En 1918, el día 11, del mes 11, a las 11 de la mañana, se puso fin a las batallas de la Primera Guerra Mundial. La cuenta atrás para la derrota de Alemania comenzó en 1917, cuando Estados Unidos entró en la guerra apoyando a los aliados
Se cumplen 100 años del inicio de la Primera Guerra Mundial./Getty./lainformacion.com |
En 1918, el día 11, del mes 11, a las 11 de la mañana, se puso fin a
las batallas de la Primera Guerra Mundial. Eran las cinco y diez de la
madrugada cuando la delegación alemana firmó el armisticio con unas
condiciones draconianas, pero sus delegados tenían órdenes precisas:
había que firmar y acabar cuanto antes. Así que se firmó. ¿Por qué? ¿Qué
había sucedido aquel último año de la guerra? ¿Y aquel último día?
La cuenta atrás para la derrota de
Alemania comenzó en 1917, cuando
Estados Unidos entró en la guerra apoyando a los aliados, aportando con
ello nuevos recursos materiales y humanos. En enero del año siguiente,
su presidente, Thomas Woodrow Wilson, proclamó ante el Congreso los
Catorce Puntos, que querían servir de base para las negociaciones de
paz.
Mientras, la población civil alemana sufría directamente las consecuencias del bloqueo de los aliados. Se calcula que solo en Alemania provocó más de 750.000 muertes. Pero los ciudadanos germanos no solo pasaban penurias físicas, también soportaban todo el daño psicológico que conlleva una guerra. Empezaba a cundir la desmoralización.
Mientras, la población civil alemana sufría directamente las consecuencias del bloqueo de los aliados. Se calcula que solo en Alemania provocó más de 750.000 muertes. Pero los ciudadanos germanos no solo pasaban penurias físicas, también soportaban todo el daño psicológico que conlleva una guerra. Empezaba a cundir la desmoralización.
Entre la primavera y el verano de 1918, Alemania fracasó en la
mayoría de sus ofensivas en el frente occidental para alegría de los
aliados y desesperación propia, ya que se vio relegada a la Línea
Sigfried (una de las cinco secciones de la Línea Hindenburg).
La culpa es del otro
A todas estas circunstancias se unió la solicitud búlgara de un
armisticio. Aquello significaba que Alemania quedaba incomunicada con el
Imperio Otomano; además, era una amenaza para la frontera meridional
del Imperio Austro-Húngaro y abría la posibilidad que los aliados
accedieran al petróleo rumano, tan necesario en ese momento.
El Estado Mayor alemán, casi sin tropas de reserva, consideraba
inevitable la derrota y muy posible una revolución social. Así que,
astutamente, se lo comunicó al Gobierno. Propuso pedir un armisticio
aprovechando la imprecisión de los Catorce Puntos de Wilson, a la vez
que recomendaba también la formación de un gobierno democrático.
Con ello se conseguía controlar la posible revolución “desde arriba”;
cumplir una de las condiciones de Wilson para el armisticio y, lo más
importante para ellos, que recayera la responsabilidad de la derrota en
el nuevo gobierno democrático y no en el ejército ni en la aristocracia
germana, que, en realidad, eran los auténticos responsables de haber ido
a la guerra.
La preparación del armisticio
Por fin, en la noche del 4 al 5 de octubre, Alemania emitió una nota
solicitando el armisticio. Pero no todo iba a ser tan fácil como enviar
notas. Tres acontecimientos precipitaron las acciones entre Alemania y
sus enemigos. El primero por importancia fue el avance continuado de
estos en el frente occidental; el segundo, la caída de los imperios
Otomano y Austro-Húngaro -que dejó solos a los germanos-, y, por último,
una sublevación en la propia Alemania, comenzada el 4 de noviembre por
los marinos de la base naval de Kiel, que se levantaron ante el
justificado temor de que los utilizaran en un ataque suicida cuando todo
el mundo sabía que la guerra ya no se podía ganar.
Poco a poco, la mecha fue prendiendo y la revolución llegó a Berlín.
Como consecuencia de ello, se formó un nuevo gobierno bajo la
presidencia del socialdemócrata Friedich Ebert, y Guillermo II marchó
exiliado a los Países Bajos.
Con ello y con la firma del armisticio, la revolución se calmó. Los
levantamientos habían sido consecuencia de la segura derrota y no una
causa.
El Alto Mando alemán sí había obtenido una victoria: enmascarar su
responsabilidad en la debacle. Culpó de ello a la nueva república
democrática, puesto que la guerra había terminado con los ejércitos
alemanes ocupando Francia
y sin que Alemania hubiera sido invadida. Con esta conclusión nació el
mito de que el ejército alemán no había sido derrotado, y las
consecuencias de ello llegaron años después para toda la humanidad.
Todo se paga
El 28 de junio de 1919 se firmó el tratado de paz en el palacio de
Versalles. En él se determinaron, entre otras cosas, las nuevas
fronteras de Europa.
Alemania era obligada a renunciar a sus
colonias y, con ello, al
proyecto imperialista iniciado a finales del siglo XIX. Perdía un trece
por
ciento de su territorio. Alsacia y Lorena eran devueltas a Francia,
Schleswig septentrional pasaba a Dinamarca y Eupen-Malmedy a Bélgica.
Polonia
volvía a ser restablecida, incluyendo la rica región minera de la Alta
Silesia y Prusia Occidental, para que tuviera salida al mar. Las
ciudades de Danzig y Memel fueron declaradas territorios libres. Prusia
Oriental quedó aislada de Berlín, aunque seguía bajo su soberanía. La
región del Sarre pasaba a estar administrada durante 15 años por la
Sociedad de Naciones y sus minas serían arrendadas por Francia.
Además, se incluían cláusulas por las que ningún territorio de
mayoría alemana que hubiera pertenecido al Imperio Austro-Húngaro podría
pasar a formar parte de Alemania, que además tenía que renunciar a la
posible anexión de Austria.
La renuncia a parte de su territorio no fue el único sacrificio que
el Tratado de Versalles impuso a Alemania que, además, tuvo que asumir
la responsabilidad de la guerra, y la obligación de reparar
económicamente a los Aliados. Esta deuda se redujo años después en la
Conferencia de Londres de 1953, ya que los intereses superaban
largamente al capital, a lo que se sumaban las indemnizaciones de la
Segunda Guerra Mundial.
Se reestructuraron los pagos de la República Federal de Alemania,
considerada heredera legal del Reich. Parte de esta deuda quedaba
suspendida hasta que Alemania se reunificara de nuevo, cosa que sucedió
en 1990. Finalmente, los germanos pagaban el último plazo de las
indemnizaciones de la Primera Guerra Mundial el 3 de octubre del año
2010, es decir, 92 años después de su finalización.
Muertes inútiles
Aunque parezca increíble, con la firma del armisticio no finalizaron
las batallas en el frente occidental. Desde que se firmó hasta la hora
en que oficialmente entró, a las 11 de la mañana del día 11,
transcurrieron seis horas, durante las cuales las órdenes para los
oficiales no fueron lo suficientemente precisas, así que cada cual hizo
lo que mejor le pareció.
El comportamiento de la mayoría de los oficiales fue el lógico: dejar que las horas pasaran tranquilamente en las trincheras y no arriesgar vidas. Pero también hubo oficiales irresponsables que jugaron una vez más con la vida de sus hombres, ya que era la última oportunidad de dar un impulso a su carrera militar.
El comportamiento de la mayoría de los oficiales fue el lógico: dejar que las horas pasaran tranquilamente en las trincheras y no arriesgar vidas. Pero también hubo oficiales irresponsables que jugaron una vez más con la vida de sus hombres, ya que era la última oportunidad de dar un impulso a su carrera militar.
Así, por ejemplo, sabemos el nombre del último soldado británico
muerto: se llamaba Gork Eduin Ellison, y murió hora y media antes de las
11 de la mañana. El último francés se llamaba Augustin Trebuchon, que
murió 10 minutos antes de la hora oficial del armisticio: llevaba a las
trincheras la noticia del fin de la guerra. También sabemos cómo se
llamaba el último soldado canadiense muerto, George Lawrence Price. Este
falleció dos minutos antes de las 11.
El último muerto oficial de la guerra se llamaba Henry Gunther, y
pertenecía al ejército de Estados Unidos: se empeñó en tomar una
trinchera de aterrados alemanes que le pedían con señales que volviera y
esperara unos segundos para que ellos pudieran entregarse.
¿Cuántos murieron?
A día de hoy no se sabe exactamente cuántos hombres murieron en esas
últimas horas, ni los que cayeron días después como consecuencia de las
heridas recibidas aquel 11 de noviembre. Y sigue siendo, a pesar de los
años, un día paradójico en que la alegría se mezcló con la muerte, como
lo refleja el novelista Pierre Lemaitre en su novela Nos vemos allá arriba, galardonada con el Premio Goncourt del año 2013 y que acaba de
ser publicada en España.
En Estados Unidos fue tal el escándalo provocado por aquellas inútiles muertes que al poco tiempo se creó un subcomité en el Congreso para investigar los hechos, pero el informe, demoledor por cierto con los altos mandos del ejército, nunca se hizo público precisamente por esta misma razón: según algunos políticos, la nación debía ensalzar a los mandos que habían ganado la guerra y no difamarlos.
En Estados Unidos fue tal el escándalo provocado por aquellas inútiles muertes que al poco tiempo se creó un subcomité en el Congreso para investigar los hechos, pero el informe, demoledor por cierto con los altos mandos del ejército, nunca se hizo público precisamente por esta misma razón: según algunos políticos, la nación debía ensalzar a los mandos que habían ganado la guerra y no difamarlos.
En Francia, oficialmente aquel día no murió nadie en el frente, y sin
embargo sabemos que no fue así. Todos los muertos del día 11 perdieron
un día de vida en el registro oficial; todos murieron el día 10 de
noviembre. Las razones no son claras. Parece que el Gobierno tomó esta
decisión para que no hubiera problemas con las pensiones o,
sencillamente, no quiso responsabilizarse ante las familias, porque ese
día no debía morir nadie: la guerra había terminado, y ellos, los
soldados, no se enteraron... ¿En qué estarían pensando?
Probablemente pensaban en volver a sus hogares y en que todo se acabara de una vez... Pero, ¿seguro que era el fin?