sábado, 6 de agosto de 2011

Minicuentos 5


Blasfemia

Jairo Aníbal Niño

Y Dios, desde la mata de su solitud, de las distancias y del tiempo, había emprendido la búsqueda. Como un aire de luz se desplazaba por el espacio infinito. Se había posado en planetas de piel de niebla, en estrellas de entrañas irisadas, había viajado cubierto por el polvo de un sol moribundo, se había metido en interminables ojos estelares, y había llegado a galaxias llenas de un silencio blanco y duro. Fatigado, descendió un día en un planeta calafateado por nieves eternas. Se dejó caer junto a una montaña gemidora y mirando hacia el espacio, hacia un solecito tibio y unos astros diminutos que lo acompañaban, decidió suspender la búsqueda, regresar a su estrella apagada, y en el paroxismo de su soledad y desesperación, la blasfemia estalló en sus labios cuando dijo: -He sido un iluso; el hombre no existe.

Glotonería mística

Alexandra David-Neel

A orillas de un río, un monje tibetano se encontró con un pescador que cocía en una marmita una sopa de pescados. El monje, sin decir palabra, se bebió la marmita de sopa hirviendo. El pescador le reprochó su glotonería. El monje entró en el agua y orinó: salieron los peces que había comido y se fueron nadando.

La historia del chico

de mirada cortante

Úrsula Wölfel

Un chico tenía la mirada tan cortante que de una mirada podía cortar una rebanada de pan. Tampoco necesitaba cortarse las uñas. Le bastaba con mirarlas una vez. Si se tomaba la molestia, hasta podía serrar tablas con su mirada cortante. Esto le parecía muy práctico a su familia.

Pero un día el chico se puso en la ventana y miró excesivamente a gente.

Todos los bolsos y carteras se abrieron. Huevos, libros, verduras, documentos, dinero, botellas de cerveza y periódicos se cayeron al suelo. Enseguida tres correas de perro se partieron en dos y los perros, furiosos, se echaron unos encima de otros.

Una mujer rubia que tenía el pelo muy largo, se encontró de pronto con la cabeza rapada, y a un hombre gordo se le saltaron los tirantes. Además, a los del balcón de enfrente se les cayó a pedazos la sombrilla en los platos de sopa, y su cotorra perdió todas las plumas de la cola.

Desde entonces este chico siempre lleva gafas de sol. Claro que ahora tiene, a menudo, las uñas largas y sucias.

El reino endemoniado

Enrique Andersón-Imbert

De los cuatro puntos cardinales del mundo acudieron cuatro magos, convocados por el rey para que pusieran coto a los sucesos extraordinarios que enloquecían a los súbditos y alteraban la estabilidad misma del reino. Antes, debían probar sus poderes.

Fueron al patio, en cuyo centro había una gran higuera. El primer mago cortó unas ramitas, las convirtió en huesos y armó un esqueleto. El segundo lo moldeó con higos que se convirtieron en músculos. El tercero envolvió todo con una piel de hojas. El cuarto exclamó: "¡Qué viva!"

El animal así creado resultó ser un tigre, que devoró a los cuatro magos.

Probaron así sus poderes, pero lejos de resolver el mal lo empeoraron pues ahora el tigre, que había huido al bosque, solía volver para comerse al primero que encontrara. Los cazadores que partieron en su busca no lo hallaban o sucumbían bajo sus garras.

El rey tenía una hija, famosa por su sonrisa. Sonreía, y desarmaba a todo el mundo. Conmovida por la aflicción de su padre, la princesa, sin avisarle, fue amansar al tigre con su sonrisa. Esa misma tarde la amansadora princesa y el ya amansado tigre regresaron al palacio: la princesa, adentro, y su sonrisa en la cara del tigre.

Desasosiego

Marcelo Del Castillo

"No quiero huir de ti, sino de mí" le dijo ella.
Esa situación en la playa le empezaba a aburrir, a fastidiar. Sabía que ya nada iba a ser como antes. Tengo que sucumbir, pensó. Tampoco el desconocido que la acompañaba le significaba nada en ese momento.
"Y qué haces"

"Vendo afiches, recuerda" dijo él.
Ella no recordaba; o no quería recordar. Le asomaban a su mente destellos de recuerdos como el sonido persistente del timbre. Se tambaleaba borracha agarrándose con la mano en el pomo de la puerta abriendo y cayéndose frente a la cara sorprendida de un vendedor ambulante que le ofrecía afiches. Despertó con escalofríos protegida con una cobija, mientras ese mismo extraño la saludaba, sonriéndole. Se quedó velando su sueño profundo. Miró su reloj de dígitos luminosos, son las tres pasadas, no he comido nada. Vio en la nevera una cerveza y la destapó. Se preparó un sanduche y recorrió el apartamento. En las paredes cuadros originales de pintores famosos. Los admiró con devoción. Apreciaba el arte de verdad y no esas burdas reproducciones con las que sobrevivía. La cerveza le dio ganas de orinar. En el baño encontró sobre un espejo un polvo blanco, y una cuchilla de afeitar partida en dos. Estaba apartada. La idea de que aquella mujer, seguramente dueña de esos cuadros, se quería cortar las venas, lo perturbó. Volvió a contemplarla en el sofá de la sala con un sueño profundo.
Caminaban sobre la arena ardiente de la playa. Las olas les refrescaban los pies como un bálsamo. La brisa escasamente soplaba y era tan caliente que el aire reverberaba en el atardecer. Sudaban. Ella lo miró altiva queriendo demostrarle así su superioridad.El iba detrás en silencio, pensando que acompañaba a una loca, y se creyó también otro chiflado porque le siguió la corriente cuando le propuso ir al mar que tanto anhelaba conocer.
Ella se daba cuenta que su vida estaba vacía, sin sentido. Sabía que de ésta ya no quería salir, deseaba hundirse más, sucumbir definitivamente. Al verla adentrándose más y más la arrastró hasta la orilla y la dejó allí muy asustado. Recordó aquella poetisa que se adentró en el mar, desapareciendo. Estalló en un llanto que se confundía con el agua de las olas que le golpeaba el rostro.Lo insultaba jadeando derrumbada apenas vestida con ese camisón que se le pegaba a la piel, delatando que estaba completamente desnuda. El sintió una erección al verle el espléndido cuerpo húmedo.
"La vida es dolor y sufrimiento, pero todo es pasajero", dijo él.
Ella al oír esas palabras del desconocido, sintió un alivio placentero. Había encontrado a alguien que por fin le importaba su vida.El seguía ahí agitado viéndola sollozar.
Le extendió una mano. Ella le alcanzó las suyas. A ella se le iba disipando ese desasosiego acendrado en su alma que le parecía que ascendía y descendía como las olas del mar.
Después caminaron una detrás del otro, viendo juntos que el sol se opacaba en el horizonte.

Salomón y Azrael

Yalal Al-Din Rumi

Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos.

Salomón le preguntó:

-¿Por qué estás en ese estado?

Y el hombre le respondió:

-Azrael, el ángel de la muerte, me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!

Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a Azrael:

-¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria.

Azrael respondió:

-Ha interpretado mal mi mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije: ¿Cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?

El gesto de la muerte

Jean Cocteau

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

La muerte en Samarra*]

Gabriel García Márquez (Adaptación)

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.

-Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.

El amo le da un caballo y dinero, y le dice:

-Huye a Samarra.

El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra la Muerte en el mercado.

-Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza -dice.

-No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.

* Gabriel García Márquez, Cómo se cuenta un cuento, Taller de guión. Bogotá, Voluntad, 1995.

La obra y el poeta

R.F. Burton

El poeta hindú Tulsi Das, compuso la gesta de Hanuman y de su ejército de monos. Años después, un rey lo encarceló en una torre de piedra. En la celda se puso a meditar y de la meditación surgió Hanuman con su ejército de monos y conquistaron la ciudad e irrumpieron en la torre y lo libertaron.

Las gafas

Matías García Megías

Tengo gafas para ver verdades. Como no tengo costumbre no las uso nunca.

Sólo una vez...

Mi mujer dormía a mi lado.

Puestas las gafas, la miré.

La calavera del esqueleto que yacía debajo de las sabanas roncaba a mi lado, junto a mí.

El hueso redondo sobre la almohada tenía los cabellos de mi mujer, con los rulos de mi mujer.

Los dientes descarnados que mordían el aire a cada ronquido, tenían la prótesis de platino de mi mujer.

Acaricié los cabellos y palpé el hueso procurando no entrar en las cuencas de los ojos: no cabía duda, aquello era mi mujer.

Dejé las gafas, me levanté, y estuve paseando hasta que el sueño me rindió y me volvió a la cama.

Desde entonces, pienso mucho en las cosas de la vida y de la muerte.

Amo a mi mujer, pero si fuera más joven me metería a monje.