cuestión de qué?"
El médico encogió los hombros. "De tu resistencia. De la voluntad divina o del destino, como sea que lo llamemos".
Acordaron la operación para la semana siguiente, hasta entonces tuvo que someterse a todos los exámenes necesarios.
Cuando llegó Burda a casa y su mujer le preguntó qué había detectado el médico, contestó con una sola palabra: "Moriré". Luego se fue a su recámara, se sentó en el sillón y pensó en la extrañeza de que quizá pronto no estaría aquí. El hombre siempre le había parecido similar a una máquina, la máquina y el hombre se desgastan tras una larga utilización, pero la máquina se puede mantener en marcha esencialmente por un tiempo ilimitado si se reponen constantemente sus partes. ¿Pero qué sucede con el hombre? Se le hizo cruelmente injusto que las partes humanas no fuesen en su mayoría renovables, mientras que una máquina muerta es en sí eterna, condenando entonces al hombre prematuramente a la destrucción. Luego le inquietó la pregunta: cómo procedería con su propiedad, qué haría con sus cuentas secretas. Cuando muriese, todo lo que tenía le pertenecería a su esposa e hijos. Se le hacía injusto, ya que ninguno de ellos había contribuido en manera alguna a lo que él había ganado. Además, recientemente le había regalado un auto a su hija y sus hijos no le hacían caso. La mujer lo cuidaba, pues le daba dinero con regularidad, hasta le daba dinero para ir a esquiar cada invierno y primavera a los Alpes, seguramente por ahí tuvo amantes, incluso supo de uno, porque accidentalmente encontró una carta en el bolso de su mujer, donde buscaba una cuenta. ¿Por qué ahora su esposa, tan sólo por haberse casado con él, debería recibir, aparte de todas sus propiedades y del dinero de la herencia, también el dinero del cual ni siquiera sospechaba?
Luego reflexionó acerca de lo que le dijo el médico sobre la esperanza y la voluntad divina. Confiarse de la voluntad divina es ciertamente una tontería, igual que confiarse del destino. La voluntad divina es un engaño para los débiles y los pobres, mientras que el destino se comporta según se le pague. Hasta ese momento lo estaba sobornando exitosamente y ahora se resistía a la idea de que repentina e irremediablemente no se saliera con la suya.
Esa misma tarde se sentó en su Mercedes, tomó su pasaporte y las cosas más necesarias para el viaje y se dirigió a la frontera.
La cuenta suiza contenía algo más de cien mil francos, en la alemana había más dinero. Solicitó el dinero en efectivo ante el asombro de los cajeros. Regresó con el dinero la siguiente noche, escondió los billetes en una pequeña caja fuerte, cuyo código sólo él sabía. Al día siguiente fue a hacerse los primeros exámenes.
Cuando se estaba preparando para ingresar al hospital, le surgió la pregunta de qué hacer con el dinero en la caja fuerte. El médico le advirtió que podría permanecer varias semanas en el hospital, es verdad que no mencionó la posibilidad de nunca abandonar el hospital, pero el vendedor de automóviles sabía que ni siquiera ésta se podía descartar. Incluso podría no salir con vida de la sala de operaciones.
No quería dejar el dinero en su casa, ¿pero llevarlo consigo al hospital? ¿Dónde lo escondería? ¿Qué haría con él en el momento en que estuviera inconsciente en la mesa de operaciones?
Finalmente decidió dividir los paquetes de cien mil en otros más pequeños, los metió en unas pantuflas viejas con hebillas y las cubrió con calcetines enrollados. Luego, ante su mujer, empacó las pantuflas en una caja, la pegó con cinta adhesiva y le pidió que se la llevase al hospital junto con algunos objetos más como otras pantuflas corrientes, una bolsa de viaje con artículos de tocador, dos números de una revista de automovilismo y el monedero con unos cientos de coronas, cuando se lo pidiese.
Apartó unos miles de marcos en un sobre para el cirujano. Sin embargo éste, con una explicación poco clara de que era supersticioso y antes de la operación ni quería oír hablar de dinero, rechazó el sobre.
Cuando abrieron a Burda en la mesa de operaciones se dieron cuenta de que el tumor no sólo había afectado el páncreas sino que también se había ramificado hacia otros órganos; una operación radical parecía ser tan inútil que lo cosieron. Tras dos días en la unidad de terapia intensiva, lo colocaron en la recámara número ocho, la compartían con él nada más dos pacientes. El vecino a la izquierda era un campesino hablador, que se la pasaba contando historias insignificantes de su vida y temía por el destino de su granja, que ahora estaba a cargo de su abandonada mujer. El vecino a la derecha era un silencioso anciano, muriéndose quizá, que oportunamente, sea dormido o en estado de vigilia, despedía chillidos de fiera inarticulados de manera extraña. Aquéllos perturbaban al vendedor de automóviles más que las historias del campesino, que simplemente no escuchaba.
Los médicos le recetaron muchos medicamentos y además una vez por día una enfermera traía a su cama un soporte, ponía una botella y luego clavaba una aguja en sus venas, y él podía observar cómo le fluía la sangre o algún líquido incoloro por una manguerilla transparente hasta llegar a su cuerpo. A pesar de ello se sentía cada vez más miserable.
La mujer le trajo todas las cosas que él había preparado, agregó un ramo de flores y un frasco de conserva de frutas.
Las flores no le interesaron y había perdido totalmente el apetito. Cuando se fue su mujer, abrió la caja con las pantuflas, quitó los calcetines, divisó el paquete de billetes, volvió a meter los calcetines, cerró la caja y la escondió en la mesa de noche. Todavía podía caminar, pero de todas maneras se levantaba de la cama sólo un poco, se arrastraba a la ventana o al pasillo y en un momento regresaba nuevamente a su lecho metálico. Ahora prefería no abandonar su recámara en lo absoluto. No pensó concretamente en su muerte, pero tampoco pudo dejar de advertir cómo disminuían sus fuerzas. Cuando se le acaben completamente, cerrará sus ojos y ya no será capaz ni de pensar, ni de hablar, menos de actuar. ¿Qué hará con ese dinero?
Su mujer lo visitaba dos veces por semana, de vez en cuando también aparecía su hija casada, incluso en una ocasión vino el mayor de sus hijos. Cada quien le traía alguna cosa que no le hacía falta, y sin interés la guardaba en su mesa de noche, donde se quedaba hasta que se fuese la visita y pudiese tirarla a la basura.
Había varias enfermeras que hacían turnos. Una era mayor, las demás apenas pasaban la edad escolar, le parecía que una se asemejaba a la otra y las distinguía solamente según el color de su cabello. Lo trataban con cordialidad profesional, de vez en cuando hacían un intento de bromear o de darle ánimos. Cuando le clavaban la aguja en sus venas, se disculpaban porque le iba a doler un poco. Luego, aparentemente después de sus vacaciones, regresó todavía una enfermera, no era más grande que las demás, pero le llamó la atención su voz, que le recordaba a la remota y casi olvidada voz de su madre en la época de su niñez. La enfermera se llamaba Vera. Notó que siempre que se acercaba a él para ejecutar alguna de las tareas rutinarias, añadía algunas frases. Y sorprendentemente esas frases no traían sólo las usuales palabras de compasión, sino que le comunicaban algo del mundo de afuera, de que hoy era un día caluroso, que ya habían florecido los jazmines, que ya estaban madurando las fresas en su balcón. La escuchaba, con frecuencia ni percibía el contenido de lo que comunicaba, percibía sólo el colorido de su voz, su extraño consuelo.
Una vez, cuando se sentía un poco mejor después de la transfusión, le pidió que se sentara a su lado.
"Pero señor Burda", se extrañó, "¿qué diría la primera enfermera si me agarrase descansando?" No obstante trajo una silla, se sentó al lado de la silla de él, tomó su mano llena de incontables piquetes, y le acarició el dorso de la mano.
"Pues, ¿cómo vive usted, enfermera?", le preguntó.
"¿Cómo vivo?", se sonrió. "Como todos."
"¿Vive con sus padres?"
Asintió. Dijo que tenía una pequeña recámara en un complejo multifamiliar, en su recámara sólo había una cama, una silla, un pequeño librero, también, en un pilar de bambú, macetas con flores de la pasión, fucsias y coronas de Cristo. Le contó largamente de las flores. Las flores nunca le habían interesado, bajo sus nombres no le surgían ningunos colores o formas, pero percibió la ternura en la voz de aquella mujer, percibió el tacto liviano de sus dedos en el dorso de la mano y notó que sus ojos eran cafés oscuros, aunque su cabello tenía un color claro natural. Prometió que le traería algunas flores de las que cultivaba en su balcón, y se levantó de la silla.
Al día siguiente realmente le trajo una azucena y nuevamente se sentó junto a él.
Burda le preguntó si no sufría la escasez de algo importante.
Ella no entendió el sentido de su pregunta.
Entonces le preguntó si tenía carro.
"¿Carro?", se rió de la pregunta.
"¿Y lo quisiera?"
"Pues usted los vendía", se dio cuenta. Luego dijo que nunca pensaba que pudiese tener un carro. Vivía sólo con su madre y apenas tenían para comprarse una bolsa de jitomate de vez en cuando. El año pasado había plantado unos arbustos en su balcón, pero se pudrieron, y no logró cosechar nada. Le preguntó si le gustaban los jitomates. Lo preguntó de la misma manera en que él solía preguntarle a la gente si le gustaba el caviar o si prefería las ostras. Le contestó que sí, aunque no recordaba que los hubiese comido alguna vez con gusto.
Le quería preguntar si no la deprimía su vida, pero lo invadió un repentino ataque de dolor y la enfermera salió corriendo por la médica, que le aplicó una inyección después de la cual se le enturbió rápidamente la razón.
Cuando volvió levemente en sí en la noche, primero se dio cuenta con una urgencia absoluta de la realidad de que en unos días probablemente moriría. No obstante encendió la pequeña lámpara arriba de su cama, se inclinó sobre la mesa y sacó la caja con las pantuflas. Detrás de los calcetines arrugados permanecía la fortuna, con la cual se podrían comprar vagones enteros de jitomates.
Puso todo en su estado anterior y regresó la caja a la mesa; la riqueza, que lo llenaba generalmente de satisfacción, se hacía de repente una carga.
¿Debería de heredarla a algún organismo de caridad? ¿O a este hospital? ¿Regalarla a los médicos, que de todas maneras no podían ayudarle? ¿A su mujer para que pudiese pagar a amantes aún más exigentes o ir a esquiar hasta por allá de las montañas Rocallosas?
Luego se le apareció de repente la cara de aquella enfermera y escuchó la voz que se asemejaba a la de su madre. Tenía curiosidad de saber si mañana iba a estar de turno, y se dio cuenta de que deseaba que estuviese.
Al día siguiente efectivamente vino y le trajo un jitomate. Era grande, duro y tenía el color de la sangre fresca.
Le dio las gracias. Lo mordió y le dio varias vueltas en su boca, pero no logró tragarlo, sintió que lo vomitaría.
La enfermera colocó el soporte a su cama, puso la botella y anunció: "Le vamos a alimentar un poco, señor Burda, si no se nos debilitaría mucho."
Asintió con la cabeza.
"¿Viene a verlo su familia?", preguntó la enfermera.
Debería contestar que no tiene familia, que tiene sólo una mujer y tres hijos, pero en lugar de eso contestó que desde hace mucho nadie lo visitaba.
"Ellos vendrán", dijo la enfermera, "y enseguida se sentirá más alegre."
Cerró los ojos.
Ella tocó su frente con los dedos. "Ya fluye", dijo. "Dios puede hacer un milagro, sanar al enfermo igual que perdonar al pecador. Y recibir a cada quien con amor."
"¿Por qué?", preguntó, refiriéndose a por qué se lo estaba diciendo, pero ella no entendió. "Porque Dios es el amor mismo."
Aunque le daban medicamentos fuertes, no lograba conciliar el sueño en la noche. Pensó en aquella extraña realidad, que el mundo continuaría, saldría el sol, correrían los carros, serían inventados nuevos modelos de carros, se venderían en el negocio que su mujer seguramente venderá, se construirían nuevas autopistas y puentes, se abriría el túnel debajo del Petrín, pero él no se enteraría de nada de nada de aquello. Esa realidad tenía una mano helada con la que le apretaba el cuello. Trató de escaparle, buscar la ayuda de alguien, pero no tenía con quién refugiarse. Luego le surgió la cara de la enfermera que se sentó junto a su cama y le dijo que Dios puede recibir a cualquiera con amor. Dios lo logra, mientras que él nunca lo ha logrado. Es que si existiera un dios, si existiera, debería reinar en el mundo por lo menos un poco de amor. Trató de recordar a quién y cuándo había amado, y quién y cuándo lo había amado a él, pero aparte de su mamá, que ha estado muerta desde hace tres décadas, no recordaba a nadie. Mañana le preguntará a aquella enfermera dónde nació su fe en Dios o siquiera en el amor. Finalmente logró dormirse. Al despertarse a mitad de la noche, se le ocurrió algo sin sentido. Le regalará el dinero a esa enfermera. Por lo que le dijo de Dios y del amor. Por acariciarle la frente, aunque sabe que él morirá. Lo sabe igual que lo saben los demás, pero aquellos no le acariciaron la frente.
Luego se imaginaba qué diría ella de recibir una fortuna inesperada. ¿Lo aceptaría? La experiencia le decía que la gente nunca rechaza el dinero. Aparentan resistirse, pero finalmente sucumben. Por supuesto que no le puede meter en el bolsillo unos millones; le pedirá que llame al notario, le dictará su última voluntad y le heredará el dinero. ¿Qué hará ella con él? Ni sabe si tiene un amante o si vive sola.
Al día siguiente, en lugar de indagar sobre su fe, le preguntó si vivía sólo con su madre o si salía con alguien.
Sorprendida, levantó su mirada, pero no le contestó. Su novio se llama Martín, es violinista, ayer fueron juntos al concierto, presentaron el concierto en re menor de Beethoven. ¿Lo conoce? ¿Le gusta?
No conocía a Beethoven, aunque debió haber escuchado ese nombre alguna vez. No le alcanzaba el tiempo para la música, aunque en la tienda comúnmente tocaban alguna música. Pero eran canciones de moda.
También le dijo que se iba a casar con Martín en otoño. "¿Irá a mi boda?", le preguntó.
"Si me invita".
Al día siguiente la enfermera Vera tenía un día libre y él entonces pudo reflexionar si había considerado todo bien y si su decisión no era demasiado precipitada. ¿Qué pasaría si sanara por fin, cuando Dios hiciera aquel milagro o algún medicamento que le introdujeran en las venas le regresara la fuerza? ¿Por qué otra razón lo estaría invitando la enfermera a su boda? Con un moribundo no estaría bromeando así.
También la cantidad era desproporcionadamente alta, al final con su regalo la pondría en sospecha de un acto deshonesto. Pero le podría regalar por lo menos una parte de ese dinero, por lo menos un pequeño paquete de billetes de mil francos.
Al día siguiente empeoró, pero percibió cuando se le acercó la enfermera Vera que puso para él una flor fresca en la botella con agua, acercó el soporte y picó con la aguja una vena en su pierna izquierda.
"Se lo compensaré", dijo él con una voz silenciosa.
"Me lo compensará al sentirse mejor", dijo. Luego abrió la ventana y preguntó. "¿Siente? Ya están floreciendo los tilos".
No sintió nada, sólo un gran cansancio. Debería decirle que llamase a un notario, pero en ese momento se le hizo que toda la idea era una tontería, simplemente tendría que introducirle en el bolsillo de la bata unos billetes. Hasta eso significaría para ella una gran fortuna.
La enfermera le acarició la frente y salió de la recámara.
La siguiente noche Alois Burda murió. Justo era el turno de la enfermera Vera y algunos momentos antes de que él respirase por última vez, se sentó junto a él y le sostuvo la mano, pero el moribundo seguramente ya no supo de ello.
Luego asignaron a la enfermera para sacar todas las cosas de la mesa del muerto y hacer una lista detallada. La enfermera lo hizo. La lista tenía dieciocho artículos, el número once decía: Un par de pantuflas con hebillas con un par de calcetines adentro. Le sorprendió a la enfermera que las pantuflas parecieran demasiado pesadas, y se le ocurrió que podría sacar los calcetines, ponerlos aparte y fijarse adentro de las pantuflas, pero no lo hizo, ya que se agregaría un artículo más; encontró inútil hurgar de cualquier manera en las cosas que aparentemente nadie nunca usaría.
Cuando llegó la mujer de Burda al hospital para levantar el acta de defunción, le entregaron la bolsa con las cosas del difunto y la lista de lo que estaba en la bolsa. La mujer le echó una ojeada a la lista de los objetos. En los últimos años le asqueaba su esposo, así que un par de sus miserables cosas le asqueaba aún más. El monedero con trescientas coronas se lo entregaron aparte. Tomó el saco con las cosas y lo guardó en la cajuela de su carro. Cuando salía del hospital, notó que cerca de allí había un tiradero improvisado. Se detuvo mirando bien a su alrededor, luego abrió la cajuela y tiró la bolsa.
Aquella noche la enfermera Vera tuvo una cita con su violinista. "Aquel Burda, el que dormía en la ocho, murió", le anunció; "dicen que era tremendamente rico, uno de los hombres más ricos en Praga."
"¿Y te dio algo?", le preguntó.
"No", dijo ella, "traía en su monedero sólo trescientas coronas."
"Los ricos suelen ser gente extraña", dijo él, "¿a quién heredará todo?"
"Sabrá Dios", dijo ella, "él quizá ni siquiera tenía a alguien. No vino nadie que por lo menos le tomase la mano en aquel momento." -— Traducción de Irena Chytra


Ivan Klima: República Checa. 1931.Escritor checo nacido en Praga. De padres judíos, pasó más de tres años en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Estudió Literatura en la Universidad de Praga y llegó a convertirse en editor del prestigioso diario semanal Literarni Noviny. Convertido en un exitoso autor teatral, su escritura fue considerada radical y considerado como un disidente, lo que le llevó a perder su trabajo y a que su obra fuera prohibida en Checoslovaquia. Trabajó de conductor de ambulancias, mensajero y asistente de tipógrafo. Fue editor del diario del Sindicato de Escritores Checos durante la primavera de Praga y en 1969 profesor visitante en la Universidad de Michigan. En 1990 se levantó la prohibición de sus obras y sus libros fueron publicados en su país, siendo aclamado por la crítica y convirtiéndose en un éxito instantáneo. Es autor de Una Aventura de Verano (1987), El Amor y la Basura (1990), Mis Primeros Amores (1988), Juez en Juicio (1991), Mis Intercambios Dorados (1992), La máxima intimidad (1997) y el ensayo El Espíritu de Praga (1994). ©epdlp
Semblanza biográfica: Epdlp.com.Texto: El cuento del día. Foto: Internet