sábado, 27 de agosto de 2011

Minicuentos 8


¿Me perdonarás algún día, mamá?
Diego Fonseca

Es mejor que lo sepas por mí y no por otros: me voy de la casa. Pero,
antes, quiero dejar las cosas claras y en orden. Tu marido, que no es
mi padre, te engaña. Se acuesta con la vecina noche de por medio,
cuando te mete doble Rohypnol en el postre y te quedas planchada en la
silla de la sala.
Alguna vez se me lanzó, pero lo paré con una patada de burra. No le
pidas por un crío: quedó estéril. Perdí la virginidad a los catorce. Y
con mi padre biológico. Ni yo ni él sabíamos nada. Estaba borrachísimo
en un bar del centro. Papá todavía era un toro joven.
Dejé la universidad hace años. Todos los reportes son falsos. Al
título me lo vendió un peruano cerca de Gallardón. Costó mucho pero le
sacaré renta.
Dios no existe, má.
La abuela está enterrada en el patio. Trozada y en bolsas de basura de
consorcio.
Cuando creías que comía por ansiedad, estaba embarazada. Mi hija es la
rubiecita que cuida la vecina. Sí, la que te birla a tu esposo.De
paso: él no trabaja en ninguna consultora de software. Roba bancos y
arrebata carteras y bolsos en el metro. Tiene pandilla propia. Le
llaman El Juli.
La cazuela del otro día era de perro, no de cordero. No, ni a Frida ni
a Cielito se los llevó la perrera municipal, mamá. Ya que estamos: el
sabor de las sopas de la semana pasada no parecía, era sangre. De la
abuela. Es evidente, tu querida madre no sufría de Alzheimer alguno;
tampoco se perdió en el mercado. Era una vieja insoportable, chillona
y maloliente.
Quiero ser actriz. Si le mentí a la policía, puedo con más.
Oh, casi lo olvido: al crápula de tu marido lo encontrarás en el pozo
aledaño al de tu madre. Anoche me vio escribiendo este texto y me
ofreció silencio a cambio de una fellatio.
Oh, dulce. Le respondí con el Cuisinart para carnes rojas.
Perdona si te dejo la cocina un poco sucia, pero no he podido remover
todo. Revisa bajo el refrigerador; puede que halles algún resto de su
carne.
Cuando te levantes, no intentes nada. Corté la línea telefónica y me
llevé los móviles. No hay internet y las puertas quedaron bloqueadas
por fuera. Lo siento, má, pero debía ganar tiempo por si se te ocurría
seguirme. Hay comida en el refrigerador. Puedes sobrevivir una semana.
Para entonces ya estaré lejos. Por si acaso, no toques el guiso del
Tupperware amarillo: son las vísceras de tu ex. Las cociné para el
gato. Seguramente los vecinos o alguna amiga tuya vendrán a visitarte
y entonces podrás salir antes de siete días. Tampoco procures
buscarme entonces: no quiero ser encontrada y no me hallarás.
Perdona si te he fallado. Sé que esperabas otro tipo de hija.
Y hablando de prole, no te acerques a la casa de la vecina. La muy
puta está en el tercer foso, al otro lado de la abuela. El cuarto
agujero lo ocupa papá. El quinto, más pequeño, quedó vacío. He
decidido llevarme conmigo a mi niña, carne de mi propio padre.
Como verás, he intentado dejar las cosas en orden.
¿Me perdonarás algún día, mamá? Créeme: si estás viva es porque te quiero.
En cambio, si me excedí con la dosis de Rohypnol, pido a quien lea
estas líneas que tenga la bondad de ocupar la tumba libre con los
restos de mamá. Y digo restos por una razón: sin nadie en casa para
abrir el refrigerador, el gato comerá lo primero que encuentre.

Los silenciosos
Massimo Bontempelli

Éranse una vez, en un café, dos amantes, que ya no tenían nada que
decirse. Su aspecto, de aflicción más que de otra cosa. Ésta
aflicción era en el hombre enteramente externa; en la mujer
enteramente interna. En la mujer tiene que hacerse internas todas las
exterioridades. La aflicción de aquella mujer produjo en ella un
resentimiento complejo que estalló en estas palabras:

Ya podías decirme algo, siquiera por la gente.

En vano buscó el hombre, desesperadamente, un argumento. La mujer no
podía, o no quería sugerírselo.

Pero como ambos, aunque amantes, era dos personas de espíritu,
llegaron prontamente a un acuerdo: se pusieron a contar en voz baja.
El hombre comenzó, acercándose a ella, con expresión misteriosa.

-Uno, dos, tres…

La mujer replicó adusta.

-Cuatro, cinco, seis, siete.

El hombre, al oír aquellas palabras, se dulcificó y murmuró con patetismo.

-Ocho, nueve, diez.

No se convenció la mujer, por lo visto, y le fulminó una descarga.

-Once, doce, trece…

Y así continuaron hasta que se hizo de noche…

Libertad
Emma de Yánes

…Aisha, la esclava, nunca supo cómo nació en ella el deseo de
libertad. La presencia inquietante, la figura de aquel cantor, evocó
ante ella, mágicos, lejanos, perdidos paraísos…Burló la vigilancia del
eunuco, corrió por el jardín eludiendo guardias y lebreles, ebria de
vientos se detuvo al fin, jadeante, ante el cantor y ahí quedó muda y
estática. El evocador, el hacedor de libertades permaneció inmóvil,
sujeto por larga, dura, increíble cadena. Era esclavo.


La trama
Jorge Luis Borges

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua
por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y
los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se
defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo
recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías;
diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires,
un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un
ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas
palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe
que muere para que se repita una escena.

Fantasma sensible
Lieu Yi-king


Un día, cuando se dirigía al excusado, Yuan Tche-yu fue protagonista
de un hecho singular. A su lado surgió un fantasma gigantesco, de más
de diez pies de altura, de tez negra y cubierto con un bonete plano.
Sin turbarse de modo alguno, Yuan Tche-yu conservó su sangre fría.

-La gente suele decir que los fantasmas son feos-le dijo con la mayor
indiferencia, dirigiendo una sonrisa a la aparición- ¡Y tiene toda la
razón!

El fantasma, avergonzado, se eclipsó.

Cleopatra
Salvador Novo


Sabéis que me bañaba en leche de burra, con jabón de tortuga y un ala
de pelícano por esponja. Cosas nuestras, un poco raras; pero
indispensables para los retratos en los magazines. Desde la
prohibición empezaron a chocarme los States. Cuando antes filmaba,
solía disolver perlas en vino ácido. Ahora, tendría que beber Welch's.
¡Triste papel para una reina escénica! Además, Marco Antonio empezó a
preferir a sus mansas compatriotas, y con la competencia de
vampiresas, mis contratos ya eran indignos. Wall y yo empezamos
juntos. Sólo que él prefería la nieve. Se nos pasó la mano un día;
pero no comprendo cómo esos reporteros, o historiadores, o lo que
sean, confunden las áspides con las jeringas hipodérmicas.


Caperucita y el lobo
Jairo Aníbal Niño


El lobo entre los vapores de la borrachera mostró la larga cicatriz de
su vientre y con voz aguardentosa dijo: -Mi pena me ha lanzado a la
pernicia y al vino. Mi desgracia es inmensa. ¿Pero quién iba a
maliciar de la abuela? ¿Quién iba a pensar que en el sorbete de
curuba hubiera echado un menjurje que me quitó las fuerzas? Impotente,
sin poderme mover, vi cuando el cazador me abrió el vientre y sacó a
Caperucita Roja a viva fuerza porque ella no quería salir, no quería
abandonarme y se agarraba con sus manos de alabastro a mis entrañas y
sin poder ayudarla vi cuando se la llevaron a empellones mientras ella
lloraba de tristeza. Después me enteré que la habían mandado muy
lejos, a otra historia. Por eso, el nido que ella me dejó por dentro
lo estoy llenando con vino.
foto:archivo