Sobre la obra de Mark Z. Danielewski y la inmimente traducción al castellano de House of Leaves; el ADN en una muestra en Azul; y el street art literario en varias ciudades del mundo
La vanguardia postmoderna./Revista Ñ |
Entre los libros de mi biblioteca guardo un ejemplar del número
catorce de la revista francesa Inculte para la que Mark Z. Danielewski
contribuyó con un póster. No es cualquier póster. De un lado están las
indicaciones que el autor estadounidense le dio al célebre Christophe
Claro para la traducción al francés de su novela Only Revolutions
(2006). Del otro lado, un enorme símbolo del infinito dibujado con
frases y fragmentos escritos al revés (sólo se los puede leer con la
ayuda de un espejo). El título de esta especie de mapa hermético en los
pastizales de Nazca es “Spoiler, Legend, Other Unfinished Manners of
Direction, Boundary”. Este es uno de esos escritores que abogan por
foros y manuales de instrucción para ser leídos. Como Thomas Pynchon.
Justamente, en el año 2009, Mark Z. Danielewski viajó a la Feria del
Libro de Guadalajara para participar de algunas mesas en torno al
surrealismo y a la figura del más esquivo de los escritores. En una de
esas mesas lo escuché contar una anécdota tan encantadora como
improbable: que en un día de sol en Los Angeles había encontrado a
Pynchon en la parada de un colectivo. El público sonrió, pero para ellos
Danielewski era un escritor estadounidense más, escasamente conocido, y
tal vez un poco delirante. Y quizás lo sea. Su descomunal novela House of Leaves
estaba lejos de ser traducida al español, pero ahora, mientras escribo
esto, me confirman desde España que para noviembre de 2013 los
desquiciados editores de Alpha Decay preparan la traducción (y engorrosa
producción) de este libro, monumento vanguardista de la literatura
posmoderna, que transmuta una novela en algo así como un agujero negro,
donde el vacío, la materia y la incertidumbre se conjugan en una
historia desconcertante cuya tipografía intenta reforzar, desde lo
visual, la angustia y la frustración de los personajes. No sería
descabellado pensar a Danielewski como el demiurgo que lidera la
sociedad secreta de astrónomos y poetas responsables del planeta Tlön
imaginado por Borges. En sus libros encontramos textos en varios
colores, un número restringido de palabras por página, páginas al revés,
notas al pie y notas en los márgenes, entre otros (innumerables)
detalles de diseño que lo acercan a Mallarmé o a Debord. Pareciera que
es el momento de la e-lit para Danielewski. Junto a la editorial que lo
publica, Pantheon, trabajó en la edición digital de su libro The Fifty Year Sword
, para que el texto contenga no sólo la música compuesta especialmente
por el pianista Christopher O’Riley sino también aromas, sonidos y
texturas que enfaticen fragilidad o violencia.
El oficio de la ilusión
Haydeé
estaba indignada. Había leído en el diario El Tiempo de la ciudad de
Azul una nota sobre una exposición “de un señor Villanueva, en el Museo
López Claro” en la que se exponía como “una obra” de Alberto López Claro
una fotografía en la que aparecía ella, en su juventud. Haydeé quería
responder a las “inexactitudes” en las que incurría “esta señora que
escribe, a quien no conozco” y saber a qué inundación se refería, porque
en esa nota se hablaba de una inundación en la que se habían salvado
algunas de las obras ubicándolas lo más cerca del cielo raso como fue
posible. Decía que “El oficio de la ilusión” iba a ser “originalmente
una muestra de las últimas obras de Santiago Villanueva” pero “a fuerza
de fenómenos atmosféricos la exposición mutó en homenaje. (...) Se
convirtió así en una colisión entre el más grande y el más joven, el
pasado y la actualidad, dos ramas de un mismo árbol genealógico, dos
nucleótidos en una misma cadena de ADN”, decía el texto curatorial.
Haydeé seguía indignada: “el señor Villanueva no es del mismo árbol
genealógico de López Claro, pues yo misma sí, pertenezco a él, por mi
abuela paterna”, escribió en la carta de lectores. El mismo espacio que
Santiago Villanueva (Azul, 1990) utilizó para responderle con elegancia.
“Señora Haydeé, la invito a recorrer nuevamente las salas del museo. A
pensar, alejándose de la literalidad, el texto que la curadora Sofía
Dourron escribió para la ocasión. Los artistas compartimos un mismo
árbol genealógico por el hecho de entender que el secreto de la vida
está en el arte. La inundación a la que me refiero, nunca sucedió. Como
bien sabe usted, los artistas, muchas veces, nos alejamos de la realidad
para generar situaciones ideales que inviten a la reflexión de lo
Humano”. A pesar de su juventud, Villanueva desarrolló una obra
conceptual potente, en la que aborda la historia del arte y construye
ficción. Estas cartas fueron su manifiesto estético.
El street art como crítica de la razón visual
En
una pared de Londres, se estampa la imagen de una Alicia femme fatale
caminando por una pasarela rodeada de conejos. En una esquina de París,
el rostro de Edgar Allan Poe con un gorro de peluche. En la de una
fábrica de Nueva York, Shakespeare tiene puestos unos anteojos negros.
El street art literario invade las paredes de diferentes ciudades del
mundo, siempre con esa singular síntesis donde humor y reflexión
consiguen una crítica de la razón visual. Buenos Aires no es la
excepción. Por Dorrego, frente al campo de polo, Milu Correch pintó una
Simone de Beauvoir leyendo la revista Cosmopolitan. La contradicción
misma.