sábado, 6 de agosto de 2011

José Antonio Osorio Lizarazo

Recuerdos de un escritor olvidado, quien como ninguno otro narró el elemento citadino propio de la ciudad de Bogotá
José Antonio Osorio Lizarazo, novelista, la más reconocida, El día del odio.foto:Luis Gaitan(Lunga).fuente:ciudadviva.gov.co

Narrar las historias de la Bogotá de siempre, su paso de aldea fría y quizás mojigata a gran metrópoli, un oficio que nunca ha sido tan bien retribuido como podría esperarse. Algunos de los grandes escritores de la ciudad, hombres de letras que tocaron las profundidades de sus convulsiones sociales, son hoy sombras del presente o del pasado sobre las que nadie repara, así hayan dejado una extensa huella de advertencias.

Un caso de esta desidia se refiere a José Antonio Osorio Lizarazo (1900-1964), literato y periodista a quien poco se toca en los grandes centros de enseñanza, incluso en las modernas facultades de comunicación social-periodismo.

El escritor y periodista bogotano fue pionero de la narración urbana cuando despuntaban en América Latina las ciudades que luego se convertirían en los centros de poder, de conflicto y desarrollo social.

En sus crónicas y novelas muestra lo espléndido del estilo periodístico, las ventajas de la combinación con los fundamentos literarios y la capacidad adicional de abordar los hechos históricos mediante una narración que mezcla el análisis de las circunstancias y la descripción precisa de los acontecimientos.

Retratos de una sociedad
Las crónicas de Osorio Lizarazo permiten una inmersión en los asuntos sociales más penetrantes y patéticos de la población bogotana de la primera mitad del siglo XX.

Fue un contador de historias que hizo posible la aproximación a esas realidades que están cerca, pero que hasta cierto punto son imperceptibles. Osorio Lizarazo pone al lector frente a la vida de los inquilinos y al ambiente de los inquilinatos. También, explica el mundo de los «pasajes», de las «asistencias », de los nacientes parques bogotanos y de sus zonas obreras y de clase media.

En su crónica Mansiones de pobrería invita a ver la «otra realidad»:

Ahora vamos a pasear un poco por entre la miseria. La miseria urbana, que es tan horrible y tan monstruosa. Vamos a ver esos antros de pobrería donde se aglomeran familias enteras con sus chiquillos, sus perros, sus cerdos y sus harapos.

Fue calificado como un excelente reportero de la vida diaria. Santiago Mutis Durán lo destacó por la exactitud de las descripciones del ambiente social. Por esto se le encumbra a la categoría de fundador de la literatura de gran ciudad en América Latina.

Los personajes bogotanos también fueron objeto de las investigaciones de este escritor que tuvo la sensibilidad para buscar en los padecimientos colectivos y en las virtudes, desgracias, vicios y defectos individuales, historias de la gente y de su paso por la vida de la ciudad: Julia Ruiz, religiosa abnegada y luego pitonisa de pobres y ricos, además, amante de Biófilo Panclasta, el anarquista colombiano más famoso. O Pablo Emilio Mancera, que durante 40 años publicó un periódico del que era el único lector.

Quizás el personaje más interesante que los lectores pueden descubrir en las crónicas de Osorio Lizarazo es Biófilo Panclasta, «el anarquista colombiano amigo y compañero de Lenin, que conoció los horrores de la estepa de Liberia», a quien el autor describe así:

Su apellido auténtico es Lizcano. Nació en Chinácota, Santander, desde hace una cantidad de años que él no quiere recordar pero que puede aproximarse a las siete décadas. Hizo, como le correspondía a todo ciudadano colombiano del último siglo, la guerra civil y en la adolescencia alternó el fusil con la férula que usaban entonces los maestros de escuela. Cuando le preguntaban su nombre y profesión, respondía invariablemente: «Panclasta, anarquista».

En la novela Casa de vecindad pone, en las mismas condiciones de miseria, calamidad y desesperanza de sus «personajes periodísticos reales», a un tipógrafo cincuentón que, salido de su trabajo por cuestiones de la aplicación del linotipo, llega a vivir a un inquilinato en uno de los barrios semiperiféricos de la época en Bogotá. «La casa maldita» se lo traga con todos sus conflictos y con la perdida esperanza de conseguir otro trabajo. «Hoy fue un día perdido. (¿Adónde irán los días perdidos?)». Se queja el tipógrafo.
Plaza de Bolívar, 1912 circa. Foto de autor anónimo, Fondo Luis Alberto Acuña. Foto cortesía del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural/Colección Museo de Bogotá.

Igual que en las crónicas, la narración se vuelve dramática y de una crudeza que conmueve. En general, su obra está basada en el entorno bogotano que se manifiesta en novelas como Hombres sin presente, dedicada a «todos los empleados públicos y privados que soportan con resignación su perpetua agonía económica y su inútil ficción social, y no tienen ímpetu de lucha, ni sentido de clase, ni fortaleza para alcanzar sus reivindicaciones».

En otros de sus libros tuvo en cuenta el entorno político que, visto desde el presente, obliga a preguntarse ¿en qué estamos? o ¿por qué somos así? Al mencionar la práctica política de ciertos grupos, entrando la década de los veintes, dice: «Los periodistas, los tribunos y los parlamentarios liberales alzaban sus voces coléricas contra estos procedimientos, que hacían de la democracia la más vil irrisión. Pero enseguida participaban en el gobierno cuyo origen habían acusado de fraudulento y de espurio, compartían la distribución del magro tesoro público y batían palmas cuando se entregaban a las compañías extranjeras, a los grandes monopolios norteamericanos, una por una, todas las riquezas públicas: hidrocarburos y platino, oro y territorios, bosques y ríos».

Este es un autor que observó el país y la ciudad «desde abajo» y que es necesario estudiar ahora que las historias urbanas, en este tiempo agitado y diverso, de metrópolis inmensas y millones de habitantes, pueden multiplicarse sin límite a la espera de que alguien las asuma.