martes, 18 de noviembre de 2014

"La más larga y encantadora carta de amor de la literatura"

Vita Sackville-West es recordada hoy en día por ser la inspiradora de Orlando, la novela de Virginia Woolf, y por sus grandes aportes a la jardinería, pero en vida fue una reconocida escritora y una aguerrida precursora de lo queer

Vita Sackville-West, aguerrida escritora inglesa precursora de lo queer./revistaarcadia.com

 

La fascinación por la aristocracia inglesa, que se había venido a pique a finales de los noventa, cuando Merchant e Ivory empezaron a repetirse en sus películas, revivió hace tres años gracias a Downton Abbey, la serie de televisión escrita por Julian Fellowes, el mismo guionista de Gosford Park, la película de Robert Altman. Pero si bien Downton Abbey es instructiva para entender la diferencia entre un ayudante de cámara y un mayordomo, o entre los distintos tipos de cucharones, resulta aburridora cuando se trata de la vida sexual de sus aristócratas de ficción. Tal vez lo más escandaloso que ha sucedido en la serie es que Lady Sybil, la hija menor del Conde de Grantham, huyó con Tom Branson, el chofer de la familia, que además resultó ser irlandés, pero al final todo se resolvió cuando Branson fue aceptado por los Grantham. Valiente escándalo, toda vez que lo sustancioso de los aristócratas es que su poder y su fortuna les permite hacer lo que les da la gana y, al hacerlo, en algunas ocasiones han cambiado el curso de la historia al desafiar las convenciones. Para no ir más lejos, Winston Churchill, que salvó a Europa al negarse a firmar el armisticio con Hitler –y de paso contrariar así a buena parte de la opinión pública de su época– era descendiente del primer duque de Malborough.

Contemporánea de Churchill, Victoria “Vita” Sackville-West (1892-1962) representa también lo más refrescante de la aristocracia inglesa, un grupo social muchas veces prejuzgado como conservador. Sackville-West es recordada por haber sido la inspiración de Virginia Woolf para Orlando, la espléndida biografía apócrifa de un noble inglés, que pasa de siglo a siglo durante cuatrocientos años y que con cada cambio de siglo cambia de sexo. Nigel Nicolson, el hijo mayor de Sackville-West, se refirió a esta novela como a “la más larga y encantadora carta de amor de la literatura”.

Vita Sackville-West alguna vez describió a su propia familia como a “una raza demasiado pródiga, demasiado amorosa, demasiado débil, demasiado indolente y demasiado melancólica (…). Un lote podrido y casi todos locos como unas cabras”. Este linaje se puede rastrear al siglo XVII, cuando Thomas Sackville, un cortesano de la reina Isabel I, compró Knole, una propiedad en Kent, que había sido construida por el arzobispo de Canterbury en 1486. El terreno abarca ciento setenta kilómetros cuadrados y la casa cuenta con cincuenta y dos escaleras y 365 habitaciones. Fue en este lugar, recreado por Woolf en Orlando, donde creció Vita –y perdería después, al no poder heredarlo por ser mujer.

Vita empezó a escribir desde muy niña y a los diecisiete años publicó Chatertton, su primer poemario, al que le seguirían otros cuatro. En 1913, a los veintiún años de edad, se casó con Harold Nicolson, un escritor y diplomático, hijo del primer Barón de Carnock. El matrimonio con Harold, queer como Vita, fue una relación abierta en la que cada cual tuvo relaciones homosexuales paralelas, sin ninguna traza de cinismo ni de doble moral. Nigel Nicolson, quien fue a su vez un destacado político y editor, vilipendiado en los años cincuenta por haber publicado Lolita en el Reino Unido, evoca así la relación de sus padres en su libro Retrato de un matrimonio (1973): “Los dos amaban a personas de su mismo sexo, pero no de una forma excluyente. Su matrimonio no solo sobrevivió a la infidelidad, a la incompatibilidad sexual y a las largas ausencias, sino que, como resultado, se hizo más fuerte y se afinó más. Cada uno llegó a darle al otro libertad total, sin preguntas y sin reproches… Su matrimonio fue exitoso porque cada uno encontró la felicidad concreta y permanente solo en compañía del otro”. Vita y Harold permanecerían juntos hasta la muerte de ella en 1962.

Si bien los poemarios de Sack-ville-West y su novela Heritage (1919) fueron bien recibidos por la crítica, su reconocimiento público vino en 1921 con la novela The Dragon in Shallow Waters, una violenta historia de celos entre hermanos, que recibió los elogios de Hugh Walpole y Djuna Barnes, sus primeros lectores. Vita empezó a frecuentar los círculos literarios londinenses y en 1922 su amigo Clive Bell le envió Jacob’s Room, de su cuñada, Virginia Woolf. Sackville-West quedó impresionada con la escritura de Woolf y no tardó en organizar una cena con la escritora, que a su vez quedó fascinada con Vita: “Es un granadero, duro, apuesto, varonil; y su quijada tiende a partirse”, anotó en su diario después de este primer encuentro. Unos meses después, en una carta a su amigo Jacques Reverat, Woolf describe a Vita como a una aristócrata y una novelista, y acota: “Pero lo que más vale la pena tener en cuenta, si se me permite la ordinariez, son sus piernas”.

En enero de 1923 murió Katherine Mansfield, a quien Virginia Woolf estimaba muchísimo y cuyo vacío pasó a llenar Vita, como se lo confesara Woolf en una carta. Pero esta atracción iba más allá de compensar la ausencia de Mansfield. Woolf estaba encantada por la estirpe de Vita. En febrero de 1923 anotó en su diario: “Esnob como soy, rastreo sus pasiones quinientos años atrás y se convierten en algo romántico, como un viejo vino amarillo”. Este rastreo de pasiones fue minuciosamente registrado por las dos escritoras en su correspondencia, y en lo que respecta a Sackville-West, el registro no está exento de humor. En una carta a su marido, que se encontraba en una misión diplomática, escribe: “Estoy, como puedes ver [por el encabezado de la carta], quedándome con Virginia. Está sentada frente a mí bordando una rosa, un abanico de encaje negro, una cajetilla de fósforos, y cuatro naipes sobre un fondo de lienzo malva, todo diseñado por su hermana, y de vez en cuando me dice: ‘Ya has escrito lo suficiente, ahora hablemos de la cópula’. Así que si esta carta está deshilvanada es su culpa y no la mía”.

En 1923, The Heir, la tercera novela de Sackville-West, salió a la imprenta y fue reseñada en el Daily Express al lado de The Garden Party, de Katherine Mansfield. Al decir del crítico S.P.B. Mais, la novela de Mansfield resultaba “más ingeniosa en el corto plazo”, pero Vita “posee más vigor”. El año siguiente, Vita publicó Seducers in Ecuador, que salió al tiempo con Miss Dalloway, de Woolf, y si bien esta última es mejor valorada hoy en día, la novela de Sackville-West fue más exitosa comercialmente y mejor recibida por los críticos de la época. Se trata de una novela fantástica en la que varios personajes se embarcan en un crucero a Egipto; cada uno vive en una fantasía que se cruza con la de los demás, hasta el punto de que cada personaje termina siendo parte de la alucinación de otro.

Vita Sackville-West siempre reconoció la superioridad de Virginia Woolf como escritora, pero la fascinación de esta por Vita la llevó a pensar en un libro basado en su vida. El 20 de septiembre de 1926 anotó en su diario: “Uno de estos días, sin embargo, esbozaré aquí, como un gran retrato histórico, los bocetos de todos mis amigos (…). Vita debe ser Orlando, un joven noble (…). Y será veraz, pero fantástico”. Veinte días después, el 10 de octubre, le escribió a Vita: “Pero escucha: suponte que Orlando resulta ser sobre Vita; y se trata todo sobre ti y sobre los deseos de tu carne y el encanto de tu mente (…)”. A lo que Vita respondió: “Dios mío, Virginia, si alguna vez he estado emocionada es ahora por el prospecto de verme proyectada en la figura de Orlando. Qué divertido para ti; qué divertido para mí. Ya ves, cualquier venganza que quieras tomar está en tus manos. Sí, sigue adelante, lanza tu panqueque al aire, dóralo por ambos lados, rocíale brandy y sírvelo caliente. Tienes toda mi autorización”. Así surgió Orlando, una de las novelas más significativas del siglo XX por ser quizás la primera novela que cuestiona y redefine a la vez los géneros literarios y las categorías sexuales de la cultura dominante.

En la década de los treinta las dos escritoras se distanciaron, en buena medida por las crisis nerviosas de Woolf. En esos años, Sackville-West escribió de forma prolífica y entre sus trabajos vale la pena mencionar las biografías Santa Juana de Arco (1936), Pepita (1937), que trata sobre su abuela, la bailarina gitana Josefa Durán, y El águila y la paloma (1943), sobre santa Teresa de Ávila y santa Teresa de Lisieux.

Un viejo chiste reza que en Colombia la clase baja aspira a ser mexicana, la clase media, gringa, y la clase alta, inglesa. Aunque se trata, por supuesto, de una caricatura, este último grupo podría ir más allá de ver Dowton Abbey y de citar a Churchill; podría inspirarse en la apertura de mente de Vita Sackville-West, cuya vida resumió así su hijo:''Ella luchó por el derecho a amar, a hombres y mujeres, rechazando la convención de que el matrimonio exige amor exclusivo y de que las mujeres solo deben amar hombres y los hombres, mujeres. Para hacerlo, estaba dispuesta a dejarlo todo… ¿Cómo podría haber lamentado que su historia llegue ahora a los oídos de una nueva generación, infinitamente más compasiva que la suya?''