Hay mucha vida después de Borges. La eclosión de autores de todas las generaciones garantiza el relevo en las letras del país protagonista de la Feria de Guadalajara
Argentina es el país invitado de honor a la Feria del Libro de Guadalajara.Ilustración de Pacheco./elpais.com |
Cada tarde, cientos de jóvenes en Buenos Aires salen de sus casas con
la sana intención de matar a Borges. A Borges o al mismísimo Witold
Gombrowicz, el escritor polaco al que se le atribuye el famoso consejo
cuando le preguntaron qué deberían hacer los argentinos para adquirir la
deseada madurez literaria.
-¡Maten a Borges!
-gritó desde el barco en el que regresaba a Europa en 1963, o bien se
lo confió a un periodista al pie del barco; en ese punto la leyenda se
bifurca.
En cualquier caso, cientos de jóvenes salen cada tarde en Argentina a
formarse como escritores. Y suelen meterse en casa de otros escritores
que montan talleres literarios. “Es curioso”, resalta la escritora
Sylvia Iparraguirre “el prestigio del que sigue gozando el libro en esta
época en la que cada cual publica lo que quiere en Internet”. Alrededor
de esos maestros están naciendo alumnos aventajados. Pero antes de
mencionar un solo nombre convendría recordar las palabras de uno de los
mejores autores argentinos:
La prensa seria, es decir, la que de un modo más seriado informa lo que ocurre en el mundo, necesita tratar el hecho literario según el único paradigma que el periodismo sabe procesar: el orden. Como respuesta, la industria cultural presenta sus productos jerarquizados según ranking: los premios, que prueban la medida en que la obra y otros recursos arbitrados por el autor satisfacen las expectativas de los jurados, y las ventas, que reflejan la medida en que las obras satisfacen las expectativas de los tenderos terminales de la industria, lo que a su vez depende de factores publicitarios, de diseño de cubiertas y de emplazamiento en la vidriera.
Lo escribió Fogwill en 1981, Rodolfo Enrique Fogwill (1941-2010), autor de Los Pichiciegos, novela memorable sobre el despropósito de la guerra de Las Malvinas. Ahora podemos seguir con nuestro intento de poner orden.
Este año Argentina será el país invitado en la Feria Internacional
del Libro de Guadalajara. Acudirán unos sesenta escritores. Otros tantos
no viajarán a México por razones de diversa índole. Pero, más allá de
quien vaya o deje de ir, la feria es un buen pretexto para preguntarse
cuáles son las voces más significativas, qué tendencias hay y quién es
el escritor más influyente en Argentina.
“Si nos atenemos a la jerarquía rudimentaria de las ventas”, señala
una editora que prefiere mantenerse en el anonimato, “descubriremos que
el autor argentino de más éxito es Julio Cortázar, cuyo centenario de
nacimiento se celebra en Guadalajara. Cortázar es de lejos el autor que
más vende en Argentina. Borges es Borges, hay como un acuerdo tácito es
que es de lejos el mejor escritor argentino, lo legitima todo,
cualquiera se ampara en él. Pero Cortázar es un icono, es más querido.
Uno puede encontrarse su foto en cualquier mostrador de una tienda
perdida en un pueblo chiquito de una provincia remota”.
Y entre los vivos, esperando que Fogwill nos disculpe por la
pregunta, ¿quiénes son los que más venden? Ahí, según la misma editora,
destaca Claudia Piñeiro, quien se dio a conocer en 2005 con una novela, Las viudas de los jueves, que lleva vendidos 150.000 ejemplares, algo inaudito en Argentina. Y después Eduardo Sacheri, autor de La pregunta de sus ojos -que dio lugar a la película El secreto de sus ojos.
Si alguien entra en una librería de Buenos Aires
y pregunta por un nuevo escritor es muy probable que el primer nombre
que se le ocurra al librero sea el de Selva Almada
Pero si uno entra en una librería de Buenos Aires y pregunta por un
nuevo escritor -que Fogwill nos perdone otra vez-, es muy probable que
el primer nombre que se le ocurra al librero sea el de Selva Almada,
nacida hace 41 años en la provincia de Entre Ríos. En 2012, la pequeña
editorial Mardulce le publicó su primera novela, El viento que arrasa.
Y arrasó. Su editor, Damián Tabarovsky, le dijo: “Para un escritor que
publica su primera novela vender 500 ejemplares ya está muy bien. Es muy
raro que se vendan los 1.000 que hemos editado”. El libro va en
Argentina por su sexta edición, lleva vendidos 10.000 ejemplares y se ha
traducido al francés, italiano, portugués, alemán y sueco, entre otros.
En torno a la generación de los 40 años han despuntado también otros
escritores: Félix Bruzzone (Buenos Aires, 1976), hijo de desaparecidos
víctimas de la dictadura militar que aborda de forma indirecta en sus
cuentos el problema de las desapariciones; también sobresale Samanta
Schwebling, quien con dos libros de cuentos publicados
en 2002 y en 2009 se convirtió en la autora de la que todo el mundo
hablaba hace 14 años. Ahora acaba de publicar su primera novela, Distancia de rescate (Random House). Otro nombre y otro título: Julián López y su primera novela, Una muchacha muy bella
(Eterna cadencia, 2013), que relata la historia de un niño y su madre,
desaparecida en los años 70. Hay muchos más autores y gran diversidad
entre ellos. Pero si algo tienen en común es que casi ninguno vive de lo
que publica.
A falta de ingresos por derechos de autor, los talleres son un buen
recurso para pagar las facturas de luz y agua. Selva Almada, que acudió
en su día al taller de Alberto Laiseca, dirige otro taller. Abelardo
Castillo, uno de los escritores más consagrados, cuenta con el que
quizás sea el taller más antiguo de Argentina. Y suele recibir a los
alumnos advirtiéndoles que el taller no sirve para nada. En una entrevista publicada en 2008 en La Nación, Castillo comentaba:
El taller literario es un invento nacional que aparece en los años 70 por una razón política e histórica y no por una razón literaria -responde el autor de El que tiene sed -. Con la dictadura, desaparecen las revistas literarias y son reemplazadas por los talleres. Han venido de España a preguntarme cómo doy mis talleres. Les dije que no hay ningún misterio, que esto es una reunión de escritores que leen sus textos y se critican entre ellos. El taller literario tomado estrictamente como un método de enseñanza es muy dudoso, porque no nació como un fenómeno cultural, educativo o pedagógico sino como un fenómeno histórico. Mi taller lo dan los alumnos, funciona como una gestalt. Yo lo único que hago es enseñarles, tal vez, a leer. Si de mis talleres de cuentos sale un escritor es porque ya era escritor cuando llegó.
La escritora Sylvia Iparraguirre, pareja sentimental de Castillo,
comenta: “A nuestra casa vienen algunos que sin apenas enterarse de lo
que es un taller, al poco tiempo ponen otro. Y lo hacen no solo
escritores, sino periodistas, profesores…”.
Pero no nos engañemos. Alrededor de esa industria casera, de ese
frenesí y ese amor por la literatura subyace un panorama desolador, como
describe Alejandro Bellotti, editor del suplemento cultural del
bisemanario Perfil. “Las grandes editoriales cortaron de cuajo
la publicación de nuevos narradores argentinos. El libro es caro y un
escritor novel debe sentirse satisfecho si vende 300 ejemplares”,
asegura. Y en cuanto a los índices de lectura, habría mucho que
comentar. Los cafés de Buenos Aires parecen bibliotecas donde siempre
hay gente de todas las edades leyendo. En los cientos de parques de la
ciudad siempre se encuentra alguien con un libro. Pero… el pero es
importante: Buenos Aires no es Argentina. Y el hervidero cultural que se
disfruta en ese cogollo de tres millones de habitantes no tiene un
reflejo similar en los otros 37 millones que viven en el resto del país.
El panorama es parecido al que padeció el mismísimo Borges, según
explica Ricardo Piglia, uno de los escritores vivos de mayor prestigio.
Piglia impartió el año pasado cuatro clases sobre Borges televisadas por la Televisión Pública de Argentina y disponibles en Youtube. Todas son impagables, pero en la primera de ellas Piglia sostiene algo que aporta mucha luz al presente:
Borges no era un aerolito como se lo hace aparecer ahora. Borges trabajó como trabajamos los escritores en Buenos Aires: hizo de todo, como todos nosotros hemos hecho de todo (…). Publicó en cualquier lado donde le pagaran un poco y en todos lados iba con el mismo estilo (…) No era un personaje que bajó desde no se sabe qué altura. Era un hombre que se ganó la vida. Cuando trabajaba en la biblioteca municipal ganaba 240 pesos y Arlt ganaba el doble. Con las Aguafuertes Arlt ganaba cerca de 500 pesos, me tomé el trabajo de ver. Borges cuenta que las amigas chetas [adineradas] que tenía lo iban a ver y le decían: ¿Pero cómo podés trabajar por este sueldo? Había muerto el padre, necesitaba un sueldo fijo y se fue a trabajar a esa biblioteca. Tenía que cruzar la ciudad en tranvía, porque él vivía en Palermo. Tardaba como dos horas de viaje. Después hizo traducciones, antologías, escribió prólogos, hizo colecciones, dio conferencias en pueblitos diversos (…).
Segunda cuestión: nunca salió de Buenos Aires. Entre 1923 y 1961 hizo todo en Buenos Aires. ¿Ustedes pueden creer, que con las librerías de Buenos Aires hizo todo? Esta ciudad es extraordinaria. Ustedes discúlpenme. Políticamente, no mucho. Pero culturalmente tiene una energía que uno no puede entender o puede entender: cómo Borges tenía esa cultura, construyó esa cultura con las librerías inglesas y francesas de Buenos Aires y arreglándoselas con las bibliotecas. (…) Eso a mí me emociona. Porque me parece que Buenos Aires mantiene esa energía. Acá se están haciendo cosas buenísimas. La gente se las arregla acá… Es como si Borges dijera: ‘no hace falta ir a Nueva York’. ‘No hace falta, para ser contemporáneo, ir a Tokyo’. Mejor ir a Tokyo si quieren, yo no digo… Pero uno puede hacer las cosas acá con lo que hay acá, arreglarse con lo que hay acá.
La gente se la rebusca en un panorama a veces desolador. Pero esa
desolación podría ser el alimento perfecto que nutra a un escritor ajeno
a las dictaduras del mercado. En un diálogo con escritores en la
librería Eterna Cadencia, el escritor y editor de Mardulce, Damián
Tabarovsky, alabó a esos escritores que “escriben a contracorriente del
sentido común de lo que el mercado espera”.
Dijo Tabarovsky:
La última vez que estuve en aquí, en Eterna Cadencia, junto con Luis Chitarroni, un gran escritor y editor argentino, presentando La novela luminosa de Mario Levrero, éramos cinco en la sala. Esa sensación de que no había nadie… (…) me gusta como metáfora de la literatura argentina. La idea que la literatura argentina se escribe para nadie”. Tabarovsky cree que el mercado es algo que solo debe preocupar a los agentes literarios. “Esta idea de que la literatura argentina está, si se quiere, en un margen, en una periferia, en un lugar que uno habla para nadie y no escucha a nadie, no me es del todo desagradable, más bien todo lo contrario.
Las penurias son parecidas a las que sufrió el mismísimo Borges.
Pero, ¿La ambición literaria es la misma? Gabriela Adamo, responsable de
la Feria del Libro de Buenos Aires hasta este año, extraña la presencia
de “algún escritor ambicioso que logre reunir en su obra lo que, tal
vez, hizo Saer y está haciendo Aira”.
Francisco Garamona es poeta, cantautor y dueño de la librería La
Internacional Argentina, en cuya trastienda se arman muchas tardes
tertulias de lectores y escritores en torno a alguna botella y una
guitarra. Garamona es dueño también de la pequeña editorial
independiente Mansalva, donde edita a autores noveles y también a César
Aira y Alberto Laiseca. Garamona sostiene que la literatura ahora se
construye con muchos autores y cada uno aporta su individualidad. “Todos
los libros que publicamos en Mansalva son lo que forman el gran
escritor de ahora. Y entre todos armamos el Frankenstein. Lautréamont
decía que la poesía debe ser hecha por todos, no por uno”. Fernanda
Laguna, esposa de Garamona y dueña también de la pequeña editorial
Belleza y Felicidad, corrobora: “Esto es un trabajo colectivo donde cada
escritor tiene un lugar”.
Maximiliano Tomas, crítico literario y compilador de La joven guardia
(2005), antología que seleccionó a los nuevos narradores que
despuntaron hace una década, no cree que en los autores jóvenes haya
falta de ambición sino que sus objetivos son distintos. “En la
Argentina, a diferencia de lo que todavía sucede en buena parte de
Hispanoamérica, hace mucho tiempo que los escritores trabajan en contra
del boom, sus efectos y sus derivados. Nadie pretende ser
García Márquez, Cortázar, Onetti. Tampoco Borges. La idea de crear un
mundo narrativo propio, a lo largo de los años y los libros, es un norte
en el que ya casi nadie cree. El último debe haber sido Juan José Saer.
Hay escritores con proyectos, por supuesto: Castillo, Fogwill, Piglia y
Aira han creado una obra con ambiciones, cada uno a su manera. Pero si
alguien planteara hoy entre jóvenes esa idea literaria tan de la década
de 60, de representar ingenuamente al mundo y sus problemas, la gente se
echaría a reír”.
Si se trata de saber qué escritor influye más entre los autores
jóvenes la respuesta que dan varios editores consultados es la misma:
César Aira. La desinhibición con la que que ha escrito sus más de 40
novelas -él mismo lleva perdida la cuenta- es un faro para muchos,
aunque hay también quienes reniegan de su estilo. Y también hay quienes
no valoran ni Osvaldo Lamborghini (Buenos Aires, 1940 - Barcelona, 1985), un escritor al que Aira venera, ni a su famoso relato, El fiord.
Entre los lectores más críticos de Lamborghini se encontraba el chileno
Roberto Bolaño, que afirmó en una conferencia sobre literatura
argentina titulada La deriva de la pesada:
“El problema con Lamborghini es que se equivocó de profesión. Mejor le
hubiera ido trabajando como pistolero a sueldo, o como chapero, o como
sepulturero, oficios menos complicados que el de intentar destruir la
literatura. La literatura es una máquina acorazada. No se preocupa de
los escritores”.
Y finalmente, para reconciliarnos con Fogwill, podríamos terminar con
un autor que no es joven -tiene 63 años-, que no está traducido, que
apenas está reconocido fuera de Argentina, pero al que diversos
escritores, editores y libreros califican como lo mejor de la literatura
contemporánea argentina: Marcelo Cohen.
Ricardo Piglia dixit: “De su camada, que es muy buena, el mejor es Cohen”.
- 16 escritores argentinos a tener en cuenta, por F. PEREGIL
- Debate de autores: “No necesitamos matar a Borges”
- Piglia: “La literatura es el escudo de los tímidos”. Por JUAN CRUZ
- Primer Buenos Aires, por ANTONIO MUÑOZ MOLINA
- Dos visiones | ¿Cómo escribir a la sombra de Borges, Cortázar y Bioy?
- VIÑETA La literatura argentina en el diván, por MAX
- Plan desde... Guadalajara
Las editoriales independientes desataron la revolución
F. P.
En los últimos años se ha producido en Buenos Aires un fenómeno sin
precedentes: la publicación de cientos de cientos de libros de autores…
argentinos. "El mercado estaba copado por el libro español", explica
Francisco Garamona, editor de Mansalva. "Hasta que con la crisis de 2001
se dejó de importar libros y los libreros empezaron a darse cuenta de
que había un material en el país al que hasta entonces no le daban bola.
Los grandes sellos les habían dado la espalda a la buena literatura.
Ahora hay mucho más para elegir".
Desde 2001 fueron surgiendo decenas de pequeñas editoriales cuyos
nombres parecen formar un poema: Eterna Cadencia, Mardulce, Cuenco de
Plata, Entropía, Blatt & Ríos, Caja Negra, Mansalva, Belleza y
Felicidad, Bajo la Luna… "Y se ayudan entre ellas”, explica Pablo Pazos,
al mando de la librería porteña Arcadia. “Organizan lecturas con los
escritores, trabajan mucho las redes sociales, cuidan las pequeñas
librerías… Los suplementos literarios de los grandes diarios no son ya
tan influyentes. Estos editores tienen una aproximación muy cercana al
lector".
"Nosotros no saldamos libros", explica Leonora Djament, directora
editorial de Eterna Cadencia, "hacemos un trabajo editorial a largo
plazo. Publicamos 20 libros al año y cada uno de ellos tiene un aporte
puntual en los debates locales o universales".
Entre esas editoriales independientes, pero no tan pequeñas, destaca
Adriana Hidalgo, que recibió una distinción en la Feria Guadalajara a su
labor editorial. "Estamos publicando la obra reunida de todos los
poetas argentinos", explica la propietaria, Adriana Hidalgo. "Y se
venden muy bien, tanto en España como en el resto de Sudamérica, porque
es muy atractiva la obra reunida. Además, nos propusimos editar toda la
obra de Antonio di Benedetto (1922-1986), que hasta entonces era un
escritor de escritores. Y a medida que lo fuimos publicando se amplió el
público lector".