La mítica actriz tenía un gusto exquisito por la literatura. En su biblioteca, catalogada por Christie's, hay más de 400 volúmenes de primer nivel
Marilyn Monroe, en su casa. / Philippe Halsman./elpais.com |
¿En qué se parecía Marilyn Monroe a Norma Jean? Es una pregunta que
siempre girará alrededor del mito. ¿Qué tenía dentro de la cabeza la
cara más conocida de su tiempo? Entre otras cosas, muchos libros, a la
vista del inventario que hizo la casa de subastas Christie’s
de su biblioteca personal, en la que hay más de 400 volúmenes de primer
nivel. Parece que la mujer más deseada de todos los tiempos siempre
tuvo un gusto exquisito para la literatura y que lo afiló más aún tras
su matrimonio con el dramaturgo Arthur Miller. Hay fotos muy conocidas
de la actriz, tomadas en los descansos de sus rodajes, en alguna
biblioteca o incluso en su propio apartamento, en las que se la ve con
obras como el Ulises
de James Joyce o la poesía de Walt Whitman en las manos, los ojos
clavados en sus páginas y un gesto de concentración a prueba de
intrusos. También otra en la que hojea un catálogo de Francisco de Goya.
Sin embargo, ésa no es la única prueba de su interés por la cultura de
España, porque ahora que se ha hecho público el catálogo de sus tesoros
hemos descubierto dos libros de poesía que nos atañen, los que aparecen
señalados con los números 264 y 268 y que son, respectivamente, una
antología de poemas de Rafael Alberti y Poeta en Nueva York,
de Federico García Lorca. Conociendo a Alberti, me puedo imaginar sin
hacer ningún esfuerzo que de haberlo sabido, pocas cosas le habrían
hecho tanta ilusión en su vida.
La colección privada de libros de Marilyn Monroe es apta para los
paladares más exigentes y nos deja claro, para empezar, que era mucho
más inteligente que los que hicieron la lista, en la que incluyen a
Alberti y Lorca entre los “autores latinoamericanos” y El principito,
de Antoine de Saint-Exupéry –precisamente el primer regalo que ella le
hizo a Joe Dimaggio–, en la sección de psicología. Sus tesoros
bibliográficos van de clásicos como Aristóteles o Platón hasta Oscar
Wilde y En el camino,
de Jack Kerouac; de los maestros rusos, Dostoievski, Tolstói, Chéjov y
Pushkin, y los franceses, Proust, Zola, Albert Camus, Alejandro Dumas,
Stendhal y Colette, a Muerte en Venecia, de Thomas Mann, a La última tentación de Cristo,
de Nikos Kazantzakis; y pasa por Edgar Allan Poe, John Steinbeck; por
los versos de William Blake, Rainer Maria Rilke o D. H. Lawrence, y por
el teatro de O’Neill, Tennessee Williams, Bernard Shaw y Molière, aunque
en este género brilla por su ausencia, de forma extraña, el propio
Arthur Miller. Por supuesto, no faltan los novelistas contemporáneos de
la intérprete, Sherwood Anderson, Scott Fitzgerald, Hemingway, William
Faulkner, Thomas Wolfe, Dorothy Parker y Carson McCullers, a quien
conoció junto con Isak Dinesen.
La aparición de Lorca
y Alberti no hace más que agrandar la idea de que a Marilyn le
interesaba España. Ceferino Carrión, el hostelero de Santander que era
amigo suyo y dueño del restaurante La Scala, donde comía la
estrella a diario, es conocido por ser quien le llevó a su casa la cena
el 4 de agosto de 1962, la noche en que murió. En una conversación de
hace un par de años con el periodista Sebastián Moreno, aparte de contar
cómo le había presentado a Brigitte Bardot, con la que Marilyn al
parecer fue encantadora, recordaba que la protagonista de La tentación vive arriba “leía mucho, hablaba a menudo de poetas españoles o de sus pintores favoritos, que eran Velázquez, Goya y Picasso”.
Si la frase “dime qué has leído y te diré quién eres” tiene algo de
cierto, después de asomarnos a su biblioteca, tal vez sepamos algo más
de Marylin, ese mito al que a veces uno tiene la sensación de conocer un
poco menos con cada biografía suya que devora.