Cuatro generaciones de autores latinoamericanos arrojan luz sobre la nueva escena literaria que se aleja cada vez más de España, en el marco del Hay Festival
De izquierda a derecha, los escritores Álvaro Enrigue, Valeria Luiselli y Tryno Maldonado./Daniel Mordzinski./elpais.com |
Cuando aún retumbaban las palabras de Mario Vargas Llosa
en las calles de Cartagena, aterrizaba una camada de cuatro
generaciones posteriores de escritores al autor peruano. Frente a unas
cervezas y unos cuantos cigarrillos, Valeria Luiselli, Carolina Sanín,
Álvaro Enrigue y Tryno Maldonado intentan diferenciar sus palabras
escritas del eco del Nobel de Literatura, con el que comparten cartel en
el Hay Festival, el encuentro cultural que cerró hoy su octava edición en esta ciudad del Caribe colombiano.
“Los escritores del boom abrimos una puerta a la literatura
latinoamericana hace 50 años que no se ha vuelto a cerrar”, afirmaba
Vargas Llosa durante la charla que compartió el viernes con el ensayista
colombiano Carlos Granés. “Ahora hay una dispersión de voces y temas
estilísticamente muy disímiles, más sana e interesante”, toma la palabra
Maldonado (Zacatecas, México, 1977), autor de la Temporada de caza para el león negro, finalista del premio Herralde. Sanín (1973, Bogotá) coincide y se aventura a describir la situación opuesta a la que narra Vargas Llosa. La escritora de la compilación de relatos Ponqué y otros cuentos
(2010) cree que “el supuesto puente que era España ha dejado de cumplir
esa función y son ahora las editoriales pequeñas las que conectan a los
escritores latinoamericanos y sus lectores”. El advenimiento y
consolidación de una miríada de sellos independientes a lo largo de
América Latina genera un nuevo espacio de intercambio que deslocaliza
los tradicionales centros de poder editorial –“situados en España, en
concreto en Barcelona”, apostilla Luiselli-, en beneficio de la
periferia.
"Los escritores del boom abrimos una puerta a la literatura latinoamericana hace 50 años que no se ha vuelto a cerrar"
Mario Vargas Llosa
Los ejemplos de Sexto Piso y Almadía en México, Eterna Cadencia en Argentina y Estruendo Mudo
en Perú configuran una cartografía editorial sustentada en la
comunidad, aunque con ciertos dejes del modelo tradicional que adelantó
el sello Joaquín Mortiz en España. “Su papel es romper el star system”,
asegura Valeria Sanelli (Ciudad de México, 1983), residente en Nueva
York con su marido Álvaro Enrigue (Guadalajara, México, 1969) y su hija,
donde ambos son profesores y escritores a tiempo completo. “Apelan a un
lector distinto”, apostilla Maldonado. Enrigue, seleccionado por la New
York Public Library como escritor residente en 2011 y 2012 tras la
publicación de Decencia, desconfía de las afirmaciones que
dividen la literatura en dicotomías. “El nuevo sistema de mediaciones y
la crisis económica han dinamitado lo que quedaba, aunque sigue habiendo
autores que quieren ser de Alfaguara o Anagrama”,
asegura Enrigue. “Antes, de hecho, el escritor tenía que cumplir las
funciones de un prócer, mi generación ya no tiene esa forma de
relacionarse, no se busca esa cercanía con el poder”, afirma Maldonado.
“La idea del patriarca literario está obsoleta”.
La bibliografía de estos cuatro autores está plagada de géneros e
historias que complican arar surcos de tendencias. Luiselli, autora de
la novela Los ingrávidos (2011) también huye de las clasificaciones, “poco fructíferas”: “En México, ha habido un boom
de la novela del narco y los libros históricos, pero esto te obliga a
polarizar sin aportar nada a una determinada circunstancia creativa o
editorial”. El caso colombiano, en palabras de Sanín, se estanca en la
preeminencia de la escritura que trata la identidad en un afán “épico y
convencional” por escribir la gran novela nacional. “Podemos decir
enfáticamente que las novelas latinoamericanas se han vuelto más
cortas”, plantea Enrigue. “Pero yo no sé si el número de páginas es el
tipo de criterio crítico que debemos adoptar para juzgar la producción
de una generación, una región o una especie”.
La preocupación por los argumentos, las historias, que los escritores
observan en parte de la literatura que se realiza en América Latina
responde a la manera en la que se representan estos pueblos, siempre
orientados hacia la gesta. “Esto genera una falta de preocupación por el
estilo o el deseo de investigar el lenguaje, las formas y los géneros”,
asegura Sanín, que ejerce como profesora de literatura del Siglo de Oro
y medieval en la universidad de los Andes en Bogotá. “La generación
McCondo escribía para el exterior, enseñaban una Latinoamérica con
aptitudes neoliberales, todos éramos más guapos y vivíamos en barrios de
moda, libros listos para ser traducidos”, explica Maldonado. “Me da
miedo generalizar, pero la literatura de mi generación es más intimista y
experimental en la fragmentación de la novela, corre riesgos”,
ejemplifica. O lo que terminan por denominar: escritura difícil. “La que
no vende”, bromea Luiselli. “Bueno, le decimos difícil para no quedar
mal”, responde Enrigue.
"Pese al nuevo sistema de mediaciones y la crisis económica, sigue habiendo autores que quieren ser de Alfaguara o Anagrama"
Álvaro Enrigue
El Hay Festival se convierte en ejemplo de ese laboratorio en el que
se pueda dar “la conversación con los difuntos” –los clásicos a los que
recurren estos escritores-, y las mesas con los nóbeles, sin demeritar
al hervidero de escritores que como Luigi Amara consiguieron agotar en
dos meses la edición de su libro La escuela del aburrimiento,
tras su paso por la edición mexicana de Xalapa en octubre. “Emiliano
Monge, Julián Herbert, Alejandro Zambra,… ponen en jaque las tradiciones
y discuten el lugar del escritor y la posición social de la escritura”,
opina Enrigue. “Tengo la sensación de que mi generación ya no tiene
como referente a Carlos Fuentes”, plantea Maldonado, en referencia a una
antología sobre sus coetáneos que publicó en México y donde se encontró
con que los autores más mentados eran Bolaño, Piglia, Rodrigo Rey Rosa,
“marginados por el canon latinoamericano”.
La cuarta pata para sostener la literatura latinoamericana que
encuentra el quórum entre los autores es la Academia. Sea por
deformación profesional o por la libertad lectora que encuentran al
preparar sus clases, coinciden en que en “la república de las letras en
español se produce una paradoja bastante seductora cuando se tiende a
despreciar públicamente a la academia”, dice Enrigue, ejerciendo casi de
portavoz.
Sanín, Luiselli, Enrigue y Maldonado están convencidos de que “lo que
importa es la conversación con el lector. Todo lo demás –tendencias,
referentes, maneras de contar la historia, el léxico- es sucedáneo”.