Pasó de moda la retórica, que fue uno de los pilares de la cultura clásica, y ha sido reemplazada por nuevas formas de carreta
Otrora la oratoria era signo de elocuencia pero ya pasó a la historia./Olga Lucia Aldana./revistacredencial.com |
Hace cien años, a estas alturas del almanaque cientos de párrocos y obispos colombianos habían empezado ya a preparar con el mayor primor sus sermones de Navidad. Diciembre era la segunda ocasión de lucimiento para los oradores religiosos. La principal, por supuesto, era la Semana Santa, cuando los más famosos expositores trepaban al púlpito y pronunciaban interminables sermones de las Siete Palabras.
La elocuencia sagrada fue durante siglos una de las fuentes más admiradas y hasta entretenidas de la literatura patria. Sus autores no eran solamente sacerdotes: numerosos civiles se aventuraban por el mundo de las peroratas religiosas. De hecho, el fundador de Bogotá, el abogado Gonzalo Jiménez de Quesada, fue también el de la oratoria nacional, cuando escribió y leyó seis sermones de cuaresma, y el presidente Marco Fidel Suárez superó en el Congreso Eucarístico de 1913 el sacro verbo de arzobispos y delegados papales con un discurso a Jesucristo que es pieza obligada hasta en la más rácana antología de la elocuencia nacional.
La facilidad de palabra pública fue género que durante siglos se cultivó generosamente no sólo en los templos sino también en las plazas públicas, el capitolio, las academias y los campos de batalla.
Tanta trascendencia tuvieron las peroratas religiosas, civiles y militares que cuando el recopilador de la Selección Samper Ortega escogió las cien obras claves de la literatura nacional, uno de cada diez libros estaba dedicado a discursos célebres y a quienes los pronunciaban. Entre los nombres de los 'picos de oro' criollos de todos los tiempos es preciso mencionar a José Acevedo y Gómez, 'el Tribuno del Pueblo', que le echó candela al grito de independencia con un improvisado discurso; a Nariño, Santander y Bolívar, unos para defenderse de sus detractores y el otro para enardecer a sus soldados o tender un velo melancólico sobre la suerte de la patria. Y ya en tiempos republicanos el liberal José María Rojas Garrido (famoso porque podría demostrar con igual soltura verbal una tesis o la contraria); el conservador Guillermo Valencia y su Némesis, Antonio José 'Ñito' Restrepo; Marco Fidel Suárez, Rafael Uribe Uribe y Fernando Londoño Londoño; el centenarista Eduardo Santos, el cuasicentenarista Alberto Lleras Camargo y el político e intelectual Belisario Betancur...
Este último pronunció un discurso ante la asamblea de la ONU el 5 de octubre de 1983 que los asistentes ovacionaron durante largos minutos. Así lo registró The New York Times al día siguiente: "Un colombiano lírico pone de pie a las Naciones Unidas". Según el mismo relato, la conmovedora pieza era una mezcla de filosofía y recuerdos personales ante la cual se rindió un auditorio que hasta ese momento había padecido a 66 oradores en algo más de una semana.
El último político cuya garganta produjo cambios y revuelo fue Luis Carlos Galán. En la Convención Liberal de 1988, cuando Galán se tomó el partido con un discurso, El Tiempo publicó un largo editorial titulado 'El poder de la oratoria'. Allí lo calificó de "orador privilegiado" y destacó el carácter histórico de su intervención.