sábado, 14 de diciembre de 2013

Porfirio Barba Jacob

Porfirio Barba Jacob, el Poeta Errante


CANCIÓN  DE  LA  VIDA  PROFUNDA
Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar…
tal vez bajo otro cielo la vida nos sonría…
la vida es clara, undívaga y abierta como el mar…

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en Abril el campo, que tiembla de pasión;
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está flotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña oscura de oscuro pedernal;
la noche nos sorprende con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal. 

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos…
¡niñez en el crepúsculo! Lagunas de zafir!
que en un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
¡y hasta las propias penas! Nos hacen sonreír…

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer;
tras ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar:
el alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso si Dios mismo nos puede consolar.

Más hay también ¡oh Tierra! Un día… un día…un día
En que levamos anclas para jamás volver;
un día en que discurren vientos ineluctables…
¡Un día en que ya nadie nos puede detener.


Porfirio Barba Jacob, La Habana, 1915.

PORFIRIO BARBA, EL POETA ERRANTE DE ALMA ENFEBRECIDA
¿Quién es aquel poeta  singular que se considera a sí mismo, único, sin modelo repetible, sin afanes de imitación; como sí era en efecto, la costumbre de muchos otros  que intentaron crear poesía en su propia generación en Colombia? Este es el poeta, periodista, viajero, polemista y provocador, que un día en plena juventud embarcó por Buenaventura con destino a Centro América y en primer término se mantuvo alejado de su país por más de tres décadas. Luego de una corta estada en Medellín y en Bogotá partiría de nuevo para México, en donde se apagaría su llama creativa para entrar definitivamente al Parnaso nacional
de los inmortales de las letras colombianas. También, no deja de ser evidente su prestigio y recuerdo tanto
en México como en Cuba y Nicaragua, en su faceta de periodista y poeta.
Con el desparpajo auténtico propio de su carácter y personalidad, del antioqueño nacido en un campamento minero próximo a Santa Rosa de Osos, con frecuencia se jactaba en público y en privado, de tener amistad y tratos con personajes del bajo mundo, con poetas e intelectuales, con ministros, con presidentes y dictadores de Cuba y Centro América de los años veinte y treinta. Se diría que, quiso conocer y vivir al máximo todos los variados ambientes donde se debatía la condición humana de su generación; sin intenciones moralizantes, ni mucho menos excluyentes. Solo un espíritu tan inquieto, (nunca ocultó su homosexualismo y su afición por el licor y la marihuana) iluminado por la magia creativa de su poesía, no exenta de notas modernistas a la manera de Rubén Darío, y otras de un romanticismo tardío, considerado por los puristas como romanticismo decadente y acicalado. En ocasiones, el poeta antioqueño se refería al ideal de su ars poética como el que le permitía: “Bruñir mi obra y cultivar mis vicios”.
Pienso que todo poeta, cuando lo es de verdad, logra en algún punto de su existencia, componer al menos una docena de poemas memorables, que trascienden las modas pasajeras, para convertirse en verdaderas joyas inmortales, generación tras generación. En el caso de Miguel Ángel Osorio, conocido nacional e internacionalmente como Porfirio Barba Jacob, los críticos literarios y comentaristas autorizados están de acuerdo en que, de unos ciento cincuenta poemas terminados que nos legó el poeta, siempre figurarán en toda antología: “Parábola del retorno”, “La estrella de la tarde”, “Canción de la vida profunda”, Elegía de septiembre”, “Lamentación de octubre”, “Balada de la loca alegría”, “Tragedias en la oscuridad”, “Oh noche”. El mismo poeta se refería a sus más preciados y logrados versos favoritos como: “mis nueve antorchas contra el viento”. Y continúa diciendo: “Las llamo perfectas, porque he expresado a trazos mi concepción del mundo, mi emoción, mi alarido, la robustez varonil de mi alma en el dolor de la vida, de la dulce y trágica vida, tal como yo quería expresarlos: con un acento personal lleno de dignidad, dando fulgencia a las palabras, aliñando la música hasta sus últimos matices dentro de pautas un poco arcaicas”. También conocido como poeta con los seudónimos de Maín Ximénez, y Ricardo Arenales; nunca le quedó tiempo en su agitada enrancia para publicar un libro completo de poemas. Pero, tres recopilaciones de sus versos se hicieron mientras estaba vivo. Se editaron sucesivamente en México, Guatemala y en Colombia. Estas fueron: Canciones y elegías (1932), Rosas negras (1933), y La canción de la vida profunda y otros poemas (1937).
Una poesía intensa, variada, lúdica y delirante, con empleo en ocasiones de términos arcaizantes (clámides, bruno, ustorio, lampos, vesperal…) marca desde sus inicios un estilo propio e inimitable. En estos sencillos elementos se deja ver la originalidad del creativo. Hoy se comenta también, si de pronto, el poeta no hubiese dado tanto impulso a “cultivar sus vicios”, no sabríamos entonces que otros giros ciertamente artísticos y mágicos habrían de deleitarnos y asombrarnos hoy. El tiempo ha transcurrido desde el fallecimiento del poeta en 1942, y a pesar de todo, su obra, sigue siendo motivo de estudio, deleite y también controversia, lo que confirma su vigencia. “…porque por mi boca han hablado el dolor, el terror y la esperanza…”
 “Bibliófilos” Café Literario. Fernando Pereira Castro