martes, 11 de noviembre de 2014

El día 11, del mes 11, a las 11 de 1918 terminó la Primera Guerra Mundial

En 1918, el día 11, del mes 11, a las 11 de la mañana, se puso fin a las batallas de la Primera Guerra Mundial. La cuenta atrás para la derrota de Alemania comenzó en 1917, cuando Estados Unidos entró en la guerra apoyando a los aliados

Se cumplen 100 años del inicio de la Primera Guerra Mundial./Getty./lainformacion.com
 
En 1918, el día 11, del mes 11, a las 11 de la mañana, se puso fin a las batallas de la Primera Guerra Mundial. Eran las cinco y diez de la madrugada cuando la delegación alemana firmó el armisticio con unas condiciones draconianas, pero sus delegados tenían órdenes precisas: había que firmar y acabar cuanto antes. Así que se firmó. ¿Por qué? ¿Qué había sucedido aquel último año de la guerra? ¿Y aquel último día?
La cuenta atrás para la derrota de Alemania comenzó en 1917, cuando Estados Unidos entró en la guerra apoyando a los aliados, aportando con ello nuevos recursos materiales y humanos. En enero del año siguiente, su presidente, Thomas Woodrow Wilson, proclamó ante el Congreso los Catorce Puntos, que querían servir de base para las negociaciones de paz.
Mientras, la población civil alemana sufría directamente las consecuencias del bloqueo de los aliados. Se calcula que solo en Alemania provocó más de 750.000 muertes. Pero los ciudadanos germanos no solo pasaban penurias físicas, también soportaban todo el daño psicológico que conlleva una guerra. Empezaba a cundir la desmoralización.
Entre la primavera y el verano de 1918, Alemania fracasó en la mayoría de sus ofensivas en el frente occidental para alegría de los aliados y desesperación propia, ya que se vio relegada a la Línea Sigfried (una de las cinco secciones de la Línea Hindenburg).

La culpa es del otro

A todas estas circunstancias se unió la solicitud búlgara de un armisticio. Aquello significaba que Alemania quedaba incomunicada con el Imperio Otomano; además, era una amenaza para la frontera meridional del Imperio Austro-Húngaro y abría la posibilidad que los aliados accedieran al petróleo rumano, tan necesario en ese momento.
El Estado Mayor alemán, casi sin tropas de reserva, consideraba inevitable la derrota y muy posible una revolución social. Así que, astutamente, se lo comunicó al Gobierno. Propuso pedir un armisticio aprovechando la imprecisión de los Catorce Puntos de Wilson, a la vez que recomendaba también la formación de un gobierno democrático.
Con ello se conseguía controlar la posible revolución “desde arriba”; cumplir una de las condiciones de Wilson para el armisticio y, lo más importante para ellos, que recayera la responsabilidad de la derrota en el nuevo gobierno democrático y no en el ejército ni en la aristocracia germana, que, en realidad, eran los auténticos responsables de haber ido a la guerra.

La preparación del armisticio

Por fin, en la noche del 4 al 5 de octubre, Alemania emitió una nota solicitando el armisticio. Pero no todo iba a ser tan fácil como enviar notas. Tres acontecimientos precipitaron las acciones entre Alemania y sus enemigos. El primero por importancia fue el avance continuado de estos en el frente occidental; el segundo, la caída de los imperios Otomano y Austro-Húngaro -que dejó solos a los germanos-, y, por último, una sublevación en la propia Alemania, comenzada el 4 de noviembre por los marinos de la base naval de Kiel, que se levantaron ante el justificado temor de que los utilizaran en un ataque suicida cuando todo el mundo sabía que la guerra ya no se podía ganar.
Poco a poco, la mecha fue prendiendo y la revolución llegó a Berlín. Como consecuencia de ello, se formó un nuevo gobierno bajo la presidencia del socialdemócrata Friedich Ebert, y Guillermo II marchó exiliado a los Países Bajos. Con ello y con la firma del armisticio, la revolución se calmó. Los levantamientos habían sido consecuencia de la segura derrota y no una causa.
El Alto Mando alemán sí había obtenido una victoria: enmascarar su responsabilidad en la debacle. Culpó de ello a la nueva república democrática, puesto que la guerra había terminado con los ejércitos alemanes ocupando Francia y sin que Alemania hubiera sido invadida. Con esta conclusión nació el mito de que el ejército alemán no había sido derrotado, y las consecuencias de ello llegaron años después para toda la humanidad.

Todo se paga

El 28 de junio de 1919 se firmó el tratado de paz en el palacio de Versalles. En él se determinaron, entre otras cosas, las nuevas fronteras de Europa.
Alemania era obligada a renunciar a sus colonias y, con ello, al proyecto imperialista iniciado a finales del siglo XIX. Perdía un trece por ciento de su territorio. Alsacia y Lorena eran devueltas a Francia, Schleswig septentrional pasaba a Dinamarca y Eupen-Malmedy a Bélgica. Polonia volvía a ser restablecida, incluyendo la rica región minera de la Alta Silesia y Prusia Occidental, para que tuviera salida al mar. Las ciudades de Danzig y Memel fueron declaradas territorios libres. Prusia Oriental quedó aislada de Berlín, aunque seguía bajo su soberanía. La región del Sarre pasaba a estar administrada durante 15 años por la Sociedad de Naciones y sus minas serían arrendadas por Francia.
Además, se incluían cláusulas por las que ningún territorio de mayoría alemana que hubiera pertenecido al Imperio Austro-Húngaro podría pasar a formar parte de Alemania, que además tenía que renunciar a la posible anexión de Austria.
La renuncia a parte de su territorio no fue el único sacrificio que el Tratado de Versalles impuso a Alemania que, además, tuvo que asumir la responsabilidad de la guerra, y la obligación de reparar económicamente a los Aliados. Esta deuda se redujo años después en la Conferencia de Londres de 1953, ya que los intereses superaban largamente al capital, a lo que se sumaban las indemnizaciones de la Segunda Guerra Mundial.
Se reestructuraron los pagos de la República Federal de Alemania, considerada heredera legal del Reich. Parte de esta deuda quedaba suspendida hasta que Alemania se reunificara de nuevo, cosa que sucedió en 1990. Finalmente, los germanos pagaban el último plazo de las indemnizaciones de la Primera Guerra Mundial el 3 de octubre del año 2010, es decir, 92 años después de su finalización.

Muertes inútiles

Aunque parezca increíble, con la firma del armisticio no finalizaron las batallas en el frente occidental. Desde que se firmó hasta la hora en que oficialmente entró, a las 11 de la mañana del día 11, transcurrieron seis horas, durante las cuales las órdenes para los oficiales no fueron lo suficientemente precisas, así que cada cual hizo lo que mejor le pareció.
El comportamiento de la mayoría de los oficiales fue el lógico: dejar que las horas pasaran tranquilamente en las trincheras y no arriesgar vidas. Pero también hubo oficiales irresponsables que jugaron una vez más con la vida de sus hombres, ya que era la última oportunidad de dar un impulso a su carrera militar.
Así, por ejemplo, sabemos el nombre del último soldado británico muerto: se llamaba Gork Eduin Ellison, y murió hora y media antes de las 11 de la mañana. El último francés se llamaba Augustin Trebuchon, que murió 10 minutos antes de la hora oficial del armisticio: llevaba a las trincheras la noticia del fin de la guerra. También sabemos cómo se llamaba el último soldado canadiense muerto, George Lawrence Price. Este falleció dos minutos antes de las 11.
El último muerto oficial de la guerra se llamaba Henry Gunther, y pertenecía al ejército de Estados Unidos: se empeñó en tomar una trinchera de aterrados alemanes que le pedían con señales que volviera y esperara unos segundos para que ellos pudieran entregarse.

¿Cuántos murieron?

A día de hoy no se sabe exactamente cuántos hombres murieron en esas últimas horas, ni los que cayeron días después como consecuencia de las heridas recibidas aquel 11 de noviembre. Y sigue siendo, a pesar de los años, un día paradójico en que la alegría se mezcló con la muerte, como lo refleja el novelista Pierre Lemaitre en su novela  Nos vemos allá arriba, galardonada con el Premio Goncourt del año 2013 y que acaba de ser publicada en España.
En Estados Unidos fue tal el escándalo provocado por aquellas inútiles muertes que al poco tiempo se creó un subcomité en el Congreso para investigar los hechos, pero el informe, demoledor por cierto con los altos mandos del ejército, nunca se hizo público precisamente por esta misma razón: según algunos políticos, la nación debía ensalzar a los mandos que habían ganado la guerra y no difamarlos.
En Francia, oficialmente aquel día no murió nadie en el frente, y sin embargo sabemos que no fue así. Todos los muertos del día 11 perdieron un día de vida en el registro oficial; todos murieron el día 10 de noviembre. Las razones no son claras. Parece que el Gobierno tomó esta decisión para que no hubiera problemas con las pensiones o, sencillamente, no quiso responsabilizarse ante las familias, porque ese día no debía morir nadie: la guerra había terminado, y ellos, los soldados, no se enteraron... ¿En qué estarían pensando?
Probablemente pensaban en volver a sus hogares y en que todo se acabara de una vez... Pero, ¿seguro que era el fin?