jueves, 31 de enero de 2013

Voces y ojos del conflicto armado colombiano

Stephan Ferry y su libro de fotografías sobre la historia oral de los desplazados, Throwing stones at the moon y Violentología

Portada del libro de fotografías Violentología, de Stephen Ferry./elpais.com
Una Comisión Parlamentaria encargó un análisis de la violencia en Colombia en los años setenta, y aquello dio lugar a la escuela de sociólogos conocidos como violentólogos. El fotógrafo estadounidense Stephen Ferry decidió recurrir a aquel término cuando compiló su particular estudio fotográfico, Violentología. Manual del conflicto colombiano. “Un poco presuntuosamente, me quise colocar en la misma tradición de documentación de aquel grupo liderado por monseñor Guzmán”, explicó Ferry, afincado en Colombia desde 1999. “También quería destacar la importancia de un archivo y el libro recoge imágenes procedentes de uno de ellos y de otros fotógrafos también. Deseo que este libro sea útil y que ayude a comprender qué ocurre en este país”, aseguró. Violentología cuenta con una edición en español y otra en inglés y fue presentado el fin de semana pasado en Cartagena de Indias, en el marco del Festival Hay.
Para desentrañar la madeja violenta en la que se ha visto envuelta Colombia, el fotógrafo decidió abrir el foco e incluir una extensa cronología que se remonta al siglo XIX y dos textos del historiador Gonzalo Sánchez y de la periodista María Teresa Ronderos. “Simplemente la imagen de un hombre armado no explica su ideología, o quién lo armó”, dijo Ferry, que mencionó la obra de Sontag Sobre fotografía (Alfaguara) para explicar su decisión de ahondar en el contexto. Quiso, sin embargo, prescindir de las interpretaciones culturales sobre las razones de la guerra. “Cualquier país, sea Colombia o Estados Unidos, cae en la tentación de recurrir a la cultura de esa determinada nación para explicar la violencia”.
Con su libro ha tratado de acercarse formalmente a la prensa escrita, tanto en el diseño (las páginas tienen exactamente el mismo tamaño que una doble de la revista Time) como en la impresión, que fue realizada en las rotativas del diario El Espectador. “La prensa colombiana es muy valiente y quería que Violentología tuviera una relación lo más estrecha posible con los periódicos”, aseguró. Consciente del estereotipo que desde el auge del narcotráfico pesa sobre Colombia, y que relaciona este país con cocaína y terrorismo, Ferry declara en las primeras páginas del libro que la violencia es sólo un aspecto de esta nación. “Hay dos visiones contrapuestas: una que afirma que sólo existe esta dimensión violenta y otra que defiende que aquí no pasa nada. Me parece importante mostrar la crisis humanitaria y de derechos humanos que ha sido poco explicada. La guerra es cruel, pero en este país hay gente creativa, pacífica y valiente, de la que el resto del mundo podría aprender mucho”, explicó.
Exponer al mundo un conjunto de las voces atrozmente castigadas por la violencia, fue uno de los objetivos que guía la historia oral Throwing stones at the moon, compilada por la Sibylla Brodzinsky y Max Schoening y publicada por el sello Voice of Witness, de la editorial estadounidense McSweeneys. De las cerca de 70 entrevistas realizadas, 23 entraron en este libro prologado por Ingrid Betancourt. “Hay personas a quienes contar su historia les ayuda porque de alguna manera les hace sentir que a alguien les importa lo que les ha ocurrido y que alguien en algún lugar del mundo lo podrá leer”, señaló Brodzinsky durante la presentación del volumen en el Hay Festival.
Se calcula que hay cerca de cuatro millones de desplazados, lo que convierte a Colombia en el segundo país con mayor número de refugiados internos después de Sudán. “Los desplazamientos no han terminado, ahora se producen gota a gota, y según cifras del gobierno hay cerca de 100.000 al año”, apuntó la periodista María Teresa Ronderos que acompañó a los autores.
El libro cubre un amplio espectro geográfico, temporal y social. “Quisimos mostrar que esto afecta a todos, a personas con profesiones y edades distintas, de muy distinto extracto social”, señaló Brodzinsky. “El libro está pensado para una público internacional. Queremos hacerles despertar ante este drama”. El formato de historia oral aporta según la autora, otra manera de ver las cosas, incluyendo aspectos que quedan fuera de la historia oficial, gran parte de la cual está siendo escrito por un Grupo de Memoria Histórica, una de las iniciativas puestas en marcha en los últimos años. Además, estos testimonios han permitido destacar un rasgo netamente colombiano; su prodigiosa capacidad para narrar. “Tienen una forma de contar increíble, son cuentistas innatos en la forma que tienen de narrar sus historias aunque sean terriblemente dolorosas”, destacó Brodzinsky. Baste recoger unas líneas de las palabras Emilia González, una campesina de 59 años que sufrió la masacre de El Salado, para comprender a qué se refiere: “La gente de la oficina del Fiscal General vino el día 20 para hacer recuento de los muertos. Desenterraron los cuerpos para proceder a su reconocimiento. No podíamos soportar el hedor. Cuando los volvieron a enterrar, muchos de los nichos del cementerio no fueron sellados bien y los perros entraron y se comieron los cuerpos. Podíamos ver los huesos. Luego llovió y los burros que habían sido sacrificados se hincharon, y el olor era horrible”.

¿Qué haces con un libro aquí?

El francés Charles Danzig dice en su libro ¿Por qué leer?: "Más de un parquímetro de París se ha conmovido al oír que le pedía educadamente perdón después de haberme chocado con él, leyendo algún libro"

La soledad del lector./Rupert Ganzer./elpais.com
 
- ¿Qué haces con ese libro aquí?
No era la primera vez que oía esa pregunta, pero sí la primera que me percaté de una conducta compulsiva: simplemente no podía dejar de leer. Tampoco podía dejar de llevar un libro a donde quiera que fuese. Era la boda de una prima mía, yo aún era un adolescente universitario y como el libro que estaba leyendo en ese momento no entraba en el bolsillo de mi saco, lo llevaba en la mano. Lo traía conmigo para leerlo en el taxi o microbús que me llevó hasta la iglesia. Pero no descartaba abrirlo en algún momento de la ceremonia o de la fiesta y avanzar una o dos páginas. El francés Charles Danzig dice en su libro ¿Por qué leer?: "Más de un parquímetro de París se ha conmovido al oír que le pedía educadamente perdón después de haberme chocado con él, leyendo algún libro". En Lima no hay parquímetros, pero sí me he disculpado con algunos postes.
El origen fue la biblioteca de mi padre. Mi padre no fue un gran lector, era ingeniero y economista y prefería ver televisión o películas en vhs, pero sí fue un coleccionista. No podía evitar coleccionar todo aquello que estuviese numerado y lo vendiesen en supermercados o kioskos. Antes de que yo naciera, logró hacerse de una colección de libros de Ariel, una editorial ecuatoriana, que se dividía en dos: libros serios para adultos y libros clásicos condensados para jóvenes, con ilustraciones. Esas colecciones de Ariel me convirtieron en un lector compulsivo: leía, en estricto orden, las resumidas aventuras del Capitán Nemo, Robinson Crusoe o el Quijote y disfrutaba de los dibujos. Tenía 8 años.
Una noche, descubrí que mi abuela, que vivía con nosotros, todas las noches sacaba uno de los libros y al dia siguiente lo dejaba en su sitio. Sentí envidia de que pudiese leer en una noche lo que yo demoraba semanas. Me dediqué entonces a competir con ella silenciosamente, como libraba todas mis batallas en esos años. Al principio, por más que insistía en quedarme largas horas por la noche despierto, no podía alcanzar la velocidad lectora de mi abuela. Nunca le mencioné a ella, ni a nadie, esa competencia, pero sí celebré cuando conseguí leer un libro al día: una biografía de Napoleón que tenía exactamente cien páginas. Hace unos años comenté esta anécdota por primera vez en público. Mi madre se rió y me dijo que mi abuela, fallecida hace años, solo leía las ilustraciones y pasaba las páginas. Es probable, pero de todos modos le debo a ella mi oficio y los momentos más extraordinarios de mi vida.
Por cierto, la página 100 de cualquier libro se ha convertido en un mito. Cuando llego a ella, por más páginas que tenga el libro, me detengo un rato a descansar y siento que he conquistado un Everest; lo demás es coser y cantar.
Cuando entré a la secundaria empecé a leer las colecciones de la editorial colombiana Oveja Negra, que incluía Obras Maestras del siglo XX (con la seriedad de sus tapas marrones que imitaban el cuero) y Grandes Bestsellers en las que podía aparecer cualquier libro que hubiese sido llevado al cine, por lo tanto una semana tocaba Graham Green, Herman Melville o Lampedusa y la otra Margaret Mitchel o León Uris. No discriminaba. De esas colecciones, el único libro que confieso que no pude pasar de la página 100 (y siento aún hoy algo de culpa) es la investigación Todos los hombres del presidente, enfangado en detalles de la política norteamericana tan específicos y una lista de funcionarios del gobierno de Nixon que me hizo sufrir más que la genealogía de los Buendía.  
Después de leer un extraordinario post en el blog The Million de Michael Bourne, titulado "My New Year’s Resolution: Read Fewer Books", me pregunté cuánto habían cambiado mis hábitos de lector en estas décadas. La respuesta fue dura. A diferencia de mis años universitarios, ahora puedo comprar más libros pero tengo menos tiempo para leerlos. Calculo que entre los 20 y 30 años leía un promedio de tres libros a la semana. Esa medida bajó muchísimo, como le sucedió a Bourne, cuando tuve un hijo y un empleo a tiempo completo (además de mi afición a ver series de TV). Actualmente, algo más de un libro por semana es mi promedio y también creo, como dice el artículo, que una meta de sesenta libros al año es realista.
Con esa convicción, empecé 2013 en una casa de playa y pude leer tres libros en cuatro días. Me sentí feliz, radiante, rejuvenecido. Fue una ilusión, pues en la ciudad mi ritmo ha vuelto a ser el de los últimos años pero confío que llegaré a los sesenta libros, incluso proponiéndome algunas lecturas largas (la biografía de John Cheever me espera en el próximo feriado largo, y quisiera releer este año los dos tomos de la biografía de Nabokov). Desde luego, sé que la velocidad no implica una mejor lectura, y probablemente alguien pueda argumentar sólidamente que leer un solo libro durante todo el año puede ser una experiencia más enriquecedora que mi meta de sesenta libros en un año. Da igual. Existen muchas maneras de leer y muchos tipos de lectores. Yo soy de los que leen en el ascensor y se golpean con los postes. Repasando mi vida, veo que han sido realmente pocas las ocasiones en las que he salido de mi casa sin un libro en la mano. Y la sola posibilidad de encontrarme atrapado en un sitio sin nada que leer me crea una angustia anticipada. 
¿Por qué llevé un libro a un matrimonio? Pues porque soy un lector compulsivo, porque siento que cuando no leo estoy perdiendo el tiempo, porque desde niño los libros son parte importantísima de mi vida, porque aprovecho cualquier ocasión que estoy a solas para leer y sobre todo porque, como dice Dantzig, "Leer es mucho más interesante que entretenerse".

Leer a Newton y poner los cuernos

En Voltaire enamorado la escritora británica Nacy Mitford hace un agudo retrato de los personajes y tiempos de la Ilustración Francesa

La escritora británica Nancy Mitford, retratada por William Acton./elpais.com
Me estoy preguntando si de este libro no se ha hecho ya una película. Lo tiene todo: desde los diálogos y los ambientes a los personajes secundarios. Con Voltaire enamorado (Duomo), que se editó por primera vez en 1957, casi todos hemos sido injustos. Probablemente es que ha tenido que caer otro siglo (el XX) para que entendamos “El Gran Siglo” (el XVIII) de una manera a la vez más relajada y objetiva. La biógrafa, ensayista y novelista Nancy Mitford (Londres, 1904 – Versalles, 1973) lo vio desde su sofisticada postura (fue modelo ocasional de Dior y Lanvin además de coleccionar tocados de Elsa Schiaparelli), un poco antes, diríase que le experimentó a través de su cultura y sus lecturas, de su casi pasional empatía con todo lo que sonara a francés, al punto que se despegó de esa generación de escritores ingleses a la que pertenece, con muchos apellidos, elaborados jardines, abundante porcelana Wedgwood y vidas desdichadas. Evelyn Waugh y Anthony Powell, por citar dos de ellos, son sus exactos contemporáneos.
En los últimos años, ha sido la editorial barcelonesa Libros del Asteroide quien ha ofrecido hasta cinco novelas de Nancy Mitford en cuidadas traducciones, la más reciente Trifulca a la vista (en noviembre de 2011), a la que precedieron en orden inverso, No se lo digas a Alfred (junio, 2009); La bendición (abril, 2008); Amor en clima frío (mayo, 2006) y A la caza del amor (abril, 2005). Es obvio que la recuperada novelista eclipsa a la “historiadora social” como algún crítico británico, no del todo bien intencionado, la llamó en su momento, pero esta recuperación por la editorial Duomo de Voltaire enamorado puede poner las cosas en su justo sitio.
Ya la vida de Nancy Mitford ha dado materia para dos biografías, la de Harold Acton en 1976 y diez años después la de Selena Hastings. Ambos biógrafos coinciden en la descripción de su rutinario matrimonio de cartón piedra con Peter Rodd (una hermana de Nancy describió a Rodd así: “le escandalizaba trabajar y no entendía por qué había que gastar las energías en algo específicamente productivo”) y en el hecho crucial de cuando la escritora conoce en Londres, en plena guerra mundial, al coronel Gaston Palowski, muy cercano al General De Gaulle. Rodd pasó a ser enseguida un cornudo tranquilo y Nancy siguió a París a su coronel. La pasión duró unos años hasta que el coronel encontró a otra condesa.
Esta historia está elípticamente dentro de Voltaire enamorado, que cuenta los amores entre el pensador francés y la Marquesa de Châtelet, conocida como Émile, sobre todo en su castillo de Cirey, “con su paciente y cornudo marido instalado en el cuarto de invitados”.
Mucho se ha denostado a esta zona de “no ficción” de la escritura de Mitford, sobre todo por el hecho de tenerla encasillada en las “fuentes secundarias”. A su favor ha decirse, y de este libro en especial, que no es justo ni exacto. Para Voltaire enamorado Nancy se quemó las pestañas con libros antiguos y con todo papel original que se le puso por delante, entre ellos, las famosas cartas manuscritas de Voltaire, un hallazgo tan accidental como feliz donde estén quizás muchas de las claves de este libro y su razón de ser última. Siendo este el mejor, Milford dejó otros tres libro “franceses”: Luis XIV, Madame de Pompadour y Federico el Grande. El rey flautista de Prusia también adoraba todo lo francés.
Pero si fascinante es la escritura (por elegante y afilada y de la que se puede disfrutar a plenitud por la traducción de Miguel de Hernani, atento e ese humor fino donde transparenta la intención), de Mitford en Voltaire enamorado, el prólogo de Adam Gopnik que recoge esta edición no le va a la zaga, siendo también una joya modélica que pone muchas cosas en su justo sitio. Gopnik escribió este prólogo para la edición norteamericana y vuelve sobre una serie de argumentos vigentes.
Gopnik adora el libro desde lo inteligente y señala cómo Nancy Mitford coloca estratégicamente a la Marquesa “como el principio activo intelectual de la pareja” y hasta esos dos consiguieron “que Newton pareciera fascinante”. Es verdad que el libro está lleno de chismes y de habladurías al estilo “ancien regime”, pero a la vez, las descripciones de ambiente son impagables, respiran todavía algo del aliento rococó, sabiendo dónde estaba un cuadro de Watteau. La palabrería de dardo resulta hilarante, pues “el torrente de palabras amargas resulta cómico porque nadie va a morir a causa de ellas”. También es verdad que Voltaire enamorado es una obra maestra a pequeña escala sobre la historia antiheroica, la que con toda probabilidad el gran historiador desecharía. En los agradecimientos. Nancy cita a Cipriani (que le dio de comer y sobre todo de beber en el Harry’s Bar de Valaresso, Venecia) y a la condesa Carl Costa de Beauregard, donde, en su castillo de Fontaines, acabó el libro. No eran malos sitios para imaginar las cuitas de un Voltaire a veces iracundo y otras simplemente, vencido por la pasión.
Una vez leído Voltaire enamorado la sugerencia es una: ir a las cartas de Nancy, pues Mitford cultivó el género epistolar y allí es donde se sabrá de verdad lo que pensaba sobre un montón de cosas y hasta dónde era capaz de llegar.

*Voltaire enamorado. Nancy Mitford. Traducción Miguel de Hernani. Prólogo de Adam Gopnik. Ediciones Duomo, Barcelona 2012. 274 páginas.

Pioneras de la aventura literaria

La Biblioteca Nacional de España evoca a las escritoras que rompieron barreras en su época

Sor Juana de la Cruz. Poeta de la mística./elpais.com
Teresa de Ávila también tenía fe en la franqueza. En el arranque del libro Camino de perfección, que escribió para sus monjas, las carmelitas a las que había descalzado y embridado por la senda de la austeridad (a Angela Merkel le gustaría: una mujer del sur con espíritu del norte), confiesa su profundo cansancio: “Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración”.
La religiosa tenía la cabeza colonizada por un ruido tormentoso desde hacía tres meses y sentía “flaqueza”. Aquella confesión dirigida a sus monjas puede leerla cualquiera que acuda a la exposición El despertar de la escritura femenina en lengua castellana, que la Biblioteca Nacional (BNE) dedica a las aventureras de la pluma en siglos poco propicios para las incursiones literarias si no nacías hombre y que estará abierta hasta el 21 de abril.
Las cosas han cambiado. Aunque no demasiado rápido. La propia institución que acoge a las autoras fue un prolongado coto vedado a las mujeres. “La Biblioteca tiene una tradición muy machista. Felipe V solo dejaba entrar a varones y hasta 1837 no se abrió a las visitas femeninas y limitada a los sábados”, contó ayer a modo de contricción histórica la directora de la BNE, Glòria Pérez-Salmerón. Para remachar la exclusión femenina aportó un último dato: hasta 1990 (casi tres siglos después de su fundación) no hubo una directora, Alicia Girón, y no por falta de candidatas (hay tantas bibliotecarias que le dicen “la cuerpa” de archivos y bibliotecas).
Algún remordimiento se disipará con la muestra. Unos 40 libros, pertenecientes a la propia institución y seleccionados por la comisaria, la poetisa Clara Janés, demuestran que las adversidades no son infranqueables. Ir a la contra siempre fue posible. Cristobalina Fernández de Alarcón despertaba a menudo las iras de Quevedo y Góngora, cuyas soberbias estaban a la altura de sus talentos, porque se imponía en todos los certámenes poéticos a los que concurría. A Lope le encantaba. A Lope le gustaban las mujeres. En sentido concreto, y en sentido general. En un discurso en Madrid mostró su alegría “de ver que una mujer pudiese tanto / que haya dado en la iglesia militante / descalza una carrera de gigante”, en referencia a Teresa de Jesús. En sus obras, recuerda Janés, homenajea a numerosas autoras coetáneas.
Su propia hija tiene un protagonismo destacado en la exposición: Sor Marcela de San Félix tomó los hábitos en el convento de las trinitarias, a un paso de la casa familiar. “Se cuenta que Lope iba a visitarla cada día”, explica la comisaria. La monja fue de las pocas autoras que eligió el teatro como vehículo de expresión (tenía a su favor la genética y el ambiente) y representaba sus obras (de tema religioso) intramuros.

Obra de Santa Teresa de Jesús.
La poesía fue el género predilecto de la mayoría, pero tocaron a casi todas las puertas. El ensayo, la novela y la ciencia. De María de Zayas y Sotomayor se sabe poco aunque escribió mucho. Sus Novelas amorosas y ejemplares, que fueron editadas y traducidas en 14 ocasiones entre los siglos XVII y XVIII, se conocen como “el Decameron español”. En una ocasión afirmó: “Las almas ni son hombres ni mujeres”. Se insinuó que era varón, pero Clara Janés rechaza esa hipótesis: “Se escondía muy bien, probablemente porque era una mujer noble y se sentía en peligro si se conocía su identidad”.

Obra de María de Zayas.
Fue una feminista cuando aún no había feminismo sino osadas que iban contra la norma. La más insigne fue Sor Juana Inés de la Cruz, mexicana que nació en el XVII y pensaba como en el XX. Seguramente superdotada: aprendió a leer y escribir con tres años siguiendo a escondidas las lecciones de su hermana mayor y se zampó todos los libros de la biblioteca de su abuelo.
Fantaseó con ir a la universidad disfrazada de hombre hasta que su familia puso tierra entre ella y su sueño y la introdujo en la corte de la virreina, la marquesa de Mancera. Tenía talento, inteligencia, belleza y alergia al matrimonio. Le recomendaron el único camino alternativo: entrar en un convento. Las Jerónimas le dieron libertad: conservó sus instrumentos científicos, sus libros, sus ropas y sus criadas. Reivindicó para las mujeres el derecho a la educación. Avivó tanto el debate intelectual que tras la escritura de la Carta Atenagórica fue perseguida y castigada por los responsables eclesiásticos, que la sometieron a juicio y le obligaron a renunciar a todo lo que había sido (“soy la peor de todas”, diría). La Inquisición hizo de las suyas con todas ellas, empezando por Teresa de Jesús y siguiendo por sus discípulas, Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé, que se refugiaron en Bélgica.
Incluso para alguien como Clara Janés, que lleva años explorando en la historia de las escritoras, la BNE escondía sorpresas como la sevillana Sor María de la Antigua, que dejó más de 1.300 cuadernos escritos. Es la única religiosa que aparece dibujada junto a la disciplina —el instrumento de cáñamo usado para azotarse— en la colección de ilustraciones que se incluye en la exposición.
Entre las seglares, Janés destaca la historia de Olivia Sabuco, la descubridora del líquido raquídeo a la que su propio padre trató de robar el logro (finalmente lo lograron unos británicos).
¿Solo escribían las religiosas?, le preguntaron a Clara Janés durante la presentación. No, dijo, pero los conventos fueron los únicos refugios que encontraron aquellas mentes inquietas nacidas en un ambiente opresor y los lugares que a la postre preservarían el material de sus escritoras.

Último minuto de vida de Virginia Woolf

Una biografía en cómic nos adentra en la vida de la autora de Las Olas, desde su poco conocida infancia hasta el último minuto de vida previo a su suicidio

La tormentosa vida de Virginia Woolf se publica en versión cómic./aviondepapel.tv
El desenlace de una novela es una expectativa. El final de una biografía siempre es el mismo, y no por conocido es menos estremecedor. En el caso de Virginia Stephen Woolf, ese desenlace biográfico asfixia.
La autora de novelas como Las olas u Orlando estuvo toda su vida asediada por la depresión y la compulsión creativa, tormentos que le llevarían al suicidio.
“Todos quieren ayudarme. ¿Ayudarme a qué? ¿A no volver a experimentar el deseo y la angustia de escribir? (…) ¡Antes morir!”
Virginia Woolf tenía 59 años y la enfermedad mental mermaba sus ganas de vivir. La escritora estaba a un paso de ponerse el abrigo, llenarlo de piedras y adentrarse en el río Ouse. Aquellas aguas le restarían su último aliento.
Era el 28 de marzo de 1941. No encontrarían su cadáver hasta mediados de abril.
Este último minuto de la vida de Woolf, lo recrea en apenas cinco viñetas una biografía –Virginia Woolf (Impedimenta, 2013)- en versión cómic, con las ilustraciones de Bernard Ciccolini y guion de Michèle Gazier.
La secuencia final de este cómic conduce al trágico desenlace. Vemos las manos blanquecinas de la ya envejecida escritora bordando y, en primera persona, leemos sus palabras.
La autora nos confiesa que el dolor que siente por no poder culminar una novela. Mientras tanto, el refugio de lo cotidiano no la calma. Cocina, cose, pasea, friega de rodillas el suelo de su cocina...
“Leonard vuelva a hablar de la casa de reposo. Me lleva a la clínica. Siempre la misma historia. ¿Aún existo?”.
La siguiente viñeta nos enseña la carta que escribiría a su marido Leonard, unos días antes.
“Si alguien hubiera podido salvarme, hubieras sido tú”, leemos en las líneas de la misiva.
Esa parte del texto está tachada, con rayas que acuchillan el párrafo. Después, las páginas finales del cómic biográfico se abren hacia planos generales del río Ouse.
Poco a poco, el tiempo narrativo de las viñetas se detiene, con extraordinaria lentitud. La mano derecha de Virginia Woolf intenta coger varias piedras, sus pies ya están cerca del río.
Luego, el bastón de la escritora enferma queda abandonado en aquella orilla. Imaginamos la tragedia bajo aquellas aguas.
Fin de una biografía que nos devuelve a la vida a una de las autoras anglosajonas más universales.
“Sin embargo, esta biografía en cómic cuenta con un aliciente poco conocido. Aborda la infancia de Virginia Woolf, también los abusos que sufrió por parte de su hermano George y su relación con su madre. Y de ahí parte hacia la enfermedad mental, las obsesiones y depresiones que atormentaron su vida”, explica Enrique Redel, editor de Impedimenta.
Regresemos entonces al principio. Conozcamos entonces a la niña Virginia, aquella que luego maduró en ese convulso periodo de entreguerras como escritora y feminista, miembro del grupo de Bloomsbury y creadora de la ya mítica señora Dalloway.
Observemos sus ojos brillantes de las primeras viñetas.
Escuchemos sus palabras.
“Tengo siete años. Estoy en el tren con mamá. Vamos a Saint Ivés. He posado mi mejilla en su regazo. Regreso a las flores rojas y violetas de su falda estampada”

miércoles, 30 de enero de 2013

Última Sesión: El Anti-héroe

Café Literario La vida se lee continúa con El cuento en la voz femenina: Panorama General del Cono Sur: Chile, Uruguay y Argentina


Entre la tradición y el "underground"

El grupo de Bogotá La 33 combina la actitud rock con la tradición de la salsa y los sonidos de estilos como el boogaloo y la descarga

El grupo salsero colombiano La 33./elpais.com
A comienzos de enero, poco antes de que su nombre nuevamente estremeciera a toda América Latina, aunque esta vez por la polvareda que levantaron sus polémicos tuits sobre la actual situación política de Venezuela y la salud del presidente Chávez, el legendario salsero Willie Colón empleó su cuenta de la red social del pajarito azul para recomendarle a sus seguidores a Bacalao Men. “Está chévere. Nice!”, expresó el artífice nuyorican, al que se le debe el protagonismo del trombón en el género, y que formó célebres tándems junto a Héctor Lavoe y Rubén Blades a lo largo de su prolífica trayectoria, acerca de la agrupación caraqueña que fijó recientemente residencia en Miami. Y es que el combinado creado en 1999 promueve una manera diferente de comprender y redimir la salsa, primordialmente la llamada brava, a partir de la impronta ecléctica de sus integrantes. Casi todos tienen un pasado importante en el rock, especialmente su líder, el bajista y cantante Pablo Estacio –referente en los ochenta del post punk de la cuna de Bolívar–, lo que ha permitido la elucubración de un sonido híbrido en el que también fluyen el funk afrodisíaco, el lado oscuro de la electrónica, el hip hop y la psicodelia.
Mientras Bacalao Men prepara su cuarto álbum de estudio, el sucesor de Sabaneando (2011), los países de la región en los que la salsa se arraigó como un estilo de vida han sido testigos, al menos en la última década, del auge de proyectos abocados al género erigidos por músicos formados en la cultura rock. No obstante, este fenómeno, que sucede en simultáneo con la aparición de orquestas y grupos de la escena salsera conformados por jóvenes que dieron rienda suelta a un modesto repertorio original –antes que resignarse a la reproducción de esos clásicos imposibles de superar–, ofrece dos variantes: la que apela a la fusión o la que apuesta por la recreación del estilo. En ese sentido, el grupo colombiano La 33 comanda el conglomerado de agrupaciones que rescataron el espíritu proletario del sonido engendrado en las calles de Nueva York y de las metrópolis caribeñas, que alcanzó su época dorada en la década de los sesenta y setenta, pero que, gracias al flirteo de sus integrantes con el pop, el heavy metal, el punk o la electrónica, caló hondo en las nuevas generaciones de público de su país, sobre todo en una audiencia ajena al circuito musical tropical.
“Si bien un rockero es muy diferente a un salsero, en su forma de vida o en la manera de moverse sobre el escenario, respetamos la salsa e intentamos hacerla lo más pura posible. A partir de esa base, y de nuestras ganas de encontrar una identidad y un sonido propio, el grupo se destacó por tener un tinte diferente”, argumenta Sergio Mejía, director y bajista del conjunto establecido hace 12 años en Bogotá, en parte, como respuesta a la dictadura del reguetón en la noche capitalina, antes de su debut en Buenos Aires, a comienzos de enero, en la discoteca Niceto Club. “Tras estudiar la salsa de los sesenta y setenta, que era ese sonido neoyorquino y caribeño que nos gusta, rescatamos la agresividad que se perdió en los ochenta, década en la que ese sabor callejero tomó rumbo para otro lado y fue reemplazado por una onda muy pop. Retomamos, entonces, esa impronta más antigua, fundamentada en el boogaloo, la descarga y otros estilos, y la volvimos a posicionar, aunque con elementos diferentes, un poco por el background de cada músico. Sin embargo, pese al tiempo transcurrido, seguimos aprendiendo”.
La 33 irrumpió en una época en la que el fascinante underground bogotano se preparaba para el recambio no sólo generacional, sino musical, con el indie y la música dance entre sus principales bastiones sonoros. Por eso, substancialmente en sus primero años, fue considerado, por esa misma condición contextual e insular, una agrupación de culto. “Creo que eso se debió a dos cosas: a ese rescate del sonido que en algún momento se perdió, pero que un montón de gente, tanto en Colombia como en el resto del mundo, continuó consumiendo y consultando, a manera de referencia esencial, porque muchos coleccionistas de salsa siguieron comprando esos discos y escuchando música vieja. Así que una generación de público se quedó prendada a ese tipo de salsa, y no me refiero sólo a los intelectuales, sino a todas las clases sociales”, describe Simón, cuyo liderazgo en la banda lo comparte con su hermano Santiago, pianista y coordinador de la orquesta que tomó su nombre de la calle en la que se encuentra su sala de ensayo. “Al mismo tiempo, la juventud que tiene el grupo, esa apariencia rockera, atrajo también a una audiencia más joven”.
Ahora que se encuentra en proceso de realización la adaptación cinematográfica, puesta en marcha por el director Carlos Moreno, de la venerada novela ¡Qué viva la música! (1977), de la hoy estrella de pop de la literatura colombiana, el desaparecido Andrés Caicedo (se suicidó a los 25 años, tras recibir una copia del libro), en la que la salsa y los Rolling Stones confeccionan la banda de sonido del argumento, La 33 podría suponerse como el insólito arrebato de la imaginería del escritor caleño. Lo cierto es que el grupo bogotano es el conjunto de cabecera de un sector de estudiantes universitarios que sigue con devoción el rico heraldo salsero local, que tiene en el célebre Joe Arroyo a su figura universal. A pesar del respeto por esa iconografía, el conjunto del barrio de Teusaquillo salió adelante con un repertorio en el que paulatinamente predominaron las canciones propias. “Las discotecas siempre nos exigían que tocáramos versiones porque la gente baila lo que conoce. Si nadie sabe quién eres, mover la pista no es tan sencillo”, afirma el bajista y director. “De forma que, aparte de nuestros temas, incluimos música que ya existía para que nos ayudara a lidiar con el público”.
Así que además de La pantera mambo, una adaptación del tema de La Pantera Rosa, de Henry Mancini, o de atreverse a improvisar un intro inspirado en Something About Us, de Daft Punk, La 33 ha consolidado un repertorio original fundamentado en la salsa brava, llamada asimismo salsa dura. No obstante, el revestimiento de ésta por un brío desprendido del rock y sus variantes, del disco o del jazz evoca los experimentos que consumó el colectivo Fania All Stars en los setenta, patentado en álbumes como Latin Soul Rock (1974), Rhythm Machine (1977) o Spanish Fever (1978), camino que han seguido otras formaciones colombianas, de las que destacan los antioqueños Banda La República. “Nosotros no fusionamos directamente, pero, a partir del surgimiento de La 33, hubo un par de propuestas que mezclaron salsa y rock. No tuvo un desarrollo significativo aún, aunque de a poco están dando sus frutos”, apunta Mejía. “Sin embargo, hay una influencia que nos antecede, que no se dio tanto hacia la salsa, sino por la música afrocolombiana, que fusionó con el rock los ritmos de nuestras costas. Desde ese momento, hubo un interés muy grande por estudiar el folclore local”.
A pesar del éxito que ha tenido esta nueva avanzada de artistas de la nación cafetera, que han mixturado la tradición con la modernidad musical y cultural, grupos como Bomba Estéreo, Los Piraña y hasta La 33 no pudieron calar en el dial nacional, por lo que han tenido mayor proyección en los medios extranjeros que en los de su país. “Este underground es un movimiento nuevo, que en Colombia tiene cierta fuerza, pero sigue siendo muy desconocido”, se lamenta el mandamás de La 33. “Lo que mejoró muchísimo es la manera de mover a las bandas hacia el exterior, pues todo el mundo está pendiente. En Colombia, la música folclórica o de fusión no tiene espacio en la radio, y es complicado llegar a eso, a que la música trascienda dentro del país. Y me parece que esto ocurre más fuera que dentro. Igualmente, los problemas políticos que han estado permanentemente entre nosotros, influyeron en el desarrollo de la cultura. Por ahí leí una frase que decía que en los sitios donde hay crisis, el arte crece mucho más en comparación a los no los tienen. Digamos que si es verdad, buena parte de nuestra música ha estado marcado por esa circunstancia”.
Tras quemar un sinfín de cartuchos de soul, jazz y electrónica, el productor y músico británico Quantic se instaló en Cali, el gran salsódromo colombiano, hechizado por el estilo. Y su decisión fue atinada, pues, desde que llegó a la urbe enclavada en la cordillera de los Andes, no hizo más que poner a bailar a públicos de todo el mundo a través de sus laboratorios tropicales Quantic Presenta Flowering Inferno, Combo Bárbaro y Ondatrópica (los dos últimos abocados a los sones populares de la nación sudamericana). No obstante, pese a la propuesta revitalizadora de La 33, discos como Fania DJs Series (2007), en el que el productor radial y musical inglés Gilles Peterson remezcla a la Fania All-Stars, o proyectos del temperamento de Sidestepper, donde la electrónica le da la mano a los ritmos afrocolombianos y, por supuesto, a la salsa, han demostrado una apertura contemporánea del género hacia la renovación. “Claro que se puede”, señala Simón, mientras prepara el cuarto álbum de su grupo. “Uno tiene que ser cuidadoso y aprender a hacer las cosas. No es que La 33 vaya a empezar a hacer salsa electrónica, pero si un DJ nos llama para pedirnos un tema nuestro para remixarlo, se lo damos”.

Fernando Vallejo y William Ospina encabezan la toma cultural de Colombia en Buenos Aires

Más de ciento cincuenta  artistas colombianos se presentarán, del 1 al 16 de febrero, en diferentes escenarios en el evento Colombia Cultural en Buenos Aires

Fernando Vallejo, el Iconoclasta; y William Ospina, El Poeta: la avanzada literaria en Buenos Aires./revistaarcadia.com
Del 1 al 16 de febrero en el maro del evento Colombia Cultural en Buenos Aires, viaja a la Argentina la delegación cultural más grande de los últimos tiempos, para una muestra cultural que incluirá música, teatro, danza, cine, literatura y artes plásticas.
Por dos semanas, distintas expresiones culturales del país se mostrarán en escenarios y espacios públicos de Buenos Aires como el Museo MALBA, el Centro cultural San Martín, el Complejo teatral San Martín y el Teatro Usina de las Artes.
El tamaño de la delegación supera incluso a la que el país llevó a la FIL de Guadalajara en 2007, cuando Colombia fue el país invitado de honor. 
Dos de los escritores colombianos más reconocidos, William Ospina y Fernando Vallejo, hablarán sobre el estado de la narrativa colombiana. También viajará Miguel Torres, quien presentará su obra de teatro La siempreviva, sobre los desaparecidos de la toma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985.
Además de La siempreviva, se presentarán las obras Mujeres de la Guerra (de Carlota Llano), y la trilogía de la Maldita Vanidad, Autor intelectual, Autores materiales y Cómo quieres que te quiera.
Por otra parte y en el marco de los treinta años del fin de la dictadura en Argentina, el Ministerio de Cultura presentará Luchando contra el olvido que explora las manifestaciones del conflicto colombiano en las artes.
Como parte del evento se presentarán 17 películas de la más reciente producción cinematográfica colombiana, en una selección que incluye largometrajes, documentales y cortometrajes. Además de las proyecciones, se realizará un conversatorio sobre el Cine colombiano hoy a cargo de Sandro Romero Rey.
La delegación contará con los 110 músicos, cantantes y bailarines del ensamble Caribe, salsa y Pacífico. El ensamble hará dos presentaciones que tendrán como protagonistas los distintos ritmos musicales de las costas colombianas. Como actividad complementaria, realizarán talleres de percusión y realizarán presentaciones de bailes tradicionales en diferentes espacios abiertos de Buenos Aires.
La primera gran retrospectiva de la obra de Oscar Muñoz en América Latina, la exposición Potografías, que actualmente se presenta en el Museo MALBA, organizada por el Museo de Arte del Banco de la República, también hará parte de esta programación.
Universidad de Colombia
Argentina tiene una conexión cultural sólida con Colombia, en gran parte debido a que es uno de los detinos predilectos de los estudiantes colombianos. De hecho, Argentina es el principal centro educativo de los colombianos en el exterior: actualmente hay más de 47.000 estudiantes colombianos en Argentina.
“Buenos Aires es un epicentro de actividades intelectuales y artísticas de los dos países, una razón más por la que queremos llevar esta muestra cultural a esta ciudad. Además, buscamos fomentar la percepción positiva de Colombia en Argentina a través del arte”, dijo Manuel José Álvarez, Asesor de Teatro del Ministerio de Cultura.
Colombia cultural en Argentina hace parte una serie de actividades e intercambios artísticos, culturales y académicos que se realizarán entre los dos países, en el marco del convenio de Cooperación entre el Ministerio de Cultura de Colombia y el de Buenos Aires. Así, Colombia se convierte en el segundo país, después de Francia, al que Buenos Aires invita a trabajar en una agenda cultural conjunta. Este hecho permitirá la circulación de artistas, la realización de residencias artísticas, procesos de formación y la participación en eventos entre ambos países.
Eventos destacados
Miercoles 6 de febrero 2 p.m.
Conversatorio sobre el cine que se hace en Colombia, a cargo de Sandro Romero, Adelfa Martínez y Luis Ospina. Centro Cultural San Martin
Jueves 7 de febrero 8 p.m. La Siempreviva, de Miguel Torres (Teatro El Local), Sala Cunill Cabanellas
Jueves 7 de febrero 7 p.m. Presentación del libro Luchando contra el olvido. Hall Carlos Morell del Teatro San Martín
Viernes 8 de febrero 7 p.m.
Fernando Vallejo
, en conversación con William Ospina. Estado de la Literatura Colombiana. Salón Dorado de la Casa de la Cultura, Av. de Mayo 575 Piso 1, CABA.

La mujer que llevó a Bolaño al cine

La escritora chilena Alicia Scherson adapta Una novelita lumpen

Un fotograma de la película  Il futuro con Rutger Hauer y Manuela Martelli./elpais.com
A veces la osadía tiene sus gratificaciones. Y en la vida de Alicia Scherson, cineasta chilena de 38 años, esa osadía ha sido una constante que le ha permitido arriesgarse y ganar, convirtiendo una novela de Roberto Bolaño en película, algo que nadie había hecho hasta ahora y que, con toda probabilidad, no volverá a ser posible para ningún cineasta independiente. Scherson acaba de estrenar en los festivales de cine de Sundance y Rotterdam la película Il futuro, una coproducción chileno-italiana-española-alemana basada en Una novelita lumpen,un relato de Bolaño (la última que vio publicar en vida), cuyos derechos adquirió Scherson en 2006.
Por aquel entonces, Carmen Balcells aún era la representante de la obra del escritor fallecido tres años antes y que no conocería la fama internacional hasta 2008, cuando su novela 2666 fue publicada en Estados Unidos y se convirtió en bestseller, ganó el Premio Nacional de la Crítica de ese país y estalló la bolañomanía, que hoy es ya una enfermedad intelectual comparable a la que provocó en su momento la llamada nueva literatura latinoamericana. Andrew Wylie, conocido en la industria del libro como El Chacal (un hueso mucho más duro de roer que Balcells), es ahora quien dirige el destino de la obra del autor chileno, que vivió gran parte de su vida en Cataluña.
Scherson, lectora y admiradora de Bolaño, descubrió Una novelita lumpen en 2004 y con una sola película en su maleta, Play (ganadora del Festival de Tribeca en 2005), se acercó a Balcells a título personal y le pidió los derechos para llevarla al cine. “Tuve suerte de que aún no hubiera estallado ‘la fiebre’. Era un libro poco conocido, encargado para una serie titulada Año 0 de Mondadori sobre el nuevo milenio desde la perspectiva de diferentes ciudades y firmadas por diferentes autores latinoamericanos. No tenía una productora detrás que me apoyara pero Balcells y la viuda del escritor aceptaron”, cuenta Scherson a través de Skype desde el Festival de Cine de Rotterdam, donde también estrenó su segunda película, Turistas, en 2009. “Adquirí los derechos y los guardé. Necesitaba hacer otra película antes de enfrentarme a Bolaño y comencé a trabajar en la adaptación, algo que nunca había hecho porque yo siempre he trabajado con material propio”.
Pero Una novelita lumpen no es uno de esos libros complejos de Bolaño sobre la literatura dentro de la literatura. “Tiene una trama muy sencilla, la de Bianca, una adolescente que nos habla desde el futuro de la historia que ella y su hermano viven tras la muerte de sus padres con un tono como de fin de mundo y ese humor tan duro de Bolaño. El mayor desafío no fue tanto adaptar la trama sino llevar a la pantalla la atmósfera del libro”.
Il futuro (le cambió el nombre porque lumpen tenía muchas dificultades de traducción), como sus anteriores filmes, está impregnado precisamente de una extraña pátina de sensaciones visuales que a veces rozan lo onírico y a la que contribuye una imagen atípica de los barrios periféricos de Roma, donde se mezclan las ruinas de la ciudad con imágenes que sugieren la inexorable decadencia de la civilización europea. “Creo que Bolaño fue un poco visionario y entendió hacia dónde se precipitaba Europa mucho antes de que comenzara la crisis”, afirma Scherson. En ese ambiente que a veces se percibe entre opresivo e irreal, la adolescente Bianca (la chilena Manuela Martelli) trata de encontrarle un sentido a su vida tras la muerte repentina de sus padres. Maciste, un actor ciego y de músculos flácidos que antaño protagonizaba películas de héroes hercúleos de serie B (interpretado por Rutger Hauer, el líder replicante rebelde de Blade Runner), será el inesperado salvador de la protagonista.
“Una de las cosas que me hizo conectar con el libro es que Bianca tiene que encontrar estrategias de supervivencia, y ese tipo de personajes siempre me interesan. La necesidad que tenemos muchos seres humanos de colocarnos un disfraz para superar determinadas situaciones cuando nos encontramos a la deriva”. Y en cierto modo, eso quizá también resuene en la propia vida de Scherson: siendo estudiante de biología un día vio en un periódico una convocatoria para estudiar en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños en Cuba y se presentó. “Conseguí una beca y anuncié en casa que me iba a estudiar cine para ser directora, algo que las niñas de mi generación nunca pensamos que pudiéramos ser. Fue un impulso pero ya no hubo marcha atrás”.

Los ojos de la fragilidad

Virginia Woolf. La vida por escrito es una monumental biografía de la autora inglesa realizada por la periodista argentina Irene Chikiar Bauer en la que, a través de un trabajo minucioso, se descubre la intimidad de una escritora inigualable

WOOLF. Fue una de las inteligencias más delicadas de su época/Revista Ñ
La biografía que ha elaborado la escritora, periodista y socióloga argentina Irene Chikiar Bauer en torno a la figura de Virginia Woolf es monumental en, por lo menos, dos sentidos: el volumen físico y objetivo del libro (poco más de novecientas páginas que incluyen un prolijo y necesario índice onomástico, un minucioso cuerpo de notas y un exquisito álbum de fotografías), y el notabilísimo trabajo de investigación que termina ofreciéndole al lector una Virginia Woolf de cuerpo entero: con sus cumbres, sus caídas y sus vacilaciones, su sempiterna fragilidad anímica, su genuina búsqueda de trascendencia y la inimitable filigrana de su escritura.

El libro de Chikiar Bauer está estructurado en dos partes: la primera cubre la infancia y adolescencia de Woolf, y la segunda, año por año de su madurez hasta el suicidio en 1941; es un trabajo que se puede parangonar sin mengua con las mejores y envidiables biografías anglosajonas en las cuales el biógrafo parece haber vivido día tras día junto al biografiado, y, en este sentido, la labor de Chikiar Bauer resulta un hito fundante e imprescindible en el campo de las biografías en idioma castellano. Dicho de otra manera, al finalizar el libro, que se lee gozosa y morosamente, el lector puede delinear una respuesta propia a la pregunta quién fue Virginia Woolf.

Las relaciones difíciles


Hay, entre tantos, cuatro temas espinosos que Chikiar Bauer aborda con particular sensibilidad: las controvertidas relaciones de Virginia con su padre, Leslie Stephen; con su hermana, Vanessa; con su marido, Leonard Woolf; y el tan zarandeado y polémico tópico de su sexualidad.

Leslie Stephen es un victoriano paradigmático con un carácter tramado por requerimientos: requiere cuidados, requiere obediencia, requiere respeto; Virginia vive su muerte, a principios del siglo XX, con la ambigua sensación con la que se asiste a la desaparición de un tirano próximo y querido: experimentando un duelo liberador. Virginia construye a Vanessa como si fuera el personaje de alguno de sus libros: una mujer en la que confluyen la sensualidad, la belleza y la fecundidad. Virginia la envidia, la admira, la combate y no deja de buscar su incondicional apoyo y, hacia el final de su vida, concluye de modo impecable: Vanessa ha tenido hijos; ella, libros. De manera un tanto asombrosa aún para la época, Virginia y Leonard, en el momento de casarse, no consideran que la mutua atracción física, o la carencia de ella, sea esencial para cimentar un decoroso matrimonio; y es este dato, precisamente, el que más contribuye a elucidar el restante tema: Virginia tiene, en efecto, tendencias claramente bisexuales (los ejemplos de ello son numerosos, en especial su tórrida y tormentosa relación con Vita Sackville-West), lo que no tiene es cuerpo, o bien su cuerpo está tan hurtado a su propia mirada que acaba deshilachándose en la disolución.

Virginia Woolf escribió tres novelas que, a despecho de los vientos de la moda y los caprichos academicistas, quedarán en la historia grande de la literatura: La señora Dalloway, Al faro y Las olas. Como alguna vez escribió Mario Vargas Llosa de la primera: “El huidizo, ubicuo y protoplasmático narrador de La señora Dalloway es el gran éxito de Virginia Woolf en este libro, la razón de ser de la eficacia de su magia, del irresistible poder de persuasión que emana de la historia.” Chikiar Bauer se aboca con éxito a la tarea de ilustrar el proceso creativo de Virginia Woolf en cada uno de sus libros: lento, trabajoso y tan intenso que inevitablemente la conduce al borde del desequilibrio, del cual emerge para volver a escribir. Ella misma es tan consciente del camino que está inaugurando con su escritura que llega a plantearse: “Tengo la idea de inventar un nuevo nombre para mis libros que suplante a ‘novela’. Una nueva ____ de Virginia Woolf. Pero ¿qué? ¿Elegía?” Como bien advierte Chikiar Bauer, aquello que intenta la narrativa de Woolf –y de allí la imposibilidad de definirla de modo unívoco– es un borramiento de fronteras al estilo de la filosofía bergsoniana, que plantea la posibilidad de un modo de percepción que trascienda la división entre sujeto y objeto (¿hará falta añadir que también es la filosofía bergsoniana una de las piedras de toque de la narrativa de Marcel Proust?).

El infinito esfuerzo


Por eso sería recomendable también abocarse al Diario de Virgina Woolf, que es uno de esos libros (junto a algunos otros: la correspondencia de Flaubert; Contra Saint-Beuve, de Proust; Un arte espectral, de Norman Mailer; todos ellos infinitamente más fecundos que cualquier taller literario) que todo aspirante a escritor debería leer como si fuera la Biblia. El Diario consta de veintisiete tomos en los cuales queda claro el infinito esfuerzo que le suponía estar a la altura de su anhelo; vale decir, lograr en la escritura una forma tan fluida y abierta que pueda contener la vida expurgando lo superfluo. Del Diario dimana, entre penalidades, frustraciones y sueños rotos, una misma y reiterada conclusión: no hay más remedio que escribir, siempre.

martes, 29 de enero de 2013

Müller: "Alemania está llena de hombres-perro. Les encanta dar órdenes, mandar"

Este martes Herta Müller estará en Bogotá.El encuentro se realizará a las 7 de la noche en el Centro Cultural Gabriel García Márquez

La Nobel Herta Müller en el hotel Santa Clara, de Cartagena./Daniel Mordzinski./elpais.com 
 
Cartagena convierte al más gringo en un personaje caribeño. El HayFestival, además, lo acentúa. En el vestíbulo del hotel Santa Clara una fila de escritores vestidos de blanco impoluto –guayabera y pantalón de lino, ellos; vestidos vaporosos, ellas- espera la llegada del autobús que les llevará a la fiesta de la ministra de Cultura de Colombia. La escritora Herta Müller (Nytzkydorf, Rumania, 1953) deambula por el patio interior del hotel, a contracorriente. Con camisa y pantalones negro, mochila negra y zapatos de tacón bajo, también negros, escudriña su alrededor con esa mirada gélida que parece haberse detenido en la Rumania de su juventud.
En una esquina del patio se encuentra con Philipp Boehm, su traductor al inglés, y otro amigo y, entonces sí, la Nobel de Literatura concede una sonrisa que resulta casi una exclamación en su rostro cristalino enmarcado por una melena corta que se dispara en las puntas hacia su interlocutor. Escoltada, Müller entra a formar parte del teatrillo. Su presencia en esta cita cultural que se celebra hasta hoy en Cartagena, se convierte en un recuerdo constante al pasado que aparece en sus libros. Hija de un miembro del servicio secreto rumano durante la dictadura comunista de Ceausescu -“que ha llegado a la tierra cantando canciones militares y ha dejado cementerios en el mundo”-; y una madre, alienada en la represión tras cinco años en un campo de concentración en Ucrania durante el régimen de Stalin, a principios del siglo XX. Su vida en tránsito está marcada por el azar de la historia de Europa Central en Rumania.
Müller no reconoce ningún manual o proceso creativo al enfrentar una obra, aunque encuentra en el lenguaje la realidad, que en el cara a cara es incapaz de desentrañar. “Mi niñera era el jardín de mi casa”, cuenta. Con sus padres todo el día en el trabajo y la inseguridad en el carácter, la escritora conversaba y se comía -literalmente- sus plantas en busca de aceptación social. “Esto es la soledad, soy como una hormiguita, me falta tiempo para adaptarme a la eternidad”. En la botánica y los animales construyó el universo dictatorial que le rodeaba. “Los grandes árboles de los edificios oficiales eran crueles, las flores de los funerales de funcionarios, traidoras por marchitarse tan rápido, solo me gustaban las populares, las de la gente”.   
Algo similar le sucedía con los animales. “Alemania está llena de hombres-perro”, explica. “Hombres a los que les encanta mandar, dar órdenes”. Los hombres-gato, por el contrario, representan la independencia para Müller. “Dudo mucho que Hitler tuviera un gato”, ríe en una extraña mueca.
Miembro de una minoría germana de suabos, el lenguaje que usaban sus vecinos campesinos se convirtió en su particular objeto de resistencia cuando dejó el colegio para trasladarse a la ciudad a cursar bachillerato. “El dialecto era algo sospechoso que provocaba escepticismo en la sociedad”, recordó la autora de Todo lo que tengo lo llevo conmigo (2010). “Pronto me di cuenta de que la lengua que rechazaba tenía una melodía, una parte poética muy interesante desde el punto de vista metafórico, aunque en ocasiones suene dura y vulgar”.
La ciudad también le deparó el descubrimiento de las relaciones sociales.Yo siempre aprendí que el silencio es una buena forma de comunicación, con los gestos y los movimientos”, cuenta una escritora que requiere de 45 minutos para liberar sus brazos y así acompañar sus palabras. Una mujer tan reticente al contacto que ni siquiera el protocolo social que impone un festival en pleno Caribe, le redime del resoplido y la queja cuando un fotógrafo, un periodista o un fan se acercan a conversar con ella. “En nuestra casa nos comunicábamos así, sabíamos qué nos pasaba aunque no habláramos de lo que nos ocurría”, continúa. “El silencio es una gran dimensión, esencial en las dictaduras, muy importante al escribir”.
Desde que a finales de los ochenta se trasladara a Alemania, Müller escribe, habla y calla en alemán, aunque sea la lengua que durante mucho tiempo compartió por imposición con sus carceleros. “La Securitate me robó la vida durante mi juventud y me la sigue quitando en la actualidad acaparando mi tiempo con mis libros”. Tal es el afán de aquellos que intentaron acallar su voz y escritura que cuando Müller recibió el Nobel en 2010 recordó que “algunos exmiembros bromearon al decir que merecían la mitad del premio por haber contribuido a crear las obsesiones de mi mundo literario...”

Tesoro nacional y sádico

Noticias del mundo literario

Marqués de Sade. Patrimonio Cultural Francés./elpais.com

Como enumera Elaine Sciolino en The New York Times, en Los 120 días en Sodoma el Marqués de Sade describe "orgías y abusos [...], actos de pedofilia, necrofilia, incesto, tortura, violación, asesinato, infanticidio, zoofilia...". En algunos países esto bastaría para ordenar su retirada de las bibliotecas públicas, pero no en Francia, donde consideran que la obra es un tesoro nacional. No puede decirse lo mismo de obra fotográfica del poeta Allen Ginsberg, un álbum de recuerdos beat que ahora se expone en Nueva York, pero sí de Jane Austen: ni un solo periódico/suplemento cultural se ha olvidado del cumpleaños de Orgullo y prejuicio y, además, según un reciente estudio, ella y Sir Walter Scott son los escritores más influyentes del siglo XIX. Empezamos.   
FRANCIA
Los 120 días de Sodoma era, según su autor, el Marqués de Sade, “la historia más impura jamás contada desde que el mundo es mundo”. Bruno Racine, director de la Biblioteca Nacional de Francia, considera que es una obra “depravada”, sin duda. Pero también un tesoro nacional y por ello está dispuesto a pagar en torno a cuatro millones de euros por el manuscrito de la obra escrita por Sade mientras se encontraba preso al coleccionista suizo Gérard Nordmann. “El documento de Sade es una obra atroz, extrema y radical. Pero no la juzgamos moralmente”, insiste Racine. Éste dirige la institución francesa desde 2007 y entre sus objetivos siempre estuvo el de recuperar importantes manuscritos clasificados como “tesoros nacionales”. En 2010 se hizo con las memorias de Casanova, y también ha comprado los archivos de Michel Foucault o Guy Debord. (vía The New York Times)
Los artistas belgas Auriae Harvey y Michaël Samyn han creado un videojuego basado en la novela Moderato cantabile de Margerite Duras. (vía Le Nouvel Observateur)
REINO UNIDO
Investigadores de la biblioteca John Rylands de la Universidad de Manchester han encontrado cientos de grabados perdidos del poeta y artista William Blake. Durante dos años de trabajo, un equipo de estudiantes rastreó una colección de un millón de libros y documentos en la que, sospechaban, se encontraban las ilustraciones de Blake. (vía The Independent)
ESPAÑA
Ya ha comenzado la cuenta atrás: el viernes arranca BCN Negra. Aquí Rosa Mora repasa el programa de la octava edición del festival y aquí Guillermo Altares escribe sobre Yasmina Khadra, uno de los más de 60 autores que se darán cita en Barcelona hasta el 9 de febrero.
"Misterios de las noches y los días son cuentos en los que el elemento fantástico es clave pero tampoco son tan diferentes a los de Largo noviembre de Madrid. Allí, al tratarse de relatos ambientados en una situación límite como la guerra civil, muchos personajes quedaban entrevistos, enigmáticos. No veo mucha diferencia entre la imaginación y la vida real, porque la fantasía también se nutre de los datos que llamamos comprobados", decía Juan Eduardo Zúñiga en 1992. Ese libro de cuarenta relatos breves, Misterios de las noches y los días, una obra casi desconocida incluso para los lectores del autor madrileño, acaba de volver a las mesas de novedades de las librerías.
Etgar Keret presenta esta semana su nuevo libro, De repente llaman a la puerta. Aquí se puede leer un fragmento y, a continuación, ver uno de sus 38 cuentos. Esta es la adaptación de What Do We Have in Our Pockets? que el cineasta Goran Dukic presentó la semana pasada en el Festival de Sundance:
PALESTINA
La pasada semana se estrenó en Ramala The Great Book Robbery, un documental sobre el saqueo de más de 70.000 libros que tuvo lugar durante la guerra de 1948. Con el caos de la guerra, el robo pasó desapercibido y el destino de muchos de esos documentos sigue sin estar claro: algunos se reciclaron, otros, suponen, terminaron arrumbados en las casas de los ladrones y en torno a 6.000 aún se conservan en la Biblioteca Nacional de Israel. (vía Prospero | The Economist)
ESTADOS UNIDOS
Jack Kerouac
Allen Ginsberg era un gran poeta. Para la fotografía, en cambio, no estaba tan dotado (al menos, en opinión de Ken Johnson de The New York Times). Pero sus instantáneas en blanco y negro son el álbum de fotos de la generación beat, por eso merece la pena visitar la Grey Art Gallery de Nueva York o asomarse a esta galería de The Huffington Post. (vía The Huffington Post)
¿Quiénes son los escritores más influyentes del siglo XIX? Los especialistas probablemente incluirían en la lista nombres como Charles Dickens, Thomas Hardy, Herman Melville, Nathaniel Hawthorne o Mark Twain. Pero, el big data concluye que no: tras el análisis de 3.592 obras publicadas entre 1780 y 1900, un estudio acaba de confirmar que los autores que más influyeron a sus colegas fueron Jane Austen y Sir Walter Scott. (vía The New York Times)
ARGENTINA
"El concepto 'vacaciones' no existió siempre. Apareció recién hacia fines del siglo XIX, como un derecho del trabajador en las sociedades modernas a cambio de exigirle un trabajo más intensivo que en épocas anteriores. Y no responde necesariamente a una actitud altruista, no reclama justicia en el intercambio de capital y trabajo. Se le da vacaciones pagas, antes que nada, para que a lo largo del año rinda más. Estos conceptos aplicados al escritor hacen agua por muchos costados. Primero habría que definir si escribir la propia obra entra en esta acepción de la palabra trabajo. Nadie nos paga si suspendemos la escritura de una novela para tomarnos unos días. Incluso es probable que no queramos suspenderla, o hasta que planifiquemos las vacaciones con esa contradictoria prioridad: “trabajar” con más intensidad y más calma sobre el texto en cuestión". Claudia Piñeiro escribe sobre escritores y vacaciones en la revista Eñe. (vía Revista Eñe)
BRASIL
"Para horror de los académicos brasileños, muchos lectores extranjeros solo son capaces de identificar un escritor brasileño: Paulo Coelho. Sin embargo, iniciativas del gobierno y del sector privado están tratando de cambiar esta situación promocionando la literatura brasileña en el extranjero", escribe Kristal Bivona en Language Magazine. ¿Cómo? En los próximos ocho años el gobierno invertirá 26 millones de euros para financiar traducciones, ayudas a editores internacionales y viajes promocionales a autores brasileños. (vía Language Magazine

Presentan en España reedición de memorias de guerra de Fidel Castro

La edición española de un libro que agrupa las obras La victoria estratégica y La contraofensiva estratégica de Fidel Castro Ruz, que forman parte de sus memorias de guerra fue presentada en Madrid

El secretario del PCE, José Luis Centella; el presidente del Ateneo, Carlos París; la escritora Katiuska Blanco, y el subdirector de la editorial Akal, Jesús Espino, de izqda a drcha, durante la presentación de la edición española/lainformacion.com
La presentación de este libro coincidió con el aniversario del nacimiento del prócer cubano José Martí y al acto acudieron entre otras los embajadores de Cuba, Alejandro González Galiano, y de Venezuela, Bernardo Álvarez, en España.
"Este libro es un grandísimo documento histórico", dijo Jesús Espino, responsable de la Editorial Akal, responsable de la nueva edición, en la presentación, que también contó con la presencia del secretario general del Partido Comunista en España, José Luis Centella, y la escritora cubana Katiuska Blanco.
"Este libro ofrece documentos que quedarán ahí por muchas generaciones, que podrán conocer las emociones de este grupo de idealistas", agregó Espino, en el acto organizado en el Ateneo de Madrid.
Espino destacó que, a su juicio, fue la gran lucha de "un pequeño grupo de idealistas contra el Ejército de la tiranía (...) Fidel guió a Cuba por la senda de la dignidad y apostó por la sanidad y la educación, en lugar de convertirla en un país de servicios para los vecinos ricos", manifestó.
"La victoria estratégica" y "La contraofensiva estratégica" forman parte de las memorias de guerra de Fidel Castro y narran, a modo de diario, los hechos acaecidos a lo largo del año 1958 que culminarían con la victoria del Ejército Rebelde de Castro en 1959.

lunes, 28 de enero de 2013

¿Por qué se rajan en lectura nuestros niños?

Expertos analizan las causas y dan consejos para enamorarlos de los libros

Niños comprenden mejor escritos literarios que informativos, según estudios./eltiempo.com

 

Los resultados del último Estudio Internacional de Competencia Lectora (Pirls, por su sigla en inglés), publicados esta semana, volvieron a arrojar un dato desalentador: 6 de cada 10 alumnos de primaria en Colombia tienen problemas para entender textos complejos; por esa razón, comprenden mejor escritos literarios que informativos y sus niveles de asimilación siguen siendo bajos.
Según los expertos, hay razones para preocuparse por esta persistente debilidad, toda vez que esta competencia es definitiva en su desempeño escolar y desarrollo personal. Ante semejante panorama vuelve a surgir la inquietud en torno a la forma como los niños entran hoy en contacto con la lectura.
Para empezar, cabe decir que ellos son lectores por naturaleza; por eso, es importante dejarlos jugar con las palabras. Cuando su creatividad fluye en una narración oral y luego se les permite plasmarla en el papel, aprenden que leer y escribir son actividades útiles y agradables.
Este paso, esencial en el proceso de aprendizaje, muchas veces se omite. A los pequeños se les escucha poco y rara vez tienen con quién compartir la representación que tienen sobre el mundo, lo cual es un problema, pues la oralidad y la lectura en voz alta hacen que el cerebro se acomode a la complejidad de un discurso.
Y es que, con cierta frecuencia, el concepto de lectura ha quedado relegado al reconocimiento de las letras del alfabeto. Para Neyith Ospina, directora de la licenciatura en Pedagogía Infantil de la Universidad Javeriana, “en ese afán de que los niños aprendan a leer y a escribir antes de los 6 años los docentes no se preocupan por la comprensión de lectura sino por la decodificación”.
A eso hay que sumar la entrada infeliz que muchos niños tienen en la lectura y la escritura, algo en lo que pecan padres y docentes. Fabio Jurado, coordinador de la línea de investigación en lenguajes y literaturas de la Maestría en Educación de la Universidad Nacional, señala que uno de los errores más frecuentes es la “inoficiosa” insistencia en enseñarles las partes de la oración sin contexto, muchas veces distanciadas del lenguaje que se usa en la casa, en la calle o en el colegio. Y lanza una sugerencia: “¿Qué tal si se les pide grabar la conversación entre un comprador y un vendedor en la plaza de mercado y luego analizar la gramática de ese lenguaje?”.
A juicio de Rosa Julia Guzmán, directora de la maestría en Pedagogía de la U. de la Sabana, también son errores el ejercicio repetitivo de las planas (que algunos papás usan como castigo) y confundir la comprensión de lectura con la memoria. “No podemos seguir trabajando la lectura para aprobar grados, sino para afrontar la vida y descubrir lo que somos”, agrega Jurado.
Crear el hábito
El lector se construye en un horizonte, en una perspectiva; no se puede leer por deber ni por obligación. Hay que leerles a los niños en voz alta, comentar la lectura y hacerles preguntas sobre ella. Este ejercicio de discusión afianza la comprensión. Puede ser un cuento, una fábula, una historia de ficción o un poema.
Eduardo Escallón, director del Centro de Español de la Universidad de los Andes, advierte que en este ejercicio de lectura acompañada los adultos deben llevar al niño a tomar conciencia de todos los elementos explícitos e implícitos que le dan sentido al texto: leer implica saber de qué habla el texto, confrontar lo que dice con conocimientos previos en el niño y contrastar esa información con otros textos.
Así las cosas, desarrollar la capacidad de análisis, reflexión y argumentación de los niños no es un problema que atañe solo a los docentes del área de lenguaje. Les compete a los padres de familia y a los maestros de las diferentes áreas del conocimiento; entender cada disciplina del saber implica entender los textos de esta disciplina. “La comprensión de lectura nos concierne a todos”, puntualiza Escallón.
El hábito empieza a cultivarse en casa
Permítales el contacto con los libros desde los primeros años. Léales en casa, en voz alta.
Llévelos a bibliotecas y déjelos elegir textos de su agrado.
Al leer, ayúdelos a identificar el planteamiento del autor, los argumentos que usa y las ideas principales. También, a jerarquizar, a organizar la información y a relacionar un párrafo con otro.
Cuando trabaje en comprensión de lectura, invítelo a que critique, proponga, opine y defienda sus ideas sobre lo que lee. Que llegue al texto con preguntas para así discutir el escrito con él.
Permítales relacionar el contenido del texto con lo que les pasa en la vida cotidiana.
El papel de los profesores
Los profesores también tienen una gran responsabilidad en el tema. “Es necesario que el Gobierno vincule los resultados de estas pruebas con la formación de los docentes”, sugiere Fabio Jurado, director de la maestría en Educación, de la Universidad Nacional.

Los escritores difíciles

Cuatro generaciones de autores latinoamericanos arrojan luz sobre la nueva escena literaria que se aleja cada vez más de España, en el marco del Hay Festival

De izquierda a derecha, los escritores Álvaro Enrigue, Valeria Luiselli y Tryno Maldonado./Daniel Mordzinski./elpais.com
Cuando aún retumbaban las palabras de Mario Vargas Llosa en las calles de Cartagena, aterrizaba una camada de cuatro generaciones posteriores de escritores al autor peruano. Frente a unas cervezas y unos cuantos cigarrillos, Valeria Luiselli, Carolina Sanín, Álvaro Enrigue y Tryno Maldonado intentan diferenciar sus palabras escritas del eco del Nobel de Literatura, con el que comparten cartel en el Hay Festival, el encuentro cultural que cerró hoy su octava edición en esta ciudad del Caribe colombiano.
“Los escritores del boom abrimos una puerta a la literatura latinoamericana hace 50 años que no se ha vuelto a cerrar”, afirmaba Vargas Llosa durante la charla que compartió el viernes con el ensayista colombiano Carlos Granés. “Ahora hay una dispersión de voces y temas estilísticamente muy disímiles, más sana e interesante”, toma la palabra Maldonado (Zacatecas, México, 1977), autor de la Temporada de caza para el león negro, finalista del premio Herralde. Sanín (1973, Bogotá) coincide y se aventura a describir la situación opuesta a la que narra Vargas Llosa. La escritora de la compilación de relatos Ponqué y otros cuentos (2010) cree que “el supuesto puente que era España ha dejado de cumplir esa función y son ahora las editoriales pequeñas las que conectan a los escritores latinoamericanos y sus lectores”. El advenimiento y consolidación de una miríada de sellos independientes a lo largo de América Latina genera un nuevo espacio de intercambio que deslocaliza los tradicionales centros de poder editorial –“situados en España, en concreto en Barcelona”, apostilla Luiselli-, en beneficio de la periferia.
"Los escritores del boom abrimos una puerta a la literatura latinoamericana hace 50 años que no se ha vuelto a cerrar"
Mario Vargas Llosa
Los ejemplos de Sexto Piso y Almadía en México, Eterna Cadencia en Argentina y Estruendo Mudo en Perú configuran una cartografía editorial sustentada en la comunidad, aunque con ciertos dejes del modelo tradicional que adelantó el sello Joaquín Mortiz en España. “Su papel es romper el star system”, asegura Valeria Sanelli (Ciudad de México, 1983), residente en Nueva York con su marido Álvaro Enrigue (Guadalajara, México, 1969) y su hija, donde ambos son profesores y escritores a tiempo completo. “Apelan a un lector distinto”, apostilla Maldonado. Enrigue, seleccionado por la New York Public Library como escritor residente en 2011 y 2012 tras la publicación de Decencia, desconfía de las afirmaciones que dividen la literatura en dicotomías. “El nuevo sistema de mediaciones y la crisis económica han dinamitado lo que quedaba, aunque sigue habiendo autores que quieren ser de Alfaguara o Anagrama”, asegura Enrigue. “Antes, de hecho, el escritor tenía que cumplir las funciones de un prócer, mi generación ya no tiene esa forma de relacionarse, no se busca esa cercanía con el poder”, afirma Maldonado. “La idea del patriarca literario está obsoleta”.
La bibliografía de estos cuatro autores está plagada de géneros e historias que complican arar surcos de tendencias. Luiselli, autora de la novela Los ingrávidos (2011) también huye de las clasificaciones, “poco fructíferas”: “En México, ha habido un boom de la novela del narco y los libros históricos, pero esto te obliga a polarizar sin aportar nada a una determinada circunstancia creativa o editorial”. El caso colombiano, en palabras de Sanín, se estanca en la preeminencia de la escritura que trata la identidad en un afán “épico y convencional” por escribir la gran novela nacional. “Podemos decir enfáticamente que las novelas latinoamericanas se han vuelto más cortas”, plantea Enrigue. “Pero yo no sé si el número de páginas es el tipo de criterio crítico que debemos adoptar para juzgar la producción de una generación, una región o una especie”.
"Mi generación ya no busca esa cercanía con el poder"
Tryno Maldonado
La preocupación por los argumentos, las historias, que los escritores observan en parte de la literatura que se realiza en América Latina responde a la manera en la que se representan estos pueblos, siempre orientados hacia la gesta. “Esto genera una falta de preocupación por el estilo o el deseo de investigar el lenguaje, las formas y los géneros”, asegura Sanín, que ejerce como profesora de literatura del Siglo de Oro y medieval en la universidad de los Andes en Bogotá. “La generación McCondo escribía para el exterior, enseñaban una Latinoamérica con aptitudes neoliberales, todos éramos más guapos y vivíamos en barrios de moda, libros listos para ser traducidos”, explica Maldonado. “Me da miedo generalizar, pero la literatura de mi generación es más intimista y experimental en la fragmentación de la novela, corre riesgos”, ejemplifica. O lo que terminan por denominar: escritura difícil. “La que no vende”, bromea Luiselli. “Bueno, le decimos difícil para no quedar mal”, responde Enrigue.
"Pese al nuevo sistema de mediaciones y la crisis económica, sigue habiendo autores que quieren ser de Alfaguara o Anagrama"
Álvaro Enrigue
El Hay Festival se convierte en ejemplo de ese laboratorio en el que se pueda dar “la conversación con los difuntos” –los clásicos a los que recurren estos escritores-, y las mesas con los nóbeles, sin demeritar al hervidero de escritores que como Luigi Amara consiguieron agotar en dos meses la edición de su libro La escuela del aburrimiento, tras su paso por la edición mexicana de Xalapa en octubre. “Emiliano Monge, Julián Herbert, Alejandro Zambra,… ponen en jaque las tradiciones y discuten el lugar del escritor y la posición social de la escritura”, opina Enrigue. “Tengo la sensación de que mi generación ya no tiene como referente a Carlos Fuentes”, plantea Maldonado, en referencia a una antología sobre sus coetáneos que publicó en México y donde se encontró con que los autores más mentados eran Bolaño, Piglia, Rodrigo Rey Rosa, “marginados por el canon latinoamericano”.
La cuarta pata para sostener la literatura latinoamericana que encuentra el quórum entre los autores es la Academia. Sea por deformación profesional o por la libertad lectora que encuentran al preparar sus clases, coinciden en que en “la república de las letras en español se produce una paradoja bastante seductora cuando se tiende a despreciar públicamente a la academia”, dice Enrigue, ejerciendo casi de portavoz.
Sanín, Luiselli, Enrigue y Maldonado están convencidos de que “lo que importa es la conversación con el lector. Todo lo demás –tendencias, referentes, maneras de contar la historia, el léxico- es sucedáneo”.