martes, 11 de noviembre de 2014

El camino del samurái

Escribir con rigor excede los límites del pasatiempo o el placer diletante y obliga a adoptar un método de hierro, una auténtica vía del samurái, que no todos somos capaces de sobrellevar. ¿Lo intentamos?

 
La escritura como una actividad central en la vida de quien la practica importa un sacrificio./prodavinci.com
Escribir ocasionalmente puede ser un placer y un estímulo para leer de un modo más complejo y sutil. Entrometerse en los mecanismos de la creación, así sea como visitante de fin de semana, ayuda a conocerlos mejor y a aclarar ideas que de otro modo, sin la práctica literaria, bien pueden despeñarse en el facilismo descalificador. Nadie mete un gol desde el palco aunque se ría con mucha gracia de las pifias de quienes juegan ―mientras bebe cerveza y mastica chicharrones―. Ya se lo decía John Updike, siempre burlesco, a un censor arribista: “Ojalá te opere alguien que no conozca de la medicina más que teorías”.
Esto, por otro lado, no excluye de ningún modo a la crítica, que también es literatura aunque de otra manera. La simple redacción de reseñas personales ha ayudado a que cientos de personas tengan un panorama mucho más amplio y articulado sobre lo que leen. Y nutrir esa perspectiva con textos de campos diferentes a la narrativa o la poesía (periodismo, política, ciencia, arte…) no hace sino afinar aún más la percepción y el punto de vista. Ya que esos ejercicios íntimos sean útiles y trascendentes para lectores ajenos al redactor es otro asunto. De allí que no cualquier blog de comentarios sobre libros (o todo canal de un booktuber) sea una fuente confiable por necesidad para quien espera una opinión bien fundamentada sobre algo que leyó o le interesa leer. Aunque lo mismo puede decirse de las reseñas de los medios tradicionales: no hay crítico que sea monedita de oro a menos que renuncie al mínimo pudor y se convierta en promotor editorial. Y ni así.
Sin embargo, la escritura como una actividad central en la vida de quien la practica importa un sacrificio (quien escribe sabe que el noventa por ciento de las palabras que trace o tecleé cambiarán de lugar o desaparecerán antes del final del día y que otros días no hay modo de que salga una línea derecha) y se cuece aparte. El grado de disciplina y trastorno obsesivo-compulsivo que se requiere para alcanzar un grado aceptable de calidad no tiene nada que ver con un paseo. “Tú te asomas a la vida de la mente, yo siempre estoy allí”: algo como esto le dice un asesino psicópata, encarnado por John Goodman, al escritor personificado por John Turturro en Barton Fink, el clásico de los hermano Coen. Hay que disentir con él: el escritor de ficción vive en la mente no como un turista sino como un trabajador migrante que se establece, saca lo que requiere y trata de marcharse luego (a veces no lo consigue y, como Virgina Woolf, se hunde en aguas gélidas).
Total, un lector que se arriesgue al ejercicio de la escritura podrá encontrar respuestas y justipreciar la literatura con mayor perspectiva. Un siguiente paso, en realidad, tendrá que ser en otra dirección. Escribir con rigor excede los límites del pasatiempo o el placer diletante y obliga a adoptar un método de hierro, una auténtica vía del samurái, que no todos somos capaces de sobrellevar. ¿Lo intentamos?